sábado, 30 de mayo de 2020

Domingo de Pentecostés: Jn 20, 19-23

Esta palabra de Pentecostés quiere decir: cincuenta días. Era una de las tres principales fiestas de los judíos. A los cincuenta días de la Pascua celebraban en cuanto a lo material el hecho de que la cosecha estaba ya crecida, por lo que daban gracias a Dios, y en cuanto a la historia celebraban el recuerdo de la llegada de los israelitas al monte Sinaí y la entrega de las tablas de la Ley a Moisés entre truenos y relámpagos. Con ese motivo tocaban fuertemente las trompetas del templo.

Ese es el día en que los apóstoles reciben de una manera grandiosa al Espíritu Santo. Según lo narra san Lucas, autor de los “Hechos de los Apóstoles”, Dios aprovecha el ambiente de fiesta popular y bulliciosa para ese acontecimiento. Algunos datos podemos decir que son simbólicos, expresión de lo que sucedía en el alma o el corazón de los que recibían el Espíritu Santo. Los principales signos fueron el viento impetuoso y el fuego, que da luz y calor: Luz que les ilumina la mente para comprender mejor los mensajes de Jesús y fuego para darles energías para seguir sin miedo la misión de Jesús de predicar el Evangelio por todo el mundo. El viento precisamente significa el Espíritu y es expresión de una nueva creación, recordando el soplo creador.

En realidad ya habían recibido el Espíritu Santo el día de la Resurrección. Jesús, al presentarse resucitado, les da el mayor don que puede darles, que es el Espíritu Santo. Ya les había prometido que les enviaría “otro Consolador, otro Abogado”. San Juan nos cuenta en el evangelio de hoy que Jesús se presenta gozoso y les da la paz y alegría, y les da el perdón y el poder de perdonar. Pero todo eso no sería efectivo y duradero, si no les ayudase una fuerza especial, que es la presencia del Espíritu Santo, como ya se lo había prometido. Jesús lo da también con un gesto de viento: “Sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. ¿Cuándo recibieron de verdad el Espíritu Santo? Las dos veces y otras muchas más. Porque el Espíritu viene a nosotros según la preparación que tengamos: Viene en el bautismo, viene especialmente en la confirmación y viene en otras ocasiones. Él es infinito. Lo que hace falta es que nos preparemos a recibirle. El día de Pentecostés vino de una manera muy especial sobre los apóstoles, no sólo porque así lo quiso Dios de forma gratuita, sino porque ellos estaban mejor preparados, pues habían estado aquellos días en oración con la Santísima Virgen María.

Un aspecto importante en esta fiesta es el comunitario: Los apóstoles reciben el Espíritu Santo viviendo en comunidad. Y son enviados para formar la comunidad de la Iglesia universal. Por eso se nombran allí todos los principales pueblos o naciones entonces conocidas. Y aparece una contraposición con lo que significó la “Torre de Babel”, que era dispersión o confusión de lenguas. En Pentecostés se realiza la unidad: todos comprenden lo mismo. Sería la unidad que quiere Jesús por medio del AMOR.

Pentecostés continúa en la Iglesia. Cada vez que asistimos a misa se nos recuerda la intervención del Espíritu Santo en la transformación del pan y del vino y en la unidad de la Iglesia. Para que influya en nuestro ser, hace falta que nos preparemos, que nos comuniquemos más con Dios en la oración y que dejemos muchas ataduras materiales. Así nuestra vida tendrá un sentido pleno y será vivificante, de modo que se notará que el Espíritu Santo habita en nuestro ser.

En el Credo decimos: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida”. Él quiere enseñarnos a orar, a tener a Jesús por Señor, a penetrar en los misterios de Dios, a gozar de la gracia, que es amor, paz, fidelidad, fuerza para predicar y para testimoniar el Evangelio con nuestra vida. Por eso hoy pidamos, como se dice en la Misa, que lave lo que está manchado, riegue lo que es árido, cure lo que está enfermo, encienda lo que es tibio, enderece lo torcido. En una palabra: que seamos dóciles a sus inspiraciones y que encienda los corazones de sus fieles. Con la ayuda del Espíritu Santo y nuestra cooperación, Pentecostés siempre será una realidad en la Iglesia.

Texto, Anónimo

Domingo de Pentecostés: Jn 20, 19-23


Esta palabra de Pentecostés quiere decir: cincuenta días. Era una de las tres principales fiestas de los judíos. A los cincuenta días de la Pascua celebraban en cuanto a lo material el hecho de que la cosecha estaba ya crecida, por lo que daban gracias a Dios, y en cuanto a la historia celebraban el recuerdo de la llegada de los israelitas al monte Sinaí y la entrega de las tablas de la Ley a Moisés entre truenos y relámpagos. Con ese motivo tocaban fuertemente las trompetas del templo.

Ese es el día en que los apóstoles reciben de una manera grandiosa al Espíritu Santo. Según lo narra san Lucas, autor de los “Hechos de los Apóstoles”, Dios aprovecha el ambiente de fiesta popular y bulliciosa para ese acontecimiento. Algunos datos podemos decir que son simbólicos, expresión de lo que sucedía en el alma o el corazón de los que recibían el Espíritu Santo. Los principales signos fueron el viento impetuoso y el fuego, que da luz y calor: Luz que les ilumina la mente para comprender mejor los mensajes de Jesús y fuego para darles energías para seguir sin miedo la misión de Jesús de predicar el Evangelio por todo el mundo. El viento precisamente significa el Espíritu y es expresión de una nueva creación, recordando el soplo creador.

En realidad ya habían recibido el Espíritu Santo el día de la Resurrección. Jesús, al presentarse resucitado, les da el mayor don que puede darles, que es el Espíritu Santo. Ya les había prometido que les enviaría “otro Consolador, otro Abogado”. San Juan nos cuenta en el evangelio de hoy que Jesús se presenta gozoso y les da la paz y alegría, y les da el perdón y el poder de perdonar. Pero todo eso no sería efectivo y duradero, si no les ayudase una fuerza especial, que es la presencia del Espíritu Santo, como ya se lo había prometido. Jesús lo da también con un gesto de viento: “Sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. ¿Cuándo recibieron de verdad el Espíritu Santo? Las dos veces y otras muchas más. Porque el Espíritu viene a nosotros según la preparación que tengamos: Viene en el bautismo, viene especialmente en la confirmación y viene en otras ocasiones. Él es infinito. Lo que hace falta es que nos preparemos a recibirle. El día de Pentecostés vino de una manera muy especial sobre los apóstoles, no sólo porque así lo quiso Dios de forma gratuita, sino porque ellos estaban mejor preparados, pues habían estado aquellos días en oración con la Santísima Virgen María.

Un aspecto importante en esta fiesta es el comunitario: Los apóstoles reciben el Espíritu Santo viviendo en comunidad. Y son enviados para formar la comunidad de la Iglesia universal. Por eso se nombran allí todos los principales pueblos o naciones entonces conocidas. Y aparece una contraposición con lo que significó la “Torre de Babel”, que era dispersión o confusión de lenguas. En Pentecostés se realiza la unidad: todos comprenden lo mismo. Sería la unidad que quiere Jesús por medio del AMOR.

Pentecostés continúa en la Iglesia. Cada vez que asistimos a misa se nos recuerda la intervención del Espíritu Santo en la transformación del pan y del vino y en la unidad de la Iglesia. Para que influya en nuestro ser, hace falta que nos preparemos, que nos comuniquemos más con Dios en la oración y que dejemos muchas ataduras materiales. Así nuestra vida tendrá un sentido pleno y será vivificante, de modo que se notará que el Espíritu Santo habita en nuestro ser.

En el Credo decimos: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida”. Él quiere enseñarnos a orar, a tener a Jesús por Señor, a penetrar en los misterios de Dios, a gozar de la gracia, que es amor, paz, fidelidad, fuerza para predicar y para testimoniar el Evangelio con nuestra vida. Por eso hoy pidamos, como se dice en la Misa, que lave lo que está manchado, riegue lo que es árido, cure lo que está enfermo, encienda lo que es tibio, enderece lo torcido. En una palabra: que seamos dóciles a sus inspiraciones y que encienda los corazones de sus fieles. Con la ayuda del Espíritu Santo y nuestra cooperación, Pentecostés siempre será una realidad en la Iglesia.

Solemnidad de Pentecostés. Ciclo A – 31 de mayo de 2020 «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados»


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11): Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: - «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»

Salmo 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra. R./

Bendice, alma mía, al Señor: // ¡Dios mío, qué grande eres! // Cuántas son tus obras, Señor; // la tierra está llena de tus criaturas. R./

Les retiras el aliento, y expiran // y vuelven a ser polvo; // envías tu aliento, y los creas, // y repueblas la faz de la tierra. R./

Gloria a Dios para siempre, // goce el Señor con sus obras. // Que le sea agradable mi poema, // y yo me alegraré con el Señor. R./

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 3b-7.12-13): Hemos sido bautizados en un mismo espíritu, para formar un solo cuerpo.

Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Antes del Evangelio se recita la Secuencia del Espíritu Santo (Veni Creator)

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20, 19-23): Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: - «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: - «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

El Espíritu Santo que el Señor había prometido reiteradamente a sus apóstoles, se derrama hoy abundantemente sobre ellos y los llena de un santo ardor para anunciar la «Buena Noticia» de la Resurrección del Señor. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra el evento de Pentecostés donde vemos a los discípulos, que reunidos en oración, en torno a Santa María, son iluminados por la acción del Espíritu Santificador e inician su heroica actividad evangelizadora. San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, subraya que sólo gracias a la acción del Espíritu podemos llamar a Jesús: el Señor; es decir, sólo siendo dóciles a las mociones del Espíritu Santo podemos reconocer y proclamar su divinidad (Segunda Lectura). El Evangelio nos presenta a Jesús resucitado que envía a sus apóstoles y les confiere el poder para perdonar los pecados por la recepción del Espíritu Santo. En la predicación, en la proclamación de la fe así como en la administración de los sacramentos; es el Espíritu Santo quien obra y da fuerzas.

K ¿Qué estamos celebrando?

Desde tiempo inmemorial la Solemnidad que celebra la Iglesia este Domingo se llama «Pentecostés». Pero este nombre en realidad no dice el motivo de la celebración. Esta palabra de origen griego significa literalmente: «cincuentenario» y solamente dice la «ocasión» en que ocurrió el hecho que se conmemora. Hoy día celebramos la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. Hoy día celebramos el cumplimiento de la promesa que Jesús hiciera a sus Apóstoles antes de ascender al cielo: «Recibiréis el Espíritu Santo y seréis mis testigos».

Sin embargo, los judíos la llamaban también «fiesta de las semanas» o «fiesta de las primicias» (Ver Ex 23,16; 34,22), pues en ella, siete semanas o cincuenta días después de haberse iniciado la siega, se presentaba a Dios los primeros frutos de la cosecha. Era una fiesta de acción de gracias por las bendiciones recibidas de manos de Dios a través de los frutos del campo y se caracterizaba por la alegría y el regocijo (Ver Is 9,2). Origi¬nalmente era una fiesta agrícola de la siega; pero, visto que se celebraba cincuenta días después de la Pascua, que conmemoraba la salida de Egipto, pronto esta fiesta se asoció al don de la ley en el Sinaí y se celebraba la renovación de la alianza con el Señor. En el Talmud se transmite la sentencia del Rabí Eleazar: «Pente¬costés es el día en que fue dada la Torah (la ley)».Esta fiesta era celebrada anualmente en Jerusalén con gran participación del pueblo. A ella hace referencia san Lucas cuando dice: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos...» (Hch 2,1).

K «Vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso...»

