viernes, 31 de enero de 2020

2 de Febrero. Presentación del Señor: Lc 2, 22-40


Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. Es una fiesta principalmente del Señor. Por eso, al ser en domingo, se antepone a la liturgia dominical. Jesús es presentado o se presenta y se ofrece, como cuando al entrar en el mundo se ofrecía: “Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad”, un ofrecimiento que será continuo hasta llegar a la cruz. Pero también es fiesta de María: Ella es la que presenta a Jesús y se ofrece con su Hijo. Al ponerlo en las manos de Simeón, podemos decir que lo está presentando a todo el mundo. También quiere realizar algo que ordena la Ley. Se trataba de la Purificación de las madres a los 40 días de nacer el hijo. Por ello debían dar una ofrenda. Ellos como eran pobres, dieron dos tórtolas o pichones. Con ello el evangelista presenta a José y María como cumplidores de la Ley, personas religiosas y justas. Había también otra ofrenda, que era de cinco monedas de plata, como rescate del primogénito. Quizá san Lucas no lo menciona, para que quede más claro que aquel niño no les pertenece, sino que es propiedad de Dios.

Esta fiesta era muy antigua en Jerusalén, de la cual ya se habla por el año 350. Lo de la procesión de las candelas fue más tarde. Después, esta procesión de candelas quedó como algo propio de la liturgia, hasta llamarse la fiesta de la Candelaria. Es a Cristo, como luz del mundo, a quien queremos celebrar. Jesús es la luz del mundo y para el mundo, es revelación de Dios para todos los pueblos de la tierra. En aquel momento los ancianos Simeón y Ana son como los representantes de las esperanzas y anhelos de la raza humana. Simeón ve realizada su vida y dice que “ya puede irse en paz”. De hecho, en Jesús se cumplen todos los anhelos humanos. Podrá tener uno todos los adelantos materiales; pero su plena realización como persona humana y sobrenatural, en sus alegrías y tristezas, en sus relaciones con los demás y en su posibilidad de llegar a Dios, será sólo por medio de Jesucristo. Los grandes éxitos o fracasos no son por cambios políticos o sociales, sino por el cambio en el corazón.

Las palabras de Simeón para María son como una nueva anunciación, la de la misión universal. Así lo dice Juan Pablo II en la “Redemptoris Mater”: “El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor” (nº 16). La misión de Jesús no será fácil, irá acompañada de conflicto y persecución. Por eso, hay quienes dicen que este misterio es más bien doloroso que gozoso. Comienza el misterio del sufrimiento de María, que tendrá su culminación al pie de la cruz. En verdad que una espada atravesaría su alma.

Esta fiesta nos debe estimular a realizar cada vez más una de las más hermosas oraciones y actitudes ante Dios: la de presentarnos y ofrecernos ante Él. Decía san Pablo: “Os ruego, hermanos, que ofrezcáis vuestros cuerpos, como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; éste es el culto que debéis ofrecer” (Rom 12, 1). Hay que saber ofrecer a Dios, desde la mañana a la noche, nuestros pensamientos, afectos, deseos, planes, fracasos, alegrías y tristezas, todo nuestro ser y poseer. Esta es la ofrenda que agrada a Dios. Y para presentarnos ante Dios, estemos presentables. Claro que sabemos que cuanto más humildemente nos presentemos, Él, Padre lleno de misericordia, nos irá haciendo más presentables, limpiando nuestra alma.

Jesús es nuestra Luz. Decía san Sofronio, patriarca de Jerusalén, por el año 635: “Por eso vamos en procesión con velas en nuestras manos y nos apresuramos llevando luces; queremos demostrar que la Luz ha brillado sobre nosotros y queremos significar la gloria que debe venirnos a través de Él. Por eso corramos juntos al encuentro con Dios”. En verdad somos peregrinos en esta vida; pero caminamos guiados por la luz de Cristo y sostenidos por la esperanza de encontrar finalmente al Señor de la gloria en su Reino eterno. Que así se lo pidamos a Dios en esta fiesta.

Autor anónimo

Presentación del Señor – 2 de febrero de 2020 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz»


Lectura del libro del profeta Malaquías (3,1-4): Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.

Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.
De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.
Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»

Salmo 23,7.8.9.10: El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria. R./

¡Portones!, alzad los dinteles, // que se alcen las antiguas compuertas: // va a entrar el Rey de la Gloria. R./

¿Quién es ese Rey de la Gloria? // El Señor, héroe valeroso; // el Señor, héroe de la guerra. R./

¡Portones!, alzad los dinteles, // que se alcen las antiguas compuertas: // va a entrar el Rey de la Gloria. R./

¿Quién es ese Rey de la Gloria? // El Señor, Dios de los Ejércitos: // él es el Rey de la Gloria. R./

Lectura de la carta a los Hebreos (2,14-18): Tenía que parecerse en todo a sus hermanos.

Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.
Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo.
Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 2,22-40): Mis ojos han visto a tu Salvador.

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: –«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: –«Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El 2 de febrero se cumplen cuarenta días desde el nacimien¬to de Jesús en Belén y se celebra la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén, conocida popularmente como la fiesta de «Nuestra Señora de la Candelaria». Según el Evangelio, en un día como hoy, cum¬pliendo con la ley del Señor, sus padres presenta¬ron el Niño en el Templo. Este año coincide con el Domingo y, por tratarse de una fiesta del Señor, su celebra¬ción prevalece. Las lecturas tendrán como eje central el hecho mismo de la presentación del Señor Jesús en el Templo descrito en el Evangelio. Para la liturgia de este día, la aparición de la «luz para los gentiles y para la gloria de pueblo Israel» así como la llegada del Ángel de la Alianza esperado para el juicio (Primera Lectura); se verán realizadas en la aparición de Jesucristo en el Templo de Jerusalén. Por eso la entrada del Señor en el santuario, según leemos en el Salmo 23, 3-7, es también el tema del Salmo Responsorial. La carta a los Hebreos ve en la Encarnación del Verbo el necesario presupuesto para poder realizarse plenamente la voluntad salvífica del Padre. Era necesario que Cristo se asemejase en todo a los hombres para poder así presentarse como víctima agradable al Padre. Como leemos en la Segunda Lectura «habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados».

 «Con mano fuerte nos sacó de Egipto»

Para entender el sentido de esta fiesta es necesario tener familiaridad con el Antiguo Testamento y con la Historia Sagrada. La Historia Sagrada es la misma historia de Israel, pero considerada como el lugar en que Dios fue realizando su Plan de Reconciliación sobre los hombres. Uno de los hechos más decisivos de esa historia fue la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Ese episodio quedó grabado en la memoria del pueblo como un gran hecho salví¬fi¬co y como prueba evidente del amor de Dios: «Hirió en sus primogénitos a Egipto, porque es eterno su amor; y sacó a Israel de entre ellos, porque es eterno su amor; con mano fuerte y brazo tenso, porque es eterno su amor» (Sal 135,10-12). Dios tuvo que vencer la resistencia del Faraón y forzarlo a dejar partir a su pueblo, por medio de las famosas plagas de Egipto. La más terrible, la que venció al Faraón, fue la muerte de todos los primogénitos por manos del ángel exterminador. Pero Dios conservó la vida de los primogénitos de Israel, hombres y animales; por eso le pertenecen: «Consagrarás a Yahveh todo lo que abre el seno materno» (Ex 13, 12). El primogénito de los animales debía ser consagrado y ofrecido en sacrificio. Por otro lado, el primogénito del hombre debía ser rescatado mediante la ofrenda de un sacrificio. Un israelita le decía a su hijo: «Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ¿Qué significa esto?, la dirás: “Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la casa de servidumbre”. Como el Faraón se obstinó en no dejarnos salir, el Señor mató a todos los primogénitos en el país de Egipto, desde el primogénito del hombre hasta el primogénito del ganado. Por eso sacri¬fico al Señor todo macho que abre el seno materno, y rescato todo primogénito de mis hijos. Esto será como señal en tu mano y como insig¬nia entre tus ojos; porque con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto» (Ex 13,14-16).

 La presentación en el Templo

Para cumplir con esta norma, es decir, para rescatar a su hijo primogénito, es que los padres de Jesús, «cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos (cuarenta días), llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Se¬ñor, y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se establece en la ley del Señor». Esta ofrenda de menor valor era el sacrificio que ofrecían los pobres para rescatar la vida de sus hijos primogénitos.

