sábado, 29 de octubre de 2016

Lecturas de la Misa del Domingo de la Semana 31ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «Hoy la salvación ha llegado a esta casa»



Lectura del libro de la Sabiduría (11, 23-12,2): Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres

Señor, el mundo entero es ante ti como un grano en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado.
¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no las hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas porque son tuyas, Señor, amigo de la vida. Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas. Por eso, corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor.

Salmo 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14: R./ Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mí rey.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; // bendeciré tu nombre por siempre jamás. // Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. R./

El Señor es clemente y misericordioso, // lento a la cólera y rico en piedad; // el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R./

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; // que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R./

El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. // El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. R./

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses (1,11-2,2): El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él

Hermanos: Oramos continuamente por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe. De este modo, el nombre de nuestro Señor será glorificado en vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.
A propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra, como si el día del Señor estuviera encima.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (19,1-10): El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prosa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».


&Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

El amor de Dios embarga cada página de la Biblia y de la liturgia cristiana. En los textos del presente Domingo resaltan de modo especial. El amor de Dios a todas las criaturas, porque todas tienen en el amor de Dios su razón de ser y su sentido último (Primera Lectura). El amor que Dios tiene por todos, sin distinción alguna, busca salvar a aquellos que están perdidos (Evangelio). El amor de Dios hacia los cristianos que exige que vivan de acuerdo a lo que son, «para que el nombre de Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en Él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo» (Segunda Lectura).

L«Zaqueo era jefe  de publicanos y rico» 

En el Evangelio del Domingo pasado se hablaba también de un publicano; pero era el personaje de una parábola. En el Evangelio de hoy se trata de un publicano real del cual se nos dice incluso el nombre y hasta su estatura. Zaqueo era «jefe de publi­canos y rico». Y si en la parábola Jesús concluía que el publi­cano «bajó a su casa justificado», aquí podemos ver qué significa en concreto «ser justificado».

Todos sabemos que en el tiempo de Jesús la Palestina estaba bajo el dominio de Roma. Pero Roma permitía a los pueblos sometidos bastan­te libertad para observar sus costumbres, con tal que recono­cieran ciertas leyes supre­mas del Imperio y pagaran el tributo al César. Es así que la Judea, después de haber sido parte del reino de Hero­des el Grande, fue gobernada por su hijo Arquelao; y sólo porque éste fue incapaz de mantener el orden, fue nombrado un procurador romano, que durante el ministerio públi­co de Jesús era Poncio Pilato. Incluso para la recaudación del tributo, Roma daba la concesión a persona­jes del lugar. Tratándose de un impuesto para el Estado (la «res publi­ca» es decir la cosa pública), el nombre griego «telones», que se daba a estos personajes, fue tradu­cido al latín por «publica­nus».

Los publicanos estaban investidos de poder para exigir este impuesto a la población. Y muchas veces abusa­ban exigiendo un pago superior al debido. Después de entregar a Roma el precio de la concesión, se enriquecían ellos con lo defraudado. El mismo Lucas refiere que a algunos publicanos que vinieron donde Juan el Bautista para ser bautiza­dos con el bautismo de conversión, y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?", él les respondió: 'No exijáis más de los que os está fijado'» (Lc 3,12-13).Y a nadie le es agradable pagar impuestos a una potencia extranjera, ¡cuánto más si sabemos que nuestro dinero va a enriquecer a un compatriota colaboracionista que fija la cantidad arbi­trariamente! Es entonces com­prensible que los publicanos fueran odiados y que tuvieran fama de pecadores. Zaqueo era «jefe de publicanos» y no sólo tenía fama de pecador sino que ciertamente lo era. Lo mismo que el publicano de la parábola que reconocía ante Dios: «¡Ten compasión de mí, que soy un pecador!»

JLa salvación: don gratuito de Dios y aceptación libre del hombre

Una de los puntos claros de este episodio es la gratui­dad de la salvación. Cuando Jesús llegó a Jericó, «Zaqueo trataba de ver quién era Jesús» ya que era de baja estatura, como coloca puntualmente Lucas. Por aquí comenzó la acción de la gracia. «Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro[1] para verlo, pues Jesús iba a pasar por allí». ¿Quién le inspiró a Zaqueo esta curio­sidad tan grande, que, a pesar de su rango, lo llevó a subirse a un sicómo­ro? El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que: «la preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia»[2].

Un judío de cierta edad, más aún si es rico, asume una actitud venerable y no se rebaja a correr. En la parábola del hijo pródigo el padre es presentado «corriendo» al encuentro de su hijo perdido que vuelve, pero se describe así precisamente para destacar su inmensa alegría. Zaqueo no sólo corre, sino que se trepa a un árbol como un niño. Para ver a Jesús hace todo lo que puede, incluso pasando por encima de su honor. La humildad de Zaqueo no podía pasar inadvertida ante Dios. Dios premia siempre un gesto de humildad del hombre. El Evange­lio continúa y Jesús, alzando la vista, dice: «Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». ¿Qué obra buena había hecho Zaqueo para que mereciera esta gracia, es decir, que Jesús se dirigiera a él y lo distinguiera alojándose en su casa? Al con­trario, sus obras habían sido malas, tanto que todos comentaban: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». ¡Y esto, lamentablemente, era verdad!

