sábado, 30 de septiembre de 2017

Domingo de la Semana 26 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 1 de octubre 2017 «¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»



Lectura del libro del  profeta Ezequiel (18, 25-28): Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.

Así dice el Señor: «Comentáis: "No es justo el proceder del Señor.
Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»

Salmo 24,4bc-5.6-7.8-9: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna. R./

Señor, enséñame tus caminos, // instrúyeme en tus sendas: // haz que camine con lealtad; // enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, // y todo el día te estoy esperando. R./

Recuerda, Señor, que tu ternura // y tu misericordia son eternas; // no te acuerdes de los pecados // ni de las maldades de mi juventud; // acuérdate de mí con misericordia, // por tu bondad, Señor. R./

El Señor es bueno y es recto, // y enseña el camino a los pecadores; // hace caminar a los humildes con rectitud, // enseña su camino a los humildes. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses (2, 1-11): Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.

Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme es­ta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la hu­mildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el  interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (21, 28-32): Recapacitó y fue.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." El le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor. " Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del rei-no de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Uno de los temas centrales de este Domingo es la conversión. El texto del profeta Ezequiel[1] quiere mostrarnos que cada uno tiene el deber y la hermosa responsabilidad de convertirse siendo responsable de sus actos y decisiones. Dios, que nos ama profundamente, respeta el don de la libertad que nos ha otorgado (Primera Lectura). Dice Santo Tomás de Aquino: «nada es más adecuado para mover al amor que la conciencia que se tiene de ser amado». En la carta a los Filipenses, Pablo nos exhorta a tomar conciencia del precio que Dios ha pagado por nuestra reconciliación con el sacrificio de su Hijo que: «se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz». Ése es el modelo del cristiano: la humildad y el fiel cumplimiento del Plan del Padre.

En el Evangelio esta enseñanza se profundiza ya que no basta obedecer sólo de palabra los mandamientos de Dios, es necesario que las buenas obras acompañen nuestras palabras. Por esta razón, como dice el Evangelista, los publicanos y las prostitutas precederán a los Maestros de la ley en el Reino de los Cielos. Mientras los primeros dijeron «no» a la voluntad de Dios, pero después se convirtieron de su mala conducta; los segundos, es decir, los Maestros de la ley, creyéndose justos, no sentían la necesidad de convertirse y de hacer penitencia por sus pecados. Con sus palabras decían «sí» a Dios, pero sus obras eran distintas. ¡Qué tragedia el creerse justo y no necesitado de arrepentimiento!

J «Él ha abierto los ojos y se ha convertido…vivirá y no morirá»

Para entender la lectura del profeta Ezequiel es preciso enmarcar históricamente el texto. El pueblo se encuentra en el exilio después de la caída de Jerusalén. La tradición teológica interpretaba lo sucedido como el resultado de los pecados y las infidelidades del pueblo a lo largo de su historia. En realidad, se trataba de una situación fatal e ineludible que la generación presente debía sobrellevar. Ellos soportaban las culpas y pecados de sus antepasados pero al mismo tiempo experimentaban que el castigo era superior a las culpas que habían cometido. Se sentían tratados injustamente. Entonces surgía la pregunta: ¿dónde ha quedado el amor de Dios? ¿Dónde está el Dios de Abraham, de Issac, de Jacob? ¿Qué ha sido de la promesa del Señor?

Daba la impresión de que Yahveh rompía su Alianza: el templo había sido destruido; Jerusalén, la ciudad santa, había sido saqueada y devastada, ardía en llamas; el pueblo,  deportado... Todo era, pues, desaliento, decaimiento y derrota. El profeta Ezequiel se levanta con fuerte y firme voz y encamina al pueblo por distinta ruta. Así, enuncia el principio general: «Cada uno sufrirá la muerte por su propio pecado». Es decir, la responsabilidad es personal y cada uno responderá de sus propios actos. Asimismo, la retribución también es personal. Efectivamente los actos pasados influyen y condicionan de algún modo el presente, pero no son una herencia fatal al estilo de una tragedia griega. Ciertamente será difícil liberarse de las condiciones del pasado, pero es posible porque «Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ez 18,23).

J «¡Cristo Jesús es el Señor! »

El himno de la carta a los Filipenses[2] es uno de los textos fundamentales en la elaboración de la cristología. En este himno el centro en torno al cual gira la reflexión es la frase final: «Jesucristo es Señor». En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (ver Ex 3, 14), YHWH[3], es traducido por «Kyrios» (Señor). «Señor» se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido el título «Señor» para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (ver 1 Co 2,8).

Así pues, el himno de Filipenses indica claramente la perfecta divinidad y la perfecta humanidad de Cristo. Pues bien, Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Aquí no se habla de los discursos del Señor, de sus enseñanzas, sino de sus obras: se despojó, tomó la condición de esclavo, se sometió incluso a la muerte.

