sábado, 28 de marzo de 2015

LECTURAS DE LA MISA DEL DOMINGO DE RAMOS.

Si no vas a Misa estas Lecturas te acercaran a una sintonía
más clarificadora, solidaria y hermosa.
Si vas, te servirán de recuerdo y preparación.
Y si no vas, pero quieres ir, te ayudaran a acercarte a la puerta.
 
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BENDICIÓN DE LOS RAMOS Y PROCESION:

Evangelio según San Marcos (11, 1-10): Bendito el que viene en nombre del Señor.

«Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de  sus discípulos, diciéndoles: “Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os dice: ¿Por qué hacéis eso?, decid: El Señor lo necesita, y que lo devolverá enseguida”. Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: “¿Qué hacéis desatando el pollino?” Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron.

Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!”».

SANTA MISA:

Lectura del libro del profeta Isaías (50, 4-7): No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R./ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses (2, 6-11): Se rebajó a sí mismo, por eso Dios lo levantó sobre todo.

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Evangelio: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 14-16,8 (se ha cogido 15, 16-27)

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de Él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante Él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir "La Calavera"), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».

Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y Él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?». Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban.

Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá sabaktaní». Es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».

Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. 

& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

La Iglesia recuerda la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén y da inicio así a la Semana Santa. El Evangelio de este Domingo se puede decir que es doble ya que por un lado, al inicio de la Misa, se lee la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acompañado por la multitud que lo aclama con ramos de olivos en la mano; y por otro lado, durante la liturgia de la Palabra, se proclama la lectura de la Pasión y Muerte según el Evangelio de San Marcos. Del mismo modo que en las lecturas dominicales de la Cuaresma, la perícopa evangélica es la que marca la pauta y el tema del día; el tema del sufrimiento del Reconciliador estará presente en todas las lecturas; a excepción de la antífona de entrada que explota en el jubiloso grito mesiánico del « ¡aleluya!»
La lectura veterotestamentaria, sacada del tercer cántico del Siervo de Yavheh del profeta Isaías; nos habla de la obediencia sufridora del «Siervo de Dios», y desemboca en el Salmo Responsorial, con los versículos sacados del Salmo 21: «¿Dios mío, Dios mío; porqué me has abandonado?».San Pablo en su carta a los Filipenses relata, en uno de los más antiguos himnos cristológicos, el movimiento kenótico[1]- ascensional que marcará toda la vida y misión de Nuestro Señor Jesucristo; y que encontrará su plenitud en su Pasión - Muerte - Resurrección. Jesús se hace obedece obediente hasta la muerte y muerte de Cruz.     

J Domingo de Ramos en la Pasión

El sexto Domingo de Cuaresma o Domingo de Ramos en la Pasión ocupa un lugar muy importante en los cuarenta días previos. Por el título ya sabemos que se refiere a dos aspectos fundamentales que se funden en una sola conmemoración: la entrada de Jesús en Jerusalén y la conmemoración de la Pasión. Sabemos por el relato de la famosa peregrina Eteria[2] que los cristianos de Jerusalén, en los inicios del siglo V, se reunían en el monte de los Olivos en las primeras horas de la tarde, para una larga liturgia de la Palabra; en seguida, al caer ya la noche, se dirigían a la ciudad de Jerusalén, llevando ramos de palmera o de olivo en las manos.
Esta costumbre fue asumida primero en las Iglesias Orientales pasando luego al Occidente (por España y las Galias) pero sin procesión. En esas regiones se entregaba en este Domingo el Símbolo de la Fe (el Credo) y se ungía a los catecúmenos leyéndose el Evangelio de San Juan 12, 1-11 (unción de Jesús en Betania), al cual se le aumentaron los versículos 12-16 (entrada de Jesús en Jerusalén). Por eso el día comenzó a llamarse de Domingo de Ramos pero no como una solemnidad propia. La bendición de los ramos de palmera así como la procesión comienzan a divulgarse alrededor del siglo VII recibiendo, en los siglos posteriores, elementos cada vez más teatrales. En el nuevo Misal existen tres formas de poder conmemorar la entrada de Jesús en Jerusalén de acuerdo a razones pastorales.  

JL ¿Qué sucedió para cambiar tan rápido de opinión?

Al participar de esta Solemnidad uno no deja de sorprenderse por el contraste tan evidente entre ambos momentos de la liturgia. Los mismos que acompañaban, que aclamaban, que jubilosos reconocían a Jesús como el Mesías prometido; ésos mismos, pocos días después exigirán a gritos que sea crucificado. ¿Qué ocurrió en esos días para explicar este cambio? Ocurrió que Jesús cayó en desgracia y así perdió todo el favor popular. Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos mandaron gente con espadas y palos a detenerlo, y Jesús se entregó mansamente para ser llevado ante Pilato y ser acusado. Viendo el pueblo que Jesús no reaccionaba con poder, sino que se dejaba escupir y abofetear le volvió la espalda. Sin embargo no podemos olvidar que existe un plano más profundo que es la encarnizada lucha que se va a dar entre las fuerzas del bien y del mal; entre la vida y la muerte.

J «¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David!»
Colaborador: J.R. Pulido. Presidente Consejo Diocesano ANE en Toledo



[1] Kénosis: abajamiento, humillación.
[2] Eteria (finales del siglo IV o inicios del V),  monja española que realizó un viaje a Oriente que plasmó en su obra Itinerario. Se ignora la fecha y el lugar de su nacimiento, aunque es de suponer que era gallega pues se alude a su nacimiento en las playas del extremo Occidente. Ha sido conocida, a lo largo de la historia, con diferentes nombres: Geria, Eteria, Egenia o Aiteria. Incansable, viajó por Asia Menor, Egipto, Mesopotamia y Palestina, reflejando en su obra Itinerario la descripción de sus desplazamientos y numerosas notas sobre la vida de las comunidades cristianas de estas regiones en los inicios del cristianismo. Al final del XIX se redescubrió en Italia el relato de su Itinerarium. 

CATEQUESIS VOCACIONALES. Pastores segín mi corazón II

Meditemos el II capítulo que tan generosamente nos ha facilitado el Misionero Camboniano D. Antonio Pavía.

