domingo, 23 de julio de 2017

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)


cizaña-y-trigo-fano-colorDejadlos crecer juntos hasta la siega

En aquel tiempo, Jesús propuso a la gente otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.  Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña.7 Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.  Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.  Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo.  Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas».
Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».  Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».  Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles.  Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos:  el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.  Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
 Mateo 13, 24‑43
Comentario bíblico de Álvaro Pereria Delgado
El Evangelio cambia nuestro modo de concebir no solo quién somos (hijos de Dios) y cómo relacionarnos (como hermanos, desde el amor), sino también el modo de considerar el espacio, el tiempo o el conjunto de la realidad. ¿Qué nos enseñan las lecturas de hoy sobre el tiempo? Os propongo tres enseñanzas:
 a) Nuestro tiempo es historia que progresa hacia un fin. Frente a la idea oriental del eterno retorno (lo que fue, eso será; nada cambia; no es posible la conversión), Cristo enseña en la parábola del trigo y la cizaña que el tiempo tuvo un principio (“la fundación del mundo”) y tendrá un final, en el que seremos juzgados con misericordia por nuestras obras. Así pues, no da igual ser trigo que cizaña. Debemos reparar en la seriedad de nuestras decisiones. No da igual hacer el bien que el mal.
b) La actitud del presente es la esperanza. En este camino vital, el fiel puede desmayar. La distancia entre lo que vive y lo que espera es tan grande que puede sucumbir a la desesperanza. Con las parábolas del grano de mostaza y la levadura, sin embargo, aprendemos que Dios transforma la historia desde lo pequeño. ¡Los que confían en Dios siempre tendrán un futuro venturoso!
c) La virtud del tiempo es la paciencia. Nadie debe arrogarse la prerrogativa de creerse juez. Solo Dios lo es. El trigo y la cizaña deben crecer juntos, tanto en la Iglesia, donde los pecadores también tenemos sitio, como en el propio corazón, que nunca es químicamente puro.
En conclusión, caminamos con paciencia y esperanza sabiendo que, aunque aún nos quede mucho, el Señor no acompaña y, con él, el reino de Dios se va abriendo paso. Caminemos. ¡Ánimo!
Preguntas:
1.      Relee la preciosa primera lectura y pregúntate, ¿he aprendido que el justo debe ser humano?
2.      San Pablo nos anima en nuestra oración ya que nos dice que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. ¿Te pones en dinámica de oración para que el Espíritu te ayude?
3.      ¿Cómo andas de paciencia y esperanza?   
    
-- Extraido de la publicación IGLESIA EN SEVILLA, nº 120



22 julio 2017




sábado, 15 de julio de 2017

Domingo de la Semana 15ª del Tiempo Ordinario (16 de julio de 2017). «Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto».



Lectura del profeta Isaías 55,10-11: La lluvia hace germinar la tierra.

Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»

Salmo 64,10.11.12-13.14: La semilla cayó en tierra buena, y dio fruto. R./

Tú cuidas de la tierra, la riegas // y la enriqueces sin medida; // la acequia de Dios va llena de agua, // preparas los trigales. R./

Riegas los surcos, igualas los terrones, //  tu llovizna los deja mullidos, // bendices sus brotes. R./

Coronas el año con tus bienes, // tus carriles rezuman abundancia; // rezuman los pastos del páramo, // y las colinas se orlan de alegría. R./

Las praderas se cubren de rebaños, // y los valles se visten de mieses, // que aclaman y cantan. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 8, 18 -23: La creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios.

Hermanos: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue so­metida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la so­metió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hi­jos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 13,1-23: Salió el sembrador a sembrar.

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, se­senta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?»
El les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni enten­der. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure."
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vo­sotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el malig­no y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se que­da estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.»


&Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Sin duda las lecturas de este Domingo se centran en la Palabra de Dios revelada al hombre.
En la Primera Lectura vemos cómo se resalta la eficacia de la Palabra ya que todo aquello que Dios dice es verdadero y encontrará su cumplimiento en el momento oportuno. Ella desciende desde el cielo como lluvia que empapa y fecunda la tierra. Por otra parte, en la lectura del Evangelio Jesús, nos habla de la necesidad de acoger el mensaje de la Buena Nueva para que pueda dar fruto en abundancia. Aunque el sembrador riega generosa y abundantemente sus semillas, éstas deben de caer en tierra fértil (colaboración humana) para que puedan dar fruto.