La imagen que todos tenemos de lo que ocurrió ese día está sugerida por lo que allí se narra: «Vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban... y quedaron todos llenos del Espíritu Santo». Es claro que la efusión del Espíritu Santo está relacio¬nada con el viento. Esta relación resulta más evidente si se considera que en las lenguas bíblicas la misma palabra dice «viento» y «espíritu», en hebreo «rúaj» y en griego «pnéuma». Y lo mismo llama la atención en el Evangelio. Allí Jesús usa un gesto expresivo: «Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo». Está nuevamente haciendo alusión a la realidad del viento, que es la que da nombre a la tercera Persona divina. Si logramos comprender por qué se llama «viento» a esta Persona divina habremos comprendido algo sobre su acción. Para un hombre primitivo el viento era una fuerza misteriosa. Ellos veían que los árboles se doblaban, los techos de las casas volaban, el agua se encrespaba, etc. pero no se «veía» ninguna causa que produjera estos efectos, que eran completamente imprevisibles. Era una fuerza análoga a la que puede generar un hombre soplando, pero infinitamente mayor. El paso obvio fue considerar el viento como el soplo de Dios, el «espíritu » de Dios. Se trata de una fuerza invisible e imprevisible -y por eso misteriosa- que logra efectos superiores a los que puede alcanzar cualquier poder humano.

El poder creador del Espíritu de Dios está afirmado en la primera frase de la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión... y un viento (espíritu) de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gen 1,1-2). Por la acción de este espíritu se opera el ordenamiento del mundo: la luz, el firmamento, el retroceso de las aguas y la aparición de la tierra seca, la generación de los vegetales, plantas y árboles, los astros, el hombre. Entre todos los seres, el hombre posee algo que lo pone por encima de todos los demás, que lo hace irreductible a la materia y es fundamento de su dignidad inviolable. Esto lo expresa la Biblia afirmando que posee el «soplo de Dios»: «Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gen 2,7).

J El «otro Paráclito» prometido por Jesús

La revelación plena del Espíritu Santo, como Persona divina consustancial al Padre y al Hijo, fue obra de Jesucristo. Pero Él mismo, para ilustrar la acción del Espíritu, emplea el origen de este nombre, cuando dice: «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (Jn 3,8). El Espíritu Santo opera en el hombre efectos maravillosos, imposibles para las solas fuerzas humanas. El más grande de estos efectos es la salvación del pecado y de toda esclavitud que somete al hombre. San Pablo nos entrega un elenco de esas cosas que son imposibles a las solas fuerzas humanas y que son obra del Espíritu: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, pacien¬cia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,25). Por tanto, cuando en una persona encontramos estas actitudes, podemos discernir la presencia del Espíritu Santo en ella. Si tales son los frutos del Espíritu Santo con razón hoy día la Iglesia exclama: «Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor».

J El perdón de los pecados

En el Evangelio de hoy Jesús indica una de esas obras maravillosas del Espíritu: el perdón de los pecados. El pecado es una ofensa del hombre a Dios. Si el pecado es mortal, destruye el amor en el corazón del hombre, hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. El perdón del pecado no es solamente una declaración de que Dios no considera el pecado, sino que transforma radicalmente el corazón del hombre infundién¬dole el amor. Pero esto, sólo el Espíritu puede hacerlo, pues «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

El poder de perdonar los pecados y de retenerlos fue entregado por Cristo resucitado a sus discípulos cuando les comunicó el Espíritu Santo y les dijo: «A quienes perdonéis los pecados les quedan perdona¬dos y a quienes se los retengáis les quedan retenidos». Es el poder que ejercen hoy los sacerdotes de la Iglesia por medio del sacramento de la Penitencia. El gesto de Jesús, exhalando su aliento sobre los discípulos, recuerda el gesto creador de Dios sobre Adán (ver Gn 2,7), y el espíritu de vida que infunde sobre los huesos que llenan el valle descrito por el profeta Ezequiel (ver Ez 37, 1-14). Estamos ante una nueva creación; obra, como la primera, del Verbo de Dios (Jn 1,1-3). Y el Salmo responsorial de hoy expresa el anhelo de una nueva creación: «Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra» (Salmo 103).Ahora, todo es nuevo...

+Una palabra del Santo Padre:

«Después de cincuenta días de incertidumbre para los discípulos, llegó Pentecostés. Por una parte, Jesús había resucitado, lo habían visto y escuchado llenos de alegría, y también habían comido con Él. Por otro lado, aún no habían superado las dudas y los temores: estaban con las puertas cerradas (cf. Jn 20,19.26), con pocas perspectivas, incapaces de anunciar al que está Vivo. Luego, llega el Espíritu Santo y las preocupaciones se desvanecen: ahora los apóstoles ya no tienen miedo ni siquiera ante quien los arresta; antes estaban preocupados por salvar sus vidas, ahora ya no tienen miedo de morir; antes permanecían encerrados en el Cenáculo, ahora salen a anunciar a todas las gentes. Hasta la Ascensión de Jesús, esperaban un Reino de Dios para ellos (cf. Hch 1,6), ahora están ansiosos por llegar hasta los confines desconocidos. Antes no habían hablado casi nunca en público y, cuando lo habían hecho, a menudo habían causado problemas, como Pedro negando a Jesús; ahora hablan con parresia a todos. La historia de los discípulos, que parecía haber llegado a su final, es en definitiva renovada por la juventud del Espíritu: aquellos jóvenes que poseídos por la incertidumbre pensaban que habían llegado al final, fueron transformados por una alegría que los hizo renacer. El Espíritu Santo hizo esto. El Espíritu no es, como podría parecer, algo abstracto; es la persona más concreta, más cercana, que nos cambia la vida. ¿Cómo lo hace? Fijémonos en los apóstoles. El Espíritu no les facilitó la vida, no realizó milagros espectaculares, no eliminó problemas y adversarios, pero el Espíritu trajo a la vida de los discípulos una armonía que les faltaba, porque Él es armonía.

Armonía dentro del hombre. Los discípulos necesitaban ser cambiados por dentro, en sus corazones. Su historia nos dice que incluso ver al Resucitado no es suficiente si uno no lo recibe en su corazón. No sirve de nada saber que el Resucitado está vivo si no vivimos como resucitados. Y es el Espíritu el que hace que Jesús viva y renazca en nosotros, el que nos resucita por dentro. Por eso Jesús, encontrándose con los discípulos, repite: «Paz a vosotros» (Jn 20,19.21) y les da el Espíritu. La paz no consiste en solucionar los problemas externos —Dios no quita a los suyos las tribulaciones y persecuciones—, sino en recibir el Espíritu Santo. En eso consiste la paz, esa paz dada a los apóstoles, esa paz que no libera de los problemas sino en los problemas, es ofrecida a cada uno de nosotros. Es una paz que asemeja el corazón al mar profundo, que siempre está tranquilo, aun cuando la superficie esté agitada por las olas. Es una armonía tan profunda que puede transformar incluso las persecuciones en bienaventuranzas. En cambio, cuántas veces nos quedamos en la superficie. En lugar de buscar el Espíritu tratamos de mantenernos a flote, pensando que todo irá mejor si se acaba ese problema, si ya no veo a esa persona, si se mejora esa situación. Pero eso es permanecer en la superficie: una vez que termina un problema, vendrá otro y la inquietud volverá. El camino para tener tranquilidad no está en alejarnos de los que piensan distinto a nosotros, no es resolviendo el problema del momento como tendremos paz. El punto de inflexión es la paz de Jesús, es la armonía del Espíritu.

Hoy, con las prisas que nos impone nuestro tiempo, parece que la armonía está marginada: reclamados por todas partes, corremos el riesgo de estallar, movidos por un continuo nerviosismo que nos hace reaccionar mal a todo. Y se busca la solución rápida, una pastilla detrás de otra para seguir adelante, una emoción detrás de otra para sentirse vivos. Pero lo que necesitamos sobre todo es el Espíritu: es Él quien pone orden en el frenesí. Él es la paz en la inquietud, la confianza en el desánimo, la alegría en la tristeza, la juventud en la vejez, el valor en la prueba. Es Él quien, en medio de las corrientes tormentosas de la vida, fija el ancla de la esperanza. Es el Espíritu el que, como dice hoy san Pablo, nos impide volver a caer en el miedo porque hace que nos sintamos hijos amados (cf. Rm 8,15). Él es el Consolador, que nos transmite la ternura de Dios. Sin el Espíritu, la vida cristiana está deshilachada, privada del amor que todo lo une. Sin el Espíritu, Jesús sigue siendo un personaje del pasado, con el Espíritu es una persona viva hoy; sin el Espíritu la Escritura es letra muerta, con el Espíritu es Palabra de vida. Un cristianismo sin el Espíritu es un moralismo sin alegría; con el Espíritu es vida».

Papa Francisco. Solemnidad de Pentecostés. Plaza San Pedro. 9 de junio de 2019.


' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres». Recemos por la unidad de la Iglesia y busquemos amar a todos nuestros hermanos especialmente los que más estén sufriendo los embates del Corona Virus.

2. Un tema directamente asociado al Espíritu Santo es el perdón de los pecados. ¿Busco con frecuencia el sacramento de la reconciliación?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 689 - 701. 731- 747

Texto: JUAN RAMON PULIDO, presidente Adoración Nocturna en TOLEDO

sábado, 23 de mayo de 2020

La Ascensión del Señor. Ciclo A – 24 de mayo de 2020 «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1- 11

«El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre, "que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días".

Los que estaban reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?" Él les contestó: "A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra". Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo".»

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 1,17- 23

«Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. = Bajo sus pies sometió todas las cosas = y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo.»

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 28,16-20

«Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".»

& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

«Este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo» (Primera Lectura). Esta afirmación del relato del libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece una síntesis profunda del mensaje central de la Solemnidad de la Ascensión. Jesús asciende al cielo en su cuerpo glorioso pero deja a sus apóstoles una misión clara y comprometedora: «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Evangelio). Se trata de anunciar sin descanso la Buena Nueva: Jesucristo ha resucitado y está sentado a la diestra del Padre en los Cielos. Esta es la verdad en la que fundamenta nuestra fe (Segunda Lectura).

J La Ascensión de Jesús a los cielos

En el tiempo que ha transcurrido desde la Resurrec¬ción del Señor la Iglesia recuerda las diversas apariciones de Cristo Resucitado a sus discípulos. No sabemos exactamente cuántas veces se les apareció. La expresión usada por Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles da la impresión de un contacto diario de Jesús con sus apóstoles: «Se les presentó dándoles muchas prue¬bas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cua-renta días y hablándoles acerca del Reino de Dios» (Hch 1,3). La liturgia dominical nos recuerda la última de esas apari¬ciones. En esta ocasión Jesús no «desapareció de su lado» en un instante, como ocurrió mientras estaba a la mesa con los discípulos de Emaús (ver Lc 24,31) y también en las demás aparicio¬nes; esta vez «fue levantado en pre¬sencia de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos».

Aquella nube que esconde el cuerpo de Cristo posee un profundo significado bíblico. En múltiples ocasiones en la Sagrada Escritura, la Gloria de Dios se manifiesta en forma de nube (ver Ex 16,10; 19,9 etc.). La nube fue la que se interpuso entre el campamento de los israelitas y los ejércitos egipcios que venían en su busca por el desierto. Esa nube era la que defendía a Israel y la que indicaba el momento de alzar el campamento y reemprender la marcha. El texto del Éxodo es muy significativo: Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche (ver Ex 13, 21-22). Es pues, función de la nube «guiar» de día y «alumbrar» de noche. Pero es también la nube la que se aparece en el Sinaí y envuelve a Moisés con el misterio para recibir las tablas de la ley. La nube es símbolo de la cercanía de Dios: Dios está presente, se avecina y se deja sentir, pero al mismo Dios es trascendente, es santo, está por encima de los cielos. La nube es revelación y misterio. Es revelación y ocultamiento. Es una verdad que se revela ocultándose y se oculta revelándose.