Pastores según mi corazón – II
Un hombre según su corazón
Nos adentramos en los entresijos de la historia de Israel y recogemos el encuentro entre el profeta Natán y el rey Saúl, aunque más que encuentro habría que llamarlo ruptura. El profeta es portador de un mensaje de Dios para el rey: ha sido desechado a causa de su desobediencia, pues ha desoído su mandato para hacer lo que él creía más oportuno. Para que no quede la menor duda de lo que ha supuesto la deslealtad de Saúl  para con Dios, el profeta le dice textualmente: “Yahvé se ha buscado un hombre según su corazón, al que ha designado caudillo de su pueblo, porque tú no has cumplido lo que Yahvé te había ordenado” (1S 13,14).
Un hombre según su corazón, es decir, alguien que dará prioridad en su misión a lo que le dice Dios, y no a sus corazonadas, aquellas que dan paso a la desobediencia, que fue lo que hizo Saúl. Pablo, al comentar la elección de David, resalta la unión indisoluble entre corazón recto según y conforme a Dios y el cumplimiento de su voluntad: “… les suscitó por rey a David, de quien precisamente dio este testimonio: He encontrado a David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera” (Hch 13,22).
“Os daré pastores según mi corazón”, había prometido Dios a su pueblo por medio de sus profetas (Jr 3,15). Promesa y profecía que alcanza toda su plenitud en Jesucristo, y, por medio de Él, a los pastores que llamó y sigue llamando a lo largo de los tiempos.
Antes, sin embargo, de abordar al Hijo, nos conviene sondear en las inagotables riquezas de la Escritura, cómo es la acción de Dios en orden a moldear, trabajar, el corazón del hombre; ese corazón “tan retorcido como doloso” que nos retrata Jeremías (Jr 17,19).
No, no se cansa Dios de escrutar, como buen Alfarero, nuestro corazón tan posesivo; sabe que se puede trabajar en él aunque las primeras impresiones den a entender que es material desechable; algo así como el escultor que rechaza una piedra arenosa por su inconsistencia, ya que sabe perfectamente que no puede sacar de ella la figura que tiene en mente. Dios no es así; es capaz de convertir la arena en roca firme y hacer su obra; por eso es llamado el Alfarero, el Escultor por excelencia (Is 29,16).
Así es Dios. Es Creador, el que hace ser de donde no es, el que da forma a lo que parece hueco y vacío. Es capaz de moldear nuestro corazón hasta hacerlo semejante al suyo. Lo trabaja con un cuidado y amor infinito, está pendiente, extremadamente atento y preocupándose de que alcance la suficiente madurez mientras se fragua en el crisol de la prueba. Él sabe marcar los tiempos para que pueda resistir al fuego que le permite moldearlo. A la vez le va limpiando de toda ganga y escoria. Oigamos la experiencia del salmista: “Tú sondeas mi corazón, me visitas de noche; me pruebas al crisol sin hallar nada malo en mí: mi boca no claudica al modo de los hombres. La palabra de tus labios he guardado…” (Sl 17,3-4).
Si fuerte nos parece el testimonio del salmista, mucho más, creo yo, se nos antoja el de Job, la figura bíblica que representa al hombre de fe, el que “se deja hacer por Dios” por más que no entiende en absoluto los acontecimientos que caen sobre él. Sólo sabe una cosa: que Dios no puede jamás hacerle el mal, sino el bien. Por eso y enfrentándose incluso a sí mismo, a sus protestas interiores, se deja hacer por Él. En su angustia se agarra a una certeza: si se deja probar por Dios, llegará a ser oro puro a sus ojos. Oigamos su testimonio: “Pero él sabe todos mis pasos: ¡probado en el crisol, saldré oro puro…! Del mandato de sus labios no me aparto, he albergado en mi ser las palabras de su boca” (Jb 23,10-12).
No, no es nada fácil dejarse hacer por Dios. No lo es en absoluto, ya que la tentación, siempre vigente de la desconfianza que nos mueve a esquivar su voluntad, nos acosa sin cesar. Llegar a tener un corazón según el de Dios es todo un proceso, más aún, un combate en el que se ganan y pierden pequeñas y grandes batallas. Al final, el vencedor -me estoy refiriendo al que deja vencer a Dios- puede testificar, igual que Jeremías, que su corazón está con Él, le pertenece: “… A mí ya me conoces, Dios mío, me has visto y has comprobado que mi corazón está contigo” (Jr 12,3).
Cuando Dios afirma respecto de alguien que tiene un corazón según el suyo, no le está confiriendo una especie de título honorífico, está afirmando que ha alcanzado la actitud e idoneidad para hacer su voluntad. Por increíble que parezca, es como si Dios le dijera: “Eres de fiar, te encomiendo esta misión”.
No busco mi voluntad
Los personajes que hemos citado a lo largo de este texto –David, Job y Jeremías- son, al igual que las grandes figuras del Antiguo Testamento, iconos que profetizan y preanuncian el Icono por excelencia, Aquel cuyo corazón fue uno con el corazón de su Padre: Jesucristo.
De Él sí que se puede decir que nunca aspiró a otra libertad, sea de palabra o de obra, que la de identificarse con su Padre. No hubo dos voluntades, la del Padre y la del Hijo, sino una sola. Jesús no se siente infravalorado por hacer la voluntad de Otro. Es su gala y su orgullo y nos lo hace saber abiertamente: “Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; –al Padre- y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30).
En su obediencia al Padre y como consecuencia natural a la misión por el Él confiada, se va moldeando en su naturaleza humana un corazón disponible. Recordemos al autor de la carta a los Hebreos: “Jesús aprendió sufriendo a obedecer” (Hb 5,8). Jesús tiene un corazón humano en total comunión con el del Padre; sólo con su obediencia es posible tal identificación. Jesús, el Señor, es el Buen Pastor por excelencia según el corazón de Dios anunciado por los profetas. En Él confluyen dos voluntades, mejor dicho, dos corazones: el suyo y el de quien le envía;  digamos que el Enviado y el Dueño de la mies tienen un solo corazón, el amor los ha fusionado.
El Padre ama al Hijo, bien lo sabe Él en lo más profundo de su ser aun cuando su vida está en juego a causa de su obediencia: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo” (Jn 10,17). Por su parte, Jesús ama al Padre, lo ama en la más radical totalidad, lo ama como Hijo y como Enviado. Por amor es capaz de someterse al poder del mal, personificado en el Príncipe de este mundo. Se someterá para que quede bien claro ante el mundo entero quién tiene la última palabra acerca de su vida y la de todo hombre: Si el Príncipe de este mundo o Dios, su Padre. Dará este paso trascendental como broche de oro de toda una vida y misión que testifica que su amor al Padre no es sólo de palabra sino también de obra. Oigamos su confesión, justo a las puertas de su pasión,  de este amor único e incondicional: “…llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según su voluntad” (Jn 14,30-31).
Amor de comunión, amor de palabras y obras el de Jesús. Amor donde no se sabe dónde termina un corazón, el del Hijo, y dónde empieza otro, el del Padre. Amor que pone en evidencia tantos falsos amores entre los hombres y Dios; falsedad que el profeta Oseas denunció explícitamente: “¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal, que pasa!” (Os 6,4b).
Amor volátil a Dios, e incluso perverso, que los profetas denunciaron repetidamente y acerca del cual Jesús se pronunció parafraseando a Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8). ¿Cómo pretender tener un corazón según el corazón  de Dios, con esta lejanía? Una distancia bien establecida que hace entrever un Dios molesto a quien hay que tener alejado, porque no nos permite vivir nuestra vida en paz. Recordemos lo que decían estos israelitas a los profetas que les llamaban a conversión: “Apartaos del camino, desviaos de la ruta, dejadnos en paz del Santo de Israel” (Is 30,11).
Jesús, el Hijo, el que con su obediencia se dejó modelar por el Padre, a quien le permitió hacer hasta que su corazón llegó a ser según el suyo, tiene el poder recibido de Él para modelar el corazón de los discípulos, de forma que también en ellos se cumpla la promesa-profecía de Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón” (Jr 3,15).
Jesús es, entonces, modelo y modelador. Las manos con las que hace su obra en sus pastores son su Evangelio. Por supuesto que esta es una realidad que nos sobrepasa. Tenemos la tentación de pensar que un buen pastor se hace a sí mismo, como a sí mismo se hace un médico, un ingeniero, una juez… No, en este  caso es Dios quien hace por medio de su Hijo, aunque también es necesario señalar que éste sólo actúa en quien se deja hacer no pasiva sino amorosamente, confiadamente. En estas personas Jesús deposita su Evangelio que, como dice Pablo, es operante (1Ts 2,13b). Es justamente Jesús con su Evangelio quien más partido  saca de todas las riquezas, intuiciones, pulsaciones y metas de nuestro corazón.
Estremecedoras hasta lo indecible nos parecen las palabras del Buen Pastor a su Padre acerca de los futuros pastores que, sentados a su mesa, participan de la Última Cena: “…Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me confiaste se las he confiado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado” (Jn 17,6b-8).
Fijémonos bien en lo que Jesús, acaba de susurrar a su Padre: “Las palabras que tú me has confiado, aquellas por las que mi corazón es según el tuyo, yo, a mi vez, se las confío a ellos para que, más allá de su debilidad, actúen en sus corazones haciendo que lleguen a ser pastores según Tú y según Yo; según nuestro corazón: el tuyo y el mío.