Él nos enseña el camino que debe seguir el cristiano: el camino de la humildad, el camino del cumplimiento de la voluntad de Dios en las obras, no sólo en las palabras. Aquí vemos también el poder de Cristo que es el poder de la obediencia, del amor y de la verdad. Jesús es el Señor y en Él descansa confiadamente toda nuestra esperanza.

L «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado tal autoridad?»

El Evangelio de este Domingo está en un contexto de plena controversia. Jesús ha realizado ya su entrada triunfal en Jerusalén. Lo hizo montado en una asna, que es una cabalgadura real, y a su paso la gente gritaba abiertamente: “¡Hosana el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mt 21,9). Entró en el templo y expulsó enérgicamente a los cambistas y vendedores, sanó a ciegos y cojos que allí había. Todo esto no agradó a las autoridades. «Los Sumos Sacerdotes y los escribas al ver los milagros…se indignaron» (Mt 21,15). Querían que Jesús callara los gritos de la gente. Pero Jesús lejos de encontrarlos excesivos, los encuentra adecuados a la realidad y dice: «¿No habéis leído que “de la boca de los niños y de los que aún maman te preparaste alabanza”?» (Mt 21,16). Al día siguiente, nuevamente en el Templo enseñando, se le acercan los Sumos Sacerdotes y los Ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Quién te ha dado tal autoridad?» (Mt 21,23).

La pregunta viene directamente de aquellos que detentan la máxima autoridad religiosa de Israel. Si la pregunta hubiera sido hecha con buena voluntad, Jesús hubiera respondido «Yo soy el Hijo de Dios…Yo y el Padre somos uno…Me ha sido dado el poder sobre el cielo y la tierra» (Jn 10,30.36; Mt 28,18). Pero si hubiera respondido así se habrían rasgado las vestiduras y lo habrían condenado a muerte acusándolo de blasfemia. Todavía no era su hora. Por eso, antes de responder Él hace una pregunta: «¿El bautismo de Juan, de dónde era, del cielo o de los hombres?»(Mt 21,25). Ellos opinan que el bautismo de Juan es de los hombres, pero no quieren arriesgarse a decirlo y responden: «No sabemos». ¡Es falso! La respuesta correcta era: «Sabemos, pero no te lo decimos» Jesús pone en evidencia la falsedad de ellos diciendo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto». Él tampoco lo dice; pero Él no miente.

LJ La parábola de los dos hijos

Hemos hecho esta larga introducción para presentar el contexto de la parábola de los dos hijos, que expone Jesús a continuación. La introduce con una pregunta para comprometer al auditorio: «¿Qué os parece?». Y presenta el caso de los dos hijos a quienes el padre manda a trabajar a su viña. El primero dijo: «No quiero», porque la respuesta es demasiado obvia. Responden: «El primero». Y ahora que han tomado partido, Jesús pone de manifiesto la analogía con la realidad salvífica: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegan antes de vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros en el camino de la justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él».

Las autoridades judías del tiempo de Jesús quedan en el lugar del segundo hijo. Ellos detentan la Palabra de Dios y enseñan la conformidad con la voluntad de Dios; ellos dicen a Dios que sí en todo y lo hacen con ostentación, pero no cumplen su voluntad. Por eso cuando vino Juan, enviado por el Señor, no creyeron en él. Y tampoco creen en Jesús. En cambio, los publicanos y las prostitutas, que evidentemente transgreden los mandamientos de Dios, cuando vino Juan, creyeron en él. Son como el primer hijo, que al principio dijo: «No voy», pero después se arrepintió y fue. En confesión de los mismos interlocutores de Jesús, fue éste quien cumplió la voluntad del padre y no el otro.

En todo el episodio está pesando la persona de Juan Bautista que en el Prólogo del cuarto Evangelio es presentado así: «Hubo un hombre, enviado por Dios. Su nombre era Juan. Éste vino para dar testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él» (Jn 1,6-7).Cerrarse a la persona y la predicación de Juan es cerrase a la luz, es cerrarse a Jesús, que es la luz verdadera. Y ésta es la negación definitiva de Dios.

¿Qué importa haber predicado tanto sobre el cumplimiento de los mandamientos, si, llegado el momento de actuar, se falta a su voluntad? A esta actitud se refiere Jesús cuando dice: «No todo el que diga “Señor, Señor “, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). La voluntad del Padre celestial es el amor, pues éste resume toda la ley y los profetas.  

+ Una palabra del Santo Padre:

«Ante todo, queréis ser cristianos.- Ser cristianos significa conocer profunda y orgánicamente las verdades de la fe; significa creerlas firmemente, porque están reveladas por Cristo y enseñadas por la Iglesia; significa, además, seguir los ejemplos de Cristo, dándole testimonio con las obras, sin las cuales la fe estaría como muerta. ¿Acaso entrarán en el reino de los cielos los que dicen "Señor, Señor", más luego no hacen la voluntad del Padre celestial?

