viernes, 27 de febrero de 2015

Si vas o no a Misa

Si no vas a Misa estas Lecturas te acercaran a una sintonía
más clarificadora, solidaria y hermosa.
Si vas, te servirán de recuerdo y preparación.
Y si no vas, pero quieres ir, te ayudaran a acercarte a la puerta.





LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Sube la tríada humana hasta la cumbre.
Jesús se transfigura en su presencia.
Surgen Moisés y Elías, evidencia
de leyes y profetas, dogma y lumbre.

Resplandece el Mesías. Certidumbre
de su divinidad y omnipotencia.
Es su rostro esplendente transparencia
del Hijo en holocausto y mansedumbre.

Los apóstoles ven, anonadados,
los signos de la transfiguración
y sienten en su espíritu la paz.

Luz y blancura, símbolos sagrados
de eternidad y trascendencia, son
anuncio de armonía en la Unidad.

La Voz entre una nube trae memoria
de su más importante mandamiento,
escuchar al Mesías, que es cimiento,
piedra angular, ofrenda expiatoria. (Emma-Margarita)


Domingo de la Semana 2ª de Cuaresma. Ciclo B
«Este es mi Hijo amado, escuchadle»


Lectura del libro de Génesis (22, 1-2. 9-13. 15-18): El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: -«¡Abrahán!» Él respondió: -«Aquí me tienes.» Dios le dijo: -«Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.»
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: -«¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: -«Aquí me tienes.» El ángel le ordenó: -«No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.» Abrahán levanto los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: -«Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado a tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»

Sal (115,10.15-19): Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (8, 31b-34): Dios no perdonó a su propio Hijo.

Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (9, 2-10): Éste es mi Hijo amado.

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: -«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: -«Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: -«No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».


 Pautas para la reflexión personal

 El nexo entre las lecturas

El lenguaje por el cual el hombre es capaz de relacionarse con su Creador es el amor. Precisamente es el amor el eje central de las lecturas dominicales en el segundo domingo de Cuaresma. Ante todo vemos el cuidado que tiene Jesús con los apóstoles que, después del primer anuncio de la Pasión (Mc 8,31-33), les va a revelar el esplendor de su divinidad en el hermoso acontecimiento de la Transfiguración (Evangelio).

Vemos también el amor misterioso, paradójico, de Dios a Abraham, al colocarlo en una situación extrema y delicada: sacrificar a su hijo querido destinatario de las promesas de Dios. Abraham confía plena y amorosamente en Dios a pesar de lo duro del pedido (Primera Lectura). Amor generoso de Dios que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros. Amor de Jesús que nos reconcilió mediante su muerte e intercede por nosotros desde la gloria eterna a la derecha de Dios (Segunda Lectura). Amor de los apóstoles al acoger amorosamente el mandato del Padre que les dice: «Éste es mi Hijo muy amado. Escuchadlo» (Evangelio).

 El dilema de Abraham

Abraham es considerado el primero de los grandes patriarcas de Israel, elegido por Dios como padre del pueblo de la promesa. El Catecismo de la Iglesia Católica lo llama con justicia «Padre de los creyentes» por su excepcional confianza en las promesas de Dios al no tener reparo de ofrecer a su hijo en holocausto, es decir sacrificio por el cual toda la víctima tenía que ser consumida por el fuego. Abraham, proveniente de la rica ciudad de Ur a las orilla del río Eúfrates (Iraq), se casa con Sara, su media hermana y vive con su padre Téraj y sus tres hermanos. Luego se trasladarán todos a Jarán donde muere su padre. Allí fue donde Dios le dice que se traslade a la región de Canaán. Abraham obedece el mandato de Dios y se hace nómada. El hambre y la necesidad hace que se traslade al sur (Egipto) sin embargo Dios le dice que regrese a Canaán.

