domingo, 30 de abril de 2017

Domingo de la Semana 3ª de Pascua. Ciclo A «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros?»



Lectura del libro de  los Hechos de los Apóstoles (2, 14.22-33): No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia."
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le habla prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.»

Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11: Señor, me enseñarás el sendero de la vida. R/.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; // yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.» //  El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; // mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja, // hasta de noche me instruye internamente. // Tengo siempre presente al Señor, // con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón, // se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. // Porque no me entregarás a la muerte, // ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida, // me saciarás de gozo en tu presencia, // de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Lectura de la Primera carta de San Pedro (1,17-21): Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto.

Queridos hermanos: Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin par­cialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida.
Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.
Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (24,13-35): Lo reconocieron al partir el pan.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero de Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: «¿Qué? Ellos le contestaron: «Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, el hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos.
Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Ante toda la inmensa multitud reunida en Jerusalén, Pedro en su primer discurso público dice sobre Jesús: «No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio» (Primera Lectura). Pedro proclama clara y solemnemente que Jesús de Nazaret, que hizo prodigios y milagros a la vista de todos, fue clavado en una cruz pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Ésta es la verdad sobre la cual se funda toda la fe de la Iglesia.

El relato evangélico nos muestra como los discípulos de Emaús van entendiendo poco a poco que «era necesario que el Mesías sufriese y así entrase en su gloria» (Evangelio). En el fondo los dos discípulos de Emaús experimentaban una enorme desazón ya que para ellos también «no era posible que la muerte retuviera a Jesús bajo su dominio». Así pues, la muerte no tendrá dominio sobre Jesús, sino que ésta será derrotada (y podemos decir “humillada”) por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Quien se va abriendo al misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús debe, necesariamente, llevar en serio su vida como nos dice San Pedro en su Primera Carta (Segunda Lectura) ya que se da cuenta de que ha sido rescatado no con oro o plata, sino con la sangre preciosa de Jesucristo.

L «Las cosas que han sucedido en Jerusalén estos días...»

La lectura de hoy es una de las páginas más hermosas del Evangelio. Se abre sugiriendo una gran tristeza y desilusión de los discípulos ante la crucifixión y muerte de Jesús. Dos de ellos se alejan de Jerusalén y se dirigen a un pueblo llamado Emaús que distaba unos once kilómetros de distancia. Van discutiendo «las cosas que esos días han pasado en Jerusalén». Mientras caminaban el mismo Jesús se acercó a ellos en el camino que van «con aire entristecido – semblante sombrío - de triste aspecto».

El lector sabe que este desconocido es Jesús; pero, respecto de los discípulos, el Evangelio observa: «Sus ojos estaban retenidos para que no lo conocieran». Aunque habían sido discípulos suyos, es decir lo habían seguido y habían puesto en Él la esperanza de la liberación de Israel; ahora, después de sólo tres días, ¡ya no lo reconocen! Es interesante subrayar que el Evangelio quiere así insistir en que el reconocimiento de Jesús Resucitado no es una mera verificación empírica, sino un hecho de fe que es fruto de la lectura de la Palabra de Dios y de la «fracción del pan».El desconocido quiere saber cómo interpretaban los discípulos «las cosas que – habían - sucedido en Jerusalén». Y recibe esta respuesta: «Jesús el Nazareno fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo... Nosotros esperábamos que sería Él quien iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó...», ¡y nada de lo que ellos esperaban había sucedido!

En el fondo parecía repetirse el caso de otros falsos liberadores, tal como los describe el sabio Gamaliel: «Hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto y todos los que lo seguían se disgregaron y quedaron en nada. Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró el pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que lo habían seguido se dispersaron» (Hch 5,36-37). Lo de Jesús el Nazareno amenazaba con acabar en lo mismo, tanto que los que lo habían seguido se estaban dispersando: sin esperanza se alejaban pesarosos de Jerusalén. Más aún, ni siquiera habían creído en el testimonio de las mujeres, ni de Pedro – ni de Juan - que «ve los lienzos y vuelve a la casa asombrado por lo sucedido» (Lc 24,12)después de haber estado en el sepulcro.