sábado, 21 de marzo de 2015

Vivamos nuestro domingo V de Cuaresma a lo largo de la semana

Domingo de la Semana 5ª de Cuaresma. Ciclo B
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre»

Lectura del libro del profeta Jeremías (31, 31- 34): Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados.

«Mirad que llegan días - oráculo del Señor - en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor - oráculo del Señor -.
Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días - oráculo del Señor -: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: “Reconoce al Señor.” Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande - oráculo del Señor -, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.»

Salmo 50, 3-4.12-13. 14-15

R./ Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9): Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna.

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado.
Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

(fotografia Paso del Sagrado Decreto; Hdad de la Trinidad. Semana Santa Sevilla)

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (12, 20- 33): Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
- «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
- «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo:
- «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
- «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

«Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere…no da fruto». La respuesta de Dios al pueblo que una y otra vez se aleja de Él es una alianza nueva y definitiva. Una alianza que no pasará jamás porque está escrita en el corazón de cada uno y será conocida por todos (Primera Lectura). Esta alianza se consuma en el único sacrificio Reconciliador de nuestro Señor Jesucristo: muere en la cruz para que todos tengamos vida.

En la fiel obediencia al Plan del Padre, no exento de sufrimiento y dolor, el Hijo se hace «causa de salvación eterna para todos» siendo así reconocido como el Sumo y Eterno Sacerdote que intercede en favor de toda la humanidad (Segunda Lectura). Nosotros también estamos llamados a vivir la misma dinámica de la muerte para la vida, a semejanza del grano de trigo, para así ganar la vida eterna.


J «Una nueva alianza»

Recordemos las palabras de la Primera Lectura del IV Domingo de Cuaresma: «Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira de Yahveh contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio» (2Cr 36,16). Jeremías es considerado uno de los cuatro «profetas mayores» (con Isaías, Ezequiel y Daniel) y es uno de los profetas a los que se refiere el pasaje mencionado. Nació en Anatot, de familia sacerdotal y predicó por más de cuarenta años (desde  el 627 a.C. hasta la destrucción de Jerusalén y el Templo en el año 587 a.C.). Alentó la reforma religiosa promovida por el rey Josías y, en una época de infidelidad a la Alianza, le tocó la pesada misión de anunciar el castigo de Dios.

Los falsos profetas azuzaron a los reyes Joaquín y Sedecías en contra de Jeremías, que fue maltratado e incluso se intentó matarlo. Tras el fracaso de la antigua alianza, el Plan de Dios aparece bajo un nuevo aspecto. No se trata de restablecer lo antiguo, sino de crear algo nuevo. La «nueva alianza» (31,31ss) se refiere fundamentalmente a tres puntos: la iniciativa divina del perdón de los pecados; la responsabilidad y la retribución personal; y la interiorización de la religión: la ley deja de ser un código exterior para convertirse en una inspiración que alcanza el «corazón» del hombre. En el Nuevo Testamento el libro del profeta Jeremías es citado repetidas veces. También el profeta es citado textualmente en la Carta a los Hebreos (8, 8 - 12). Jesús en la última cena, al bendecir la copa, une las palabras de Moisés (Ex 24) con las del profeta Jeremías (Jr 31,31) sobre la alianza definitiva.  

J Jesús, Sumo Sacerdote compasivo

«Teniendo pues tal Sumo Sacerdote…Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firmes la fe que profesamos» (Hb 5, 14) y sólo así podremos acercarnos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y la ayuda oportuna (Hb 4,16). Todo Sumo Sacerdote, tal como es presentado en la carta a los Hebreos, es escogido, de entre los hombres, por el mismo Dios para ofrecer los dones y sacrificios con los cuales pretende restablecer las relaciones con Dios eliminando así el obstáculo entre ellos: el pecado de los hombres. Estas condiciones se han realizado plenamente en Jesucristo (Hb 5,5-10).