Abraham envejecía así como su esposa Sara y no tenían descendencia. Según la costumbre de su tiempo, Abraham tuvo un hijo con Agar, la criada egipcia de Sara, pero este hijo, Ismael, no era el hijo prometido por Dios. Entonces, ya ancianos, Dios les da el hijo de la promesa: Isaac. Abraham se queda sólo con Isaac ya que, a causa de Sara, tiene que despedir a Agar con su hijo Ismael. Esta soledad sin duda aumenta el dramatismo de la prueba ya que con el sacrificio de Isaac quedaría en nada la promesa hecha por Dios así como el largo peregrinar hecho por él y su familia.

Al responder a su primer llamado Abraham entierra su pasado pero ahora Dios le pide que renuncie a su futuro. Abrahán podía pensar que él tenía derecho a ese hijo por haber sido obediente. Si Dios es justo, según los criterios del mundo, la orden de eliminar al heredero no tiene sentido. Sin embargo, siguiendo la misma lógica, la alternativa sería horrible y blasfema: Dios sería injusto. Hasta ese momento Dios y las promesas han marchado juntos. Ahora el padre de la fe se enfrenta a un dilema : ha de escoger entre las promesas de Dios o el Dios de las promesas.

El relato nos dice que muy «de madrugada» inicia el camino que dura tres días. Deja a los servidores al pie de la montaña y sube, el anciano padre, con su hijo querido. Ya en el monte, el patriarca construye el altar, amarra a su víctima y levanta la mano. Parece inminente y lógica la muerte del hijo. Cuando alza la mano, Dios interviene; repite el nombre de Abrahán dos veces, con urgencia, y el héroe, de nuevo y por tercera vez en el capítulo, responde con la fórmula de disponibilidad «Aquí estoy». El Señor revoca la orden cuando parece que ya no hay esperanza y toma de nuevo la iniciativa. Por medio de un oráculo el mensajero divino notifica al patriarca que ha pasado la prueba. Es de notar la correspondencia existente entre la orden: Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac (Gn 22,2) y el desenlace: Ya veo que obedeces a Dios y no me niegas a tu hijo único (Gn 22,12), y en el centro la confesión del creyente: Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío (Gn 22,8). A la inexplicable petición divina responde la fe conmovedora de un hombre, ejemplar para todos los siglos.

¿Quién podrá estar contra nosotros?

La segunda sección de la parte central de la carta a los Romanos concluye con este himno apasionado y optimista. Si Dios nos ama, si Dios está con nosotros, todo lo demás será pura consecuencia. San Pablo hace una enumeración que hace eco, sin duda, de expresiones astrológicas empleadas en su tiempo y evoca una serie de fuerzas que los antiguos juzgaban más o menos hostiles al hombre. Él quiere resaltar, que no hay nada capaz de separar al cristiano de Cristo, ni siquiera los poderes que entonces se tenían por más fuertes

 La Transfiguración de Jesús o teofanía de Dios

La Transfiguración de Jesús es una etapa obligada en nuestro itinerario cuaresmal, es decir, en nuestro camino hacia la Pascua del Señor. Ya desde antiguo han opinado los Santos Padres que la Transfiguración de Jesús se sitúa antes de su Pasión y Muerte para dar aliento a los apóstoles que deberían su¬frir el escándalo y el desa¬liento viendo a su Maestro golpeado, azotado e injus¬tamente sometido a muerte como un malhechor. La Transfiguración es claramente una teofanía, es decir, una manifestación de la divinidad de Jesucristo. A esta revelación de su identidad fueron invitados los tres apósto¬les Pedro, Santiago y Juan.

Lo que ellos vieron es difícil de expresar en pala¬bras: «Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún lavandero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo». Lo que san Marcos quiere decir es que se trata de algo que supera la experiencia de este mundo. Aquí se estaba manifestando un signo de otro orden de cosas. Un segundo signo inconfundible de la teofa¬nía es el temor que se apodera de los apóstoles: «Pedro no sabía qué responder ya que estaban atemorizados». Cuando la omnipotencia divina se pone en contacto con la pequeñez del hombre, no hay título que valga ni poder humano que pueda resistir; toda criatura humana experimenta su miseria y su pecado, es decir, teme.