K ¡Oh insensatos y tardos de corazón...!

Los discípulos no estaban entendiendo el acontecimiento más extraordinario de Jesús, porque eran «insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas» y habían confiado en Él como en un caudillo humano que los liberaría del poder temporal a que estaba sometido Israel. Es decir, estaban cayendo en la tentación de verlo, con ojos humanos, como un líder carismático o quizás, como un líder político. Sin embargo, Jesús había sido presentado como «el que liberará a su pueblo del pecado» (Mt 1,21). Y, para vencer el pecado y sus secuelas de esclavitud y muerte, «¿no era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en la gloria?». Así estaba escrito y Jesús no hace sino ir explicándoles, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, lo que ellos no querían aceptar.

El Antiguo Testamento, al cual se refiere la expresión: «Moisés y los profetas», será el camino por el cual Jesús conducirá a sus seguidores a creer en Él.Ya lo había dicho antes en una severa advertencia: «Si no escuchan a Moisés y los profetas, no se convertirán ni aunque resucite un muerto» (Lc 16,31). Por eso interesaba menos que los discípulos reconocieran a Jesús en el camino: lo que interesaba es que comprendieran que su muerte era parte del Plan salvífico anunciado por Dios, es decir, que «era necesario que padeciera eso y entrara así en su gloria». Y así lo estaban comprendiendo, pues sentían que «les ardía el corazón dentro del pecho cuando les hablaba y les explicaba las Escrituras».

J Pedro también apela a la Escritura

Esta es la aproximación de San Pedro en su primer discurso misionero, el día de Pentecostés (Primera Lectura). En apoyo a la Resurrección de Jesús cita el Salmo 16, 8-11 referido al Mesías y lo aplica a Jesús a quien Dios resucitó de la muerte. En las primeras comunidades y en los escritos que ellos nos legaron fue éste un lugar clásico para probar la glorificación de Cristo resucitado; igual que los poemas de Isaías sobre el Siervo de Yahveh lo eran para dejar constancia del anuncio previo de su Pasión y Muerte.     

J «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron»

Volviendo al pasaje de Emaús leemos: que sus ojos se abrieron y lo reconocieron «cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando». Es el gesto que ellos citan cuando refieren el hecho a los apóstoles: «Contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían conocido en la fracción del pan». Ya no tenían dudas. Se han convertido radicalmente por el contacto con la Palabra y la Eucaristía. En lugar del abatimiento y la tristeza que los llevaba a alejarse de Jerusalén, están ahora llenos de gozo que les hace arder el corazón y vuelven corriendo a Jerusalén.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Sí, queridos jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos “ver” su rostro. Me preguntarán: “Pero, ¿cómo?”. También Santa Teresa de Ávila, que nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus padres: «Quiero ver a Dios». Después descubrió el camino de la oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).

También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones, que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119,105). Descubran que se puede “ver” a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (cf. Mt 25,31-46). ¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.

El encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les sucedió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), la voz de Jesús hará arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene para sus vidas».

Mensaje del Santo Padre Francisco para la XXX Jornada Mundial de la Juventud 2015.



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. A partir de este hermoso pasaje evangélico, ¿leo con frecuencia las Sagradas Escrituras? Tomemos algunas resoluciones concretas para poder encontrarme con el Señor en las Escrituras y en la Sagrada Eucaristía.

2. San Pedro en su carta nos exhorta a llevar en serio nuestra fe ya que hemos sido rescatados a precio de sangre. ¿Soy coherente con mis compromisos bautismales?  


3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 712-716. 863-865. 

domingo, 23 de abril de 2017

lecturas de la Misa del Domingo de la Semana 2ª de Pascua. Ciclo A. DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA


 «Porque me has visto has creído»

Lectura del libro de  los Hechos de los Apóstoles (2,42- 47): Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común.

