sábado, 27 de marzo de 2010

MENSAJE DE NUESTRO ARZOBISPO CON MOTIVO DE LA SEMANA SANTA

Queridos hermanos y hermanas:

Con la solemne bendición de los ramos iniciamos en este domingo la Semana Santa del año 2010.

Nuestra Madre la Iglesia nos invita a entrar de lleno en los misterios que constituyen el corazón de nuestra fe, a seguir de cerca al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén, a penetrarnos de los sentimientos de Cristo, que intuye las negras maquinaciones del sanedrín judío y la cobardía cómplice de las autoridades romanas.

La Iglesia nos invita a vivir con el Señor la intimidad de la última Cena, la angustia del prendimiento, el dolor acerbo de la flagelación, la coronación de espinas y el camino hacia el Calvario, la soledad y el abandono del Padre en el árbol de la Cruz y también la alegría inefable de su resurrección en la mañana de Pascua florida.

Al revivir un año más los misterios centrales de nuestra fe, la Iglesia busca implicarnos en el drama de la Pasión del Señor.

No huyáis de él como hicieron cobardemente los Apóstoles. No os excluyáis de él como quienes ven pasar a Jesús con indiferencia por la Vía Dolorosa o se contentan con contemplar con curiosidad el espectáculo de la Cruz.

Es más que probable que muchos conciudadanos nuestros, también en este año, fingirán no enterarse de la epopeya renovada de la Pasión del Señor, como tantos contemporáneos de Jesús se vendaron los ojos y se taparon los oídos para no comprometerse en el acontecimiento cumbre de la historia de la humanidad.

Otros, sin embargo, -Dios quiera que nosotros nos contemos entre ellos- procurarán vivir en el silencio, la oración y el calor de la liturgia esta nueva Pascua del Señor, es decir, el nuevo paso del Señor junto a nosotros.

En el momento cumbre de la historia de la humanidad, junto a la Verónica y las mujeres de Jerusalén, hay dos personajes que viven con hondura suprema la Pasión del Señor: su madre, la Santísima Virgen, y al Apóstol San Juan.

Ellos nos marcan las únicas actitudes posibles en la vivencia intensa de la Pasión en este año 2010. Ellos no huyen ni se esconden, ni se limitan a contemplar pasivamente el drama del Calvario.

Unidos al corazón del Cristo doliente, le acompañan en su Viacrucis y permanecen valientemente en pie junto a la Cruz del Cristo agonizante.

Que ellos, María y Juan, nos alienten y acompañen en nuestra inmersión intensa, cálida y comprometida en los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

Entre los dos Domingos de triunfo, el de Ramos y el de Pascua, ocurre la epopeya grandiosa de la Pasión, en la que Jesús nos lo da todo: su cuerpo y su sangre hasta la última gota, que quedan para siempre entre nosotros en el sacramento de la Cena.

Nos deja también su testamento y el mandamiento nuevo del amor y del servicio. Nos entrega además a su Madre como Madre nuestra y nos da por fin su vida entera. Le quedaba sólo su espíritu y, antes de morir, lo pone en manos del Padre, para que se lo devuelva a los tres días en la madrugada de la Pascua florida.

Este es, queridos hermanos y hermanas, el gran misterio que en esta Semana Santa estamos invitados a vivir en actitud contemplativa, participando en las celebraciones litúrgicas de nuestras parroquias.

Qué bueno sería que previamente nos preparáramos reconciliándonos con Dios y con nuestros hermanos en el sacramento de la penitencia, sacramento del perdón, de la paz y de la alegría.

Que en estos días, busquemos espacios amplios para la oración y el silencio, para agradecer al Señor su inmolación voluntaria por nosotros y el sacramento de su cuerpo y de su sangre.

Acompañemos también al Señor con recogimiento y sentido penitencial en las hermosas procesiones de nuestros pueblos y ciudades, que primariamente son actos de piedad, de catequesis y evangelización, y también llamada a la conversión.

Participemos en ellas con emoción, pero como complemento de una participación previa, activa y gozosa en las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual, que son el memorial de la Pascua del Señor.

Vamos a vivir un año más la Pascua, el paso del Señor de este mundo al Padre, que es al mismo tiempo el paso del Señor junto a nosotros, a la vera de nuestra vida, para transformarla, infundirle su hálito, recrearla, humanizarla y convertirla.

El Señor está llamando ya a nuestra puerta. Abrámosle de par en par, de modo que quien resucita para la Iglesia y para el mundo en la Pascua florida, resucite también en nuestros corazones y en nuestras vidas. Sólo así experimentaremos la verdadera alegría de la Pascua.

Este es mi deseo para todos para todos los cristianos de la Archidiócesis en los umbrales de la Semana mayor.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo PelegrinaArzobispo de Sevilla

SONETO EN LA NOCHE ADORADORA

Nuestro amigo Emilio, desde Salamanca nos remite el Soneto ante el Santísimo, inspirado en la noche de su Vigilia:

EN LA NOCHE CALLADA (durante la Vigilia de Adoración Nocturna, y en plena noche, escribo estos versos)
Ante mi Dios postrado, en la noche callada….