Cristo tiene la dignidad y el honor del sacerdocio no porque lo haya arrebatado, usurpado, comprado o robado, sino por la humilde aceptación de una misión encomendada por Dios Padre, que lo ha proclamado solemnemente Sumo Sacerdote (ver Hb 1,5; Sal 110,4). El hecho de ser el «Hijo» da a su sacerdocio una categoría, gloria, dignidad y calidad suprema; porque lo coloca en una relación personal íntima, perfecta, plena, con Dios (Hb 2,17; 6,20). El autor ve realizado en Cristo un nuevo tipo de sacerdocio, un sacerdote eficaz que proporciona la salvación a cuantos a Él se adhieran llevándolos plenamente hasta Dios.


J ¡Queremos ver a Jesús!

El Evangelio de este V Domingo de Cuaresma se sitúa en el mismo día de su entrada en Jerusalén, cinco días antes de la última Pascua de Jesús. El día anterior Jesús se había detenido en Betania en la casa de Lázaro, Marta y María donde un «gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos» (Jn 12,9). Por eso, la entrada de Jesús en Jerusalén fue triunfal: «Por eso también salió la gente a su encuentro, porque habían oído que Él había realizado aquella señal» (Jn 12,18).  Entre aquellos que subieron a Jerusalén había unos griegos. Estos, no siendo judíos, se habían adherido al monoteísmo de Israel y, hasta tal punto, a las observancias mosaicas: eran los «piadosos y temerosos de Dios» (Hch 10,2), distintos a los «helenistas» (ver Hch 6,1) que eran judíos en la diáspora. El deseo de estos griegos gentiles de «ver» o conversar con Jesús  debió de extrañar a los discípulos, por eso Felipe consulta con Andrés.  

Jesús sabe que la gente lo busca y lo quieren «ver» porque ha hecho algo extraordinario. Pero, para Jesús, deberían de buscarlo no sólo por el hecho externo sino porque ese hecho es una «señal» de algo mucho más profundo, que se capta y entiende solamente por y desde la fe. En otra ocasión había ocurrido lo mismo. «Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre”» (Jn 6,26-27). El milagro es una señal externa que deja entrever su identidad más profunda: el ser Hijo único de Dios. Cuando Jesús sabe lo que quieren «ver», no rechaza la petición; sino que la orienta hacia el momento de su glorificación: su muerte en la cruz.  Hacia allí deben de converger todas las miradas que lo buscan y lo quieren «ver».

K «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado»

La «hora» a la que Jesús se refiere es sin duda el momento en el que Él será levantado sobre la tierra. Éste «ser levantado» tiene un doble sentido: por un lado se refiere a su ser levantado en la cruz, y en este sentido es la expresión de su muerte dolorosa y llena de oprobio; pero, por otro lado, Jesús alude a su exaltación junto al Padre, y en este segundo sentido es expresión de su glorificación. Ambas cosas suceden en un mismo movimiento hacia lo alto. Jesús revela su ser Hijo eterno del Padre, enseñándolo de palabra; pero, sobre todo, por medio de su actitud de obediencia filial que alcanza su punto culminante en la cruz. Él fue enviado por el Padre a una misión. Muriendo en la cruz pudo decir: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). La carta a los Hebreos nos recuerda: «Con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (Hb 5,9).

Ahora podemos entender mejor la hermosa comparación que Jesús utiliza cuando explica «su hora»: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». Es difícil expresar con mayor precisión y eficacia la fecundidad de su propia muerte. Los padres conciliares nos han dicho que el hombre no puede «encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[1]. El dinamismo inscrito en el grano de trigo, es el mismo dinamismo (en sentido análogo) inscrito en el ser del Señor Jesús, y es el mismo dinamismo inscrito en cada uno de nosotros: morir para vivir; donarnos y entregarnos continuamente para desplegarnos en una nueva vida, para conquistar una vida plena y tremendamente fecunda. Y para que quede claro el Señor nos invitar a vivir el mismo dinamismo: «El que ama su vida, la pierde;  y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna».

Él mismo fue un grano de trigo que se precipitó a caer en tierra y morir, para obtener mucho fruto; el fruto abundante de su muerte en la cruz es el don de la vida eterna que se ofrece a todos los hombres. Ahora toca a cada uno de nosotros seguir el camino trazado...«Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas» (1Pe 2,21).

+  Una palabra del Santo Padre:

«Si el grano de trigo... muere, produce mucho fruto» (Jn 12, 24); «...quien aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eter­na» (ib., 25). La vida cristiana, ama­dos hermanos y hermanas, se de­senvuelve en la misma línea de la vida de Jesús en esta tierra, en la línea de su misterio de muerte y resurrección: «Si alguno me sir­ve que me siga, y donde yo esté allí estará también mi servidor» (ib., 26). Cristo Redentor del hombre, Redentor de cada uno de nosotros, ofreció su vida en holocausto al Pa­dre para que de este acto supremo de amor brotase la vida nueva para todos, es decir, la vida de Dios, la vida según el Espíritu. La redención del hombre es obra de dolor y amor, y no se realiza en el hombre sin su participación personal en el dolor y el amor de Cristo.

En efecto, leyendo los pasajes de la liturgia de hoy, uno queda impre­sionado por la seriedad exigente de la Palabra de Dios que habla de sufrimientos, persecución y martirio, recalcando que el grano de trigo debe caer en tierra y morir para llegar a dar fruto.…Cuando el dolor atormenta nues­tra vida, cuando cuesta mucho ser seguidores de Cristo y la cruz pesa sobre los hombros, es necesario tener conciencia de que el amor alcanza su expresión más alta en el dolor, sacri­ficio y donación de sí mismo. Las almas se salvan en el Calvario. Cada uno debemos aceptar ser el grano de trigo, desconocido acaso y humilde, que sembrado en el lugar de su tra­bajo y de su gravosa responsabilidad, se disuelve en ofrecimiento doloroso y gozoso de amor, para actuar con Cristo la obra misteriosa y real a la vez de la redención de la humanidad»

Juan Pablo II. Homilía pronunciada en su visita pastoral a Palestina, el 18 de agosto de 1983.



'  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1. El hombre de hoy, hijo de una cultura hedonista, una cultura que al perder de vista la cruz no encuentra sentido alguno al dolor y busca expulsarlo de su sociedad a como dé lugar, no está acostumbrado a enfrentar el dolor. Hay momentos y situaciones en que es inevitable que se enfrente al dolor, entonces viene la crisis, la desesperación, el hundimiento…. Pero, en situaciones cotidianas, el hombre le huye al dolor. Está acostumbrado a fugar. La tendencia del hombre mediocre es la de no enfrentar lo que le incomoda, lo que le duele y hace sufrir: busca paliativos, “anestésicos” en el placer, el sexo, la droga, la bebida, etc., busca la diversión para olvidar que sufre, etc. ¿Cuánto de esto veo en mí? ¿Huyo del dolor, de la exigencia cotidiana? ¿Huyo del exigirme cada vez un poco más, hasta el límite? ¿Huyo a lo que me cuesta asumir: trabajos, situaciones, responsabilidades, diálogos, estudio, etc.? ¿Busco “compensarme” cada vez que puedo? ¿Busco compensaciones ilícitas, convenciéndome incluso de que son lícitas para mí?

