viernes, 29 de noviembre de 2019

Domingo de la Semana 1ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A – 1 de diciembre de 2019 «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor»




Lectura del profeta Isaías (2,1-5): El Señor reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios.

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.»
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.

Salmo 121,1-2.4-5.6-7.8-9: Vamos alegres a la casa del Señor. R./

¡Qué alegría cuando me dijeron: // «Vamos a la casa del Señor»! // Ya están pisando nuestros pies // tus umbrales, Jerusalén. R./

Allá suben las tribus, // las tribus del Señor, // según la costumbre de Israel, // a celebrar el nombre del Señor; // en ella están los tribunales de justicia, // en el palacio de David. R./

Desead la paz a Jerusalén: // «Vivan seguros los que te aman, // haya paz dentro de tus muros, // segu-ridad en tus palacios.» R./

Por mis hermanos y compañeros, // voy a decir: «La paz contigo.» // Por la casa del Señor, nuestro Dios, // te deseo todo bien. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (13,11-14a): Nuestra salvación está más cerca.

Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (24,37-44): Estad en vela para estar preparados.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El Señor volverá, esto es una certeza que proviene de las mismas palabras de Jesús que leemos en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia (Evangelio). Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro llenos de entusiasmo, hay que despertarse del sueño, sacudirse de la modorra y ver que el día está por despuntar. Así como al amanecer todo se despierta y se llena de nueva esperanza, así la vida del cristiano es un continuo renacer a una nueva vida en la luz (Segunda Lectura). La visión del profeta Isaías (Primera Lectura) resume espléndidamente la actitud propia para este Adviento: estamos invitados a salir al encuentro del Señor que nos instruye en sus caminos. Salir iluminados por la luz que irradia el amor de Dios por cada uno de nosotros los hombres.

 Un nuevo Año Litúrgico

La Iglesia celebra hoy el primer Domingo de Adviento, con el cual comienza un nuevo Año Litúrgico. Esto no debe ser para un cristiano un mero dato cultural o una información ajena a su vida concreta. Un cristiano podría, tal vez, ignorar que estamos en el mes de diciembre o que estamos en primavera, pero no puede ignorar que estamos en el tiempo litúrgico del Adviento. El tiempo litúrgico consiste en hacer presente «ahora» el misterio de Cristo en sus distintos aspectos. Es, por tanto, el tiempo concreto, el tiempo real, es el tiempo que acoge en sí la eternidad, pues «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). En la revelación bíblica se considera que el correr del tiempo tiene un origen sagrado; de lo contrario sería puramente efímero. Ignorar esta dimensión del tiempo es un signo más del secularismo que nos envuelve. En efecto, en su relación con el tiempo, el secularismo es la mentalidad que prescinde de la eternidad.

Para comprender cuál es el aspecto del misterio de Cristo que celebra el Adviento, conviene saber el origen de esta palabra. La palabra «Adviento» es una adaptación a nuestro idioma de la palabra latina «adventus» que significa «venida». En este tiempo se celebra entonces la «venida de Cristo». Pero la «venida» de Cristo es doble. Entre una y otra se desarrolla la historia presente. Una antigua catequesis de San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) explica: «Os anunciamos la venida de Cristo; pero no una sola, sino también una segunda, que será mucho más gloriosa que la primera. Aquella se realizó en el sufrimiento; ésta traerá la corona del Reino de Dios. Doble es la venida de Cristo: una fue oculta, como el rocío en el vellón de lana; la otra, futura, será manifiesta. En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un pesebre; en la segunda aparecerá revestido de luz. En la primera sufrió la cruz y no rehuyó la ignominia; en la segunda vendrá escoltado por un ejército de ángeles y lleno de gloria. Por tanto, no detenemos nuestra atención solamente en la primera venida, sino que esperamos ansiosos la segunda».

 Caminando hacia la Casa de Dios...

La visión del Profeta Isaías nos presenta en la plenitud de los tiempos mesiánicos («al final de los días») a Jerusalén como el centro religioso al cual atraerá el Señor a todas las naciones. Todos los pueblos, todos los hombres serán invitados a subir al monte del Señor, a la casa de Dios. Es difícil imaginar una esperanza mesiánica en medio de épocas tan adversas como la del profeta Isaías, sin embargo, la Palabra de Dios es eficaz y nunca defrauda. Dios, fiel a sus promesas, será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y desazón, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará como soberano, Rey de Universo. Al final de los tiempos vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Maravillosa visión del futuro que nos debe de llenar de esperanza rumbo a la Casa del Padre.

 ¿De qué manera debemos de ir al encuentro del Señor?

Sin duda no se puede caminar de cualquier modo cuando hacia Dios se va. No se puede seguir un camino distraído cuando al final del sendero se nos juzgará sobre el amor. El Salmo responsorial (Sal 121) expresa adecuadamente los sentimientos del pueblo que va al encuentro del Señor: «¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!». Nuestro caminar, pues, será un caminar en la luz, un caminar en el que nos revestimos de las armas de la luz. La antítesis luz-tinieblas es una metáfora común en el Antiguo Testamento: las tinieblas son el símbolo de la incontinencia, de la debilidad de alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la toma de conciencia, la posibilidad de avanzar y el inicio de una nueva situación que vendrá a culminar en el éxito. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados.

«El día se avecina» nos dice San Pablo en su carta a los romanos escrita en el año 57 después de haber realizado sus tres grandes viajes misioneros y preparando su primera visita a la ciudad de Roma. La misma certeza que tiene el vigía nocturno de que el día llegará, la tiene el cristiano de que el Señor volverá y no tardará. Cada momento que pasa nos acerca más al encuentro con «el sol de justicia», con la luz inde-fectible, con «el día que no conoce ocaso». Es decir, cada vez estamos más cerca de la salvación. La vigilia que nos corresponde es una vigilia llena de esperanza, no de temores y angustias, no de desesperación y desconcierto; sino la vigilia de la laboriosidad como Noé en su tiempo; la vigilia de la fortaleza de ánimo en medio de las dificultades del mundo. El verdadero peligro no se encuentra en las dificultades y tentaciones de este mundo, sino en el vivir como si el Señor no hubiese de venir, como si la eternidad fuese un sueño, una quimera, una ilusión. Es decir, olvidarnos de Dios...

 ¡Estad preparados!

