viernes, 30 de noviembre de 2018

Domingo de la Semana 1ª del Tiempo de Adviento. Ciclo C – 2 de diciembre de 2018 «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo»

«SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN.

… ESTAD EN VELA, PUES.»


(Lc 21)

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Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.

Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.

Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de Madre,
y reúne a sus hijos en vela,
para juntos poder esperarte.

Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.

(L.H.)

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Lectura del profeta Jeremías (33, 14-16): Suscitaré a David un vástago legítimo.

Mirad que llegan días -oráculo del Señor-, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: «Señor -nuestra- justicia».

Salmo 24,4bc-5ab.8-9.10.14: A ti, Señor, levanto mi alma. R./

Señor, enséñame tus caminos, // instrúyeme en tus sendas, // haz que camine con lealtad; // enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R./

El Señor es bueno y recto, // y enseña el camino a los pecadores; // hace caminar a los humildes con rectitud, // enseña su camino a los humildes. R./

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, // para los que guardan su alianza y sus mandatos. // El Señor se confía con sus fieles // y les da a conocer su alianza. R./

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses (3, 12- 4,2): Que el Señor os fortalezca internamente, para cuando Jesús vuelva.

Hermanos: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre. En fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (21, 25-28.34-36): Se acerca vuestra liberación.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Con el primer Domingo de Adviento iniciamos un nuevo año litúrgico (ciclo C). El Adviento es el tiempo que nos hace vivir la venida de Cristo y nos recuerda que estamos en la «plenitud de los tiempos» . El primer Domingo de Adviento en los tres ciclos litúrgicos pone ante nuestros ojos la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, y así se relaciona con los últimos Domingos del año, en que meditábamos sobre el fin de la historia y su recapitulación en Jesucristo. «Vienen días», leemos en la Primera Lectura, «en que haré brotar para David un Germen justo». Jesús, en el discurso escatológico de San Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. En la primera carta a los Tesalonicenses, San Pablo les exhorta a estar preparados para la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos.

 «Motusin finemvelocior»

El tiempo parece adquirir mayor celeridad a medida que pasan los años. Es opinión común que el correr del tiempo lo percibe más claramente un adulto o un anciano que un niño. En ciertos momentos en que las circunstancias obligan a recapacitar sobre el tiempo, por ejemplo, cuando recurre el aniversario de un hecho, es frecuente escuchar a las personas mayores decir: «Parece que fue ayer cuando ocurrió ese hecho». Es porque cuando falta poco para llegar al fin de una cosa el movimiento parece precipitarse hacia él. Esto lo expresaba magistralmente Santo Tomás de Aquino en una de sus frases lapidarias: «Motus in finemvelocior» (el movimiento en la proximidad del fin se hace más veloz). En estos últimos años, en el espacio de nuestra vida, los cambios en el mundo se han vuelto vertiginosos. Ya casi no se puede imaginar una velocidad mayor. Es oportuno pensar en la aceleración que precede al fin.

Justamente el Evangelio nos indica las «señales» que anticiparán ese fin: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas... morirán los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas». Podemos decir: no sólo sacudidas, sino que pasarán. Entonces ocurrirá el hecho asombroso: «Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran fuerza y gloria». Vendrá una fuerza mayor que las fuerzas de los cielos. Es la Parusía , la venida final de Cristo. Este hecho será horroroso para unos, y será gozoso para otros. Entre éstos últimos se cuentan los apóstoles y los que creen en Jesús y lo aman. A éstos les dice: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación (redención)». El hombre, aun el más fiel a Dios, vive herido por el pecado y sometido a diversas influencias y poderes terrenos. Entonces será liberado y podrá vivir plenamente en la libertad de los hijos de Dios. Todo esto ocurrirá cuando vuelva Cristo, cuya venida anhelamos con intenso amor. El tiempo de Adviento tiene la finalidad de mantener viva esta esperan¬za.

El Señor indica en seguida cuál debe ser el espíri¬tu en que hay que vivir el Adviento. Todo debe estar marcado por la expectativa de Cristo. Por eso advierte: «Que no se hagan pesados vuestros corazones». Y enumera tres cosas que distraen de la espera del Señor: «el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida». Quien vive en el libertinaje, en la disolución de las costumbres y en la promiscuidad sexual, quien vive enajenado por el alcohol, la droga, la pornografía o cualquier otra adicción, quien vive preocupado por adquirir siempre más bienes de esta tierra encandilado por el espejismo del consumismo y de los negocios de este mundo, está distraído y no espera la venida del Señor. Sobre éstos «vendrá el Día de improviso, como un lazo, porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra». Jesús habla de un momento de la historia, un momento preciso que vendrá y que Él llama simplemente «el Día». Ese Día tiene una sola característica cronológica cierta: ¡está cada vez más cerca!

Por eso Jesús propone otra serie de advertencias, esta vez en modo positivo: «estad en vela, orando en todo momento». Esta es la actitud propia del Adviento. El tiempo del Adviento debe ser un tiempo de penitencia y de sobriedad en el uso de los bienes de este mundo para que no nos distraigan con su engañador brillo y se vuelva pesado nuestro corazón. Debe ser un tiempo de oración en que digamos constantemente a Cristo: «¡Ven, Señor Jesús!». Jesús no se contenta con recomendarnos la oración en algunos momentos del día, sino «en todo momento». El Adviento debe despertar en nosotros esta expec-tativa con respecto a Cristo y a su venida. Si lo espera¬mos de esta manera -nos dice Jesús- «podréis estar en pie delante del Hijo del hombre».

 «El amor de unos con otros»

Termina San Pablo su primera carta a los hermanos de Tesalónica con una reiterada acción de gracias, un deseo y una súplica. Acción de gracias porque está completamente seguro de que las buenas noticias que le han hecho vivir de nuevo no serían tales sin la intervención de Dios. Un deseo ardiente de volver a verlos porque, a pesar de que la comunidad se mantiene en la fe y progresa en el amor, resta aún mucha tarea por hacer. Y una súplica en la que San Pablo, ya desde su primera carta, quiere dejar bien claro cuál es lo más importante en la vida cristiana: no otra cosa sino «progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros».

Para Pablo le queda absolutamente claro que ese amor bebe directamente del amor de Jesús por nosotros. Un amor desinteresado, comprometido y práctico que no suponga en ningún caso una huida de los problemas concretos del mundo presente, sino que los asuma plenamente. Es, en última instancia, el amor vivido en obras (ver Mt 25,31-46) y que en el día del encuentro final se constituirá en juez único e inapelable del hombre y de la historia. Solamente la sobreabundancia del amor fraterno podrá hacer fuerte «el corazón» de aquellos que serán encontrados santos e irreprochables (intachables, impecables, probos, limpios) ante Dios.

 Memoria y profecía

Estas dos palabras, sintetizan toda la concepción cristiana del tiempo y de la historia. Cuando habla de tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del Evangelio según San Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su Pasión, Muerte y Resurrección ha inaugurado los últimos tiempos, del que los cristianos participan ya en cierta manera.

Pero los cristianos no somos hombres del pasado. Desde la vida presente echamos también una mirada hacia el futuro, ese futuro encerrado en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (Resucitado) y degollado (Pasión y Muerte) puede abrir y leer (ver Ap. 5). ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). Desde una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo, el Hijo del hombre, que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor.

 Una palabra del Santo Padre:

«Entre nosotros, por lo general, existe un modo erróneo de mirar la muerte. La muerte nos atañe a todos, y nos interroga de modo profundo, especialmente cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, a los indefensos, de una manera que nos resulta «escandalosa». A mí siempre me ha impresionado la pregunta: ¿por qué sufren los niños?, ¿por qué mueren los niños? Si se la entiende como el final de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que quebranta cada sueño, cada perspectiva, que rompe toda relación e interrumpe todo camino. Esto sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo cerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiese. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse casualmente en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero existe también un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para los propios intereses y vivir sólo para las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión errónea de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla o banalizarla, para que no nos cause miedo.