El Evangelio quiere afirmar que Jesús fue verdaderamente un miembro del pueblo de Israel y que vivió fielmente sometido a sus normas y tradiciones; es verdad que, según la promesa de Dios, «vino a los suyos» (Jn 1,11) y que «nació bajo la ley» (Gal 4,4). Y actuando en el contexto de esa ley, vino a rescatar de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna a todos los hombres. Según la ley, los primogénitos de Israel habían sido salvados de la muerte que golpeó a los primogénitos de Egipto, y por eso debía ofrecerse un sacrificio en rescate por ellos. Esto es lo que hizo Jesús; pero lo hizo para rescatar a todo el género humano de la esclavi¬tud del pecado y de la muerte eterna, y lo hizo ofre¬ciéndose a sí mismo en sacri¬fi¬cio.

Por eso confesamos que su muerte fue un sacrificio Redentor . Los sacrificios de anima¬les eran insufi-cientes para salvar al hombre del pecado, y tampoco bastaba el sacrificio de un hombre cualquiera, pues todos estábamos bajo el poder del pecado; fue necesario que el Hijo de Dios tomara la carne del hombre para ofrecerse en sacrificio «como Cordero inmaculado» sobre el ara de la cruz. La fiesta de la Presentación del Señor, evocando los hechos salvíficos del Éxodo y la necesidad de un sacrificio ofrecido en rescate por la vida, insinúa aquel sacrificio Redentor, el único que Dios aceptó complacido.Pero en ese momento de la presentación, cuando sus padres introducían al Niño Jesús al templo, se presentó el anciano Simeón y, tomando al Niño en brazos, pronunció aquellas palabras proféticas: «Mis ojos han visto tu salva¬ción, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

Tres hermosos títulos aplicados a Jesús: él es la salvación, es la luz que ilumina los pueblos, es la gloria de Israel. A causa del título de «Luz», que también lo dice Jesús de sí mismo, cuando declara: «Yo soy la luz del mundo», es que se celebra este día como una fiesta de la luz y los fieles participan teniendo candelas encendidas en las manos. A partir de este signo más llama¬tivo, adoptó el nombre de «Fiesta de la Candela-ria». No tardó en fijarse la atención en la Virgen María, como aquella que «derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesu¬cristo, Señor nuestro», y de atribuirle el nombre de nues¬tra Señora de la Candelaria. Se contempla así el misterio de Cristo a través del prisma privilegiado de su Madre María.

 «Habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados».

Después de haber descrito el misterio de la Encarnación del Verbo, vemos como el autor de la carta a los Hebreos presenta el de la Redención: «Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella» (Hb2, 17-18). Se trata de una profunda y conmovedora presentación del misterio de Jesucristo. Ese pasaje de la carta a los Hebreos nos ayuda a comprender mejor por qué esta ida a Jerusalén del recién nacido hijo de María es un evento decisivo para la historia de la salvación. El templo, desde su construcción, esperaba de una manera completamente singular a aquel que había sido prometido. Su presentación reviste, por tanto, un significado sacerdotal: «Eccesacerdosmagnus»; el sumo Sacerdote verdadero y eterno entra en el templo.

Una palabra del Santo Padre:

«En el templo sucede también otro encuentro, el de dos parejas: por una parte, los jóvenes María y José, por otra, los ancianos Simeón y Ana. Los ancianos reciben de los jóvenes, y los jóvenes de los ancianos. María y José encuentran en el templo las raíces del pueblo, y esto es importante, porque la promesa de Dios no se realiza individualmente y de una sola vez, sino juntos y a lo largo de la historia. Y encuentran también las raíces de la fe, porque la fe no es una noción que se aprende en un libro, sino el arte de vivir con Dios, que se consigue por la experiencia de quien nos ha precedido en el camino. Así los dos jóvenes, encontrándose con los ancianos, se encuentran a sí mismos. Y los dos ancianos, hacia el final de sus días, reciben a Jesús, que es el sentido a sus vidas. En este episodio se cumple así la profecía de Joel: «Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y visiones» (3,1). En ese encuentro los jóvenes descubren su misión y los ancianos realizan sus sueños. Y todo esto porque en el centro del encuentro está Jesús.

Mirémonos a nosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados. Todo comenzó gracias al encuentro con el Señor. De un encuentro y de una llamada nació el camino de la consagración. Es necesario hacer memoria de ello. Y si recordamos bien veremos que en ese encuentro no estábamos solos con Jesús: estaba también el pueblo de Dios —la Iglesia—, jóvenes y ancianos, como en el Evangelio. Allí hay un detalle interesante: mientras los jóvenes María y José observan fielmente las prescripciones de la Ley —el Evangelio lo dice cuatro veces—, y no hablan nunca, los ancianos Simeón y Ana acuden y profetizan. Parece que debería ser al contrario: en general, los jóvenes son quienes hablan con ímpetu del futuro, mientras los ancianos custodian el pasado. En el Evangelio sucede lo contrario, porque cuando uno se encuentra en el Señor no tardan en llegar las sorpresas de Dios. Para dejar que sucedan en la vida consagrada es bueno recordar que no se puede renovar el encuentro con el Señor sin el otro: nunca dejar atrás, nunca hacer descartes generacionales, sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro. Porque si los jóvenes están llamados a abrir nuevas puertas, los ancianos tienen las llaves. Y la juventud de un instituto está en ir a las raíces, escuchando a los ancianos. No hay futuro sin este encuentro entre ancianos y jóvenes; no hay crecimiento sin raíces y no hay florecimiento sin brotes nuevos. Nunca profecía sin memoria, nunca memoria sin profecía; y, siempre encontrarse.

La vida frenética de hoy lleva a cerrar muchas puertas al encuentro, a menudo por el miedo al otro —las puertas de los centros comerciales y las conexiones de red permanecen siempre abiertas—. Que no sea así en la vida consagrada: el hermano y la hermana que Dios me da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar. No vaya a suceder que miremos más la pantalla del teléfono que los ojos del hermano, o que nos fijemos más en nuestros programas que en el Señor. Porque cuando se ponen en el centro los proyectos, las técnicas y las estructuras, la vida consagrada deja de atraer y ya no comunica; no florece porque olvida «lo que tiene sepultado», es decir, las raíces.

La vida consagrada nace y renace del encuentro con Jesús tal como es: pobre, casto y obediente. Se mueve por una doble vía: por un lado, la iniciativa amorosa de Dios, de la que todo comienza y a la que siempre debemos regresar; por otro lado, nuestra respuesta, que es de amor verdadero cuando se da sin peros ni excusas, y cuando imita a Jesús pobre, casto y obediente. Así, mientras la vida del mundo trata de acumular, la vida consagrada deja las riquezas que son pasajeras para abrazar a Aquel que permanece. La vida del mundo persigue los placeres y los deseos del yo, la vida consagrada libera el afecto de toda posesión para amar completamente a Dios y a los demás. La vida del mundo se empecina en hacer lo que quiere, la vida consagrada elige la obediencia humilde como la libertad más grande. Y mientras la vida del mundo deja pronto con las manos y el corazón vacíos, la vida según Jesús colma de paz hasta el final, como en el Evangelio, en el que los ancianos llegan felices al ocaso de la vida, con el Señor en sus manos y la alegría en el corazón.

Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor «en brazos» (Lc 2,28). No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. Es la manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la amargura y las inevitables decepciones. Encontrarse en Jesús como hermanos y hermanas, jóvenes y ancianos, para superar la retórica estéril de los «viejos tiempos pasados» —esa nostalgia que mata el alma—, para acabar con el «aquí no hay nada bueno». Si Jesús y los hermanos se encuentran todos los días, el corazón no se polariza en el pasado o el futuro, sino que vive el hoy de Dios en paz con todos».

Papa Francisco. Homilía 2 de febrero de 2018. Fiesta de la Presentación del Señor.



 Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana

1. Jesús es presentado como signo de contradicción. ¿Le huyo a los problemas que podría tener a causa de mi fe?

2. Miremos el corazón de María. Una espada atraviesa ese Inmaculado Corazón. Busquemos el consuelo en el corazón de la Madre Buena.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 527- 534.


texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, `residente diocesano de Adoración nocturna en Toledo





sábado, 25 de enero de 2020

3ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 4, 12-23


El evangelio nos presenta hoy el comienzo de la predicación de Jesús. En primer lugar nos señala una circunstancia especial que da motivo a que Jesús comience a predicar: el hecho de que Juan Bautista había sido encarcelado. Es un signo de delicadeza. No se trata de competir, sino de continuar, ampliar y mejorar. Hay otra circunstancia, que es importante para los israelitas: es el comenzar a predicar en “los términos de Zabulón y Neftalí”, que habían sido los primeros en ser conquistados por el rey persa hacía siglos; pero que eran signo de esperanza y de luz, como lo había anunciado el profeta. Se llamaba “Galilea de los gentiles”, porque, aunque había muy buenos israelitas, una gran parte de la población tenía muchas raíces paganas y por tanto necesitaba más la luz de la verdad y la fe. Ahora va a venir sobre estas tierras y sus habitantes la luz de la palabra de Dios por la predicación de Jesús.