El Evangelio de hoy repite como un estribillo: «Así será la venida del Hijo del hombre» y las imágenes que usa nos invitan a estar alertas y preparados. Jesús ilustra este aspecto de su venida con dos imágenes: será como el diluvio en tiempos de Noé, que vino sin que nadie se diera cuenta y los arrastró a todos; será como el ladrón nocturno que viene cuando nadie sabe. Estas comparaciones podrían sugerir un acontecimiento terrible, como fue el diluvio, o un hecho poco grato, como sería la visita de un ladrón. El objetivo de estas imágenes es doble. En primer lugar, se trata de ilustrar lo «imprevisto» de la venida de Cristo y mover a la vigilancia. No hay que tener la actitud de los que despreocupados, comen, beben y toman mujer o marido, pues a éstos los cogerá cuando menos lo esperan. Por eso concluye Jesús: «Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

Pero también es cierto que la venida de Cristo operará una división: habrá una gran diferencia entre los que se encuentren vigilantes y los que sean sorprendidos despreocupados. Para los primeros la venida de Cristo colmará sus anhelos de unión con Dios, para éstos será la salvación definitiva, será un acontecimiento gozoso: éstos son los que están continuamente diciendo: «Ven, Señor Jesús». En cambio, para los que comen, beben, se divierten y gozan de este mundo la venida de Cristo será terrible como fue el diluvio para los del tiempo de Noé o como es la visita nocturna de ladrón. Esta diferencia es la que expresa Jesús cuando advierte: «Dos estarán en el campo: uno será tomado, el otro dejado; dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada, la otra dejada».Esta primera parte del Adviento nos invita a vivir siempre en la certeza de que para cada uno de nosotros la venida de Cristo ocurrirá en el espacio de su vida y a esperarlo vigilantes, pero al mismo tiempo alegres, según la exhortación de San Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor: os lo repito, estad alegres... ¡El Señor está cerca!» (Flp 4,4-5).

 Una palabra del Santo Padre:

«La primera es la parábola de los hombres que esperan en la noche el regreso de su señor. Esto es importante: la vigilancia, estar atentos, el ser vigilantes en la vida. “¡Felices los servidores a quienes el se-ñor encuentra velando a su llegada!” (v.37): es la alegría de atender con fe al Señor, del estar preparados en una actitud de servicio. Se hace presente cada día, llama a la puerta de nuestro corazón. Y será beato quien le abra, porque tendrá una gran recompensa: es más el Señor mismo se hará siervo de sus siervos- es una bonita recompensa- en el gran banquete de su Reino pasará Él mismo a servirles. Con esta parábo-la, ambientada de noche, Jesús presenta la vida como una vigilia de espera laboriosa, que anuncia el día luminoso de la eternidad. Para poder participar se necesita estar preparados, despiertos y comprometidos en el servicio a los demás, en la consolante perspectiva que “desde allí”, no seremos nosotros los que sir-vamos a Dios, sino que será Él mismo quien nos acogerá en su mesa. Pensándolo bien, esto sucede hoy, cada vez que encontramos al Señor en la oración, o también sirviendo a los pobres y sobre todo en la Eu-caristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos de su Palabra y de su Cuerpo.

La segunda parábola tiene como imagen la llegada imprevisible del ladrón. Este hecho exige una vigi-lancia; es más Jesús exhorta: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (v.40). El discípulo es aquel que espera al Señor y a su Reino. El Evangelio aclara esta perspectiva con la tercera parábola: el administrador de una casa después de la partida del señor. En la primera imagen, el administrador sigue fielmente sus deberes y recibe su recompensa. En la segunda imagen, el administrador abusa de su autoridad y golpea a los siervos, por ello, al regreso imprevisto del señor, será castigado. Esta escena describe una situación que sucede frecuentemente también en nues-tros días: tantas injusticias, violencias y maldades cotidianas que nacen de la idea de comportarse como señores en la vida de los demás. Tenemos un solo señor a quien no le gusta hacerse llamar “señor” sino Padre”. Todos nosotros somos siervos, pecadores e hijos: Él es el único Padre».

Papa Francisco. Ángelus, domingo 7 de agosto de 2016.










 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Decía Carlos Manrique cuando compuso unas "Coplas" a la muerte de su padre: «Esta vida es el camino, para el otro que es morada sin pesar. Mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar». Hagamos un buen examen de conciencia sobre “nuestro andar” al inicio de nuestro Ad-viento.

2. ¿Cómo puedo estar realmente bien preparado? Jesús mismo nos responde: «Están preparados los que cumplen la voluntad de mi Pa¬dre».¿Busco cumplir lo que Dios quiere para mí y mi familia?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1817- 1821. 2849.


texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adoración Nocturna en Toledo










viernes, 22 de noviembre de 2019

Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo C – 24 de noviembre de 2019 «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso»


Lectura del segundo libro de Samuel (5,1-3): Ungieron a David como rey de Israel.

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: Hueso y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: «Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel.»
Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.


Salmo 121,1-2.3-4a.4b-5: Vamos alegres a la casa del Señor. R./

Qué alegría cuando me dijeron: // «Vamos a la casa del Señor.» // Ya están pisando nuestros pies // tus umbrales, Jerusalén. R./

Jerusalén está fundada // como ciudad bien compacta. // Allá suben las tribus, // las tribus del Señor. R./

Según la costumbre de Israel, // a celebrar el nombre del Señor. // En ella están los tribunales de justicia // en el palacio de David. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Colosenses (1,12-20): Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (23,35-43): Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.




En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Jesús le respondió: Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso.

 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

«Rey de Israel, rey de los judíos, reino del Hijo» son las expresiones con que la liturgia nos recuerda solemnemente la gozosa realidad de Jesucristo, Rey del universo. El título de la cruz sobre la que Jesús murió para redimir a los hombres era el siguiente: «Jesús nazareno, rey de los judíos» (Lucas 23,35-43). Históricamente, este título se remontaba hasta David, rey de Israel, (segundo libro de Samuel 5,1-3), de quien Jesús descendía según la carne. Recordando Pablo a los colosenses la obra redentora de Cristo les escribe: «El Padre nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Colosenses 1,12-20).

 David, el rey de Israel


Los israelitas habían comenzado la conquista de la tierra prometida al final del siglo XIII a. C., bajo el caudillaje de Josué. La conquista fue progresiva y se prolongó por mucho tiempo. Por fin se pudo considerar acabada, al menos en términos generales, y se procedió a la distribución de la tierra por tribus. Por largos decenios y lustros, cada una de las tribus mantuvo su independencia y propia autonomía. Si alguna tribu se unía con otra, era fundamentalmente en plan de defensa o ataque de sus enemigos. Durante este período, se fue estableciendo casi espontáneamente una diferenciación entre las tribus del Norte y las del Sur.