Pero a esta falsa solución se rebela el «corazón» del hombre, el deseo que todos nosotros tenemos de infinito, la nostalgia que todos nosotros tenemos de lo eterno. Entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando hemos perdido una persona querida —los padres, un hermano, una hermana, un cónyuge, un hijo, un amigo—, nos damos cuenta que, incluso en el drama de la pérdida, incluso desgarrados por la separación, sube desde el corazón la convicción de que no puede acabarse todo, que el bien dado y recibido no fue inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte.

Esta sed de vida encontró su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad incluso el paso de la muerte. La Iglesia, en efecto, reza: «Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura». Es ésta una hermosa oración de la Iglesia. Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue un camino con el Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, estaré preparado para aceptar el momento último de mi vida terrena como el definitivo abandono confiado en sus manos acogedoras, a la espera de contemplar cara a cara su rostro. Esto es lo más hermoso que nos puede suceder: contemplar cara a cara el rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vayamos hasta este punto: contemplar al Señor.

En este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado también para preparar la otra vida, la vida con el Padre celestial. Y por ello existe una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Cómo se está cerca de Jesús? Con la oración, los sacramentos y también c0n la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme... Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 35-36.40). Por lo tanto, una vía segura es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la participación fraterna, hacernos cargo de las llagas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad al compartir el dolor e infundir esperanza es prólogo y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme la muerte. Pensad bien en esto: ¡quien practica la misericordia no teme la muerte! ¿Estáis de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo».

Papa Francisco. Audiencia general. Miércoles 27 de noviembre de 2013.


 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Leamos y meditemos: «Los que aman a Dios se regocijan al ver llegar el fin del mundo, porque encontrarán pronto aquella patria que aman, cuando haya pasado aquel mundo al que no se sienten apegados. Quiera Dios que ningún fiel que desea ver a Dios se queje de las pruebas de este mundo, ya que no ignora la caducidad de este mundo. En efecto, está escrito: “El que ama a este mundo es enemigo de Dios”. Aquel, pues, que no se alegra de ver llegar el fin de este mundo es su amigo y, por lo tanto, enemigo de Dios», San Gregorio Magno.

2. ¿Cómo voy a vivir mi Adviento? El Señor me invita a rezar ¿Cómo puedo mejorar la vida de oración en mi familia? Pongamos medios concretos y sencillos: rezar antes de ingerir los alimentos, rezar el rosario, rezar en las mañanas, etc.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1817 - 1821. 2730. 2733. 2848 - 2849.

Texto facilitado por J.R. PULIDO, Toledo

Fotografía. Visión frontal del altar mayor de la Iglesia de San Buenaventura, de los Franciscanos O.M. en Sevilla,¡; foto cameso





viernes, 23 de noviembre de 2018

Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo B – 25 de noviembre de 2018 «Sí, como dices, soy Rey»


«LA REALEZA DE JESUCRISTO EN ESTE MUNDO,

ESTÁ MARCADA POR LA CRUZ.»

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Dime quién eres tú.
¿Acaso fuiste un hombre?
¡Qué grande fue tu vida en este suelo!,
en un abrazo uniste tierra y cielo
llevándonos a Dios en raudo vuelo
como el mejor pastor.


Dime quién eres tú.
¿Eres el creador?
Si eres Dios, es tan grande tu bondad
que te hiciste hombre, humilde en tu deidad,
y has venido a legarnos la verdad
en un dulce fervor.





Lectura del libro de Daniel (7, 13-14): Su dominio es eterno y no pasa.

Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Salmo 92,1ab.1c-2.5: El Señor reina, vestido de majestad. R./

El Señor reina, vestido de majestad, // el Señor, vestido y ceñido de poder. R./

Así está firme el orbe y no vacila. // Tu trono está firme desde siempre, // y tú eres eterno. R./

Tus mandatos son fieles y seguros; // la santidad es el adorno de tu casa, // Señor, por días sin tér-mino. R./

Lectura del libro del Apocalipsis (1, 5-8): El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.

Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el prín-cipe de los reyes de la tierra.
Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén.
Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (18, 33b-37): Tú lo dices: soy rey.

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?» Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Con la solemnidad de Jesucristo Rey del universo concluye nuestro año litúrgico. Así esta celebración, que exalta a Cristo como Señor del tiempo y del espacio es una recapitu¬la¬ción de todo el misterio cristiano que durante el año hemos contemplado y celebrado, en sus distintos aspec¬tos: Adviento, Navidad, Cua-resma, Pascua, tiempo ordinario y solemnidades especia¬les.

En este día, como punto culminante del año, contem¬plamos a Jesucristo en su condi¬ción de Rey de re-yes, y Señor de señores. Esta realeza ya la vemos prefigurada en el texto del profeta Daniel: «Le dieron poder, honor y reino... su reino no será destruido» (Primera Lectura). En el Evangelio la realeza de Jesús viene afirmada en términos categóricos: «Pilatos le dijo: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Sí, como dices, soy Rey». La Segunda Lectura, tomada del libro del Apocalipsis, confirma y canta la realeza de Je-sús por toda la eternidad: «A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén».

 «Un hijo de hombre»

La lectura del profeta Daniel se da en el contexto de «sueños y visiones» (Dn 7, 1) sobre el juicio de Dios sobre los hombres. Dios es representado como un solemne Anciano de vestidura blanca. Es difícil precisar el origen de esta imagen de Dios como un «viejo juez»; posiblemente encuentre antecedentes en algunas expresiones usadas para referirse al contraste que existe entre la caducidad de la vida del hombre y la perennidad de Dios (ver Sal 102,25-26; Is 41,2-4; Job 36,26). Daniel describe la apertura de la sesión indicando que «los libros se abrieron». Imagen del Antiguo Testamento que suele referirse a todos aquellos que tendrán acceso a la vida eterna (ver Dn 12,1; Éx 32,32-33; Sal 69,29; 139,16; 1 Sm 25,29). Entonces cuando todos esperan la proclamación solemne de la sentencia del Anciano, inesperadamente Daniel pasa a relatar el terrible destino de las bestias que se someten al designio divino.

La segunda parte de la visión es muy importante ya que hace referencia a «alguien semejante a un Hijo de hombre (que) viene entre las nubes del cielo». El origen y la actividad de este misterioso personaje es trascendente (ver Éx 13,21; 19,9; 1 Re 8,10; Is 19,1; Nah 1,3; Sal 18,10) y, presentado ante el Anciano, recibe un reino eterno cuyo dominio es universal. La contraposición entre el origen de las bestias que surgen del mar y el hijo del hombre que viene del cielo es clara así como las acciones del Anciano en relación a ambos: uno es arrojado al fuego, el otro es eternamente bendecido. Esta sección del sueño de Daniel en-cuentra su paralelo en la piedra del sueño de Nabucodonosor que, después de haber destruido la estatua, se convierte en una montaña que llena toda la tierra (Dn 2,35.44-45a) ya que «Dios hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará a otro pueblo» (Dn 2, 44).

 «Yo soy el Alfa y la Omega»

El libro del Apocalipsis de San Juan se inicia con un diálogo litúrgico entre el lector y la comunidad cris-tiana. Bajo la mención de las siete iglesias de Asia es preciso considerar la universalidad de la Iglesia, aquí vista idealmente en el simbólico número de siete, que indica plenitud. A toda la Iglesia cristiana, pues, se dirige este saludo. En el saludo inicial podemos distinguir el misterio de Dios, como Trinidad Santa. Dios Padre es considerado como «El que es, El que era y El que está a punto de llegar»; es decir es el Dueño y Señor de la historia. Los siete espíritus no denotan siete ángeles sino la presencia viva del Espíritu Santo: un solo Espíritu en su realidad personal y esencial.