No seréis, pues, dignos miembros del Cuerpo místico de Cristo, si tuviereis ciertamente la fe, pero no hiciereis de ella el alma de vuestra vida privada y pública. Para que en vosotros sea conocido y glorificado Jesús, os exhortamos, amados hijos, a la "coherencia" cristiana. Os contemplan amigos y adversarios: los unos, con espera preocupada; los otros, tal vez, con la esperanza de que vuestras empresas tengan éxito infeliz. Sabréis corresponder a la expectación de los amigos; sabréis, sobre todo, sorprender a los enemigos; cuidaréis de que todos vean en vosotros reflejada, como en fidelísimo espejo, la dulce imagen del Redentor divino, con sus virtudes y sus atractivos: con su fortaleza y su mansedumbre; con su justicia y su amor; con sus exigencias y su comprensión; con sus castigos y sus perdones; con sus amenazas y sus promesas; pero, sobre todo, con su vida sin mancha. Sed perfectos -en cuanto posible sea- como Él es perfecto; aproximaos al ideal por Él dejado, de suerte que también vosotros, en pacífica pero firme actitud, podáis preguntar: "Qui arguet me de peccato" "¿Quién, de vosotros, me puede acusar de pecado?"»

Pío XII. A los alcaldes y a los presidentes de las corporaciones provinciales, 22 de julio de 1956.



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. San Ambrosio nos dice acerca del segundo hijo de esta parábola: «El remordimiento es una gracia para el pecador. Sentir el remordimiento y escucharlo prueba que la conciencia no está enteramente apagada. El que siente su herida, desea la curación y toma remedios. Donde no se siente el mal no hay esperanza de vida». ¿Cómo aplico estas palabras a mi propia vida?

2. María, primera discípula, nos enseña lo mismo que su Hijo: pronunciar un “sí” firme, fuerte, y luego mantenerlo con coherencia por toda la vida. Recemos en familia un rosario pidiendo a nuestra Madre el don de la fidelidad.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 546. 1451-1454.


Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de A.N.E. Toledo







[1]Ezequiel (Dios fortalece) es uno de los profetas mayores. Por ser hijo de un sacerdote, Buzi, fue criado en los alrededores del Templo, con miras a continuar el oficio de su padre. Sin embargo debido a la toma militar de Israel en el año 597 a.C. fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Joaquín y otros nobles (ver 2Re 24, 14-17). Cuando tenía 30 años  tuvo visiones por las cuales recibió su vocación profética. 
[2] San Pablo fundó la iglesia de Filipos, la primera de Europa, hacia el año 50. Escribió la carta desde la cárcel, posiblemente en Roma hacia el año 61 – 63. San Pablo explica su situación a los cristianos de Filipos y les agradece por los presentes enviados tan generosamente. Les alienta en la fe a olvidar el orgullo y seguir el ejemplo de Jesucristo. Su carta reboza de alegría, aliento y esperanza.   
[3]En hebreo en lugar de Yahveh – el tetragrama sagrado que al leerlo no se pronunciaba- se empleó;  Adonai que quiere decir «mi Señor» (ver Gn 15, 2.8). Adonai manifiesta la idea de una confianza plena en la soberanía de su Señor. 

sábado, 23 de septiembre de 2017

Domingo de la Semana 25 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 24 de setiembre 2017 «Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»



Lectura del libro del  profeta Isaías (55, 6-9): Mis planes no son vuestros planes.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-.
Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes.

Salmo 144,2-3.8-9.17-18: Cerca está el Señor de los que lo invocan. R./

Día tras día, te bendeciré // y alabaré tu nombre por siempre jamás. // Grande es el Señor, merece toda alabanza, // es incalculable su grandeza. R./

El Señor es clemente y misericordioso, // lento a la cólera y rico en piedad; // el Señor es bueno con todos, // es cariñoso con todas sus criaturas. R./

El Señor es justo en todos sus caminos, // es bondadoso en todas sus acciones; // cerca está el Señor de los que lo invocan, // de los que lo invocan sinceramente. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses (1,20c-24.27a): Para mí, la vida es Cristo.

Hermanos: Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger.
Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros.
Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (20, 1-16): ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amane­cer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?' Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña."
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los úl­timos y acabando por los primeros."
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asun­tos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Leemos en el Evangelio la parábola llamada «de los obreros de la viña»; sin embargo sería mejor llamarla la del dueño bondadoso o el señor generoso. El profeta Isaías parece sintetizar la idea principal de este Domingo cuando dice:«los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos». La mente humana es pequeña, frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente que Dios tiene un hermoso Plan para cada uno y que al ser humano le corresponde conocerlo para ser fiel a él (Primera Lectura).