En la Ascensión, Jesús «fue levantado en presencia de ellos». Este modo de dejarlos fue el signo de que abandona¬ba este mundo y ya no lo volverían a ver en su apariencia física. Se estaban cumpliendo así las pala-bras que Jesús había dicho a sus discípulos: «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Pero los discípulos sabían que tenía que cumplirse también esta otra promesa: «Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver» (Jn 16,16). Sabemos cuánto duró el primer «poco» ya que fue el tiempo que se extendió desde el momento en que Jesús pronunció esas palabras - que fue en la Última Cena, antes de su Pasión y Muer¬te -, hasta la Ascensión de Jesús Resu¬ci-tado al cielo: cuarenta y tres días.

Y ¿cuánto duró el «otro poco»? Ese «otro poco» es el tiempo de la ausen¬cia de Jesús. Para que la promesa de Jesús tuviera sentido debía ser realmente «poco tiempo». A este breve lapso de tiempo se refiere Jesús cuando, el día que ascendió al cielo, «mandó a sus apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre». Y les asegura: «Dentro de pocos días seréis bautizados en el Espíritu Santo». En ese momento los apóstoles no sabían cuántos días. Ahora nosotros sabemos que la espera fue breve: duró diez días; pues el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles el día de Pentecostés, es decir, cincuenta días después de la Resurrección. Gracias a la acción del Espíritu Santo, sintieron los apóstoles que el Señor estaba de nuevo con ellos. A esta presencia se refería Jesús cuando les dijo: «En aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn 14,20). Este es el modo de presencia más real y más pleno de Jesús con nosotros; más que el de su presencia física en los días de su peregrinación por este mundo.

J El final del Evangelio de San Mateo

El Evangelio de este día, tomado de los cinco últimos versículos de Mateo, debe entenderse situado en el momento de la Ascensión de Jesús a los cielos. Después de reunir a sus discípulos, darles las últimas instrucciones y enviarlos, Jesús les asegura su presencia junto a ellos. Esta promesa no tendría sentido si no se enten¬diera que acto seguido Jesús fue llevado al cielo. El breve texto de cinco versículos, precisamente por ser la conclusión de todo el Evangelio de Mateo, es de una extraordinaria riqueza. Constituye un punto fundamental de la doctrina sobre la Trinidad, pues contiene la expresión trinitaria más explícita. Es un texto clave de la doctrina sobre el Bautismo cristiano, pues contiene la fórmula para administrar válidamente este sacramento y pone en eviden¬cia su relación con el anuncio cristiano y la instrucción sucesi¬va. Es donde les encomienda a los discípulos conti¬nuar su misma misión en el mundo. El Evangelio es explícito en decir que estas pala¬bras fueron dirigidas a los «once discípulos» (el puesto de Judas todavía no había sido cubierto). Pero que desde entonces fueron cons¬tituidos en «apóstoles» que quiere decir exactamente eso: «enviados». Así entendieron ellos su identidad más profunda: enviados por Jesús con la misión precisa de hacer a todos los pueblos discípulos de Cristo. Llama inmediatamente la atención que en este breve texto la palabra «todo» se repita cuatro veces: todo poder, todos los pueblos, todo lo mandado, todos los días.

K «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tie¬rra»

Jesús posee la totalidad del poder. Esto es lo que durante su vida más llamaba la atención de la gente. «Se asombraban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene poder» (Mt 7,29). Cuando Jesús perdonó los pecados al paralítico y como signo le dio también la salud corporal, «la gente temió y glorificó a Dios que había dado tal poder a los hombres» (Mt 9,7). Jesús tiene poder de expulsar los demo¬nios, de calmar la tormenta, de dar vida a los muertos, etc. Con estos hechos daba testimonio de sus palabras: «El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos» (Jn 3,35). Jesús tiene la tota¬lidad del poder y lo que Él ha estableci¬do y mandado, nadie puede cambiarlo. Pero ha dado parte de su poder a la Iglesia cuando dijo: «Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo... a quienes perdonéis los pecados les quedarán perdo¬nados... id y haced discípulos de todos los pueblos...». La Iglesia ha recibido del Señor todo el poder necesario para cumplir su misión de salvación en favor de los hombres.

J «Haced discípulos de todos los pueblos»

La misión se dirige a la totalidad de los hombres. Así queda expresada de la manera más evidente la univer-salidad de la salvación. En la Antigua Alianza, Israel, con sus límites geográ¬ficos y étnicos definidos, había sido elegido como «pueblo de Dios»; en la Nueva Alianza, la Iglesia, que es el nuevo Israel, no posee lími¬tes de ningún tipo; ella tiene la extensión de la humanidad; todos están llamados a formar parte de ella y gozar de las prome¬sas de Dios. En su gran visión del Apoca¬lipsis, el autor escucha ante el trono del Cordero un cánti¬co nuevo: «Fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hom¬bres de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Ap. 5,9).

J «Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado»

Se trata de guardar la totalidad de la doctrina enseñada por Cristo. Jesús envía a hacer discípulos suyos indicando dos cosas necesarias: el Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y la observancia de todo lo que Él ha mandado. Muchas veces estamos bautizados y nos llama¬mos cristianos, pero faltamos a esta segunda condición: silencia¬mos sistemática¬mente algunos puntos del Evangelio, porque nos resultan incómodos o porque, según la idea parti¬cular que nos hemos hecho de Dios, no cuadrarían con Él; o simplemente nos desen¬tendemos de alguna parte de su doctri¬na, por ejemplo, lo que manda respecto al divorcio, al adulterio, al uso adecuado de las riquezas, etc. En obediencia a esta misión dada por Cristo de enseñar todo lo mandado por Él, la Iglesia ha promulgado el Cate¬cismo de la Iglesia Cató¬lica, que con¬tiene «un com¬pendio de toda la doctrina católi¬ca tanto sobre la fe como sobre la moral». Contiene lo que un discípulo de Cristo debe creer, celebrar, vivir y orar.

JJ «Estoy con vosotros todos los días»

Aquí está expresa¬da la totalidad del tiempo. Son las últimas palabras de Cristo y es la promesa más hermosa: su presencia continua en medio de su Igle¬sia. Si es cierto que su Ascensión corporal es un dogma de nuestra fe, también lo es su presencia real en la Iglesia, sobre todo, en aquella presencia llamada «real» por excelen¬cia: la Eucaristía. Jesucristo Resucitado, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad está sentado a la derecha de Dios y está en nuestros altares en el «pan de vida eter¬na» y en el «cáliz de salvación».
+ Una palabra del Santo Padre:
«Jesús parte, asciende al cielo, es decir, regresa al Padre de quien había sido enviado al mundo. Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con nosotros, en una forma nueva. Con su Ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles – y también nuestra mirada – a las alturas del Cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Sin embargo, Jesús permanece presente y operante en las vicisitudes de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: incluso si no lo vemos con los ojos, ¡Él está! Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre.

Pero Jesús también está presente mediante la Iglesia, a la que Él ha enviado a prolongar su misión. La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, ¡no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, “en partida”. Y ustedes me dirán: ¿pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la unión a las llagas de Jesús.

A sus discípulos misioneros Jesús les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20). Solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, si bien son necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz. Y junto a Jesús nos acompaña María, nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del cielo y así la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, camina con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza».

Papa Francisco, Ángelus. Domingo 1 junio 2014 en la Ascensión del Señor.
' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Esta solemnidad de la Ascensión es un excelente momento para examinar nuestra vida en las circunstancias que estamos viviendo. ¿Dónde están nuestras seguridades? ¿Cuál son las prioridades en nuestras vidas?

2. La Ascensión marca un viraje trascendental en la vida de Jesús y la nuestra. Todos estamos llamados a vivir esa gloria eterna. Aquí estamos de paso. Meditemos en esta gran verdad para que nos ayude a entender nuestra vocación última: el cielo.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 659 - 664. 668- 674.



Texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, pesidente Adoración Nocturna Española, en Toledo

7ª semana de Pascua. Domingo Ascensión del Señor A: Mt 28, 16-20


Hoy celebramos la glorificación de Jesús. Dios había venido del cielo haciéndose hombre para salvarnos, muriendo en la cruz. Ese Dios hecho hombre, que es Jesús, había resucitado y debía volver glorificado al cielo. Es lo que llamamos Ascensión. Para ello no necesitaba de hechos externos ni visuales, porque su cuerpo ya no estaba en nuestra esfera material y visible. Por eso podemos decir que, desde el momento de su resurrección, ya subió o estaba en el cielo. Pero los apóstoles sí necesitaban algo externo, algo sensible, que les iluminara la mente y les diera impulso en su ánimo. De ahí que Jesús, durante cierto tiempo, les siguió adoctrinando, hasta que tuvieron esa experiencia de que Jesús ya no iba a estar más con ellos, sino que ellos eran los que debían ir por el mundo a enseñar los mensajes de Jesús y hacer discípulos.

Hoy encontramos en la primera lectura de los “Hechos” la descripción que san Lucas hace detallada del suceso. Se lee todos los años en esta fiesta. Es posible que en parte o quizá la mayoría sea como una parábola para indicarnos grandes enseñanzas. San Lucas es el evangelista más instruido y que escribe mejor literariamente. Por eso termina su libro del evangelio y comienza el de los “Hechos” con la exaltación del gran personaje, que es Jesús. Nos recuerda un poco las grandes exaltaciones que en la literatura se hace de grandes personajes, que desaparecen de modo sobrenatural, como en el Ant. Testamento, cuando Elías es arrebatado al cielo. Siempre lo hacen después de unas solemnes palabras. También Jesús da su gran mensaje, como hoy vemos al final del evangelio de san Mateo. El mensaje es que vayan por el mundo a predicar el Evangelio, al mismo tiempo que les trasmite el poder que Él ha recibido de su Padre y la promesa de que nunca les abandonará.

Nosotros en este día debemos impulsar nuestra esperanza en cuanto a nuestro final y para el presente. Si Jesús, que es nuestra cabeza, subió y está en el cielo, nosotros, que somos miembros de su Cuerpo, esperamos seguirle. Es lo que pedimos hoy en la principal oración de la Misa. Y por eso debemos mirar un poco más hacia el cielo. Ciertamente que los ángeles les dijeron a los apóstoles que no tanto miraran al cielo, sino que pensasen en la tierra, en lo que debían hacer aquí. Pero la realidad es que la mayoría de las personas están tan atadas a las realidades mundanas, que no se les ocurre mirar hacia el cielo, donde está Jesús, donde está la Virgen María con todos los santos, esperándonos con Dios en la absoluta perfección, en el amor, la luz, la gloria, la plena felicidad. Ese es nuestro destino: la glorificación con Cristo.

Pero mientras llegamos allí, debemos trabajar aquí en la tierra. Debemos ser testigos, como los apóstoles, de las enseñanzas de Jesús. Sabemos que la principal enseñanza es el amor. Por eso, aunque pensemos en la ciudad futura, en el cielo, no podemos descuidar el mejoramiento de todo lo relacionado con nuestra tierra. Y por eso debemos buscar el bien del prójimo.

Jesús, aunque subió al cielo, no nos abandona. En primer lugar, les dijo a los apóstoles que esperasen la efusión del Espíritu, como así sucedió el día de Pentecostés. El Espíritu Santo está en nuestra alma para ayudarnos a que seamos testigos con nuestras palabras y con el ejemplo de la vida. Pero Jesús mismo está y estará siempre “hasta la consumación de los siglos”. Está sobre todo en la Eucaristía.