Cuando Samuel ungió rey a David, lo hizo sólo sobre las tribus del Sur (Judá, Benjamín y Efraín) reinando siete años en Hebrón . La personalidad extraordinaria de David, su genio militar que logró conquistar la fortaleza de Jerusalén tenida por inexpugnable, y su capacidad innegable de caudillaje, indujo a los jefes de las tribus del Norte a proclamarle también su rey. «El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel». Fue un paso decisivo en la historia de Israel: por primera vez se consiguió la unificación de las doce tribus, se instauró un solo rey y por tanto un solo mando político-militar, y se eligió la ciudad de Jerusalén como capital del nuevo reino de Israel y Judá. El pacto entre rey y pueblo tenía consecuencias legales ya que implicaba un juramento de lealtad mutua, así como una serie de cláusulas. Los ancianos son los responsables de todo el pueblo y hacen de intermediarios en la unción.

 «Si tú eres el Rey de los judíos ¡sálvate!»

Como ya hemos mencionado, este Domingo celebramos a Jesucristo como Rey del universo. Pero el Evangelio parece ser el menos adecuado para celebrar la realeza de Jesús ya que nos presenta a Jesús crucificado en medio de dos malhechores y siendo objeto de burla. ¡Nada más opuesto a nuestra imagen de lo que debería ser un rey! El pueblo estaba mirando este dantesco espectáculo mientras los magistrados lo despreciaban diciendo: «Que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido», y los soldados se burlaban de Él diciendo: «Si tú eres el Rey de los judíos ¡sálvate!».

Aunque lo hacen por burla, es interesante notar los títulos que le asignan: Cristo de Dios, Elegido, Rey de los Judíos. Todos esos títulos evocan a David, el gran rey de Israel. Justamente para entender el significado de éstos títulos hay que saber que Dios había elegido a David, que había mandado a Samuel a «ungirlo» rey y le había prometido: «Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza... Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente".»(2Sam 7,12.16).David fue el último rey que tuvo todas las tribus de Israel unidas bajo su mando. A medida que el tiempo pasaba, se recordaba el reinado de David como un tiempo paradigmático de prosperidad, de independencia de la nación, de fidelidad a las leyes de Dios. Se esperaba para el futuro un tiempo semejante, que sería el tiempo del «hijo de David», del «ungido de Dios» que daría cumplimiento a todas las profecías.

 «Hoy estarás conmigo en el paraíso...»

Pero lo que ocurre a continuación nos revela a Cristo en toda su grandeza y en plena posesión de su realeza. Él es Rey al modo de Dios y no al de los hombres. Entre los hombres el Rey está del lado de los grandes y poderosos del mundo; según la expectativa de Israel, en cambio, que es la de Dios, el Rey tiene la misión de hacer justicia al pobre y al desvalido, y su oficio propio es la misericordia. Este oficio es imposible que puedan cumplirlo los reyes que ha conocido la historia humana, salvo escasas excepciones, porque ellos no tienen experiencia del sufrimiento humano, ni han sido víctimas de la injusticia de los poderosos. Cristo, en cambio, es el «varón de dolores conocedor de dolencias» (Is 53,3); «habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados» (Hb 2,18).

Ante la cruz de Jesús se produce una divergencia entre los malhechores. Uno lo insultaba y se burlaba de Él; el otro hace esta magnífica declaración: «Nosotros somos condena¬dos con razón porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y agregaba: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Y recibe esta respuesta: «Yo te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Tal vez nunca ha resultado más claro el misterio de la absoluta gratuidad de la salvación. ¿Por qué un ladrón rechazó a Cristo y el otro lo confesó y fue salvado? ¿Qué mérito previo tenía uno u otro? Si algo merecían ambos por sus hechos era la condenación y la muerte. Ésta es la historia de todos los hombres.

En efecto, una verdad esencial de la fe cristiana es que todos los hombres somos pecadores y necesitamos de la miseri¬cordia de Dios. Ante Dios todos somos igual que los ladro¬nes. Nadie puede argüir mérito alguno para mere¬cer la salva¬ción. La salva¬ción es puro don gratuito conquistado al precio de la sangre de Cristo. «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). Pero, el misterio de la liber¬tad humana hace que se repita siempre la historia de los dos ladrones y en la misma proporción, tal como lo anunció Jesús: «Estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado» (Lc 17,34).

 ¿Qué vio el buen ladrón en Jesús para reconocerlo como rey?

¿Qué vio el buen ladrón en este hombre crucificado ya próximo a la muerte para reconocerlo como Rey y rogarle que se acuerde de él? El poder humano nunca ha convertido a nadie. En cambio, el testimo¬nio de amor y de serenidad de los mártires es algo superior a todo lo humano, es una demos¬tración clara del poder de Dios. Y esto sí que convierte. Ningún ser humano conde¬nado injus¬tamente a una muerte tan cruel e ignominio¬sa puede decir: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), a menos que actúe el poder de Dios en él. De lo contrario, es absolutamente imposible. Y esto es lo que vio el buen ladrón, y de golpe supo quién era Jesús y comprendió que su palabra era la verdad. Por eso, mientras los otros se burlan de su reale¬za, él lo reconoce realmente como Rey. También fue fecunda la sangre de Cristo en el centurión, quien al ver lo sucedido, «glorificaba a Dios diciendo: 'Ciertamente este hombre era justo'». Y es fecunda en todos los que han de ser reconciliados.

Esa misma fecundidad es comunicada a la sangre de los mártires. Por eso un antiguo axioma afirma: «Sangre de mártires, semilla de cristianos». Un ejemplo notable se registra en el martirio del sacerdote jesuita, Edmund Campion, quien fue condenado a la horca y el descuartizamiento en la persecución de la reina Isabel de Inglaterra en 1581. Asistía a este espectáculo un joven de nombre Henry Walpole, hombre de buena familia, poeta satírico de cierto genio, superficial, interesado en mantener buenas relaciones con el régimen. En el momento en que fueron arrancadas las entrañas del sacerdote mártir, una gota de sangre salpicó su manto. Él mismo confiesa que en ese instante fue arrebatado a una vida nueva. Cruzó el canal para entrar al Seminario y hacerse sacerdote; volvió a la misión en Inglaterra y después de trece años sufrió el mismo martirio que Edmund Campion en la cárcel de York.

