sábado, 2 de septiembre de 2017

Domingo de la Semana 22 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 3 de septiembre de 2017 «Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»


Fotografía: Cayetano Medina.  Iglesia de la Pedania de LA ISLA (Colunga ). Construida con la aportación de la Asociación de Vecinos. Celebran la Eucaristía todos los días con gran asistencia de fieles. ( la foto fué obtenida durante el rezo del Rosario Previo.) 
Coincidiendo con nuestra estancia participamos en la Santa Misa, que fué cantada por la Coral de Lastres; nos encantó el canto de la Salve Marinera y al finalizar todos los asistentes acompañaron al Coro cantando " Asturias patria querida "


Lectura del libro del profeta Jeremías (20, 7- 9): La palabra del Señor se volvió oprobio para mí.

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí.
Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.»
La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

Salmo 62,2.3-4.5-6.8-9: Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío.  R./

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, // mi alma está sedienta de ti; // mi carne tiene ansia de ti, // como tierra reseca, agostada, sin agua. R./

¡Cómo te contemplaba en el santuario // viendo tu, fuerza y tu gloria! // Tu gracia vale más que la vida, // te alabarán mis labios. R./

Toda mi vida te bendeciré, // y alzaré las manos invocándote. // Me saciaré como de enjundia y de manteca, // y mis labios te alabarán jubilosos. R./

Porque fuiste mi auxilio, // y a la sombra de tus alas canto con júbilo; // mi alma está unida a ti // y tu diestra me sostiene. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos (12, 1-2): Ofreceos vosotros mismos como hostia viva.

Os exhorto hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (16, 21-27): El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo.

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que te­nía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

«Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres». Los pensamientos de Dios sobre el Mesías y su misión eran unos; los pensamientos que los hombres tenían eran otros completamente distintos. Aquí se cumple lo dicho por Dios a su pueblo por medio del profeta Isaías: «Vuestros pensamientos no son mis pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos» (Is 55,8). Si los pensamientos de Dios son la verdad y los de los hombres (en el sentido de la lectura del Evangelio) son mentira; ¿qué podemos hacer nosotros para tener los pensamientos de Dios? Esto es lo que nos enseñan las lecturas de este Domingo.

Jeremías, en sus famosas «confesiones», nos muestra la experiencia dramática de ser consecuente con la propia vocación. Él sabe que ha sido llamado por Dios a una misión ardua y difícil (Primera Lectura). La carta a los Romanos nos expresa una verdad mucho más consoladora, pero no por ello menos exigente. Nos invita a entender nuestra vida como una ofrenda a Dios cambiando para ello nuestra mentalidad (Segunda lectura). En el Evangelio, Jesucristo anuncia con claridad y exigencia que es necesario tomar el camino de la cruz para salvar a los hombres. Quien desee seguir a Jesús fielmente, deberá tomar su cruz y ponerse detrás de Él. El mensaje cristiano es un mensaje de alegría y victoria pascual, pero un mensaje que necesariamente pasa por el camino de la cruz (Evangelio).

J «¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!»

Jeremías es considerado uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento. Predicó en una época de gran infidelidad a la alianza (aproximadamente entre los años 627–587 A.C.) y le tocó la pesada labor de anunciar las consecuencias de ello. Fue perseguido, maltratado e incluso intentaron acabar con su vida. En el texto que leemos, el terror rodea al profeta por todas partes; acaba de ser azotado injustamente por el sacerdote Fasur[1] por haber anunciado la Palabra de Yahveh. Esta persecución a causa de la palabra no fue exclusiva de Jeremías: «Yo les di tu Palabra y el mundo los ha odiado» (Jn 17,14); sin embargo vemos como el consuelo divino que alcanza a Jeremías inmediatamente después de su desahogo[2]: «Pero Yahveh está conmigo, cual guerrero poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes» (Jr 20,11).

J «No os acomodéis al mundo»

La carta a los romanos fue escrita por Pablo en Corinto, probablemente el año 58, durante su tercer viaje apostólico. San Pablo exhorta vivamente a los cristianos de la comunidad de Roma a «presentar sus cuerpos como una hostia viva, santa, agradable a Dios». En el ámbito humano, un ciudadano era presentado ante alguna autoridad ya sea por razón de un ceremonial de la corte o por un proceso legal (ver Hch 23,33; 27,4). El sentido religioso de la «presentación» es el de «consagración», es decir, un apartar lo consagrado del ámbito profano para, en adelante, dedicarlo solamente a Dios. Esta presentación-consagración a Dios, entraña, por parte del creyente, un dejar de «acomodarse» al mundo presente para asumir una conducta moral adecuada a su estado de pertenencia a Dios: una vida santa, inmaculada, irreprensible y pura.