Hasta aquí todo es don de Dios. Es Dios quien le está dando la posibilidad de cambiar de vida. Pero lo que sigue revela que Zaqueo ya es un hombre nuevo, es decir que está actuando siguiendo las mociones de esa vida nueva que le ha sido dada. Nadie lo obliga, es libre, y libre­men­te dice: «Señor, daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo he defraudado a alguien le devolveré el cuádruplo». Según la ley mosaica estaba obligado a restituir el total sustraído y un quinto más de la suma (ver Lv 5,24; Nm 5,7); si bien la ley romana imponía el cuádruplo. Pero además Zaqueo está dispuesto a repartir entre los pobres la mitad de su hacienda. Si se examina con atención las cifras en juego, veremos que no le iba a quedar nada o, en el mejor de los casos, muy poco.

Esta es una obra de amor superior a sus fuer­zas naturales; pero le fue posible hacerla porque fue Cristo quien lo habilitó a ella dándole la salvación como un don gratuito. Zaqueo, por su parte, se abre a este don y responde desde su libertad ya que siempre: «la libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre»[3]. Esto es lo que comenta Jesús a modo de corolario: «Hoy ha llegado la salva­ción a esta casa... porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». La salvación es un don de Dios absolutamente inalcanzable por el propio esfuerzo del hombre «perdido»; pero Dios lo da a quien pone todo lo que está de su parte, aunque siempre es mínimo en comparación con el don de Dios. En este caso, Zaqueo puso lo suyo: correr como un niño y subirse a un árbol. Si él hubiera rehusado hacer esta acción humilde, todo se habría frustrado y hoy día no estaríamos leyendo esta hermosa página del Evangelio.

J«Señor, que amas la vida»

El libro de la Sabiduría de Salomón apareció en el siglo I a.C. y fue escrito probablemente en Alejandría. Puede ser considerado el libro más helenístico de todos los libros sapienzales y su fin era alejar de la idolatría a los judíos en Egipto, demostrando que la sabiduría de Dios supera ampliamente a la pagana. La omnipotencia de Dios, sola, no explica adecuadamente la creación, entra también el deseo amoroso de crear y conservar todo por amor.

«Señor, que amas la vida» (Sb 11,26): ésta es quizás una de las afirmaciones más consoladoras de la Sagrada Escritura.  Sabemos, en efecto, que Dios es todopoderoso, eterno y omnisciente. Pero ¿qué sería de nosotros si con todo esto fuera malo y cruel? Más San Juan nos dice que «Dios es amor» (ver 1Jn 4,8) y San Pablo no se cansa de destacar el inmenso amor que nos tiene (ver Filp 3,21) y esa infinita bondad lo llevó a dar su Hijo único por nosotros (ver Jn 3,16) para hacernos hijos en el Hijo.

Santo Tomás formula el mismo pensamiento diciendo que Dios está más dispuesto a darnos que nosotros a recibir. Esta Buena Nueva de Dios nunca hubiera podido ser conocida si Él mismo no la hubiese revelado. En ella reside nuestra plena alegría, esperanza y reconciliación; porque el hombre que no se sabe amado y redimido por la gracia de Dios, caerá o en el abismo de la desesperación o en la soberbia de creerse justificado por sí mismo.  

+Una palabra del Santo Padre:

«Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartiméo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero.

Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida.

Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida».







'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Comentando este pasaje nos dice Beda: «He aquí cómo el camello, dejando la carga de su jiba, pasa por el ojo de la aguja; esto es, el publicano siendo rico, habiendo dejado el amor de las riquezas y menospreciando el fraude, recibe la bendición de hospedar al Señor en su casa». ¿Qué estoy dispuesto a dejar para recibir a Jesús en mi casa?

2.  Leamos y meditemos el salmo responsorial de este Domingo: Salmo 145 (144).

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1996- 2005.



[1] Sicómoro. Planta de la familia de las Moráceas, que es una higuera propia de Egipto, con hojas algo parecidas a las del moral, fruto pequeño, de color blanco amarillento, y madera incorruptible, que usaban los antiguos egipcios para las cajas donde encerraban las momias.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 2001.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, 2002.

sábado, 22 de octubre de 2016

Lecturas de la Misa del Domingo de la Semana 30ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»



Lectura del libro del Eclesiástico (35, 12-14. 16-18): La oración del humilde atraviesa las nubes

El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes.
La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia.
El Señor no tardará.

Salmo (33, 2-3. 17-18. 19 y 23): R./ Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; // mi alma se gloria en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R./

El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. // Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. R./

El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. // El Señor redime a sus siervos, // el no será castigado quien se acoge a él. R./

Lectura de la segunda carta de San Pablo a Timoteo (4, 6-8.16-18): Me está reservada la corona de la justicia

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser derramado en liberación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (18, 9 -14): El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Los términos «justicia y oración» resumen bien las lecturas de hoy. En la parábola evangélica tanto el fariseo como el publicano oran en el templo, pero Dios hace justicia y sólo el último es justificado. El Sirácida, en la primera lectura, aplica la justicia divina a la oración y enseña que Dios, justo juez, no tiene acepción de personas y por eso escucha la oración del humilde que «atraviesa las nubes». Finalmente, San Pablo le revela a Timoteo sus sentimientos y deseos más íntimos: «Me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo juez» (Segunda Lectura).

K Dos actitudes ante Dios
La parábola del fariseo y el publicano presenta dos actitudes completamente opuestas frente a la salvación que proviene de Dios. El fariseo se presenta ante Dios, confiado en sus buenas obras y seguro de merecer la salvación gracias a su fiel cumplimiento de la ley: «Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias, etc.». La seguridad en sí mismo está expresada en su actitud y su relación con los demás hombres. «De pie, oraba en su interior y decía: ¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano». Se tiene por justo y su relación con Dios es la del que puede exigir: él ha realizado las obras que ordena la ley y Dios le está debiendo la salvación. El publicano, por otro lado,  ni siquiera se sentía digno de «alzar los ojos al cielo».