El primer mensaje de Jesús fue: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Jesús y el Bautista anuncian que el Reino de Dios está cerca; pero en Jesús parece que ya está presente. De hecho está plenamente en Jesús; pero quien acepte su palabra, ya está bajo el Reinado de Dios. Las traducciones actuales suelen poner más “reinado” que “reino”, ya que “reino” puede confundirse con un territorio. Este primer mensaje es como la tónica dominante de toda la predicación de Jesús: la venida del reinado de Dios, que es la buena noticia que nos invita al cambio.

Este cambio o conversión es para todos nosotros. Para algunos será un cambio total de orientación en su vida y en su manera de pensar. Para los que creemos conocer y seguir a Jesús, es un continuo adentrarse más en el seguimiento de Cristo y es ajustar continuamente nuestro pensamiento y nuestra acción al pensar y hacer de Cristo, que se realiza sobre todo por la iluminación del corazón en el trato con el Señor.

La manera de actuar Jesús no era dando recetas concretas o prácticas para un cambio, sino iluminando los corazones, abriendo la visión para que cada uno comience a actuar como Él, que era “reflejo del Padre”. Y luego incorporando a algunas personas para que, contando con la iluminación y la fuerza del Espíritu, puedan seguir su tarea en el mundo. Por eso, al mismo tiempo que predicaba, Jesús fue reuniendo junto a sí hombres sencillos, trabajadores, a quienes les iba a infundir esta ilusión. Los cuatro primeros fueron cuatro pescadores. Es de notar que en aquel tiempo la pesca era un trabajo muy arriesgado. Ahora les proponía un trabajo más arriesgado: ser pescadores de hombres o de personas, que era el trabajo mismo de Jesús. Se necesitan personas que hoy se decidan a entregarse. Esto debe ser objeto de nuestra oración.


Predicar el Reino de Dios no es ser predicador de calamidades o denunciador de males e injusticias. Alguna vez tendrá que ser en parte; sino que es sobre todo construir, dar aliento y perdón y esperanza. La palabra de Dios siempre es salvadora, constructiva, alentadora y eficaz. La esencia del cristianismo no son esencialmente ideas o prácticas. Es Cristo, su persona. Por eso no es tan importante el saber cuanto la vivencia sentida. Claro que para sentir hay que saber. De alguna manera nos llama a todos no sólo para preocuparnos por salvar nuestra alma, sino para que seamos luz que ilumine a otros. Son todas las almas las que Dios quiere salvar.


Para ello comencemos con nuestra propia conversión. Este cambiar con relación al Reino de Dios se puede entender de dos maneras: Hay que cambiar porque viene el Reinado de Dios, o hay que cambiar “para que” venga, porque cambiando, en el hecho de nuestro mismo cambio, ya está viniendo ese Reinado.

Para extender este Reinado de una manera humana, Jesús comenzó a llamar a quienes serían los predicadores de esta fe, los apóstoles. Hoy nos trae el evangelio la llamada a Pedro y Andrés, a Juan y Santiago. Pidamos hoy por los continuadores de los apóstoles y estemos dispuestos a escuchar las continuas llamadas del Señor.

Domingo de la Semana 3ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 26 de enero de 2020 «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres»


Lectura del libro del profeta Isaías (8,23b-9,3): En la Galilea de los gentiles, el pueblo vio una luz grande.


En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.

Salmo 26,1.4.13-14: El Señor es mi luz y mi salvación. R./

El Señor es mi luz y mi salvación, // ¿a quién temeré? // El Señor es la defensa de mi vida, // ¿quién me hará temblar? R./

Una cosa pido al Señor, // eso buscaré: // habitar en la casa del Señor // por los días de mi vida; // gozar de la dulzura del Señor // contemplando su templo. R./

Espero gozar de la dicha del Señor // en el país de la vida. // Espera en el Señor, sé valiente, // ten ánimo, espera en el Señor. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (1,10-13.17): Poneos de acuerdo y no andéis divididos.

Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: po¬neos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mis¬mo pensar y sentir.
Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias en¬tre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, dicien¬do: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.» ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evange¬lio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (4,12-23): Se estableció en Cafarnaúm. Así se cumplió lo que había dicho Isaías.

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos: a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -«Venid y seguidme, y os, haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

El pueblo que andaba en tinieblas, ve una gran luz…una luz brilla sobre ellos (Primera Lectura). Estas palabras tomadas del profeta Isaías nos ofrecen un tema unificador para la liturgia de este Domingo. San Mateo aplicará a Jesús el oráculo de Isaías refiriéndose a las regiones de Zabulón y Neftalí (tierra de gentiles). Jesús es la luz del mundo que ilumina las tinieblas; es el Reconciliador que sana las rupturas que tenían postrado al hombre. Jesús invita a Simón y Andrés, a Santiago y a Juan para que colaboren con Él en la misión de ser «pescadores de hombres» ya que el Reino de los Cielos ya ha sido inaugurado. En la primera carta a los Corintios, San Pablo insiste en la unidad de los cristianos: ellos no pueden estar divididos porque Jesucristo ha muerto por todos. Todos, por tanto, se deben dejar penetrar por el amor de Jesús hacia la humanidad y hacerse apóstoles de esa luz que ilumina el corazón de los hombres.

J «Yo soy la luz del mundo»

Un dato constante en el Evangelio es que Jesús usó la imagen de la luz para definir su identidad. La luz es el predicado de una de sus importantes afirmaciones en: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). Esto es lo que dijo de Él el anciano Simeón cuando tomó al Niño Jesús en sus brazos en el momento en que era presentado al templo por sus padres: «Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). Era natural que en el viaje de Jesús, después de ser bautizado por Juan Bautista a la altura de Jerusalén, desde Nazaret a Cafarnaúm, siguiendo el confín entre los territorios de las tribus de Zabulón y Neftalí ; San Mateo viera el cumpli¬miento de una antigua profecía de Isaías acerca de esas tierras: «El pueblo que habitaba en las tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amane¬cido».

Jesús vuelve a la «Galilea de los gentiles»; así llamada por hallarse en el norte de Palestina colindante con las naciones paganas. Es aquí donde va a comenzar su anuncio de la Buena Nueva, cumpliendo así las profecías acerca de la restauración de estas regiones norteñas saqueadas por los asirios (año 734 A.C.). Podemos ver aquí una intención universalista en el anuncio de la Buena Nueva ya que Jesús comienza su actividad apostólica precisamente por tierras «paganas», si bien habitadas por judíos en su mayoría, a quienes Cristo se dedicó casi exclusivamente.

J «Convertíos, porque el Reino de los cielos ha llegado»

El Evangelio dice que «desde entonces Jesús comenzó a predicar». Y predicaba precisamente eso: «Convertíos, porque el Reino de los cielos ha llegado». Este es el resumen de su predicación, el núcleo de buena nueva. Si honestamente queremos acoger su palabra y cumplir¬la, aquí tenemos un «imperativo» de Jesús, que expresa claramente su voluntad. Interesa entonces saber qué quiere decir «convertirse». La palabra griega que está en la base significa literalmente: cambiar de mente, cambiar nuestros valores. Lo que yo antes consideraba importante, verdadero y firme de manera que eso guiaba mi vida; ahora ya no lo es, han entrado otros valores, mi vida ha cambiado radicalmente. Eso quiere decir convertirse. ¡Pero esto es algo imposible a los hombres!

Todos tenemos experiencia de cuán difícil es hacer cambiar de idea a alguien, incluso sobre temas secundarios y aunque se presenten argumentos convincentes. Todos tenemos la imagen de los enfrentamientos públicos entre posturas opuestas, en que cada parte esgrime sus mejores argumentos, pero al final todos quedan con su misma idea y nadie ha cambiado ni siquiera un milímetro su postura. ¿Qué decir entonces del cambio radical de la persona, es decir, de las bases mismas de su existencia, de sus opciones más fundamentales? ¿Qué cosa es capaz de provocar este cambio que se llama la «conversión»? Hay una sola cosa capaz, más bien una sola persona. La conversión entonces consiste en encontrarse con Jesús y acogerlo en nuestra vida.

Tal vez el que ha expresado la realidad de la conversión en términos más elocuentes ha sido San Pablo. Es que la suya ha sido una de las conversiones más célebres: de perseguidor de la Iglesia, gracias a su encuentro con Cristo, en un instante, pasó a ser su más celoso apóstol. Él afirma: «Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3,7-8). Y este cambio de mentalidad hace decir a Pablo en su carta a la comunidad de Corinto ahora somos uno «unidos en una misma mentalidad y en un mismo juicio».

J «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres...»