¡Mi Señor se ha quedado, por mi, sacramentado,

Espera mi presencia, como el novio a su amada,

Y quiere, en largas horas, por mi, ser adorado!...

Después, saludaremos Contigo, la alborada…

Mientras los hombres duermen, ante Ti,

arrodillado, Te rezo humildemente, tras la dura jornada,

Y me acojo a tus brazos, amante y confiado.

Que tu cuerpo y tu sangre, me sirvan de alimento,

Viático y consuelo en el arduo camino,

Sean la paz en mi alma, para cada momento

Y serena acogida en mi final destino….

¡Bendito seas, por siempre, divino Sacramento,

Regalo generoso del pobre peregrino!...

EMILIO CORONA
Adorador Nocturno - Salamanca - España
26 Marzo 2010

jueves, 4 de marzo de 2010

TEMA DE REFLEXIÓN PARA EL mes de MARZO

ENCUENTROS CON CRISTO EUCARISTÍA

Marzo de 2010.
III.- Lo que te pidió el ladrón, también te ruego..

En la Cruz se ocultó Creo que eres Dios y
la Divinidad. Hombre verdadero.
Aquí, también la Humanidad Lo que te pidió el ladrón
desaparece. También te ruego.

Cristo quiere que le tratemos, que le amemos, que nos dirijamos a Él, que en Él pensemos. Con la Fe le reconocemos como Dios y hombre verdadero. Con la luz de nuestra inteligencia quiere que le conozcamos también como hombre.


Ante el Sagrario revivimos toda la vida de Jesucristo y, ahora, especialmente, su Pasión, y la vivimos con los ojos inundados de la luz de la Resurrección.

No vemos al Señor como lo contempló la Virgen María; cómo lo vieron los apóstoles y quienes acompañaron a Jesús y a los dos ladrones, que iban a ser crucificados con Él, en el primer Vía Crucis de la historia.


No le vemos caer, y levantarse exhausto. No le vemos tambalearse ante el peso de la Cruz, no le acompañamos cuando hace un alto en su caminar y escucha la queja sufrida de las mujeres de Jerusalén; ni en el encuentro consolador con su Madre Santa María.


Ellos no descubrieron durante la Pasión, en Cristo cargado con la Cruz, ninguna señal de su Divinidad. Vieron sólo su Humanidad herida, sufriente, torturada, maltratada.


Nosotros no tenemos delante de nuestros ojos ni la Humanidad ni la Divinidad. Creemos en su Humanidad y en su Divinidad, porque nuestra Fe nos dice que en el Sagrario está Cristo Resucitado.


Creyendo en la Pasión, en la Muerte, en la Resurrección redentoras de Cristo, contemplamos en la Eucaristía, en el Sagrario, el mismo Cristo en quien descansó su mirada el Buen Ladrón; y como él, nos dirigimos a Cristo.


“Ladrón arrepentido”. Dimas se liberó de sus pecados, y su espíritu descubrió la libertad de amar a Cristo, de adorarle.


¿Qué sale de nuestro corazón cuando nos arrodillamos ante Cristo en el Sagrario? ¿Qué decimos cuando queremos “pedir” lo que pidió el Buen Ladrón?


La pedimos arrepentirnos de nuestros pecados, de nuestras faltas, de nuestras miserias, para verle con ojos más limpios, más abiertos a su Luz.


Le rogamos que nos deje acompañarle a llevar la cruz, como hizo Simón de Cirene, sufriendo por Su nombre tantas ofensas, y tantos desamores, como recibe en el Sagrario.

Le pedimos que nos enseñe a amarle con la delicadeza, y la valentía, con las que le cuidó la Verónica.

Le rogamos que lleguemos a contemplarle con los ojos del Centurión, y que con el Centurión, renovada nuestra Fe ante la Cruz y ante el Crucificado muerto, le digamos: “Este es verdaderamente el Hijos de Dios”

Y entonces descubriremos la alegría del Buen Ladrón de estar junto a la Cruz de Jesús, y de pedirle lo que él le pidió.

“Acuérdate de mi cuando estés en tu reino”

Le pidió morir y resucitar. Y oyó de Cristo estas palabras: “Hoy, estarás conmigo en el paraíso”-
Ante el Sagrario, adorando a Cristo, nos arrepentimos de nuestros pecados, y morimos al pecado.

Y gozamos de la Resurrección de Jesús, recibiendo su perdón en el Sacramento de la Reconciliación.

Y nuestra Esperanza vive de las mismas raíces de Resurrección de la Cruz de Cristo.
* * * * * *
Cuestionario.-

-¿La adoración de la Eucaristía me mueve a pedir perdón por mis pecados en el Sacramento de la Reconciliación?

-¿Se expresar ante el Sagrario las alegrías y las penas; darle gracias por los bienes que recibo, y pedir con confianza lo que necesito para mi alma y para mi cuerpo?

-¿Me acerco a visitar al Señor en una iglesia, aunque a veces me cueste esfuerzo y sacrificio?