Esta misma verdad aparece claramente en el Evangelio, que nos habla del Reino de los Cielos y nos lo presenta como el dueño de una viña que sale a contratar a los jornaleros. Un sentido de justicia muy humano, nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquellos que apenas han trabajado una hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada, ha recibido aquello que le había sido prometido. Entonces, el tema en cuestión pasa a ser la misericordia de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. Puede uno pasar el día entero trabajando pero obtendrá poco, si ama poco. Por esta razón: «los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos» (Evangelio). Esto supone todo un cambio de criterios y de mentalidad (metanoia). Una vida nueva que lleva a San Pablo a exclamar en su carta a los Filipenses: «para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia».

K «Porque los pensamientos de ustedes no son los míos»

Isaías es sin duda uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento. Vivió en el siglo VII a.C. y profetizó durante la crisis causada por la expansión del Imperio Asirio. Según algunos apócrifos, murió aserrado por orden del terrible rey Manases[1]. Este libro contiene el mayor número de profecías utilizadas en el Nuevo Testamento. La parte que estamos meditando hace parte del libro de la consolación de Israel.
El capítulo 55 es una exhortación final a participar de los bienes de una nueva alianza y a convertirse, mientras haya tiempo ya que el «Señor es generoso en perdonar» pero, recuerda el profeta, Él está cerca. «Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos».

He aquí la clave para poder entender muchas de las vicisitudes de nuestra vida y de la historia de la humanidad. Creemos que Dios debe de pensar como nosotros pensamos y debe de tener los mismos conceptos de amor, justicia y perdón que nosotros tenemos. Estamos tan convencidos de estar en lo cierto, que quedamos consternados, desconcertados delante de muchos acontecimientos, pues nos parecen incompatibles con el amor o la justicia, según nuestros limitados criterios. Y comenzamos a dudar, no de nuestro modo de pensar, sino de Dios. Dudamos porque en el fondo, no queremos comprender que «Dios es Amor». Que Dios es el totalmente Otro y que es capaz de «amar hasta el extremo» dando su vida para que tengamos la vida eterna. 

Justamente el mensaje del Evangelio es la gratuidad de Dios ante el legalismo que patrocinaban los fariseos. Estos eran incapaces de entender conceptos como amor y perdón.  Esta es la recompensa que esperaba San Pablo, uno de los llamados a trabajar en la viña del Señor en la segunda hora. Escribiendo a los cristianos de Filipo, ciudad romana en Macedonia, afirma «Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia». Pero está igualmente dispuesto a seguir viviendo mientras sea útil a los hermanos. Pero habla así porque escribe desde la cárcel en Roma (alrededor del año 63) esperando una sentencia que podía ser capital. 

J «El Reino de los cielos es semejante a…»

El Señor quiere que entendamos un poco más acerca del Reino futuro y su dinámica ya presente en el «ahora» de nuestra vida. Lo primero que tenemos que considerar es que Dios llama a quien quiere y cuando quiere. De esa manera nos llamó ya una vez a la existencia de la nada. De esa manera nos llama ahora para colmarnos de sus dones y hacernos partícipes de su eterna felici­dad. Los apóstoles y los santos que han vivido la experien­cia de la gracia no se cansan de contemplar la bondad de Dios. San Pablo escribe: «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados» (Col 1,13-14).Esto es lo que tenemos que tener en mente para entender la parábola que nos presenta el Evangelio de este Domingo. Allí entramos en contacto con una justicia que es superior a la nuestra: es la justicia de Dios.
«El Reino de los cielos…» es semejante a un señor que sale a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña conviniendo con ellos el pago de un denario al día. Volvió a salir a las 9 y a las 12 y a las 15 horas y viendo cada vez gente en la plaza, sin trabajo, les dijo: «Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo». Por último salió a las 17 horas y encontró otros que habían estado todo el día parados y también a éstos manda a su viña. Todos éstos pasan de la amargura que signifi­ca la cesantía a la alegría de haber encontrado un buen traba­jo, del abatimiento al entusiasmo. Hasta aquí todos compren­demos la bondad de este Señor que ofrece una «fuente de trabajo» y la fortuna de los que, estando cesantes, han sido llamados a gozar de ella. Es conveniente destacar esta frase: «Os pagaré lo que sea justo» ya que ellos confían en la bondad del señor para el momento de la retribución.
Pero al final del día llega el momento de recibir el pago. Aquí el Señor realiza un nuevo gesto asombroso: comienza a llamar a los obreros, partiendo por los últimos, los que han trabajado sólo una hora, y les da un denario a cada uno; ¡es un regalo! Calculemos la alegría de estos hombres. Y lo mismo hace con todos. Entonces ocurre lo increíble: la protesta. Los que llegaron a traba­jar a la primera hora «murmuraban contra el Señor». Reclamaban al compararse con los últimos.
El Señor, siempre bondadoso, contesta al que encabe­za la protesta, llamándolo «amigo». Le recuerda que lo conveni­do con ellos fue un denario al día; ellos habían recibido «lo suyo». Agrega: «Quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». El «ojo malo» es una expresión hebrea para indicar un estado de espíritu maligno, porque el ojo es como el espejo del alma. Aquí quiere indicar la envidia, es decir, el senti­miento de tristeza y de infelicidad propia ante el bien y la felicidad ajenos. Esto está condenado, porque «la caridad se alegra con el bien»  dondequiera que exista, sea propio o ajeno. La envidia, en cambio, se amarga ante el bien ajeno y así se opone a la caridad (ver 1Cor 13,4).
Pero la enseñanza principal de la parábola es ésta: el que negocia con Dios y exige de Él retribución ante los méri­tos propios, recibe exactamente «lo suyo»; pero se excluye del reino de la gratuidad y de la misericordia. Son los obreros que no vivieron la expe­riencia de la cesantía, pues trabajaban desde la primera hora. Ellos se sienten en situación y derecho de negociar. Se puede decir que no fueron salva­dos, porque no quedaron contentos y se fueron con lo suyo «murmuran­do» contra el señor. Los otros obreros recono­cen que ellos estaban cesan­tes y que han sido salvados. Ellos no convi­nieron nada, sino que confiaron en la justicia y bondad del Señor. Éstos recibie­ron un don gratuito, mucho mayor que lo que podían imaginar. Ellos se fueron felices, ala­bando la generosidad de su señor y dándole gracias por su inmenso don, que reconocían no haber merecido.
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+Una palabra del Santo Padre:

