sábado, 17 de febrero de 2018

Domingo de la Semana 1ª de Cuaresma. Ciclo B – 18 de febrero de 2018 «Permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás»



Lectura del libro del Génesis (9,8-15): El pacto de Dios con Noé salvado del diluvio.
Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.»
Y Dios añadió: «Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.»

Salmo 24,4bc-5ab.6-7bc.8-9: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza. R./

Señor, enséñame tus caminos, // instrúyeme en tus sendas: // haz que camine con lealtad; // enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R./

Recuerda, Señor, // que tu ternura y tu misericordia son eternas. // Acuérdate de mí con misericordia, //
por tu bondad, Señor. R./

El Señor es bueno y es recto, // y enseña el camino a los pecadores; // hace caminar a los humildes con rectitud, // enseña su camino a los humildes. R./

Lectura de la Primera carta de San Pedro (3, 18- 22): Actualmente os salva el bautismo.
Queridos hermanos: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas.
Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (1, 12-15): Se dejaba tentar por Satanás, y los ángeles le servían.
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

La reconciliación traída por Jesús es el punto de convergencia de las lecturas de este primer Domingo de Cuaresma. San Marcos presenta a Jesús como el nuevo Adán que«estaba con las fieras» como el primer hombre en el jardín del Edén (ver Gen 2). Jesucristo, restablece la armonía que se había perdido por el pecado de los primeros padres. La redención ya se ha dado, le resta a cada hombre acoger la invitación hecha por Jesús en Galilea: «El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1,15).

La deseada reconciliación se encuentra prefigurada en la alianza que Dios realizó con Noé y su familia (la humanidad entera) después del diluvio. El arca de Noé, arca de salvación, también prefigura el bautismo por el cual el cristiano participa de la reconciliación que Jesucristo ha traído a los hombres mediante su Encarnación-Pasión-Muerte-Resurrección (Segunda Lectura).


 La Cuaresma

El miércoles hemos comenzado la Cuaresma con el signo expresivo de las cenizas. En este mundo en el que vivimos qué elocuente resulta el signo austero de las cenizas acompa¬ñado de las palabras bíblicas: «¡Acuérdate que eres polvo y que en polvo te convertirás!». En realidad, estas palabras no pretenden informarnos de algo nuevo que noso¬tros no sepamos ya; sólo pretenden recordarnos una verdad indiscutible, que muchas veces tratamos de olvidar ya que es evidente que en esta tierra estamos sólo de paso.

Pero este tiempo de Cuaresma debe ser una experien¬cia de liberación, no ya de la esclavitud de Egipto, sino de la esclavitud de nuestros pecados; para vivir en la verdadera libertad de los hijos de Dios. Todo lo que nos estorba en nuestro camino hacia Dios, se transformará en ceniza algún día y, por tanto, no vale la pena poner en ello nuestro corazón. En este tiempo el Señor nos invita a salir al desierto y privarnos de ciertas comodidades materiales para practicar la miseri¬cordia con los más necesi¬tados. Con la “carne de Cristo” como nos recuerda el Papa Francisco. Las obras de misericordia son eternas, ellas no se transforman en cenizas y nos valdrán en el juicio final. Entonces escucharemos al Señor que nos dice: «Venid benditos de mi Padre a poseer el Reino... porque tuve hambre y me disteis de comer... estaba desnudo y me vestisteis...» (ver Mt 25, 31ss).

 «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros»

En la Primera Lectura se da en el contexto de las nuevas relaciones entre Dios y los hombres después del diluvio. El sacrificio realizado por Noé (Gn 8,20) es aceptado por Dios que aspira la agradable fragancia de su aroma y dice en su corazón que a pesar de la perversidad del hombre se compromete a no volver a destruir el mundo, aunque siga habiendo buenos y malos, justos e injustos. Termina la escena con un juramento en el que el Señor promete restaurar la armonía de la naturaleza (Gn 8,20-22). Luego Dios llena de bendiciones a Noé y a sus hijos. Los invita a que sean fecundos y que llenen nuevamente la devastada tierra. Los animales nuevamente se someterán al hombre y Dios le dará un voto de confianza recordándole su papel de «señor de la creación». Finalmente, el culmen será la alianza entre Dios y los hombres, cuya señal será el arco iris (ver Ez 1,28; Eclo 43,11-12; Ap 4,3).