L ¿Quiénes eran los «fariseos»?

Para comprender la actitud autosuficiente del fariseo es conveniente saber quiénes eran estos señores. Ante todo, la palabra «fariseo» proviene del hebreo «perushim» que significa: separados, segregados. En su origen era el nombre dado a una secta de origen religioso que se aisló del resto del pueblo, probablemente a fines del siglo II a.C., para poder vivir estrictamente las normas de la ley, pues creían obtener la salvación por esta observancia. En la mayoría de los casos, sus miembros eran personas corrientes, no sacerdotes que ampliaban a menudo el alcance de las leyes hasta el punto de que estas resultaban difíciles de observar. Deben de haber sido unos 6,000 miembros en la época de Jesús. 

El peligro de tales grupos es el de despreciar a los demás hombres, considerándolos como una «masa» de infieles. Una actitud análoga se repite en la historia: es el caso de la secta gnóstica de los perfectos, de los cátaros (puros) en el medioevo, de los puritanos, etc. Una reedición de esta actitud, aunque pueda parecer extraño, se da en ciertos grupos actuales que se consideran poseedores de «conocimientos milenarios» que son revelados solamente a aquellos que, puntualmente, pagan su cuota mensual. Los vemos por doquier y de las más diversas formas (autores de libros de autoayuda, cursos de Nueva Acrópolis, el oráculo de los arcanos, entre otros).  A éstos va dirigida la parábola de Jesús, pues ellos ya se consideran justos y, por tanto, para ellos la venida de Cristo y su sacrificio en la cruz resultan inútiles y sin sentido.

K ¿Quién era un «publicano»?

Por otro lado «Publicano» es el nombre que se daba en Israel a los recaudadores de los impuestos así como de los derechos aduaneros, con que Roma gravaba al pueblo. En ese tiempo eran los que entendían de finanzas y son presentados como ricos e injustos. Algunos de ellos abusaban de la gente y por eso eran odiados y «despreciados» ya que éstos eran obligados a entregar al gobierno de Roma una cantidad estipulada, pero el sistema se prestaba a obtener más de lo acordado y embolsarse así el restante.

Autores paganos, como Livio y Cicerón, señalan que los publicanos habían adquirido mala fama en sus días a causa de los referidos abusos. Los judíos que se prestaban para este trabajo tenían que alternar mucho con los gentiles y, lo que era peor, con los conquistadores; por eso se les tenía por inmundos ceremonialmente (ver Mt 18,17). Estaban excomulgados de las sinagogas y excluidos del trato normal; como consecuencia se veían obligados a buscar la compañía de personas de vida depravada, los «pecadores» (ver Mt 9,10-13; Lc 3,12ss; 15,1). 

Ellos son, justamente, la antítesis de los fariseos: son pecadores, y están conscientes de serlo, es decir, no presumen de «justos». Un exponente típico de este grupo es Zaqueo, jefe de los publicanos, descrito como «publicano y rico»; otro publicano es Mateo, de rango inferior que Zaqueo, a quien Jesús llama mientras está «sentado en el despacho de impuestos» (Mt 9,9). Para ambos el encuentro con Jesús fue la salvación.

K ¿Qué oración fue escuchada por el Señor?

En la parábola presentada por Jesús el publicano «se mantenía a distancia, no se atrevía a alzar los ojos al cielo y se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador!» La conclusión es que «éste bajó a su casa justificado y aquél no». Bajó justificado no por ser publicano, ni por ser injusto, sino por reconocerse pecador y perdido; él no ostenta su propia justicia ni confía en su esfuerzo personal; confía sólo en la misericordia de Dios e implora de Él la salvación. Reconoce así que la salvación es obra sólo de Dios, que Él la concede como un don gratuito, inalcanzable a las solas fuerzas humanas.

El fariseo, en cambio, volvió a su casa sin ser justificado, no porque ayunara y pagara el diezmo, no porque fuera una persona de bien -estas cosas es necesario hacerlas-, sino por creer que gracias a esto es ya justo ante Dios y Dios le debe la salvación que él se ha ganado con su propio esfuerzo. Para éstos Cristo no tiene lugar; ellos creen que se pueden salvar solos. A ellos se refiere Jesús cuando dice: «He venido a llamar no a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13).

J «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes»

Ahora podemos observar la ocasión que motivó esta enseñanza: «Jesús dijo esta parábola a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás». A éstos los resiste Dios porque son soberbios. «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (St 4,6; 1P 5,5). Éste es un axioma que describe las relaciones de Dios con el hombre. Dios creó al hombre para colmarlo de sus bienes y hacerlo feliz, sobre todo, con el don de su amistad y de su propia vida divina. Pero encuentra un solo obstáculo que la libertad del hombre le puede oponer: la soberbia. Cuando el hombre se pone ante Dios en la actitud de que él puede, con su propio esfuerzo, alcanzar la salvación, eso «bloquea» a Dios, aunque decir esto pueda parecer excesivo.