 Una palabra del Santo Padre:

«Hoy queridos hermanos y hermanas, proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca (cf. 1 Co 13,8). Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza.Pero sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús.

En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo está lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?».

Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (cf. Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al comienzo del Evangelio (cf. Lc 4,1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto.

Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. La misericordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época.

En el Evangelio aparece otro personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que, con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Dios, apenas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo».

Papa Francisco. Homilía en la Solemnidad de Cristo Rey. 20 de noviembre del 2016.





 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «Es necesario que Él reine» (1Cor 15, 25), escribió San Pablo refiriéndose a Cristo.¿Qué tanta importancia le doy a mi relación con Jesús? ¿Qué espacio ocupa en mi vida, en mi familia?

2. «No ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28). ¿Yo entiendo que debo de ejercer la autoridad como un puesto de servicio?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 446- 483.

texto facilitado por JUAN ROMAN PULIDO

jueves, 14 de noviembre de 2019

Domingo de la Semana 33ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 16 de noviembre de 2019 «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»



Lectura del profeta Malaquías (3,19-20; 4,1-2): Os iluminará un sol de justicia.

Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de las Huestes-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

Salmo 97,5-6.7-8.9: El Señor llega para regir los pueblos con rectitud. R./

Tocad la cítara para el Señor, // suenen los instrumentos: // con clarines y al son de trompetas, // aclamad al Rey y Señor. R./

Retumbe el mar y cuanto contiene, // la tierra y cuantos la habitan, // aplaudan los ríos, aclamen los montes, // al Señor que llega para regir la tierra. R./

Regirá el orbe con justicia, // y los pueblos con rectitud. R./

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses (3,7-12): El que no trabaja, que no coma.

Hermanos: Ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo: No viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviera derecho para hacerlo, pero quise daros un ejemplo que imitar.
Cuando viví con vosotros os lo dije: el que no trabaja, que no coma. Porque me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada.
Pues a esos les digo y les recomiendo, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (21,5-19): Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo va a ser éso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? El contestó: -Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: «Yo soy» o bien «el momento está cerca»; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.
Luego les dijo: -Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El presente y el futuro son dos categorías que de alguna manera marcan las lecturas en este penúltimo Domingo del ciclo litúrgico. Los «arrogantes y malvados» del presente serán arrancados de raíz el Día de Yahveh, mientras que los que «teméis mi Nombre» serán iluminados por el sol de justicia (Primera Lectura). Las tribulaciones y las desgracias del presente no deben perturbar la paz de los cristianos, porque, mediante su perseverancia en la fe, recibirán la salvación futura (Evangelio). San Pablo invita a los tesalonicenses a imitarle en su dedicación al trabajo, aquí en la tierra, para recibir luego en el mundo futuro la corona que no se marchita (Segunda Lectura).

 He aquí que viene el Día...

Malaquías es el último de los profetas, de quien sólo conocemos el nombre «ángel, mensajero de Dios, mi mensajero». ¿Cuándo profetizó Malaquías? Por las alusiones a los matrimonios y a los diezmos, podemos ubicarlo en el tiempo de Esdras y de Nehemías, los grandes restauradores políticos y religiosos del Nuevo Israel después del exilio (hacía mediados del siglo V a.C.). Malaquías que es tan puntual en exigir la observancia de varios preceptos, abre su profecía a una visión más universalista de la salvación.

El capítulo tercero comienza y concluye con el anuncio de un mensajero que vendría, por delante del Señor. El texto hebreo incorpora los últimos seis versículos a este tercer capítulo con los números 19-24, sin embargo, en algunas versiones se colocan estos versículos en un capítulo nuevo (4,1-6). Cuando llegue el Día del Señor, entonces se verá la diferencia entre justos e impíos, diferencia que la situación terrena encubre. Para los arrogantes y los que cometen impiedad será como un fuego devorador. Para los justos, en cambio, nacerá el «sol de justicia» que la exégesis católica siempre ha identificado con el mismo Jesucristo. Es interesante notar como el último de los profetas concluya su profecía anunciando al primero de ellos: Elías, que vendrá a preparar la venida del Mesías. «He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible» (Mal 3,23). Ese Elías que retorna será, en palabras del mismo Jesús, Juan Bautista. «Elías vino ya, pero no lo reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron» (Mt 17,12. Ver Lc 1,17).

 El segundo Templo de Jerusalén

Uno de los misterios de la historia de Israel rodea a la des¬trucción del templo de Jerusalén. Es el templo que Jesús conoció y admiró, como todo judío de su tiempo. San Lucas comprendió que el templo era tan fundamental en la vida de un judío, que todo su Evangelio comienza en el templo y termina en el templo. En el tiempo de Jesús el templo de Jerusalén presentaba un aspecto imponente después de cuarenta y seis años de construcción (ver Jn 2,20). Las obras comenzaron durante el reinado de Herodes el Grande el año 19 a.C. Debió estar bastante concluido y ya en funciones, cuando Jesús, recién nacido (aprox. año 6 a.C.), fue presentado al templo por sus padres. Pero no cesó de ser acrecentado y embellecido, de modo que cuando Jesús llega a Jerusalén para enfrentar su pasión y muerte, se decía con orgullo: «El que no conoce el templo de Jerusalén no sabe lo que es bello». Esto explica que algunos hicieran notar a Jesús la belleza del templo, esperando de Él un comentario de encomio; pero el comentario que Jesús hace debió dejarlos desconcertados: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida». Esta es una sentencia profética que recuerda la destrucción del primer templo, el templo de Salomón, y por eso, causará tanta indignación de las autoridades judías.