 «Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo»

La nube que los cubre es otro indicio de la presencia de Dios. Todo se aclara con la voz que sale de ella: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo». Es la misma voz que había reconocido a Jesús en el momento de su bautismo en el Jor¬dán, cuando se abrió el cielo y vino sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma. En esa ocasión la misma voz del cielo dijo: «Tú eres mi Hijo amado, en tí me complazco» (Mc 1,11).

Pocos episodios evangélicos están situados con tanta precisión cronológica como el de la Transfiguración. Éste empieza con las palabras: «Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan...». Esta introducción nos indica que hay otro episodio que el evangelista quiere conectar con éste y que ocurrió seis días antes. Si examina¬mos el Evangelio veremos que seis días antes había tenido lugar la importante pregunta de Jesús: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» y la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo». En ese momento Jesús comenzó a enseñarles algo que ellos entonces no podían comprender: «El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, ser rechazado por los ancia¬nos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser sometido a muerte y resucitar al tercer día». Seis días después, en el monte de la Transfiguración, no es Pedro sino la voz del cielo la que declara quién es Jesús: «Este es mi Hijo muy amado». Vemos que todo gira en torno a la identidad de Jesús.

En efecto, es que todo el Evangelio de San Marcos puede considerarse una inclusión entre dos afirmaciones de la divinidad de Jesús. El Evange¬lio se abre con las palabras: «Comienzo del Evangelio de Jesu¬cristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1); y hacia el final repro¬du¬ce las palabras del centurión que fue testigo de la muerte de Jesús: «Al ver que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamen¬te este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Todo el Evange¬lio es una revelación gradual de esa verdad, es decir, de la identidad de Jesús. La identidad de Jesús se capta en el equilibrio entre su gloria y su despojamiento, entre su divinidad y su huma¬nidad, entre su Resurrección y su Muerte, entre su instala¬ción a la derecha del Padre y su descenso al lugar de los muertos.

El mismo equilibrio se observa en el episodio de su Transfiguración: después de verlo transfi¬gurado -que está del lado de su divinidad- los apóstoles «no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos». Toda nuestra salvación se juega en saber quién es Jesús. Y, sin embargo, nosotros solos no podemos penetrar en este misterio. Es necesario que él se revele a nosotros. ¿Cómo lo hace? El Evangelio dice que Jesús «los llevó sobre un monte alto, a un lugar apartado, a ellos solos». Para comprender, para ver, para tener experiencia de quién es Jesús es nece¬sario disponer de momentos de silencio y sole¬dad. Es necesa¬rio estar a solas con Jesús. Sólo en el silen¬cio interior de la oración podremos escuchar la voz de Dios.

 Una palabra del Santo Padre:

«Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se "vació", para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama.

La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice San Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica.

¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, San Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros.

La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura.

La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su "yugo llevadero", nos invita a enriquecernos con esta "rica pobreza" y "pobre riqueza" suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo».

Francisco. Mensaje para la Cuaresma 2014.

 Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana

1. «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo», nos dice directamente Dios en el relato evangélico. ¿Qué medios voy a colocar para poder escuchar la voz del Señor? Solamente desterrando de mi corazón los ruidos y distracciones podré crear el espacio necesario para acoger la Palabra viva de Dios.

2. En este tiempo de Cuaresma habremos alcanzado su objetivo si al final de estos cuaren¬ta días podemos decir, por experiencia, quién es Jesús y qué ha hecho por nosotros y por nuestra reconciliación.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 444. 459. 554 - 556.

Deferencia: Juanra Pulido. Toledo

domingo, 8 de febrero de 2015

OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES Y CORPORALES. Tema de reflexión para nuestras Vigilias en Febrero

Es conveniente prepararnos la reflexión con la que iniciaremos nuestra Vigilia del Turno mensual; debemos predisponernos a vivir esas horas en la presencia de Jesús Sacramentado. Son momentos muy importantes vividos con ilusión de quienes añoran ese momento importante con el que soñamos previamente.

Los temas de reflexión son preparados por la Dirección Espiritual del Consejo nacional; es recomendable sean tenidos en cuenta procurando que salvo en circunstancias excepcionales no sean sustituidos por otros temas que de acordarse debiera informarse en los boletines diocesanos editados al respecto.