2. ¿Qué me enseña María?: Miremos la corona de rosas que rodea el Corazón de la Madre: es también una corona de invisibles espinas. Ella me recuerda una realidad ineludible y me dice: acéptalas, asume reciamente el dolor que ellas te produzcan, pues quien quiere ver su corazón coronado con las hermosas rosas de la pureza y demás virtudes, debe aceptar primero la corona del dolor que purifica.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 541-542. 661-662.

Colaborador J.R. Pulido. ANE C.D. Toledo
fotografía C. Medina



[1][1][1] Gaudium et spes, 24. 

viernes, 20 de marzo de 2015

CATEQUESIS VOCACIONALES. Pastores según mi corazón - 1

"Querido amigo Cayetano: con mucho gusto te envío estas catequesis vocacionales que tanto bien están haciendo en muchas realidades eclesiales. Ya sabes que de acuerdo con el director de la Editorial (Buena Nueva) este material no está sujeto a ninguna traba de derechos de autor, por lo que puedes hacer uso de el en cualquier modalidad de comunicación tanto hablada como escrita....de hecho están siendo publicadas en revistas ,páginas web. blogs....y no tengo la menor duda de que es un instrumento válido para que surjan en la Iglesia santas vocaciones al sacerdocio."

Tras su conferencia  impartida en nuestra reunión de los Delegados de Zona, que nos impactó tanto ( puedes tener acceso en este blogs a la misma ), solicitamos a D. ANTONIO PAVIA el texto que éstas Catequesis que amablemente nos ha remitido.  Se publicará ésta Catequesis  semanalmente a fin de poderla  meditar  detenidamente.

Este Misionero tuvo que regresar a nuestro País debido a una dificial enfermedad dice se encomendó al Señor pidiendole le facilitase grupos humanos y palabra para llevarlos. 



                                 Pastores según mi corazón - I
La Voz y las voces
Al  igual que otros profetas, Jeremías es impulsado por Dios a denunciar a su pueblo, el Israel de la alianza, el Israel elegido y llamado a ser el torrente por el que todas las naciones serán bañadas con las bendiciones divinas, el Israel en cuyo seno habrá de nacer el Mesías, fundamento y razón de ser de nuestra inmortalidad (Jn 11,25-26).

Israel, “la niña de los ojos de Dios” (Dt 32,10), se cansa de Él. Sus sentidos necesitan ver, oír y tocar a su Dios, de la misma forma que los demás pueblos ven, oyen y tocan a sus dioses. A esto hay que añadir que ya no son esclavos de nadie, han prosperado, son ricos y fuertes, en fin, todo un conjunto de realidades que les llevan a la conclusión de que pueden perfectamente prescindir de Dios. El pueblo santo pasa así a una apostasía si no teórica, sí práctica.

Israel se aparta, da la espalda a Dios, a pesar de lo cual sigue siendo la niña de sus ojos. Por ello, porque “su ternura es inagotable (Jr 31,20b), le envía profetas para recordarle su prodigiosa historia de salvación que le haga tomar conciencia de quién es, y que su desarrollo y prosperidad han sido posibles gracias a su Dios, ése que, si bien no es visible a sus ojos, nunca ha dejado de estar a su lado.
Jeremías, que expresa como nadie la ternura y también la misericordia de Dios para con su pueblo, y en él a todos y cada uno de los hombres, denuncia la apostasía de Israel en términos tan claros como inequívocos; no hay asomo de ambigüedad en su hablar, aunque, y bien que lo sabe, le causará todo tipo de rechazo e incluso persecución.

Sin embargo, junto con la denuncia, Dios pone en su boca promesas que vienen en ayuda de la debilidad de estos hombres. Escuchemos una de ellas profetizada justamente después de haber denunciado la apostasía práctica del pueblo santo: “Volved, hijos apóstatas, dice el Señor, porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad… Os pondré pastores según mi corazón que os den pasto de conocimiento y sabiduría” (Jr 3,14-15).

No nos cuesta ningún esfuerzo reconocer en Jesucristo al Buen Pastor por excelencia según el corazón de Dios, anunciado por Jeremías. Él es quien escribirá la Palabra en el corazón del hombre llenándolo del sabio conocimiento de Dios (Jr 31,33-34). Él será quien dará a conocer a sus discípulos los misterios del Reino de los Cielos, expresión bíblica que en realidad significa los Misterios de Dios: “A vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino de los Cielos” (Mt 13,11).

Siguiendo adelante en esta misma cita bíblica y en el mismo contexto, Jesús hace mención de la palabra del Reino (Mt 13,19) en una referencia inequívoca a la Palabra de Dios. Él es el Buen Pastor que, con su palabra, introduce a los suyos en el Misterio de Dios, introducción que, como nos dice Marcos, es llevada  a cabo en la intimidad como quien confía un secreto: “Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4,33-34).

Creo que no hemos tenido ninguna dificultad en reconocer a Jesucristo como el Pastor según el corazón de Dios profetizado por Jeremías. La cuestión es que el profeta nos habla de pastores en plural. Pastores según el corazón de Dios que sientan el crujir de las telas de sus entrañas ante las inmensas multitudes que vagan por el mundo entero, vejadas y abatidas porque no tienen quien alimente sus almas (Mt 9,36).

El salto que se nos pide a los hombres para pastorear así, según el corazón y la misericordia de Dios, es una quimera, una utopía, se nos pide un imposible. Bueno, para eso está Dios y para eso se encarnó, se hizo Emmanuel, para que fuésemos testigos de la viabilidad de aquello que consideramos, con justo criterio, inviable, imposible. De hecho, un hombre de fe es alguien que acumula muchos imposibles en su vida y que Dios ha hecho posibles.

Una vez resucitado, Jesús, el que somete toda utopía, se encuentra con los suyos, con sus discípulos. Nos deleitamos en uno de esos encuentros, el que tuvo con Pedro después de la pesca milagrosa. Conocemos las líneas maestras de la conversación que mantuvo con él: Pedro, ¿me amas? –Señor, sabes que sí. – ¡Apacienta mis ovejas!- Así por tres veces.