Para ello debe ingresar a un proceso de transformación cuyo eje principal es la metanoia, es decir, el cambio de mentalidad: un despojarse de los modos de pensamiento del hombre viejo para revestirse con los criterios de Cristo. En la lectura está, de manera implícita, la convicción de que el cuerpo no es malo en sí mismo. Al contrario, el cuerpo creado por Dios es bueno y es parte esencial de cómo ha concebido y querido al ser humano. Sin embargo el pecado lo afecta profundamente, pero aún así guarda la bondad intrínseca de su origen. Así pues, el cristiano ha de valorar rectamente su cuerpo, santificándolo, haciendo recto uso de él según el amoroso designio de Dios.  

L «¡Quítate de delante Satanás!»

Si estuviéramos leyendo el Evangelio de San Mateo por primera vez, nos llamaría la atención que en un espacio tan breve de tiempo cambie tan radicalmente el trato que Jesús da a Pedro. En efecto, en un momento le dice: «Bie­na­ventu­rado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16,17); y al momento siguien­te dice al mismo Pedro: «¡Quítate de delante Satanás[3]! ¡Un obstáculo[4] eres para mí!». ¿Cómo se explica este cambio de actitud? ¿Qué fue lo que hizo Pedro que le mereciera ser llamado “Satanás” y ser repelido con esa energía?

Pedro acababa de expresar la opinión que hasta enton­ces se habían formado los apóstoles acerca de Jesús, diciéndole: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». La expresión de Pedro es verdadera; nadie podría llegar a esa conclusión acerca de Jesús si no hubiera sido por una revelación del Padre y por eso mereció la bienaventuranza de Jesús y la promesa de fundar sobre Él su Iglesia. Pero Pedro aún no había comprendido todo el alcance de sus palabras. Entendía que Jesús era el Cristo, pero no entendía cómo tendría que realizar su misión. Dándose cuenta del modo erróneo de concebir su identidad, Jesús «mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo». Era verdad que era el Cristo, pero no lo era como lo entendería la gente.

En este momento, comenzó Jesús el camino más difícil, comenzó a abrirlos a la comprensión del misterio de su futura Muerte y Resurrección. A todo hebreo del tiempo, formado en las Escrituras, la figura del «mesías» le sugería inmediatamente la imagen del rey David. Él era el «mesías - ungido» por excelencia y su reinado quedó en la con­ciencia popular como un tiempo proverbial, tal vez el único momento de su historia en que Israel fue un pueblo unido, soberano y en posesión de todos sus confines. Cuando se hablaba del que había de venir, del mesías «hijo de David», se pensaba inmediatamente en la restauración de esa misma situación. Esto explica la incom­prensión de Pedro cuando Jesús anuncia su pasión y muerte: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ninguna manera te sucederá eso!».

Sin darse cuenta y tal vez con muy buena intención, Pedro estaba apartando a Jesús de su misión, lo estaba persua­diendo a que no bebiera el cáliz que su Padre le tenía preparado, y en este sentido, cum­plía la misión de Sata­nás. Recordemos que Satanás también había tentado a Jesús ofreciéndole riquezas, reinos y poder. La tentación con­sistía en inducirlo a estable­cer un reino de este mundo, es decir, un mesianismo humano. Por eso Jesús rechaza a Pedro con la misma energía que había rechazado al diablo:«¡Apár­tate Satanás!» (Mt 4,10).Jesús nos da ejemplo, mos­trándonos el único modo de recha­zar los obs­táculos puestos a nuestra vida de fe, vengan de quien ven­gan; cualquier contempo­riza­ción es ya comenzar a caer.

K «El que quiera salvar su vida la perderá»

Después de exponer su programa, que consiste en sufrir la pasión y la muerte y resucitar al tercer día, Jesús declara que éste es también el programa de todo discípulo suyo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontra­rá». Si queremos ser discípulos de Cristo, este es nuestro camino. ¡No hay otro! Consiste en negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo, consiste en perder la vida por Cristo ahora, para ganarla después en la vida eterna. Por tanto, cualquier obstáculo que se nos presen­te en este camino debe ser removido con deci­sión. Cualquiera que se detenga a considerar atenta­mente esta frase de Cristo observará que encierra una paradoja. Es que Jesús juega con dos aspectos de la palabra «vida».

Su dicho se entiende así: el que quiera gozar al máximo en esta vida terrena, sin negarse en nada, terminará per­diendo esta misma vida (con la muerte) y también la vida eterna; en cambio, el que entregue su vida, consu­mién­dola en el servicio y el amor a los demás, encontrará la vida eterna, que consiste en la paz y alegría en este mundo y la felicidad sin fin en el otro. Alcanzar la verdadera vida que es la eterna es el fin para el cual hemos sido creados. El murió para que nosotros tengamos vida eterna, como nos enseñó: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).

