jueves, 20 de junio de 2019

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo C – 23 de junio de 2019 «Comieron todos y se saciaron»


Lectura del libro del Génesis (14,18-20): Sacó pan y vino.


En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo: –Bendito sea Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo que ha entregado tus enemigos a tus manos.
Y Abrahán le dio el diezmo de todo.

Salmo 109,1.2.3.4: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. R/.


Oráculo del Señor a mi Señor: // «Siéntate a mi derecha, // y haré de tus enemigos estrado de tus pies.» R/.

Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: // somete en la batalla a tus enemigos. R/.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, // entre esplendores sagrados; // yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora. » R/.

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: // «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.» R/.

Lectura de la primera carta a los Corintios (11,23-26): Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la Muerte del Señor.


Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.»

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: -«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.»
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Lectura del Evangelio según San Lucas (9,11b-17): Comieron todos y se saciaron.

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: –Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado. El les contestó: –Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: –No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.) Jesús dijo a sus discípulos: –Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron. El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos.


 Pautas para la reflexión personal

El vínculo entre las lecturas


En la lectura del Evangelio, San Lucas describe la multiplicación de los panes de un modo que deja transparentar un milagro más grande: la Santa Eucaristía. La lectura del Antiguo Testamento (Primera Lectura) muestra la misteriosa figura del rey-sacerdote Melquisedec que ofrece a Abrahán pan y vino como signo de hospitalidad, de generosidad y de amistad. La Segunda Lectura contiene un valioso testimonio ya que es el relato más antiguo sobre la institución de la Eucaristía.

 ¿Cuándo comenzó la fiesta del Corpus?

El origen de esta Solemnidad que se celebra el jueves o el Domingo posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad, se remonta a la devoción al Santísimo Sacramento que se dio en el siglo XII en la cual se resaltaba de manera particular la presencia real de «Cristo total» en el pan consagrado. Este movimiento estaba también vinculado al deseo, propio de la época, de «ver» las especies eucarísticas. Esto llevó, entre otras cosas, a comenzar a elevar la hostia y el cáliz después de la consagración. Esta práctica se inició en la ciudad de Paris alrededor del año 1200.

En medio de este ambiente, una serie de visiones de una religiosa cisterciense, Santa Juliana (priora de la abadía de MontCornillón que quedaba a las afueras de Lieja en Bélgica), en el año 1209, dio un fuerte estímulo a la introducción de una fiesta especial al Sacramento de la Eucaristía. Juliana habría tenido la visión de un disco lunar en el cual había una parte negra. Eso fue interpretado como la falta de una fiesta eucarística en el ciclo litúrgico. Por su intercesión y la de sus consejeros espirituales, el obispo de Lieja, Roberto de Thorete, introdujo esta fiesta, por primera vez en su diócesis en el año 1246.

El año 1264, el Papa Urbano IV (Jacques Pantaleón), que en la época de las visiones era archidiácono de Lieja, estableció la solemnidad para la Iglesia universal. Los textos litúrgicos fueron redactados por Santo Tomás de Aquino. Sin embargo, la causa inmediata que determinó a Urbano IV establecer oficialmente esta fiesta fue un hecho extraordinario ocurrido en 1263 en Bolsena, cerca de Orvieto, donde se encontraba ocasionalmente el Santo Padre. Un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales – donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa - en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

 «Dadles vosotros de comer...»

Se ha elegido para esta solemnidad el Evangelio de la multiplicación de los panes por su relación con el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En efecto, el Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan como alimento, alimento de vida eterna, para nutrir la vida divina a la cual hemos nacido en el Bautismo. Así como Jesús nutrió a la multitud en el desierto, así nos nutre con el pan de vida eterna. El hecho evoca fuertemente ese otro momento de la historia, que estaba siempre vivo en la memoria del pueblo, en que Dios, después del éxodo, «en el desierto» , nutrió a su pueblo con el pan del cielo. Ese pan del desierto era pan milagroso, pero material; este pan de la Eucaristía es pan milagroso, pero celestial. Observemos el episodio evangélico más de cerca.