 La propuesta del Hijo de Dios deja a Pedro aturdido. Le está proponiendo un pastoreo a “sus ovejas”. Unas ovejas que necesitan ser alimentadas, como decía Jeremías, con “pasto de conocimiento y sabiduría”. Bastante estupor sobrelleva Pedro al ver a Jesús dirigirse a él con el corazón lleno de perdón por su triple negación, como para asimilar esta invitación: ser pastor como Él, según su corazón, con la misión de –como dice Pablo- administrar los misterios de Dios (1Co 4,1).
Yo les capacitaré

No, no hay corazón que pueda soportar tanto amor. Parece como si éste librase una batalla por su propia supervivencia, como si todo en su interior fuera a saltar en mil pedazos. Detengámonos un poco e intentemos hacernos cargo del caos que se ha desencadenado en las profundidades del apóstol. En realidad Jesús le está ofreciendo el don de  alimentar-apacentar a sus ovejas tal y como el Buen Pastor, descrito por el salmista, las apacienta (Sl 23).

Así es. Jesús, al proponer a Pedro el pastoreo de sus ovejas, le está capacitando para conducirlas a los verdes prados donde puedan alimentarse de la fresca hierba, es decir, no de pan recalentado, sino de ese pan de cada día, aún caliente y crujiente, recién salido del horno del Misterio de Dios. Bajo esta llamada, Pedro será el buen pastor que hará de la Palabra un banquete en el que cada invitado será ungido con perfumes por el anfitrión –Dios- y en el que la copa de la comunión –el amor en el espíritu- rebosa, como profetiza el salmista. Un banquete en el que todos somos  Juan (Jn 13,25) con nuestro oído recostado sobre el pecho de Dios, sede de su Sabiduría…, es decir, a la escucha.

 Apacienta mis ovejas. Por tres veces Jesús confía esta misión a Pedro. Por tres veces el pescador rudo se estremece, sus rodillas tiemblan como las de un adolescente que reprime sus emociones. Oigamos el rumor interior de Pedro: ¡Jesús me confía sus ovejas, aquellas por las que ha sido desfigurado en la cruz hasta morir! ¡Me confía lo que le ha costado toda su sangre, su cuerpo y su dignidad…!

Pedro, sin salir de su asombro, oye esta invitación. Siente que se dobla, como que necesita una fuerza sobrehumana para tenerse en pie; no se atreve a decirle a Jesús cuánto le ama, pues ni siquiera se considera digno de amarle. Sin embargo, cada uno de sus temblores y estremecimientos le delatan. No sabe muy bien por qué, pero adivina que sus negaciones se han perdido desdibujadas por el cosmos inmensurable. Por supuesto que no entiende lo que está pasando…, lo que sí intuye es que está limpio, sin pecado…; una sangre derramada le ha purificado, ha borrado sus pecados sin dejar rastro de ellos, como siglos antes había suplicado el rey David (Sl 51,3-4). Purificación que los cristianos tenemos ante nuestros ojos cada vez que celebramos la Eucaristía: “…porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28).

Pedro tiene ante sí al que ha dado la vida por él y le ha hecho nacer de nuevo con su perdón repitiéndole una y otra vez: ¿Me amas…? ¿Qué esperas para responder?  ¡Quiero que seas mi boca, apacienta mis ovejas!, dales mi Palabra, mi Evangelio. Mis ovejas se distinguen de todas las demás por lo que comen, y también ellas distinguen mi  Voz de la voz de los extraños (Jn 10,4-5). Pues bien, ¡tú serás mi Voz!

Por primera vez a lo largo de este encuentro, Pedro alzó sus ojos y los fijó en el Dios de los dioses, el Señor de los señores. Por dos veces, con la cabeza gacha y como avergonzado, apenas había alcanzado a susurrar: ¡Señor, tú sabes que te amo! En esta tercera vez, y como he señalado, se atrevió a levantar su rostro hacia su Señor. No se avergonzó de estar en presencia de su Maestro y Señor. Asiendo fuertemente sus brazos, confesó: ¡Señor, sabes que te amo! Aquí me tienes no con mis fuerzas sino con las tuyas, pues me has rescatado con tu amor, me has hecho subir desde mis infiernos,  y, por supuesto que te amo. No te lo digo con mis palabras –bien conoce la criada de Caifás el valor que ellas tienen- sino con las tuyas en mi corazón: tu Evangelio. Jesús, viéndole ganado para la salvación del mundo, selló definitivamente su propuesta: apacienta mis ovejas.

Este tú a tú entre el Resucitado y el hombre rescatado marca un punto de inflexión, al tiempo que abre una puerta  a la ininterrumpida generación de pastores según el corazón de Dios que nunca faltarán en la Iglesia. Pastores que recibirán de su Señor y Maestro el don y la sabiduría para partir el pan de la Palabra y darlo como alimento a sus ovejas, “cuyas almas viven porque la escuchan” (Is 55,3). Esta misión de los pastores según el corazón de Dios, tan impresionante como bella, no termina ahí. Sabemos que son pastores porque su Señor les enseña a partir la Palabra para darla como alimento a su rebaño. Esto, con ser sublime, es insuficiente, falta otro paso que también Dios les concede, y es el de enseñar a sus ovejas a partir la Palabra por sí mismas; sólo así alcanzarán la mayoría de edad, es decir, la fe adulta.

Apacienta mis ovejas. La propuesta-llamada de Jesús continúa recorriendo el mundo entero en busca de pastores que alivien las heridas del hombre sin Dios, del hombre que dio y da muerte a su esperanza  porque su arco existencial empieza y acaba en sí mismo. ¡Apacienta mis ovejas! He ahí la voz que resuena insistentemente por el mundo entero.  Bienaventurados los que oigan esta llamada y comprendan que su aceptación “no es una renuncia sino una ganancia” (Flp 3,7-8).


domingo, 15 de marzo de 2015

Grabación de la conferencia de D. Antonio Pavía sobre " EL BUEN PASTOR "

En la reunión de Delegados de zona de ANE se grabó la conferencia de Rvdo. D. Antonio Pavía a la que se puede tener acceso pulsando los siguientes enlaces que se descargarán automáticamente en tu ordenador. Agradecemos todas las facilidades que se nos ha dado.