«Hay una segunda palabra que me hace reflexionar. Cuando Jesús habla del propietario de una viña que, teniendo necesidad de obreros, salió de casa en distintas horas del día a buscar trabajadores para su viña (cf. Mt 20, 1-16). No salió una sola vez. En la parábola, Jesús dice que salió al menos cinco veces: al amanecer, a las nueve, al mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde —¡todavía tenemos tiempo para que venga a nosotros!—. Había mucha necesidad en la viña, y este señor pasó casi todo el tiempo yendo por caminos y plazas de la aldea a buscar obreros. Pensad en aquellos de la última hora: nadie los había llamado; quién sabe cómo se sentirían, porque al final de la jornada no habría llevado nada a casa para dar de comer a sus hijos. Pues bien, los responsables de la pastoral pueden encontrar un hermoso ejemplo en esta parábola. Salir en diversas horas del día para encontrar a cuantos están en busca del Señor. Llegar a los más débiles y a los más necesitados, para darles el apoyo de sentirse útiles en la viña del Señor, aunque sólo sea por una hora…

Sé que todos vosotros trabajáis mucho, y por eso quiero deciros una última palabra importante: paciencia. Paciencia y perseverancia. El Verbo de Dios entró en «paciencia» en el momento de la Encarnación, y así, hasta la muerte en la Cruz. Paciencia y perseverancia. No tenemos la «varita mágica» para todo, pero tenemos confianza en el Señor, que nos acompaña y no nos abandona nunca. En las dificultades como en las desilusiones que están presentes a menudo en nuestro trabajo pastoral, no debemos perder jamás la confianza en el Señor y en la oración, que la sostiene. En cualquier caso, no olvidemos que la ayuda nos la dan, en primer lugar, precisamente aquellos a quienes nos acercamos y sostenemos. Hagamos el bien, pero sin esperar recompensa. Sembremos y demos testimonio. El testimonio es el inicio de una evangelización que toca el corazón y lo transforma. Las palabras sin testimonio no valen, no sirven. El testimonio lleva y da validez a la palabra.».

(Papa Francisco. Discurso en encuentro para la Promoción de la Nueva Evangelización. Viernes 19 de septiembre de 2014)



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1.   Mucha gente se plantea esta misma cuestión: ¡qué tal raza! ¡yo tengo que aguantar todo el peso de la jornada, y al “holgazán” que “goza de los placeres de la vida” le prometen lo mismo que a mí!¿Les daría envidia a los futbolistas el hecho de que un jugador ingrese a cinco minutos del fin de un partido, en el que ellos han trabajado duramente desde el principio para ganarlo, y al final participe por igual del triunfo y del premio reservado para todos ellos por igual?¿Acaso no se alegran todos por igual del triunfo? ¿Qué pensaríamos de aquél que a la hora de la celebración se está fijando en lo poco que ha trabajado ese último en entrar? ¿No es absurdo?

2.   Meditemos la fase de San Agustín acerca de este pasaje: «Da a todos un denario, recompensa de todos, porque a todos será igualmente dada la misma vida eterna». 

3.   Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2538- 2540. 2554.