 «Cristo murió una sola vez por los pecados»

En el pasaje de la Primera carta de San Pedro se resalta el carácter reconciliador y ejemplar de la muerte de Jesús. La singularidad del sacrificio redentor está contenida en la expresión «murió una sola vez por los pecados», mientras que el carácter ejemplar (modélico) se deduce de la conexión de 1 Pe 3,18 con el versículo anterior: «Pues, más vale padecer por obrar el bien, si ésa es la voluntad de Dios que obrar el mal» (1 Pe 3,17); a través del adverbio «también». «Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu» (1Pe 3,18).

El sufrimiento de Cristo fue, por excelencia, un sufrir haciendo el bien, más aún, era el sufrimiento del justo que propiciaba el bien supremo de la reconciliación para toda la humanidad. Él es quien nos lleva nuevamente a la comunión con el Padre y nos enseña el amor que estamos llamados a vivir de manera que seamos «misericordiosos y compasivos» (1Pe 3,8) como Él.

 Jesús en el desierto

«En aquel tiempo el Espíritu impulsó a Jesús al desier¬to y Él permaneció allí cuarenta días, tentado por Satanás». La permanencia de Jesús por cuarenta días en el desierto recuerda también a otros dos personajes bíblicos que pasaron períodos semejantes de soledad: Moisés y Elías. Ambos en este tiempo de soledad desearon ver el rostro de Dios, tuvieron un decisivo encuentro con Dios y recibieron importantes misiones. Sin embargo, nos preguntamos: ¿por qué comenzó Jesús su misión de esa manera? Jesús fue al desierto para revivir esa primera experiencia del pueblo de Dios y salir de ella vencedor; para vivir la experiencia del pueblo de Dios desde sus orígenes en perfecta fidelidad a su Padre.

Después que Israel fue liberado de la esclavi¬tud de Egipto, antes de entrar en la tierra prometida, peregrinó cuarenta años en el desierto. Dios caminaba con ellos, y manifestaba su presencia, de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego. En este tiempo Dios formó a su pueblo, separándolo de todos los demás pueblos de la tierra, para manifestarse a él y darle sus leyes a través de su siervo Moisés. El período del desierto fue como el tiempo del noviazgo de Dios con su pueblo; pero lamentablemente también el tiempo de la rebelión y de las murmuraciones del pueblo contra Dios.

Cuando Israel llegó a la tierra de Canaán y la conquistó, acechó la tentación de asimilarse a los demás pueblos, olvidando a su Dios. Entonces el libro del Deutero¬no¬mio les recordaba: «Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto, para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas a guardar sus mandamientos o no. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná ... para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Deut 8,2-3).

Para recordar esto, se procuraba revivir el tiempo del desierto, es decir, vivir una cuaresma de conversión a Dios y a sus leyes. Cuando el pueblo se olvidaba de su Dios, entonces los profetas lo llamaban a revivir el tiempo del desierto, del camino recorri¬do con Dios, y anunciaban: «La visitaré por los días de los Baales ... cuando se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí, oráculo del Señor. Por eso yo voy a seducirla; de nuevo la llevaré al desierto y hablaré a su corazón... Allí me respon¬derá como en los días de su juventud como el día en que subía del país de Egipto» (Oseas 2,15-17). La experiencia de Jesús en el desierto durante cuarenta días responde a este llamado divino: Él fue llevado al desierto impulsado por el Espíritu.

Pero si el desierto fue el tiempo del noviazgo, fue también el tiempo de la infidelidad y de la continua murmura¬ción del pueblo contra Dios. Lo dice claramente el Salmo 95, invitando a entrar en la presencia de Dios con un corazón sumiso y no como aquella generación: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón como el día de Massá en el desierto... Por cuarenta años aquella generación me asqueó y dije: son un pueblo de corazón torcido que no conoce mis caminos. Y por eso en mi cólera juré: No entrarán en mi descanso» (Sal 95,8.10-11).Jesús va al desierto y allí vive esa experiencia en perfecta fidelidad a Dios para redimir a su pueblo de la «dureza del corazón».

