sábado, 30 de agosto de 2014

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

Domingo de la Semana 22 del Tiempo Ordinario. Ciclo A
«Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»

Lectura del libro del profeta Jeremías (20,7-9): La palabra del Señor se volvió oprobio para mí.
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos (12,1-2): Ofreceos vosotros mismos como hostia viva.
Os exhorto hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (16,21-27): El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo.
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: -«¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» Jesús se volvió y dijo a Pedro: -«Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.» Entonces dijo Jesús a sus discípulos: -«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

«Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres». Los pensamientos de Dios sobre el Mesías y su misión eran unos; los pensamientos que los hombres tenían eran otros completamente distintos. Aquí se cumple lo dicho por Dios a su pueblo por medio del profeta Isaías: «Vuestros pensamientos no son mis pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos» (Is 55,8). Si los pensamientos de Dios son la verdad y los de los hombres (en el sentido de la lectura del Evangelio) son mentira; ¿qué podemos hacer nosotros para tener los pensamientos de Dios? Esto es lo que nos enseñan las lecturas de este Domingo.

Jeremías, en sus famosas «confesiones», nos muestra la experiencia dramática de ser consecuente con la propia vocación. Él sabe que ha sido llamado por Dios a una misión ardua y difícil (Primera Lectura). La carta a los Romanos nos expresa una verdad mucho más consoladora, pero no por ello menos exigente. Nos invita a entender nuestra vida como una ofrenda a Dios cambiando para ello nuestra mentalidad (Segunda lectura). En el Evangelio, Jesucristo anuncia con claridad y exigencia que es necesario tomar el camino de la cruz para salvar a los hombres. Quien desee seguir a Jesús fielmente, deberá tomar su cruz y ponerse detrás de Él. El mensaje cristiano es un mensaje de alegría y victoria pascual, pero un mensaje que necesariamente pasa por el camino de la cruz (Evangelio).

 «¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!»

Jeremías es considerado uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento. Predicó en una época de gran infidelidad a la alianza (aproximadamente entre los años 627 – 587 A.C.) y le tocó la pesada labor de anunciar las consecuencias de ello. Fue perseguido, maltratado e incluso intentaron acabar con su vida. En el texto que leemos, el terror rodea al profeta por todas partes; acaba de ser azotado injustamente por el sacerdote Fasur por haber anunciado la Palabra de Yahveh. Esta persecución a causa de la palabra no fue exclusiva de Jeremías: «Yo les di tu Palabra y el mundo los ha odiado» (Jn 17,14); sin embargo vemos como el consuelo divino que alcanza a Jeremías inmediatamente después de su desahogo : «Pero Yahveh está conmigo, cual guerrero poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes» (Jr 20,11).

«No os acomodéis al mundo»

La carta a los romanos fue escrita por Pablo en Corinto, probablemente el año 58, durante su tercer viaje apostólico. San Pablo exhorta vivamente a los cristianos de la comunidad de Roma a «presentar sus cuerpos como una hostia viva, santa, agradable a Dios». En el ámbito humano, un ciudadano era presentado ante alguna autoridad ya sea por razón de un ceremonial de la corte o por un proceso legal (ver Hch 23,33; 27,4). El sentido religioso de la «presentación» es el de «consagración», es decir, un apartar lo consagrado del ámbito profano para, en adelante, dedicarlo solamente a Dios. Esta presentación-consagración a Dios, entraña, por parte del creyente, un dejar de «acomodarse» al mundo presente para asumir una conducta moral adecuada a su estado de pertenencia a Dios: una vida santa, inmaculada, irreprensible y pura.

Para ello debe ingresar a un proceso de transformación cuyo eje principal es la metanoia, es decir, el cambio de mentalidad: un despojarse de los modos de pensamiento del hombre viejo para revestirse con los criterios de Cristo. En la lectura está, de manera implícita, la convicción de que el cuerpo no es malo en sí mismo. Al contrario, el cuerpo creado por Dios es bueno y es parte esencial de cómo ha concebido y querido al ser humano. Sin embargo el pecado lo afecta profundamente, pero aún así guarda la bondad intrínseca de su origen. Así pues, el cristiano ha de valorar rectamente su cuerpo, santificándolo, haciendo recto uso de él según el amoroso designio de Dios.

