martes, 28 de febrero de 2017

OTRO ADORADOR NOCTURNO VENERABLE


Ayer

 27 de febrero de 2017 el Papa firmó el decreto de virtudes heroicas del médico alicantino Pedro Herrero Rubio (1904-1978). Fue presidente de la Adoración Nocturna de Alicante y adorador Veterano Constante.


De su biografía me impresionó que: " Pedro se encontraba feliz entre los humildes, facilitándoles las medicinas e incluso dejando dinero debajo de la almohada de sus pacientes "

En muchas ocasiones acudí a él para que cuidara desde el cielo a los más pequeños de mi familia, los nietecitos,  y  ahora que "eche una mano" en un natalicio próximo  que aguardamos con mucha ilusión.

Don Pedro, se que continuarás con muchas ocupaciones desde tu cercanía del Señor ocupándote de los pequeños más necesitados, pero nunca abandones con tu ayuda a la prole de mis nietos.

Como Adorador Veterano Constante, igual que tú, celebro el reconocimiento de nuestro Papa Francisco a la vez que te pido me orientes y ayudes en este caminar de Adorador en la tierra. 

Adorado sea Jesús Sacramentado

MAÑANA comienza la CUARESMA.


Anteriormente  se insertó en éste Blog un texto en relación con el Ayuno y la Abstinencia que tuvo muchas consultas.

Ahora, en las puertas de la Cuaresma me permito publicar el presente resumen:


Abstinencia

La ley de abstinencia exige a un católico de 14 años de edad y hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los viernes, en honor a la Pasión de Jesús del Viernes Santo. Como carne se considera a la carne y órganos de mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas las sopas, caldos, cremas y salsas que se hacen a partir de ellos. Los peces de mar y de agua dulce, anfibios, reptiles y mariscos están permitidos, así como los productos derivados de animales como margarina y gelatina sin sabor a carne.

Ayuno

La ley del ayuno requiere que el católico, desde los 18 hasta los 59 años de edad, reduzca la cantidad de comida usual. La Iglesia define esta práctica como una comida principal más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la primera en cantidad. Este ayuno es obligatorio el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o se toma algún líquido considerado como “comida” (por ejemplo batidos; pero está permitida la leche). Las bebidas alcohólicas no rompen el ayuno; sin embargo, se las considera contrarias al espíritu de hacer penitencia.


Quiénes están excluidos del ayuno y la abstinencia

Además de los que están excluidos por su edad, también se incluyen a los que tienen problemas mentales, los enfermos, quienes se encuentran en estado de debilidad, mujeres embarazadas o en la etapa de lactancia de acuerdo a la alimentación que necesitan para alimentar a sus hijos, obreros de acuerdo a su exigencia física, invitados a comer que no pueden excusarse sin ofender gravemente o sin causar enemistad, u otras situaciones morales o físicas que imposibiliten mantener el ayuno.


Dispensa y conmutación

El canon 1245 establece unas facultades de dispensa amplias. Por lo tanto, pueden dispensar tanto el Obispo diocesano para sus súbditos como también el párroco. En este caso, sin embargo, se debe matizar que sólo puede dispensar en casos particulares: no puede, por lo tanto, conceder una dispensa general. También puede dispensar el Superior de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostólica clerical de derecho pontificio para las personas indicadas en el canon. En todos los casos, se debe tener en cuenta el canon 90: debe haber justa causa para conceder la dispensa.





sábado, 25 de febrero de 2017

Lecturas de la Misa del Domingo de la Semana 8ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A «Buscad primero su Reino y su justicia»



Lectura del libro del profeta Isaías (49, 14-15): Yo no te olvidaré.

Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

Salmo 61,2-3.6-7.8-9ab: Descansa sólo en Dios, alma mía. R/.

Sólo en Dios descansa mi alma, // porque de él viene mi salvación; // sólo él es mi roca y mi salvación; // mi alcázar: no vacilaré. R/.

Descansa sólo en Dios, alma mía, // porque él es mi esperanza; // sólo él es mi roca y mi salvación, // mi alcázar: no vacilaré. R/.

De Dios viene mi salvación y mi gloria, // él es mi roca firme, // Dios es mi refugio. // Pueblo suyo, confiad en él, // desahogad ante él vuestro corazón. R/.

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (4, 1-5): El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón.

Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y adminis­tradores de los misterios de Dios.
Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuen­tas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso que­do absuelto: mi juez es el Señor.
Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (6, 24- 34): No os agobiéis por el mañana.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mi­rad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embar­go, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir.
Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vues­tro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, por­que el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

En su excepcional libro «Jesucristo», el entonces Papa Benedicto XVI, nos da una bella clave para poder aproximarnos a la Palabra de Dios: «Los santos son los verdaderos intérpretes de la Sagrada Escritura». Y justamente comentando el pasaje del Evangelio de San Mateo que corresponde a este Domingo nos hablará de San Francisco de Asís. Dice Benedicto XVI«Francisco de Asís entendió la promesa de esta bienaventuranza en su máxima radicalidad; hasta el punto de despojarse de sus vestiduras y hacerse proporcionar otra por el obispo  como representante de Dios, que viste los lirios del campo con más esplendor que Salomón y todas sus galas (Ver Mt 6, 28s). Esta humildad extrema era para Francisco sobre todo libertad para servir, libertad para la misión, confianza extrema en Dios, que se ocupa no sólo de las flores del campo, sino sobre todo de sus hijos».  

Éste es sin duda el mismo mensaje que el profeta Isaías y San Pablo nos quieren transmitir: confianza en Dios hasta el extremo, donde ni siquiera el fuero más íntimo me reprocha nada, cuando sé que el amor de Dios por mí es más grande que el amor de una madre. 

J «¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho?»

El carácter mesiánico de todo el capítulo 49 del libro de Isaías es claro y evidente. No será más Ciro[1], el rey de Persia, el libertador de Israel sino el Mesías – el Siervo de  Dios, el Santo –  el cual vendrá para dar salud a su pueblo. En los primeros versículos de este capítulo se describe la vocación del «Siervo de Dios», luego su misión entre el pueblo judío y los paganos. El Siervo de Dios está llamado a reunir los pueblos de Israel, a «restaurar las tribus de Jacob y convertir a los sobrevivientes de Israel» (Is 49,6). Esto podría explicar por qué ninguno de los israelitas piadosos del tiempo de Jesús entendía el misterio de su rechazo y de su muerte.

San Pablo revelará que el misterio de esta salvación[2] no quedó revocado con la venida de Jesús (Rm 11,1) sino que ha sido postergado para los últimos tiempos (Rm 11, 25 ss). Yahveh recordará que Él es quien formado y hecho con su pueblo; y que finalmente los sacará de las tinieblas y dirá: «venid a la luz» (Is 49, 9). Los israelitas que  vuelven de su cautiverio babilónico serán comparados a un rebaño cuyo pastor es Dios. Nada les faltará en el camino. El significado mesiánico de estas imágenes es evidente.

Finalmente, en una de las bellas manifestaciones del amor de Dios por nosotros dirá: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido».Santa Teresa nos dice que «confiemos en la bondad de Dios que es mayor que todos los males que podamos hacer»ya que «he aquí que te tengo grabado en las palmas de mis manos» (Is 49, 16). Cada uno de nosotros, nos recuerda el profeta, tenemos un valor infinito y único ante Dios.  

JL «Nadie puede servir a dos señores»

Para poder entender mejor el significado de una de las frases más conocidas de Jesús que ciertamente encierra una profunda enseñanza espiritual, debemos de ver detenidamente que entiende Jesús por uno y por lo otro; es decir por los «dos señores» a los que refiere y que ciertamente son antagónicos[3] uno del otro. El primero es claramente Dios y el segundo es «mamón»[4], nombre que es personificación de las riquezas. De esto resulta claramente que quien ama las riquezas, poniendo en ellas su corazón (ver Mt 6,21), llega sencillamente a odiar a Dios. Terrible verdad, que no será menos real por el hecho de que no tengamos conciencia de ello.

Y aunque parezca esto tan monstruoso, es bien fácil de comprender si pensamos que en tal caso la imagen de Dios se nos representará día tras día como la del peor enemigo de esta presunta “felicidad” en que tenemos puesto el corazón; por lo cual no es nada sorprendente que lleguemos a odiarlo en el fondo del corazón, aunque por fuera tratemos de cumplir algunas obras vacías de amor, por miedo a la justicia de Dios.

Pero ¿por qué es tan radical la frase de Jesús ante las riquezas? Porque recordemos que el apego a los bienes materiales refleja una falta de confianza en Dios que ha prometido velar por nosotros, y por otro lado, una excesiva preocupación por nosotros mismos, buscando la seguridad exclusivamente en lo material y en lo pasajero. Este desorden lleva con frecuencia a la falta de generosidad y a la avaricia. Finalmente nos puede llevar a la idolatría y entonces nos volvemos contra Dios.   

En cambio, en el segundo caso nos muestra que nos adherimos a Dios, esto es si ponemos nuestro corazón en Él, mirándolo como el Sumo Bien, como Aquel que realmente va a poder saciar el hambre de infinito que encontramos en nuestro corazón; entonces veremos que el mundo y sus riquezas son basura comparados con lo que Dios nos tiene reservado[5]. Santo Tomás sintetiza esta doctrina diciendo que el primer fruto del Evangelio es el crecimiento en la fe; o sea el conocimiento de los atractivos de Dios; y el segundo, consecuencia del anterior, será el desprecio del mundo, tal como nos lo presenta Jesús.