 A esta vida se refiere Jesús en sus magnífi­cas senten­cias: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?». Estas frases son tan evidentes e impactantes por sí mismas que cualquier comenta­rio debe enmudecer. Encierran una verdad tan maciza que ellas solas han sido argumento sufi­ciente para convertir a pecadores en mártires y santos.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Jesús, entonces, se dirige directamente a los Apóstoles – porque es esto lo que más le interesa – y pregunta: «Pero ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Enseguida, a nombre de todos, Pedro responde: «Tú eres el Mesías de Dios» (v. 20), es decir: Tú eres el Mesías, el Consagrado de Dios, enviado por Él a salvar su pueblo según la Alianza y la promesa. Así Jesús se da cuenta que los Doce, y en particular Pedro, han recibido del Padre el don de la fe; y por esto inicia a hablar con ellos abiertamente – así dice el Evangelio: “abiertamente” – de aquello que le espera en Jerusalén: «El Hijo del hombre – dice – debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (v. 22).

Aquellas mismas preguntas hoy son propuestas a cada uno de nosotros: “¿Quién es Jesús para la gente de nuestro tiempo? Pero la otra es más importante: ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros?”. ¿Para mí, para ti, para ti, para ti, para ti…? ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros? Estamos llamados a hacer de la respuesta de Pedro nuestra respuesta, profesando con alegría que Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir la humanidad, vertiendo sobre ella la abundancia de la misericordia divina. El mundo tiene más que nunca necesidad de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso. Muchas personas experimentan un vacío a su alrededor y dentro de sí – tal vez, algunas veces, también nosotros –; otras viven en la inquietud y en la inseguridad a causa de la precariedad y de los conflictos. Todos tenemos necesidad de respuestas adecuadas a nuestras interrogantes, a nuestras preguntas concretas. En Cristo, solo en Él, es posible encontrar la paz verdadera y el cumplimiento de toda humana aspiración. Jesús conoce el corazón del hombre como ningún otro. Por esto lo puede sanar, dándole vida y consolación.

Después de haber concluido el diálogo con los Apóstoles, Jesús se dirige a todos diciendo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga» (v. 23). No se trata de una cruz ornamental, o ideológica, sino es la cruz de la vida, es la cruz del propio deber, la cruz del sacrificarse por los demás con amor – por los padres, por los hijos, por la familia, por los amigos, también por los enemigos –, la cruz de la disponibilidad a ser solidario con los pobres, a comprometerse por la justicia y la paz. En el asumir esta actitud, estas cruces, siempre se pierde algo. No debemos olvidar jamás que «el que pierda su vida – por Cristo – la salvará» (v. 24). Es perder, para ganar. Y recordemos a tonos nuestros hermanos que todavía hoy ponen en práctica estas palabras de Jesús, ofreciendo su tiempo, su trabajo, sus fatigas e incluso su propia vida para no negar su fe a Cristo. Jesús, mediante su Santo Espíritu, nos dará la fuerza de ir adelante en el camino de la fe y del testimonio: hacer aquello en lo cual creemos; no decir una cosa y hacer otra. Y en este camino siempre está cerca de nosotros y nos precede la Virgen: dejémonos tomar de la mano por ella, cuando atravesamos los momentos más oscuros y difíciles».

Ángelus del Papa Francisco en el domingo 19 de junio de 2016.






' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1. ¿Mis pensamientos o criterios son los de Dios? ¿Entiendo lo que significa y distingo entre lo que son: “pensamientos de Dios” y “pensamientos del mundo”?  ¿En qué medida me dejo llevar por los criterios del mundo?

2. Aprendamos de María a ver las cosas «desde los ojos de Dios» y a darnos de manera generosa a los demás. Leamos con atención el pasaje de Lucas 1, 26-58.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1965- 1974. 2055



[1] El sacerdote Fasur o Pasjur, hijo de Imer y Superintendente del Templo, mandó dar 40 azotes a Jeremías - que la ley permitía (Deut 25,2) - y le echó en el cepo, sujetándolo por el cuello, los brazos y pies mediante grillos. La pena era muy dura, ya que el prisionero no tenía posibilidad de moverse (ver Jer 20,1-6). El profeta azotado es considerada figura de nuestro Redentor.
[2] Recordemos que «la persecución» en nombre de Dios es una de las ocho bienaventuranzas de Jesús: «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos seréis cuando os insultaren, cuando os persiguieren, cuando dijeren mintiendo todo mal contra vosotros por causa mía. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en el cielo; pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros» (Mt 5,10-12).
[3]Satanás: significa adversario, uno que se opone a otro ya sea en propósito o en acto. Satanás era el nombre dado al príncipe de los demonios, adversario inveterado de Dios y de sus planes. Se aplica también a todo hombre que se asemeja a Satanás, todo hombre que en propósito o en acto se opone a los planes de Dios.
[4] La palabra griega para «obstáculo» es «skandalon» que quiere decir  palo o gatillo movible de una trampa. Cualquier impedimento situado en el camino, y que (para el caminante) es causa de tropiezo, obstáculo  y caída (“piedra de tropiezo, piedra de escándalo”). También, como en este caso, se dice de toda persona o cosa por la que uno es atrapado o llevado al error o al pecado.

Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente Diocesano de ANE Toledo.

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