Jesucristo es recordado con tres atributos principales, que provienen del Salmo 89, interpretado en clave mesiánica. Los tres títulos mencionados corresponden respectivamente a una confesión de fe y hacen di-recta referencia al misterio de la Pasión-Muerte-Resurrección-Ascensión del Señor Jesús. Es testigo fide-digno, porque con una vida culminada en la muerte, y con perseverancia mantenida hasta la cruz, ha ex-presado perfectamente cuanto Dios quiso revelarnos. Ha surgido victorioso de entre los muertos, como primicia de los resucitados inaugurando con su Resurrección una nueva forma de ser y un reino nuevo.

La comunidad cristiana responde agradecida por el sacrificio reconciliador de Jesús ya que se sabe y se siente amada por Él. Gracias a Él se constituye así en «un Reino de Sacerdotes»; es decir participa de las prerrogativas propias del Único Sumo Sacerdote: Jesucristo. Entonces será también capaz de ofrecerse como «víctima agradable» al Padre y así poder participar del «reino que no tiene fin».

 «¿Eres tú el Rey de los judíos?»

El Evangelio de hoy contiene una clara afirmación de la realeza de Jesús: «Yo soy rey». Todo va con-duciendo hacia esta afirmación que, podemos decir, constituye la conclusión del diálogo con Poncio Pilato. Es interesante analizar detenidamente el movimiento de dicho diálogo y las cir¬cunstancias en que se produ-ce. Jesús había sido considerado reo de muerte por los judíos y había sido llevado a Pilato para que él, en su calidad de gober¬nador romano de la Judea, dictara la sentencia de muerte. Los romanos habían privado al tribu¬nal máximo judío - el Sanedrín - del poder de dar la muerte a un condenado y esta sentencia se re-servaba al gobernador romano, tal como reconocen los mismos judíos: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie» (Jn 18,31). Cuando Pilato sale fuera y pregunta la causa de la acusa¬ción, los judíos responden: «Si éste no fuera un malhe¬chor, no te lo ha¬bríamos entre¬gado» (Jn 18,30).

Jesús es entregado como un malhe¬chor, pero Pilato en ningún momento sabe cuál es el motivo por el cual quieren crucificarlo. Aquí es donde comienza el diálo¬go que nos trans¬mite el Evangelio de hoy. Pilato pregunta a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». La pregunta es extraña, dada la situación ya que Jesús no tenía poder humano y no representaba ningún peligro para el enorme poder romano. Ahora, tampoco los judíos lo habían conde¬nado por esto. Más adelante ellos mismos van a decir: «Debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios» (Jn 19,7) y no: «porque se tiene por Rey de los judíos». El decir «Rey de los judíos» hacía directa referencia a un cargo político ya que era el título que Roma había dado al sanguinario de Herodes que era morbosamente celoso de su poder. Ya sabemos lo que hizo cuando, nacido Jesús en Belén de Ju-dea, llegaron unos magos de oriente y preguntaron: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mt 2,2). Un judío habría formulado la pregunta de Pilato de la siguiente manera: «¿Eres tú el Cristo, el Mesías, el Hijo del Bendito?» (Mc 14,61. Ver Mt 26, 63).

Jesús habría podido responder inmediatamente a Pila¬to para tranquilizarlo: «Mi reino no es de este mun-do». Pero sin embargo quiere informarse, quién está al origen de esta pregunta: «¿Dices esto por tu cuenta o es que otros te lo han dicho de mí?» La expresión «Rey de los judíos», usada por Pila¬to, induce a pensar que él lo dijera por su cuen¬ta, pues un judío no se hubiese expresado así. Pero declararse «Rey de los ju-díos» era un atentado contra el poder romano; ante un poder tota¬litario como el de Roma, habría sido causa suficiente de muerte. Pilato no era tan ingenuo como para pensar que Jesús pudiera representar un peligro en este sentido. Por eso responde: «¿Es que soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdo¬tes te han entrega-do a mí. ¿Qué has hecho?». Es como decir: «No soy yo el que lo dice; los tuyos lo han dicho de ti». Ya sabemos por qué los sumos sacerdotes piden su muerte: es por un motivo religioso; no tiene nada que ver con el poder de este mundo. También Pilato sabe que han entregado a Jesús no por declararse «Rey». Por eso pre¬gunta: «¿Qué has he¬cho?».

 «Mi Reino no es de este mundo»

Ahora Jesús responde a la pregunta original acerca de su realeza. Esta respuesta está dirigida a Pilato y tam¬bién a su pueblo y a los sumos sacerdotes, que con mentira han referido eso acerca de Él: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese en-tre¬gado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí». Pilato, que pensaba haber dicho algo absurdo, cuando preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?», se encuentra con una respuesta afir¬mativa de Jesús. Pilato no puede creer lo que está oyendo e incrédulo pregunta: «¿Luego, tú eres Rey?». Y aquí tenemos la culmina-ción de la escena: «Sí, como dices, soy Rey». Pero Jesús aclara en qué sentido: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Jesús formula el criterio de discernimiento entre los que lo reconocen como Rey y los que lo recha-zan. Lo recono¬cen como Rey los que son de la verdad; lo rechazan los que son de la mentira. Jesús nunca había dicho antes: «Yo soy rey»; pero sí había dicho: «Yo soy la verdad». Los que son de la verdad lo reco-nocen como Rey.

Tal vez ningún episodio evangélico nos enseña tanto sobre la verdad. La verdad es el camino que con-duce al ser humano a su felicidad eterna, hacia esa situación de total plenitud que todos los hombres y mu-jeres, sin excepción, anhelan. Pero esa verdad se identifica con Jesús, que había definido su identidad así: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Es lo mismo que dice ante Pilato. Pero no eran muchos los que escuchaban su voz: Jesús estaba allí solo y rechazado por su pueblo. No eran muchos «los que son de la verdad».

Este episodio de la condena de Jesús por parte de su pueblo nos revela que la verdad, aunque es el úni-co camino de salvación del ser humano, suele ser rechaza¬da por la mayoría. La escena del Evangelio la-mentablemente se repite hoy con suma fre¬cuencia. Los sumos sacerdotes, que rechazaron a Cristo y no lo reconocieron como Rey, terminaron afirmando lo que ellos mismos aborrecían: «No tenemos más rey que el César» (Jn 19,15); y ellos mismos sabían que eso era mentira, porque abominaban del poder romano. No oyeron la voz de Cristo porque no eran de la verdad y se creyeron «su mentira».

 Una palabra del Santo Padre:

«La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la miseri-cordia. El Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo hace de una ma-nera sorprendente. «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey» (Lc 23,35.37) se muestra sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor. Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, pero sus manos están traspasa-das por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas.

Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el perdón (cf. Col 1,13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra mise-ria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muer-te, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo sopor-ta (cf. 1 Co 13,7). Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo...

Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evange-lio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redes-cubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. La miseri-cordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y cos-tumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humil-de realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época».

Papa Francisco. Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Domingo 20 de noviembre de 2016


 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Tengo consciencia que el Reino que Jesús me ofrece no es de este mundo? ¿Que no se rige por los criterios del mundo? ¿Qué debo de ser amigo de la verdad para poder acceder al Reino de Dios?

2. La lectura del Apocalipsis me recuerda mi vocación: estoy llamado a ser de Jesús. ¿Vivo de acuerdo a mi llamado?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 446-451.526. 543-544. 1852. 1861.