En su comentario a los Salmos, San Agustín hace una magnífica definición de quién es el soberbio: «¿Quién es el soberbio? El que no confiesa sus pecados ni hace peniten­cia, de manera que por la humildad pueda ser sanado. ¿Quién es el soberbio? El que atribuye a sí mismo aquel poco bien que parece hacer y niega que le venga de la misericordia de Dios. ¿Quién es el soberbio? El que, aunque atribuya a Dios el bien que hace, desprecia a los que no lo hacen y se exalta sobre ellos». El mismo San Agustín aplicando esta definición de la soberbia a la parábola del fariseo y el publicano, agrega: «Aquél era soberbio en su obras buenas; éste era humilde en sus obras malas. Pues bi­en, -¡observad bien hermanos!- más agradó a Dios la humildad en las obras malas que la sober­bia en las obras buenas. ¡Cuánto odia Dios a los sober­bios!». Tenerse por justo ante Dios no sólo es soberbia, sino una total insensatez.

J Dios, el Juez justo y bueno 

Algo que también impresiona en los textos litúrgicos de este Domingo, es que al decirnos la actitud de Dios ante el orante, subraya la de juez. No se excluye que Dios sea Padre, pero es un Padre que hace justicia. Hace justicia a quien eleva su oración con la actitud adecuada, como el publicano, y lo justifica; y hace justicia a quien ora con actitud impropia, como el fariseo, que sale del templo sin el perdón de Dios, porque, por lo visto, no lo necesitaba y quizás ni lo quería. Dios es un juez que no tiene acepción de personas, y por eso escucha con especial atención al frágil, al débil; que le suplica en su desdicha y dolor. Su oración «penetra hasta las nubes», es decir hasta allí donde Dios mismo tiene su morada.

Dios juzga al orante según sus parámetros de redentor, y no conforme a los parámetros del orante o de otros hombres. En la respuesta al orante Dios no actúa por capricho, sino para restablecer la «equidad», la justicia. Por eso, la corona que Pablo espera no es fruto del mérito personal, cuanto justicia de Dios para con él y para con todos los que son imitadores suyos en el servicio al Evangelio. La oración del justo, dice San Agustín, es la llave del cielo; la oración sube y la misericordia de Dios baja. 

+  Una palabra del Santo Padre:

«Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.

Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación».

Papa Francisco. Mensaje para la 88 Jornada Mundial de las Misiones 2014.



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. ¿Con qué actitud me aproximo al Señor, como la del fariseo o la del publicano?

2.  Leamos y meditemos el Salmo 32 (31): el reconocimiento del pecado obtiene la misericordia de Dios. 


3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2607-2619. 

ÁNGELES CON CUERPO DE ADULTOS Y EDAD CEREBRAL DE UN BEBÉ

Cuando comencé a trabajar mi amigo Josechu " el vasco " me invitó a inscribirme como colaborador de  ASESUBPRO perteneciendo desde entonces hace más de 40 años.

No he tenido ocasión de conocer el emplazamiento y actividades de ésta magnífica Obra hasta hoy en el que por la Providencia divina una tromba de agua nos impidió asistir  a un acto en la Sierra de Huelva lo que me facilitó acudir a la Jornada de Convivencia convocada en Olivares.

El impacto causado me acucia a plasmar la magnífica impresión .

De regreso meditaba  que las personas mayores asistidas  eran ANGÉLES CON CUERPO DE ADULTOS Y EDAD CEREBRAL DE UN BEBÉ a los que el Señor les tendrá reservado un lugar preferente en el Cielo.

En la Casa de Cristo Rey  por relacionar esta  expresión con la identificación de la calle en que habitan,  reina la paz, el amor, la  armonía y servicio; dicho Inmueble en su día estuvo habitado por la Hermanas de la Cruz, de la que se conserva la Capilla oratorio.









A través del tiempo han colaborado los frailes Franciscanos y el Padre Pozo hasta que por las circunstancias de normativa para estos Centros la Consejería de Obras Sociales de la Junta de Andalucía  integró a ASESUBPRO entre sus patrocinados.



A través de diversas reformas se ha llegado a poder contar con una instalación moderna en la que las habitaciones de las personas internas no les falta detalle:  sala de primeras asistencias sanitarias, comedor, salón de ayuda psicosomática.




Y todo con la atención de unas profesionales entregadas a su menester y sirviendo a la Casa como algo suyo.

¡ Que buena ocasión me Diste Señor hoy de vivir plenamente una Obra de Misericordia ¡

sábado, 15 de octubre de 2016

PASTORES SEGÚN MÍ CORAZÓN. Catequesis Vocacional del RVDO. P. ANTONIO PAVÍA (XIII)