En la Escritura esta expre¬sión es el modo de describir una situación generalizada de pecado, de olvido de Dios, de autosuficiencia del hombre. Jesús, en el desierto es tentado por Satanás como lo fue el pueblo de Israel; pero Él repele al diablo y permanece fiel a Dios. Por eso, en virtud de los méritos de Cristo, el juramen¬to de Dios: «No entrarán en mi descanso», quedó cancelado. Gracias a su fidelidad Él nos da entrada al verdadero descan¬so: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré... aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontra¬réis descanso para vuestras almas» (Mt 11,28-29).

 Una palabra del Santo Padre:

«El diablo existe también en el siglo XXI y debemos aprender del Evangelio cómo luchar» contra él para no caer en la trampa. Para hacerlo no hay que ser «ingenuos», por ello se deben conocer sus estrategias para las tentaciones, que siempre tienen «tres características»: comienzan despacio, luego crecen por contagio y al final encuentran la forma para justificarse. El Papa alertó acerca del considerar que hablar del diablo hoy sea cosa «de antiguos» y en esto centró su meditación en la misa del viernes 11 de abril.

El Pontífice habló expresamente de «lucha». Por lo demás, explicó, también «la vida de Jesús fue una lucha: Él vino para vencer el mal, para vencer al príncipe de este mundo, para vencer al demonio». Jesús luchó con el demonio que lo tentó muchas veces y «sintió en su vida las tentaciones y también las persecuciones». Así «también nosotros cristianos que queremos seguir a Jesús, y que por medio del Bautismo estamos precisamente en la senda de Jesús, debemos conocer bien esta verdad: también nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio». Esto sucede «porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús».

Pero, se preguntó el Papa, «¿cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino de Jesús con su tentación?». La respuesta a este interrogante es decisiva. «La tentación del demonio —explicó el Pontífice— tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas». Ante todo «la tentación comienza levemente pero crece, siempre crece». Luego «contagia a otro»: se «transmite a otro, trata de ser comunitaria». Y «al final, para tranquilizar el alma, se justifica». De este modo las características de la tentación se expresan en tres palabras: «crece, se contagia y se justifica». Pero si «se rechaza la tentación», luego «crece y vuelve más fuerte».
Jesús, explicó el Papa, lo dice en el Evangelio de Lucas y advierte que «cuando se rechaza al demonio, da vueltas y busca algunos compañeros y vuelve con esta banda». Y he aquí que «la tentación es más fuerte, crece. Pero crece incluso involucrando a otros». Es precisamente eso lo que sucedió con Jesús, como relata el pasaje evangélico de Juan (10, 31-42) propuesto por la liturgia. «El demonio —afirmó el Pontífice— involucra a estos enemigos de Jesús que, a este punto, hablan con Él con las piedras en las manos», listos para matarlo.

Papa Francisco. Misa en la Casa Santa Marta. 11 de abril de 2014.





 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. El Evangelio de hoy nos transmite el resumen de la primera predicación de Jesús: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en el Evange¬lio» (Mc 1,15). ¿Qué debo de hacer para vivir la conversión (cambio) que el Señor me pide?

2. La Iglesia nos ofrece medios concretos y prácticos para poder vivir mejor la Cuaresma: la limosna el ayuno y la oración. ¿Cómo puedo vivirlos? ¿De qué manera concreta?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 397- 400; 538 – 542.


Texto facilitado por JUAN R. PULIDO

sábado, 3 de febrero de 2018

Domingo de la Semana 5ª del Tiempo Ordinario Ciclo B. 4 de febrero de 2018 «Jesús curó a muchos y expulsó muchos demonios»



Jb 7,1-4.6-7: Mis días se consumen sin esperanza.
Habló Job, diciendo:
-«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mí herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»

Sal 146,1-2.3-4.5-6: Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.

Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.