Texto facilitado por J.R. PULIDO, Toledo. Fotografia, tomada por Cameso del Boletin de la Archicofradia del Santísimo Cristo de la Coronación de Espinas, Jesús con la Cruz al hombro y Nuestra Señora del Valle.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Domingo, 22 de Noviembre , Cristo Rey B: Jn 18, 33-37

Estamos en el último domingo del año litúrgico. Como complemento o resumen de todo lo bueno que podemos decir y aprender de Jesús, la Iglesia nos pone en este día la fiesta de Cristo Rey. La palabra “Rey” o reino en muchos ambientes modernos está desprestigiada; pero siempre queda la influencia histórica y la expresión de Jesús al comenzar su predicación sobre la importancia de pertenecer al “Reino de Dios”. De modo que entre las peticiones más importantes que podemos hacer a nuestro Padre Dios, es que “venga su reino”. Pertenecer a él será nuestro fin y nuestra felicidad.

Parece un contrasentido el hecho que celebrando a Cristo como Rey del universo, en el evangelio no se nos propone algún hecho triunfante de Jesús, sino que aparece humillado ante el representante del imperio que en aquel tiempo era casi omnipotente. Jesús ante Pilato está como un esclavo ante su señor. Sin embargo a los tres días Jesús resucitaría triunfante y poco después Pilato desaparecerá en el olvido.

Jesús había sido condenado como rey falso, como peligroso para el imperio romano. Pero allí está atado y sin ningún poder. Aun así Pilato le pregunta a Jesús si es rey y Jesús le contesta que en verdad El es rey. Pero a continuación testifica que su reino no es como los reinos de este mundo. En varias ocasiones la gente entusiasmada ante los milagros de Jesús le quiso proclamar como rey. Especialmente cuando la multiplicación de panes y peces pensando egoístamente que con un rey así, no les iba a faltar el pan de cada día. En otros momentos eran los mismos discípulos los que creían que Jesús iba ya a instaurar el reino al estilo del rey David. Les costaba entender que su reino no era como los del mundo, que se basan en la fuerza, en el dinero o en el poder. Su Reino, como nos dice el prefacio de la misa de hoy es un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz.

Su Reino es sobre todo de verdad. Ante Pilato proclama Jesús que El ha venido a proclamar la verdad. La mentira es el emblema del demonio. Con frecuencia vemos que muchos para conseguir el poder se basan en la mentira. No están en el lado de Jesús. Pilato preguntó qué es la verdad, pero no quiso escuchar la respuesta. Estaba demasiado convencido de su verdad, que era su propia política, su comodidad y su egoísmo. Nosotros, para participar del Reino de Jesús, debemos estar atentos a su verdad, que nos la va proclamando a través de todo su Evangelio cada domingo.

El Reino de Jesús tiene una dimensión muy diferente de los reinos de este mundo. Es un reino de amor, de gracia y de paz, un reino que está por encima de las ambiciones humanas. Por eso aquellos que tienen ambiciones terrenas, aunque estén muy metidos entre cosas religiosas, están fuera, al menos entonces, del reino de Jesús. Es un reino que comienza ahora, pero que tendrá su culminación o plenitud en la otra vida. Con varias parábolas describió Jesús este Reino: Es como un grano de mostaza pequeño, pero que se va agrandando, aunque se le note poco. Es como un fermento que está en el mundo; es como un tesoro escondido en el campo.

En fin, que el centro de nuestra vida y predicación de la Iglesia debe ser el Reino de Jesús, y su realización será la unión de todos los bienaventurados en el cielo. No es algo que está oculto como una quimera. Es un punto de referencia para nuestra esperanza. Es un mensaje de optimismo, porque sabemos que Cristo triunfará y porque sabemos que en verdad se va realizando en la vida de la Iglesia y en muchos corazones que buscan el bien. Cristo es el rey del universo, porque es el mismo Dios creador de todo. Es rey porque con su sangre mereció la redención de todos los pecados. Por eso debemos servirle. Servir a Cristo es reinar, es tener la verdadera libertad. Para ello escuchemos su voz y le sigamos. El debe reinar sobre nuestra inteligencia, porque es la verdad, sobre nuestra voluntad y nuestro corazón, porque El es amor. Y en verdad ha sido correspondido por millones de discípulos.

texto de D. Silverio Velasco, recibido a través de D. Francisco Sanza Albarran

sábado, 17 de noviembre de 2018

REFLEXIONES y ORACIONES







“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

En medio de la persecución Daniel proclama proféticamente la salvación que Dios traerá a su pueblo. Miguel, jefe del ejército celestial y protector de Israel, se levantará para ejercer su misión de defender al pueblo judío. En los escritos apocalípticos, la liberación final viene precedida de una gran conmoción histórica y cósmica que acarrea angustias y sufrimientos.” (extraídos los párrafos anteriores en las reflexiones del evangelio del domingo 33)

Me trae a la memoria el “milagro del sol” ocurrido en Fátima el 17 de octubre de 1917 con el contenido del primer párrafo; en el siguiente párrafo me trae a la memoria los acontecimientos que con frecuencia los medios de comunicación informan de los siniestros que se vienen produciendo.
Creo que nuestro Papa Francisco nos recomendaba recientemente unas oraciones por la Iglesia repartidas en mi Parroquia de la Magdalena por la Hermandad de Nuestra Señora del Amparo:

“ Bajo tu Amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches nuestras súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡ oh siempre Virgen gloriosa y bendita

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén


fotos, Paso procesional de Nuestra Señora del Amparo y representaciones de Hermandades

Domingo de la Semana 33ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 18 de noviembre de 2018 «Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria»



Lectura del libro del profeta Daniel (12,1-3): Por aquel tiempo se salvará tu pueblo.

Por aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los ins-critos en el libro.
Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpe-tua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

Salmo 15,5.8.9-10.11: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. R./

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; // mi suerte está en tu mano. // Tengo siempre presente al // Señor, // con él a mi derecha no vacilaré. R./

Por eso se me alegra el corazón, // se gozan mis entrañas, // y mi carne descansa serena. // Porque no // me entregarás a la muerte, // ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R./

Me enseñarás el sendero de la vida, // me saciarás de gozo en tu presencia, // de alegría perpetua a tu // derecha. R./

Lectura de la carta a los hebreos (10, 11-14): Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrifi-cios, porque de nin¬gún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como es¬trado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (13, 24-32): Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Enton-ces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, dedu-cís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puer-ta. Os aseguro que no pasará esta genera¬ción antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El fiel que acompaña semanalmente la liturgia dominical, sabe bien que, en los últimos Domingos, cuan-do ya el año litúrgico llega a su fin, corresponde meditar los hechos finales de la histo¬ria. En efecto, después de iluminar, Domingo a Domingo, el misterio de Cristo en sus diver¬sas facetas, en este Domingo, que es el penúltimo del año litúrgico, la litur¬gia nos pone ante el misterio de la venida final de Jesucristo y nos invita a considerar la incidencia de este hecho en nuestra vida (Evangelio). En el Antiguo Testamento, vemos como Daniel nos dirá en una visión profética: «Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro» (Primera Lectura). En la carta a los Hebreos, contemplamos a Cristo sentado a la derecha de Dios Padre, esperando hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (Segunda Lectura).

 El fin de los tiempos

El libro de Daniel nos remite a la época en que el pueblo judío se encontraba oprimido durante la perse-cución de Antíoco IV en el año 168 a.C.
Era un «tiempo de angustia como no hubo otro desde que existen las naciones» y el deseo de poner fin a la opresión suscitaba en el pueblo una profunda confianza en el amor protector de Dios. En medio de la persecución Daniel proclama proféticamente la salvación que Dios traerá a su pueblo. Miguel, jefe del ejér-cito celestial y protector de Israel, se levantará para ejercer su misión de defender al pueblo judío. En los escritos apocalípticos, la liberación final viene precedida de una gran conmoción histórica y cósmica que acarrea angustias y sufrimientos.

