viernes, 5 de diciembre de 2014

LECTURAS DE LA II SEMANA DE ADVIENTO. Reflexiones



Si no vas a Misa estas Lecturas te acercaran a una sintonía
más clarificadora, solidaria y hermosa.
Si vas, te servirán de recuerdo y preparación.
Y si no vas, pero quieres ir, te ayudaran a acercarte a la puerta



Domingo de la Semana 2 del Tiempo de Adviento. Ciclo B
«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas»

Lectura del profeta Isaías (40, 1-5. 9-11): Preparadle un camino al Señor.



«Consolad, consolad a mi pueblo, - dice vuestro Dios -; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.»
Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado la boca del Señor - »
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.»

Salmo 84, 9ab-10. 11-12. 13-14: Voy a escuchar lo que dice el Señor.
R.- Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Lectura de la 2ª carta del apóstol san Pedro (3,8-14): Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.

Queridos hermanos: No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.
El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.
El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá.
Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida!
Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.
Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

Lectura del Santo Evangelio según san Marcos (1,1-8): Allanad los senderos del Señor.

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.”»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: - «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El Evangelio, en este segundo Domingo de Adviento, nos presenta la figura de «Juan el Bautista» y su fuerte predicación sobre la conversión. Juan prepara los caminos y anuncia la venida de Aquél que es más fuerte que él. La vuelta del exilio babilónico porta un mensaje consolador y lleno de esperanza para el pueblo elegido: «Preparad en el desierto un camino al Señor…Ahí viene el Señor Yahveh con poder y su brazo lo sojuzga todo» (Primera Lectura). El Apóstol San Pedro sale al encuentro de aquellos que están tentados a dormirse y olvidar el Día del Señor que «llegará como un ladrón» en el momento menos esperado. ¿Cómo debemos esperarlo? Esforzándonos para estar «en paz ante Él, sin mancha y sin tacha».

 «Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios…»

Ésta es la frase con la cual se inicia el Evangelio de San Marcos. A ella se debe el hecho de que nosotros llamemos «Evangelio» a los cuatro escritos que contienen el misterio cristiano. Es intere¬sante detenerse a analizar el término «evangelio», que tiene tanta importancia en el cris¬tianismo. En su acepción original el término «evan¬gelio» no desig¬naba un libro. Este concepto encierra una inmensa riqueza de significado y su explicación es muy apro¬piada al tiempo de Ad¬viento en que nos encontramos. ¿Qué significa entonces el término «evangelio» y por qué al anun¬cio de Jesucristo se llama «evangelizar»? «Evangelio» es una palabra griega compuesta de la parti¬cula «eu», que significa «bueno» y del sustantivo «angelion», que significa «anuncio, noticia, mensaje». Por eso suele traducirse por «buena noti¬cia».

Pero es más que esto. En el campo profano un «evangelio» es el anuncio o la noticia de algo que está destinado a cambiar la vida de quién lo recibe. Por ejemplo, la noticia de que se ha decla¬ra¬do la paz, anun-ciada a los soldados que están en las trinche¬ras arriesgando sus vidas lejos de sus hogares, susci¬ta en ellos una explo¬sión de alegría. Esa noticia hace cam¬biar su estado de ánimo, hace nacer planes del regreso a casa y proyectos para el futuro, da a la vida una perspecti¬va nueva. Ese anun¬cio es un «evange¬lio». Para estos casos se usaba la palabra «evangelio». Cuando se anuncia a un encar¬celado esta noticia: «Se ha cumplido tu condena; eres li¬bre», eso es un «evangelio». Así vemos que se usa en el Antiguo Testamento: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que evangeliza la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salva¬ción, que dice a Sión: Ya reina tu Dios!» (Is 52,7).

La imagen es la de una ciudad asediada y rodeada por ejércitos a la cual inesperada¬mente llega el anuncio de que el enemigo se ha retirado. Los que temían la muerte, ahora pueden gritar: «Estamos salva¬dos". Han recibi¬do un "evangelio». Por otro lado es interesante notar que en la época helenística el término recibe una connotación religiosa nueva en relación al culto imperial. La elevación de Vespasiano a la dignidad de Emperador constituye el objeto de un «evangelio». Varias inscripciones helenísticas en honor de algún rey o del emperador atestiguan que el significado religioso y salvífico del término estaba ya extendido en tiempos de Jesús.