Todos sabían en Israel que el primer templo había sido destruido cuando Dios lo abandonó a causa de la infidelidad de su pueblo. En ese tiempo correspondió al profeta Jeremías, parado en el patio del templo, hacer el anuncio profético: «Así dice el Señor: Si no me oís para caminar según mi ley que os propuse... entonces haré con esta Casa como hice con Silo y esta ciudad entregaré a la maldición de todas las gentes de la tierra» (Jer 26,4.6). Este oráculo trajo a Jeremías graves problemas: «Oyeron los sacerdotes y profetas y todo el pueblo a Jeremías decir estas palabras en la Casa del Señor... y lo prendieron diciendo: ‘¡Vas a morir! ¿Por qué has profetizado en nombre del Señor, diciendo: Como Silo quedará esta Casa...?»”. La destrucción del lugar santo de Silo era proverbial. La profecía de Jeremías se verificó y el templo de Salomón fue destruido en el año 587 a.C. por las tropas de Babilonia que arrasaron con Jerusalén y llevaron el pueblo al exilio . Ahora Jesús anunciaba la misma suerte para este segundo templo . Poco antes, llorando sobre Jerusalén, había indicado el motivo: «Vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán...y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita» (Lc 19,43.44). Los oyentes debieron haber quedado estupefactos ante estas palabras y, seguramente, también llenos de escep¬ticismo. ¡Impo¬sible que sea des¬truido el templo de Jerusalén! ¡Eso sería el fin del mundo! Por eso, pregun¬tan: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocu¬rrir?». Jesús indica una serie de eventos que ocurrirán; pero ellos pensaban que se refería más bien al fin de la historia que a la destrucción del templo. Por eso Jesús termina con estas pala¬bras: «Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27).

 La destrucción del Templo de Jerusalén

La destrucción del templo de Jerusalén ocurrió en el año 70 d.C. cuando Tito, el jefe de las tropas romanas, quiso reducir al último bastión de la resistencia judía. Cuando Jesús predijo su destrucción faltaban aún 30 años para llevarlo a término. Cuando se terminó de construir comple¬tamente, en el año 64 d.C., quedaron sin trabajo 18.000 obreros. ¡Seis años después sería reducido a cenizas!

Todos los intentos sucesivos de la historia por recons¬truirlo han fracasado; hoy día ya es imposible, porque en la explanada del tem¬plo, cons¬truyeron los musul¬manes en el siglo VIII la mezquita de Omar y poco después la mezquita de Al Aqsa, haciendo de esa explanada el segundo lugar sagrado del Islam, después de La Meca. Si ya la tensión entre judíos y musulmanes es gran¬de, ¿qué no sería si los judíos intenta¬ran reconstruir allí el templo? Pero tampoco pueden, aunque quisieran. Ningún judío puede poner pie allí. Es que no se sabe cuál era la ubica¬ción exacta del Sancta Sanctorum, es decir, del lugar más sagrado donde nadie, fuera del Sumo Sacerdote, podía en¬trar una vez al año. Subir a la explanada sería exponerse a pisar ese lugar. Por eso hoy día se cumple otra de las profecías pronun¬ciadas por Jesús: «Jerusalén será pisotea¬da por los genti¬les, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles» (Lc 21,24). Esta profecía ciertamente se refiere a la destrucción del templo. Ese lugar no lo pisa hoy ningún judío.

 «Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?»

En la pregunta a Jesús acerca de las señales se pasa imperceptiblemente de la destrucción del Templo a los acontecimientos finales. Por eso se pide una señal «de todas estas cosas». Y Jesús indica algunas señales que serán previas al fin. En primer lugar, dice: «Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo 'Yo soy' y 'el tiempo está cerca'. No les creáis». La señal es la usurpación, pero los fieles no se dejarán engañar, porque la venida final del Hijo del hombre no se compara con nada de esta historia: «Os dirán: 'Vedlo aquí, vedlo allá'. No vayáis ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extre¬mo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día» (Lc 17,23-24). Su venida será inconfundible.

La segunda señal es ésta: «Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo». Pero antes que esto debe verificarse la tercera señal: «Os echarán mano y os perse¬guirán... seréis odiados por todos a causa de mi nombre». La persecución sufrida por Cristo será fuente de alegría: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien... por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo» (Lc 6,22-23). Jesús promete el premio de la vida eterna al que persevere en medio de la prueba: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». En realidad, son signos imprecisos que han estado en acción desde que Jesús dejó la escena de este mundo. Por eso el fin puede acontecer ya en cualquier momento. Lo que es firme es que ese Día será dulce y vendrá como algo largamente anhelado por los que aman a Cristo y repiten continuamente: «Ven, Señor Jesús». Y será terrible para los que viven ajenos a Dios y despreocupados gozan de este mundo.

 Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de este domingo (Lc 21, 5-19) consiste en la primera parte de un discurso de Jesús: sobre los últimos tiempos. Jesús lo pronuncia en Jerusalén, en las inmediaciones del templo; y la ocasión se la dio precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. Porque era hermoso ese templo. Entonces Jesús dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida» (Lc 21, 6). Naturalmente le preguntan: ¿cuándo va a ser eso?, ¿cuáles serán las señales? Pero Jesús desplaza la atención de estos aspectos secundarios —¿cuándo será? ¿cómo será?—, la desplaza a las verdaderas cuestiones. Y son dos. Primero: no dejarse engañar por los falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.

Este discurso de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el siglo XXI. Él nos repite: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre» (v. 8). Es una invitación al discernimiento, esta virtud cristiana de comprender dónde está el espíritu del Señor y dónde está el espíritu maligno. También hoy, en efecto, existen falsos «salvadores», que buscan sustituir a Jesús: líder de este mundo, santones, incluso brujos, personalidades que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos alerta: «¡No vayáis tras ellos!». «¡No vayáis tras ellos!».

El Señor nos ayuda incluso a no tener miedo: ante las guerras, las revoluciones, pero también ante las calamidades naturales, las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de falsas visiones apocalípticas.

El segundo aspecto nos interpela precisamente como cristianos y como Iglesia: Jesús anuncia pruebas dolorosas y persecuciones que sus discípulos deberán sufrir, por su causa. Pero asegura: «Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá» (v. 18). Nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios. Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más a Él, a la fuerza de su Espíritu y de su gracia.

En este momento pienso, y pensamos todos. Hagámoslo juntos: pensemos en los muchos hermanos y hermanas cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. Son muchos. Tal vez muchos más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con nuestra oración y nuestro afecto; tenemos admiración por su valentía y su testimonio. Son nuestros hermanos y hermanas, que en muchas partes del mundo sufren a causa de ser fieles a Jesucristo. Les saludamos de corazón y con afecto».

Papa Francisco. Ángelus. Domingo 17 de noviembre de 2013





 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma», nos dice San Pablo. ¿Trabajo realmente por el Reino? ¿De qué manera concreta?