Seguía a Jesús una multitud de cinco mil hombres «sin contar mujeres y niños» (ver Mt 14,21). Él «los acogía, les hablaba acerca del Reino de Dios y curaba a los que tenían necesidad de ser curados». Pero comenzó a declinar el día, y se acercan los Doce a decirle que despida de una vez a la gente para que «vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar desierto». La sugerencia de los Doce es de lo más sensata, pues para cualquiera era obvio que allí no había alimento para toda esa multitud. Jesús les dice con toda naturalidad: «Dadles vosotros de comer». ¡¿Cómo?! ¿Lo dice en serio? ¿Acaso no se da cuenta de la situación? Nada indica que Jesús esté «bromeando». Por otro lado, es imposible que Él no capte la situación. La única alternativa que queda en pie es que lo diga en serio y con perfecta conciencia de lo que está diciendo: ¡Los apóstoles tienen que dar de comer ellos mismos a los cinco mil! Eso es exactamente lo que ha pedido el Maestro.

Ellos, en cambio, al oír el mandato de Jesús, se quedan con la idea de que él no capta la situación y tratan de hacerle comprender: «No tenemos más que cinco panes y dos peces». ¡No es suficiente! Y ponen una alternativa imposible para hacer ver lo absurda que es la orden de Jesús: «A no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». ¿Cuánto se habría necesitado para alimentar no menos de ocho mil personas? Da entonces esta otra orden a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Esta orden no les parece absurda y la obedecen. Aunque ciertamente seguirán preguntándose: ¿Qué va a hacer? El relato sigue: «Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los sirvieran a la gente». Y no tocó a cada uno un pedacito minúsculo de pan, como si Jesús hubiera partido cada pan en mil pedazos. No, el resultado es éste: «Comieron todos hasta saciarse y de los trozos que sobraron se recogieron doce canastos».

Jesús hizo un milagro admirable que es figura de la Eucaristía. Pero nos queda dando vueltas la pregunta: ¿Por qué dijo a los apóstoles: «Dadles vosotros de comer»? Es porque Él tenía decidido que el milagro se obrara por manos de sus apóstoles. Si ellos hubieran obedecido su mandato y hubieran empezado a partir los cinco panes, el milagro de la multiplicación lo habrían hecho ellos. Esto es lo que Jesús había dispuesto. Cuando, más tarde en la última cena, la víspera de su pasión, Jesús les da esta otra orden: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19), ellos le obedecieron y obtuvieron el resultado magnífico de hacer presente a Cristo mismo. Esto es lo que renueva cada sacerdote en la Eucaristía y es lo que celebra la Iglesia en este día.

 Para una celebración más auténtica y digna

San Pablo busca corregir los abusos del ágape que precedía a la Eucaristía de la comunidad de Corinto, y eso fue lo que motivó el tema eucarístico de su carta. Recordemos que Corinto era la capital de la provincia romana de Acaya, situada en el istmo de Corinto y con sendos puertos a los golfos de Corinto y de Salónica. Fue un importante centro comercial y cultural. También era famosa por la inmoralidad que allí reinaba. Pablo reside en la ciudad alrededor de 18 meses por los años 50 y 52 fundando así una comunidad en esa ciudad. Luego al dejar la ciudad se entera de algunos problemas que busca aclarar en su carta. Los capítulos 11 al 14 asientan los principios para celebrar debidamente el culto divino en la Iglesia, especialmente con ocasión de la Cena del Señor. La carta ofrece una imagen clara de cómo los primeros cristianos se reunían en las reuniones.

 Pero... ¿qué significa transubstanciación?