1Co 9,16-19.22-23: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio.
Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

Mc 1,29-39: Curó a muchos enfermos de diversos males.
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Símón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
-«Todo el mundo te busca.»
Él les respondió:
-«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.



Lectura del libro de Job 7, 1- 4.6-7

«¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra? ¿No son jornadas de mercenario sus jornadas? Como esclavo que suspira por la sombra, o como jornalero que espera su salario, así meses de desencanto son mi herencia, y mi suerte noches de dolor. Al acostarme, digo: «¿Cuándo llegará el día?» Al levantarme: «¿Cuándo será de noche?», y hasta el crepúsculo ahíto estoy de sobresaltos. Mis días han sido más raudos que la lanzadera, han desaparecido al acabarse el hilo. Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no volverán a ver la dicha».

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 9, 16-19.22-23

«Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio.

Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo».

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 1, 29-39

«Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.

Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios».

Pautas para la reflexión personal

 El Vínculo entre las lecturas

Con su poder divino Jesús derrota al demonio que trata de dominar al hombre de múltiples maneras como vemos en el caso de Job (Primera Lectura) y en los numerosos enfermos y endemoniados que cura en el Evangelio. San Pablo por otro lado, tiene la urgente necesidad de anunciar la salvación traída por Jesucristo para el hombre necesitado de verdadera esperanza y exclama: «¡ay de mí si no anuncio la Buena Noticia de Dios!» (Segunda Lectura). Pues sabe muy bien que él ha sido libremente escogido para ganar todos para Cristo y es tal su amor por Jesucristo que no interesa hacerse esclavo, siervo de todos; haciéndose débil con los débiles.

«Recuerda que mi vida es un soplo…»

El libro de Job es un drama con muy poca acción y mucha pasión. Es la pasión de aquel que no se conforma con la doctrina veterotestamentaria sobre la retribución. Ya en el Salmo 73 (72) encontramos una respuesta ante el sufrimiento del inocente y la aparente bonanza de los malvados. «¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! Sí, los que se alejan de ti perecerán, tú aniquilas a todos los que te son adúlteros. Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras» (Sal 7, 25-28).

El sufrimiento de Job se estrella con las opiniones de sus tres amigos, que repiten sin cansarse la doctrina tradicional de la retribución a lo largo de cuatro tandas de diálogos. Job cansado ya del dolor y de la fatiga del trabajo, ni siquiera encuentra consuelo en el descanso nocturno: «Al acostarme pienso:¿cuándo llegará el día?». En la cuarta tanda, Job dialoga a solas con Dios. Los amigos defienden la justicia de Dios como juez imparcial que premia a los buenos y castiga a los malos; a Job no le interesa esa justicia, que desmiente su propia experiencia y así apela a Dios mismo que le comparte un poco de su misterio. Job terminará su diálogo con Dios diciendo: «Yo te conocía sólo de oídas, más ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza» (Jb 42,5-6).

¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!

«Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me corresponde. ¡Pobre de mí si es que no evangelizo!» Cuando leemos este impresionante pasaje de la carta a los Corintios no nos queda sino realmente cuestionarnos ya que muchas veces cedemos al miedo o la vergüenza antes de predicar la Buena Nueva. Ésta es la misma experiencia que Juan y Pedro tuvieron cuando los miembros del Sanedrín, después de azotarlos, les prohibieron que hablasen o enseñasen en nombre de Jesús: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20)y ellos siguieron valientemente predicando.

La curación de la suegra de Pedro

El Evangelio de hoy está compuesto por tres escenas sucesivas: la curación de la suegra de Simón, el resumen de numerosas curaciones y la parti¬da el día siguiente a recorrer la Galilea. La curación de la suegra de Simón ocurre en el interior de su casa y se des¬cribe con ciertos detalles que solamente puede conocer un testigo ocular: «La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Jesús se acercó y la levantó tomándo¬la de la mano». Se trata de una enferma a quien el Señor «levan¬ta».