[1] Manases: Rey que gobernó en Judá durante 55 años (696 -642 a.C.). Manasés hizo que su pueblo se descarriase, introduciendo toda clase de cultos idolátricos llegando a ofrecer la vida de su hijo en sacrificio a los dioses paganos. Fue hecho prisionero por los asirios y llevado a Babilonia. Al regresar a Jerusalén, se convirtió a Dios y cambió de conducta. 

Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de la Adoración Nocturna de Toledo

sábado, 16 de septiembre de 2017

Domingo de la Semana 24 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 17 de setiembre de 2017 «¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?»



Lectura del libro del Eclesiástico (27, 33-28,9): Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.

Furor y cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.

Salmo 102,1-2.3-4.9-10.11-12: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. R./

Bendice, alma mía, al Señor, // y todo mi ser a su santo nombre. // Bendice, alma mía, al Señor, // y no olvides sus beneficios. R./

Él perdona todas tus culpas // y cura todas tus enfermedades; // él rescata tu vida de la fosa // y te colma de gracia y de ternura. R./

No está siempre acusando // ni guarda rencor perpetuo; // no nos trata como merecen nuestros pecados // ni nos paga según nuestras culpas. R./

Como se levanta el cielo sobre la tierra, // se levanta su bondad sobre sus fieles; // como dista el oriente del ocaso, // así aleja de nosotros nuestros delitos. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los romanos (14, 7-9): En la vida y en la muerte somos del Señor.

Ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (18, 21-35): No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."  El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes."
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

El Domingo pasado veíamos el tema de la corrección fraterna; ahora veremos el tema del perdón desde una pregunta realmente inquietante por su imperecedera actualidad que Pedro le hace Jesús “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?”. El perdón ilimitado debe ser una de las características de un discípulo de Cristo ya que él mismo experimenta la misericordia de Dios en su propia vida. El cristiano está invitado a amar y perdonar al prójimo con el mismo amor y perdón con que él es perdonado.

La Primera Lectura del libro del Eclesiástico nos habla de la actitud que el israelita debía tener hacia un ofensor anticipándose, de algún modo, a la petición del Padre Nuestro acerca del perdón: «perdona a tu prójimo el agravio, y…te serán perdonados tus pecados» (Eclo 28,2). La Carta a los Romanos, por su parte, nos presenta la soberanía de Cristo, «Señor de vivos y muertos. Si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos para el Señor morimos». Nosotros no podemos constituirnos en dueños de la vida y de la muerte, ni tampoco, por lo tanto, en jueces de nuestros hermanos.

J ¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?

En el contexto del llamado Discurso Eclesiástico (capítulo 18 del Evangelio de San Mateo) la pregunta que Pedro, a quien Jesús ha declarado primado de su Iglesia, tiene lógica. Pedro es quien suscita el tema del perdón mediante una pregunta que responde a la casuística judía: «¿Si mi hermano me ofende, cuántas veces lo tengo que perdonar?».Tanto en la pregunta, como en la respuesta de Jesús subyace una referencia implícita al patrón clásico de la venganza, ley sagrada en todo el Oriente. Su expresión más dura fue la del feroz Lamek: «Si Caín fue vengado siete veces, Lamek lo será setenta y siete veces» (Gn 4,24); o bien el límite “legal” que establecía la ley del talión: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente» (Ex 21,24), que Jesús declaró obsoleta en su discurso de las Bienaventuranzas mediante el perdón a las ofensas y el amor a los enemigos (ver Mt 5, 38-48). 

Ahora, no es que el Antiguo Testamento desconociera el perdón fraterno, pues en Levítico 19, 17-18 leemos: «No odiarás de corazón a tu hermano. Corregirás a tu pariente para que no cargues con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tu pariente, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo».  Y todavía es más evidente el avance de la revelación veterotestamentaria en la Primera Lectura del libro del Eclesiástico[1]. Su autor Jesús Ben Sirá o Sirácida aporta cuatro razones para el perdón de las ofensas: Dios no acepta al rencoroso y al vengador; nuestra propia limitación debe hacernos comprensivos ante la debilidad humana; ¿cómo pedir perdón al Señor, un perdón que nosotros negamos a los demás?; y el recuerdo de nuestro propio fin relativiza el enojo e invita a guardar los mandamientos de la Alianza.         

En la Carta a los Romanos, San Pablo nos invita a la unión y a la armonía justamente de Aquel en el cual se sustenta todo y para quien todo existe, ya que «Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor». Ante la tentación de mutua intolerancia e incomprensión que había en la comunidad de Roma entre sus miembros, provenientes del paganismo unos y del judaísmo otros, sobre la licitud o ilicitud de alimentos y otras prácticas, secundarias para los primeros e importantes para los segundos, el Apóstol propone el mutuo respeto y la reconciliación: «Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué lo desprecias? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios» (Rm 14,10).

