viernes, 12 de abril de 2013

"la vida contemplativa es de suyo más perfecta que otra cualquiera"




EL RECOGIMIENTO, LEY DE LA SANTIDAD

II

Cuando Dios quiere otorgar a un alma una gracia muy grande y conducirle a una elevada virtud, le concede la gracia de un mayor recogimiento. Es ésta una verdad incontestable, pero poco conocida y menos apreciada de las personas piadosas, que demasiado a menudo hacen consistir los progre¬sos de la santidad en actos exteriores de la vida cristiana o en gozar más de Dios.

Es con todo cierto que una gracia de recogimiento nos aproxima más a Dios, nos alcanza más luz y calor; porque así estamos más cerca de este foco divino. He ahí por qué se comprenden mejor ciertas verdades, cuando el recogimiento es más profundo. Se penetran con la luz del mismo Dios. Se siente entonces una paz desconocida, una fuerza que nos sorprende; siente uno que está con Dios.

Como se está más lleno en la presencia de Dios, se oyen estas dulces palabras que con la voz secreta, baja y misteriosa del amor, sólo dice a los que como san Juan descansan sobre su corazón: "Escucha, alma recogida, y mira, inclina tu oído a mi voz; olvida tu pueblo y la casa de tu padre, pues has de ser objeto del amor del rey (Salm. 44, 11, 12).
Se sigue de este principio que lo que constituye el valor y el precio de una gracia es la unción interior que nos recoge en Dios; se sigue asimismo que una sola gracia interior vale más que mil exteriores, que nuestras virtudes y nuestra pie¬dad carecen de vida sin el recogimiento que las anime y las una a Dios.

En la vida natural, el hombre más hábil y más poderoso no es el más robusto ni el más ardiente en el trabajo, sino el que piensa hondo y reflexiona, el sufrido, el que sabe exami¬nar un asunto desde todos sus aspectos, apreciando lo que vale cada uno de ellos; el que prevé los obstáculos y com¬bina los medios. Un hombre así es un maestro; nadie le su¬perará, a no ser un rival que tenga las mismas cualidades en grado superior.

En el mundo espiritual, el cristiano más esclarecido en las cosas de Dios es el que más se recoge y más desprendido se encuentra de los sentidos, de la materia y del mundo. Sus ojos son más puros, y, atravesando las nieblas de la atmós¬fera natural, penetran hasta la luz de Dios. Su oración reviste mayor fuego que la de ningún otro, porque la hace en Dios, y su palabra es la más eficaz, porque, como Jesucristo, no hace más que repetir la de Dios. Es el más poderoso en obras sencillas e inútiles en apariencia, pero tan eficaces en realidad que convierten y salvan al mundo. En el monte, Moisés solo, pero recogido en Dios, era más fuerte que todo el ejército de Israel.

Por eso la vida adoradora la vida contemplativa es de suyo más perfecta que otra cualquiera, más consagra a obras y más laboriosa. Ahí están para decírnoslo los treinta años pasados por Jesús en Nazaret y su vida de anonadamiento en la Eucaristía, que se perpetúa a través de los siglos. No cabe dudar que si hubiera un estado más santo y glorioso para Dios, Jesucristo lo habría escogido.

III

También la perfección de la vida cristiana en el mundo consiste en una unión más íntima del alma con Dios. Es realmente de maravilla cómo Dios hace perfecta y se empeña en embellecer al alma que se le da enteramente recogiéndose.

A semejanza de un esposo receloso que quiere gozar solo de su esposa, comienza por aislarla del mundo, para más cabalmente poseerla. Dios hace a esta alma inhábil, incapaz y casi estúpida para las cosas del mundo, en las que nada comprende. ¡Ah! Es que Dios quiere librarla de la servi¬dumbre del éxito mundano.

Después le cambia la oración. La vocal la cansa; no en¬cuentra en ella la unción y el gusto divino de antes; ora vocalmente por deber y no por gusto. También los libros le cansan, no encuentra en ellos alimento bastante para su co¬razón, o no los comprende, porque no expresan su pensa¬miento. En cambio, se siente suave, pero fuertemente atraída a una oración interior, silenciosa, tranquila y llena de paz junto a Dios; en ella se alimenta divinamente. No se da cuenta, en este estado, de su propia operación, ni siente sino la de Dios. Ya no anda en busca de tal o cual medio, pues ya está en el, fin, en Dios. Hasta llega a perderse totalmente de vista; está más en Dios que en sí misma; queda dominada por los hechizos y por la hermosura de su verdad, por la bondad de su amor.