13
Yo sé…

           Mediados de la década de los sesenta del siglo primero. Pablo sufre su segundo cautiverio en la cárcel Mamertina de Roma. Siente cercana su muerte. Si Francisco de Asís le dio a ésta el nombre de hermana, Pablo ve en ella el pórtico glorioso que, cual gran Chamberlan de la Corte, anuncia su entrada triunfal en el lugar preparado para él por su Señor, en el regazo del Padre (Jn 14,1-3).
El apóstol está orgulloso de su condena. No la lleva por malhechor, como diría Pedro (1P 4,15), sino por una locura, su loca pasión por Dios y por los hombres; pasión inmortal por el Evangelio que le lleva hacia sus hermanos más allá de toda prudencia. No, no se detiene a calcular su propio desgaste, pues considera que detenerse en eso no es más que pequeñeces de hombres simplones. Y es cierto. Cuando un hombre que ha sido llamado por Jesucristo a ser pastor se mira demasiado a sí mismo, hace tan resbaladizo el Evangelio que a ellos mismos se les escapa de las manos.
Pablo está prisionero a causa de Jesucristo, la misión que le ha confiado le ha llevado hasta allí. En definitiva, por pertenencia a quien, compadeciéndose de él, le llamó a la Luz; de ahí que se enorgullezca de ese su especial sello de identidad: “prisionero de Jesucristo”. Así y como enmarcando honoríficamente su título de prisionero del Señor, se dirige a los fieles de  Éfeso en los siguientes términos: “Por lo cual yo, Pablo, el prisionero de Cristo por vosotros los gentiles… si es que conocéis la misión de la gracia que Dios me concedió en orden a vosotros…” (Ef 3,1-2).
Cadenas, mazmorras, cautiverio, penalidades de todo tipo, y aun así Pablo manifiesta su gozo, su orgullo y su victoria. ¿Estará mal de la cabeza, como le insinuó el procurador Festo ante el rey Agripa? (Hch 26,24b). ¿Es un fanático que ha perdido el sentido objetivo de la realidad, o bien es un hombre muy entero que, tras vadear abismos y tinieblas propias de todo combate de la fe (1Tm 6,12), está ya con Dios? Motivos tenemos para creer en esta segunda posibilidad, y daremos fe de ello.
Sí, razones muy serias tenemos para argumentar nuestra convicción de que Pablo no es ni un soñador ni un fanático. Sus testimonios, confesiones de fe abundantes y profesados en condiciones que más que duras podríamos llamar inhumanas, -pensemos cómo serían las cárceles en la antigüedad- nos dan base real para valorar su gran equilibrio psicológico, su entereza y, por supuesto, su entrega amorosa a la grandeza de la misión recibida de su Maestro y Señor. Nada hay de subjetivo en el devenir de su vocación apostólica. Es un hombre profundamente apasionado por el Evangelio que predica; sin embargo, no vemos en él ninguno de los tics que manifiestan los “iluminados”. Repito, es un hombre de Dios, y en cuanto tal, equilibrado y entero.
Incomprendido muchas veces hasta por los suyos; desprestigiado, despreciado, perseguido y, por fin, encadenado. Con tanta carga que debería aplastarle el alma, no salimos de nuestro estupor al oírle cantar y proclamar su victoria. Nos acercamos a una de sus profesiones de fe tan bella como grandiosa. La analizaremos catequéticamente no sin preguntarnos una vez más cómo es posible que pueda caber tanto amor en el corazón y el alma de un simple mortal: “Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi confianza, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día” (2Tm 1,12).

El que me llamó está vivo…
Empezamos por decir que cuando Dios llama así, con tanto amor, –en realidad Él siempre llama derrochando amor- el corazón y el alma de la persona llamada está en fiesta, y el mundo también porque un río de gracia corre por pueblos y ciudades. La predicación del Evangelio no está muy asociada al saber académico, tiene que ver con el amor; éste fluye en cada palabra que proclama el anunciador, y, como fuego, prende en el corazón de los que le escuchan.
Preludio de lo que estamos diciendo lo encontramos en los dos discípulos de Emaús. Gélidos por el escepticismo estaban sus corazones cuando dieron el portazo y salieron de la Comunidad de Jerusalén; fuego ardiente cuando escucharon al Resucitado que, como Buen Pastor, se acercó a ellos. Recordemos lo que se dijeron el uno al otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).
No me avergüenzo -dice Pablo- de sufrir estas penalidades, porque son connaturales al ministerio de evangelización que el Señor Jesús me ha confiado. Cualquier persona puede llegar a avergonzarse de ser pecador, del daño infligido a los demás, de haber echado a perder por su egoísmo una amistad, etc., pero nunca a causa del sufrimiento inherente a su vivir abrazado al Evangelio de Jesús. Más aún, el mismo Hijo de Dios proclama y promete que toda injuria, calumnia o persecución por su causa es fuente de alegría; nos lo hace saber en la última Bienaventuranza. “…Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 5,11-12).
Alguien podría decir que vivir como un proscrito en espera de que esta promesa se cumpla no es muy atrayente, incluso se puede llegar a desarrollar una patología desequilibrante. Si fuese así, sin más, mirando, como quien dice, al futuro, podríamos aceptar esta objeción; sin embargo, no es así. Pablo no tiene su mente y su corazón puestos en el mañana sino en el hoy, por eso le oímos hablar en presente: Yo sé…
“Yo sé bien de quién me he fiado”, confiesa Pablo (2Tm 1-12b). No se apoya en nadie, en ningún hombre por muy santo o poderoso que sea, sino en su Señor a quien bien conoce; el que le reveló el Evangelio, auténtico Manantial por el que discurre el Misterio de Dios: “Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gá 1,11-12).
Pablo, en cuanto hombre, lleva a su plenitud la experiencia y confesión de fe de Job. Cuando hasta sus mejores amigos, que en un primer momento fueron a su encuentro con el fin de confortar su alma sometida a tan terrible prueba, terminan por acusarle considerándole casi como un maldito de Dios, Job encuentra su verdadero apoyo en Dios. Él mismo pone en su corazón y en sus labios una confesión de fe que preanuncia su victoria sobre el mal que se ha apoderado de él: “Yo sé que mi Defensor está vivo” (Jb 19,25a).