La segunda parte del Evangelio de hoy nos relata la vocación de los primeros cuatro discípulos. No puede leerse este episodio sin experimentar una fuerte impre¬sión. Cuando en la vida de una persona aparece Jesús en escena, todo cambia. La diferencia es total: como las tinieblas y la luz. Esto es algo que no puede comprenderlo quien no lo ha experimentado. Así como no puede comprender la luz quien permanece en las tinieblas. Pero todos estamos llamados a vivir algún día lo mismo que esos simples pescadores: «Caminando Jesús por la orilla del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés... y les dice: 'Venid conmigo...' Y ellos al instante, dejando las redes, lo siguieron».

La iniciativa es siempre de Jesús: él los ve, los elige y los llama. Pero a ellos toca responder a esta llamada. Para motivarlos Jesús les indica una misión, que se presenta como un cambio de oficio: «Os haré pescadores de hombres». Pero esto no les sirvió de mucho, porque en ese momento no podían comprender a qué se refería Jesús. Si esta frase de Jesús se conservó debió ser porque, después de muchos años, cuando ellos, constituidos ya en apóstoles y columnas de la Iglesia, comprendieron y recordaron que Jesús se lo había predicho en el momento de su vocación, cuando todo estaba sólo en germen. Y, sin embargo, la respuesta de ellos fue inmediata. Si el relato se conserva en esta forma, insistiendo en la prontitud y decisión de la respuesta, es porque de ese acto generoso de entrega de la vida, dependió todo lo que ellos llegaron a ser después: uno, la piedra sobre la cual Jesús fundó su Iglesia; los otros, las tres grandes columnas Andrés, Juan y Santiago. Si ellos hubieran rechazado la llamada –como hace el joven rico- habrían quedado para siempre como anónimos e intrascendentes pescadores de un pequeño lago de la Galilea. La respuesta de los primeros apóstoles nos enseña que la generosidad en responder a lo que Dios nos pide en un determinado momento puede traer una cadena de gracias insospechadas.

+ Una palabra del Santo Padre:

Demos gracias al Señor por su presencia y por la fuerza que nos comunica en nuestra vida diaria, cuando experimentamos el sufrimiento físico o moral, la pena, el luto; por los gestos de solidaridad y de generosidad que nos ayuda a realizar; por las alegrías y el amor que hace resplandecer en nuestras familias, en nuestras comunidades, a pesar de la miseria, la violencia que, a veces, nos rodea o del miedo al futuro; por el deseo que pone en nuestras almas de querer tejer lazos de amistad, de dialogar con el que es diferente, de perdonar al que nos ha hecho daño, de comprometernos a construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado. En todo esto, Cristo resucitado nos toma de la mano y nos lleva a seguirlo. Quiero agradecer con ustedes al Señor de la misericordia todo lo que de hermoso, generoso y valeroso les ha permitido realizar en sus familias y comunidades, durante las vicisitudes que su país ha sufrido desde hace muchos años.

Es verdad, sin embargo, que todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río y, con renovado empeño misionero, tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla. Todo bautizado ha de romper continuamente con lo que aún tiene del hombre viejo, del hombre pecador, siempre inclinado a ceder a la tentación del demonio –y cuánto actúa en nuestro mundo y en estos momentos de conflicto, de odio y de guerra–, que lo lleva al egoísmo, a encerrarse en sí mismo y a la desconfianza, a la violencia y al instinto de destrucción, a la venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles…

Sabemos también que a nuestras comunidades cristianas, llamadas a la santidad, les queda todavía un largo camino por recorrer. Es evidente que todos tenemos que pedir perdón al Señor por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar testimonio del Evangelio. Ojalá que el Año Jubilar de la Misericordia, que acabamos de empezar en su País, nos ayude a ello. Ustedes, queridos centroafricanos, deben mirar sobre todo al futuro y, apoyándose en el camino ya recorrido, decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País, a lanzarse hacia nuevos horizontes, a ir mar adentro, a aguas profundas. El Apóstol Andrés, con su hermano Pedro, al llamado de Jesús, no dudaron ni un instante en dejarlo todo y seguirlo: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4,20). También aquí nos asombra el entusiasmo de los Apóstoles que, atraídos de tal manera por Cristo, se sienten capaces de emprender cualquier cosa y de atreverse, con Él, a todo.

Cada uno en su corazón puede preguntarse sobre su relación personal con Jesús, y examinar lo que ya ha aceptado –o tal vez rechazado– para poder responder a su llamado a seguirlo más de cerca. El grito de los mensajeros resuena hoy más que nunca en nuestros oídos, sobre todo en tiempos difíciles; aquel grito que resuena por «toda la tierra […] y hasta los confines del orbe» (cf. Rm 10,18; Sal 18,5). Y resuena también hoy aquí, en esta tierra de Centroáfrica; resuena en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras parroquias, allá donde quiera que vivamos, y nos invita a perseverar con entusiasmo en la misión, una misión que necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más generosos, más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a ser este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión y cultura, espera a menudo sin saberlo. En efecto, ¿cómo podrá este hermano –se pregunta san Pablo– creer en Cristo si no oye ni se le anuncia la Palabra?

A ejemplo del Apóstol, también nosotros tenemos que estar llenos de esperanza y de entusiasmo ante el futuro. La otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros. Él ha resucitado de entre los muertos; desde entonces, las dificultades y sufrimientos que padecemos son ocasiones que nos abren a un futuro nuevo, si nos adherimos a su Persona. Cristianos de Centroáfrica, cada uno de ustedes está llamado a ser, con la perseverancia de su fe y de su compromiso misionero, artífice de la renovación humana y espiritual de su País. Subrayo, artífice de la renovación humana y espiritual».

Papa Francisco. Estadio del Complejo deportivo Barthélém y Boganda, Bangui.30 de noviembre de 2015.

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¡Conversión! Tener que cambiar todo aquello que me aleja de Dios, todo aquello que me impide ser realmente feliz. Cristo el único capaz de motivar este cambio. ¿Qué medios concretos voy a poner para encontrarme con Jesús?

2. No hay que temer porque Cristo sigue teniendo necesidad de hombres y mujeres para proclamar el Evangelio a «tiempo y destiempo». ¿Cómo ayudo para que aquellas personas llamadas por Dios, puedan responder a su vocación?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 849-865.


texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACIÓN NOCTURNA en Toledo.

sábado, 18 de enero de 2020

2ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Jn 1, 29-34



Los domingos del tiempo ordinario nos deben ayudar a conocer mejor la persona de Jesús y sus mensajes. Con ello iremos logrando que nuestra vida se asemeje un poco más a la suya y así conseguiremos más la finalidad para la que hemos sido creados. San Juan Bautista nos da hoy un testimonio grandioso de la personalidad de Jesús, porque había tenido una especial manifestación: Había visto la acción de Dios por medio del Espíritu sobre Jesús. Había sido para Jesús una experiencia espiritual de esas que hacen impacto en el alma e impulsan a la acción. Juan nos dice que no le conocía. Es posible que se conocieran externamente como de familia; pero ahora Dios, por esa experiencia, le había dado un conocimiento superior. También nosotros, si queremos testimoniar a Jesús, no debemos contentarnos con un conocimiento externo o sólo intelectual de Jesús, sino que debemos tener alguna experiencia en nuestra intimidad de quién es Jesús y de que está entre nosotros.

Este domingo sigue todavía con las epifanías o manifestaciones de Jesús. En otros ciclos se habla de las primeras manifestaciones a sus discípulos por la llamada o en las bodas de Caná; en éste se nos da la manifestación del Bautista: “He aquí el Cordero de Dios”. Nosotros estamos acostumbrados a escuchar esta expresión varias veces en la misa. Los israelitas lo estaban también por las Escrituras y por los sacrificios en el templo. Ya en el Éxodo aparece el cordero pascual, cuyo cuerpo es alimento y su sangre les salva de la muerte. El profeta Isaías en uno de los cánticos del siervo de Yahveh (Is 53) presenta al cordero inocente que carga con nuestras culpas. En el N.T., para san Pablo (I Cor 5, 7-8), Cristo es nuestro cordero pascual inmolado. Y en el Apocalipsis aparece el Cordero inmolado que es aclamado por la multitud.

Cuando los judíos ofrecían en el templo un cordero como sacrificio a Dios, en realidad querían quedar bien con Dios; pero sólo era una representación del perdón de los pecados. Este “Cordero de Dios”, que es Jesús, ofrecido a Dios para salvarnos, es “el que quita el pecado del mundo”. Podemos decir que hoy no gusta a muchos que se hable de pecado. Desgraciadamente en muchos ambientes se ha perdido la conciencia de pecado. Algunos rechazan el pecado como para aliviar su conciencia, para disculparse. Pero la verdad es que nuestra sociedad no es inocente. Y el pecado no está sólo en los individuos, sino en las estructuras sociales, en los modelos de organización que se eligen y siguen sosteniéndose. Pecado hay donde reina la injusticia, la explotación y marginación. Los cristianos o personas de buena voluntad, que detectan el mal, no sólo deben contentarse con detestarle, sino dar testimonio de que puede ser vencido por una vida donde reine el bien, la justicia, la paz y el amor.