J¿Cuánto voy a vivir?

La segunda parte del Evangelio es un bello canto de amor y de confianza a Dios. Respondamos con sinceridad: «¿Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo[6] a la medida de su vida?»¿Quién tiene asegurada su vida? ¿Quién puede añadir un segundo a su vida? ¿Quién puede decir con seguridad cuánto va a vivir? Nadie…nadie. Ni con todo el dinero del mundo podemos comprar una milésima de segundo a nuestra vida. El libro del Eclesiastés repite una y otra vez: «Todos caminan hacia la misma meta: todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo» (Ecle 3,20).

¡Qué tercos, que estultos somos los seres humanos para olvidarnos esta realidad tan evidente y estar entretenidos en mil y un ocupaciones “demasiado importantes” para pensar en la muerte!  La meditación de nuestro fin en este mundo que pasa nos debe de hacer reaccionar ante la tibieza, ante la desgana en las cosas de Dios, ante el apego inútil a una vida cómoda, materialista y superflua. Cualquier día puede ser el último día de nuestra vida. Esta consideración puede ayudarnos mucho a considerar serenamente que en cualquier día puede llegar nuestro fin y que, en cualquier caso, ese momento «no puede estar lejos» (San Jerónimo).     

Debemos pues agradecer a nuestro Señor Jesucristo que con su sacrificio reconciliador nos ha librado del poder de la muerte (ver Rm 7, 24) y nos ha dado así una esperanza que nunca falla. Nos dice bellamente San Agustín: «Si tienes miedo a la muerte, ama la vida. Tu vida es Dios, tu vida es Cristo, tu vida es el Espíritu Santo. Le desagradas obrando mal. No habita Él en templo ruinoso, no entra en templo sucio».

+ Una palabra del Santo Padre:

«En el centro de la liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más consoladoras: la divina Providencia. El profeta Isaías la presenta con la imagen del amor materno lleno de ternura, y dice así: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (49, 15). ¡Qué hermoso es esto! Dios no se olvida de nosotros, de cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Qué buen pensamiento... Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelo en la página del Evangelio de Mateo: «Mirad los pájaros del cielo —dice Jesús—: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta... Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos» (Mt 6, 26.28-29).

Pero pensando en tantas personas que viven en condiciones precarias, o totalmente en la miseria que ofende su dignidad, estas palabras de Jesús podrían parecer abstractas, si no ilusorias. Pero en realidad son más que nunca actuales. Nos recuerdan que no se puede servir a dos señores: Dios y la riqueza. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Debemos escuchar bien esto. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente.

Un corazón ocupado por el afán de poseer es un corazón lleno de este anhelo de poseer, pero vacío de Dios. Por ello Jesús advirtió en más de una ocasión a los ricos, porque es grande su riesgo de poner su propia seguridad en los bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios. En un corazón poseído por las riquezas, no hay mucho sitio para la fe: todo está ocupado por las riquezas, no hay sitio para la fe. Si, en cambio, se deja a Dios el sitio que le corresponde, es decir, el primero, entonces su amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, incluso recientes, en la historia de la Iglesia. Y así la Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los demás, nuestro compartir con los demás. Si cada uno de nosotros no acumula riquezas sólo para sí, sino que las pone al servicio de los demás, en este caso la Providencia de Dios se hace visible en este gesto de solidaridad. Si, en cambio, alguien acumula sólo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios? No podrá llevar las riquezas consigo, porque —lo sabéis— el sudario no tiene bolsillos. Es mejor compartir, porque al cielo llevamos sólo lo que hemos compartido con los demás».
Papa Francisco. Ángelus 2 de marzo de 2014.





'Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

1. Recordemos lo que nos dice San Pablo: «Dios no perdonó a su Hijo y lo entregó por nosotros. ¿Cómo no habría de darnos con Él todos los bienes?» (Rm 8,32). ¿Cómo vivo mi confianza en  Dios? ¿Vivo preocupado solamente por lo material, las apariencias?

2. Nos dice el profeta Isaías: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido». Elevemos en silencio una oración de agradecimiento por el inmenso amor que Dios nos tiene a la luz de la lectura de este bello texto.
 
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 625- 627, 635, 994- 996, 1006- 1014.