J El don de la Reconciliación

El perdón de las ofensas es un punto esencial del cris­tianismo. Y la razón es siempre la misma: «El Señor os ha perdonado; perdonaos también unos a otros» (Col 3,13; Ef 4,32). Para comprender el Evangelio de este Domingo es necesa­rio comprender de qué nos ha perdonado Dios, es decir, es necesario comprender la enormidad de nuestro pecado. Uno de los mayores males del mundo de hoy es sin duda haber perdi­do el sentido del pecado. El pecado es esa fuerza destructiva que busca alejarnos del plan de vida y feli­ci­dad que Dios había dispuesto para nosotros. No se puede pecar «alegremente»; se peca siempre «lamentablemente», pues todo pecado, aún el más ocul­to, incremen­ta en el mundo las fuer­zas de muerte y destruc­ción. No en vano Thomas Merton decía que el efecto de cada pecado es comparable al efecto de una bomba atómica.

Podemos captar la inmensidad del pecado observando la grandeza del remedio. Ningún esfuerzo humano, por heroico que fuera, ni nada de esta tierra habría sido suficiente para obtenernos el perdón. Fue necesaria la muerte del Hijo de Dios en la cruz. El perdón y la reconciliación con Dios nos fueron dados como un don gratuito de valor inalcan­zable para el hombre. El que ha comprendido la inmensidad del perdón de Dios, puede comprender lo absurdo que resulta que guardemos rencor por las ofensas de nuestros hermanos.

L «¿Hasta siete veces?»

Seguramente Pedro conocía la norma acerca del perdón de los pecados que hemos visto en el libro del Levítico 19,17-18; sin embargo, él quiere saber cuál debía de ser el límite ante las ofensas recibidas por el hermano. Al formu­lar la pregunta poniendo como límite «siete veces», Pedro estaba seguro de estar poniendo un límite ya bastante alto ya que hasta los rabinos, según el Talmud, enseñaban que se debía perdonar las ofensas hasta «tres veces».  Pero la respuesta de Jesús va más allá de lo que creía ya extremo: no sólo siete (que ya de por sí significa sin límite, totalidad querida y ordenada por Dios), «sino setenta veces siete». Con esta hipérbole, propia dela mentalidad oriental, el Señor subraya que el perdón no sólo debe ser sin límites, sino también perfecto, total, tanto que ni siquiera lleva cuentas de las veces en que ya ha perdonado anteriormente: tan perfecto como el perdón de Dios para con el hombre. La parábola que sigue graficará esto.

JL La parábola del siervo mezquino y el señor misericordioso

La parábola que Jesús agrega es impresionante, como todas las del Evangelio. Cada uno de nosotros está en el lugar de ese siervo que debía a su Señor diez mil talentos. Para los oyentes, que manejaban esa moneda, ésta es una cantidad exorbitante (igual a cien millones de denarios). Por tanto, cuando el siervo ruega al señor, todos saben que esas son buenas palabras y que es imposible que pueda pagar. «El señor movido a compasión lo dejó en libertad y le perdonó la deuda». Pero aquí empieza el segundo acto de la parábola. Salien­do de la presencia de su Señor, recién perdonado de esa inmen­sa deuda, este hombre encuentra un compañero que le debía tan sólo cien denarios, lo agarra por el cuello y le exige: «Paga lo que debes». En este caso, cuando el compañe­ro le ruega con esas mismas palabras: «Ten paciencia conmigo que ya te paga­ré», los oyentes saben que sí era posible saldar esa pequeña deuda, tal vez esperando hasta fin de mes, en el momen­to del pago. Era cosa de tener un poco de paciencia. Pero el hombre fue implacable y aplicó contra el compañero todo el rigor.

En este punto de la parábola los oyentes han tomado partido contra este hombre tan mal agradecido y despiadado y todos están deseando que el señor intervenga. Y, en efecto, informado el señor  manda llamar al siervo y le dice: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías compade­certe tú también de tu compañero como me compadecí yo de ti?» Y fue entregado a los verdugos hasta que pagara todo. Aquí todos encontramos que está bien el castigo de ese hombre tan mezquino.

Pero al expresar nuestra satisfacción por esta conclu­sión de la parábola estamos emitiendo un juicio contra nosotros mismos. A cada uno de nosotros Dios nos ha perdonado nues­tros pecados, una deuda cuyo monto es la «sangre preciosa de su Hijo único hecho hombre», una deuda que nos hacía reos de la muerte eterna. Esto es lo que Dios nos perdonó a nosotros. Perdonar a nuestros hermanos las ofensas que hacen contra nosotros no es más que actuar en consecuen­cia.