El hecho de que Jesús sea “el Cordero que quita el pecado” significa que es nuestro Salvador. Y nos ha salvado uniéndose a nuestros sufrimientos. En otras religiones Dios o los dioses están tan lejanos de la tierra que ni conocen ni menos pueden tener experiencia de nuestros sufrimientos. Nosotros aceptamos a Jesús como “el Cordero de Dios”, porque, siendo Dios, se ha acercado tanto a nosotros, que está en medio de nuestros sufrimientos, no para quitarlos, sino para que, sufriéndolos, podamos hacer que esos sufrimientos tengan valor de redención. En estos tiempos actuales hay muchas personas que viven tan metidos en los adelantos materiales, que sienten no necesitar ningún otro redentor que venga de fuera. No sienten deseos de otra vida o del “más allá”. Les basta lo que pueden conseguir con sus propias manos.
Jesús, que ante el Bautista había pasado como un pecador humillado, ahora es el que “quita los pecados”. Cuando en la misa le llamemos a Jesús “Cordero de Dios”, sintamos que, con su entrega generosa, nos sigue librando del mal, que tantas veces hemos hecho, y le prometamos unir nuestros esfuerzos a los suyos, para que en el mundo haya un poco menos del mal y reine más la justicia y el bien.

Texto de Anónimo

Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 19 de enero de 2020 «Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios»


Lectura del libro del profeta Isaías (49,3.5-6): Te hago luz de las naciones para que seas mi salva-ción.

El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»
Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

Salmo 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. R./

Yo esperaba con ansia al Señor; // él se inclinó y escuchó mi grito; // me puso en la boca un cántico nuevo, // un himno a nuestro Dios. R./

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, // y, en cambio, me abriste el oído; // no pides sacrificio expiatorio, // entonces yo digo: «Aquí estoy.» R./

Como está escrito en mi libro: // «Para hacer tu voluntad.» // Dios mío, lo quiero, // y llevo tu ley en las entrañas. R./

He proclamado tu salvación // ante la gran asamblea; // no he cerrado los labios: // Señor, tú lo sabes. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (1,1-3): La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros.

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Je¬sucristo sean con vosotros.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (1,29-34): Este es el Cordero de Dios que quita el pe-cado del mundo.

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: –«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delan-te de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: –«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Las lecturas bíblicas nos hablan de distintas maneras sobre la misión de Jesús que vino al mundo para que «todoel que crea, tenga vida eterna» (Jn 3,15).En la Primera Lectura, el profeta Isaías nos dice que el «siervo de Yahveh» es consciente de haber sido elegido para hacer que el pueblo de Israel vuelva a Dios. El siervo experimenta la dureza y dificultad de su misión colocando su confianza en Yahveh. El salmo res-ponsorial 39 parece resaltar el contraste entre el sacrificio ritual de la ley de Moisés y la disposición de es-cucha obediente que finalmente es lo que agrada al Señor.Juan el Bautista habla de Jesús como el Cordero de Dios que, ofrecido en sacrificio, redime al hombre de su pecado. Él reconoce a Jesús cuando el Espíritu Santo desciende sobre Él. San Pablo, en el saludo inicial a los cristianos de Corinto , se dirige a los cristianos de esa comunidad y les recuerda el doble aspecto de la redención: hemos sido santificados en Jesucristo y estamos llamados a ser santos en su nombre.

J La primera semana pública de Jesús

Con la celebración del Bautismo del Señor concluyó el tiempo litúrgico de la Navidad y comenzó el tiempo ordinario. Hoy día celebra la Iglesia el segundo Domingo del tiempo ordinario ya que la semana pasada hemos vivido la primera semana del tiempo común que concluye con la trigésima cuarta semana y la Solemnidad de Cristo Rey. El tiempo ordinario se interrumpe con el tiempo de Cuaresma, que comienza con el miércoles de ceniza. La liturgia de la Palabra, dentro de la celebración dominical, está organizada en tres ciclos de lectu¬ras, A, B y C; caracterizados respectivamente por la lectura de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Este año estamos en el ciclo A y en los domingos del tiempo ordinario leemos el Evangelio de Mateo. Sin embargo, en el segundo Domingo del tiempo ordinario, en los tres ciclos litúrgicos, se lee el Evangelio de San Juan. En cada ciclo se toma un episodio de la «semana inaugural» (Jn 1, 19 - 2,12). Justamente cuando se va a empezar a desarrollar, Domingo a Domingo; la vida, obras y palabras de Jesús, es significa¬tivo comenzar con esa primera semana de su ministerio público, en la cual Jesús comienza a mani-festarse.

Si buscamos en nuestro libro de los Evangelios el episodio de hoy, veremos que comienza con estas palabras: «Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él...» (Jn 1, 29); y que el episodio siguiente comienza con esas mismas palabras: «Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos...» (Jn 1,35). Así se introducen el segundo, tercero y cuarto día de esa semana inaugural de la vida pública de Jesús. Este Domingo leeremos lo que ocurrió el segundo día de esa semana que finalizará con el primer milagro realizado por Jesús en las Bodas de Caná, «tres días después...», es decir en el cuarto día de la semana inaugural.

J «He ahí El Cordero de Dios»

Dos cosas dice Juan sobre Jesús en el Evangelio de hoy y en ambas se revela como el gran profeta que es, pues expresa la identidad profunda de Jesús y el camino por el cual debía realizar su misión reconciliadora. Las primeras palabras que dice cuando ve venir a Jesús son: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Nosotros estamos habituados a escuchar estas palabras referidas a Jesús, pero pensándolo bien son enigmáticas y para los oyentes de Juan debieron ser incomprensibles. ¿Por qué lo llama «cordero» ? ¿Qué está viendo Juan en Él para llamarlo así?

Este modo de hablar sobre Jesús no vuelve a aparecer en todo el Evangelio y queda oscuro para los lectores hasta el momento de la crucifixión y muerte de Jesús, donde adquiere toda su luz. Según el Evangelio de San Juan, Jesús murió en la cruz la víspera de la Pascua, a la misma hora en que eran sacrifica-dos en el templo los corderos pascuales. En el ritual del sacrificio del cordero pascual estaba escrito: «No se le quebrará ningún hueso» (Ex 12,46). Es lo que relata el evangelista cuando escribe que, después de quebrar las piernas de los dos crucificados con Jesús, al llegar a él, como le vieron ya muerto, «no le que-braron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado». Esta debió ser una alusión clarísima para un judío. Entonces se comprende que la muerte de Jesús fue un «sacrificio» como el del cordero pascual y que este sacrificio obtuvo la expiación de nuestros pecados. Todo esto lo captó Juan, cuando la primera vez que vio a Jesús dijo: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Está implícito: «Ofreciéndose a sí mismo en sacrificio». Si en el Evangelio de Juan no reaparece la designación de Jesús como «cordero», en el Apocalipsis, en cambio, este es un modo frecuente de designar a Jesús (unas treinta veces). Ante el trono del Cordero resuena este canto: «Eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos porque fuiste degollado y compras¬te para Dios con tu sangre hombres de toda raza, pueblo y nación y has hecho de ellos un Reino de sacerdotes para nues¬tro Dios" (Ap 5, 9-10).

 «Tú no quieres sacrificios, ni ofrendas…»

Existe un aparente contraste entre el sacrificio y la obediencia en el salmo responsorial 39: «Tú no quie-res sacrificios… entonces dije; aquí estoy Señor». El salmista parece decir que las ofrendas mosaicas or-denadas por Dios ya no son de su agrado. Por otro lado constantemente vemos en la predicación de Jesús como él insiste en las actitudes internas del corazón más que en los “rituales externos”. Pero si hay una ver-dadera conversión interior y un amor sincero a Dios y al prójimo; entonces las formas externas correspon-derán adecuadamente a las actitudes internas. Algo fundamental que leemos en el salmo es la actitud de escucha atenta a la voz de Dios: «pero me diste un oído atento». Esta apertura de escucha obediente re-quiere un espíritu humilde. Solamente de esta manera el salmista es capaz de escuchar y entender lo que Dios quiere de él y lo mantiene en una obediencia activa y real. Es la actitud que vemos en el «Cordero de Dios».