Manteniendo firme la fe en que la Eucaristía es Cristo mismo, la teología tiene la tarea de explicar cómo es que la vista, el tacto, el gusto y el olfato nos informan de que es pan y vino. La única explicación satisfactoria que hasta ahora se ha dado se expresa con la palabra «transubstanciación». Al decir el sacerdote: «Esto es mi Cuerpo», la sustancia del pan se convierte en la sustancia del Cuerpo de Cristo y al decir: «Este es el cáliz de mi Sangre», la sustancia del vino se convierte en la sustancia de la Sangre de Cristo. Pero los accidentes del pan y el vino –color, tamaño, contextura, sabor, olor, etc.- permanecen y éstos son los que captan nuestros sentidos, excepto el oído, que es el único que nos informa con verdad. La sustancia de una cosa es lo que la cosa es; pero no se llega a ella sino a través de sus accidentes que informan a nuestros sentidos. Así es como sabemos que esto es pan y no otra cosa. En el caso de la Eucaristía, la sustancia del pan se convierte en la sustancia del Cuerpo de Cristo, pero los accidentes del pan permanecen. Los accidentes del pan permanecen sin ninguna sustancia que los sustente; los sustenta el poder divino. Este es el milagro de la Eucaristía. Con su acostumbrada precisión, refiriéndose a la Eucaristía, Santo Tomás dice: «En ti la vista, el tacto y el gusto nos engañan; sólo al oído se puede creer con seguridad» (Himno “Adoro te devote”). El mismo Santo exclama: «Oh cosa admirable: come a su Señor el pobre, el siervo y el más humilde» (Himno “Panisangelicus”).

 Una palabra del Santo Padre:

«Ante todo: ¿a quiénes hay que dar de comer? La respuesta la encontramos al inicio del pasaje evangélico: es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en medio de la gente, la acoge, le habla, la atiende, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a los Doce Apóstoles para estar con Él y sumergirse como Él en las situaciones concretas del mundo. Y la gente le sigue, le escucha, porque Jesús habla y actúa de un modo nuevo, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien dona la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con alegría, bendice a Dios.

Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros buscamos seguir a Jesús para escucharle, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo yo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirle quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás.

Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que Jesús hace a los discípulos para que sacien ellos mismos a la multitud? Nace de dos elementos: ante todo de la multitud, que, siguiendo a Jesús, está a la intemperie, lejos de lugares habitados, mientras se hace tarde; y después de la preocupación de los discípulos, que piden a Jesús que despida a la muchedumbre para que se dirija a los lugares vecinos a hallar alimento y cobijo (cf. Lc 9, 12). Ante la necesidad de la multitud, he aquí la solución de los discípulos: que cada uno se ocupe de sí mismo; ¡despedir a la muchedumbre! ¡Cuántas veces nosotros cristianos hemos tenido esta tentación! No nos hacemos cargo de las necesidades de los demás, despidiéndoles con un piadoso: «Que Dios te ayude», o con un no tan piadoso: «Buena suerte», y si no te veo más... Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». Pero ¿cómo es posible que seamos nosotros quienes demos de comer a una multitud? «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente» (Lc 9, 13). Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos que hagan sentarse a la gente en comunidades de cincuenta personas, eleva los ojos al cielo, reza la bendición, parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan (cf. Lc 9, 16). Es un momento de profunda comunión: la multitud saciada por la palabra del Señor se nutre ahora por su pan de vida. Y todos se saciaron, apunta el Evangelista (cf. Lc 9, 17).

Esta tarde, también nosotros estamos alrededor de la mesa del Señor, de la mesa del Sacrificio eucarístico, en la que Él nos dona de nuevo su Cuerpo, hace presente el único sacrificio de la Cruz. Es en la escucha de su Palabra, alimentándonos de su Cuerpo y de su Sangre, como Él hace que pasemos de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. Entonces todos deberíamos preguntarnos ante el Señor: ¿cómo vivo yo la Eucaristía? ¿La vivo de modo anónimo o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con todos los hermanos y las hermanas que comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?

Un último elemento: ¿de dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: «Dadles vosotros...», «dar», compartir. ¿Qué comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son precisamente esos panes y esos peces los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud. Y son justamente los discípulos, perplejos ante la incapacidad de sus medios y la pobreza de lo que pueden poner a disposición, quienes acomodan a la gente y distribuyen —confiando en la palabra de Jesús— los panes y los peces que sacian a la multitud. Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra clave de la que no debemos tener miedo es «solidaridad», o sea, saber poner a disposición de Dios lo que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque sólo compartiendo, sólo en el don, nuestra vida será fecunda, dará fruto. Solidaridad: ¡una palabra malmirada por el espíritu mundano!»

Papa Francisco. Solemnidad del Corpus Christi. 30 de mayo de 2013.