Jesús, al terminar su enseñanza en la tierra, proclama ante los apóstoles su señorío recibido del Padre. Este poder lo trasmite a la Iglesia para convocar nuevos discípulos mediante el bautismo y la enseñanza. Y promete su permanencia espiritual. Esta asistencia suministra el coraje necesario para superar todos los temores y tempestades y confiere un ámbito ilimitado, que es todo el mundo, para la actuación de la salvación.
El triunfo de Jesús es diferente de los humanos. Cuando aquí se triunfa, es porque otros pierden. Cuando triunfa Jesús, todos salimos ganando.

Texto: Anónimo

sábado, 16 de mayo de 2020

La Vigilia mensual correspondiente al mes de Mayo se celebrará el próximo sábado día 16 a las 22:30 h., por internet desde la Parroquia del Sagrado Corazón de Talavera de la Reina, víspera de San Pascual Bailón, Patrono de todas las Obras Eucarísticas, incluida la nuestra.


PARA SEGUIRLA:
Pinchar directamente sobre el siguiente enlace:
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Aparecerá: Parroquia Sagrado Corazón de Jesús | Talavera de la Reina ...
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Seguiremos el Manual, Domingo VI de Pascua con el esquema del Domingo II (pág. 88 y siguientes), con los himnos y antífona del Magníficat de la Cincuentena Pascual (pág. 263 y siguientes).
Se envía separata para el seguimiento de la Vigilia en caso de no tener manual, o seguirla sin necesidad de cambiar constantemente de página. También se puede encontrar en la página http://www.adoracion-nocturna.org.

El esquema a seguir se encuentra en las siguientes páginas:
VÍSPERAS:
HIMNO: página 263 del Manual, para continuar con la
SALMODIA: página 88 del Manual. Antífonas del Domingo VI de Pascua.
SANTA MISA
MAGNÍFICAT: página 269. Antífonas del Domingo VI de Pascua.
Oración de presentación de adoradores: en la Separata que se envía. Será especial de San Pascual Bailón.
INVITATORIO
Antífonas del Domingo VI de Pascua.
TURNO DE VELA
HIMNO: página 276 del Manual, para continuar con la
SALMODIA: página 101 del Manual. Antífonas del Domingo VI de Pascua.
LECTURAS: 1ª, pág. 110 y 2ª, pág. 404, ambas del Manual.
ORACION EN SILENCIO
PRECES EXPIATORIAS: página 449 del Manual y Oración por el Fomento de la A.N.E.
COMPLETAS: página 431 del Manual.



La Intención de la Vigilia será, como las últimas, por los fallecidos, enfermos, mayores, Capellanes de Hospital y personal de riesgo (médicos, enfermeros, policías y demás personas que se están esforzando y arriesgando por cuidarnos, entre los que hay muchos adoradores).
Antes de comenzar la Vigilia intentaremos leer los nombres de los fallecidos de la Adoración Nocturna Española. Si resultaran muchos nombres, se tomarían los primeros de cada Diócesis en representación de todos los demás.

PARA LOS QUE NO TIENEN MANUAL:

Se acompaña la Separata completa de la Vigilia para facilitar su descarga en caso de no disponer de manual.

Domingo, 29 de Mayo de 2011. 6º de Pascua A: Jn 14, 15-21



Podemos comenzar recordando una frase que hoy nos dice san Pedro en la 2ª lectura (I Pe 3, 15): “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida”. La verdad es que el mundo nos pide razón de por qué creemos, por qué esperamos, por qué confiamos en la bondad de Dios en medio de tantos sufrimientos, en medio de injusticias y persecuciones. Y debemos decir que es por el amor del Padre del cielo, en que Jesucristo ha padecido por nosotros y ha resucitado y que nos da la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios.

Hoy vemos en el evangelio que Jesús está consolando a sus discípulos en la Ultima Cena. Él ha dicho que se vuelve a su Padre y que les va a preparar allí una estancia para cada uno. Esto no les consuela demasiado, porque sólo piensan en que ya van a estar separados y sólo les quedará su recuerdo y su enseñanza. Así parece que piensan hoy muchos, también entre los cristianos. Pero Jesús les dice a los apóstoles, y a nosotros también, que no les abandona. Nosotros sabemos que Jesús permanece en el prójimo, especialmente en la comunidad creyente, en su Palabra, en sus sacramentos, y muy especialmente en la Eucaristía; pero hoy nos dice que no nos deja porque estará en su Espíritu, el Espíritu Santo.

La Iglesia es algo más que una organización social. Su misterio interior se basa, sobre todo, en la presencia de Jesús Resucitado y en la acción vivificadora del Espíritu. Este es el mayor don que Jesús Resucitado da a los apóstoles, un don que ahora les promete. Jesús le llama el Defensor o el Consolador; pero dice también que es el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Es decir, que la acción del Espíritu es totalmente diferente de la acción del mundo, envuelto en mentiras, injusticia, opresión, idolatría del dinero y el poder. Esto es lo que encontramos, si examinamos las noticias que se dan en TV o cualquier medio de comunicación. Existe también mucho amor y entrega; pero poco suele salir en las noticias. Los discípulos de Jesús deben comprometerse con los valores del Espíritu, que es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. Por lo tanto, dirá Jesús, es todo un compromiso con sus mandatos, que se reducen al amor: a Dios y al prójimo.

El Espíritu es el encargado de asegurar la presencia permanente de Cristo en la Iglesia y de que la obra de la salvación vaya siendo interiorizada y asimilada por sus seguidores; pero nos deja en libertad y seguimos metidos en medio del mundo. Y como es tan difícil separar el trigo de la cizaña, tenemos mucha parte de malo. Por eso debemos dejarnos guiar por el Espíritu. El está con nosotros. No se trata de una presencia universal, como Dios está en todas las cosas, sino de una presencia personal e íntima. Es como la presencia plena de un amigo, que mora en medio de nuestro corazón. Lo que pasa es que no quiere violentar, sino que es una presencia oculta, sólo perceptible por la fe. Cuando la fe es grande, la llamada del Espíritu se hace más sensible. La triste realidad es que estamos aturdidos con tanto ruido externo, que no llegamos a sentir la voz suave y susurrante del Espíritu.

La promesa del Espíritu está estrechamente unida al mandamiento del amor. En el cumplimiento del mandamiento manifestamos la presencia del Espíritu, que anima a toda la Iglesia. Hoy en la primera lectura aparece esta efusión del Espíritu en la primitiva iglesia de Samaría. Allí los apóstoles por el sacramento de la Confirmación (o imposición de las manos) reafirmaron la presencia del Espíritu.
También hoy el Espíritu consolador quiere serlo a través de nosotros. Somos como sus manos y sus pies. Pidamos que se nos dé el Espíritu de fortaleza para poder luchar contra el mal, el Espíritu de paciencia para soportar las pruebas. Y sobre todo que nos dé el Espíritu de amor y de alegría para sentirnos dichosos de ser hijos de Dios y poder vivir en una intimidad plena de amor en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Texto, Anónimo

Domingo de la Semana 6ª de Pascua. Ciclo A – 17 de mayo 2020 «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito»



Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (8,5-8.14-17): Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos, paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria habla recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no habla bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Salmo 65,1-3a.4-5.6-7a.16.20: Aclamad al Señor, tierra entera. R./

Aclamad al Señor, tierra entera, // tocad en honor de su nombre, // cantad himnos a su gloria; // decid a Dios: «Qué temibles son tus obras.» R./

Que se postre ante ti la tierra entera, // que toquen en tu honor, // que toquen para tu nombre. // Venid a ver las obras de Dios, // sus temibles proezas en favor de los hombres. R./

Transformó el mar en tierra firme, // a pie atravesaron el río. // Alegrémonos con Dios, // que con su poder gobierna eternamente. R./

Fieles de Dios, venid a escuchar, // os contaré lo que ha hecho conmigo. // Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, // ni me retiró su favor. R./

Lectura de la Primera carta de San Pedro (3,15-18): Como era hombre, lo mataron, pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.

Queridos hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (14,15-21): Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

«Yo rogaré al Padre y Él les enviará otro Paráclito que esté siempre con ustedes». Esta frase del Evangelio unifica la liturgia previa a la Ascensión y a Pentecostés. La naciente Iglesia ha vivido una larga experiencia de encuentro con Jesús Resucitado y ahora anuncia su partida. Pero Jesucristo nunca dejará sola a su Iglesia. Revela el misterio Trinitario y promete la presencia de un defensor: el Espíritu Santo. Este discurso de despedida del Señor nos hace crecer en la esperanza cristiana y exclamar, junto con el salmista, que el evento de Pentecostés es una «obra admirable» y que toda la tierra ha de aclamar al Señor pues ha hecho prodigios por los hombres.

Así los samaritanos, apóstatas del judaísmo, serán admitidos con alegría a la comunidad cristiana por la acción del Espíritu Santo que no hace acepción de personas, bastando sólo su conversión y aceptación de la Palabra de Dios (Primera Lectura). También, con la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús podrán los cristianos hacer el bien y así glorificar a Cristo en sus corazones; dando razón de su esperanza a todo el que se la pidiere (Segunda Lectura).

J «Yo enviaré otro Paráclito»

El Evangelio de este Domingo contiene la primera de las cinco promesas del Espíritu Santo que hace Jesús a sus apóstoles en su discurso de despe¬dida durante la última cena: «Yo pediré al Padre, y os dará otro Paráclito..., el Espíritu de la verdad...» (Jn 14,16.17).Lo primero que llama la atención es el nombre dado al Espíritu Santo: «Paráclito». Este término es propio de San Juan en el Nuevo Testamento. Pertenece a un contexto jurídico y designa a quien viene en ayuda de otro, sobre todo en el curso de un proceso judicial. Habrá que traducirlo, entonces, por asisten¬te, defensor, abogado. Con este término queda insinuado el tema del conflicto de los discípulos con el mundo que vamos a leer en la Carta de San Pedro. En este conflic¬to ellos no tienen que temer porque el Padre les dará un Paráclito. San Juan da al Espíri¬tu Santo el nombre de «Paráclito» destacando el rol de asistencia que tiene en la tierra. Algo que también nos llama la atención es que Jesús no promete «un Paráclito», sino «otro Paráclito». Si éste es «otro», ¿quiere decir que hay ya uno? En efecto. El primer gran defensor, el que ha estado con los discí¬pulos y los ha asistido hasta ese momento, es Jesús mismo. Pero Jesús está anunciando su partida; cuando él haya partido, vendrá el Espí¬ritu Santo, que es llamado «otro Paráclito», porque conti¬nuará entre los discí¬pulos la obra realizada por Jesús. En esta misma ocasión, dirigiéndose al Padre, Jesús destaca su rol de «defensor» en relación a sus discípulos: «Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido» (Jn 17,12). Esta es la tarea que tendrá ahora el Espíritu Santo.

 «No os dejaré huérfanos»

Jesús anuncia su partida inminente; pero asegura que volverá pronto a los suyos: «No os dejaré huérfanos : volveré a vosotros». Este regreso no se refiere a las apariciones de Cristo Resucitado, sino a una presencia suya espiri¬tual, inte¬rior y permanen¬te, según su promesa que leemos en la última frase del Evangelio de San Mateo: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Entonces sólo los discípu¬los lo verán: «Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis». La capacidad de ver a Jesús vivo junto a los suyos será la obra del Espíri¬tu Santo. Jesús dice claramente cuál es la condición para que alguien pueda verlo: «El que me ame... yo me manifestaré a él». Podemos precisar aun, más esta condición: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama». Por tanto, para ver a Jesús es necesario amarlo, pero en la forma concreta de observar su voluntad. Esta condi¬ción no la cumple el mundo. Por eso Jesús dice: «El mundo ya no me verá». Los discípu¬los, en cambio, sí la cumplen: «Voso¬tros sí me veréis».