J «Éste es el Hijo de Dios»

La segunda afirmación profética de Juan el Bautista es ésta: «Doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios ». Es algo enteramen¬te nuevo. En el Antiguo Testamento no suele llamarse a Dios «Padre». Y las es-casas veces en que Dios llama «hijo» a alguien se refiere al pueblo de Israel en general y sirve para indicar el amor y la solicitud de Dios por su pueblo. Pero hay algunos textos que suenan así: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal 2,7), o bien: «Antes de la aurora como al rocío yo te he engendrado» (Sal 110,3). Era claro que estos textos se referían a una persona particular y se aplicaban al Mesías que había de venir. Por eso cuando apareció Jesús, Él no llama a Dios sino como «su Padre» y afirma: «El Padre y yo somos una sola cosa» (Jn 10,30). Al final de su vida, Jesús se dirige a Dios así: «Padre, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti» (Jn 17,1). Esta actitud era tan notoria que el Evangelio lo indica como el motivo de su muerte: «Por esto los judíos trataban de matarlo... porque llamaba a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios» (Jn 5,18).

J «He visto al Espíritu que bajaba... y se quedaba sobre él».

Juan predicaba la conversión y bauti¬zaba en el desierto al otro lado del Jordán. Él bautizaba en la cer-teza de que por medio de ese rito sería manifes¬tado el Elegido de Dios. Después de bautizar a Jesús, Juan recibe la visión que le permite reconocer al Elegido de Dios: «He visto al Espíritu que bajaba como una pa-loma del cielo y se quedaba sobre Él». Y sobre la base de esa visión puede concluir: «Yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios... éste es el que bautiza con Espíritu Santo». El signo más eviden-te del Mesías es la posesión del Espíritu de Dios. Así estaba anunciado con insistencia en los profetas. Del descendiente de David que se esperaba como Salvador estaba escrito: «Reposará sobre él el Espíritu del Señor» (Is 11,2), y acerca de Él dice el Señor: «He aquí mi Elegido en quien se complace mi alma: he pues-to mi Espíri¬tu sobre Él» (Is 42,1). Juan vio el Espíritu en la forma visible de una paloma descender sobre Jesús y permanecer sobre él, y reconoció el cumplimiento de ese signo.

 «A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos»

San Pablo nos enseña el dinamismo de la reconciliación traída por Jesucristo. Él personalmente, siguió por mucho tiempo un falso mesianismo, hasta su encuentro definitivo con Jesús resucitado, camino a Da-masco. Entonces entiende que Él es el Mesías auténtico; y cómo, en consecuencia, el apostolado auténtico es el anuncio del mensaje salvador de Jesucristo vencedor de la muerte. Era uso de la época iniciar las cartas presentándose con los títulos y méritos. San Pablo, que en otro tiempo tanto se ufanó de títulos y méritos humanos (ver Ga 1, 14; Flp 3, 4), ahora sólo se gloría de este título totalmente espiritual y gratuito: «Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Jesucristo». Pablo, el que repudiaba a los seguidores de Jesús, ahora por vocación ha de ser el Apóstol del Crucificado (Ga 6, 14).

Luego recordará a los nuevos cristianos de Corinto lo que son y lo que están llamados a ser: «santificados en Cristo Jesús» y llamados a ser «santos». La santidad en el Antiguo Testamento era ritual o externa ya que significaba la «separación» o elección que Dios había hecho de Israel constituyéndolo en Pueblo Santo (ver Ex 19, 6; Dt 7, 6; Dn 7, 18, 22). En virtud de nuestro Bautismo en el Espíritu Santo, la «santidad» y «consagración» alcanzan su valor pleno: «El Hijo de Dios Encarnado, a sus hermanos convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente su Cuerpo, comunicándole su Espíritu. Por el Bautismo nos configuramos con Cristo» . Por nuestro bautismo somos ungidos, consagrados y llamados a vivir de la vida de Cristo, es decir «ser santos como Él es santo».

+Una palabra del Santo Padre:

«El Bautista, por lo tanto, ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado desde lo alto, reconoce en Él al enviado de Dios, por ello lo indica con estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).

El verbo que se traduce con «quita» significa literalmente «aliviar», «tomar sobre sí». Jesús vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene los rasgos del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 4), hasta morir en la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el río de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que hace la fila con los pecadores para hacerse bautizar, incluso sin tener necesidad. Un hombre que Dios mandó al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento el término «cordero» se le encuentra en más de una ocasión, y siempre en relación a Jesús. Esta imagen del cordero podría asombrar. En efecto, un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez si carga en sus propios hombros un peso tan inaguantable. La masa enorme del mal es quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y amor indefenso, que llega hasta el sacrifi-cio de sí mismo. El cordero no es un dominador, sino que es dócil; no es agresivo, sino pacífico; no mues-tra las garras o los dientes ante cualquier ataque, sino que soporta y es dócil. Y así es Jesús. Así es Je-sús, como un cordero».

Papa Francisco. Ángelus 19 de enero de 2014.



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. El apóstol Pablo, al comienzo de la carta a los Corintios, nos recuerda que, santificados en Cristo Jesús, «estamos llamados a ser santos» (1 Co 1, 2).¿Cómo puedo vivir mi llamado a la santidad en la vida cotidiana?

2. Para reconocer a Jesús como el Cordero de Dios, debo de haberme encontrado con Él. ¿Cómo puedo encontrarme con el Señor de la Vida?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 144- 152. 571-573, 599 -623.


Texto recibido de JUAN RAMON PULIDO, PRESIDENTE DIOCESANO DE ADORACIÓN NOCTURA, TOLEDO

jueves, 9 de enero de 2020

Bautismo del Señor. Ciclo A- 12 de enero de 2020 «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti»


Lectura del libro del profeta Isaías (42,1-4.6-7): Mirad a mi siervo, a quien prefiero.

Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceara por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»

Salmo 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10: El Señor bendice a su pueblo con la paz. R./

Hijos de Dios, aclamad al Señor, // aclamad la gloria del nombre del Señor, // postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R./

La voz del Señor sobre las aguas, // el Señor sobre las aguas torrenciales. // La voz del Señor es potente, // la voz del Señor es magnífica. R./

El Dios de la gloria ha tronado. // En su templo un grito unánime: «¡Gloria!» // El Señor se sienta por encima del aguacero, // el Señor se sienta como rey eterno. R./

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10,34-38): Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: -«Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan pre¬dicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (3,13-17): Apenas se bautizó Jesús, salió del agua y vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él.

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba, disuadirlo, diciéndole: -«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Jesús le contestó: -«Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.» Entonces Juan se lo permitió.
Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Todos los textos litúrgicos, de una u otra manera, se refieren a la «novedosa» acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios que leemos en el profeta Isaías (Primera Lectura) cuando se refiere al «Siervo de Dios». Resulta también algo «novedoso» que Jesús sea bautizado por Juan en el Jordán, que el cielo se abra, que el Espíritu Santo descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo diciendo: «Este es mi hijo amado». Dentro de la mentalidad judía, es también absolutamente nuevo lo que proclama San Pedro: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato». En el Catecismo de la Iglesia Católica leemos: «En su bautismo, “se abrieron los cielos” (Mt 3,16) que el pecado de Adán había cerrado...como preludio de la nueva creación» . Es sin duda esta, la nueva acción de Dios en la historia.


 Una «carta de presentación»

Por boca del profeta Isaías , Dios había anunciado muchos siglos antes del nacimiento de Jesús, a Aquél que sería el elegido: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él» (Is 42,1-2). A la elección del «siervo de Yahveh», acompaña una efusión del Espíritu; como se da en el caso de los jefes carismáticos de los tiempos antiguos, en los Jueces (ver Jc 3,10s) y en los primeros Reyes (ver 1Sam 9,17; 10,9-10; 16,12-13). Las palabras del profeta Isaías se volverán a escuchar en el momento en que el Señor Jesús, al acudir al Jordán para ser bautizado por Juan, inicia su misión (ver Mt 3,17).

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, el Apóstol Pedro, haciendo referencia al momento en que se inicia el ministerio público de Jesús en su discurso en la casa del Centurión Cornelio , relaciona a Jesús, bautizado en el Jordán, con el «siervo de Yahveh». Pedro dice de Él que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38). La misión fundamental del Verbo Encarnado es hacer el bien y llevar la «Buena Nueva» a todas las naciones; judíos y gentiles . La visita de Pedro a la casa de Cornelio y el descenso del Espíritu Santo; es de inmensa importancia para la iglesia primitiva, por cuanto marcó la entrada de los gentiles en su seno . En lo sucesivo el Espíritu Santo será dado a todos aquellos que, fuera cual fuera su origen, oyeren con fe la «Nueva Noticia» del Señor Jesucristo. Cornelio, sus familiares y amigos, en el momento de su conversión fueron bautizados con el Espíritu Santo como los discípulos en Pentecostés (Hch 11, 15-17).