 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. El Cuerpo y la Sangre de Cristo es la presencia real y sustancial de Cristo mismo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Si alguien pudiera estimar el valor de Dios –cosa, por cierto, imposible-, podría estimar el valor del misterio que celebramos hoy.¿Cómo me aproximo al misterio de Dios - Hombre que se da como alimento a cada uno de nosotros?

2. ¿Fomento el ir a a misa los Domingos en familia buscando vivir de verdad el «día del Señor»?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1373 – 1380.

texto faclitada por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adoración Nocturna Española, Toledo

viernes, 14 de junio de 2019

Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo C – 16 de junio de 2019 «Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa»


Lectura del libro de Proverbios (8,22-31): Antes de comenzar la tierra, la sabiduría fue engendrada.

Esto dice la Sabiduría de Dios: El Señor me estableció al principio de sus tareas al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engen-drada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe.
Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del Abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar: y las aguas no traspasaban sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, go-zaba con los hijos de los hombres.

Salmo 8,4-5.6-7.8-9: Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! R./

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, // la luna y las estrellas que has creado, // ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, // el ser humano, para darle poder? R./

Lo hiciste poco inferior a los ángeles, // lo coronaste de gloria y dignidad, // le diste el mando sobre las obras de tus manos. R./

Todo lo sometiste bajo sus pies: // rebaños de ovejas y toros, // y hasta las bestias del campo, // las aves del cielo, los peces del mar, // que trazan sendas por el mar. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (5,1-5): A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado con el Espíritu.

Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (16,12-15): Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espí-ritu tomará de lo mío y os lo anunciará.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.»


Pautas para la reflexión personal

El vínculo entre las lecturas

¿Podemos, por la razón humana, conocer y entender plenamente el misterio central de la fe y de la vida cristiana? «Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás misterios» .

Las lecturas bíblicas de este Domingo nos introducen, poco a poco, en el misterio de la Santísima Trinidad. En el Evangelio vemos como se acentúan claramente la acción y guía del Espíritu Santo, que Jesús llama Espíritu de la verdad, en el camino de nuestra vida cristiana hacia el Padre en la fe, la esperanza y el amor (Segunda Lectura). Vemos también como la sublime revelación de la vida íntima de Dios se muestra anticipadamente en el Antiguo Testamento (Primera Lectura).

 ¿Un anticipo de la Trinidad en el Antiguo Testamento?

El texto de la Primera Lectura del libro de los Proverbios forma parte de un canto poético en que se describe una personificación literaria de la Sabiduría de Dios. Este proceso de personificación en la literatura sapiencial culmina con el libro de la Sabiduría 7,22-8,1 donde aparece la Sabiduría como atributo di-vino y colaborando con Dios en la obra de la creación (ver Eclo 24,1ss). En algunos comentarios bíblicos leemos que este pasaje puede entenderse como un anticipo y un puente tendido a la revelación trinitaria del Nuevo Testamento donde Cristo es llamado de Palabra de Dios (Logos) en el prólogo de San Juan (ver 1 Cor 1, 23-30 ). Es la gran verdad que expresa San Agustín diciendo que el Nuevo Testamento se es-conde en el Antiguo y que éste se manifiesta en el Nuevo (ver Mt 5,17).

 El misterio de Dios

El misterio de la Santísi¬ma Trinidad es el misterio central de nuestra fe y de nuestra vida cristiana porque es el más cercano a Dios mismo. Con la formulación del misterio de la Trinidad la Iglesia osa ex-presar la verdad acerca de la intimidad de Dios siendo éste inaccesible por la sola luz de la razón humana. Es un dogma de la religión bíblica que Dios es infi¬nitamente perfecto y tras¬cen¬dente y que ningún hombre lo puede ver: «Y añadió: "Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir vi-viendo"» (Ex 33,20). Pero no es porque sea oscuro, ajeno o lejano de los hombres; sino todo lo con¬trario. Nadie puede verlo porque es dema¬siado luminoso y está demasiado cerca de nosotros.