«¡Quítate de delante Satanás!»

Si estuviéramos leyendo el Evangelio de San Mateo por primera vez, nos llamaría la atención que en un espacio tan breve de tiempo cambie tan radicalmente el trato que Jesús da a Pedro. En efecto, en un momento le dice: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16,17); y al momento siguiente dice al mismo Pedro: «¡Quítate de delante Satanás ! ¡Un obstáculo eres para mí!». ¿Cómo se explica este cambio de actitud? ¿Qué fue lo que hizo Pedro que le mereciera ser llamado “Satanás” y ser repelido con esa energía?

Pedro acababa de expresar la opinión que hasta entonces se habían formado los apóstoles acerca de Jesús, diciéndole: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». La expresión de Pedro es verdadera; nadie podría llegar a esa conclusión acerca de Jesús si no hubiera sido por una revelación del Padre y por eso mereció la bienaventuranza de Jesús y la promesa de fundar sobre Él su Iglesia. Pero Pedro aún no había comprendido todo el alcance de sus palabras. Entendía que Jesús era el Cristo, pero no entendía cómo tendría que realizar su misión. Dándose cuenta del modo erróneo de concebir su identidad, Jesús «mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo». Era verdad que era el Cristo, pero no lo era como lo entendería la gente.

En este momento, comenzó Jesús el camino más difícil, comenzó a abrirlos a la comprensión del misterio de su futura Muerte y Resurrección. A todo hebreo del tiempo, formado en las Escrituras, la figura del «mesías» le sugería inmediatamente la imagen del rey David. Él era el «mesías - ungido» por excelencia y su reinado quedó en la conciencia popular como un tiempo proverbial, tal vez el único momento de su historia en que Israel fue un pueblo unido, soberano y en posesión de todos sus confines. Cuando se hablaba del que había de venir, del mesías «hijo de David», se pensaba inmediatamente en la restauración de esa misma situación. Esto explica la incomprensión de Pedro cuando Jesús anuncia su pasión y muerte: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ninguna manera te sucederá eso!».

Sin darse cuenta y tal vez con muy buena intención, Pedro estaba apartando a Jesús de su misión, lo estaba persuadiendo a que no bebiera el cáliz que su Padre le tenía preparado, y en este sentido, cumplía la misión de Satanás. Recordemos que Satanás también había tentado a Jesús ofreciéndole riquezas, reinos y poder. La tentación consistía en inducirlo a establecer un reino de este mundo, es decir, un mesianismo humano. Por eso Jesús rechaza a Pedro con la misma energía que había rechazado al diablo:«¡Apártate Satanás!» (Mt 4,10). Jesús nos da ejemplo, mostrándonos el único modo de rechazar los obstáculos puestos a nuestra vida de fe, vengan de quien vengan; cualquier contemporización es ya comenzar a caer.

«El que quiera salvar su vida la perderá»

Después de exponer su programa, que consiste en sufrir la pasión y la muerte y resucitar al tercer día, Jesús declara que éste es también el programa de todo discípulo suyo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará». Si queremos ser discípulos de Cristo, este es nuestro camino. ¡No hay otro! Consiste en negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo, consiste en perder la vida por Cristo ahora, para ganarla después en la vida eterna. Por tanto, cualquier obstáculo que se nos presente en este camino debe ser removido con decisión. Cualquiera que se detenga a considerar atentamente esta frase de Cristo observará que encierra una paradoja. Es que Jesús juega con dos aspectos de la palabra «vida».

Su dicho se entiende así: el que quiera gozar al máximo en esta vida terrena, sin negarse en nada, terminará perdiendo esta misma vida (con la muerte) y también la vida eterna; en cambio, el que entregue su vida, consumiéndola en el servicio y el amor a los demás, encontrará la vida eterna, que consiste en la paz y alegría en este mundo y la felicidad sin fin en el otro. Alcanzar la verdadera vida que es la eterna es el fin para el cual hemos sido creados. El murió para que nosotros tengamos vida eterna, como nos enseñó: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).