Jesús, entonces, no se manifestará al mundo (Jn 14,22¬). Y esto será porque al Pará¬clito, que deberá reali¬zar su presencia espiritual entre los hom¬bres, «el mundo no puede reci¬birlo, porque no lo ve ni lo cono¬ce». La expresión «no puede» indica una incapacidad radical. La condición para recibir el Espíritu Santo es justamente la fe en Jesucristo. El Padre quiere dar el Pará¬clito a petición de Jesús, pero el mundo es incapaz de recibir este don del Padre, porque no cree en Jesús. Al final de la frase Jesús indica otro motivo para esta incapacidad del mundo de reci¬bir el Espí¬ritu: «porque no lo ve ni lo conoce».

K ¿Cómo puede alguien «ver» el Espíritu?

El Evangelista San Juan usa aquí el verbo «theo¬rein». Pero este verbo no se aplica nunca a una visión puramen¬te espiritual. Si Jesús reprocha al mundo no «ver» el Espíri¬tu, quiere decir que no logra perci¬birlo a través de sus mani¬festaciones exte¬riores. Se trata aquí de las manifestaciones del Espíritu en la Persona, en el ministerio y en la palabra de Jesús mismo. Puesto que el mundo se ha mostrado incapaz de «ver-perci¬bir» el Espíritu Santo actuando en la persona de Jesús, ahora no puede «reconocerlo». Por eso dice Jesús que el mundo es incapaz de recibir el Espíritu; el mundo no está en la disposición requerida para recibir este don del Padre. La situación de los discípulos es diametralmente opuesta. Es a los discípulos a quienes el Padre dará el Pará¬clito, y por tanto, a ellos se manifestará Je¬sús. Los discípulos, a diferencia del mundo, pueden recibir el Paráclito, porque ellos desde ahora están en la disposi¬ción requerida: «vosotros sí lo conocéis, porque mora con vosotros».

Jesús se refiere a la situación de los discípulos antes de su partida. Durante la vida públi¬ca de Jesús, el Espíritu estaba actuando en él. Y estando en Jesús, «mora con los discípulos», que fueron llamados para estar siem¬pre con Jesús (ver Mc 3,14; Jn 1,39). Recordamos que la señal dada a Juan el Bautista es ésta: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo» (Jn 1,33). Y los discí¬pulos, a diferen¬cia del mundo, son capaces de «ver», es decir dis¬cernir, el Espíri¬tu en acción en la vida, obras y palabras de Jesús. En efecto, ellos ya «cre¬ían y sabían que Jesús era el Santo de Dios» (Jn 6,64). Por eso, Jesús dice en la última cena que ellos «conocen el Espíri¬tu». Esta expe¬rien¬cia del Espíri¬tu, este conoci¬miento aún rudi¬menta¬rio e implícito que ellos tie¬nen, es una condi¬ción sufi¬ciente para que puedan recibir el don del Espíri¬tu.

Este Espíritu, el mundo no lo puede recibir, porque “el mundo” no echa de menos a Jesús. El mundo piensa que puede hacerlo todo sin Jesús. El contraste entre los discípulos y el mundo fue expresado por Jesús en esa misma ocasión cuando advirtió a sus discípulos: «Vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». El mundo no necesita un Consolador ni un Defensor, pues se siente satisfecho y autosuficiente. Los discípulos, en cambio, recibirán el Espíritu y entonces se cumplirá lo anunciado por Jesús: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20).

J El Pentecostés samaritano

En la Primera Lectura vemos cómo se verifica la promesa de Jesús: el Espíritu Santo desciende por medio de Pedro y de Juan sobre los samaritanos, convertidos a la fe y bautizados en el nombre de Jesús, gracias a la predicación y curaciones del diácono Felipe (ver Hch 8, 5-17). Este pasaje constituye una suerte de «Pentecostés samaritano» al igual que en la casa del centurión romano Cornelio (ver Hch 10,44) donde baja el Espíritu Santo en suelo «pagano». Ambos casos son el eco del gran Pentecostés «judío» que leemos al principio de los Hechos de los Apóstoles (2,1-4). Es muy significativa la apertura de Samaría a la Buena Nueva, pues era una zona hostil al judaísmo. Diríamos que es casi pagana para los judíos, aunque con buena imagen en los distintos relatos evangélicos. Los samaritanos que estaban excluidos de la comunidad judía como herejes, entran ahora en la comunidad cristiana, el Nuevo pueblo de Dios, para adorar al Padre en espíritu y verdad, como Jesús dijo a la Samaritana (ver Jn 4,23).

+ Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de hoy nos lleva al Cenáculo. Durante la Última Cena, antes de afrontar la pasión y la muerte en la cruz, Jesús promete a los Apóstoles el don del Espíritu Santo, cuya tarea será enseñar y recordar sus palabras a la comunidad de los discípulos. Lo dice Jesús mismo: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). Enseñar y recordar. Esto es lo que hace el Espíritu Santo en nuestros corazones.

En el momento en el que está por regresar al Padre, Jesús anuncia la venida del Espíritu que ante todo enseñará a los discípulos a comprender cada vez más plenamente el Evangelio, a acogerlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante con el testimonio. Mientras está por confiar a los Apóstoles —que quiere decir, en efecto, «enviados»— la misión de llevar el anuncio del Evangelio a todo el mundo, Jesús promete que no quedarán solos: estará con ellos el Espíritu Santo, el Paráclito, que estará a su lado, es más, estará en ellos, para defenderlos y sostenerlos. Jesús regresa al Padre, pero continúa acompañando y enseñando a sus discípulos mediante el don del Espíritu Santo.

El segundo aspecto de la misión del Espíritu Santo consiste en ayudar a los Apóstoles a recordar las palabras de Jesús. El Espíritu tiene la tarea de despertar la memoria, recordar las palabras de Jesús. El divino Maestro ya había comunicado todo lo que quería confiar a los Apóstoles: con Él, Verbo encarnado, la revelación está completa. El Espíritu hará recordar las enseñanzas de Jesús en las diversas circunstancias concretas de la vida, para poder ponerlas en práctica. Es precisamente lo que sucede aún hoy en día en la Iglesia, guiada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que pueda llevar a todos el don de la salvación, es decir, el amor y la misericordia de Dios. Por ejemplo, cuando vosotros leéis todos los días —como os he recomendado— un trozo, un pasaje del Evangelio, pedid al Espíritu Santo: «Que yo entienda y recuerde estas palabras de Jesús». Y después leer el pasaje, todos los días... Pero antes, esa oración al Espíritu, que está en nuestro corazón: «Que recuerde y entienda».

Nosotros no estamos solos: Jesús está cerca de nosotros, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Su nueva presencia en la historia se realiza mediante el don del Espíritu Santo, por medio del cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado.

El Espíritu, efundido en nosotros con los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, actúa en nuestra vida. Él nos guía en el modo de pensar, de actuar, de distinguir qué está bien y qué está mal; nos ayuda a practicar la caridad de Jesús, su donarse a los demás, especialmente a los más necesitados.No estamos solos. Y el signo de la presencia del Espíritu Santo es también la paz que Jesús dona a sus discípulos: «Mi paz os doy» (v. 27). Esa es diversa de la que los hombres se desean o intentan realizar. La paz de Jesús brota de la victoria sobre el pecado, sobre el egoísmo que nos impide amarnos como hermanos. Es don de Dios y signo de su presencia. Todo discípulo, llamado hoy a seguir a Jesús cargando la cruz, recibe en sí la paz del Crucificado Resucitado con la certeza de su victoria y a la espera de su venida definitiva.

Que la Virgen María nos ayude a acoger con docilidad al Espíritu Santo como Maestro interior y como Memoria viva de Cristo en el camino cotidiano».

Papa Francisco. Regina Coeli. San Pedro. Domingo 1 de mayo de 2016.





' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. San Pedro nos dice: «dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza». ¿Soy capaz de dar razón de mi fe y de mi esperanza?

2. ¿Cómo puedo prepararme para la gran fiesta del Espíritu Santo que será en dos semanas? Podemos por ejemplo, leer las partes de la Biblia en donde se menciona la presencia del Espíritu Santo.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 683 – 690. 1817-1821.


TEXTO FACILITADO: Juan Ramón Pulido, presidente diocesano de Adoracion Nocturna Española. Teoledo






sábado, 9 de mayo de 2020

5ª semana de Pascua. Domingo A: Jn 14, 1-12


Estamos en tiempo de Pascua, tiempo en que por la vivencia de Cristo Resucitado nos sentimos impulsados hacia la esperanza y la alegría en nuestra fe. Hoy la Iglesia nos recuerda palabras esperanzadoras de Jesús en la Ultima Cena. Los apóstoles estaban perturbados, llenos de angustia, porque Jesús, como humano que era, también lo estaba, aunque puesto en las manos de su Padre. El ambiente era triste y la turbación aumentó cuando Jesús predijo la traición de Judas y las negaciones de Pedro. En ese momento Jesús comienza a consolarles, como una madre puede hacerlo con sus hijos: “No se turbe vuestro corazón”. Les quiere tranquilizar con una gran promesa: El se va al Padre para prepararles un lugar.

En nuestra vida encontramos muchas personas desorientadas y angustiadas por los acontecimientos y por los sinsabores de la vida. Nosotros mismos a veces nos sentimos turbados. Es necesaria la fe y la esperanza. Fe en Jesús, que es lo mismo que tener fe en Dios, que es Padre bueno, que está con nosotros. Esperanza en Jesús que ha resucitado para prepararnos un lugar en el cielo. Claro que para ir allí hay que seguir el verdadero camino. Así se lo decía Jesús a los apóstoles; pero Tomás, el hombre práctico, se vuelve a Jesús y le dice que cómo van a seguir ese verdadero camino, si no conocen cuál es el camino. La fe o creencia en Jesús no tiene porqué ser ciega y sentimental, sino que debe ser razonada: Aunque no entendamos muchas cosas, por lo menos entendemos que no lo podemos entender. El hecho es que a Jesús le agradó la pregunta, pues contestó con una de esas frases muy importantes en el evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

El domingo pasado nos decía Jesús que era la puerta. Hoy nos dice que es el camino. Es algo muy parecido. El camino es un medio para llegar a la meta, al destino. En nuestro caso es la manera de llegar a la plenitud de la vida. Si esto nos lo dijera otra persona, sería algo falso y pretencioso. Dicho por Jesús, sabemos que es la verdad, porque es Dios igual al Padre y es Amor hacia todos nosotros.

Ser camino significa que si vivimos como Jesús vivió y si amamos como Él, un día podemos llegar a la casa del Padre. Para todos los desorientados Jesús con su vida les enseña el camino. Desgraciadamente hay muchos falsos profetas que pretenden desorientar. Jesús es el único camino, el amor. Aunque luego en la práctica también podemos decir que hay muchos caminitos para ir a Dios, como hay diferentes culturas o maneras de ver la vida. Todas deben pasar por el sentido del servicio por amor.

Si Jesús es el camino es porque es la verdad. Hay mucha gente dominada por la mentira, el engaño, la corrupción. Jesús es la palabra del Padre, que quita las tinieblas del alma y nos da la luz. Y para que este camino lo podamos seguir con energía, Jesús se presenta como la vida. Él resucitó triunfando sobre la muerte. Él había dado su vida para recibirla gloriosa y para que nosotros podamos tener la vida eterna.