Finalmente vemos en la Carta a los Romanos cómo la creación entera está expectante aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. Nos encontramos en una situación paradójica: el hombre ya ha sido reconciliado en Jesucristo, pero aún debe de peregrinar en la tierra hacia su destino eterno. Es el famoso «ya, pero todavía no». San Pablo utilizará la imagen de una mujer antes de dar a luz para describir la misteriosa realidad del dolor y la alegría que grafica la situación actual del cristiano.

J «Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar...»

El modo como empieza el Evangelio de hoy nos indica que estamos ante una nueva sección ya que constituye el inicio del tercer discurso parabólico[1] de los cinco que encontramos en el Evangelio de San Mateo. Este es, sin duda, un discurso muy vivo; lleno de interrupciones de parte del auditorio, de diálogos y también de cambios de escena y de público.

En la estructuración del Evangelio se ha considerado que éste es un discurso porque así ha sido introducido: «Les habló muchas cosas en parábolas». Siguen siete pará­bolas que ocupan casi todo el capítulo 13. Y la conclusión nos indica que efectivamente se trata de una unidad: «Cuando acabó Jesús estas pará­bolas, partió de allí» (Mt 13,53). El tema de todas estas parábolas es también homo­gé­neo: se trata de indicar el efecto que tendrá entre sus destinata­rios el Reino de los Cielos que ya ha llegado. En efecto, hasta aquí éste ha sido el tema de la enseñanza de Jesús. Mateo sitúa el comienzo de la activi­dad de Jesús des­pués que Juan el Bau­tista fue encarcelado y la resume así: «Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: Convertíos porque el Reino de los cielos ha llegado» (Mt 4,17).

En la introducción del discurso llama la atención el hecho de que Jesús se sienta dos veces: primero, junto al mar y luego, cuando se reúne la multitud, en la barca. Se insiste de esta manera en que él adopta la actitud del maestro que se sienta («kathesthai», de aquí viene nuestra palabra «cátedra») para impartir una enseñanza seria e importante para la vida de los oyentes. De aquí que, cuando el Romano Pontífice, en su cali­dad de maestro supremo de la Iglesia universal, en uso del carisma de la infalibilidad que posee, enseña una doctrina de fe y costumbres de manera definitiva, se dice que ha hablado «ex cathedra». Es el modo más solemne de enseñar. A una doctrina así enseñada los fieles deben dar el consentimiento de la fe.

J El sembrador y las semillas

«Salió un sembrador a sembrar». Este comienzo ha dado el nombre a esta parábola, llamada habitualmente «del sembrador». Pero, en realidad, el sembrador es secundario. Lo central en la parábola no es el sembrador, sino la semilla. De ella se trata cuando se dice que «una parte cayó a lo largo del camino... otra, cayó en pedregal... otra cayó entre espinas... otra cayó en tierra buena y dio fruto». A la semilla se refiere Jesús cuando explica a sus discípulos el significado profundo de la parábola explicando por cuatro veces la situación de cada semilla. Por eso en su exposición de esta misma parábola, Lucas establece esta equivalencia: «La semilla es la Palabra de Dios» (Lc 8,11).

El tema de la parábola es la diversa suerte que corre la misma semilla cuando es sembrada en los más diversos terrenos. Jesús quiere enseñar que la Palabra de Dios cuando es proferida ante la multitud de los hombres comienza en el corazón de ellos la misma historia que la semilla cuando es sembrada en el campo.
El tema de la parábola es el impacto producido en cada uno por el anuncio del Reino. Hay que tener una percepción perfecta y un poder de síntesis genial para clasificar las respuestas de manera tan completa y precisa. Ante el anuncio de la Palabra las reacciones son cuatro.