A esta vida se refiere Jesús en sus magníficas sentencias: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?». Estas frases son tan evidentes e impactantes por sí mismas que cualquier comentario debe enmudecer. Encierran una verdad tan maciza que ellas solas han sido argumento suficiente para convertir a pecadores en mártires y santos.


Una palabra del Santo Padre:

«Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia Él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no. Y de este modo, junto al olvido de Dios existe como un boom de lo religioso. No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Puede darse también la alegría sincera del descubrimiento. Pero exagerando demasiado, la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que place, y algunos saben también sacarle provecho. Pero la religión buscada a la “medida de cada uno” a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte.

Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que indica el camino: ¡Jesucristo! Tratemos nosotros mismos de conocerlo siempre mejor para poder guiar también, de modo convincente, a los demás hacia Él. Por esto es tan importante el amor a la Sagrada Escritura y, en consecuencia, conocer la fe de la Iglesia que nos muestra el sentido de la Escritura. Es el Espíritu Santo el que guía a la Iglesia en su fe creciente y la ha hecho y hace penetrar cada vez más en las profundidades de la verdad (cf. Jn 16,13).

El Papa Juan Pablo II nos ha dejado una obra maravillosa, en la cual la fe secular se explica sintéticamente: el Catecismo de la Iglesia Católica. Yo mismo, recientemente, he podido presentar el Compendio de tal Catecismo, que ha sido elaborado a petición del difunto Papa. Son dos libros fundamentales que querría recomendaros a todos vosotros».

Benedicto XVI. Homilía en la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, Colonia 2005.

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Mis pensamientos o criterios son los de Dios? ¿Entiendo lo que significa y distingo entre lo que son: “pensamientos de Dios” y “pensamientos del mundo”? ¿En qué medida me dejo llevar por los criterios del mundo?

2. Aprendamos de María a ver las cosas «desde los ojos de Dios» y a darnos de manera generosa a los demás. Leamos con atención el pasaje de Lucas 1, 26-58.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1965- 1974. 2055

texto recibido de jrpc miembro del Consejo nacional de la Adoración nocturna española y Presidente del Consejo Diocesano de A.N.E. en Toledo; el contenido del mismo considero nos ayudará a reflexionar durante la presente semana que comienza mañana domingo.

sábado, 2 de agosto de 2014

La vocación específica del Adorador Nocturno. Luces y sombras

- Como Adoradores, ejercemos ante Dios lo que constituye un deber de toda creatura racional: reconocer que Dios es Dios, que es nuestro Creador, nuestro Señor y nuestro Padre; reconocer la Soberanía de Dios sobre todas las cosas y nuestra vida, que dependemos de Él y suyos somos, que le pertenecemos total y exclusivamente; reconocer también que Dios es nuestro Salvador en Cristo y nuestro destino.

-Como Adoradores Nocturnos, que adoramos velando, estamos cumpliendo la misión escatológica de la Iglesia, Esposa de Cristo, que debe estar amorosamente atenta a la venida del Señor.

- Como Adoradores agrupados en Turnos, con días de vigilia señalados y cubriendo distintas horas de vela, debemos sentirnos dentro de la Iglesia cumplidores de la misión que a Ésta encargó el Señor cuando pidió que oráramos ininterrumpidamente.

La identidad del Adorador se define por lo que cree, por lo que practica y por los compromisos que acepta en el quehacer eclesial.

He querido basarme en las anteriores definiciones extraídas del Ideario de la Adoración Nocturna Española para incidir en la importancia que para el Adorador Nocturno ha de tener el cumplimiento del compromiso contraído en la Adoración del Sacramento.

En el Capítulo VI de nuestro Reglamento Vigente, artículo 19, se menciona expresamente que las Vigilias serán de una duración mínima de cinco horas; el tiempo que necesitamos para estudiar y debatir el tema de reflexión; participar en la Misa; Rezo del Santo Rosario en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento en la que le ofrecemos la adoración perfecta de María; Vísperas, Turnos de Vela, Oficio de Lectura, Preces expiatorias y Laúdes; sin prisas, meditando y orando personalmente.