Marcos repite esta expresión en el caso del endemoniado que, liberado por Jesús, quedó como muer¬to (ver Mc 9,27). También nos recuerda las instrucciones de la carta de San¬tiago para el caso de un enfer¬mo en la comuni¬dad (ver Stg 5,14-15). El verbo «egéiro», se usa también para describir la resurrec¬ción de Jesús. Lucas lo pone a menudo en boca de Pedro en sus discursos de los Hechos de los Apóstoles: «A este Jesús a quien vosotros matasteis, Dios lo levantó (idénti¬ca forma verbal) de entre los muertos» (ver Hch 3,15; 4,10; 5,30; 10,40).

De este modo, con la curación de la suegra de Simón, se anuncia la resurrección final de los hom¬bres, como fruto del sacrificio de Cristo. «Tomándola de la mano». Se usa el verbo "kratéo", que significa una acción de fuerza. Jesús tuvo que apretar la mano de la suegra de Simón y hacer fuerza para levantarla. Como resultado de esta acción, «la fiebre la dejó y ella se puso a servirlos». La suegra de Simón, una vez curada, se pone a servir¬los. No había en esa casa ninguna otra mujer que pudiera servirlos. Es obvio que Simón fue casado, pues tiene suegra. Pero podemos deducir que al momento de ser llama¬do por Jesús, era viudo. No se habla nunca de su esposa; si hubiera tenido su esposa viva, ésta era la oportunidad de hablar de ella. Aquí el silencio es elocuente.

Jesús y los demonios

En la lectura del Domingo pasado cuando Jesús entró en la sinagoga para enseñar, un hombre poseído por un espíritu inmundo se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruir¬nos?». Jesús ordena al demonio salir de ese hombre; todos quedan atónitos y observan: «Qué es esto? Manda a los espíritus inmundos y le obedecen». Nunca habían visto una cosa semejante. El Evangelio de hoy también insiste sobre este punto. En dos instancias afirma que Jesús expulsaba los demonios de la gente. Y al final resume su ministerio diciendo: «Recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios».

La Epístola a los Hebreos explica la Encarnación del Hijo de Dios en estos términos: «Participó de nuestra sangre y de nuestra carne para aniqui¬lar, median¬te la muerte, al señor de la muerte, es decir, al diablo y liberar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a la esclavitud» (Hb 2,14-15). El Señor de la Vida, el que es la Vida, vino para aniquilar al señor de la muerte y darnos la vida en abundancia. La lucha entre la vida y la muerte tuvo su desenlace en la resurrección de Cristo. Es lo que describe de manera profun¬damente poética la Secuencia del Domingo de Resurrección: «Muerte y Vida traba¬ron un duelo y, muerto el Dueño de la vida, triunfa ahora vivo».

La clave de lectura de todo esto hay que buscarla en el origen. ¿Cómo entró la muerte en el mundo y se propagó a todos los hom¬bres? La muerte entró como consecuencia del pecado de Adán. Pero fue la serpiente quien sedujo a nuestros primeros padres y los indujo a pecar, destru¬yendo así la obra que Dios más quería: el ser humano. Entonces la serpiente (el demonio) debía ser vencida para que triunfara la vida. El anuncio de esto lo leemos en el llamado «proto-e¬vangelio», es decir, el primer anuncio de la salva¬ción: «Pondré ene¬mistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras tú acechas su talón» (Gen 3,15). Pisar la cabeza era el gesto que usaban los reyes vencedores contra los vencidos.

Pero ¿quién es «la mujer» y quién es «su linaje», el que derrota¬rá a la ser¬piente? Inútilmente busca¬remos entre todos los personajes del Anti¬guo Testamento, entre los reyes y profe¬tas, uno que responda a esas caracte¬rísticas. En cam¬bio, cuando vemos la activi¬dad de Jesús y leemos en el Evangelio que los mismos demo¬nios excla¬maban: «Has venido a destruir¬nos... tú eres el Santo de Dios», entonces nosotros podemos reconocer¬lo: Jesús es el que pisotea la cabeza de la ser¬piente; Él es el «lina¬je» de la mujer. Y «la mujer» es su madre, la Virgen María, la Madre de Jesús el Reconciliador. Dios ha sido fiel a su prome¬sa: ha sido des-truido el señor de la muerte y ha triun¬fado la vida.