LKJ Los diversos terrenos

La semilla que cae a orilla del camino y es comida por las aves se compara con el que escucha la Palabra del Reino, pero viene el maligno y arrebata lo sembrado en su corazón. Podemos afirmar que esto es lo que ocurrió cuando San Pablo predicó la resurrección de Cristo en el Areópago de Atenas: «Al oír la resurrección de los muertos unos se burlaron y otros dijeron: ‘Sobre esto te oiremos otra vez’» (Hch 17,32). En éstos la Palabra fue arrebatada inmediatamente por el Maligno. Pero ni aun allí la predicación fue inútil: «Pero algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros» (Hch 17,34). Sin duda, valió la pena sembrar.

En otros, la Palabra ejerce su fascinación: «Oyen la Palabra y al punto la reciben con alegría». Pero son inconstantes y ante cualquier tribulación a causa de la misma Palabra sucumben. Éstos son los que no están dispuestos a sufrir nada por Cristo. No merecerán nunca que Cristo les diga: «Bienaventurados vosotros cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,11-12).

En otros, el terreno tiene espinas: las preocupaciones del mundo y el engaño de las riquezas ahogan la Palabra. Estos están tan ocupados en los asuntos de este mundo que no tienen tiempo para pensar en la vida eterna, ni siquiera para la Eucaristía dominical; o bien son engañados por las riquezas como «el joven rico». A éste le habló Jesús mismo; pero sus riquezas lo convencieron de que ellas lo harían feliz. Pero lo engañaron y ahogaron la voz del Maestro.

Jesús dijo esta parábola para sus contemporáneos y también para nosotros, para poder examinar nuestra vida y ofrecer a la Palabra de Dios un corazón como el de la Virgen María: «María guardaba cuidadosamente estas Palabras y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19.51). En nadie ha encontrado la Palabra un terreno más fértil. En ella «la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14).

+ Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23) nos presenta a Jesús predicando a orillas del lago de Galilea, y dado que lo rodeaba una gran multitud, subió a una barca, se alejó un poco de la orilla y predicaba desde allí. Cuando habla al pueblo, Jesús usa muchas parábolas: un lenguaje comprensible a todos, con imágenes tomadas de la naturaleza y de las situaciones de la vida cotidiana.

La primera que relata es una introducción a todas las parábolas: es la parábola del sembrador, que sin guardarse nada arroja su semilla en todo tipo de terreno. Y la verdadera protagonista de esta parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae. Los primeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del camino los pájaros se comen la semilla; en el terreno pedregoso los brotes se secan rápidamente porque no tienen raíz; en medio de las zarzas las espinas ahogan la semilla. El cuarto terreno es el terreno bueno, y sólo allí la semilla prende y da fruto.

En este caso, Jesús no se limitó a presentar la parábola, también la explicó a sus discípulos. La semilla que cayó en el camino indica a quienes escuchan el anuncio del reino de Dios pero no lo acogen; así llega el maligno y se lo lleva. El maligno, en efecto, no quiere que la semilla del Evangelio germine en el corazón de los hombres. Esta es la primera comparación. La segunda es la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero con superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando llegan las dificultades y las tribulaciones, estas personas se desaniman enseguida. El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las zarzas: Jesús explica que se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, se ahoga. Por último, la semilla que cayó en terreno fértil representa a quienes escuchan la Palabra, la acogen, la custodian y la comprenden, y la semilla da fruto. El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María.

Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos? Y podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.

Y nos hará bien no olvidar que también nosotros somos sembradores. Dios siembra semilla buena, y también aquí podemos plantearnos la pregunta: ¿qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. Recordadlo: lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón».

Papa Francisco. Ángelus del domingo 13 de julio de 2014.











' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1. ¿Con sinceridad, qué tipo de terreno me considero? ¿La Palabra de Dios es fecunda en mí? ¿Qué frutos concretos doy?

2. ¿Leo la Palabra de Dios todos los días? ¿Por qué no le dedico cinco minutos diarios? ¿Me resulta tan difícil?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 543-546. 2705-2708.











[1]Parábola vienen del latín parabŏla, y este del griego παραβολ que quiere decir «comparación». La parábola es una narración de un suceso creado, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral. 


documento facilitado por D. Juan Ramón Pulido, presidente del Consejo diocesano de la Adoración Nocturna en Toledo, y vicepresidente del Consejo nacional de A.N.E.

sábado, 8 de julio de 2017

Domingo de la Semana 14ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A - 9 de julio 2017 «Yo te bendigo Padre porque has revelado estas cosas a los pequeños»




Lectura del profeta Zacarías (9,9-10): Mira a tu rey que viene a ti modesto.