…y está pendiente de mí
Ya anteriormente había proclamado que su Defensor no sólo estaba vivo en el cielo,        –Morada de Dios- sino que se había erigido como testigo a su favor, lo que quiere decir que estaba al tanto y pendiente de todas y cada una de sus pruebas y sufrimientos: “Ahí arriba en los cielos está mi testigo, allá en lo alto está mi defensor” (Jb16,19). Jesucristo, el que sabe que, aunque sea abandonado por sus discípulos, -que de hecho le van a abandonar- nunca estará solo porque el Padre estará a su lado, es el “Yo sé en quién confío” por excelencia. Lo grande, lo enormemente grande, consiste en que sus discípulos pueden confesar su misma fe y confianza. Pablo lo hace y –repito- ya estaba profetizado en la figura mesiánica que es Job.
Yo sé, dice Pablo, en quién tengo puesta mi confianza. Está testificando en manos de quién ha confiado su vida. Si le dejáramos seguir hablando, nos diría: Mis enemigos creen tenerme en sus manos, mas no, Dios mío; es en las tuyas en las que vivo mi descanso. Pablo hace suya la confesión  del salmista a quien sus perseguidores dan ya por vencido: “Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo: ¡Tú eres mi Dios! En tus manos está mi destino, líbrame de las manos de mis enemigos y perseguidores” (Sl 31,15-16).
Sabemos que este salmista es figura de Jesucristo, en quien se cumplen plenamente las profecías y promesas del Antiguo Testamento. El Hijo de Dios hace realidad su confesión cuando ante los escarnios y burlas de los sumos sacerdotes, ancianos, escribas y, en general, de todo el pueblo que, agolpado al pie de la cruz, vociferaba su triunfo. Fue entonces cuando Jesús el Señor, majestuosamente, proclamó que no eran las manos de sus perseguidores las que tenían poder sobre Él, sino las de su Padre; de ahí que, en un último esfuerzo, gritó: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! (Lc 23,46).
Ya sé, dice Pablo, en quién tengo puesta mi confianza. Le damos la palabra y nos dirá que  también sabe que Jesucristo, anticipándose a su fidelidad, en un derroche de misericordia, le ha confiado su Evangelio (1Tm 1,11). Sí, me consideró digno de confianza y puso en mis manos su Misterio, su intimidad con el Padre, las riquezas infinitas de su Espíritu. Con todos estos dones, ¿no voy a confiar en Él? Claro que sí, sé quién es. Es difícil de entender, pero ha apostado por mí, ha dado vida a mi alma, a todo mi ser, y ha abierto mis labios para anunciar su Evangelio, el de la gracia y el perdón; me ha hecho pastor según su corazón.
Yo sé, claro que lo sé, lo tengo escrito a fuego en mi historia personal, pecados y negaciones incluidas. Él sabe de mis debilidades, al tiempo que yo sé de su Fuerza. Dicen que los contrarios se comprenden mejor; debe ser que sí, porque ¡ya no puedo vivir sin Él, sin anunciarle! Además no tengo miedo a nada ni a nadie porque me ha hecho depositario de sus palabras que son espíritu y vida (Jn 6,63).
A la luz de un testimonio tan elocuente como decisorio, podemos decir y testificar en su nombre, el de Pablo y el de todos los pastores según su corazón, que es imposible amar apasionadamente el Evangelio de Jesús sin amar con la misma pasión la evangelización. Ni un hombre es extraño a estos apasionados, primicias de lo inmortal, porque su pasión no muere jamás. Al encuentro de todos van porque a su encuentro fue el Señor Jesús –de mil maneras, como todos sabemos- y les selló con la inmortalidad de su Palabra. 



Lecturas de la Misa del Domingo de la Semana 29ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «¿Encontrará fe sobre la tierra?»



Lectura del Éxodo (17, 8-13): Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: «Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano». Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.

Salmo 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8: Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes: // ¿de dónde me vendrá el auxilio? // El auxilio me viene del Señor, // que hizo el cielo y la tierra. R./

No permitirá que resbale tu pie, // tu guardián no duerme; // no duerme ni reposa // el guardián de Israel. R./

El Señor te guarda a su sombra, // está a tu derecha; // de día el sol no te hará daño, // ni la luna de noche. R./

El Señor te guarda de todo mal, // él guarda tu alma; // el Señor guarda tus entradas y salidas, // ahora y por siempre. R./

Lectura de la segunda carta de San Pablo a Timoteo (3, 14 - 4,2): El hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena

Querido hermano: Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté equipado para toda obra buena.
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta, con toda magnanimidad y doctrina.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (18, 1-8): Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante el día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

«Jesús les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar sin desfallecer». El tema central de este Domingo lo leemos en el inicio de la lectura evangélica. La perseverancia en la oración es esencial para la vida cristiana y sin duda ya lo vemos en el Antiguo Testamento. Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesa durante todo el día de elevar las manos y el corazón a Yahveh para que los israelitas salgan vencedores sobre los amalecitas (Éxodo 17, 8-13). El mismo San Pablo nos recuerda la necesidad de «perseverar en lo que aprendiste y en lo que creíste» (segunda carta de San Pablo a Timoteo 3, 14 - 4,2). Así la viuda importuna de la parábola no se cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta (San Lucas 18, 1-8).


K Se les cansaron las manos...pero perseveraron

El antiguo relato del libro del Éxodo, probablemente yahvista, representa una tradición de las tribus del sur. Está unido al relato anterior donde brota agua de la roca habiendo acampado en Refidim. Los amalecitas eran un pueblo nómada que habitaba en la región de Négueb y Sinaí. Amalec, presentado, por Gn 36,12  como hijo de  Elifaz y nieto de Esaú[1], forma un pueblo muy antiguo (ver Nm 24,20). En el tiempo de los Jueces se asocian a los salteadores de Madián (ver Jue 3,13). Saúl los derrota, pero desobedece el mandato del profeta Samuel de no dar muerte al rey Agar (ver 1Sam 15). David los debilita de sobremanera (ver 1Sam 27,6-9) y finalmente un remanente de ellos fue destruido en los días del rey de Judá, Eze-quías (Ver 1Cr 4,42-43).