Para que haya un «evangelio» tiene que preceder un tiempo de espera, de expectativa, de carencia de algo que se anhela o de alguien cuya venida se añora. Por eso decimos que el tiempo de Adviento es apropiado para entender el significado de este térmi¬no. Estamos en la actitud de quien anhela la venida de Cristo y, con Él, la llegada de la salva¬ción. El Evan¬gelio es el anuncio de la salvación defi¬nitiva de la esclavi¬tud del pecado y de la muerte. San Juan Crisós¬tomo lo dice hermosamente: «Los que ayer eran cautivos, ahora son hombres libres y ciudadanos de la Iglesia; los que antaño estaban en la vergüenza del pecado están ahora en la santidad» (Catequesis bautismal III, 5). Éste es el anuncio que se oyó en la noche buena cuando nació el Salva¬dor: «Os evan¬geli¬zo una gran alegría: Os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salva¬dor, que es el Cristo Señor» (Lc 2,11). Ese anuncio es un verdadero «Evangelio».


 «No se retrasa el Señor en el cumplimiento de su promesa… llegará como ladrón»

Los últimos Domingos del año litúrgico con¬cluido hace dos semanas nos ponían ante la perspectiva de la venida final de Jesu¬cristo. La fe en este hecho futuro es tan fundamental en nuestra vida cristiana que ha sido incorpo¬rado como un artículo del Credo: «De nuevo vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos». Esta misma perspec¬tiva se prolon¬gaba en el primer Domingo del Ad¬viento, donde resona¬ba con insis¬tencia la recomendación: «Velad», y se procuraba nutrir en nosotros la actitud de espera que debe carac¬terizar la vida de todo cristiano.

Este Domingo no se abandona esta perspectiva comple¬tamente, pues está presente en la Segunda Lectura, tomada de la II carta de San Pedro. Ya en la época en que fue escrita esa carta (a fines del siglo I) se consideraba que la espera de la venida final del Señor era demasiado prolongada y se procuraba explicar su retraso: «No se retrasa el Señor en el cumpli¬miento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con voso¬tros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión».

Pero, por medio de la Primera Lectura y, sobre todo, del Evangelio, este Domingo se desplaza nuestra atención hacia el tiempo en que la humanidad esperaba la primera venida de Cristo. En el tiempo anterior a la venida de Cristo, el profeta Isaías veía ya próximo el momento de la salvación. Después del tiempo del castigo por sus peca¬dos y del destierro, comienza para el pueblo de Dios el tiempo del consuelo. El profeta ha reci¬bido esta ins¬trucción del Señor: «Consolad, conso¬lad a mi pueblo».

El consuelo consistiría en la venida de Dios mismo en perso¬na. Pero hay que prepararle un camino: «Una voz grita: 'En el desierto abrid camino al Señor; trazad en la estepa una calzada recta para nuestro Dios. Que todo valle sea eleva¬do, y todo monte y cerro rebajado; que lo escabroso se vuelva llano y lo torcido se enderece '». ¿De quién es esta voz que así grita? No es la voz del profeta; tampoco es la voz de Dios mismo. Es una voz misteriosa no identificada. Lo que sí se conoce es lo que anuncia: anuncia que el Señor vendrá y que es necesa¬rio prepararle un camino.

 «Voz que clama en el desierto»

Podemos entender ahora el sentido de las primeras palabras del Evangelio de Marcos: «Conforme está escrito en Isaías, el profeta: 'Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino; voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas', -conforme a eso- apareció Juan bautizando en el desierto...». Lo que el evangelista quiere decir es que Juan el Bautista es esa voz misteriosa que en Isaías no había sido identi¬ficada. La aparición de esa voz indica que ya está próximo el momen¬to de la venida del Señor trayendo el consuelo para su pueblo. San Ambrosio dirá que ésa es como la del trueno que conmueve los desiertos. La actividad de Juan consistió precisamente en prepa¬rar al pueblo para la venida de Jesús. Y lo hizo «procla¬mando un bautismo de conversión para perdón de los peca¬dos».