 El inicio de la vida pública de Jesús

El bautismo de Jesús en el Jordán de manos de Juan Bau¬tista es el primer acto público de la vida de Jesús e inicia su ministerio público. Esta simple obser¬vación nos sugiere que ya está aquí contenido, en ger-men, lo que será el desarrollo completo de su vida. En cierto sentido está expresado aquí el misterio completo de Cristo, tal como es resumido por San Pablo en su carta a los Filipenses: «Cristo, siendo de condición divina... se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo... se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre...» (Flp 2,5-11).

El Hijo de Dios se hizo hombre verdadero, «igual a noso¬tros en todo menos en el pecado» (Hb 4,15). En el pecado no, pero sí en la condición del hombre pecador, es decir, víctima de la fatiga, del dolor, del hambre y la sed, y sobre todo de la consecuencia más extrema del pecado: la muerte. Pero ese abajamiento fue un «sacrificio» grato a Dios y obtuvo para todo el género humano la reconciliación. Así había sido anun¬ciado muchos siglos antes por el profeta Isaías: «Por su amor justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará... indefenso se entregó a la muerte y fue conta¬do entre los impíos, mientras él llevaba el pecado de muchos e intercedía por los pecadores» (Is 53,11-12).

 El bautismo de Juan

El bautismo de Juan era un baño de agua (inmersión) en el Jordán que se hacía confesando los pecados. El mismo Juan predica: «Yo os bautizo con agua para conversión». Había que reconocer la propia condición de hombre pecador y someterse a este rito de penitencia con la intención de morir a la vida de pecado. Pero la liberación verdadera del pecado no era posible mientras no viniera el que había de expiar nuestros pecados con su muerte en la cruz. Juan lo reconoce cuando, indicando a Jesús, dice: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La muerte de Jesús en la cruz ha dado eficacia al Bautismo cris¬tiano, del cual el bautismo de Juan no era más que un símbolo: «Yo bautizo con agua... él os bautizará con el Espíri¬tu San¬to». Por eso, cuando Jesús se presenta a Juan para ser bauti-za¬do, éste «trataba de impedírselo diciendo: Soy yo el que necesita ser bautizado por ti».

 La misión de Jesús

La insistencia de Jesús para bautizarse, como dijimos, indica lo central de su misión: «Déjame ahora pues conviene que así cumplamos toda justicia». Entrando en el bautismo de Juan, Jesús fue contado entre los pecadores. De esta manera este hecho es un símbolo del sacrificio en la cruz. En la cruz Cristo también fue contado entre los pecadores; en efecto, «junto con Él crucificaron a dos malhechores, uno a la dere¬cha y otro a la izquierda». Pero, sobre todo, porque Él, aunque no conoció pecado, asumió sobre sí el salario del pecado que es la muerte. El mismo Jesús lo había advertido a sus apóstoles: «Es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: He sido contado entre los malhechores» (Lc 22,37). Es una frase similar a la que dijo en su bautismo: «Es necesario que se cumpla toda justicia».

El bautismo de Jesús en el Jordán es entonces un símbolo y el primer anuncio de su muerte en la cruz. Hemos dicho que el bautismo era un rito penitencial, es decir, en cierto sentido, expiatorio por el pecado, como eran los sacrificios, en los cuales mediaba la muerte de la víctima. Era, por tanto, de esperar que «el bautismo para penitencia» se aso¬ciara a la muerte expiatoria por el pecado y se usara como una metáfora de ella. Así lo comprende el mismo Jesús, como se deduce de la pregunta que pone a los hermanos Santiago y Juan: «¿Podéis ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc 10,38). Y en otro lugar expresa su deseo de llevar a término su misión con estas palabras: «Tengo que ser bautizado con un bautismo y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!» (Lc 12,50). También aquí, en el bautismo de Juan, después de su humillación y obediencia, Jesús es exaltado por la voz del Padre que dice: «Este es mi Hijo amado en quien me complazco».

 El don del Espíritu Santo

Los Evangelios son constantes en afirmar que con ocasión del bautismo de Jesús Él fue confirmado como el Ungido por el Espíritu Santo. Los Evangelios precisan que esto no fue un «efecto» del bautismo de Juan, pues no ocurrió mientras Jesús estaba en el agua, sino una vez que «Jesús salió del agua». El don del Espíritu será un efecto del bautismo instituido por Jesús, pues Él es quien «bautiza en Espíritu Santo». El relato continua: «Una voz que salía de los cielos decía: ‘Este es mi Hijo amado en quien me com¬plazco'». Esta voz se dirige a todos para manifestar a Jesús como el Hijo de Dios. Es pues una epifanía. Es claro que la voz del cielo repite el oráculo de Isaías sobre el Siervo de Yahveh pero se da el tremendo paso de sustituir «siervo» por «Hijo». En lugar de decir «mi siervo», Dios Padre se refiere a Jesús llamándolo «mi Hijo amado».

 Una palabra del Santo Padre:

«Vosotras mamás dad a vuestros hijos la leche —incluso ahora, si lloran por hambre, amamantadlos, tranquilos. Damos gracias al Señor por el don de la leche, y rezamos por las madres —son muchas, lamentablemente— que no están en condiciones de dar de comer a sus hijos. Recemos y tratemos de ayudar a estas madres. Así, pues, lo que hace la leche en el cuerpo, la Palabra de Dios lo hace en el espíritu: la Palabra de Dios hace crecer la fe. Y gracias a la fe somos engendrados por Dios. Es lo que sucede en el Bautismo. Hemos escuchado al apóstol Juan: «Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios» (1 Jn 5, 1). En esta fe son bautizados vuestros hijos. Hoy es vuestra fe, queridos padres, padrinos y madrinas. Es la fe de la Iglesia, en la cual estos pequeños reciben el Bautismo. Pero mañana, con la gracia de Dios, será su fe, su personal «sí» a Jesucristo, que nos dona el amor del Padre.

Decía: es la fe de la Iglesia. Esto es muy importante. El Bautismo nos introduce en el cuerpo de la Iglesia, en el pueblo santo de Dios. Y en este cuerpo, en este pueblo en camino, la fe se transmite de generación en generación: es la fe de la Iglesia. Es la fe de María, nuestra Madre, la fe de san José, de san Pedro, de san Andrés, de san Juan, la fe de los Apóstoles y de los mártires, que llegó hasta nosotros, a través del Bautismo: una cadena de trasmisión de fe. ¡Es muy bonito esto! Es un pasar de mano en mano la luz de la fe: lo expresaremos dentro de un momento con el gesto de encender las velas en el gran cirio pascual. El gran cirio representa a Cristo resucitado, vivo en medio de nosotros. Vosotras, familias, tomad de Él la luz de la fe para transmitirla a vuestros hijos. Esta luz la tomáis en la Iglesia, en el cuerpo de Cristo, en el pueblo de Dios que camina en cada época y en cada lugar. Enseñad a vuestros hijos que no se puede ser cristiano fuera de la Iglesia, no se puede seguir a Jesucristo sin la Iglesia, porque la Iglesia es madre, y nos hace crecer en el amor a Jesucristo.

Un último aspecto surge con fuerza de las lecturas bíblicas de hoy: en el Bautismo somos consagrados por el Espíritu Santo. La palabra «cristiano» significa esto, significa consagrado como Jesús, en el mismo Espíritu en el que fue inmerso Jesús en toda su existencia terrena. Él es el «Cristo», el ungido, el consagrado, los bautizados somos «cristianos», es decir consagrados, ungidos. Y entonces, queridos padres, queridos padrinos y madrinas, si queréis que vuestros niños lleguen a ser auténticos cristianos, ayudadles a crecer «inmersos» en el Espíritu Santo, es decir, en el calor del amor de Dios, en la luz de su Palabra. Por eso, no olvidéis invocar con frecuencia al Espíritu Santo, todos los días. «¿Usted reza, señora?» —«Sí» —«¿A quién reza?» —«Yo rezo a Dios» —Pero «Dios», así, no existe: Dios es persona y en cuanto persona existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. «¿Tú a quién rezas?» —«Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo». Normalmente rezamos a Jesús. Cuando rezamos el «Padrenuestro», rezamos al Padre. Pero al Espíritu Santo no lo invocamos tanto. Es muy importante rezar al Espíritu Santo, porque nos enseña a llevar adelante la familia, los niños, para que estos niños crezcan en el clima de la Trinidad santa. Es precisamente el Espíritu quien los lleva adelante. Por ello no olvidéis invocar a menudo al Espíritu Santo, todos los días. Podéis hacerlo, por ejemplo, con esta sencilla oración: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Podéis hacer esta oración por vuestros niños, además de hacerlo, naturalmente, por vosotros mismos».