¡Oh! ¡Feliz el momento en que así nos atrae Dios hacia sí! Y mucho más a menudo lo hiciera, si estuviéramos más despejados de los afectos desordenados y fuéramos más puros en nuestros actos y más sencillos en nuestro amor. No desea Dios otra cosa sino comunicársenos; pero quiere ser el Rey de nuestro corazón y el amo de nuestra vida; quiere serlo todo en nosotros.

San Pedro Julián Eymard



A través del Padre Agustin, Sacramentino, recibo este artículo que considero muy conveniente compartir con quienes se acercan a nuestro Blogg. El origen del correo se situa en Brasil; gracias D. Agustin a quién tuve ocasión de conocer y tratar hace cerca de una década cuando ejercia de Presidente Diocesano de ANE. Hoy pediré al Señor por usted.

martes, 2 de abril de 2013

TEMA DE REFLEXIÓN preparatoria a nuestras VIGILIAS del me de ABRIL





Reflexiones sobre la Fe. VII
Jesucristo, Pasión, Muerte y Resurrección

“Jesús es Dios que…por amor se ha hecho historia en nuestra historia; por amor ha venido a traernos el germen de la vida nueva (cf. Jn 3, 3-6) y a sembrarla en los surcos de nuestra tierra, para que germine, florezca y dé fruto” (Benedicto XVI, 6-I-2007).

Y este hacerse historia acontece en un tiempo y en un lugar bien determinado:

“Jesús no ha nacido y comparecido en público en un tiempo indeterminado, en la intemporalidad del mito. Él pertenece a un tiempo que se puede determinar con precisión y a un entorno geográfico indicado con exactitud… La fe está ligada a esta realidad concreta, aunque luego se supera el espacio temporal y geográfico por la resurrección, y el “ir por delante a Galilea” (cf. Mt 28, 7) del Señor introduce en la inmensidad abierta de la humanidad entera (cf. Mt 28, 16 ss)” (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, pág. 71).

Toda la vida de Cristo es un misterio, nos recuerda el Catecismo en los nn. 514 y ss., y hemos de ser conscientes de que, mientras vivamos en la tierra, nunca llegaremos a descubrir las lecciones de amor que nos manifiesta toda la vida de Nuestro Señor Jesucristo

Es un misterio que nos manifiesta el verdadero rostro de Dios Padre, hace presente a Dios entre los hombres y con su vida nos da ejemplo de la nueva Vida que Él nos trae.

Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). La prueba de que Dios nos ama es “que Cristo, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros” (Rm, 5, 8)

Para poder desentrañar ese misterio de Amor de Dios con los hombres, hemos de esforzarnos por conocer bien los hechos de la vida de Cristo que recogen los Evangelios. Son verdadera historia, y el Espíritu Santo ha inspirado a los cuatro evangelistas –Mateo, Marcos, Lucas, Juan- para que dejaran constancia, precisamente, de todas estas acciones de Cristo que abren los verdaderos horizontes de nuestra fe, de nuestra esperanza, y de nuestra caridad.

“Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su Resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que “en Él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora” (Catecismo, n. 515).

Leyendo y contemplando esos hechos, esas parábolas, descubriremos una verdad que iluminará siempre nuestra inteligencia, porque la vida de Jesús: su infancia, su vida oculta, su bautismo, sus tentaciones, toda su vida pública, su Pasión, su muerte y su Resurrección, nos hacen comprender que todas las acciones de Cristo manifiestan el Amor de Dios Padre a los hombres. Toda la vida de Jesucristo es:

a) Revelación del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9), y el Padre: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle” (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos “manifestó el amor que nos tiene” (1 Jn 4,9).

b) Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1 Pe 1, 18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación, porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales “él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).

c) Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tiene como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera:

«Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 18, 1). Por lo demás, ésta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios (ibíd.., 3,18,7; cf. 2, 22, 4)”.

Y así, Cristo ve cumplida su oración al Padre: “Que todos sean uno, como tu Padre en mi y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros” (Jn 17, 21).

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Cuestionario


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-¿Hacemos un acto de fe en la divinidad de Jesús, cuando contemplamos la Pasión de Cristo, y lo vemos clavado en la Cruz?

-¿Vivimos un acto de esperanza en la salvación que nos ofrece Cristo, en la vida eterna, al gozar de la Resurrección, después de acompañar a Cristo en el silencio del Sepulcro?

-¿Nace en nuestro corazón un acto de caridad, de amor agradecido a Dios?