La preparación para recibir a Jesús es siempre la conversión que, por medio del Bautismo y de la Penitencia, nos obtiene el perdón de los pecados. Ésta es también la preparación para la venida presente de Jesús, cuando Él viene a nosotros como alimento de vida eterna en la Euca¬ristía. Es también la preparación para su venida final cuando venga en la gloria, como lo recordaba San Pedro en su carta: «Esforzaos por ser halla¬dos ante Él en paz, sin mancha y sin tacha».

Juan desarrolló un gran movimiento en torno a él, ya que acudían a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén. Había peligro de que él mismo fuera identificado como el Salvador esperado. El Evange¬lista San Lucas lo dice explícitamente: «Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazo¬nes acerca de Juan, si no sería él el Cristo» (Lc 3,15). Esto debió parecerle a Juan un absurdo. El sabía quién era él y quién era aquél que anunciaba. Si en Isaías «la voz» grita que se prepare el camino «al Señor», hay un mundo de diferencia entre «la voz» y «el Señor». San Marcos nos dice que Juan es esa voz; pero el anunciado por esa voz es el Señor; Él viene después de Juan.

Esto Juan lo sabe bien y por eso rechaza enérgicamente la idea que él pudiera ser el espe¬rado : «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sanda-lias. Yo os bautizo con agua, pero Él os bautiza¬rá con Espíritu Santo». La primera imagen que Juan nos da para indicar la grandeza de Jesús es insuficiente: «No soy digno de desa¬tarle la correa de las sandalias».

Esta diferencia de rango se da también entre los hombres ¡por desgracia! Pero la segunda afirmación expresa verdaderamente la grandeza del que viene: «Yo os bautizo con agua; Él os bautizará con Espíritu Santo». El Espíritu Santo es el don de Dios por excelencia. El único que puede comunicar el Espíritu Santo es Dios mismo.

En efecto, en el Antiguo Testamento cada vez que Dios encomienda al hombre una misión que es imposible a las solas fuerzas humanas, lo provee de su Espíritu, y entonces el hombre se hace capaz. Este don lo comunicará el que es anunciado por Juan.

 Una palabra del Santo Padre:

«¡Queridos hermanos y hermanas! Con este Domingo comienza el Adviento, tiempo sumamente sugerente desde el punto de vista religioso, pues está lleno de esperanza y de espera espiritual: cada vez que la comunidad cristiana se prepara para hacer memoria del nacimiento del Redentor, experimenta en sí un escalofrío de alegría, que se comunica, en cierta medida, a toda la sociedad.

En Adviento, el pueblo cristiano revive un doble movimiento del espíritu: por una parte, levanta la mirada hacia la meta final de su peregrinación en la historia, que es el regreso glorioso del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su nacimiento en Belén, se agacha ante el Nacimiento. La esperanza de los cristianos se dirige al futuro, pero siempre queda bien arraigada en un acontecimiento del pasado. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de la Virgen María, «nacido de mujer, nacido bajo la ley», como escribe el apóstol Pablo (Gálatas 4, 4)…

Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el que los cristianos tienen que despertar en su corazón la esperanza de poder, con la ayuda de Dios, renovar el mundo. En este sentido, quisiera recordar también hoy la constitución del Concilio Vaticano II, « Gaudium et spes» sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo: es un texto profundamente impregnado de esperanza cristiana. Me refiero en particular al número 39, titulado: «Tierra nueva y cielo nuevo». En ella se puede leer: «Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia (Cf. 2 Corintios 5,2; 2 Pedro 3,13)…

No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra». Los buenos frutos de nuestro esfuerzo los volveremos a encontrar, de hecho, cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal. Que María santísima, Virgen del Adviento, nos permita vivir este tiempo de gracia vigilando y comprometidos en la espera del Señor».

Benedicto XVI., Ángelus del 27 de noviembre del 2005.