Papa Francisco. Fiesta del Bautismo del Señor. 11 de enero de 2015

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Con la celebración del Bautismo de Jesús se termina el Tiempo Litúrgico de la Navidad y se inicia el Tiempo Ordinario. Contemplemos una vez más el misterio del nacimiento de nuestro Señor en Belén. Renovemos una vez más nuestras resoluciones (regalos) para este año que se inicia ante el Niño Dios.

2. En el bautismo de Jesús, recordamos nuestro propio bautismo: fundamento de nuestra vida de fe. ¿Cómo vivo mi fe recibida en el bautismo?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 536, 720, 1224-1225. 1267 - 1270.


Texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adotacion Nocturna Española, Toledo

Domingo, Bautismo de Jesús A: Mt 3, 13-17






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En cuanto al bautismo, debemos saber distinguir el bautismo que hacía Juan Bautista con la gente en general, el bautismo que hizo con Jesús y nuestro bautismo, que es algo muy diferente y es un sacramento. San Juan Bautista predicaba la penitencia como una manera especial de prepararse para recibir al Mesías y los mensajes que nos traería de parte de Dios. Y mucha gente se arrepentía. Para constatar ese arrepentimiento y ratificarlo ante la comunidad y sobre todo ante Dios de una manera externa, Juan bautizaba. Juan no podía quitar los pecados. Un día señalaría a Jesús diciendo que Él es el que quita los pecados del mundo. Pero mientras esto sucediera, Juan ratificaba con el bautismo lo que suponía que pasaba en el corazón de la gente arrepentida, y con el bautismo señalaba la limpieza de corazón.

El bautismo que hizo Juan sobre Jesús no era lo mismo. Jesús no podía arrepentirse de pecados. ¿Entonces por qué se bautizó? Es difícil comprenderlo. Él no tenía pecado, pero era uno de los nuestros y cargaría con nuestros pecados para redimirnos. En ese momento está mostrando que es uno de los nuestros, que está en la fila de las personas que quieren acercarse a Dios, que pertenece al grupo de buenos galileos que con recto corazón se habían acercado al Jordán para escuchar al profeta y vivir según los caminos del Señor. Es uno más del grupo de “pobres de Yahveh”.

Nuestro bautismo es diferente. Por los méritos de Jesús recibimos verdaderamente el Espíritu Santo. Se quitan todos los pecados y se nos da una gracia especial que nos hace hijos de Dios. Si uno es mayor, necesita arrepentirse de sus pecados. La gracia se nos da ciertamente, pero de forma incipiente. Luego hay que desarrollarla de una manera constante durante toda la vida. Lo triste es que para muchos esa gracia del bautismo se queda en un estado primitivo o se pierde. Por eso este es un día muy apto para que todos agradezcamos a Dios esta gracia inmensa del bautismo, y sobre todo para que demos un impulso grande a esa gracia renovando esos compromisos bautismales que hicieron por nosotros nuestros padres.

Lo verdaderamente importante fue lo que pasó con Jesús después del bautismo. Fue una manifestación de Dios de algo grandioso que sucedía en el ser de Jesús: Fue “ungido por el Espíritu Santo”. Para exponerlo de una manera gráfica, como les gustaba a los orientales, el evangelio dice que “el cielo se abrió”, como cuando cae una gran lluvia, y el Espíritu Santo bajó “como una paloma”, de una manera veloz y al mismo tiempo suave. Jesús siente que, como hombre es hijo de Dios, y que tiene plena autorización para comenzar a enseñarnos que todos podemos llegar a ser hijos de Dios. Es como la graduación, como la Confirmación. Desde ese momento comenzaba la verdadera nueva alianza, el Reino del amor de Dios. También Dios nos une a esa tarea de trabajar por este reino de amor, de justicia y de paz. Fue tal el impacto que esta gran verdad y este compromiso recaía en Jesús, de predicar la paternidad amorosa de Dios, que se retiró durante muchos días al desierto a orar y meditar.

Cuando Juan Bautista iba a bautizar a Jesús, sintió que no era digno; pero Jesús le dijo que convenía hacer “lo que es justo”. Esta justicia en el evangelio de san Mateo quiere significar la Voluntad de Dios. Por eso nuestro compromiso bautismal nos debe llevar a cumplir más y más la voluntad de Dios. San Juan percibe allí que Jesús es Hijo de Dios y lo proclamará como Salvador ante algunos de sus discípulos. Nosotros dejémonos ungir por el Espíritu Santo, que ya recibimos en el bautismo, para recibir más la salvación y poder ser salvadores de otros.


Autor: Anónimo

viernes, 3 de enero de 2020

2º domingo del tiempo de Navidad: Jn 1, 1-18


Hoy se pone a nuestra consideración el principio del cuarto evangelio, el de san Juan. Es un comienzo muy diferente al de los otros evangelistas. Hoy san Juan nos habla del nacimiento de Jesús; pero de forma diferente. No cuenta los hechos según la historia: no hay niño ni madre, ni pastores ni cántico de ángeles; pero sí habla de luz que ilumina las tinieblas y de gloria de Dios que podemos contemplar, y sobre todo de la Palabra, que se hace carne, de Dios que pone su tienda entre nosotros, del Señor que es aceptado por unos y rechazado por otros.

San Juan comienza desde el misterio de Dios y cómo desde siempre existía la “Palabra”. Este vocablo “palabra” o “verbo” recuerda a la “sabiduría”, de la cual habla ya el Antiguo Testamento, “que jugaba con Dios”. ¡Qué difícil es expresar con palabras materiales el misterio de Dios y lo que es espíritu! También sería difícil entender lo de “Hijo de Dios”, pues en lo material un hijo siempre es menor que el padre. Para que comprendamos un poco, distinguimos entre el pensamiento y su expresión, entre una palabra cuando la pensamos y cuando la pronunciamos. Esta es la semejanza que hoy usa el evangelio. Esta “Palabra”, que es Dios mismo, estaba desde siempre en Dios; pero un día fue pronunciada, y lo importantísimo es que esa “Palabra”, que es Dios mismo, vino a nosotros y se hizo de nuestra propia naturaleza, “se hizo carne”.

A veces se traduce: “Y se hizo hombre”. Y está bien, porque en nuestra lengua la carne es sólo una parte del ser humano; pero en la lengua hebrea no era así, sino que “carne” era la expresión de toda la verdadera naturaleza humana; sobre todo en el sentido de debilidad. Dios se hizo en verdad un ser humano con todas sus debilidades. Lo único que no podía tener era el pecado. Por eso era la luz que brilla en medio de las tinieblas. Si se piensa profundamente, nos puede parecer demasiado hermoso para ser cierto. Pero esto es lo que proclama nuestra fe y hoy de una manera especial: Que Dios no es como muchos creían un Dios lejano, al que no se le podía llegar, sino que está tan cerca que ha venido a habitar entre nosotros. Quizá el evangelista, cuando decía estas expresiones, estaba pensando en algunos herejes que decían que Jesús, Palabra de Dios, era sólo una apariencia, una sombra o un fantasma. Hoy se nos dice que Jesús, que es Dios, es un ser humano verdadero. Todos le pueden ver y tocar.

Otra de las falsedades que quería delatar el evangelista era el de algunos discípulos de Juan Bautista, que todavía seguían diciendo que el Bautista era superior a Jesús. Hoy se nos muestra a Jesús como luz que ilumina a todos, también al mismo Bautista, porque es Dios mismo. Así también la Iglesia, el papa, los obispos y sacerdotes son sólo precursores o intermediarios. Son como “la voz” de la Palabra. Nuestra finalidad es acoger a Jesús y recibirle plenamente para que nos ilumine a todos.

Y “acampó” entre nosotros. Acampar no es lo mismo que instalarse, residir o asentarse, sino es vivir nuestra propia vida de “peregrinos hacia la casa de Dios”, es vivir nuestra misma pobreza y debilidad. Y lo terrible, pero grandioso, es que nos deja en total libertad para aceptarle o no aceptarle. El evangelista dice que “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron”. A veces pensamos en la posada y las casas de Belén; pero tiene un sentido más profundo y más amplio, que nos toca también a nosotros, si le cerramos la puerta de nuestro corazón. A veces somos demasiado orgullosos para ver a Dios: No queremos recibir a Aquel que viene a su propiedad, porque tendríamos que transformarnos de modo que sea Él el verdadero dueño de nuestro ser.

Pero alegrémonos, porque, si le recibimos, nos da su gracia y nos hace hijos de Dios. Jesús es Dios que sale al encuentro del ser humano, para que nosotros podamos ir a su encuentro. Creer es ver a Dios, y ver a Jesús es “ver al Padre”. Por esta fe, que es entrega a su amor, nos transformamos y vivimos como hijos de Dios. ¡Que de su plenitud recibamos la gracia y la verdad y el amor!

Autor: Anónimo.