El horario de Jesús

El Evangelio de hoy nos permite conocer el horario de Jesús durante dos días. Después que Jesús, pasando por la orilla del lago de Galilea, llama a sus primeros discípulos, se dirige con ellos a la sinagoga en Cafarnaúm, donde se pone a enseñar (ver también Lc 4,16). ¿Y qué hizo después que terminó el servicio en la sinagoga? El Evangelio nos dice que fue a la casa de Simón y Andrés. El sábado era el día de descanso y allí se disponía Jesús a pasar la tarde con sus cuatro prime¬ros discípulos. No sabemos qué habló todas esas horas; pero tampoco lo ignoramos completamente ya que muchas de sus palabras fueron recogidas en los relatos evangélicos que han llegado hasta nosotros. El sábado había que abstenerse de todo trabajo, por eso, el Evangelio especifica que recién «al atarde¬cer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y ende¬moniados». Al ponerse el sol se consideraba que ya había terminado el sábado. Desde esa tarde hasta la noche «curó a muchos que se encontraban mal de diver¬sas enfermedades y expulsó a muchos demonios».

Al día siguiente, «muy de madru¬gada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto, y allí oraba». Esta noticia es preciosa. Nos informa que Jesús acostumbraba levantarse antes que todos los demás, cuando aún era de noche, para dedicarse a la oración en el silencio y la soledad. Si el día era agitado, pues «los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer» (Mc 6,31), Jesús dedicaba a la oración las horas de la noche, antes del amanecer. La actitud de Jesús nos enseña que, incluso en medio del bullicio y el estrés de la vida actual, todos los cristianos debemos procurarnos momentos de soledad para el contacto más estrecho con Dios en la oración. En esos momentos adquiri¬mos viva conciencia de la fugacidad de la vida presente y de la eternidad que nos aguarda. En la soledad y el silen¬cio el hombre no puede dejar de oír la voz de Dios.

Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 29-39) nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a muchos enfermos. Predicar y curar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación anuncia el reino de Dios, y con la curación demuestra que está cerca, que el reino de Dios está en medio de nosotros.

Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en la cama con fiebre; enseguida le toma la mano, la cura y la levanta. Después del ocaso, al final del día sábado, cuando la gente puede salir y llevarle los enfermos, cura a una multitud de personas afectadas por todo tipo de enfermedades: físicas, psíquicas y espirituales. Jesús, que vino al mundo para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres, muestra una predilección particular por quienes están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Así, Él se revela médico, tanto de las almas como de los cuerpos, buen samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana.

Tal realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. A esto nos llama también la Jornada mundial del enfermo, que celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Bendigo las actividades preparadas para esta Jornada, en particular, la vigilia que tendrá lugar en Roma la noche del 10 de febrero. Recordemos también al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, monseñor Zygmunt Zimowski, que está muy enfermo en Polonia. Una oración por él, por su salud, porque fue él quien preparó esta jornada, y nos acompaña con su sufrimiento en esta jornada. Una oración por monseñor Zimowski.

La obra salvífica de Cristo no termina con su persona y en el arco de su vida terrena; prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios por los hombres. Enviando en misión a sus discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos (cf. Mt 10, 7-8). Fiel a esta enseñanza, la Iglesia ha considerado siempre la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión.

«Pobres y enfermos tendréis siempre con vosotros», advierte Jesús (cf. Mt 26, 11), y la Iglesia los encuentra continuamente en su camino, considerando a las personas enfermas una vía privilegiada para encontrar a Cristo, acogerlo y servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo».

Papa Francisco. Ángelus Domingo 8 de febrero de 2015

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. ¿Podría repetir con San Pablo “ay de mí si no predico el Evangelio”? ¿En qué ambientes podría hablar de Dios? ¿En mi trabajo, en mi familia, con mis amigos?

2. Jesús nos da siempre la vida y la salud. Recemos por un pariente o un amigo enfermo que necesite nuestra oración.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 858-860. 1503-1505.


texto facilitado por J.RAMON PULIDO, presidente diocesano en Toledo de A.N.E. Vicepresidente del Consejo nacional.