Es preocupante las omisiones que los Adoradores Nocturnos vienen cometiendo: turnos de una hora ante el Santísimo tras la celebración de la Eucaristía; abandono de la Vigilia tras el primer turno; Vigilias de dos horas, desproporción entre el tiempo dedicado a la Junta de Turno y el de Adoración al Santísimo, etc.

Se añade la dificultad de localizar a un Sacerdote para la celebración de la Eucaristía; los Turnos vienen padeciendo la falta de Capellanes por ello la Reserva ha de realizarla un seglar.

Los Directores Espirituales Diocesanos son fundamentales en la marcha de nuestra Asociación, no obstante añadiría que también responsables del decaimiento de muchas Secciones, afortunadamente no en todas, en las que no vienen cumpliendo con su compromiso ,en mayor grado que el que citamos anteriormente en cuanto a los Adoradores nocturnos; me refiero concretamente a los que no cuidan de ésta misión Diocesana; creo que nuestros Obispos deberían, en determinados casos, tomar las decisiones oportunas principalmente en los casos en los que no exista sintonía del Conciliario con los Presidentes Diocesanos.

En resumen: debemos comprometernos todos reflexionando cada uno sobre nuestro cumplimiento del compromiso en la Adoración a Jesús Sacramentado de quienes nos identificamos como Adoradores Nocturnos , cuyos deberes y obligaciones quizás no estén contemplados en otros grupos de cristianos fervorosos adoradores también, de Jesús Sacramentado.

Tomemos conciencia de nuestra pertenencia a la ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA con 135 años de existencia y sobre la que numerosos Papas, incluido el Papa Francisco vienen apoyando y reconociendo nuestra labor.

Alabado sea Jesús Sacramentado
Ave María Purísima


Bienaventuranzas. VI.- Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra

El tema recomendado por nuestro Consejo nacional para que sirva de reflexión en las Vigilias de los Turnos en el presente mes de agosto, lo insertamos a continuación:

“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.

¿Quiénes son los mansos? Quizá esta bienaventuranza es una de las que con más frecuencia se interpreta con sentido reductivo y limitado; casi como si el tesoro de la mansedumbre se redujera a un sencillo no airarse ante el mal. Si el mismo Señor nos aconseja que aprendamos de Él, que es "manso y humilde de corazón", necesariamente nos está indicando el alcance y la hondura espiritual de la mansedumbre, que no puede, por tanto, limitarse a mantener calma y resignación en momentos difíciles.

“Mansos son los que no ceden ante la maldad, y no resisten al malvado, antes vencen el mal con el bien” (san Agustín). La mansedumbre es una virtud muy positiva: quiere vencer el mal, no simplemente soportarlo. Quiere convertir al malvado, no sencillamente sufrirlo.

La mansedumbre es la disposición con la que Jesucristo lleva a cabo la redención del mundo, cargando en su corazón con todo el pecado de los hombres; y vive así el vencimiento del pecado, el triunfo sobre la muerte en comunión con todos los redimidos. Cristo es manso en su nacimiento; es manso en su vida pública; vive la mansedumbre en el abandono de la cruz; y manifiesta el definitivo sentido sobrenatural de la mansedumbre en su paciencia y comprensión con los discípulos de Emaús, con Pedro, con la Magdalena.

Son mansos quienes soportan con serenidad el mal que les rodea y no cejan en hacer el bien; quienes desean vencer el mal con abundancia de bien (cf. Rom 12, 21); quienes ceden ante la maldad, ante la injusticia, sin por eso dejar de defender la Verdad y sus derechos, si fuera el caso. Los mansos nunca devuelven mal por mal; alejan de su corazón cualquier deseo de venganza; y rezan por la conversión de los pecadores, de los enemigos, de quienes les persiguen, de quienes les maltratan.

Viven la mansedumbre quienes sufren con paciencia las persecuciones injustas; los que en las adversidades mantienen el ánimo sereno, humilde y firme, y no se dejan llevar de la ira o del abatimiento. La fuerza invencible de los mansos es la paciencia, y es a ellos a quienes se refiere el evangelista cuando dice: “En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas” (Lc 21, 19).