Así dice el Señor: «Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.
Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.»

Salmo 144,1-2.8-9.10-11.l3cd-14: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey. R/.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; // bendeciré tu nombre por siempre jamás. // Día tras día, te bendeciré // y alabaré tu nombre por siempre jamás. R/.

El Señor es clemente y misericordioso, // lento a la cólera y rico en piedad; // el Señor es bueno con todos, // es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, // que te bendigan tus fieles; // que proclamen la gloria de tu reinado, // que hablen de tus hazañas. R/.

El Señor es fiel a sus palabras, // bondadoso en todas sus acciones. // El Señor sostiene a los que van a caer, // endereza a los que ya se doblan. R/.

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (8, 9.11-13): Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

Hermanos: Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Así, pues, hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (11, 25-30): Soy manso y humilde de corazón.

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

El profeta Zacarías dirige su gozoso anuncio mesiánico a los habitantes de Jerusalén, proclamando la venida de un rey humilde, que montado en un asno[1], restablecerá la paz y la justicia en las naciones; sintetizando de manera admirable toda la esperanza de salvación del pueblo elegido (Primera Lectura). Profecía que se verá plenamente realizada en Jesucristo, manso y humilde de corazón, que viene a traer alivio y descanso a todo aquel que experimenta fatiga y desasosiego. Él, conociendo íntimamente al Padre, revela el verdadero rostro de Dios a todo aquel que con humildad se reconoce necesitado de su misericordia (Evangelio).

En su carta a los Romanos, San Pablo nos recuerda nuestra nueva dignidad de hijos en el Hijo ya que hemos resucitado a la vida en el Espíritu y, por lo tanto, debemos vivir las obras de vida nueva y no según el desorden egoísta que nace de las apetencias de la carne (Segunda Lectura).
K ¿Quién era el profeta Zacarías?

Zacarías era profeta y sacerdote nacido durante el destierro de los judíos en Babilonia. Así como el profeta Ageo, participó en la reconstrucción del templo que quedó terminado finalmente en el año 516 a.C. En aquel tiempo los judíos que habían regresado del destierro estaban desalentados y habían dejado de reedificar el templo a causa de sus adversarios: «Entonces el pueblo de la tierra se puso a desanimar al pueblo de Judá y a meterles miedo para que no siguiesen edificando» (Esd 4,4). Zacarías los animó a seguir sus trabajos prometiéndoles, en una visión profética, la victoria y la paz final sobre todos sus enemigos (ver Za 9 al 14).

J «Todo me ha sido entregado por mi Padre»

El Evangelio de este Domingo está compuesto de dos partes: en la primera se nos transmite una oración espon­tánea de Jesús dirigida a su Padre y en la segunda Jesús se presenta como el Maestro Bueno que invita a los agobiados para darles descanso y mostrarles su propia perso­na como una lección de manse­dumbre y humildad. Este bellísimo pasaje del Evangelio nos recuerda aquel Salmo que dice: «Bendeciré al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca... ¡que los humildes lo oigan y se alegren!» (Sal 33,2).

Profundicemos en el contenido de las palabras de Jesús: «Todo me ha sido entregado por mi Padre». Como leemos en esta frase no se excluye nada, excepto la alteridad[2], es decir, la propia condición del «Padre». Eso el Padre no lo puede entregar. Pero en ese «todo» se incluye la divinidad; de lo contrario esa afir­mación no sería verdad. Jesús es el Hijo y se presenta ante el Padre como un «Yo» frente a un «Tú», como una Persona frente a otra Persona; pero ambos poseen todo en común, pues son la misma sustancia divina, ambos son el mismo y único Dios. Estamos tocando así la revelación del misterio trinitario.

Esto se ve confirmado por las si­guientes afirmaciones de Jesús. «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre». Esto lo podemos aceptar sin más. En efecto, esto puede decirse de toda persona: nadie la conoce bien sino el mismo Dios. San Agustín decía que Dios era «más íntimo a mí que yo mismo». El conocimiento que Dios tiene de cada uno es mayor que el que tenemos de nosotros mismos.