2. «Seréis odiados de todos por causa de mi nombre» es una frase muy fuerte. ¿Soy coherente con mis opciones de fe? ¿Soy perseverante o me acomodo a la opinión de los demás?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 988- 1019.


texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de A.N.E. Toledo
foto del Altar restaurado en la Iglesia de la Anunciación, Sevilla. foto cameso

sábado, 9 de noviembre de 2019

Domingo de la Semana 32ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «El Señor no es un Dios de muertos, sino de vivos»


Lectura del segundo libro de los Macabeos (7,1-2.9-14): El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna

En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley.
El mayor de ellos habló en nombre de los demás: -¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. El segundo, estando para morir, dijo: -Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: -De Dios las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios. El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y cuando estaba a la muerte, dijo:
-Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida.

Salmo 16, 1. 5-6. 8 y 15; R./ Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, // presta oído a mi súplica, // que en mis labios no hay engaño. R./

Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. // Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. R./

A la sombra de tus alas escóndeme. // Yo con mi apelación vengo a tu presencia, // y al despertar me saciaré de tu semblante. R./

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses (2, 16-3,5): Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas

Hermanos: Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre -que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza- os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.
Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados; porque la fe no es de todos. El Señor que es fiel os dará fuerzas y os librará del malo.
Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y esperéis en Cristo.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (20, 27-38): No es Dios de muertos, sino de vivos

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.» Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Jesús les contestó: -En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir., son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.» No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

En la magistral encíclica «Fides et ratio», el Papa San Juan Pablo II escribe: «Una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad cómo en las distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida?... Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre; de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia» .

Esas preguntan nos asaltan con mayor o menor fuerza en los momentos críticos de nuestra existencia y, queramos o no queramos, nuestra actitud ante la vida, nuestras opciones y los intereses que nos mueven están determinados por las respuestas que les demos. Es imposible permanecer en la soledad y el silencio por un tiempo prolongado sin que irrumpan las preguntas por el sentido de nuestra existencia; en realidad la necesidad de sentido «acucia el corazón del hombre» tal como nos dice San Juan Pablo II.

Estas preguntas fundamentales son las que trata de responder la liturgia de este Domingo. Jesús nos enseña que el destino es la vida, pero que esa vida en el más allá no se iguala a la vida terrena (Evangelio). El martirio de la madre y sus siete hijos en tiempo de la guerra macabea ofrece al autor sagrado la ocasión para proclamar vigorosamente la fe en la resurrección para la vida (Primera Lectura). San Pablo pide oraciones a los tesalonicenses para que «la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria» (Segunda Lectura), una palabra que incluye la suerte final de los hombres ante el Juez supremo, que es Dios.

 ¿Qué nos narra la historia de los Macabeos?

Durante el gobierno del rey seléucida , Antíoco IV (conocido como Epífanes), en el año 167 a.C.,se produjo una violenta persecución religiosa a causa de su política helenizante. Prohibió la práctica de la religión judía. La medida contra los que se mantenían fieles a la fe en Yahveh era extrema: la pena de muerte para los que observaran el sábado y la práctica de la circuncisión. Además se impusieron prácticas idolátricas. Sin duda algunas personas apostataron de la fe pero gran parte de la población se mantuvo fiel a la Ley. Unos huyeron al desierto de Judá, otros se dejaron torturar pero no se doblegaron. Otros pasaron a la resistencia armada, dirigidos por Matatías y sus hijos. A Judas, uno de los hijos de Matatías, le pusieron el sobrenombre de «Macabeo» (martillo), de ahí que todos fueron denominados con ese nombre. El segundo libro de los Macabeos cubre los primeros quince años de la resistencia armada de Judas (ver 2Mac 1-7).

La fe en la resurrección de la carne fue un punto que tardó en afirmarse en Israel. La primera mención explícita se encuentra en el pasaje del libro de los Macabeos. Leemos en la respuesta de uno de los siete hermanos ante la tortura del Rey Antíoco IV: «Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna». Igualmente el libro del profeta Daniel, contemporáneo de estos acontecimientos, menciona claramente la resurrección de los muertos (ver Dn 12,2s), y el libro de la Sabiduría (50 a.C.) habla de la inmortalidad (ver Sb 3,1ss).

Se debía de dar respuesta a una dificultad que siempre reaparece y que agobia también a los hombres de nuestro tiempo. Si sólo se vive en el espacio de esta vida terrena, y Dios dispone sólo de este tiempo para compensar a los justos, entonces, ¿por qué el justo sufre y el impío prospera? El profeta Jeremías aborda directamente este problema cuando dice: «Tu llevas la razón, Yahveh, cuando discuto contigo, no obstante, voy a tratar contigo un punto de justicia: ¿Por qué prosperan los impíos y son felices todos los malvados?» (Jer 12,1). El libro de los Macabeos presenta el caso de los justos que prefieren las torturas y la muerte antes de transgredir la ley de Dios. ¿Cómo podrá retribuirles Dios en esta vida? No los recompensará en ésta sino en la otra. Ésta es la fe que expresan los siete hermanos: «nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna».

 ¿Quién será su marido en la resurrección?

En el tiempo de Jesús había divergencias respecto a la fe en la resurrección corporal. El grupo de los saduceos , que era la clase dirigente, a la cual pertenecían los Sumos Sacerdotes, se aferraba exclusivamente a los cinco libros del Pentateuco y no creía en la resurrección. Los fariseos por otro lado, siguiendo más la tradición oral, en su observancia de la ley estaban dispues¬tos a renunciar a los goces terrenos y a profesar su fe en la resurrección. Es la fe de Marta, la hermana de Lázaro. Cuando Jesús le dice: «Tu hermano resucitará» y ella afirma: «Sé que resucitará en el último día».

Esta introducción explica la intención que encierra la pregunta puesta a Jesús por los saduceos, «ésos que sostienen que no hay resurrección»: una mujer que estuvo casada con siete hermanos y después de todos ellos muere sin hijos, ¿en la resurrección quién será su esposo? Basándose en ley mosaica del levirato que mandaba al hermano de un marido difunto casarse con la viuda (ver Dt 25,5ss), tratan de ridiculizar la fe en la resurrección mediante un caso extremo, casi absurdo. Jesús reafirma la verdad de la resurrección y resuelve la cuestión explicando que el tomar marido o mujer pertenece a este estado provisorio de cosas; «en la resurrección ni ellos tomarán mujer ni ellas marido. En ese estado no pueden ya morir porque son como ángeles y son hijos de Dios».