Cristo se nos presenta como manso, entre otros pasajes del Evangelio, al aceptar ser tentado por el demonio (cf. Mt 4, 1-11); al recordar a Santiago y a Juan que la venganza y el castigo no son el camino para convencer a nadie (cf. Lc 9, 52-56) -y mucho menos para anunciar la Fe en el Hijo de Dios hecho hombre-; al curar la oreja que Pedro cortó con la espada, en el Huerto de los Olivos (cf. Jn 18, 10-11).

A los mansos se les promete “que poseerán la tierra”. Lógicamente no se promete el poder sobre las naciones ni grandes riquezas y bienestar. Se les promete tener paz en la tierra, especialmente consigo mismos, y así poder gozar del tesoro de la creación, de la convivencia pacífica con sus semejantes. Los mansos saben que con la violencia no se arregla nada; y saben también que la fuerza para dar testimonio de la Fe, del Amor de Cristo, están en la justicia, en la verdad, en la libertad, en la mansedumbre y en la paz. Sólo así se puede construir una verdadera ciudad de los hombres para el bien de todos.

Los mansos quedan muy bien reflejados en estas palabras de san Pablo a Timoteo: “Evita también las cuestiones necias y tontas, sabiendo que engendran altercados; y al siervo del Señor no le conviene altercar, sino mostrarse manso con todos, pronto para enseñar, sufrido, y con mansedumbre corregir a los adversarios, por si Dios les concede el arrepentimiento y reconocer la verdad y volver en razón, libres del lazo del diablo, del que están cautivos, bajo su voluntad” (2 Tm 2, 23-26).

En esta bienaventuranza comprobamos la fuerza de la virtud de la Caridad y de la Esperanza, que hacen posible que el hombre no desmaye en vivir el bien, convencido de que el mal, el pecado, no es nunca la última palabra. Caridad y Esperanza, que son el fundamento del martirio, acto por excelencia de la mansedumbre; y que manifiesta a la vez una Fe muy arraigada en Cristo Nuestro Señor.

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Cuestionario

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1.- ¿Pido perdón a Dos y me arrepiento, si alguna vez alimento deseos de venganza en mi corazón?

2.- ¿Dejo de hacer el bien a una persona, porque no piensa como yo en cuestiones políticas, sociales, culturales o porque no tiene mi misma Fe?

3.- ¿Pido al Señor que me dé paciencia en las adversidades, y aprenda así a sacar bien para mi alma, de todo lo que me ocurre?









viernes, 1 de agosto de 2014

«Todos comieron hasta saciarse» Domingo de la Semana 18ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A




Lectura del libro del profeta Isaías (55, 1-3): Venid y comed.

Así dice el Señor: -«Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.»

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos (8, 35. 37-39): Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo.

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (14, 13-21) Comieron todos hasta quedar satisfechos.

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.

Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: -Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replicó: -No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.

Ellos le replicaron: -Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

Les dijo: -Traédmelos.

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Nos encontramos – en las lecturas dominicales- ante una de las verdades más consoladoras de la Sagrada Escritura: el amor misericordioso de Dios nunca abandona al hombre. La lectura del profeta Isaías nos habla de ese gran banquete de los últimos tiempos al que todos estamos llamados. Basta que uno reconozca su «hambre o sed» y el amor de Dios (el Espíritu Santo) se derramará en ese corazón hambriento. «Si alguno tiene sed, que venga, si tiene hambre que acuda, no importa que no tenga dinero». El hambre y la sed expresan adecuadamente esa necesidad vital y profunda que el hombre experimenta de Dios y de su amor reconciliador (Primera Lectura).

En el Santo Evangelio aparece también un enorme grupo de hombres, mujeres y niños necesitados. Así como en el desierto del Sinaí, Yahveh multiplicó los medios de sustento del pueblo hambriento; así Jesús hoy dará de comer a una multitud que no tiene realmente cómo satisfacer su necesidad de alimento. El alimento material dado por Jesús nos lleva a la consideración de un alimento de carácter espiritual y que responde a la necesidad más esencial del hombre: su deseo profundo de Dios, su anhelo de sentirse eternamente amado por Dios. Justamente es este amor el que hace exclamar a San Pablo con franqueza y sencillez: «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?» No hay potencia alguna que pueda apartarnos del amor de Cristo ya que en Él vemos al amoroso rostro del Padre que nos ama eternamente (Segunda Lectura).