El hombre «vestido con túnica de lino» y encargado de comunicar la revelación a Daniel (ver Dn 10,5.11-12) proclama que Dios salvará a los que estén «inscritos en el libro» (Dn 12, 1), resucitará incluso a los muertos y tendrá lugar el juicio divino que será definitivo: castigo eterno para unos, vida eterna para otros. Daniel nos presenta la intervención divina como castigo de los que tramaron la ruina de sus fieles y salvación de los que confiaron y esperaron en ella (ver Dn 3,22.48; 6,24-25). La salvación luminosa procla-mada para los «doctos o sabios» y para los que «enseñaron a la multitud por el buen camino» es una ima-gen de la salvación eterna concedida a los fieles. Los sabios no constituyen un grupo especial dentro del mismo pueblo, sino aquella parte de la comunidad judía que permaneció fiel al cumplimiento de la ley de Moisés en medio de las persecuciones.

 La venida del Hijo del hombre

El Evangelio de hoy comienza con las palabras de Jesús: «Más por esos días…». Con esta expresión quiere decir que comenzará a tratar de acontecimientos que pertenecen a la historia. Es más; los hechos de los cuales tratará son el desenlace de la historia, son los últimos, son los que dan sentido a toda la historia y al tiempo. Y esto es lo principal; su ubicación precisa, «el día y la hora», es menos importante y resulta inde-terminado. De todas mane¬ras, Jesús ofrece algunas pistas. Ante todo, sucederá «después de aquella tribu-lación». No es una indicación precisa, pues el mismo Evangelio de San Marcos da una definición de esta expresión en la cual se superponen dos cosas. En un momento parece estar hablando de la destrucción del templo de Jerusalén y la dispersión de los judíos ; pero en otro momento la descripción supera ese hecho, por muy tremendo que haya sido: «Aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber» (Mc 13,19).

Los signos que Jesús indica son sobrecogedores: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas». Jesús se aco-moda a las nociones de astronomía de su tiempo, en que se creía que el sol y la luna son luminarias de ta-maño menor que la tierra, que las estrellas cuelgan del firmamento sobre la superficie de la tierra y que ésta está sostenida por columnas sobre el abismo inferior. Pero, si éstos no son más que signos, ¿cuál es enton-ces el hecho último de que se trata? Jesús responde: «Entonces verán al Hijo del hombre venir entre las nubes con gran poder y gloria».

Este es el hecho principal. Pero el segundo está asociado a éste y afecta a todos los hombres: «Enton-ces envia¬rá a los ángeles y reunirán de los cuatro vientos a sus elegi¬dos, desde el extremo de la tierra has-ta el extremo del cielo». Esta expresión abarca todo el espacio y todo el tiempo: serán reunidos los elegidos que todavía peregrinen en la tierra y también los que ya hayan con¬cluido su curso terreno. Este hecho final dejará en evi¬dencia una división definitiva de los seres humanos entre elegidos y reprobados, es decir, entre los que serán reunidos con Cristo y los que serán apartados. Por eso éste es el hecho que da peso y sentido a toda la historia y a todo acto del hom¬bre.

 La parábola de la higuera

Jesús agrega una parábola para indicar la relación entre el tiempo presente y ese hecho final que nos impli¬cará de manera tan radical. Así como sabemos percibir la cercanía del verano por el aspec¬to que adoptan las ramas de la higuera. Los signos son tales que siempre se debe sentir que Cristo está cerca, que su venida es inmi¬nente. Ésta es una dimen¬sión permanente de la vida cristiana. En efecto, Jesús agre¬ga: «Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda». Di¬fí¬cilmente ha dado Jesús más firmeza a una enseñan¬za suya: «El cielo y la tierra pasa¬rán, pero mis palabras no pasa¬rán». Sus pala-bras son la verdad, ellas son eter¬nas, son más estables que el cielo y la tierra.

En este caso nos invitan a vivir en la certeza de que Él está cerca, que su venida es inminente, que para cada uno ocurrirá en el espacio de su vida. Y esto es así porque la venida final de Cristo da sentido a nues-tra vida y a cada uno de nuestros actos, cualquiera que sea el momento de la historia en que nos toque vi-vir. Por eso no interesa tanto saber el cuándo. El día del juicio final versará sobre los actos que hayamos hecho, cada uno en su propio momento histórico.
El Evangelio de este Domingo concluye con una frase de Jesús que es difícil de interpretar: «De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre». Antes que nada de-bemos observar que éste es el único caso en el Evangelio de Marcos en que Jesús, hablando de sí mismo, se da el nombre de «Hijo» sin más. Y lo hace en relación al Padre. Afirma que hay algo -«un día y una ho-ra»- que sólo el Padre conoce. En esta expresión el Padre no puede ser más que Dios mismo. Éste es un importante texto que revela que el Padre y el Hijo son dos personas distintas. Cada uno es el mismo y único Dios, pero son dos Personas distintas. La dificultad del texto está en la diferencia que introduce entre el Pa-dre y el Hijo. Entre los que ignoran «aquel día y hora» hay una progresión. Cuando Jesús dice: «Nadie sabe nada», se refiere a todos los hombres. Esto es obvio. Ningún hombre ha pretendido saber el día y la hora en que ocurrirán los eventos futuros, tanto menos si éstos son los eventos finales.

Pero luego Jesús da un paso hacia el mundo trascendente: «ni los ángeles en el cielo». Los ángeles no pueden revelar a los hombres ese momento porque tampoco ellos saben nada «sobre aquel día y hora». La difi¬cultad está en que también el Hijo se incluye en el lado de los que no saben, mientras que el único que sabe es el Padre. Pero esta diferencia entre el Padre y el Hijo es imposible: no hay nada que el Padre sepa que el Hijo no sepa. Por eso cuando Jesús dice: «Nadie sabe... ni el Hijo», este «no saber» del Hijo es, en realidad, un «no querer reve¬lar». No lo quiere revelar para que los hombres estén siempre vigilantes. La frase siguien¬te es precisa¬men¬te un llamado a la vigilancia: «Estad atentos y vigi¬lad, porque ignoráis cuándo será el momento» (Mc 13,33). Esta interpretación está confirmada por el libro de los Hechos de los Apósto-les donde se enfren¬ta el mismo tema. Los após¬toles preguntan a Jesús resuci¬tado: «Se¬ñor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?» (Hch 1,6). Ellos están hablando de un reino de Is-rael terreno y piensan que ya es tiempo de restablecer el esplendor que tenía en el tiempo del rey David. Jesús, en cambio, se refie¬re a un Reino eterno, aquél sobre el cual el Credo de nuestra fe dice: «De nuevo vendrá con gloria... y su Reino no tendrá fin». En su respuesta Jesús se refiere al momen¬to de su venida final: «A voso¬tros no os corres¬pon¬de conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autori-dad...» (Hch 1,7). En esta respues¬ta Jesús da a entender que Él conoce ese momento; pero no lo revela a los após¬toles porque a ellos «no corres¬ponde cono¬cerlo».

 El nuevo sacerdote y la nueva alianza.

La carta a los Hebreos es muy tajante y clara al afirmar que el sacrificio de Jesús deroga de una vez por todas la ley como institución de salvación (ver Heb 10,1), y nos proporciona, de una parte, la santificación, es decir, el paso al modo de existencia y vida propias de Dios, el único Santo. La misma perfección obteni-da por Jesucristo, la transformación de su humanidad en una humanidad divinizada, ha sido obtenida y conseguida también para nosotros (Heb 2,10; 5,9; 7,28). En Él hemos sido santificados, consagrados, he-chos sacerdotes. A esta nueva condición accedemos por la fe. Y con ella se obtiene, de una vez por todas, la reconciliación definitiva y el perdón de los pecados.