Las obras de misericordia espirituales y corporales. -I

El mundo que nos rodea, nuestra familia, nuestros amigos, conocidos y tantas otras personas con las que tratamos por motivos artísticos, deportivos, profesionales, políticos, etc., esperan siempre de nosotros –aunque, a veces, no son muy conscientes; aunque lo quieran, digan no quererlo- un claro testimonio de nuestra Fe en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, y en nuestra realidad de hijos de Dios en Cristo Jesús.

Nos lo han recordado todos los Romanos Pontífices; Papa Francisco insiste con frecuencia en esta responsabilidad del cristiano: la necesidad de ser testigos de la Resurrección de Cristo, de la vida de Cristo, con nuestra propia vida, con nuestras acciones.

¿Cómo podemos manifestar nuestra Fe en Nuestro Señor Jesucristo a los demás? ¿Cómo podemos acercarles a la persona del Señor, para que se den cuenta de que vale la pena creer en Él y amarle?

Esta Fe, que nos lleva a comprender el sentido de nuestro vivir en la tierra, se manifiesta en la Caridad. Ya nos lo recordó el apóstol Santiago: “La fe, si no tiene obras, está muerta. Mas dirá alguno: “Tú tienes fe y yo tengo obras”. Muéstrame sin las obras tu fe, que yo por mis obras te mostraré la fe” (Sant 2, 17-18).

El mismo Señor nos da también claramente la respuesta: “Aunque no me creáis a mí, creed en las obras que Yo hago, para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y Yo en el Padre” (Jn 10, 38).

Al enviar a sus apóstoles a anunciar el Reino de los Cielos, Jesucristo les mandó “predicar el Evangelio”; anunciar, por tanto, vuestra Fe con las palabras; y además les dijo: “en esto conocerán que sois mis discípulos; en que os amáis los unos a los otros”. O sea, manifestar vuestra Fe con vuestra Caridad.

El discípulo de Nuestro Señor Jesucristo manifiesta su Fe en Él con sus palabras y con sus obras; además, lógicamente, con el ejemplo de su vida, como ocurre cuando una enfermedad, una contrariedad imposible de superar, le impide desarrollar las buenas acciones que deseaba llevar a cabo. En casos semejantes, la obra que manifiesta su Fe es la aceptación y el ofrecimiento del sacrificio, que une así a la redención de Cristo.

Entre las obras que podemos realizar y que manifiestan la Fe y la Caridad del cristiano, están catorce acciones que, desde hace siglos, se conocen con el nombre de Obras de Misericordia.

Estas Obras son el camino para que los creyentes manifestemos a todos los hombres el Amor que Dios les tiene. Ese Amor se expresa queriendo a cada persona en las circunstancias y condiciones en las que se encuentre. Amando a la persona, al hijo de Dios que es cada ser humano, el cristiano lo ama en su plenitud personal, y lo ama como persona, no por su inteligencia, ni por su cuerpo, ni por sus cualidades artísticas, etc., sino, y esencialmente por ser persona: un yo creado por Dios a su imagen y semejanza.

Todas estas acciones son muy normales y corrientes, y todos podemos llevarlas a cabo en cualquier situación de nuestra vida. Y, en verdad, podemos decir que las obras de misericordia son una manifestación de que es posible vivir los Mandamientos de Dios, el amor de Dios, en medio del mundo, en familia, en el desarrollo de los trabajos profesionales de cualquier tipo.

El pueblo cristiano, consciente de esa realidad, y conociendo que en cada “persona” el alma y el cuerpo forman una unidad indisoluble, ha dividido estas obras en dos grandes grupos de siete cada uno: siete obras de misericordia espirituales y siete corporales.

Las espirituales se refieren, principalmente, a las necesidades del espíritu; y las corporales a las del cuerpo; y son las siguientes:

Espirituales.

-Enseñar al que no sabe;

-Dar buen consejo al que lo necesita.

-Corregir al que yerra.

-Perdonar las injurias.

-Consolar al triste.

-Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.