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los após­toles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían to­dos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Sal 117,2-4.13-15.22-24: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. R/.
Diga la casa de Israel: // eterna es su misericordia. // Diga la casa de Aarón: // eterna es su misericordia. // Digan los fieles del Señor: // eterna es su misericordia. // Empujaban y empujaban para derribarme, // pero el Señor me ayudó; // el Señor es mi fuerza y mi energía, //
él es mi salvación R/.

Escuchad: hay cantos de victoria // en las tiendas de los justos. La piedra que desecharon los arquitectos II es ahora la piedra angular. // Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. // Éste // es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Lectura de la Primera carta de San Pedro (1,3 – 9): Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva.

(Paso neogótico de la Urna de Nuestro Señor Jesucristo )

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una he­rencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más pre­cio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llega­rá a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,19 – 31): A los ocho días, llegó Jesús.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.


&Pautas para la reflexión personal  


(Paso de la Sagrada Lanzada de Ntro. Señor Jesucristo)
z El vínculo entre las lecturas

El ambiente que descubrimos en los seguidores de Jesús después de los trágicos hechos de la Pasión y Muerte es de temor, desconfianza y, hasta podemos afirmar, de cobardía. Esto cambia radicalmente tras el encuentro con el Resucitado. Uno de ellos, sin embargo, Tomás, no estuvo presente. A pesar de dudar de la palabra de sus hermanos; Jesucristo es indulgente, paciente y reserva una palabra de consuelo alentándolo a vivir una fe más viva y profunda.

A partir de aquellas experiencias y fortalecidos con la acción del Espíritu Santo, los apóstoles inician un período de «conversión» que los conducirá al misterio de Pentecostés. La vida de la Iglesia naciente nos muestra hasta qué punto aquellos hombres cumplieron a plenitud la misión encomendada (Hechos de los Apóstoles 2,42- 47). En ellos había un modo nuevo de vivir que causaba admiración: la enseñanza, la unidad, la fracción del pan y la oración. Sin embargo, la Iglesia pronto tendría que enfrentar las adversidades propias de los discípulos de Cristo. La Primera carta de San Pedro es una exhortación a permanecer fieles a la fe recibida produciendo así frutos de vida eterna (Primera carta de San Pedro 1,3 - 9).

K La incredulidad de los apóstoles y la fe de Tomás

La mañana del «primer día de la semana» tuvo lugar la primera apari­ción de Jesús resucitado. Se apareció a María Magdalena y le dijo: «Vete donde mis hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios'. Fue María Magda­lena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras». ¿Creye­ron los apósto­les su testimo­nio? ¿Creye­ron que Jesús estaba vivo? Obviamente no creyeron, porque si hubieran creído, su conducta no habría sido la de permane­cer «a puertas cerradas por miedo a los judíos».

En esta situación estaban los discípulos cuando se presentó Jesús mismo en medio de ellos. Y para identifi­carse, «les mostró las manos y el costado»[1]. Cualquiera que leyera este relato sin referencia a todo lo que antecede, y a lo que seguirá, consideraría que éste es un modo extraño de identifi­carse. ¿Por qué no les mostró más bien su rostro, como sería lo normal? Este modo de identificar­se -podemos imaginar- responde a la increduli­dad de los apóstoles. Ellos cierta­mente deben de haber respondido al testimo­nio de María Magdalena de la misma manera que lo hace más tarde Tomás: «Si no vemos las señas de los clavos en sus manos y la herida de la lanzada en su costado, no creeremos que el hombre que tú viste sea el mismo Jesús ya que Él ha muerto crucificado». Jesús entonces se identificó de esa manera, y los apóstoles lo vieron: «Los discípulos se alegraron de ver al Señor».