Para expre¬sar a los paganos la cercanía del Dios que él anunciaba, San Pablo dice en el Areópago de Atenas: «(Dios) no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,27- 2¬8). Y de Él nos dice San Agustín: «Es más íntimo a mí que yo mismo». Dios nos es desconocido, no por defecto, como sería una cosa oscura, sino por exceso: nuestra vista queda enceguecida por su excesiva luz; nuestra inteligencia no es capaz de entender su excesiva verdad. San Pablo en su carta a Timoteo prorrumpe en esta alabanza: «Al Bienaventurado y único Soberano, al Rey de reyes y Señor de los señores, al único que posee inmor¬talidad, que habita una luz inaccesi¬ble, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver, a Él el honor y el poder por siempre» (1Tim 6,15-16).

 «Señor, muéstranos al Padre...»

Podemos pensar con qué entusiasmo habrá hablado Jesús de su Padre, ya que tenía la misión de anunciarlo (ver Jn 1,18); pero que no resultaba tan claro lo que provoca en el apóstol Felipe el ruego de: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8). El apóstol revela suficiente comprensión como para afirmar con razón: «eso basta»; pero, por otro lado, revela poca comprensión, como se deduce de la respuesta de Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre... ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?» (Jn 14,9-10). Nosotros hemos conocido a Dios como Padre en Cristo, en su actitud filial y en su enseñanza. Uno de los puntos centrales de la revelación cristiana es que Dios es Padre. Es Padre de Cristo y es Padre nuestro. Pero resulta claro en el Evangelio que Dios es Padre de Cristo en un sentido y es Padre nuestro en otro sentido, ambos igualmente verdaderos, pero infinitamente distintos.

Por eso no hay ningún texto en el cual Jesús se dirija a Dios diciendo: «Padre nuestro», incluyéndonos a nosotros. Cuando enseña la oración del cristiano dice: «Vosotros orad así: Padre nuestro...».Por el contrario, es constante e intencional su modo de llamar a Dios: «Padre mío» o «mi Padre». Incluso hace la distinción explícitamente, cuando dice a María Magdalena: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17).De esta manera nos enseña que Dios es Padre suyo por naturaleza y es Padre nuestro por adopción. El Padre y el Hijo poseen la misma naturaleza divina, ambos son la misma sustancia divina. Por eso en el Credo profesamos la fe en el Hijo, «engendrado no creado, de la misma naturaleza (de la misma sustancia) que el Padre».

 Somos hijos en el Hijo

El Evangelio de hoy es la última de las cinco promesas del Espíritu Santo que hizo Jesús a sus discípulos durante la última cena. Ya hemos visto cómo había dicho a sus apóstoles: «El que me ve a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Jesucristo hace visible al Padre. Pero esto no lo experimentaban los apóstoles en ese momento. Era necesario que viniera el Espíritu Santo. Por eso Jesús dice: «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa». El Espíritu Santo hará que los apóstoles crean que Cristo es el Hijo de Dios; de esta manera, podrán ellos, viendo a Cristo, ver al Padre. Eso es todo. Por eso Jesús repite dos veces: «El Espíritu Santo tomará de lo mío y os lo anunciará a vosotros». Pero precisamente en este anuncio de Cristo como Hijo consiste la revelación del Padre. En efecto, Cristo lo dice: «Todo lo que tiene el Padre es mío». Por eso, toman¬do lo de Cristo y anunciándolo a nosotros, el Espíritu Santo revela al mismo tiempo al Padre y al Hijo. Así alcanzamos el conocimiento del Dios verdadero. Al asumir la naturaleza humana, sin dejar la divina, el Hijo de Dios dio al ser humano acceso a la filiación di-vina. Por eso se dice que los bautizados somos «hijos en el Hijo». Pero todo esto sería externo a nosotros y nadie podría vivir como hijo de Dios si no fuera habilitado por el Espíritu Santo. Lo más propio de Cristo es su condición de Hijo de Dios y es precisamente esto lo que el Espíritu Santo debe tomar de Él y comunicarlo a nosotros.

 ¿Por qué es importante conocer la Santísima Trinidad?