[1] Ciro. Rey persa que conquista Babilonia el año 539 A.C. La Biblia lo presenta como el elegido por Yahveh para hacer volver a los judíos de su destierro en Babilonia. Se le asigna también el nombre de ungido o mesías, caso único entre los paganos pues este nombre era reservado exclusivamente para los reyes de Israel y, posteriormente, aplicado a Jesús. Ciro fue un gobernante de corazón noble y justo no solamente con los judíos sino con los demás pueblos sometidos (ver Is 44, 28; 45,1; Esd 1, 1-14; Cr 36, 22-23).   
[2] La salvación en el Antiguo Testamento estaba directamente vinculada a la restauración del Pueblo de Israel siendo el arquetipo de salvación la salida del pueblo de Egipto bajo el mando de Moisés y la llegada a la tierra prometida. 
[3]Antagonismo. (Del gr. νταγωνισμς). Contrariedad, rivalidad, oposición sustancial o habitual, especialmente en doctrinas y opiniones.
[4] Mamón. Palabra griega que significa riqueza (ver Eclo 42, 9: Mt 6.24; Lc 16.11, 13), especialmente la que se usa en oposición a Dios ya desde el Antiguo Testamento. Mamón es una transliteración de la palabra aramea «mamon».
[5] «Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3,8).
[6]Codo. Medida de longitud muy usada por los hebreos (Ex 25.10; 1 R 7.24; Ez 40.5) y otras naciones antiguas. Es aproximadamente el largo del brazo, desde el codo hasta la punta del dedo corazón. Tanto los egipcios como los babilonios, y después los hebreos, tuvieron un codo real u oficial y otro común. El oficial tenía 20, 8 plg. (53 cm) y el común 17, 7 plg. (45 cm). Antes del cautiverio de los judíos, parece que se usaba el codo común. Después del cautiverio, cuando había necesidad de especificar una medida exacta, aclaraban a cuál codo se referían (Ez 40.5; 43.13).

Documento facilitado por J.R. Pulido, Presidente diocesano de A.N.E. Toledo

domingo, 19 de febrero de 2017

Vinculo de Lecturas del Domingo de la Semana 7ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto»



Lectura del libro del Levítico (19, 1-2.17-18): Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El Señor habló a Moisés: «Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.
No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que ama­rás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor."»

Salmo 102,1-2.3-4.8.10.12-13: El Señor es compasivo y misericordioso. R/.

Bendice, alma mía, al Señor, // y todo mi ser a su santo nombre. // Bendice, alma mía, al Señor, // y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas // y cura todas tus enfermedades; // él rescata tu vida de la fosa // y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso, // lento a la ira y rico en clemencia; // no nos trata como merecen nuestros pecados // ni nos paga según nuestras culpas. R/.

Como dista el oriente del ocaso, // así aleja de nosotros nuestros delitos. // Como un padre siente ternura por sus hijos, // siente el Señor ternura por sus fieles. R/.

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (3, 16-23): Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

Hermanos: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habi­ta en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; por­que el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como es­tá escrito: «Él caza a los sabios en su astucia.» Y también: «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos.» Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vues­tro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5, 38- 48): Amad a vuestros enemigos.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vues­tros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»


&Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

«Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Éste es el parámetro que el Señor Jesús nos ha dejado como corolario de su sermón de la montaña. Él mismo nos dice que no ha venido a abolir la Ley sino a darle pleno «cumplimiento» (ver Mt 5,17). Cumplimiento que se realiza en la vivencia del amar sin límites…hasta los enemigos.

En la Primera Lectura vemos como Moisés se dirige a toda la Asamblea de los hijos de Israel para darles el mismo precepto que, en este caso, ha sido recibido directamente de Dios: «Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo». San Pablo, en su carta a los Corintios, nos habla de la centralidad y la nueva dignidad de la persona humana siendo así «templos del Espíritu Santo», merecedores del amor reconciliador de Dios

J«Seréis santos, porque yo soy santo»

El enunciado por el que Moisés inicia su discurso acerca de los ritos de purificación es realmente asombroso: «sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo[1]». Pero ¿es posible ser santo como Dios es santo? San Jerónimo responde que sí podemos imitar a Dios en su humildad, mansedumbre y en su caridad. San Gregorio Nacianceno busca la solución respondiendo a la pregunta: ¿qué es la santidad? Nos dice el Santo: «Es contraer el hábito de vivir con Dios». Por otro lado, Santa Catalina de Siena nos dirá que la perfección consiste en la caridad, primero en el amor a Dios y luego en el amor al prójimo. Esto es perfectamente bíblico ya que recordemos la bella definición de Dios: «Dios es Amor» en la carta de San Juan (1Jn 4,8.16). 

El desterrar del corazón el odio, la venganza y el rencor manifestarán este asemejarse cada vez más a Dios llegando así a «amar al prójimo como a (uno) mismo» (Lv 19,18). Poco saben realmente que este versículo está ya en el Antiguo Testamento. Sin embargo, este gran mandamiento no pudo imponerse a todo el pueblo de Israel porque los judíos entendían por prójimos, no a todos los hombres, y de ninguna manera a sus enemigos, sino solamente a los de su nación y a los extranjeros que vivían con ellos. Por lo cual los escribas explicaban «la Ley de Moisés» en el sentido que vemos en Mt 5, 43: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo» y es por eso que Jesús tendrá que ahora manifestar la plenitud del mandamiento que llegará hasta el extremo de «amar a los enemigos»

JLa Nueva Ley

En el Evangelio de hoy vemos como Jesús será la nueva instancia de la «Ley de Dios» dándoles así su sentido último. En esta parte del Sermón de la Montaña (Mt 5,21-48) Jesús cita diversos manda­mientos y explica en qué consiste su cumpli­miento por medio de la fórmula: «Se os ha dicho: 'No matarás', pues Yo os digo... Se os ha dicho: 'No cometerás adulterio', pues Yo os digo... Se os ha dicho: 'No perju­rarás', pues Yo os digo... etc.» Eso que Jesucristo «dice» es nueva instancia de Palabra de Dios.