Cuando los apóstoles dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor», él ciertamente creyó que habían tenido una aparición de algún ser trascendente; pero que éste fuera el mismo Jesús que él vio crucificado y muerto, eso era más que lo que podía aceptar. Como anteriormente había sucedido con los otros apóstoles, también Tomás necesitaba ver para verificar la identidad del aparecido con Jesús: «Si no veo en sus manos el signo de los clavos y no meto el dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». ¿«No creeré» qué cosa? Que el mismo que estaba muerto ahora está vivo. Pero una vez que vio esto, Tomás tuvo un acto de fe que trasciende infinitamente lo que vio y verificó. Tomás ve a Jesús vivo y verifica las señas de su Pasión y ya no niega que haya resucitado. En esto es igual que los demás após­toles y no es más incrédulo que ellos. Pero resulta más creyente que ellos, porque cree la divinidad de Jesucristo y la profesa exclamando: «Señor mío y Dios mío»[2].

Tomás ve a un hombre resucitado y confiesa a su Dios. El encuentro con Jesús  resucitado fue para Tomás un «signo» que lo llevó a la plenitud de la fe. Por eso Jesús dice: «Porque me has visto has creído». No es que el «signo» sea causa de la fe. La fe siempre es un don de Dios que Él conce­de libremente; pero Dios quiere concederla con ocasión de algo que se ve, de algo que opera como signo y al cual uno se abre. La fe de Tomás fue tan firme, que lo llevó a dar testimonio de Cristo con el martirio.

J «Biena­venturados los que no han visto y han creí­do»

Jesús llama biena­ventu­rados a los que «no vieron y, sin embargo, creyeron»; creyeron por el testi­monio de otros. Y esta sí que es nuestra situación. Noso­tros creemos en la Resurrección del Señor por el testi­monio de la Iglesia y de sus apósto­les. Por eso es que en los discursos de Pedro al pueblo es constante esta frase: «A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Lo mismo repite en el segundo discur­so: «Voso­tros renegasteis del Santo y del Justo... y matas­teis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios lo resu­citó de entre los muertos, y noso­tros somos testi­gos de ello» (Hch 3,14-15). Y lo mismo repite ante el Sanedrín: «El Dios de nuestros padres resu­citó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándolo de un madero... Noso­tros somos testigos de estas cosas» (Hch 5,30.32).Sobre este testimonio de los apóstoles se funda nues­tra fe.

Es verdad que en la bienaventuranza de Jesús estamos implicados nosotros, pues por la bondad divina ocurrió que Tomás estu­viera ausen­te, dudara y exigiera verificar la resurrección de Cristo, palpando sus heridas. Así lo interpreta el Papa San Gregorio Magno (590-604 d.C.): «Esto no ocurrió por casualidad, sino por disposición divina. En efecto, la clemencia divina actuó de modo admirable, de manera que, habiendo dudado aquel discípu­lo, mientras palpaba en su maestro las heridas de la carne sanara en nosotros las heridas de la incredulidad. Es así que más aprovechó a nosotros la incredulidad de Tomás que la fe de los demás apóstoles. Él palpando fue devuelto a la fe para que nuestra mente, alejada toda duda, se consolide en la fe. Dudando y palpando aquel discípulo fue un verdadero testigo de la resurrección».

J «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común»

Leemos en el relato de los «Hechos de los Apóstoles» de San Lucas, un bellísimo retrato de la vida íntima de la comunidad cristiana de Jerusalén. Con términos muy parecidos lo leemos también en 4,32-37 y en 5,12-16. Son los llamados «sumarios» y presentan las características fundamentales de la comunidad: asistencia asidua a la enseñanza de los Apóstoles, unión o «koinonía»[3], fracción del pan y oraciones. Podemos decir que ya aparecen aquí en acción los tres elementos más característicos de la vida de la Iglesia: enseñanza jerárquica, unión en la caridad, culto público y sacramental.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso. A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios: su Pasión, su vida terrena –llena de compasión por los más pequeños y los enfermos–, su encarnación en el seno de María. Y podemos recorrer hasta sus orígenes toda la historia de la salvación: las profecías –especialmente la del Siervo de Yahvé –, los Salmos, la Ley y la alianza, hasta la liberación de Egipto, la primera pascua y la sangre de los corderos sacrificados; e incluso hasta los patriarcas Abrahán, y luego, en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que grita desde la tierra. Todo esto lo podemos verlo a través de las llagas de Jesús Crucificado y Resucitado y, como María en el Magníficat, podemos reconocer que «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,50).