En el pasaje que leemos del Éxodo, el pueblo de Israel comandados por Josué gana su primera victoria militar a causa de la oración perseverante de Moisés y la protección de Yahveh. Comentando este pasaje San Agustín nos dice: «Venzamos también nosotros por medio de la Cruz del Señor, que era figurada en los brazos tendidos de Moisés, a Amalec, esto es, el demonio, que enfurecido sale al camino y se nos opone negándonos el paso para la tierra de promisión». Dios revelará a Moisés que en el futuro los amalecitas sufrirán el exterminio a causa de su pecado: «Escribe esto en un libro para que sirva de recuerdo, y haz saber a Josué que borraré por completo la memoria de Amalec de debajo de los cielos» (ver Ex 17, 14-16).

J La justicia de Dios

Según su método habitual, Jesús propone a sus oyentes una parábola, es decir, trata de aclarar un punto de su enseñanza por medio de una comparación tomada de la vida real con el fin de enseñar la perseverancia en la oración. Se trata de un juez inicuo[2] al cual una viuda venía con insistencia a pedir que se le hiciera justicia contra su adversario. El breve texto recalca dos veces que el juez «no temía a Dios ni respetaba a los hombres»; pero al final, para que la viuda no lo molestara más y no viniera continuamente a importunarlo, decide hacerle justicia; para «sacársela de encima», como suele popularmente decirse. Todos los oyentes están obligados a reconocer: «Es verdad que ese modo de proceder del juez se da entre los hombres». La conclusión es de la más extrema evidencia que se puede imaginar: si el juez, que es injusto y a quien ni Dios ni los hombres le importan, se ve vencido por la insistencia de la viuda; ¿cómo actuará el Justo Dios con nosotros?

Pero ¿qué quiere enseñar Jesús con esto? Aquí se produce el paso de ese hecho de la vida real a una verdad revelada. Ese paso lo explica el mismo Jesús: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justi­cia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche, y les hará esperar? Os digo que les hará justicia pronto». Es una comparación audaz que actúa por contraste. En realidad, parece haber dos temas que están como entremez­clados. El primero es el de «la justicia de Dios». El juez tramitaba a la viuda y no le hacía justicia porque era injus­to; Dios es justo y hará pronto justicia a sus elegi­dos. Este es el tema que corresponde mejor al contexto. Jesús está hablan­do de la venida del «Hijo del hom­bre» y dice: «El día en que el Hijo del hombre se manifieste, sucederá como en los días de Noé» (Lc 17,26ss). Pues bien, en esos días toda la tierra estaba corrompida y el juicio de Dios actuó por medio del diluvio, haciendo perecer a todos; pero salvó por medio del arca a sus elegidos: a Noé y su fami­lia.

J «El Hijo del hombre»

El segundo tema se refiere al título de «Hijo del hombre», que Jesús usaba para hablar de sí mismo (aparece más de noventa veces en el Evangelio). Jesús toma este enigmático título de la visión del profeta Daniel: «He aquí que en las nubes del cielo venía uno como Hijo de hombre... se le dio imperio, honor y reino... su imperio es un imperio eterno que nunca pasará y su reino no será destruido jamás» (Dan 7,13-14). Este título se lo apropia Jesús sobre todo en el contexto del juicio final, cuando Dios hará justicia. En efecto, ante el Sanedrín, el tribunal del cual Él mismo fue víctima inocente, Jesús declara: «Yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64). Sin duda está aludiendo a la visión de Daniel antes mencionada. Y la conocida escena del juicio final del Evangelio de San Mateo la presenta con esas mismas imágenes: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acom­pañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las nacio­nes, y Él separará los unos de los otros como el pastor separa a las ovejas de los cabritos... E irán éstos a un castigo eterno y los justos a una vida eterna» (Mt 25,31­ss).

Dios hará justicia a sus elegidos. El Elegido de Dios es Jesús mismo. Él fue condenado injustamente por jueces inicuos y sometido a muerte; pero Dios lo declaró justo resucitándolo de los muertos. Es lo que dice la primera predicación cristiana: «Vosotros los matasteis, clavándolo en la cruz... pero Dios lo resucitó» (Hech 2,23-24). Los elegidos de Dios, a quienes hará justicia prontamente, son los que creen en Jesús: «Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna y yo lo resucite el último día» (Jn 6,40).

K «Cuando venga... ¿encontrará fe sobre la tierra?»

Por eso la lectura de hoy concluye con la pregunta muy fuerte: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?» Es una pregunta que cada uno debe responder examinando su propia vida. Jesús pregunta esto porque el único obstáculo que puede frustrar la pron­titud de Dios, es que no encuentre esos elegidos a quienes dar la recompensa, porque no encuentre fe sobre la tierra. Justamente este mismo criterio lo leemos en el documento de trabajo de los obispos latinoamericanos reunidos en Santo Domingo cuando dicen: «La falta de coherencia entre la fe que se profesa y la vida cotidiana es una de las causas que genera pobreza en nuestros países, porque la fe no ha tenido la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones...» (n. 473).