Él es la Palabra eterna del Padre, que se hizo hombre y habitó entre noso­tros. Y si esto no bastara para dar autoridad divina a la enseñanza de Cristo y a su propia Ley, tenemos el testimo­nio del Padre mismo, que en el monte de la Transfiguración declara: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mt 17,5). Por eso cuando Jesús dice: «Yo os digo», debemos tender el oído y escuchar atentamente, pues va a seguir una palabra de vida eterna endosada por el Padre mismo.

Jesús concluye la serie de mandamientos citando un último precepto de la ley antigua: «Voso­tros sed per­fec­tos, como es perfecto vuestro Padre celes­tial». Jesús lo toma del libro del Levítico que decía: «Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2). Pero hace suyo este precepto con un sentido completamente nuevo de cómo había sido entendido en la Ley de Moisés.

Allí se trataba de la santidad necesaria para participar en el culto, que se adquiría por medio de diversas abluciones y manteniéndose libre del contacto con cadáveres y con otras realidades externas que hacían impuro al hombre. Aquí, en cambio, se trata de algo diverso; Jesús se refiere a la santidad interior, a la pureza del corazón, que consiste­ en el cumplimiento de la Ley evangélica que Él está ense­ñando.

J «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»

El precepto: «Vosotros sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial», no admite profundización, porque no existe un precepto ulterior ni más radical. En efecto, no hay nada más perfecto que el Padre celestial. Lo impre­sio­nante es que Jesús nos llama a nosotros a esa misma per­fección. Si, conscientes de nuestro pecado, en nuestra impo­tencia, pre­guntamos: ¿Cómo se puede cumplir tal pre­cepto? Queda así, de saque, excluida del cristianismo toda actitud de auto­suficiencia ante Dios. El cristiano sabe que el hombre no se salva por el cumplimiento de ciertos preceptos de una ley externa, sino por pura gracia de Dios. La reconciliación del hombre es fruto de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo; es algo que obtuvo para nosotros y no algo que noso­tros hayamos logrado por nuestro propio esfuerzo. A esto se refiere San Pablo cuando escribe: «No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtu­viera la justi­ficación, entonces Cristo habría muerto en vano» (Gal 2,21).

Permanece el hecho de que Cristo nos dio ese precepto y que lo hizo seriamente y no sólo para convencernos de nuestra impotencia sino para hacernos ver realmente que lo podríamos cumplir. Es que «somos templos del Espíritu Santo», donde es la fuerza de Dios la que actúa en nosotros, donde todo lo podemos en Aquel que nos consuela (ver Flp 4, 13).  

¿Cómo entender los preceptos que Jesús nos ha dejado? Si Cristo nos dio esa Nueva Ley es porque Él sabía que con su sacrificio Reconciliador nos iba a obtener una participación en la naturaleza divina que nos permitiera cumplirlos. Solamente a través de nuestra generosa y humilde colaboración con su gracia podremos cumplirlos. De otra manera es imposible. Y justamente para eso tenemos el testimonio de los santos. «Debemos conocer la vida de los santos, para afinar en la corrección de nuestra propia vida…así el fuego de la juventud espiritual, que tiende a apagarse por el cansancio, revive con el testimonio de los que nos han precedido» (San Gregorio Magno).

+Una palabra del Santo Padre:

«En este punto, se impone una última pregunta: la Escala, obra escrita por un monje eremita vivido hace mil cuatrocientos años, ¿puede decirnos algo a nosotros hoy? El itinerario existencial de un hombre que vivió siempre en la montaña del Sinaí en un tiempo tan lejano, ¿puede ser de actualidad para nosotros? En un primer momento, parecería que la respuesta debiera ser "no", porque Juan Clímaco está muy lejos de nosotros. Pero, si observamos un poco más de cerca, vemos que aquella vida monástica es sólo un gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano. Muestra, por así decirlo, en letras grandes lo que nosotros escribimos cada día con letra pequeña. Se trata de un símbolo profético que revela lo que es la vida del bautizado, en comunión con Cristo, con su muerte y su resurrección.