Conferencia-coloquio: “El Buen Pastor Rev. D. Antonio Pavía Misionero Comboniano (1)

Conferencia-coloquio: “El Buen Pastor Rev. D. Antonio Pavía Misionero Comboniano (2)




sábado, 14 de marzo de 2015

Reunión de los Delegados de Zona de la Adoración Nocturna Española

El pasado fin de semana nos reunimos los Delegados de Zona de la Adoración Nocturna Española en la residencia de las Madres Benedictinas de la Natividad en Madrid.

El completo programa abarcó las impresiones de los Delegados referentes a nuestra situación en cada zona así como se presentó a prueba un método de trabajo que puede dar mayor flexibilidad en las comunicaciones de cada Consejo Diocesano.


Otro espacio de tiempo, dedicado a nuestra espiritualidad, comenzó con la meditación del Vía Crucis; Conferencias - coloquio sobre " El Buen Pastor " a cargo de D. Antonio Pavía, Misionero Comboniano, y otra que nos dio nuestro Consiliario nacional, Monseñor D. Manuel Ureña, Arzobispo emérito de Zaragoza sobre “La relación circular existente entre la Eucaristía y la Iglesia”. D. Luis Comas, Vicepresidente nacional con su charla “Comentarios sobre la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium” nos completó un minucioso estudio sobre su contenido.
Ambas jornadas se iniciaban con la celebración de la Eucaristía y rezos de Laudes finalizando con el rezo de Vísperas, Completas y Rezo del Santo Rosario completándose la noche del sábado con Adoración a Jesús Sacramentado y bendición impartida por Monseñor Ureña.
El cansancio físico quedaba superado por el gozo espiritual emanado de la espiritualidad del retiro mantenido.

¡ Que útil y beneficioso sería llevar ésta experiencia a las reuniones de los Consejos Diocesanos de cada zona ¡









viernes, 13 de marzo de 2015

VIVAMOS NUESTRO DOMINGO A LO LARGO DE LA SEMANA.Domingo de la Semana 4ª de Cuaresma. Ciclo B

Si no vas a Misa estas Lecturas te acercaran a una sintonía
más clarificadora, solidaria y hermosa.
Si vas, te servirán de recuerdo y preparación.
Y si no vas, pero quieres ir, te ayudaran a acercarte a la puerta.


Domingo de la Semana 4ª de Cuaresma. Ciclo B
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único»

Lectura del Segundo libro de las Crónicas (36, 14-16.19-23): La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo.

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén.
El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio.
Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”»

Salmo (136, 1-2. 3. 4. 5. 6)

R./ Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (2,4-10): Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo.

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo - por pura gracia estáis salvados -, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (3,14 – 21): Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: - «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único...»: aquí reside el mensaje central que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos en este cuarto Domingo de Cuaresma. Ese amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la Historia de la Reconciliación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en Jesucristo (Evangelio).

La Primera Lectura nos muestra en acción el amor de Dios que busca suscitar en el pueblo el arrepentimiento y la conversión; sin embargo el pueblo se burla y desprecia a los mensajeros de Dios. En la carta a los Efesios, San Pablo resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (Segunda Lectura). En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús que se entrega en sacrifico reconciliador para que tengamos «vida eterna».

 La infidelidad de un pueblo

La primera lectura cierra el segundo libro de las Crónicas, escrito en el siglo IV a.C. entre el final de la dominación persa y el principio de la época helenística (333-63 A.C.). El gran interés que muestra el autor de los dos libros de Crónicas por todo lo que se refiere al culto y al templo insinúa que sea un sacerdote o levita, familiarizado con los problemas religiosos de Israel. Esdras, cuyo nombre significa «Dios es mi auxilio» y probable autor de estos libros, fue un levita judío exiliado a Babilonia, en la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Luego se vuelve consejero del rey de Persia para los negocios con los judíos y es reenviado a Jerusalén al frente de 1,500 judíos con el fin de reorganizarlos. Este pasaje se da en el contexto del final de la monarquía y es un juicio general sobre la infidelidad del pueblo que es la causante de su ruina.

El pueblo israelita rechaza el aviso de los mensajeros enviados por Dios, en concreto del profeta Jeremías. El pueblo sufre las consecuencias de su infidelidad: la destrucción de Jerusalén y del templo por los caldeos, y el cautiverio israelita en Babilonia. Justamente el Salmo Responsorial (Salmo 137) canta la nostalgia del pueblo desterrado. Con los libros de las Crónicas estamos en los últimos 500 años anteriores a la venida de Jesús habiendo vivido por 70 años en el exilio en Babilonia (desde 587 a.C.).

El exilio se prolonga hasta el año 538, cuando el imperio babilónico se desmorona bajo la presión del rey Ciro de Persia. Con él, los judíos inician su retorno a Judea liderados por Zorobabel que fue nombrado gobernador de Judea por el rey de Persia y se inicia la reconstrucción del Templo. Tras la invitación al retorno se empieza a vislumbrar en el horizonte inmediato la apasionante aventura del reencuentro con la tierra perdida, de la reconstrucción de las viejas ruinas y de la restauración de la vida de un pueblo que, pese a todo, sigue siendo el verdadero Israel, el pueblo de Dios.

 «¡Hemos sido salvados por la gracia mediante la fe!»

La carta a los Efesios, escrita por San Pablo desde su cautiverio en Roma en el año 61 ó 62; es un mensaje dirigido no solamente a los habitantes de Éfeso sino a todos los fieles de Asia Menor. Para la edificación del cuerpo de Cristo, nos dice San Pablo, había que superar un doble obstáculo: el estado de pecado en que todos, judíos y paganos se encontraban (Ef 2,1-10) y «el muro de enemistad que tenía separados» a éstos respecto de aquéllos (Ef 2,11-21). Tres son las ideas que aparecen en éste capítulo: todos nos encontramos bajo el dominio del pecado; Dios nos ha dado una nueva vida por la fe y esto no se debe a nosotros. «Muertos en vuestros delitos y pecados» expresa la multitud de pecados en que se encontraban los paganos.

La expresión de vivir «según el proceder de este mundo» designa aquí el mundo pecaminoso que tiene por príncipe al demonio (ver Jn 14,30; 1 Jn 5,19), que prosigue su obra entre quienes no obedecen los mandatos de Dios. Son «rebeldes» a Dios. La rebeldía es un término clásico de la teología paulina que denota desobediencia con respecto a Dios (ver Rom 11,32; Col 3,6). El texto griego presenta a Satanás como «el príncipe del imperio del aire» ya que en la concepción de los antiguos, los demonios habitaban en el aire, entre la tierra y la luna. San Pablo hace referencia al poder de Satanás bajo el cual nos encontrábamos también nosotros al seguir los dictámenes de las «apetencias de la carne». La «carne» (sarx) tiene aquí sentido peyorativo: designa la parte inferior de nuestra naturaleza que se sustrae a la voluntad de Dios para seguir sus apetencias desordenadas. Esta conducta pecaminosa nos hacía «destinatarios naturales de la ira de Dios».