Esta vida, que esperamos tener en plenitud un día, ahora vamos adquiriéndola por medio de los sacramentos y por medio de la palabra de Dios, donde encontramos la verdad, que es Jesús. Él, que es camino, verdad y vida, sigue a nuestro lado en nuestro caminar de cada día. Es nuestro amigo que vive con nosotros y con quien podemos conversar cuando queramos, y que nos espera en el cielo.
En nuestra vida espiritual y en nuestra acción apostólica hay que desterrar todo desánimo o desconfianza o pesimismo y tristeza. Este pensamiento de poder ir un día a la casa del Padre cambia totalmente el sentido de la muerte y por lo tanto de la vida. Sólo tenemos que esforzarnos por conocer más a Jesucristo, su vida y su mensaje, para seguirle con todo nuestro corazón y vida. Esta es nuestra fe: creer en Jesús, que es creer en Dios. Ser cristiano es vivir en plenitud como hijos de Dios. Si así vivimos, seremos testigos para otros de Jesús, que es camino, verdad y vida.

Texto: Anónimo

Domingo de la Semana 5ª de Pascua. Ciclo A – 10 de mayo 2020 «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 6,1-7

«Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: "No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra". Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe.»

Lectura de la Primera carta de San Pedro 2, 4-9

«Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo. Pues está en la Escritura: “He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido”. Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, “la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo”. Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados. Pero vosotros sois “linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido”, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz»

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 14, 1-12

«"No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino". Le dice Tomás: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" Le dice Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto". Le dice Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta". Le dice Jesús: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre».

& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Toda la comunidad cristiana se sostiene en «la piedra angular» : Jesucristo. La primera carta de San Pedro (Segunda Lectura), que nos ha acompañado a lo largo de estos cuatro domingos de Pascua, nos ofrece una interpretación cristológica – desde Cristo - del Salmo 118, 22: «la piedra que los constructores desecharon se ha convertido en piedra angular». Pero esa comunidad también tiene los doce pilares que son los Doce apóstoles que Jesús mismo escogió y que asumen su misión de guiar, enseñar y regir; ya desde el comienzo del peregrinar de la Iglesia (Primera Lectura). En el Evangelio, Jesucristo nos deja una de las frases más importantes de toda su enseñanza: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Es Él quien nos conduce a la casa del Padre revelándonos así nuestra altísima dignidad: somos llamados a ser hijos en el único Hijo, Jesucristo.

K «No se inquiete vuestro corazón»

El Evangelio de hoy comienza con una frase verdadera¬mente consoladora especialmente para los momentos que estamos viviendo: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed tam¬bién en mí». Fue pronunciada durante la última cena con sus discí¬pulos en el contexto de la despedida de Jesús. Para entender el diálogo que se produce entre Jesús y sus discípulos es necesario remontarse a los versículos precedentes y saber de qué se está hablando. Jesús había anunciado su eminente partida, entonces Pedro le pregun¬ta: «Se¬ñor, ¿a dónde vas?». Esta pregunta admite dos res¬puestas, ambas verdaderas. Una respuesta es: «Voy allá de donde vine, es decir, al Padre», y de esta meta está hablando Jesús. Y la otra respuesta es: «Voy a Jerusalén a morir en la cruz», y esto es lo que entiende Pedro. La respuesta que Jesús da a Pedro no aclara su destinación: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Sigue, por lo tanto, en el aire la pregunta hecha por Pedro. En este contexto Jesús asegura a sus discípulos que Él se les ade¬lantará para ir a preparar un lugar para ellos; «lue¬go -dice Jesús- volveré y os tomaré conmi¬go, para que donde yo esté estéis también vosotros». Entonces ya no habrá sepa¬racio¬nes. Jesús ha insinuado a sus apósto¬les su destinación, diciéndo¬les que en la casa de su Padre hay muchas mansiones. Y confía en que sus apóstoles, a esta altura, le han enten¬dido y ya saben el camino.

Por eso dice: «Adonde yo voy sabéis el camino». Pero lamentablemente, los apóstoles, como algunos de nosotros, siguen sin entender sus palabras y siguen pensando que él se dirigirá a algún lugar de esta tierra. Habría sido mucho que el mismo Pedro, después de la res¬puesta que recibió, insistiera en preguntar. Pero ahora lo hace Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». La respuesta que Jesús da aclara todo. Es una de las frases más importantes del Evangelio; indica el camino y la meta final: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí".

J «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»

Al manifestarse como «el Camino, la Verdad y la Vida» queda más claro que hablaba de su ida al Padre y que para llegar allá no hay más camino que Él mismo. La noción de «camino» es antigua en Israel. Este era el modo de llamar a la norma de conducta codifi¬cada en la Ley. La Ley era considerada como el camino que conduce a la vida. Son frecuentes en los Salmos expresio¬nes en este sentido: «Hazme vivir conforme a tu palabra... hazme entender el camino de tus ordenanzas... He escogido el camino de la lealtad a ti, a tus juicios me conformo... Corro por el camino de tus mandamientos... Enséñame, Señor, el camino de tus preceptos» (ver Sal 119,25-33). Isaías anuncia un momento en que el pueblo escu¬chará al Señor que le indicará: «Este es el camino, caminad por él» (Is 30,21). Debemos considerar que los discípulos de Jesús eran miembros del pueblo de Israel y esperaban justamente que Jesús les indicara ese camino. Y en este trasfondo adquiere la declaración de Jesús todo su sentido y profundidad: «Yo soy el cami¬no». Tal vez el mejor comentario a esta afirma¬ción lo encontramos expresa¬do por San Pablo: «El hombre no se justifica por su cum¬plimiento de las obras codificadas en la ley, sino sólo por la fe en Jesucristo» (ver Ga 2,16). Por eso, Jesús comienza el diálogo exhortando: «Creéis en Dios, creed también en mí».

«Yo soy la verdad» declara Jesús sobre sí mismo. Hoy día muchas voces nos quieren convencer de que la verdad no existe y que todo es relativo: lo que hoy es verdad, mañana, en otras circunstancias, puede no serlo. Y esta mentalidad ha contaminado incluso a muchos cristianos, de manera que temen afirmar algo con certeza y claridad. La «verdad absoluta» existe y no hay que tener temor de decirlo. La verdad que no cambia y no defrau¬da, es Jesucristo. Cuando Jesús dijo ante Pilato: «Yo he venido al mundo para dar testimo¬nio de la verdad, todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37), tuvo que escuchar la pregunta incrédula de Pilato: «¿Qué es la verdad?» Los cristianos sabemos cuál es la respuesta a la pregunta de Pilato: «Cristo es la Verdad». La verdad es aquello que puede ofrecer una base firme y segura para la vida, de manera que quien se apoya en ella, no queda defraudado. Esta base es Jesucristo mismo. Cristo no cambia, porque «Él es el mismo ayer, hoy y por la eternidad» (ver Hb 13,8).

«Yo soy la Vida», nos dice Jesús. ¿De qué vida habla? Se trata sin duda de la vida definitiva, no de la vida terrena. Jesús no es solo un medio, Él es ya el punto de llegada. Él es la vida eterna que todos anhela¬mos y a la cual todos esta¬mos desti¬nados. Toda la primera carta de San Juan queda incluida entre dos afirmacio¬nes de la Vida. Co¬mienza dicien¬do: «La Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eter¬na». Y concluye: «Nosotros estamos en... Jesucristo. Este es el Dios verdade¬ro y la Vida eterna» (1Jn 1,2... 5,20). Por eso, Jesús es tajante en decir: «Nadie va al Padre sino por mí».

K Entonces... ¡muéstranos al Padre y nos basta!

Tras esta magnífica revelación el apóstol Felipe le hace esta peti¬ción: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Él está convencido que Jesús lo puede hacer y por eso se anima a hacerle este pedido. Pero, a pesar de esto, recibe un reproche de Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». El gran San Agustín comenta: «Feli¬pe deseaba conocer al Padre como si el Padre fuera mejor que el Hijo. Y así demostraba no conocer tampoco al Hijo, pues creía que podía haber algo mejor que Él». Su error es pensar que hay algo más que Jesús, como si Jesús mismo no bastara. Por eso Jesús le dice: «Aún no me conoces. Si me conocieras a mí, conocerías también al Padre». Cristo basta, pues en Él está la plenitud de la divinidad. En dos ocasiones Jesús repite: «¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?... Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí». Y de esta manera, Jesús revela su propia identidad: Él es el Hijo, posee la misma naturaleza divina que el Padre, es de la misma sustancia que el Padre. El Hijo no es el Padre, ni el Padre es el Hijo: son dos personas distintas; pero Dios es uno solo. Por tanto, dirigiéndome al Hijo, es decir, a Cristo -que es el Hijo Encarna¬do y hecho Hombre-, yo encuentro al mismo Dios que dirigiéndome al Padre. Es más, Jesús es el único acceso al Padre, según su declara¬ción: «Nadie va al Padre sino por mí».

J El Nuevo Pueblo de Dios

En las lecturas del Libro de los Hechos de los Apóstoles vamos conociendo nuestras raíces en los primeros pasos de la Iglesia. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; todos pensaban y sentían lo mismo y ninguno pasaba necesidad. A pesar de que los cristianos de la comunidad de Jerusalén pertenecían a la raza judía, sin embargo, tenían diferentes lenguas y costumbres. Unos son judíos palestinos que hablan hebreo y otros son judíos provenientes de la diáspora que hablan griego (koiné), la lengua común del imperio romano. Estos últimos se quejan que sus viudas no son adecuadamente atendidas. Entonces los Apóstoles seleccionan siete varones para que se hagan cargo de la administración, quedando así ellos liberados para la oración y el servicio de la palabra. Los sietes elegidos tienen nombres griegos. Presentados a los Doce, éstos les imponen las manos orando y surge así un nuevo ministerio eclesial; que más tarde se identificó con el diaconado; si bien no se limitaron a la administración, pues Esteban y Felipe aparecen ocupados también en la evangelización. Los miembros de este Nuevo Pueblo de Dios no somos un número de estadística, de registro en una encuesta; sino somos «piedras vivas» del edificio de la Iglesia que es el Espíritu Santo y cuya piedra angular, fundacional y de cohesión es Jesucristo Resucitado. Así se desprende de esta catequesis bautismal que contiene la primera carta del apóstol San Pedro.

+ Una palabra del Santo Padre:

El pasaje evangélico de Juan propuesto por la liturgia (14, 6-14) —explicó Francisco— «es parte del largo discurso de Jesús en la última cena, el discurso de despedida: Él se despide antes de ir a la Pasión». Y dice a los apóstoles: «No os dejaré huérfanos; no os dejaré solos; voy a prepararos un sitio». Además, destacó el Papa, en los «dos versículos anteriores a este pasaje que hemos escuchado» se lee: «Donde yo voy sabéis el camino, vosotros conocéis el camino». Y Tomás responde: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Y es aquí donde inicia el texto evangélico de la liturgia del día, con Jesús que dice a Tomás: «Yo soy el Camino». Es «la respuesta a la angustia, a la tristeza, a la tristeza de los discípulos por esta despedida de Jesús: ellos no comprendían mucho, pero estaban tristes por esto». Por ello Jesús dice a Tomás: «Yo soy el Camino».

Esta expresión de Jesús, afirmó Francisco, «nos hace pensar en la vida cristiana», que «es un camino: comenzamos a caminar con el bautismo, y camino, camino, camino». Se puede decir que la vida cristiana «es un camino y el camino justo es Jesús». Tanto que él mismo dijo: «Yo soy el Camino». Por lo tanto, «para caminar bien en la vida cristiana el camino es Jesús».