Para mí es particularmente importante el hecho de que el culmen de la escala, los últimos peldaños sean al mismo tiempo las virtudes fundamentales, iniciales, más sencillas: la fe, la esperanza y la caridad. No son virtudes accesibles sólo a los héroes morales, sino que son don de Dios para todos los bautizados: en ellas también crece nuestra vida. El inicio es también el final, el punto de partida es también el punto de llegada: todo el camino va hacia una realización cada vez más radical de la fe, la esperanza y la caridad. En estas virtudes está presente la escalada. Fundamentalmente es la fe, porque esta virtud implica que yo renuncie a la arrogancia, a mi pensamiento, a la pretensión de juzgar por mí mismo, sin confiarme a otros.

Este camino hacia la humildad, hacia la infancia espiritual es necesario: es necesario superar la actitud de arrogancia que hace decir: yo soy mejor, en este tiempo mío del siglo XXI, de lo que sabían los que vivían entonces. Es necesario, en cambio, confiarse solamente a la Sagrada Escritura, a la Palabra del Señor, asomarse con humildad al horizonte de la fe, para entrar así en la enorme vastedad del mundo universal, del mundo de Dios. De esta forma nuestra alma crece, crece la sensibilidad del corazón hacia Dios. Justamente dice Juan Clímaco que sólo la esperanza nos hace capaces de vivir la caridad. La esperanza en la que trascendemos las cosas de cada día. No esperamos el éxito en nuestros días terrenos, sino que esperamos finalmente la revelación de Dios mismo. Sólo en esta extensión de nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se engrandece y podemos soportar los cansancios y desilusiones de cada día, podemos ser buenos con los demás sin esperar recompensa.

Solo si Dios existe, esta gran esperanza a la que tiendo, puedo cada día dar los pequeños pasos de mi vida y así aprender la caridad. En la caridad se esconde el misterio de la oración, del conocimiento personal de Jesús: una oración sencilla que sólo tiende a tocar el corazón del divino Maestro. Y así se abre el propio corazón, se aprende de Él su misma bondad, su amor. Usemos por tanto esta "escala" de la fe, de la esperanza y de la caridad, y llegaremos así a la vida verdadera».

Benedicto XVI. Audiencia, 11 de Febrero de 2009

 




'Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

1. Tenemos un camino muy concreto que debemos recorrer: la santidad. Entendamos que la santidad no es sino responder a lo que somos a las promesas asumidas en nuestro bautismo. Leamos el texto de las promesas bautismales. 

2.  ¿Cómo vive nuestra Santa Madre María esta Nueva Ley? ¿Cómo vive el perdón y el amor a los enemigos? Ciertamente no es fácil para nadie vivir esta dimensión extrema del amor. Seamos humildes y recurramos al auxilio y guía de María.   

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 605. 1465. 2608. 2842- 2845.  




[1] Santidad es sinónimo de sacralidad, sólo que el término ha llegado a implicar, por la consideración del carácter personal de la divinidad, un aspecto moral. Es en efecto una de las mayores enseñanzas de los grandes profetas, en espacial de Isaías, que la santidad divina se manifiesta, sobretodo, en la justicia. Las criaturas espirituales serán, pues, santificadas, en la medida que su voluntad se conforme, por la ley y la obediencia, a la santa voluntad de Dios (ver Is 6). En el cristianismo, la santidad se identificará, pues, con la perfección de la caridad. Todos los cristianos serán  llamados santos en virtud del bautismo (ver 1P1,15), como es «Santo» el Señor Jesús (Mc 1,24; Lc 4,34).

Documento aportado por J.R.Pulido, Presidente del Consejo Diocesano de A.N.E. ,Toledo

sábado, 11 de febrero de 2017

Lecturas del Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»



Lectura del libro del Eclesiástico (15, 16-21): No mandó pecar al hombre.

Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja.
Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.

Salmo 118,1-2.4-5.17-18.33-34: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor. R./

Dichoso el que, con vida intachable, // camina en la voluntad del Señor; // dichoso el que, guardando sus preceptos, // lo busca de todo corazón. R./
 Tú promulgas tus decretos // para que se observen exactamente. // Ojalá esté firme mi camino, // para cumplir tus consignas. R./
 Haz bien a tu siervo: viviré // y cumpliré tus palabras; // ábreme los ojos, y contemplaré // las maravillas de tu voluntad. R./
 Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, // y lo seguiré puntualmente; // enséñame a cumplir tu voluntad // y a guardarla de todo corazón. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (2, 6-10): Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.

Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mun­do, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predes­tinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hom­bre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.»
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5, 17-37): Se dijo a los antiguos, pero yo os digo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cum­plirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será pro­cesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que compa­recer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuer­das allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúl­tero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno.
Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»


&Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Podemos decir que todas las lecturas giran alrededor de la frase de Jesús: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». Los mandatos han sido dados por Dios a los hombres, sin embargo hace parte de la propia condición humana el decidir entre lo bueno y lo malo, entre la vida y la muerte (Primera Lectura). ¿Cómo elegir bien? Es colaborando con la «gracia de Dios» que podremos poner el buen cimiento de la edificación de Dios (Segunda Lectura).