Pero Jesús agrega: «Nadie conoce bien al Padre sino el Hijo». Como podemos ver esta afirmación es tremenda. Si nadie puede presumir de conocer bien a una persona humana, ¿quién puede presumir de conocer bien a Dios? Pues ¡el Hijo lo conoce bien! Y no sólo esto, sino que Él puede conceder a otro este conocimiento: «A aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». En la Biblia conocer es más que una actividad intelectual: «conocer» es «conocer y amar»: ambas acciones van juntas. Por tanto, en estas afirmaciones de Jesús nos habla del Amor entre el Padre y el Hijo. Y este vínculo de Amor, que une al Padre y al Hijo es la tercera Persona divina, pues nada puede intervenir entre el Padre y el Hijo que no sea Dios mismo. La tercera Persona divi­na, el Espíritu Santo, que el Hijo envía a nuestros cora­zones, comunicándonos el amor, nos concede el conocimiento de Dios. En efecto, «el que ama... conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1Jn 4,7-8).

K Los sabios e inteligentes en relación a los pequeños

Vemos en el texto un problema en el contraste entre sabios e inteligentes y los «pequeños». Es que los «sabios e inteligentes» no se oponen a «pequeños», sino a los «necios y tardos». Y no es a éstos a quienes revela el Padre sus misterios, sino a los pequeños. Por otro lado, «sabiduría e inteligencia» son los más altos dones del Espíritu Santo en cuanto que nos permiten precisamente gustar y comprender las cosas divinas. ¿A quiénes pues se refiere la frase de Jesús cuando dice «sabios e inteligentes»? Son los que presumen de tales, los que piensan que con su intelecto humano pueden alcanzar toda la verdad; son los que el mundo considera grandes por razón de su ciencia e inteligencia; los que no tolerarían jamás ser llamados «pequeños». A éstos Dios no les revela sus cosas o mejor dicho ellos mismos no quieren escuchar a Dios ya que no lo necesitan…

Pero...¿quiénes son estos pequeños? «Pequeño» era Pedro y por eso recibió de Dios la revelación de quién era Jesús (ver Mt 16,17). Pedro era un humilde pescador de Galilea que ante Jesús exclama: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5,8); que reconociendo su incapacidad pregunta a Jesús: «¿Quién podrá salvarse?» (Mt 19,25), y que en la angustia clama a Él: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30). «Grande» en cambio, eran Herodes, Pilato, el Sumo Sacerdote, etc., etc.; la lista podría alargarse mucho. Pero éstos nunca conocieron quién realmente era Jesús. Cada uno puede discernir en cuál grupo se encuentra según su relación con el Padre. Para unos las cosas son ocultas y para los otros son claras.

K Pero... ¿cuáles son «estas cosas»?

Con el uso de su inteligen­cia y gracias a su esfuerzo el hombre puede alcanzar las verdades científicas y experimentales. Esas verda­des son a la medida de su capacidad; son verdades naturales que el hombre puede conocer con relativa niti­dez. Pero las verdades sobrenaturales, las que explican el sentido de su vida, su origen y su destino, el fundamento de su existen­cia y su ubicación en el universo, estas verdades son concedidas al hombre como un don gratuito que Dios se ha complacido en compartirlas con los humildes.

Estas verdades deben ser acogi­das por la fe. Que Dios creó el universo y el hombre a partir de la nada, que tanto ama al hombre que envió a su Hijo único para salvarlo del peca­do, que Jesucristo es el Hijo de Dios y Dios verda­dero, que nació de una Virgen y que su muerte fue un sacri­ficio que Dios aceptó por el perdón de los pecados, que resucitó y ahora reina en el cielo, aunque está presente en su Iglesia, y que vendrá al fin de los tiempos con gloria a poner fin a la historia humana. A todo esto se refiere Jesús cuando dice «estas cosas».

Si algunas de las cosas que hemos enumerado u otras del mismo género que enseña la Iglesia (en efecto, Jesús dijo: «El que a vosotros oye a mi me oye») le resultan oscuras a alguien, no debe precipitarse a examinar muchos libros o consul­tar las opiniones de los especialistas, sino exami­nar la humildad y la bondad de su corazón. Es el consejo que nos da San Pedro: «Revestíos todos de humil­dad en vuestras rela­cio­nes mutuas, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1P 5,5).