¡Esas ofensas son como los «cien denarios» de la parábo­la! Así como estábamos de acuerdo en que el Señor castigará al siervo despiadado de la parábola, así estamos de acuerdo con la conclusión de Jesús: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano». De esta manera la enseñanza queda clara para todos nosotros…
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+ Una palabra del Santo Padre:

El pasaje del evangelio de san Mateo (18, 21-35) llevó al Papa Francisco a afrontar la otra cara del perdón: del perdón que se pide a Dios al perdón que se ofrece a los hermanos. Pedro plantea una pregunta a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?». En el Evangelio «no son muchos los momentos en los que una persona pide perdón», explicó el Papa, recordando algunos de estos episodios. Está, por ejemplo, «la pecadora que llora sobre los pies de Jesús lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos»: en ese caso, dijo el Pontífice, «la mujer había pecado mucho, había amado mucho y pide perdón». Luego se podría recordar el episodio en el que Pedro, «tras la pesca milagrosa, dice a Jesús: “Aléjate de mí, que soy un pecador”»: allí él «se da cuenta de que no se había equivocado, que había otra cosa dentro de él». También, se puede volver a pensar en el momento en el que «Pedro llora, la noche del Jueves santo, cuando Jesús lo mira».

En todo caso, son «pocos los momentos en los que se pide perdón». Pero en el pasaje propuesto por la liturgia Pedro pregunta al Señor cuál debe ser la medida de nuestro perdón: «¿Sólo siete veces?». Jesús responde al apóstol «con un juego de palabras que significa “siempre”: setenta veces siete, es decir, tú debes perdonar siempre». Aquí, subrayó el Papa Francisco, se habla de «perdonar», no simplemente de pedir disculpas por un error: perdonar «a quien me ha ofendido, a quien me hizo mal, a quien con su maldad hirió mi vida, mi corazón».

He aquí entonces la pregunta para cada uno de nosotros: «¿Cuál es la medida de mi perdón?». La respuesta puede venir de la parábola relatada por Jesús, la del hombre «a quien se le perdonó mucho, mucho, mucho, mucho dinero, mucho, millones», y que luego, bien «contento» con su perdón, salió y «encontró a un compañero que tal vez tenía una deuda de 5 euros y lo mandó a la cárcel». El ejemplo es claro: «Si yo no soy capaz de perdonar, no soy capaz de pedir perdón».
Por ello «Jesús nos enseña a rezar así al Padre: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”».

¿Qué significa en concreto? El Papa Francisco respondió imaginando el diálogo con un penitente: «Pero, padre, yo me confieso, voy a confesarme... —¿Y qué haces primero de confesarte? —Pienso en las cosas que hice mal. —Está bien. —Luego pido perdón al Señor y prometo no volver hacerlo... —Bien. ¿Y luego vas al sacerdote?». Pero antes «te falta una cosa: ¿has perdonado a los que te han hecho mal?». Si la oración que se nos ha sugerido es: «Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los demás», sabemos que «el perdón que Dios te dará» requiere «el perdón que tú das a los demás».

Papa Francisco. Misa matutina en la capilla de la Domus Santae Marthae. Martes 10 de marzo de 2015.





' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. Medita las palabras del escritor Clive S. Lewis acerca del perdón: «Para ser cristianos debemos perdonar lo inexcusable, porque así procede Dios con nosotros...Sólo en estas condiciones podemos ser perdonados. Si no las aceptamos, estamos rechazando la misericordia divina. La regla no tiene excepciones y en las palabras de Dios no existe ambigüedad». 

2. ¿Te cuesta perdonar? ¿A quiénes debes perdonar alguna ofensa que te hayan hecho? Haz una lista y eleva una oración al Señor para que puedas, de corazón, perdonar a tus hermanos.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2838- 2845.





[1]El libro del Eclesiástico pertenece a los libros llamados «sapienciales» y no figura en el canon judío a pesar de haber sido escrito en hebreo. Debió de haber sido escrito en el año 190 a.C. Su denominación de Eclesiástico proviene del mucho uso que de él hizo la Iglesia. La lectura que estamos meditando hace parte de una colección de proverbios. 

texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de A.N.E. Toledo

sábado, 9 de septiembre de 2017

EL ALJARAFE SEVILLANO celebra el nacimiento de Nuestra Madre del Cielo.

 La Virgen de Loreto, en Su Santuario, el Monasterio levantado en honor  a Ella y que habitan los Franciscanos de la Provincia Andaluza, nos convocó a todos sus hijos para celebrar su " cumpleaños "


El Arzobispo emérito de Sevilla, Cardenal Carlos Amigo presidió la Eucaristía resaltando en su homilía el valor de una Madre que quiere conducirnos a todos hacía Su hijo Amado.



Gran número de fieles de Espartinas, Villanueva del Ariscal y Umbrete entre otros abarrotaron el Santuario y acompañaron posteriormente a la procesión de la Virgen por el campo colindante del Monasterio, en una noche clara con un viento refrescante, muy acogedor, todo viene a justificar el dicho de que " el Loreto es el corazón del Aljarafe ".


A la entrada en Su Santuario una traca de fuegos artificiales, cual "velitas de la tarta "  puso colofón a Su homenaje iniciado con la Novena.