 Una palabra del Santo Padre:

«Jesús es llamado el Cordero: es el Cordero que quita el pecado del mundo. Uno puede pensar: ¿pero cómo, un cordero, tan débil, un corderito débil, cómo puede quitar tantos pecados, tantas maldades? Con el Amor, con su mansedumbre. Jesús no dejó nunca de ser cordero: manso, bueno, lleno de amor, cercano a los pequeños, cercano a los pobres. Estaba allí, entre la gente, curaba a todos, enseñaba, oraba. Tan débil Jesús, como un cordero. Pero tuvo la fuerza de cargar sobre sí todos nuestros pecados, todos. «Pero, padre, usted no conoce mi vida: yo tengo un pecado que..., no puedo cargarlo ni siquiera con un camión...». Muchas veces, cuando miramos nuestra conciencia, encontramos en ella algunos que son grandes. Pero Él los carga. Él vino para esto: para perdonar, para traer la paz al mundo, pero antes al corazón. Tal vez cada uno de nosotros tiene un tormento en el corazón, tal vez tiene oscuridad en el corazón, tal vez se sien-te un poco triste por una culpa... Él vino a quitar todo esto, Él nos da la paz, Él perdona todo. «Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado»: quita el pecado con la raíz y todo. Ésta es la salvación de Jesús, con su amor y con su mansedumbre. Y escuchando lo que dice Juan Bautista, quien da testimonio de Je-sús como Salvador, debemos crecer en la confianza en Jesús.

Muchas veces tenemos confianza en un médico: está bien, porque el médico está para curarnos; tene-mos confianza en una persona: los hermanos, las hermanas, nos pueden ayudar. Está bien tener esta con-fianza humana, entre nosotros. Pero olvidamos la confianza en el Señor: ésta es la clave del éxito en la vida. La confianza en el Señor, confiémonos al Señor. «Señor, mira mi vida: estoy en la oscuridad, tengo esta dificultad, tengo este pecado...»; todo lo que tenemos: «Mira esto: yo me confío a ti». Y ésta es una apuesta que debemos hacer: confiarnos a Él, y nunca decepciona. ¡Nunca, nunca! Oíd bien vosotros mu-chachos y muchachas que comenzáis ahora la vida: Jesús no decepciona nunca. Jamás. Éste es el testi-monio de Juan: Jesús, el bueno, el manso, que terminará como un cordero, muerto. Sin gritar. Él vino para salvarnos, para quitar el pecado. El mío, el tuyo y el del mundo: todo, todo».

Papa Francisco. Domingo 19 de enero de 2014. Homilía en la parroquia romana "SacroCuorediGesúa Castro Pretorio"



 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Las lecturas de este Domingo son un auténtico llamado a tener una visión sobrenatural y llena de esperanza en mi vida. ¿Confío en las promesas del Señor? ¿Estoy preparado para su venida o para mi encuentro con Él?

2. El ser humano desde siempre ha sido muy sensible al misterio del tiempo. Es por eso que los he-chos relativos al futuro y al fin del tiempo suscitan tanto interés. ¿Me doy cuenta que creer en ho-róscopos, lecturas de las cartas o en algún tipo de explicación esotérica sobre mi futuro va direc-tamente contra mi fe en el Señor Jesús?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1020-1060.

texto facilitado por J.R. Pulido. Toledo
fotografia: Cristo Yacente, autor Gregorio Fernández (1613), venerado en la Iglesia de los Dominicos de Valladolid





viernes, 9 de noviembre de 2018

Domingo de la Semana 32ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B «Esa pobre viuda ha echado más que nadie»


Lectura del primer libro de los Reyes (17, 10-16): La viuda hizo un panecillo y lo llevó a Elías

En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.»
Mientras iba a buscarla, le gritó: «Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.» Respondió ella: «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.»
Respondió Elías: «No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.”»
Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo.
Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

Salmo 145,7.8-9a.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor. R./

Él mantiene su fidelidad perpetuamente, // hace justicia a los oprimidos, // da pan a los hambrientos. // El Señor liberta a los cautivos. R./

El Señor abre los ojos al ciego, // el Señor endereza a los que ya se doblan, // el Señor ama a los justos, // el Señor guarda a los peregrinos. R./

Sustenta al huérfano y a la viuda // y trastorna el camino de los malvados. // El Señor reina eternamente, // tu Dios, Sión, de edad en edad. R./

Lectura de la carta a los Hebreos (9, 24-28): Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos.

Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.
Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio.
De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (12, 38-44): Esa pobre viuda ha echado más que nadie.

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Una actitud de generosidad disponible y confianza en el Señor; es lo que nos transmiten los textos de este Domingo. Generosidad es la actitud de la viuda de Sarepta , que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su propio último sustento (Primera Lectura).
Ésta es también la actitud de la viuda, observada únicamente por Jesús, que deposita todo lo que tenía en el arca del Tesoro del Templo por más que fuera para muchos una insignificancia (Evangelio). Finalmente es la misma actitud de Jesús que se entrega hasta la muerte, de una vez para siempre, como víctima de Salvación y Reconciliación por todos (Segunda Lectura).

 La generosa viuda de Sarepta

En las lecturas de este Domingo, dos mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con toda la precariedad que eso traía ya en los tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y en los de Jesús. No pocas veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza (eso se sobreentiende), sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la región, a la viuda de Sarepta, que no era judía sino pagana, le quedaban unos granos de harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo. En esta situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo inexplicable y hasta heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en el horno.

La mujer accede. Ese es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o nada tienen. No piensa en su suerte en primer lugar; sino piensa sólo en obedecer la voz de Dios que la bendecirá por medio del profeta Elías: ni la tinaja de harina se vaciará, ni la alcuza de aceite se agotará hasta que pase la sequía. Además Elías reavivará a su hijo que, cayendo enfermo, morirá (ver 17,12ss). La viuda entonces exclamará: «Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Yahveh» (17,24). Es interesante destacar que lo que está en juego en este milagro es la supremacía entre el Dios de Israel y Baal (dios fenicio de las cosechas y la fertilidad, de ámbito agrícola).

El milagro en cuestión es un anticipo de la victoria de Yahveh que da el trigo (harina) y el aceite, dones atribuidos a Baal, incluso en el territorio donde éste reina y entre sus propios "súbditos" (ver Os 2,10). Más tarde, Jesús alabará la actitud de esta viuda y se referirá a este episodio como ejemplo del rechazo de Israel a sus profetas y de la gracia universal de Dios, destinada también a los gentiles (ver Lc 4,25-26).

 «Guardaos de los escribas…»

En el tiempo de Jesús las personas que sabían leer y escribir eran pocas. En ese tiempo no existía el papel ni la imprenta y el material de escritura era escaso y caro. Los pocos rollos de pergamino se guardaban en la sinagoga para ser usados en el servicio sinagogal. El pueblo senci¬llo tenía que registrar todo en la memo¬ria. Los escri¬bas eran los hombres doctos que sabían leer y escri¬bir. Ellos leían la Escritura y la interpreta¬ban para el pue¬blo. Y por este poco de ciencia que poseían se hacían llamar de «maestro» y pretendían los honores de los hombres.

El evangelista San Mateo, en el lugar paralelo, agrega esta precisión sobre los escribas: «Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres» (Mt 23,5). De esta manera todo lo que hacen resulta viciado por la vanagloria y la soberbia. La descripción que Jesús hace de los escribas es retomada de manera aguda por San Francisco de Sales cuando nos previene contra la vanagloria: «Hay quienes, por un poco de ciencia, quieren ser honrados y respetados por todo el mundo y se comportan como si todos tuvieran que ir a su escuela y tenerlos por maestros: por esto es que se les llama pedan¬tes» (Introducción a la vida devota, parte III, cap. IV). ¡De estos hay que tener cuidado!