-Rogar a Dios por vivos y difuntos.

Corporales.

-Visitar y cuidar a los enfermos.

-Dar de comer al hambriento.

-Dar de beber al sediento.

-Dar posada al peregrino.

-Vestir al desnudo.

-Redimir al cautivo.

-Enterrar a los muertos.

En su conjunto, estas obras de misericordia son la respuesta de los cristianos al Mandamiento Nuevo que nos dio, y que expresó con estas palabras: “Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la Ley de Cristo” (Gal 6, 2)”. “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como Yo os he amado, así también os améis los unos a los otros” (Jn 13, 34).

El mismo Señor nos las explicó claramente en el Evangelio: “Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregrino, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 34-40).

* * * * *

Cuestionario

- ¿Soy consciente de que el Señor me ha dado también a mí el “Mandamiento nuevo”?

- ¿Guardo en mi corazón algún rencor contra alguien, que me impide hacerle el bien?

- ¿Tengo algún reparo en manifestar mi Fe con obras de caridad en servicio de todos?

sábado, 7 de febrero de 2015

LECTURAS DEL DOMINGO V del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

Que bueno será llegue la Palabra del Señor; las reflexiones y comentarios contenidos en ésta entrada a quién más pueda servirle. Coincido con el remitente en que un sólo grano esparcido a través del Blogg caiga en tierra fértil.

«Jesús curó a muchos y expulsó muchos demonios»

Lectura del libro de Job (7, 1-4. 6-7): Mis días se consumen sin esperanza.

Habló Job, diciendo:
- «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»

Salmo 146, 1-2. 3-4. 5-6: Alabad al Señor, que la música es buena.

R./ Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (9, 16-19. 22-23): ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.
Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,29-39): Curó a muchos enfermos de diversos males

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: - «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: - «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios


 Pautas para la reflexión personal

 El Vínculo entre las lecturas

Con su poder divino Jesús derrota al demonio que trata de dominar al hombre de múltiples maneras como vemos en el caso de Job (Primera Lectura) y en los numerosos enfermos y endemoniados que cura en el Evangelio. San Pablo por otro lado, tiene la urgente necesidad de anunciar la reconciliación traída por Jesucristo para el hombre necesitado de verdadera esperanza y exclama: «¡ay de mí si no anuncio la Buena Noticia de Dios!» (Segunda Lectura). Pues sabe muy bien que él ha sido libremente escogido para ganar todos para Cristo y es tal su amor por Jesucristo que no interesa hacerse esclavo, siervo de todos; haciéndose débil con los débiles.

 «Recuerda que mi vida es un soplo…»

El libro de Job es un drama con muy poca acción y mucha pasión. Es la pasión de aquel que no se conforma con la doctrina veterotestamentaria sobre la retribución. Ya en el Salmo 73 (72) encontramos una respuesta ante el sufrimiento del inocente y la aparente bonanza de los malvados. «¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! Sí, los que se alejan de ti perecerán, tú aniquilas a todos los que te son adúlteros. Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras» (Sal 7, 25-28).

El sufrimiento de Job se estrella con las opiniones de sus tres amigos, que repiten sin cansarse la doctrina tradicional de la retribución a lo largo de cuatro tandas de diálogos. Job cansado ya del dolor y de la fatiga del trabajo, ni siquiera encuentra consuelo en el descanso nocturno: «Al acostarme pienso:¿cuándo llegará el día?». En la cuarta tanda, Job dialoga a solas con Dios. Los amigos defienden la justicia de Dios como juez imparcial que premia a los buenos y castiga a los malos; a Job no le interesa esa justicia, que desmiente su propia experiencia y así apela a Dios mismo que le comparte un poco de su misterio. Job terminará su diálogo con Dios diciendo: «Yo te conocía sólo de oídas, más ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza» (Jb 42,5-6).

 ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!

«Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me corresponde. ¡Pobre de mí si es que no evangelizo!» Cuando leemos este impresionante pasaje de la carta a los Corintios no nos queda sino realmente cuestionarnos ya que muchas veces cedemos al miedo o la vergüenza antes de predicar la Buena Nueva. Ésta es la misma experiencia que Juan y Pedro tuvieron cuando los miembros del Sanedrín, después de azotarlos, les prohibieron que hablasen o enseñasen en nombre de Jesús: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20) y ellos siguieron valientemente predicando.