Ante los trágicos acontecimientos de la historia humana, nos sentimos a veces abatidos, y nos preguntamos: «¿Por qué?». La maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida. Y nos preguntamos: ¿Cómo podemos salvar estos abismos? Para nosotros es imposible; sólo Dios puede colmar estos vacíos que el mal abre en nuestro corazón y en nuestra historia. Es Jesús, que se hizo hombre y murió en la cruz, quien llena el abismo del pecado con el abismo de su misericordia.

San Bernardo, en su comentario al Cantar de los Cantares (Disc. 61,3-5; Opera omnia 2,150-151), se detiene justamente en el misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que «las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios».

Es este, hermanos y hermanas, el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él, Jesús, Crucificado y Resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia.

Los Santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, «me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, “fue traspasado por nuestras rebeliones” (Is 53,5). ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?» (ibíd.).

Con los ojos fijos en las llagas de Jesús Resucitado, cantemos con la Iglesia: «Eterna es su misericordia» (Sal 117,2). Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza».

Papa Francisco. Homilía del II Domingo de Pascua, 12 de abril de 2015.







'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. ¿Qué medios voy a poner para vivir la alegría de la Pascua en mi familia?

2. Tomemos conciencia de la importancia al decir «Señor mío y Dios mío» en el sacrificio eucarístico. 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 727-730. 1166-1167. 1341- 1344. 










[1] El mismo pasaje en el Evangelio de San Lucas nos ayuda a entender mejor las palabras de Jesús. «Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: ... Mirad mis manos y mis pies, soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo. Y diciendo esto les mostró las manos y los pies" (Lc 24,37-40).
[2] «Kuriosmou, o Theosmou»,«¡Señor mío y Dios mío!».Tanto la frase griega como su significado hebreo indican una profesión decidida de la divinidad. No es una exclamación, sino una profesión de fe en dos palabras exactas.
[3] El término «koinonia» es una expresión que en el segundo sumario de Hechos de los Apóstoles se sustituye por la frase «tenían un corazón y una alma sola» (4,32) y que algunos traducen por «vida en común».

Documento facilitado por D. Juan R. Pulido, presidente diocesano de la Adoración Nocturna Española en Toledo.

sábado, 8 de abril de 2017

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Ciclo A «¡Hosanna al Hijo de David!»



PROCESIÓN DE LOS RAMOS

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (21, 1-11): Bendito el que viene en nombre del Señor.

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.»
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid a la hija de Sión: "Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila".»
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!»
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: «¿Quién es éste?» La gente que venía con él decía: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.»

EN EL TEMPLO

Lectura del Profeta Isaías (50, 4-7): No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? R/.

Al verme, se burlan de mí, // hacen visajes, menean la cabeza: // «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; // que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.

Me acorrala una jauría de mastines, // me cerca una banda de malhechores; // me taladran las manos y los pies, // puedo contar mis huesos. R/.

Se reparten mi ropa, // echan a suertes mi túnica. // Pero tú, Señor, no te quedes lejos; // fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.

Contaré tu fama a mis hermanos, // en medio de la asamblea te alabaré. // Fieles del Señor, alabadlo; // linaje de Jacob, glorificadlo; // temedlo, linaje de Israel. R/.

Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses (2, 6-11): Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (26,14-27,66)[1]: Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
O bien, más breve:
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (26,14-27,66): Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ -«Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -«¿No oyes cuántos cargos presentan contra fi?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. -«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? »
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. -«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. -«A Barrabás. »
C . Pilato les preguntó:
S. -«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. -«Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. -«Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -«¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. -«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

¡Salve, rey de los judíos!

C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. -«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Crucificaron con él a dos bandidos

C. Al salir, encontraron a un hombre de Ciréne, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz

C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. -«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. -«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Elí, Elí, lamá sabaktaní

C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ -«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -«A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
S. -«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. -«Realmente éste era Hijo de Dios.»

& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

La Iglesia celebra hoy la entrada de Jesús en Jerusa­lén donde vino para sufrir su Pasión y Muerte. Jesús entró en la ciudad montado en un asno, mientras la multi­tud lo aclamaba con ramos de olivos en sus manos. A causa de este gesto, que repiten los fieles ahora acompañando al sacer­dote en su entrada al templo, recibe este día el nombre tradicional de «Domingo de Ramos». El Evangelio que relata la entrada de Jesús en Jerusalén se lee hoy para dar comienzo a la proce­sión que va desde un lugar cerca­no al templo hasta el pie del altar donde se celebrará la Euca­ristía. De esta manera la representación de la entrada de Jesús en Jerusa­lén se prolonga con el ofrecimiento del mismo sacri­ficio de Cristo, el sacrifi­cio que Él hizo de sí mismo inmolán­dose en la Cruz.

La lectura del profeta Isaías nos presenta la figura del «siervo sufriente» que es capaz de darse por entero para salvar a los otros. Por otro lado, el himno cristológico de la carta a los Filipenses resalta la humildad y la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de nuestro Señor Jesucristo. El relato de la Pasión según San Mateo muestra a un Jesús que no es reconocido como «el Cristo» por el pueblo y por sus autoridades y es conducido a la muerte. Sin embargo, a pesar de ser rechazado, Él es «verdaderamente el Hijo de Dios» (Mt 27,55) que nos ha reconciliado con el Padre Eterno por su sacrificio en la Cruz.  Fue fiel y obediente hasta la muerte y muerte de cruz nos dicen cada una de las lecturas dominicales.

J «He aquí que tu Rey viene montado en una asna»



El pasaje de la entrada mesiánica de Jesús en la «ciudad santa» se inicia con el extraño pedido de Jesús que hace a dos de sus discípulos. Jesús considera importante entrar en la ciudad, no a pie, como era lo normal, sino montado en un asno[2]. Jesús había previsto incluso cualquier dificultad que hubieran podido encontrar sus enviados: «Si alguien os dice algo, diréis: ‘El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá’». ¿Por qué interesaba a Jesús entrar a Jerusalén montado en esa cabalgadura? Porque quiere realizar un gesto mesiánico claro; quiere que se sepa que Él es el Cristo - el Mesías - el Hijo de David, sobre el cual Dios había prometido: «Yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo» (2S 7,13-14). Este gesto, tan elocuente para los judíos, se refiere a ese personaje que había de venir, que el profeta Zacarías había ya anunciado 500 años antes: «Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asno y en un pollino, hijo de animal de yugo» (Za 9,9).

En un ambiente fuertemente cargado de la esperanza mesiánica, el gesto de Jesús fue captado inmediatamente. El evangelista lo hace notar con estos signos de entusiasmo: «La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino». Pero, sobre todo, sabemos lo que  piensan por sus aclamaciones: «La gente que iba delante y detrás de él gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!». Y cuando Jesús entra en Jerusalén, toda la ciudad está ya conmovida.

Esta es la segunda vez que toda Jerusalén se conmueve por causa de Jesús. La primera vez tuvo lugar muchos años antes, cuando llegaron a ella unos magos de oriente preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mt 2,2). Ahora se conmueve porque Jesús entra en la cabalgadura real y es aclamado por la multitud que lo acompaña como «Hijo de David», que equivale a decir «Rey de los judíos». Al ver ese cortejo triunfal preguntaban: «¿Quién es éste?». Pero la respuesta que da la gente es insuficiente: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

J «¡Hosanna al hijo de David!»

No era la primera vez que la gente reconocía en Cristo al rey esperado. Ya había sucedido después de la multiplica­ción milagrosa del pan, cuando la multi­tud quería aclamarlo triunfalmente. Pe­ro Jesús sabía que su reino no era de es­te mundo; por eso se había alejado de ese entusiasmo. También Pedro lo reconoció como el Cristo y el Hijo de Dios, pero Jesús «mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo» (Mt 16,20).