 La viuda del Templo

Jesús está sentado ante el arca del tesoro del Templo y observa cómo la gente echaba monedas. «Muchos ricos echa¬ban mucho». Lo hacían con ostentación para llamar la atención de la gente y aparentar generosidad, pero esto no impresionaba a Jesús. Hasta que llegó «una viuda pobre y echó dos monedillas, o sea una cuarta parte del as». San Marcos, que escribe en Roma, explica que se trata de un «cuadrante», la moneda romana más pequeña del tiempo. Vemos como Jesús en otra ocasión, acentuando el escaso valor de los pajarillos del cielo, pregunta: «¿No se venden dos pajarillos por un as?» (Mt 10,31). La viuda pobre echó el equivalente a medio pajari¬llo. La viuda del Templo siendo pobre y necesitada, no tenía ninguna obligación de dar limosna para el culto o para la acción social y benéfica que los sacerdotes realizaban en nombre de Dios con las ayudas recibidas. Si tuviese obligación, su acción aún sería generosa porque dio todo lo poco que tenía, todo su vivir. Pero su gesto brilla con luz nueva y esplendorosa, precisamente porque se sitúa más allá de toda obligación, en el plano de la generosidad amorosa para con Dios.

Y esto sí que desper¬tó el interés de Jesús, tanto que consi¬deró oportuno destacarla ante sus discí¬pulos: «Llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos». ¿Cómo puede decir eso? ¿Con qué criterio juzga? Jesús explica: es que los que han echado mucho (conside¬rado matemáticamente) «han dado de lo que les sobra¬ba»; en cambio, la viuda «ha echado de lo que necesi¬taba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir». Jesús no juzga por las apariencias; Él juzga las intenciones y el corazón. Ante Dios hay una infinita diferencia entre dar «lo que sobra» y dar «todo lo que se tiene para vivir», aunque a los ojos de los hombres esta última cantidad sea insig¬nificante en comparación con la primera.

La viuda ha hecho uno de esos actos concretos que expresan el amor a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda el alma y al prójimo como a sí mismo. En efecto, ¡ella dio «todo lo que tenía» sin reservarse nada para sí! Ella habría podido decir, como la Virgen María: «El Poderoso ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48). En ella tiene actuación concreta la profunda enseñanza del Concilio Vaticano II acerca de la condición del hombre: «El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes, 24).

 La fuente de toda generosidad

La generosidad de las dos viudas mana de la generosidad misma de Dios, que se nos revela de manera plena en Cristo Jesús. Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en sacrificio para la Reconciliación de toda la humanidad; nada ni nadie queda excluido de tal generosidad. Generosidad de Jesús que, como Sumo Sacerdote, entra glorioso en los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en favor nuestro: continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por cada uno de los hombres.

En este último párrafo de esta parte de la carta a los Hebreos se expone el sentido último de la generosa acción de Cristo, su paso a la vida de Dios. El camino recorrido por Cristo, su sacrificio, no le lleva a un santuario terreno en el que Dios pueda habitar, sino al mismo Cielo, que designa la realidad misma de Dios, su propio rostro. Cristo está ante ese rostro y se manifiesta constantemente en favor nuestro. El ingreso en la Vida Eterna es la obtención de una relación íntima con Dios, el ser asumido en la unidad de Dios mismo. De esta manera ha sido conseguida la meta última de todo sacerdocio y de todo sacrificio. Por lo mismo ya no tiene necesidad ni de ofrecerse Él mismo de nuevo, ni menos de ofrecer "otros" sacrificios. Su sacrificio no se repite.

Con su sacrificio, único, de una vez por todas, llega el final de los tiempos, la abolición absoluta del pecado reconciliándonos de manera absoluta y definitiva. La muerte es el suceso definitivo en los hombres, y así también el sacrificio reconciliador de Jesucristo, su muerte, ya no se reitera nunca más. Por esta muerte él elimina, destruye la condición pecadora del hombre. Ésta queda sanada radicalmente, perfecta y definitivamente salvada. Cuando aparezca de nuevo no será ya para reiterar su ofrenda, ni será para condenación, sino para la salvación de los que asiduamente le esperan.

 Una palabra del Santo Padre:

« En otras páginas del Evangelio se expresa la admiración de Jesús por la fe de algunas mujeres. Por ejemplo, en el caso de la hemorroísa, a la que dice: «Tu fe te ha salvado» (Mc 5, 34). Es un elogio que tiene gran valor, porque la mujer había sido objeto de la segregación impuesta por la ley antigua. Jesús libera a la mujer también de esa opresión social.

A su vez, la cananea merece esta alabanza de Jesús: «Mujer, grande es tu fe» (Mt 15, 28). Se trata de un elogio que tiene un significado muy especial, si pensamos que se dirige a una extranjera para el mundo de Israel. Podemos recordar también la admiración que Jesús siente por la viuda que da su óbolo para el tesoro del templo (cf. Lc 21, 1-4); y su aprecio por el servicio que recibe de María en Betania (cf. Mt 26, 6-13; Mc 14, 3-9; Jn 12, 1-8), cuyo gesto, como Él mismo anuncia, se conocerá en todo el mundo.

También en sus parábolas Jesús presenta comparaciones y ejemplos tomados del mundo femenino, a diferencia del midrash de los rabinos, donde sólo aparecen figuras masculinas. Jesús se refiere tanto a las mujeres como a los hombres. Si se hace una comparación, podríamos decir que las mujeres quizá tienen ventaja. Esto significa, por lo menos, que Jesús quiere evitar incluso la apariencia de que a la mujer se la considere inferior.

Más aún: Jesús abre la puerta de su reino tanto a las mujeres como a los hombres. Al abrirla a las mujeres, quiere abrirla a los niños. Cuando dice: «Dejad que los niños vengan a mí» (Mc 10, 14), reacciona contra la actitud de sus discípulos, que querían impedir a las mujeres presentar sus hijos al Maestro. Se podría decir que da razón a las mujeres y a su amor por los niños.

Numerosas mujeres acompañan a Jesús en su ministerio, lo siguen y lo sirven a Él, así como a la comunidad de sus discípulos (cf. Lc 8, 1-3). Es un hecho nuevo con respecto a la tradición judía. Jesús, que atrajo a esas mujeres para que lo siguieran, manifiesta también así que superó los prejuicios difundidos en su ambiente, como en buena parte del mundo antiguo, sobre la inferioridad de la mujer. Su lucha contra las injusticias y la prepotencia le llevó también a esa eliminación de las discriminaciones entre las mujeres y los hombres en su Iglesia (cf. Mulieris Dignitatem, 13).

Juan Pablo II. Audiencia General del miércoles 6 de julio de 1994.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Cuando la generosidad no sólo afecta al bolsillo, sino también al corazón, es más auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da con toda el alma, ése es generoso, y su generosidad a los ojos de Dios vale igual de la del rico que se ha desprendido de millones de dólares. No está mal que nos examinemos y preguntemos: ¿Estoy dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el Espíritu Santo me pide que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendida y generosamente?

2. La enseñanza de Jesús nos ordena hacer nuestras buenas obras con absoluto secreto, procurando que nadie lo sepa, y para inculcar esto usa una comparación muy elocuente: «Que no sepa tu mano iz¬quierda lo que hace tu derecha» (Mt 6,3). ¿Vivo esta actitud?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1931 - 1932. 2544 - 2547.

Texto facilitado por J.R. PULIDO. Toledo


sábado, 3 de noviembre de 2018

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)



No estás lejos del reino de Dios

En aquel tiempo, [un escriba] se acercó y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Marcos 12, 28b-34



Comentario bíblico de Miguel Ángel Garzón

Dt 6,2-6; Sal 17,23.3.4.47.51; Heb 7,23-28; Mc 12,28-34



Terminado el camino a Jerusalén, Jesús afronta las preguntas de los dirigentes judíos. En el evangelio de hoy escuchamos la última. Un escriba, prendado por las respuestas anteriores de Jesús, se acerca a preguntarle con buena intención sobre cuál es el mandamiento principal. Una cuestión muy discutida en el mundo judío que distinguía entre mandamientos pesados y ligeros.