Efectivamente la verdadera respuesta ante tantas situaciones de injusticias, pobreza extrema, corrupción, terrorismo, drogas, etc.; que sufren nuestros países latinoamericanos está en la falta de coherencia entre la fe que profesamos y nuestra vida cotidiana. Esa fe que es viva y que debería darse a conocer en nuestros criterios, en nuestra conducta y en nuestras decisiones diarias. ¿Dónde podemos encontrar los criterios que necesitamos para nuestro actuar? San Pablo nos responde claramente en la Segunda Lectura.

J Orar sin desfallecer

El Evangelista San Lucas en la introducción a la parábola pone de relieve la lección transmitida: «... era preciso orar siempre, sin desfalle­cer». En efecto, en la parábola y su aplicación son llamativos los términos que tienen que ver con la perseve­rancia: «durante mucho tiempo... que no venga continuamen­te a importunarme... clamando día y noche... ¿les hará esperar?». La enseñanza de la parábola, desde este punto de vista, es la perseverancia en la oración: si el juez se dejó mover por la insis­tencia, ¡cuánto más Dios escuchará a sus elegidos que claman a Él día y noche! En este caso, para ser escu­chados prontamente por Dios hay que cumplir dos condicio­nes: contarse entre los elegidos de Dios por la semejanza con su Hijo Jesucristo y clamar a Él «día y noche». Santa Teresa del Niño Jesús, en medio de las pruebas que pasaba, escribía a su hermana Inés: «Antes se cansará Dios de hacerme esperar, que yo de esperarlo» (Carta del 4 de mayo de 1890).

K ¿Dónde alimentar mi fe?

En la Segunda Lectura, San Pablo recuerda a su discípulo Timoteo que «toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la virtud». Porque la Sagrada Escritura nos da la «sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación». Esta fe se consolida, profundiza y aumenta cuando se vive de acuerdo a los criterios evangélicos que leemos en las Sagradas Escrituras.  Timoteo, el «temeroso de Dios», era hijo de padre pagano y madre judía (ver Hch 6,1), fue fiel discípulo de Pablo, compañero suyo en los viajes segundo y tercero, colaborador muy estimado (ver Flp 2, 19-23) a quien encomendó misiones muy especiales en diversas Iglesias (Ver Hch 17, 14-16; 18, 5; 1 Cor 4, 17; 2 Cor 1,19; 1Tm 3,6). Estuvo junto con Pablo en la primera cautividad y fue obispo de Éfeso.

+  Una palabra del Santo Padre:

«Jesús invita a orar sin cesar, relatando la parábola de la viuda que pide con insistencia a un juez inicuo que se le haga justicia. De este modo, Dios hace y hará justicia a sus elegidos, que gritan día y noche hacia Él, como sucedió con Israel guiado por Moisés fuera de Egipto.

Cuando Moisés clama le dice: "He sentido el llanto, el lamento de mi pueblo". El Señor escucha. Y allí hemos escuchado lo que hizo el Señor, esa Palabra omnipotente: "Del Cielo viene como un guerrero implacable".
Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: Toda la creación fue modelada de nuevo en la propia naturaleza como antes. El Mar Rojo se convierte en un camino sin obstáculos… y aquellos a los que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo.
La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil con respecto a la oración de su pueblo

El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios está en la Encarnación del Verbo. El trabajo de todos los sacerdotes es precisamente llamar al corazón de Dios, rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios. Y los canónigos de San Petro, precisamente en la Basílica más cercana al Papa, a donde llegan todas las oraciones del mundo, recogen estas oraciones y las presentan al Señor: este es un servicio universal, un servicio de la Iglesia.

Ustedes, Obispos, Cardenales, Sacerdotes y religiosos consagrados, son como la viuda: rezar, pedir, llamar al corazón de Dios, cada día. Y la viuda no se adormecía jamás cuando hacía esto, era valerosa. Y el Señor escucha la oración de su pueblo. Ustedes son representantes privilegiados del pueblo de Dios en esta tarea de rezar al Señor, por tantas necesidades de las Iglesia, de la humanidad, de todos. Les agradezco este trabajo.

Recordemos siempre que Dios tiene fuerza, cuando él quiere que cambie todo. "Todo fue modelado de nuevo", dice. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración...».

Papa Francisco. Santa Marta 16 de noviembre de 2015.






' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Hay que orar «sin desfallecer», es decir hay que perseverar en la oración aunque parezca que no obtenemos el  resultado esperado. ¿Será que sabemos pedir lo que nos conviene? ¿Cómo está mi vida de oración? ¿Soy constante en ella?

2. ¿Vivo de acuerdo a mi fe? ¿Soy coherente con la fe que profeso? ¿Cuál es mi respuesta personal a la pregunta que Jesús lanza: «encontrará la fe sobre la tierra»?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2566 - 2594.






[1] Esaú: hermano gemelo de Jacob pero nació  antes que él. Hijo de Isaac y Rebeca. Se hizo cazador y se preocupó tan poco de las promesas de Dios, que un día al llegar a su casa hambriento «vendió» a Jacob por un plato de lentejas su derecho de primogenitura. Cuando Isaac se enteró del ardid de Jacob para lograr su bendición, éste se marchó de casa. Esaú se asentó en la zona que queda en torno al monte Seír y se enriqueció. Cuando los dos hermanos se volvieron a encontrar, Esaú acogió calurosamente a su hermano. Esaú volvió a Seír  y fundó la nación de Edom, mientras de Jacob regresó a Canaám. Pero entre los descendientes de ambos siempre hubo constantes problemas.  
[2] Inicuo, cua. (Del lat. iniqŭus). Contrario a la equidad. Malvado, injusto. 

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Documento facilitado por JUAN R. PULIDO, Presidente Diocesano de Toledo