Entonces Jesús estaba todavía en Galilea y tenía que comenzar a instruir a sus discípulos sobre su destino de muerte y resurrección que iba a verificarse en Jerusalén. Tenían que hacer comprender a sus discípulos que su muerte no obedecería a causas ordinarias, sino a un designio redentor; que su muerte sería un sacrificio que Él libremente ofrecería a Dios por la salvación del mundo. Les decía: «El Hijo del hombre ha venido a servir y a dar su vida en rescate por la multitud» (Mt 20,28).

Ahora, que está entrando a Jerusalén y se encamina a su muerte, quiere que todos sepan que Él es el Cristo. Durante el juicio ante el Sanedrín que lo iba a sentenciar a muerte, Jesús escuchó en silencio todas las acusaciones; pero cuando el Sumo Sacerdote lo interpeló directamente: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios», Jesús rompió su silencio y respondió: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,63-64). Esta declaración provocó la sentencia del tribunal judío: «Es reo de muerte» (Mt 26,66).

J El valor de las profecías

En Jesús se cumplen y llegan a su plenitud todas las profecías del Antiguo Testamento. Esta plenitud permaneció velada tanto a «la muchedumbre de los discípulos» que a lo largo del ca­mino hacia Jerusalén cantaban «Hosanna», alabando «a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto» (Lc 19,37), como a los Doce más cercanos a Él. A estos últimos, el amor por Cristo no les permi­tía admitir un final doloroso; recordemos cómo en una ocasión dijo Pedro acalorado: «Esto no te sucederá jamás» (Mt 16,22).Y ya sabemos la respuesta fuerte y directa de Jesús ante estas palabras (ver Mt 16,23).

Para Jesús, en cambio, las palabras de los Profetas son claras hasta el fin, y se le revelan con toda la plenitud de su verdad; y Él mismo se abre ante esta verdad con toda la profundidad de su espíritu. Las acepta totalmente. No reduce nada. En las palabras de los Profetas encuentra el significado justo de la vocación del Mesías: de su propia vocación. Encuentra en ellas la voluntad del Padre. «El Señor Dios me ha abierto los oídos, y yo no me resisto, no me echo atrás» (Is 50,5).De este modo leemos como la lectura del profeta Isaías contiene ya en sí la dimensión plena de la Pasión: la dimensión de la Pascua. «He dado mis espaldas a los que me herían, mis mejillas a los que me arrancaban la barba. Y no escondí mi rostro ante las injurias y los salivazos» (Is 50,6). También leemos en el salmo responsorial la impresionante descripción que luego será realidad: «Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza... me tala­dran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica» (Sal 22[21], 8.17‑19).

J «Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz»

El himno de la carta a los Filipenses, escrito desde la prisión de Roma entre los años 61 a 63, posee un inestimable valor teo­lógico ya que presenta una suerte de síntesis completa de la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos, pasando por el Viernes Santo, hasta el Domingo de Resurrección. Las palabras de la car­ta a los Filipenses nos acompañarán durante todo el Triduo Santo. Ya desde la entrada mesiánica y triunfal a Jerusalén, Jesucristo es «obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8). Entre la voluntad del Padre, que lo ha enviado, y la voluntad del Hijo hay una profunda unión plena de amor.

Jesucristo, que es de naturaleza divina y humana, se despoja a Sí mismo y toma la condición de siervo, humillándose a Sí mismo (ver Flp 2,6‑8). Y permanece en este abajamiento, de su divinidad y de su humani­dad, a lo largo de estos terribles días. El Hijo del hombre va hacia los acontecimientos que se cumplirán, cuando su abajamiento, expoliación, aniquilamiento revistan precisas for­mas externas: recibirá salivazos, será flagelado, insultado, escarnecido, re­chazado por el propio pueblo, condenado a muerte, crucificado; hasta que pronuncie el último «todo está cumplido», entregando su espíritu en las manos de  su Padre Amoroso.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Esta semana comienza con una procesión festiva con ramos de olivo: todo el pueblo acoge a Jesús. Los niños y los jóvenes cantan, alaban a Jesús.Pero esta semana se encamina hacia el misterio de la muerte de Jesús y de su resurrección. Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien hacernos una sola pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de alabarlo? ¿O guardo las distancias? ¿Quién soy yo ante Jesús que sufre?