Jesús responde con el artículo de fe esencial para todo judío, el Shemá (“Escucha”), que recoge la primera lectura (Dt 6,4-9). Esta oración diaria, afirma la unicidad de Dios y manda amarlo con todo el ser. Pero a Jesús no le basta con definir el primer mandamiento, es necesario añadir el segundo para entender la síntesis de la ley: el amor al prójimo (citando Lv 19,18).

El escriba ensalza la sabiduría del Maestro, y retomando sus palabras comprende la novedad de su enseñanza, que no diferencia los dos mandamientos, sino que los une (“y”) en uno solo. El escriba reconoce, con la tradición profética, la supremacía del amor sobre los sacrificios y holocaustos (cf. Os 6,6).

Jesús cierra el encuentro elogiando esta “sensata” respuesta del escriba que lo sitúa cerca del Reino. Ya conoce lo que marca la ley para llegar al Reino de Dios, solo le falta ponerlo en práctica y seguir a quien ha hecho “cercano” el Reino (Mc 1,15), y así recorrer el camino que le queda para entrar en él.

Jesús revela la concreción del amor a Dios y al prójimo. Confiando en Dios, que es roca, alcázar y fortaleza del creyente (Sal 17), ha hecho una entrega total de amor al Padre y al prójimo hasta dar su vida entera en sacrificio (2ª lectura). Un amor sacrificial que ha establecido de una vez y para siempre la alianza entre el Padre y la humanidad y ha instaurado el Reinado del Amor.



¿Cuál es tu norma suprema de vida? ¿Cómo llevas a la práctica los mandamientos principales que proclama Jesús?
¿Hay algo que te impide amar a Dios con todo tu corazón?
¿En qué medida vives en clave de amor oblativo? ¿Amas incluso asumiendo la “cruz”, el sacrificio?
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articulo publicado de la revista semanal de Sevilla Archidiocesis

600 años de la fundación de la Hermandad de las Tres Caidas (triana)


El pasado día 1º de los corrientes Sevilla vivió una noche de Viernes Santo acompañando a la Venerada Imagén de Nuestra Señora de la Esperanza en su camino a la Metropolitana Catedral para celebrar el aniversario de su fundación, celebrándose una Misa solemna presidida por el Sr.Arzobispo Don Juan José Asenjo.

A la hora que divulgamos la noticia se halla de regreso Nuestra Señora de vuelta a su Iglesia.

fotografia: cameso

COMENTARIOS PASTORALES

Domingo de la 31ª semana de Tiempo Ordinario – 04/11/2018
por webmaster | lunes, 29 octubre 2018 | Hoy Domingo | 0 Comentarios

Comentario Pastoral
Parroquia de la Magdalena

AMOR A DOS CARAS

Cuál es la verdadera religión? En el torbellino de ideologías y de religiones que se entrecruzan y atropellan en nuestro tiempo es preciso ver claro y alcanzar la virtud que nos mueve a dar a Dios el culto debido. Vivir en la religión auténtica es ver la estrella que ilumina la existencia y encontrar el camino recto y bueno.

El evangelio de este domingo resplandece como una luz en medio de la oscuridad de los interrogantes y de las perplejidades modernas. Invita a la vivencia total del amor, que se manifiesta en dos rostros inseparables.

31ª semana del tiempo ordinario. Domingo B: Mc 12, 28-38


Un letrado o escriba se acerca a Jesús para hacerle una pregunta. En varias ocasiones encontramos escribas que le preguntan algo a Jesús. La diferencia de este letrado de hoy es que parece que va con rectitud. Otros van con engaño, preguntando para ver si Jesús responde algo por lo cual le puedan acusar ante el pueblo. Cuando es así, Jesús no responde o lo hace de forma no directa; pero hoy a este letrado le va a responder llanamente, de modo que es una enseñanza directa de Jesús para nosotros.

Le pregunta: cuál es el principal de los mandamientos. Alguno se pregunta cómo un hombre docto y piadoso no sabe cuál es lo principal, cuando lo que le va a responder Jesús, todos lo saben, pues lo recitan todos los días y aun varias veces al día. Aun así no se decía que era lo principal y había diversas teorías entre los entendidos y hasta cientos de preceptos para poder escoger. Es bueno plantearnos también nosotros cuál es lo principal, pues a veces ponemos por encima del amor diversas costumbres.

Jesús le responde recitando el “Shemá” o escucha, que es el principio de la proclamación de que hay un solo Dios y a ese Dios hay que amarle con todo el corazón. El escriba sólo había preguntado a Jesús por el primer mandamiento; pero Jesús responde por el primero y el segundo, ya que forman una unidad. Esta es la gran novedad de la respuesta de Jesús. Ya en el Antiguo Testamento se hablaba del amor al prójimo; pero estaba un poco difuminado, sobre todo por el concepto de prójimo, que se refería especialmente a los de la misma religión. Jesús especifica en otros lugares que prójimo es todo aquel que está necesitado y amar al prójimo será hacer el bien a todos, hasta a los propios enemigos. Es un acto que proviene del amor a Dios.

A algunos no les gusta la palabra “mandamiento”, porque parece que alguien nos quiere imponer algo. Se podría decir “objetivo”. Entonces podríamos decir que el principal objetivo de nuestra vida debe ser el tener a Dios muy dentro de nosotros, de modo que sea lo único decisivo en nuestra vida y que todo lo hagamos en solidaridad con los demás. Pero la palabra mandamiento la debemos tomar como un signo de amor. Para orientarnos en la vida necesitamos mandamientos o preceptos, como son las leyes de un país o las normas de circulación. Entonces para orientarnos en lo esencial de nuestra vida, que es caminar con rectitud hacia la vida eterna, necesitamos normas precisas. Son signos del amor de Dios, que nos quiere guiar sin que perdamos la libertad. Todos los mandamientos proceden del amor de Dios, porque Dios es Amor. Por eso el principal debe ser responder al Amor con amor. Un amor que procede de lo más íntimo del alma y del corazón y un amor que se debe mostrar con los hechos. Estos hechos son precisamente las obras de misericordia con todos los prójimos, que en cristiano son nuestros hermanos, hijos del mismo Padre Dios.
De ahí que no se puede separar el amor a Dios y el amor al prójimo. Hay gente que acentúa el amor a Dios descuidando el amor al prójimo, y hay gente que pone el acento en el amor al prójimo (filantropía), olvidando a Dios. Eso es un cristianismo a medias o más bien vacío del verdadero sentido de la vida. Claro que para amar a Dios hay que tener una persuasión total de su existencia, de que somos hechura de su amor. Basta examinar la naturaleza, la grande y la pequeña, para que nos demos cuenta de que existe ese ser grandioso, a quien llamamos Dios, y que todo está hecho para nuestro bien. Por lo tanto toda la creación es un acto continuo de amor de Dios a nosotros.

Por todo ello nuestra mayor finalidad ahora y por siempre debe ser amar a Dios con todo el alma, que significa la vida, con todo el corazón, que son las facultades interiores y con todas las fuerzas, que significan las posesiones y bienes terrenos. Amar a Dios es hacer que todas las cosas, la familia, el trabajo, las ocupaciones festivas, me lleven hacia Dios; y no que me aparten como el egoísmo, la avaricia y otros vicios. Amarle es tenerle presente por la oración y luego en el amor práctico con todos los demás.

NOTA: La presente reflexion nos la remite nuestro hermano Adorador Francisco Sanza