En la resurrección no será ya necesario perpetuar la especie por vía de la reproducción, pues no pueden ya morir; no será, por tanto, necesaria la unión sexual entre el hombre y la mujer. Existirá una unión mucho más perfecta pues allí existirá la plenitud del amor y de la participación en la vida divina. Es lo que quiere decir San Pablo cuando afirma que «la caridad no acaba nunca» (1Cor 13,8), es lo único que perdura eternamente.

Jesús agrega un argumento a favor de la resurrección tomado del mismo Pentateuco, cuyo autor es Moisés, pues es la única Escritura a la cual los saduceos reconocen autoridad: «Que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza». Sin embargo el testimonio máximo de la resurrección de los muertos es el propio Jesús que resucitó al tercer día: «Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (1Cor 15,20). Él nos redimió del pecado y de su salario, la muerte. «Habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos» (Cf. Rom 5,15-19). Si ya Marta y María creían en la resurrección, no sabían, quién habría vencido a la muerte, hasta que Jesús declara ante ellas: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11,25) .

 Una palabra del Santo Padre:

«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vi¬da eterna» (Jn 3, 16). En estas palabras del Evangelio de san Juan el don de la vida eterna constituye el fin último del plan de amor del Padre. Ese don nos permite tener acceso, por gracia, a la inefable comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el úni¬co Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). La vida eterna, que brota del Padre, nos la transmite en plenitud Jesús en su Pascua por el don del Espíritu Santo. Al recibirlo, participamos en la victoria definitiva que Jesús resucitado obtuvo sobre la muerte.

«Lucharon vida y muerte —nos invita a proclamar la liturgia— en singular batalla y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta» (Secuencia del Domingo de Pascua). En ese evento decisivo de la salvación Jesús da a los hombres la vida eterna en el Espíritu Santo. Así, en la plenitud de los tiempos Cristo cumple, más allá de toda expec¬tativa, la promesa de vida eterna que desde el origen del mundo, había inscri¬to el Padre en la creación del hombre a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26)».

Juan Pablo II, Audiencia General. Miércoles 28 de octubre de 1998.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena». ¿Vivo siendo consciente de mi vocación hacia la eternidad?

2. En oración, busquemos alimentar nuestro «hambre de infinito», meditando el salmo 16.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 988-1004.

texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adoración nocturna en TOLEDO

comentario a la foto de cameso, autor del Blog: Capilla Sacramental de la Iglesia Mayor de Moguer (Huelva) en la que participe en las Bodas de Oro de la Adoración nocturna, representando a la A.N.E. de Sevilla, cuya recuerdo me emocionó


sábado, 2 de noviembre de 2019

Domingo de la Semana 31ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 3 de noviembre de 2019 «Hoy la salvación ha llegado a esta casa»


Iglesia del Castillo de Javier

Lectura del libro de la Sabiduría (11, 23-12,2): Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres.

Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra.
Te compadeces de todos, porque todo lo puedes,
cierras los ojos a los pecados de los hombres,
para que se arrepientan.
Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho;
si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.
Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido?
¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado?
Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.
En todas las cosas está tu soplo incorruptible.
Por eso corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor.

Salmo 144,1-2.8-9.10-11.13cd-14: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey. R./

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás. R./

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad,
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R./

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R./

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R./

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses (1,11-2,2): Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él.

Hermanos:
Siempre rezamos por vosotros, para que nuestro Dios
os considere dignos de vuestra vocación;
para que con su fuerza os permita cumplir
buenos deseos y la tarea de la fe;
y para que así Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria
y vosotros seáis la gloria de él,
según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo.
Os rogamos a propósito de la última venida
de nuestro Señor Jesucristo
y de nuestro encuentro con él,
que no perdáis fácilmente la cabeza
ni os alarméis por supuestas revelaciones,
dichos o cartas nuestras:
como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (19,1-10): El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
El bajó en seguida, y lo recibió muy contento.
Al ver ésto, todos murmuraban diciendo:
-Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
-Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
-Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El amor de Dios embarga cada página de la Biblia y de la liturgia cristiana. En los textos del presente Domingo resaltan de modo especial. El amor de Dios a todas las criaturas, porque todas tienen en el amor de Dios su razón de ser y su sentido último (Primera Lectura). El amor que Dios tiene por todos, sin distinción alguna, busca salvar a aquellos que están perdidos (Evangelio). El amor de Dios hacia los cristianos que exige que vivan de acuerdo a lo que son, «para que el nombre de Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en Él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo» (Segunda Lectura).

«Zaqueo era jefe de publicanos y rico»

En el Evangelio del Domingo pasado se hablaba también de un publicano; pero era el personaje de una parábola. En el Evangelio de hoy se trata de un publicano real del cual se nos dice incluso el nombre y hasta su estatura. Zaqueo era «jefe de publi¬canos y rico». Y si en la parábola Jesús concluía que el publi-cano «bajó a su casa justificado», aquí podemos ver qué significa en concreto «ser justificado».Todos sabemos que en el tiempo de Jesús la Palestina estaba bajo el dominio de Roma. Pero Roma permitía a los pueblos sometidos bastan¬te libertad para observar sus costumbres, con tal que recono¬cieran ciertas leyes supre¬mas del Imperio y pagaran el tributo al César. Es así que la Judea, después de haber sido parte del reino de Hero¬des el Grande, fue gobernada por su hijo Arquelao; y sólo porque éste fue incapaz de mantener el orden, fue nombrado un procurador romano, que durante el ministerio públi¬co de Jesús era Poncio Pilato. Incluso para la recaudación del tributo, Roma daba la concesión a persona¬jes del lugar. Tratándose de un impuesto para el Estado (la «res publi¬ca» es decir la cosa pública), el nombre griego «telones», que se daba a estos personajes, fue tradu¬cido al latín por «publica¬nus».

Los publicanos estaban investidos de poder para exigir este impuesto a la población. Y muchas veces abusa¬ban exigiendo un pago superior al debido. Después de entregar a Roma el precio de la concesión, se enriquecían ellos con lo defraudado. El mismo Lucas refiere que a algunos publicanos que vinieron donde Juan el Bautista para ser bautiza¬dos con el bautismo de conversión, y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?", él les respondió: 'No exijáis más de los que os está fijado'» (Lc 3,12-13).Y a nadie le es agradable pagar impuestos a una potencia extranjera, ¡cuánto más si sabemos que nuestro dinero va a enriquecer a un compatriota colaboracionista que fija la cantidad arbi¬trariamente! Es entonces com¬prensible que los publicanos fueran odiados y que tuvieran fama de pecadores. Zaqueo era «jefe de publicanos» y no sólo tenía fama de pecador sino que ciertamente lo era. Lo mismo que el publicano de la parábola que reconocía ante Dios: «¡Ten compasión de mí, que soy un pecador!»