La humildad es una virtud que no sólo agrada a los hombres sino que entusiasma y conmueve al mismo Dios. Por eso la Virgen María halló gracia a sus ojos: «El Poderoso ha hecho en mí cosas grandes, porque ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1,48-49).El Evangelio también insiste en que ella «guardaba estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19.51).

J «Aprended de mí porque soy manso y humilde de corazón...»

Cualquier observador objetivo, aunque no tenga fe, debe reconocer que Jesús fue un maestro genial y eficaz, como nadie en la historia. Y ante esta constatación debería surgir espontáneamente la pre­gunta acerca de su método pedagógico. El secreto de su éxito está en su misma Persona. Él enseña con su mismo actuar.

Lo esencial de su método está expresado en estas palabras: «Aprended de mí, porque soy manso y humil­de de corazón». Nótese que el texto no dice «que soy manso...» sino «porque soy manso...». Es decir Jesús no se pone como modelo sino como Maestro Bueno, al cual podemos ir sin timidez puesto que es  manso y humilde de corazón y a pesar de nuestras torpezas y caídas no se irrita sino que nos entiende y perdona una y otra vez.

«Porque mi yugo es excelente y mi carga liviana». El adjetivo griego utilizado en esta frase y aplicado a «mi yugo» es «jretós» (excelente o suave en algunas traducciones). Es el mismo adjetivo utilizado en Lucas 5,39: «El (vino) añejo es el bueno» o «el (vino) viejo es excelente».

De ahí que el sentido más exacto sea «excelente», pues «llevadero o suave» sólo nos transmite la idea de un bien menor, en tanto que lo que Jesús nos ofrece es un bien positivo; es el bien más grande que podamos desear siempre que tengamos un corazón de niño (ver Mt 19, 14) que nos permita acoger así la palabra del «Maestro Bueno».

+ Una palabra del Santo Padre:

«El Hijo de Dios, habiéndose hecho carne, podía convertirse en pan, y así ser alimento para su pueblo, para nosotros, que estamos en camino en este mundo hacia la tierra prometida del cielo. Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El Domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros.

Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede encontrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. Por lo demás, no es un camino arbitrario: el camino que Dios nos indica con su palabra va en la dirección inscrita en la esencia misma del hombre. La palabra de Dios y la razón van juntas. Seguir la palabra de Dios, estar con Cristo, significa para el hombre realizarse a sí mismo; perderlo equivale a perderse a sí mismo».

Benedicto XVI. Homilía en la solemnidad del Corpus Christi, Domingo 29 de mayo de 2005.









'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso». Hagamos una visita al Señor en el Santísimo Sacramento y abrámosle nuestro corazón. Él está siempre esperándonos.

2. El mensaje del Evangelio siempre es un mensaje «humanizador y reconciliador». Es decir el mensaje de Jesús es un mensaje de amor y no es código penal. El que lo conozca lo amará y entonces entenderá que el «yugo» al que el Señor se refiere es excelente. ¿Lo entiendo y lo vivo de esa manera?  

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 602 – 609.







[1] En la Biblia se menciona por primera vez a un asno cuando Abraham estuvo en Egipto (Gn 12,16). Era el más común de los animales de montura (Ex 4,20). En un asno se podía viajar unos 30 km. en el día y era  insustituible en el terreno montañoso. La riqueza de un hombre podía medirse mediante el número de asnos que tuviera (Gn 12,16) por lo que constituía un regalo apreciado (Gn 32, 13-15). El asno blanco se consideraba como un animal digno de personas importantes (Jc 5,10). Un escrito del siglo VII a.C. indica que no era propio de gente real andar a caballo sino en asno. El hecho de que Jesús haya usado un asno para la entrada triunfal en Jerusalén es a la vez símbolo de su realeza mesiánica y de su misión reconciliadora haciendo directa referencia al pasaje de Za 9,9.  
[2] Alteridad: condición de ser otro. 

Documento facilitado por Juan Ramón Pulido, Presidente Diocesano de la Adoración Nocturna de Toledo y Vicepresidente nacional del Consejo nacional de A.N.E.