 ¡Vengan a tomar agua todos los sedientos!

La perícopa de este Domingo forma parte del último capítulo del Deutero–Isaías que fue escrito, aproximadamente, en el siglo V antes de Cristo. La situación histórica de Israel era la del dominio de Ciro, rey de los Medos y de los Persas. Este pasaje tiene como contexto la visión mesiánica y escatológica que vivía el «pueblo elegido» en el destierro babilónico. Todo el capitulo 55 es una invitación a convertirse y a confiar en Dios mientras aún es tiempo para participar de los bienes de la nueva Alianza. Aparecen en este relato los temas de la salvación y la conversión de todas las naciones (Is 55, 4) motivada por la misericordia divina.

Los primeros versículos relatan la oferta de Dios que quiere brindar gratuitamente los bienes de la nueva Alianza a su pueblo. Agua, vino, leche y manjares sustanciosos son figuras simbólicas que, desde Jesucristo, sabemos que aluden a la delicia y riqueza de los bienes sublimes y espirituales de la Alianza definitiva que Dios realiza con los hombres. Leemos en el segundo versículo, el adolorido lamento del corazón de Dios que nos quiere decir: ¿por qué gastan su tiempo y afán en cosas que, de verdad, no los alimentan? ¿Por qué prefieren la falsa sabiduría del mundo y sus engañosas promesas? ¿Por qué corren atrás de espejismos y falsos tesoros? Sólo en la Nueva Alianza, el hombre será plenamente colmado y saciado en sus anhelos más profundos. «Él que beba del agua que yo le dé – nos dice Jesús - no tendrá sed jamás» (Jn 4,13). Finalmente se evoca la promesa davídica, no como restauración de la monarquía, sino como una promesa mesiánica y eterna.

 El Reino de los Cielos

En los tres últimos domingos, el Evangelio nos ha presentado diversas parábolas por medio de las cuales Jesús expuso el misterio del Reino de los Cielos. Este Domingo no nos presenta una parábola, sino un episodio real de la vida de Jesús: la multiplicación de los panes. Es un hecho que tiene un profundo significado ya que se refiere a las primicias de ese Reino prometido: la Iglesia.

El episodio está introducido con una explicación de por qué la multitud estaba con Jesús en un lugar desierto. Después que Jesús fue informado sobre la decapita¬ción de Juan el Bautista por orden de Herodes, «Jesús se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar desierto» pero ya su palabra había cautivado a las multitudes. Nadie jamás había hablado como Él. Ya habían comprendido que sólo Él tiene palabras de vida eterna; de esas palabras que son necesa¬rias para nutrir, no esta vida corporal, sino la vida que estamos llamados a poseer por toda la eterni¬dad: la vida divina comunicada a nosotros. Por eso, lo siguen: «Cuando lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades». Ya no se quieren separar de Él, olvidándose incluso del transcurrir de las horas y de algo tan esencial como es el comer.

 «Dadle vosotros de comer…»

La gente permanece con Él todo el día. El Evangelista San Marcos dice que Jesús «sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34). En el relato de San Mateo se agrega que Jesús también «curó sus enfermedades». Cuando comienza a hacerse tarde los discípulos manifiestan su preocupación; se acercan a Jesús y le dicen que despida a la gente para que puedan llegar a los pueblos donde encontrarían comida ya que ellos estaban en «un lugar deshabitado». Los discípulos se muestran más preocupados por la gente que Jesús mismo. Pero al final del relato va a quedar claro que Jesús está libre de esa inquietud porque Él tiene poder para saciar a la gente sin necesidad de despedirla en ayunas.