Pero, advirtió el Papa, «hay muchos modos de caminar». Está «ante todo el que no camina. Un cristiano que no camina, que avanza, es un cristiano “no cristiano”, por decirlo así: es un cristiano un poco pagano, está allí, está inmóvil, no avanza en la vida cristiana, no hace florecer las bienaventuranzas en su vida, no hace obras de misericordia, está estático». Es más, añadió Francisco, «disculpadme la palabra, pero es como si fuese una “momia”, eso, una “momia espiritual”». Y «existen cristianos que son “momias espirituales”, estáticos: no hacen mal a nadie, pero no tampoco el bien. Pero este modo de ser «no dará fruto: no es un cristiano fecundo porque no camina».

Luego, continuó el Papa, hay algunos que «caminan y se equivocan de camino». Pero «también nosotros muchas veces nos equivocamos de camino». Es «el Señor mismo quien viene y nos ayuda, no es una tragedia equivocarse de camino». En efecto, «la tragedia es ser terco y decir: “este es el camino”, y no dejar que la voz del Señor nos diga: “Este no es el camino, vuelve, vuelve hacia atrás y retoma la senda auténtica”». Hay que «retomar el camino cuando nos damos cuenta de los errores, de las equivocaciones que cometemos» y «no ser tercos e ir siempre por la senda equivocada, porque esto nos aleja de Jesús, porque Él es el camino y no el camino equivocado».

Es más, explicó Francisco, «hay otros que caminan, pero no saben dónde van: son errantes en la vida cristiana, vagabundos». En tal medida que «su vida es un dar vueltas, por aquí y por allá, y, así, pierden la belleza de acercarse a Jesús en la vida de Jesús». O sea, «pierden el camino porque dan muchas vueltas, y muchas veces este dar vueltas, dar vueltas errantes, los conduce a una vida sin salida: dar demasiadas vueltas se convierte en un laberinto y luego no saben cómo salir». Así, al final, «pierden la llamada de Jesús, no tienen brújula para salir y dan vueltas, dan vueltas, buscan».

Luego, continuó el Papa, «hay otros que en el camino son seducidos por una belleza, por algo, y se quedan en la mitad del camino, fascinados por lo eso que ven, por esa idea, por esa propuesta, por ese paisaje, y se detienen». Pero «la vida cristiana no es una fascinación: es una verdad. Es Jesucristo». Y «santa Teresa de Ávila decía, hablando de este camino: “Nosotros caminamos para llegar al encuentro con Jesús”»: precisamente «como una persona que camina para llegar a un sitio, no se detiene porque le gusta un albergue, porque le gusta el paisaje, sino que sigue adelante, adelante, adelante». Pero «en la vida cristiana» está bien «detenerse, contemplando las cosas que me gustan, las bellezas —están las bellezas y hay que contemplarlas, porque las hizo Dios—, pero no quedarse allí». Hay que «continuar la vida cristiana». Por ello hay que hacer «que algo hermoso, algo sereno, una vida tranquila no me fascine haciendo que me detenga». De este modo, afirmó el Papa, hay «muchas formas de no recorrer el justo camino», porque «el justo camino, la senda justa es Jesús».

Papa Francisco. Homilía en la misa matutina en la Casa Santa Marta, 3 de mayo de 2016.

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. «No se turbe vuestro corazón». Bellas ya actuales palabras del Maestro Bueno que conoce lo que estamos viviendo y nos consuela. Abramos nuestro corazón en una oración a Jesús.

2. Acojamos las palabras del Papa Francisco: «Un cristiano que no camina, que avanza, es un cristiano “no cristiano”, por decirlo así: es un cristiano un poco pagano, está allí, está inmóvil, no avanza en la vida cristiana».


3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 668 - 677. 857- 865. 1267-1269.


texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACIÓN NOCTURNA en TOLEDO


sábado, 2 de mayo de 2020

4ª semana de Pascua. Domingo A: Jn 10, 1-10




En este 4º domingo de Pascua todos los años la Iglesia nos propone esta alegoría del Buen Pastor. No es parábola, porque no está contando una historia, sino alegoría o comparación con lo que pasa en el pastoreo. Se divide en tres partes. Este año del ciclo A consideramos la parte primera. Comienza Jesús haciendo distinguir al que es pastor del que no lo es por el hecho de entrar o no por la puerta. Había una costumbre en Israel, especialmente con rebaños pequeños, en que por la noche varios pastores metían sus rebaños en un mismo corral. Un guarda se quedaba custodiando. Al amanecer los pastores iban llegando y el portero les abría. Entonces cada uno daba su voz o silbido característico y salía con sus ovejas, que conocían su voz y le seguían.

Al que no entraba por la puerta, porque el guarda no le dejaba, Jesús le llama ladrón y salteador. En lo espiritual son palabras fuertes, refiriéndose Jesús a las autoridades judías que no se preocupaban por el pueblo, sino que lo único que buscaban era su propia satisfacción y provecho. De una manera más incisiva lo había dicho el profeta Ezequiel hablando de las autoridades de su tiempo. Esta imagen del pastor era frecuente en la Escritura para hablar de reyes, profetas y jefes de Israel. Hasta a Dios se le llamaba a veces pastor, como en el famoso salmo de la misa de hoy. La palabra pastor no indicaba, pues, ser pobre o algo romántico, sino que quería expresar una persona de coraje, de audacia y prudencia.

Todos somos más o menos pastores, unos de otros. En la vida debemos conducir a otros y dejarnos conducir por otros. Hay personas que se definen como líderes, como puede ser cierta clase de artistas que arrastran a otros, especialmente jóvenes, que ponen en ellos toda la ilusión; pero luego se dan cuenta, quizá demasiado tarde, que todas las cualidades humanas son pasajeras. Lo importante es entusiasmarse por alguien que valga la pena, no por un ídolo transitorio que vaya a dejarnos con un angustioso vacío. Nosotros cristianos sabemos que el único que no pasa, y que puede ser verdadero guía y líder, es Jesucristo. Claro que para seguirle no hay que regatear esfuerzos y hay que conocer su voz. La voz de Jesús está en la Escritura, sobre todo cuando es interpretada por el magisterio de la Iglesia. A san Pedro le nombró como pastor visible o representante suyo. También en la Iglesia hay otros que tienen este deber de pastoreo y de guiar en el camino hacia Dios, unidos con Jesucristo.

Jesús hoy nos dice también otra frase muy significativa: “Yo soy la puerta”. Hay personas que dicen que se puede creer en cualquier dios. Pero ser cristiano es creer sólo en el Dios manifestado por Jesucristo. Esto es lo que significa ser puerta o entrar por la puerta que es Cristo. Es seguirle en su enseñanza y en el ejemplo de su persona. Esto es lo que nos distingue. Entrando por Jesús, encontraremos la verdadera salvación. Él nos da la verdadera vida y vida en abundancia. Claro que esta puerta “es estrecha”, por lo cual hay que afinarse y a veces hacernos violencia. La realidad es que muchas personas sólo buscan lo que apetece, lo que no supone esfuerzo, y por lo tanto nunca pasan de la mediocridad. Seguir a Jesús significa decisión; pero también una alegría muy grande y una satisfacción de conseguir una vida que vale la pena. El hecho de ser Jesús la puerta es lo mismo que ser el “camino”. Hoy día hay mucha confusión, porque muchos creen que todos los caminos son iguales hacia Dios. Que sea Jesús la puerta, es signo de libertad y confianza para cuantos acuden a Él.
Cristo es puerta, porque nos facilita el acceso al Padre. Él quiere que en la comunidad haya personas que colaboren con Él en la guía y en la defensa del pueblo cristiano. Este día, desde hace ya bastantes años, es un día especial de oraciones por las vocaciones: para que haya más guías del pueblo de Dios; pero sobre todo para que imiten lo mejor posible el amor de Jesús y no sean como los malos pastores, que sólo buscan su propio provecho material.

Anónimo

Domingo de la Semana 4ª de Pascua. Ciclo A – 3 de mayo de 2020 «He venido para que tengan vida»



Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,14a.36-41): Dios lo ha constituido Señor y Mesías.

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: -«Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.»
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: -«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» Pedro les contestó: -«Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.»
Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: -«Escapad de esta generación perversa.»
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

Salmo 22,1-3a.3b-4.5.6: El Señor es mi pastor, nada me falta. R./

El Señor es mi pastor, nada me falta: // en verdes praderas me hace recostar; // me conduce hacia fuentes tranquilas // y repara mis fuerzas. R./

Me guía por el sendero justo, // por el honor de su nombre. // Aunque camine por cañadas oscuras, // nada temo, porque tú vas conmigo: // tu vara y tu cayado me sosiegan. R./

Preparas una mesa ante mi, // enfrente de mis enemigos; // me unges la cabeza con perfume, // y mi copa rebosa. R./

Tu bondad y tu misericordia me acompañan // todos los días de mi vida, // y habitaré en la casa del Señor // por años sin término. R./

Lectura de la Primera carta de San Pedro (2,20b-25): Habéis vuelto al pastor de vuestras vidas.

Queridos hermanos: Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (10,1-10): Yo soy la puerta de las ovejas.

En aquel tiempo, dijo Jesús: -«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: -«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mi son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Este cuarto Domingo de Pascua es conocido en todo el mundo católico como el del «Buen Pastor». Todas las lecturas nos ayudan a profundizar en la relación del Pastor con sus ovejas. En el Evangelio el Buen Pastor se identifica con la Puerta de las ovejas. Él guía a las ovejas por caminos seguros para que estén a salvo y encuentren vida abundante. Será San Pedro quien explicará cómo entrar por la puerta del redil: mediante la conversión, el bautismo (Primera Lectura) y siguiendo las huellas dejadas por el Buen Pastor (Segunda Lectura).

J El Buen Pastor y su rebaño

Era normal en los pueblos nómades del Antiguo Testamen¬to que se comparara la relación entre el gobernante y su pueblo con la del pastor y su rebaño. El buen pastor conoce a sus ovejas, las ama, vela en modo particular por las más débiles, las conduce a los pastos y a las fuentes de agua. El pueblo anhelaba jefes que se comportaran de esa manera. Pero, a veces, ¡qué desilusión!, los jefes trataban al pueblo de manera autoritaria y se servían de él para su propio interés. Por eso, pronto se comprendió que el único que merece el título de «pastor del pueblo» es Dios mismo pues sólo Él ama y da la vida por sus ovejas.

En el culto el pueblo cantaba: «El Señor es mi Pastor, nada me falta; por prados de fresca hierba me apacienta; hacia las aguas de reposo me conduce y conforta mi alma... aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan...» (Sal 23,1-4). Y contra los malos gobernantes del pueblo Dios advierte por intermedio del profeta Ezequiel: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!... No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida, no habéis tornado a la descarriada ni buscado a la perdida: sino que las habéis dominado con violencia y dureza» (Ez 34,2.4). Y, a través del mismo profeta, Dios promete al pueblo: «Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará, mi siervo David: él las apacentará y será su pastor» (Ez 34,23). Desde entonces el pueblo esperaba el cumplimiento de esta promesa y miraba hacia el futuro anhelando la aparición de un nuevo David. Y cuando Jesús comenzó a resaltar por sus enseñanzas y sus milagros en favor del pueblo sencillo; surgió inmediatamente la pregunta que estaba en el ambiente: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús responde afirmando: «Yo soy el buen pastor... yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

K ¿A quién escuchar y a quién seguir?

En la primera parte del décimo capítulo del Evangelio según San Juan, Jesús está interesado en dar un criterio claro para discernir a quién se debe escuchar y seguir, así como de quien uno debe de alejarse. En todos los tiempos han existido falsos profetas y maes¬tros que arras¬tran a hom¬bres y mujeres. Nuestro tiempo es testigo de una proliferación de líderes religiosos, gurúes o jefes de sectas que seducen a muchas personas y se aprovechan de ellas con toda clase de habladurías. Contra ellos advierte Jesús diciendo: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas». Sigue indicando Jesús diversos criterios para distinguir al pastor del salteador. Al pastor le abre el portero la puerta del redil; conoce las ovejas y las llama a cada una por su nombre y ellas lo escuchan; camina delante de ellas y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Por otro lado, no conocen la voz de los extra¬ños y no los siguen, sino que huyen de ellos.