JL«Ante ti están puestos fuego y agua»

Fuego y agua o vida y muerte se presentan como las dos alternativas necesarias para poder guardar los mandatos del Señor ya que «es prudente[1] cumplir su voluntad». Leemos en Jeremías: «Así dice el Señor: “Mira que te propongo el camino de la vida y el camino de la muerte”» (Jr 21,8).  De ahí la imperiosa necesidad de formar rectamente la voluntad y la conciencia para que sepan elegir libremente lo bueno y alejarse de lo malo. La conciencia moral, tabernáculo donde Dios habla al hombre, era motivo de una reflexión por parte del filósofo Séneca: «No hay nada, tan difícil y arduo que no pueda ser vencido por el espíritu humano y que no se haga familiar por una meditación sostenida».

El filósofo no conocía «la gracia de Dios» que hace crecer, fortalecer y fructificar las obras que el hombre realiza. Dice San Gregorio: «Dios nos da por medio de su gracia los buenos deseos; pero nosotros, con los esfuerzos de nuestro libre albedrío, nos valemos de los dones de la gracia para hacer reinar en nuestra alma las virtudes». Pero recordemos la verdad dicha por el mismo San Pablo: «Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está puesto, que es Jesucristo» (1Cor 3,11). 

JLas «buenas obras…»

¿Qué entendía un judío del tiempo de Jesús por «bue­nas obras»? Para un judío las buenas obras son aque­llas cosas que se hacen en cumplimiento de la «Ley de Dios». Se trata de las obras que la ley ordena; es lo mismo que San Pablo llama «obras de la Ley». Por eso cuando Jesús men­ciona las "buenas obras" se pone en discusión el tema de la Ley. Surge la pregunta: ¿Conforme a qué ley hay que realizar esas obras? Jesús responde di­ciendo:«No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo asegu­ro: el cielo y la tierra pasarán antes que pasen una i o una til­de de la ley sin que todo suceda».

Jesús declara haber venido a dar cumplimiento a la ley, es decir, a darle su forma última, perfecta y definitiva. Y esta ley así perfeccionada es la «ley de Cristo»; ésta es la que hay que observar en adelante. A esta ley se refie­re Jesús cuando dice: «El que traspase uno de estos manda­mientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más peque­ño en el Reino de los cie­los; en cambio, el que los obser­ve y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cie­los».

Los maestros de Israel contaban en la Ley[2] 613 preceptos distintos. Algunos de éstos eran clasificados como "importantes" y otros como "pequeños", según criterios propios de los escribas y fariseos, que no coincidían con los de Jesús. Estos 613 eran preceptos no llevados a cumplimiento por Cristo. Por eso Jesús los declara insuficientes: "Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entra­réis en el Reino de los cielos". Para tener una idea de qué es lo que Jesús considera importante podemos leer una de sus invectivas contra los escribas y fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!» (Mt 23,23-24).

A continuación, Jesús da ejemplos de qué es lo que significa llevar la ley a cumplimiento. Toma algunos de los mandamientos y sobre la base de ellos formula su propia ley: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás'; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal». El manda­miento: «No matarás» es uno del decálogo, que había sido escrito por el mismo dedo de Dios. Por eso Jesús al decir: «Yo os digo», se está poniendo a la altura de Dios; está hablando con toda su autoridad divina; está dando una nueva instancia de ley de Dios.

Según la ley antigua el que cometía homicidio era reo de muerte ante el tribunal humano; según la ley de Cristo, la ira contra el hermano que impele al homicidio es tan culpable como el homicidio mismo. El que concibe una ira criminal contra su prójimo, aunque se vea impedido de llevar a ejecución su propósito, es reo ante el tribu­nal; en este caso, se entiende el tribunal de Dios. De esta manera, la ley de Cristo se extiende incluso a los pecados de intención que sólo Dios conoce.

Es más, en el caso en que alguien tuviera cualquier riña con su hermano y en este estado participara en el culto, ese culto sería inaceptable para Dios: «Si, al presentar tu ofren­da ante el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo con­tra ti, deja tu ofrenda allí, delante del al­tar, y vete primero a reconciliarte con tu her­mano; luego vuelves a presentar tu ofrenda». El deber más sagrado para un judío era el culto a Dios. Pero, según la ley de Cristo, éste cede ante el deber de la reconci­liación entre herma­nos. Y debemos notar que no basta que yo esté libre de rencor o de queja contra mi hermano, sino que es necesario que nadie tenga rencor o queja contra mí. Según la ley de Cristo, no inte­resa quién haya sido culpa­ble de comenzar el con­flic­to; en cualquier caso, es necesa­rio reconciliarse antes de parti­cipar en el culto. Y no es cosa de dilatar la reconciliación, pues la cosa urge: «Ponte en seguida a buenas con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia y te metan en la cárcel». Jesús está usando una parábola tomada de los litigios humanos; pero, en realidad, se refiere al camino de esta vida, que en el momento menos pensado termina y se debe enfrentar el juicio de Dios. Por eso la conclusión adquie­re más peso: «Yo os aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cénti­mo».