 La curación de la suegra de Pedro

El Evangelio de hoy está compuesto por tres escenas sucesivas: la curación de la suegra de Simón, el resumen de numerosas curaciones y la parti¬da el día siguiente a recorrer la Galilea. La curación de la suegra de Simón ocurre en el interior de su casa y se des¬cribe con ciertos detalles que solamente puede conocer un testigo ocular: «La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Jesús se acercó y la levantó tomándo¬la de la mano». Se trata de una enferma a quien el Señor «levan¬ta».

Marcos repite esta expresión en el caso del endemoniado que, liberado por Jesús, quedó como muer¬to (ver Mc 9,27). También nos recuerda las instrucciones de la carta de San¬tiago para el caso de un enfer¬mo en la comuni¬dad (ver Stg 5,14-15). El verbo «egéiro», se usa también para describir la resurrec¬ción de Jesús. Lucas lo pone a menudo en boca de Pedro en sus discursos de los Hechos de los Apóstoles: «A este Jesús a quien vosotros matasteis, Dios lo levantó (idénti¬ca forma verbal) de entre los muertos» (ver Hch 3,15; 4,10; 5,30; 10,40).

De este modo, con la curación de la suegra de Simón, se anuncia la resurrección final de los hom¬bres, como fruto del sacrificio de Cristo. «Tomándola de la mano». Se usa el verbo "kratéo", que significa una acción de fuerza. Jesús tuvo que apretar la mano de la suegra de Simón y hacer fuerza para levantarla. Como resultado de esta acción, «la fiebre la dejó y ella se puso a servirlos». La suegra de Simón, una vez curada, se pone a servir¬los. No había en esa casa ninguna otra mujer que pudiera servirlos. Es obvio que Simón fue casado, pues tiene suegra. Pero podemos deducir que al momento de ser llama¬do por Jesús, era viudo. No se habla nunca de su esposa; si hubiera tenido su esposa viva, ésta era la oportunidad de hablar de ella. Aquí el silencio es elocuente.

 Jesús y los demonios

En la lectura del Domingo pasado cuando Jesús entró en la sinagoga para enseñar, un hombre poseído por un espíritu inmundo se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruir¬nos?». Jesús ordena al demonio salir de ese hombre; todos quedan atónitos y observan: «Qué es esto? Manda a los espíritus inmundos y le obedecen». Nunca habían visto una cosa semejante. El Evangelio de hoy también insiste sobre este punto. En dos instancias afirma que Jesús expulsaba los demonios de la gente. Y al final resume su ministerio diciendo: «Recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios».

La Epístola a los Hebreos explica la Encarnación del Hijo de Dios en estos términos: «Participó de nuestra sangre y de nuestra carne para aniqui¬lar, median¬te la muerte, al señor de la muerte, es decir, al diablo y liberar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a la esclavitud» (Hb 2,14-15). El Señor de la Vida, el que es la Vida, vino para aniquilar al señor de la muerte y darnos la vida en abundancia. La lucha entre la vida y la muerte tuvo su desenlace en la resurrección de Cristo. Es lo que describe de manera profun¬damente poética la Secuencia del Domingo de Resurrección: «Muerte y Vida traba¬ron un duelo y, muerto el Dueño de la vida, triunfa ahora vivo».

La clave de lectura de todo esto hay que buscarla en el origen. ¿Cómo entró la muerte en el mundo y se propagó a todos los hom¬bres? La muerte entró como consecuencia del pecado de Adán. Pero fue la serpiente quien sedujo a nuestros primeros padres y los indujo a pecar, destru¬yendo así la obra que Dios más quería: el ser humano. Entonces la serpiente (el demonio) debía ser vencida para que triunfara la vida. El anuncio de esto lo leemos en el llamado «protoe¬vangelio», es decir, el primer anuncio de la salva¬ción: «Pondré ene¬mistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras tú acechas su talón» (Gen 3,15). Pisar la cabeza era el gesto que usaban los reyes vencedores contra los vencidos.