El Evangelista San Juan comenta que «ellos» no entendían lo que les hablaba (Jn 10,6). ¿A quiénes dirige Jesús esta parábola? ¿Quiénes son «ellos»? La exposi¬ción de la parábola comienza con la fórmula: «En verdad, en verdad os digo...». En el cuarto Evangelio esta fórmula introduce siempre un tema que ya ha sido tratado y que ahora es retomado para am¬pliarlo o presentarlo bajo una nueva luz. Hay que volver la aten¬ción, entonces, hacia lo que precede. En el capítu¬lo 9 se ha relata¬do la curación del ciego de nacimiento. Este hombre, después de discusiones con los fariseos, es excluido de la sinagoga: «Lo echaron fuera» (Jn 9,34). Es que «los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno reconocía a Jesús como Cristo, quedara excluido de la sinagoga» (Jn 9,22).

Y en este momento se encuentra con Jesús que lo acoge, después que ha confesado su fe en él, diciendo: «Creo, Señor» (Jn 9,38). En ese acto de fe queda, al mismo tiempo, excluido de la sinagoga y acogido entre los discípu¬los de Cristo. Este es el acto de fe que tiene que hacer todo el que es acogido en la Iglesia de Cristo por medio del Bautismo. El episodio concluye con la pregunta de los fariseos a Jesús: «¿Es que también noso-tros somos ciegos?» (Jn 9,40). Es para ellos que Jesús formula esta parábola de la puerta. El contraste entre Jesús y los fariseos queda en evidencia en el modo cómo tratan al ciego de naci¬miento: los fariseos lo echan fuera; Jesús lo sana y lo acoge respondiendo al perfil del pastor que Él mismo ha dado. Pero diciendo: «Yo soy la puerta», Jesús insinúa que también hay otros verdaderos pastores y nos ofrece un criterio que nos permita discernir el pastor del ladrón. Todo el que entra por Él, es decir, todo el que llega al rebaño en el nombre de Cristo y con un mandato suyo: ese es pastor de las ovejas y promueve la vida de las ovejas. El que no es enviado por Cristo, sino que se envía a sí mismo, es un ladrón que entra por otro lado.


J «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia»

Este Evangelio culmina con una declaración de Jesús sobre su propia identidad y misión: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Lo primero que llama la atención es el pronombre personal «Yo». Este pronombre está en el lugar del nombre de Jesús, que es quien habla, y tiene valor enfático. El «Yo» que pronuncia Jesús está en el lugar de una Persona divina. Jesús dice: «He venido». Esta afirmación nos sugiere la pregunta: ¿De dónde? Ciertamente no se refiere a su venida desde algún otro lugar de esta tierra; se refiere al misterio de su origen celestial. Había discusión respecto a su origen: «Unos decían: ‘Este es el Cristo’. Pero otros replicaban: ‘¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo?’... ‘Éste sabemos de dónde es, mientras que cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es’» (Jn 7,41.27). Había expectativa sobre la venida del Cristo, como se deduce de las palabras de la samaritana: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo desvelará todo» (Jn 4,25). Al decir Jesús: «He venido» está afirmando que la espera acabó y que el Cristo ya está aquí. Así lo creía ya otra mujer, Marta: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Jn 11,27).

«Para que tengan vida» es el objetivo de su venida. La vida es lo más valioso que tiene cada uno; vale más que el mundo entero. Jesús lo dice en una frase inapelable; hasta ahora nadie la ha discutido: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,26). Jesús se identifica diciendo: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). Para demostrarlo devolvió la vida a Lázaro que yacía en el sepulcro. Los milagros de curaciones demuestran que Él ejerce su poder en favor de la vida. Donde está Jesús prospera la vida; donde Él no está se extienden las fuerzas de la muerte. Finalmente, con la expresión «vida en abundancia»; Jesús se refiere a otro tipo de vida: la vida que Él, como Hijo de Dios, posee. Ésta es la vida que Él llama «vida eterna». Comunicarnos esta vida es el objetivo último de su venida: no simplemente para que poseamos la vida de este mundo, que acaba con la muerte corporal, sino para que poseamos ya desde ahora la vida eterna, que no tiene fin. Jesús vino a hacer la voluntad de su Padre, y aclara: «Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite el último día» (Jn 6,40).

J «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar»

Esta parábola del Buen Pastor fue comprendida en todo su alcance por los apóstoles después de la Resurrección de Cristo. Esto constituye el mensaje central de su predicación como vemos en el discurso misionero o kerigmático de Pedro el día de Pentecostés. El apóstol Pedro proclama a Jesús constituido Señor y Mesías por el Padre. Dos títulos cristológicos fundamentales en la confesión de fe de la primera comunidad. Reconocer a Jesús muerto y resucitado, como Señor y Mesías lleva a la conversión por la fe en Él y al bautismo en su nombre para la salvación eterna. Este es el contenido del kerigma de los Apóstoles. En Hechos de los Apóstoles encontramos cuatro discursos misioneros dirigidos a judíos; el quinto el apóstol se dirige a los gentiles o paganos que estaban en la casa del centurión romano Cornelio (Hch 10,34-43). El sexto discurso es el de Pablo en Antioquía de Pisidia a los judíos (Hch 13,16-41). La Segunda Lectura es una exhortación de Pedro a los esclavos cristianos que pasan por situaciones de sufrimiento y dolor. El modelo de paciencia es Jesús, cuyas actitudes en su Pasión y Muerte se exponen en forma de himno incorporando referencias del Siervo sufriente que leemos en Isaías 53. La paciencia del cristiano, unida al sufrimiento redentor de Jesús, no es resignación fatalista sino es «camino de esperanza» del que se sabe unido a Cristo Resucitado constituido Señor y Salvador. Ellos los que le siguen como guía y pastor ya que «erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas».

+ Una palabra del Santo Padre:

«En este paso del Evangelio —señaló Francisco inmediatamente refiriéndose al pasaje de san Lucas (13, 10-17)— encontramos a Jesús no en el camino, como era su costumbre, sino en la sinagoga: el sábado la comunidad va a la sinagoga a rezar, a escuchar la palabra de Dios y también la prédica; y Jesús estaba allí, escuchando la palabra de Dios». Pero «enseñaba también, porque como tenía una autoridad, una autoridad moral muy grande, lo invitaban a dirigir unas palabras», precisamente para «enseñar a la gente». Y «en la sinagoga había una mujer que estaba encorvada, completamente encorvada, pobre, y no era capaz de estar derecha: una enfermedad de la columna la mantenía así desde hace años».

Y «¿qué hace Jesús? A mí me impresionan —reveló el Papa— los verbos que usa el evangelista para decir lo que hizo Jesús: “vio”, la vio; “llamó”, la llamó; “le dijo”; “impuso sus manos sobre ella y la sanó”». Son «cinco verbos de cercanía».Antes de nada, explicó el Pontífice, «Jesús se acercó a ella: la actitud del buen pastor, la cercanía». Porque «un buen pastor es cercano, siempre: pensemos en la parábola del buen pastor que Jesús predicó», tan «cercano» a la oveja «descarriada que deja a las demás y va a buscarla».

Por lo demás, Francisco afirmó que «el buen pastor no puede estar lejos de su pueblo y esa es la señal de un buen pastor: la cercanía. En cambio, los demás, en este caso el jefe de la sinagoga, aquel grupito de clérigos, doctores de la ley, algunos fariseos, saduceos, los ilustres, vivían separados del pueblo, empobreciéndolo continuamente». Pero, reafirmó el Papa, «estos no eran buenos pastores, estaban cerrados en su propio grupo y no les importaba el pueblo: tal vez les importaba, cuando había terminado el servicio religioso, ir a ver cuánto dinero había en las ofrendas, eso les importaba, pero no estaban cerca del pueblo, no estaban cerca de la gente».He aquí que «Jesús siempre se presenta así, cercano», señaló el Pontífice. Y «tantas veces aparece en el Evangelio que la cercanía viene de aquello que Jesús siente en el corazón: “Jesús se conmovió”, dice, por ejemplo, un pasaje del Evangelio, siente misericordia, se acerca». Por esta razón, «Jesús siempre estaba allí con la gente abandonada por aquel grupito clerical: estaban allí los pobres, los enfermos, los pecadores, los leprosos: estaban todos allí porque Jesús tenía esa capacidad para conmoverse frente a la enfermedad, era un buen pastor». Y «un buen pastor se acerca y tiene capacidad de conmoverse».

«Y yo diré —afirmó Francisco— que la tercera parte de un buen pastor es no avergonzarse de la carne, tocar la carne herida, como hizo Jesús con esta mujer: “tocó”, “impuso las manos”, tocó a los leprosos, tocó a los pecadores». Es «una cercanía muy cercana, cercana». Tocar «la carne», por lo tanto. Porque «un buen pastor no dice: “Pero, sí, está bien, sí, sí, yo estoy cerca de ti en espíritu”». En realidad «esto es distancia» y no cercanía.En cambio, insistió el Papa «el buen pastor hace lo que hizo Dios Padre, acercarse, por compasión, por misericordia, a la carne de su Hijo, eso es un buen pastor». Y «el gran pastor, el Padre, nos ha enseñado como se es un buen pastor: se agachó, se vació, se vació a sí mismo, se rebajó y tomó condición de siervo».

Precisamente «este es el camino del buen pastor» explicó el Pontífice. Y aquí nos podemos preguntar: «Pero, y los demás, los que siguen el camino del clericalismo, ¿a quién se acercan?» esos, respondió Francisco, «se acercan siempre al poder de turno o al dinero y son malos pastores: ellos piensan solo en cómo subirse al poder, ser amigos del poder y negocian todo o piensan en el bolsillo y esos son los hipócritas, capaces de todo». Seguramente «el pueblo no le importa a esta gente. Y cuando Jesús les dice ese buen adjetivo que utiliza tantas veces con estos —“hipócritas”— ellos se ofenden: “Pero nosotros no, nosotros seguimos la ley”». En cambio, «la gente estaba contenta: es una lástima que el Pueblo de Dios vea cuándo los malos pastores son golpeados; es una lástima, sí, pero han sufrido tanto que “gozan” de esto un poco».

«Pensemos —fue la sugerencia del Pontífice— en el buen pastor, pensemos en Jesús que ve, llama, habla, toca y sana; pensemos en el Padre que se hace carne en su Hijo, por compasión». Y «este es el camino del buen pastor, el pastor que hoy vemos aquí, en este pasaje del Evangelio: es una gracia para el Pueblo de Dios tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que sobre esto —no solo ellos, sino todos nosotros— seremos juzgados: estaba hambriento, estaba en la cárcel, estaba enfermo...».«Los criterios del protocolo final —concluyó el Papa— son los criterios de la cercanía, los criterios de esta cercanía total» para «tocar, compartir la situación del Pueblo de Dios». Y «no olvidemos esto: el buen pastor está siempre cerca de la gente, siempre, como Dios nuestro Padre se acercó a nosotros, en Jesucristo hecho carne».

(Papa Francisco. Misa Matutina en Santae Marthae. Lunes 30 de octubre de 2017)




' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1.- Pidamos para que Dios envíe más vocaciones a la vida consagrada y que podamos tener familias generosas que apoyen a sus hijos en sus decisiones.

2.- ¿Qué puedo hacer para ayudar a promover las vocaciones a la vida consagrada?

3.- Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 914 - 933.


texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA, en TOLEDO