Hemos oído muchos nombres, tantos nombres. El grupo de dirigentes religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros de la ley, que habían decidido matarlo. Estaban esperando la oportunidad de apresarlo. ¿Soy yo como uno de ellos?

También hemos oído otro nombre: Judas. Treinta monedas. ¿Yo soy como Judas? Hemos escuchado otros nombres: los discípulos que no entendían nada, que se durmieron mientras el Señor sufría. Mi vida, ¿está adormecida? ¿O soy como los discípulos, que no entendían lo que significaba traicionar a Jesús? ¿O como aquel otro discípulo que quería resolverlo todo con la espada? ¿Soy yo como ellos? ¿Soy yo como Judas, que finge amar y besa al Maestro para entregarlo, para traicionarlo? ¿Soy yo, un traidor? ¿Soy como aquellos dirigentes que organizan a toda prisa un tribunal y buscan falsos testigos? ¿Soy como ellos? Y cuando hago esto, si lo hago, ¿creo que de este modo salvo al pueblo?

¿Soy yo como Pilato? Cuando veo  que la situación se pone difícil, ¿me lavo las manos y no sé asumir mi responsabilidad, dejando que condenen – o condenando yo mismo – a las personas?¿Soy yo como aquel gentío que no sabía bien si se trataba de una reunión religiosa, de un juicio o de un circo, y que elige a Barrabás? Para ellos da igual: era más divertido, para humillar a Jesús.

¿Soy como los soldados que golpean al Señor, le escupen, lo insultan, se divierten humillando al Señor?

¿Soy como el Cireneo, que volvía del trabajo, cansado, pero que tuvo la buena voluntad de ayudar al Señor a llevar la cruz?

¿Soy como aquellos que pasaban ante la cruz y se burlaban de Jesús : «¡Él era tan valiente!... Que baje de la cruz y  creeremos en él»? Mofarse de Jesús...

¿Soy yo como aquellas mujeres valientes, y como la Madre de Jesús, que estaban allí y sufrían en silencio?¿Soy como José, el discípulo escondido, que lleva el cuerpo de Jesús con amor para enterrarlo?¿Soy como las dos Marías que permanecen ante el sepulcro llorando y rezando?

¿Soy como aquellos jefes que al día siguiente fueron a Pilato para decirle: «Mira que éste ha dicho que resucitaría. Que no haya otro engaño», y bloquean la vida, bloquean el sepulcro para defender la doctrina, para que no salte fuera la vida?

¿Dónde está mi corazón? ¿A cuál de estas personas me parezco? Que esta pregunta nos acompañe durante toda la semana».

Papa Francisco. Homilía en el Domingo de Ramos Domingo 13 de abril de 2014.


'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1. ¿De qué manera concreta voy a vivir mi Semana Santa? ¿Será simplemente un fin de semana largo? Sé que es exigente, pero ¿qué medios voy a colocar para que mi familia y yo nos acerquemos más al Señor Jesús en estos días?

2.  Hagamos un verdadero esfuerzo para vivir estos días cerca del corazón de la Madre. No seamos indiferentes al dolor de María que nos enseña a vivir el verdadero horizonte de esperanza en medio del sufrimiento.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 557- 623.





[1] El Domingo de Ramos se lee como texto evangélico el texto íntegro de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Este texto varía de acuerdo al ciclo litúrgico. En este caso leemos el Evangelio  de San Mateo. 
[2] El asno blanco se consideraba como animal digno de personas importantes (ver Jc 5,10). Un escrito del siglo XIII a.C. indica que no era propio de gente real andar a caballo en vez de asno. El caballo se introdujo más tarde, principalmente como animal de guerra.     

documentación facilitada por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano del Consejo Diocesano de A.N.E. Toledo.