¿Cuál es la guía común en las enseñanzas de Jesús? Sin duda vemos un claro acento en el ámbito de las intenciones, el mundo interior. No basta con cumplir exteriormente las normas legales. Tenemos que vivir una dimensión que es diferente y más exigente que esta primera: la dimensión del amor. Pero el camino es un camino exigente que exige hasta perder el ojo, la mano o uno de los miembros si es necesario antes que pecar. La enseñanza es evidente: el pecado nos pone en estado de condenación eterna y no hay desastre mayor que éste; es mucho más grave que perder un ojo o una mano, y hasta la misma vida corporal.

+Una palabra del Santo Padre:

«Después de las «bienaventuranzas», que son su programa de vida, Jesús proclama  la nueva Ley, su Torá, como la llaman nuestros hermanos judíos. En efecto, el Mesías, con su venida, debía traer también la revelación definitiva de la Ley, y es  precisamente lo que Jesús declara: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los  Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud». Y, dirigiéndose a sus  discípulos, añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos,  no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 17.20). Pero ¿en qué consiste esta  «plenitud» de la Ley de Cristo, y esta «mayor» justicia que él exige?  Jesús lo explica mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y  su modo proponerlos de nuevo. Cada vez comienza diciendo: «Habéis oído que se  dijo a los antiguos...», y luego afirma: «Pero yo os digo...». Por ejemplo: «Habéis  oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”; y el que mate será reo de juicio.  Pero yo os digo: “todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será  procesado”» (Mt 5, 21-22). Y así seis veces. Este modo de hablar suscitaba gran  impresión en la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a  reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley.
La novedad de  Jesús consiste, esencialmente, en el hecho que él mismo «llena» los mandamientos  con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en él. Y nosotros, a  través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos  hace capaces de vivir el amor divino. Por eso todo precepto se convierte en  verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. «La plenitud de  la Ley es el amor», escribe san Pablo (Rm 13, 10). Ante esta exigencia, por  ejemplo, el lamentable caso de los cuatro niños gitanos que murieron la semana  pasada en la periferia de esta ciudad, en su chabola quemada, impone que nos  preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor,  es decir, más cristiana, no habría podido evitar ese trágico hecho. Y esta pregunta  vale para muchos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que  acontecen diariamente en nuestras ciudades y en nuestros países. 
Queridos amigos, quizás no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús  se llame «Sermón de la montaña». Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley  de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que descendió del cielo  para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor.
(Papa Benedicto XVI. Ángelus Domingo 13 de febrero de 2011)





'Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

1. ¡Qué importante es formar rectamente la conciencia moral! Saber elegir el bien y rechazar el mal. ¿Cómo poder vivir esta área tan importante en la educación de los hijos? ¿Qué medios concretos puedes colocar?

2.  El Papa San Juan Pablo II  nos habla de la «nueva ley» que es la santidad y que se expresa en la ley suprema del amor. ¿Vivo esta realidad en mi vida cotidiana?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 826- 829. 1709.2012- 2016. .













[1] La prudencia es definida por Aristóteles como la virtud que dirige las acciones humanas de conformidad con la verdad, la prudencia en griego (phronesis)será considerada una de las cuatro virtudes cardinales. Santo Tomás mostrará cómo la virtud sobrenatural infusa de prudencia regula nuestras acciones con vistas al imperio de la caridad sobre toda nuestra vida. El don del consejo la perfecciona en su papel de crear en nosotros una docilidad especial a las mociones del Espíritu Santo en nuestras vidas.
[2] Los cinco primeros libros de la Biblia se conocen, en su conjunto, como «la Ley». Se les considera preferentemente como un solo libro, aunque consta de toda clase de historias, leyes, instrucciones de cultos y ceremonias religiosas, discursos y hasta genealogías. Sin embargo estos libros tienen un tema en común. Después de las historias sobre el origen del mundo, los libros de la ley nos remiten a la historia del pueblo de de Dios desde la vocación de Abrahán a la muerte de Moisés en el Monte Nebo, en un periodo que va desde 1900 a 1250 A.C. La idea de la comunidad que obedece el Plan de Dios es central en estos libros y les dio su nombre en hebreo, «la Torá». Estos libros son conocidos también a veces por su nombre en griego «Pentateuco» o “cinco rollos”. 

(documento facilitado por el Presidente diocesano de la A.N.E. en Toledo, Juan R. Pulido)