En este Domingo de la Santísima Trinidad cada uno debe verificar si sabe formular este misterio tal como es revelado por Cristo y enseñado por la Iglesia. Los cristianos adoramos un sólo y único Dios, pero este Dios no es una sola Persona, sino tres Personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de única naturaleza divina e iguales en la divinidad. Esto significa que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios, y que el Es-píritu Santo es Dios. Dirigiéndonos en la oración o en el culto cristiano a cada una de estas Personas divinas nos dirigimos al mismo y único Dios. Conocer al Dios verdadero no es algo indiferente o que dé lo mismo, pues de esto depende la vida eterna. Así lo declara Jesús en la oración sacerdotal, dirigiéndose al Padre: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado Jesucristo» (Jn 17,3). Jesús formula su misión en este mundo de esta manera: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Eso equivale a decir: «He venido para dar al mundo el conocimiento del Dios verdadero».

Esto es lo que encontramos en la Segunda Lectura: toda nuestra vida cristiana es enteramente trinitaria y consiste en caminar hacia el Padre por medio de Jesucristo y guiados por el Espíritu Santo. Puesto que «no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor» (Dei Verbum 4,2), es nuestra misión vivir de acuerdo a nuestra dignidad de ser «hijos en el Hijo». No se trata de una verdad meramente especulativa sino de una realidad viva, dinámica, operante y recon-ciliadora del hombre. Toda la vida cristiana es vida de filiación adoptiva, fruto gratuito del amor que Él nos tiene. De Él hemos recibido la fe y el acceso a la gracia que alimenta nuestra esperanza en medio de las tribulaciones presentes. Esta esperanza se alimenta del «amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». ¡Pidamos constantemente el don de la esperanza en nuestras vidas!

 Una palabra del Santo Padre:

«La comunidad cristiana, aun con todos los límites humanos, puede convertirse en un reflejo de la comunión de la Trinidad, de su bondad, de su belleza. Pero esto —como el mismo Pablo testimonia— pa-sa necesariamente a través de la experiencia de la misericordia de Dios, de su perdón.

Es lo que le ocurre a los judíos en el camino del éxodo. Cuando el pueblo infringió la alianza, Dios se presentó a Moisés en la nube para renovar ese pacto, proclamando el propio nombre y su significado. Así dice: «Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad» (Éxodo 34, 6). Este nombre expresa que Dios no está lejano y cerrado en sí mismo, sino que es Vida y quiere comunicarse, es apertura, es Amor que rescata al hombre de la infidelidad. Dios es «misericordioso», «piadoso» y «rico de gracia» porque se ofrece a nosotros para colmar nuestros límites y nuestras faltas, para perdonar nuestros errores, para volver a llevarnos por el camino de la justicia y de la verdad. Esta revelación de Dios llegó a su cumplimiento en el Nuevo Testamento gracias a la palabra de Cristo y a su misión de sal-vación. Jesús nos ha manifestado el rostro de Dios, Uno en la sustancia y Trino en las personas; Dios es todo y solo amor, en una relación subsistente que todo crea, redime y santifica: Padre e Hijo y Espíritu Santo.

Y el Evangelio de hoy «nos presenta» a Nicodemo, el cual, aun ocupando un lugar importante en la comunidad religiosa y civil del tiempo, no dejó de buscar a Dios. No pensó: «He llegado», no dejó de buscar a Dios; y ahora ha percibido el eco de su voz en Jesús. En el diálogo nocturno con el Nazareno, Nicodemo comprende finalmente ser ya buscado y esperado por Dios, ser amado personalmente por Él. Dios siempre nos busca antes, nos espera antes, nos ama antes. Es como la flor del almendro; así dice el Profeta: «florece antes» (cf. Jeremías 1,11-12). Así efectivamente habla Jesús: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3, 16). ¿Qué es esta vida eterna? Es el amor desmesurado y gratuito del Padre que Jesús ha do-nado en la cruz, ofreciendo su vida por nuestra salvación. Y este amor con la acción del Espíritu Santo ha irradiado una luz nueva sobre tierra y en cada corazón humano que le acoge; una luz que revela los rinco-nes oscuros, las durezas que nos impiden llevar los frutos buenos de la caridad y de la misericordia». Papa Francisco. Ángelus Domingo 11 de junio de 2017.


 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Recemos en familia el Salmo 8 que es el salmo responsorial de este Domingo y agradezcamos a Dios por su infinita misericordia al habernos llamado a la vida.

2. «La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombrees la visión de Dios»: San Ireneo de Lyon. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre de acuerdo a su fe cristiana.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 232- 267.