Pero Dios nos ha demostrado su inmensa bondad y misericordia y llevado de un amor inmenso (Jn 3,16), que nosotros no merecíamos (Rom 5,6-9), nos ha otorgado una nueva vida, «resucitándonos y sentándonos con Cristo en el cielo». Pablo afirma, como un hecho cierto y ya realizado, la resurrección de los cuerpos de la que es anticipo la resurrección de Cristo (1 Cor 15,20). Esta doble condición del cristiano tiene que marcar su vida en este mundo. Dos cosas concurren a nuestra salvación: la gracia de Dios (causa principal y formal) y nuestra fe (condición necesaria).

De la primera sí que puede decir el apóstol que es pura gracia de Dios. Pero también la segunda es un don de Dios; no proviene de razonamientos humanos ni es debida a nuestras obras, de modo que nadie puede presumir de ellas. «Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús»: el primer hombre fue formado por Dios al principio, infundiendo el hálito vital al polvo de la tierra (Gn 2,7). Así también ahora el hombre nuevo es una creación de Dios en y por Cristo Jesús. Pero el hombre tiene que colaborar con su libre albedrío. Dios no nos ha consultado a la hora de crearnos; pero no nos salvará sin que nosotros colaboremos a nuestra salvación. «El que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (San Agustín).

 ¡Tanto amó Dios al mundo…!

El Evangelio de hoy es parte del diálogo que tuvo Jesús con uno de los fariseos, llamado Nicodemo, que vino donde Él de noche. Vencido por la evidencia, Nicodemo dice a Jesús: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las seña¬les que tú realizas si Dios no está con él». El Evangelio del Domingo pasado concluía con esta afirmación general: «Mientras Jesús estuvo en Jerusalén por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Él al ver las señales que realizaba» (Jn 2,23). Uno de ellos sin duda era Nicodemo. Para comprender esta reacción de la gente es necesario saber qué se entiende por «señal» en el Evangelio de Juan. Una «señal» es un hecho milagroso. Juan lo llama «señal», porque este hecho, que es de experiencia sensible, deja en eviden¬cia la gloria de Jesús, que supera la experiencia sensible. Por eso la señal suscita una respuesta de fe. Como Tomás cuando vio ante sí a Jesús con las heridas de la Pasión y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

En su diálogo con Nicodemo Jesús se deja llevar a las afir¬macio¬nes más impresionantes sobre el amor de Dios hacia el mundo. Lo primero es darle una señal, algo que será visto: «Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna»". Jesús evoca como imagen un episodio del período del desierto donde el pueblo, tras murmurar contra Dios y Moisés, era mordido por serpientes venenosas. Dios le ordenó a Moisés hacer una serpiente de bronce diciéndole: «Todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá» (ver Num 21,4-9). Así tiene que ser levantado Jesús en el estandarte de la cruz para librarnos de la muerte eterna que merecemos por nues¬tros pecados. Y es que siempre la Cruz tiene el doble sentido de: ser elevado en la cruz y de ser elevado a la gloria del Padre. Ambos movimientos coinciden. Discutiendo con los judíos Jesús les dice: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy»(Jn 8,28). Quiere decir: Allí quedará en evidencia mi identidad divina. En otra ocasión les dice: «Yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).

La cruz es el signo más evidente del amor de Dios, como sigue diciendo Jesús a Nicodemo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna». ¿Qué explicación se puede dar al hecho de que el Hijo eterno de Dios se haya hecho hombre y haya muerto en la cruz? ¿Qué motivación se puede encontrar a este hecho? No hay otra explicación ni otra motivación que el amor de Dios hacia el hombre. Es un amor gratuito, sin mérito alguno de nuestra parte. El que cree en esto es destinatario de esta promesa de Cristo: «No perecerá sino que tiene la vida eterna». El que no crea rehúsa el amor de Dios y se excluye de la salvación. San Pablo no se cansaba de contemplar este hecho y de llamar la atención de los hombres sobre la misericordia de Dios: «La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8). Dios no podía darnos un signo mayor de su amor que la cruz de Cristo. Para eso fue elevado Jesús sobre la cruz: para que lo mire¬mos, creamos y tengamos vida eterna.

 Una palabra del Santo Padre:

« Le dijo Nicodemo: «¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?» (Jn 3, 4). La pregunta de Nicodemo a Jesús manifiesta bien la preocupada admiración del hombre ante el misterio de Dios, un misterio que se descubre en el encuentro con Cristo. Todo el diá¬logo entre Jesús y Nicodemo pone de relieve la extraordinaria riqueza de significado de todo encuentro, inclu¬so del encuentro del hombre con otro hombre. Efectivamente, el en¬cuentro es el fenómeno sorprendente y real, gracias al cual el hombre sale de su soledad originaria para afron¬tar la existencia. Es la condición normal a través de la cual es llevado a captar el valor de la realidad, de las personas y de las cosas que la constituyen, en una palabra, de la historia. En este sentido se puede comparar con un nuevo nacimiento.

En el Evangelio de Juan el en¬cuentro de Cristo con Nicodemo tie¬ne como contenido el nacimiento a la vida definitiva, la del reino de Dios. Pero en la vida de cada uno de los hombres, ¿acaso no son los encuen¬tros los que tejen la trama imprevista y concreta de la existencia? ¿No están ellos en la base del nacimiento de la autoconciencia capaz de acción, la única que permite una vida digna del nombre de hombre? En el encuentro con el otro el hombre descubre que es persona y que tiene que reconocer igual digni¬dad a los demás hombres. Por medio de los encuentros significativos aprende a conocer el valor de las dimensiones constitutivas de la exis¬tencia humana, ante todo, las de la religión, de la familia y del pueblo al que pertenece».
(Juan Pablo II. Catequesis 16 de noviembre de 1983)


 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. La celebración del cuarto Domingo nos hace tomar conciencia que estamos cerca de la celebración de la Semana Santa. ¿Cómo estoy viviendo mi cuaresma? ¿Me estoy acercando y acompañando al Señor en su paso por el desierto?

2. «Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».
¿Mi conducta y mis actos realmente responden a mi apertura a la Verdad que el Señor Jesús ha revelado?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 218 – 221.458.


Colaboración de J.R. PULIDO. C.D. TOLEDO