Jesús responde a la inquietud de los apóstoles con una frase desconcertante, que, dicho con todo respeto, podría parecer hasta insensata: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Los apóstoles habían expresado una inquietud bien fundada: «el lugar está deshabitado». Pero además se han informado de la situación real y subrayan más la imposibilidad de lo propuesto por Jesús: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Es como decir: «Lo que pides es realmente imposible». Es imposible pero recordemos que «todo es posible para el que cree» (Mc 9,23). Jesús esperaba que ellos confiaran en Él y que se abandonaran a su palabra, que obedecieran a su mandato aunque - en su momento - no entendieran. Entonces, ¡el milagro de dar de comer a esa multitud en el desierto lo habrían hecho ellos! ¡La multiplicación de los panes la habrían obrado ellos ya que la fe puede mover montañas! La orden de Jesús: «Dadles vosotros de comer», tenía esa intención. Ellos debieron comenzar a partir los cinco panes y los dos peces y ¡se habrían multiplicado en sus manos!

Visto que no daban crédito a su palabra, para demostrarles que su orden no era insensata, Jesús dice, refiriéndose a esos cinco panes y dos peces: «Traédmelos acá». Ya que ellos rehusaron hacerlo, lo hará Él mismo y les demostrará lo que ellos también están llamados hacer: «Tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente». El Evangelio nos informa que los que comieron «eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños». Y no es que cada uno comiera un pedacito, sino que «comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos».

Jesús hizo un milagro asombroso. Pero más asombroso habría sido si, obedeciendo a su mandato, el milagro lo hubieran hecho los apóstoles. Sin embargo sí lo hicieron los apóstoles después que Jesús instituyó la Eucaristía y lo siguen haciendo sucesivamente hasta ahora los ministros del Señor; obedeciendo a su mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19). Ellos nos dan el verdadero pan del cielo, el pan que sacia nuestra hambre de Dios. Participando de la Eucaristía cada Domingo todos podemos asistir a ese milagro obrado por los ministros del Señor y nutrirnos del pan de vida eterna que ellos nos dan. ¡Que nadie se prive de semejante alimento!

 «¿Quién nos separará del amor de Cristo?»

«¿Quién nos separará del amor de Cristo?… estoy seguro de que (nada ni nadie) podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» ¿Quién puede tener tal convicción para exclamar esto con firmeza, sino aquél que ha experimentado vivamente el amor de Dios, manifestado en toda su plenitud y magnitud en el Señor Jesús? En su Hijo, hecho Hombre de María Virgen por obra del Espíritu Santo, el Padre nos ha mostrado cuanto nos ama, y cómo - una y otra vez, incansablemente, y de muchos modos, respetando siempre al máximo su libertad - sale al encuentro de nosotros para ofrecernos una «bebida» y un «alimento» capaz de apagar nuestra sed de infinito, capaz de satisfacer nuestro hambre de Dios.

En efecto, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que hay «otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: “No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8, 3), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. (…) «Hay hambre sobre la tierra, «más no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (Am 8, 11)» .

 Una palabra del Santo Padre:

«Quisiera hacerlo recordando la peregrinación que el siervo de Dios Juan Pablo II realizó, en 1982, a Santiago de Compostela, donde hizo un solemne «acto europeo» en el que pronunció aquellas memorables palabras: «Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: “Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”» (9 noviembre de 1982).

Juan Pablo II lanzó entonces el proyecto de una Europa consciente de su propia unidad espiritual, apoyada sobre el fundamento de los valores cristianos. Volvió a tocar este tema con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud de 1989, que tuvo lugar precisamente en Santiago de Compostela. Deseó una Europa sin fronteras, que no reniegue de las raíces cristianas, sobre las que surgió y que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo. ¡Qué actual sigue siendo este llamamiento a la luz de los recientes acontecimientos del continente europeo!».

Benedicto XVI. Ángelus, 24 de julio de 2005.


 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. «¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias en algo que no sacia?». ¿Cómo se aplica este lamento del corazón de Dios que leemos en la Primera Lectura en nuestras vidas?

2. ¿Descubro la real necesidad que tengo de la Eucaristía para saciar mi hambre de Dios?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1335- 1336. 2828- 2837.


Gracias al artículo recibido de mi amigo J.R. Pulido podemos meditar las lecturas de éste domingo.