La salvación: don gratuito de Diosy aceptación libre del hombre

Una de los puntos claros de este episodio es la gratui¬dad de la salvación. Cuando Jesús llegó a Jericó, «Zaqueo trataba de ver quién era Jesús» ya que era de baja estatura, como coloca puntualmente Lucas. Por aquí comenzó la acción de la gracia. «Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verlo, pues Jesús iba a pasar por allí». ¿Quién le inspiró a Zaqueo esta curio¬sidad tan grande, que, a pesar de su rango, lo llevó a subirse a un sicómo¬ro? El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que: «la preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia» .

Un judío de cierta edad, más aún si es rico, asume una actitud venerable y no se rebaja a correr. En la parábola del hijo pródigo el padre es presentado «corriendo» al encuentro de su hijo perdido que vuelve, pero se describe así precisamente para destacar su inmensa alegría. Zaqueo no sólo corre, sino que se trepa a un árbol como un niño. Para ver a Jesús hace todo lo que puede, incluso pasando por encima de su honor. La humildad de Zaqueo no podía pasar inadvertida ante Dios. Dios premia siempre un gesto de humildad del hombre. El Evange¬lio continúa y Jesús, alzando la vista, dice: «Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». ¿Qué obra buena había hecho Zaqueo para que mereciera esta gracia, es decir, que Jesús se dirigiera a él y lo distinguiera alojándose en su casa? Al con¬trario, sus obras habían sido malas, tanto que todos comentaban: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». ¡Y esto, lamentablemente, era verdad!

Hasta aquí todo es don de Dios. Es Dios quien le está dando la posibilidad de cambiar de vida. Pero lo que sigue revela que Zaqueo ya es un hombre nuevo, es decir que está actuando siguiendo las mociones de esa vida nueva que le ha sido dada. Nadie lo obliga, es libre, y libre¬men¬te dice: «Señor, daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo he defraudado a alguien le devolveré el cuádruplo». Según la ley mosaica estaba obligado a restituir el total sustraído y un quinto más de la suma (ver Lv 5,24; Nm 5,7); si bien la ley romana imponía el cuádruplo. Pero además Zaqueo está dispuesto a repartir entre los pobres la mitad de su hacienda. Si se examina con atención las cifras en juego, veremos que no le iba a quedar nada o, en el mejor de los casos, muy poco. Esta es una obra de amor superior a sus fuer¬zas naturales; pero le fue posible hacerla porque fue Cristo quien lo habilitó a ella dándole la salvación como un don gratuito. Zaqueo, por su parte, se abre a este don y responde desde su libertad ya que siempre: «la libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre» . Esto es lo que comenta Jesús a modo de corolario: «Hoy ha llegado la salva¬ción a esta casa... porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». La salvación es un don de Dios absolutamente inalcanzable por el propio esfuerzo del hombre «perdido»; pero Dios lo da a quien pone todo lo que está de su parte, aunque siempre es mínimo en comparación con el don de Dios. En este caso, Zaqueo puso lo suyo: correr como un niño y subirse a un árbol. Si él hubiera rehusado hacer esta acción humilde, todo se habría frustrado y hoy día no estaríamos leyendo esta hermosa página del Evangelio.

«Señor, que amas la vida»

El libro de la Sabiduría de Salomón apareció en el siglo I a.C. y fue escrito probablemente en Alejandría. Puede ser considerado el libro más helenístico de todos los libros sapiensales y su fin era alejar de la idolatría a los judíos en Egipto, demostrando que la sabiduría de Dios supera ampliamente a la pagana. La omnipotencia de Dios, sola, no explica adecuadamente la creación, entra también el deseo amoroso de crear y conservar todo por amor. «Señor, que amas la vida» (Sb 11,26): ésta es quizás una de las afirmaciones más consoladoras de la Sagrada Escritura. Sabemos, en efecto, que Dios es todopoderoso, eterno y omnisciente. Pero ¿qué sería de nosotros si con todo esto fuera malo y cruel? Más San Juan nos dice que «Dios es amor» (ver 1Jn 4,8) y San Pablo no se cansa de destacar el inmenso amor que nos tiene (ver Filp 3,21) y esa infinita bondad lo llevó a dar su Hijo único por nosotros (ver Jn 3,16) para hacernos hijos en el Hijo.

Santo Tomás formula el mismo pensamiento diciendo que Dios está más dispuesto a darnos que nosotros a recibir. Esta Buena Nueva de Dios nunca hubiera podido ser conocida si Él mismo no la hubiese revelado. En ella reside nuestra plena alegría, esperanza y reconciliación; porque el hombre que no se sabe amado y redimido por la gracia de Dios, caerá o en el abismo de la desesperación o en la soberbia de creerse justificado por sí mismo.

Una palabra del Santo Padre:

«Jesús lo miró. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo. Sabemos que Mateo era un publicano, es decir, recaudaba impuestos de los judíos para dárselos a los romanos. Los publicanos eran mal vistos, incluso considerados pecadores, y por eso vivían apartados y despreciados de los demás. Con ellos no se podía comer, ni hablar, ni orar. Eran traidores para el pueblo: le sacaban a su gente para dárselo a otros. Los publicanos pertenecían a esta categoría social.

Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida.

Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida.

Después de mirarlo con misericordia, el Señor le dijo a Mateo: «Sígueme». Y Mateo se levantó y lo siguió. Después de la mirada, la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás quedó el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a los otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que «se vive», se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien Él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto».

Papa Francisco. Plaza de la Revolución, Holguín. Lunes 21 de septiembre de 2015.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Comentando este pasaje nos dice Beda: «He aquí cómo el camello, dejando la carga de su jiba, pasa por el ojo de la aguja; esto es, el publicano siendo rico, habiendo dejado el amor de las riquezas y menospreciando el fraude, recibe la bendición de hospedar al Señor en su casa». ¿Qué estoy dispuesto a dejar para recibir a Jesús en mi casa?

2. Leamos y meditemos el salmo responsorial de este Domingo: Salmo 145 (144).

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1996- 2005.

texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adoración noctuna de Toledo

fotografia: cameso