Pero ¿quién es «la mujer» y quién es «su linaje», el que derrota¬rá a la ser¬piente? Inútilmente busca¬remos entre todos los personajes del Anti¬guo Testamento, entre los reyes y profe¬tas, uno que responda a esas caracte¬rísticas. En cam¬bio, cuando vemos la activi¬dad de Jesús y leemos en el Evangelio que los mismos demo¬nios excla¬maban: «Has venido a destruir¬nos... tú eres el Santo de Dios», entonces nosotros podemos reconocer¬lo: Jesús es el que pisotea la cabeza de la ser¬piente; Él es el «lina¬je» de la mujer. Y «la mujer» es su madre, la Virgen María, la Madre de Jesús el Reconciliador. Dios ha sido fiel a su prome¬sa: ha sido des-truido el señor de la muerte y ha triun¬fado la vida.

 El horario de Jesús

El Evangelio de hoy nos permite conocer el horario de Jesús durante dos días. Después que Jesús, pasando por la orilla del lago de Galilea, llama a sus primeros discípulos, se dirige con ellos a la sinagoga en Cafarnaúm, donde se pone a enseñar (ver también Lc 4,16). ¿Y qué hizo después que terminó el servicio en la sinagoga? El Evangelio nos dice que fue a la casa de Simón y Andrés. El sábado era el día de descanso y allí se disponía Jesús a pasar la tarde con sus cuatro prime¬ros discípulos. No sabemos qué habló todas esas horas; pero tampoco lo ignoramos completamente ya que muchas de sus palabras fueron recogidas en los relatos evangélicos que han llegado hasta nosotros. El sábado había que abstenerse de todo trabajo, por eso, el Evangelio especifica que recién «al atarde¬cer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y ende¬moniados». Al ponerse el sol se consideraba que ya había terminado el sábado. Desde esa tarde hasta la noche «curó a muchos que se encontraban mal de diver¬sas enfermedades y expulsó a muchos demonios».

Al día siguiente, «muy de madru¬gada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto, y allí oraba». Esta noticia es preciosa. Nos informa que Jesús acostumbraba levantarse antes que todos los demás, cuando aún era de noche, para dedicarse a la oración en el silencio y la soledad. Si el día era agitado, pues «los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer» (Mc 6,31), Jesús dedicaba a la oración las horas de la noche, antes del amanecer. La actitud de Jesús nos enseña que, incluso en medio del bullicio y el estrés de la vida actual, todos los cristianos debemos procurarnos momentos de soledad para el contacto más estrecho con Dios en la oración. En esos momentos adquiri¬mos viva conciencia de la fugacidad de la vida presente y de la eternidad que nos aguarda. En la soledad y el silen¬cio el hombre no puede dejar de oír la voz de Dios.

 Una palabra del Santo Padre:

«¡Ay de mí si no evangelizare! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia el amor nos apremia. Debo predicar Su Nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; Él es quien nos ha revelado al Dios invisible, Él es el primogénito de toda creatura, y todo se mantiene en Él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; Él nació, murió y resucitó por nosotros. Él es el centro de la historia y del universo; Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; Él ciertamente vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de Él; Él es la luz, la verdad, más aún, el camino, la verdad y la vida; Él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra ham¬bre y nuestra sed; Él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los lim¬pios de corazón y los que lloran son ensalzados y con¬solados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el per¬dón, en el que todos son hermanos».

Pablo VI. Homilía en Manila. 29 de noviembre de 1970.

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. ¿Podría repetir con San Pablo “ay de mí si no predico el Evangelio”? ¿En qué ambientes podría hablar de Dios? ¿En mi trabajo, en mi familia, con mis amigos?

2. Jesús nos da siempre la vida y la salud. Recemos por un pariente o un amigo enfermo que necesite nuestra oración.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 858-860. 1503-1505.

Texto facilitado por J.R. PULIDO. A.N.E. Toledo