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas» de la existencia humana; nos exhorta Juan el Bautista ¿De qué manera concreta voy a vivir este mensaje?

2. Acojamos las palabras de Benedicto XVI y acudamos a María, la Virgen del Adviento, para esperar con ella el nacimiento del Niño-Dios.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 717-720.

Oración del Papa Francisco a la Inmaculada Concepción de María. Plaza de España de Roma, domingo 8 de diciembre de 2013:



Virgen Santa e Inmaculada,
a Ti, que eres el honor de nuestro pueblo
y la guardiana atenta que cuida de nuestra ciudad,
nos dirigimos con confianza y amor.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!
El pecado no está en ti.
Suscita en todos nosotros un renovado deseo de santidad:
en nuestra palabra brille el esplendor de la verdad,
en nuestras obras resuene el canto de la caridad,
en nuestro cuerpo y en nuestro corazón habiten la pureza y la castidad,
en nuestra vida se haga presente toda la belleza del Evangelio.

Tú eres la Toda Hermosa, oh María!
La Palabra de Dios se hizo carne en ti.
Ayúdanos a mantenernos en la escucha atenta de la voz del Señor:
el grito de los pobres nunca nos deje indiferentes,
el sufrimiento de los enfermos y necesitados no nos encuentre distraídos,
la soledad de los ancianos y la fragilidad de los niños nos conmuevan,
toda vida humana sea siempre amada y venerada por todos nosotros.

Tú eres la Toda Hermosa, ¡Oh María!
En ti está el gozo pleno de la vida bienaventurada con Dios
Haz que no perdamos el sentido de nuestro camino terrenal:
la suave luz de la fe ilumine nuestros días,
la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos,
el calor contagioso del amor anime nuestro corazón,
los ojos de todos nosotros permanezcan fijos, allí, en Dios,
donde está la verdadera alegría.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!
Escucha nuestra oración, atiende nuestra súplica:
se Tú en nosotros la belleza del amor misericordioso de Dios en Jesús,
que esta belleza divina nos salve a nosotros,
a nuestra ciudad, al mundo entero.

Temas de reflexión para Diciembre. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.




“Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. El anuncio del Nacimiento de Cristo que los ángeles dirigen a los pastores, nos señala el anhelo de Dios de darnos la paz. Y nos invita a que nosotros seamos en la tierra como los ángeles de Belén: un acueducto por el que corren las aguas del cielo que riegan la tierra con la luz del amor de Dios.

“La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16; cfr. Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mt 5, 9) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2305)

¿Quiénes merecen ser considerados pacíficos?

Nadie da lo que no tiene. Para ser estos bienaventurados necesitamos tener paz. Paz con Dios. Paz con nosotros mismos, con nuestra conciencia. Paz con los demás hombres.

Paz, primero, con Dios. Porque conscientes de ser criaturas queridas y amadas por Dios, descubrimos el amor de Dios en Cristo Crucificado y Resucitado, por amor a los hombres. Un Dios Creador y Padre que abre siempre los brazos para acogernos y abrirnos las puertas de su corazón.
En paz con Dios, tenemos paz con nosotros mismos, porque aceptamos y recibimos agradecidos el perdón de nuestros pecados. El arrepentimiento siempre nos da la paz, porque abre nuestro corazón a la luz y al amor de Dios. Y nos perdonamos a nosotros nuestras miserias porque Dios nos las perdona.

Pacíficos en nuestro interior, podemos ser "hacedores de paz" en todas las relaciones con los demás. En medio de tantas querellas, desavenencias, intrigas, peleas, los pacíficos, siendo sembradores de paz, son un testimonio vivo de la paz que da Cristo, fruto de la reconciliación obtenida en la Cruz. "Dios tuvo a bien hacer residir en Cristo toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1, 20).

La paz que Cristo nos da, es la paz que transmiten quienes piden perdón de sus pecados al Señor, en el Sacramento de la Reconciliación; quienes no guardan en el fondo del corazón rencor alguno contra nadie, ni siquiera contra quienes se obstinan en hacerles mal; quienes rezan por sus enemigos, por los enemigos de Cristo y de la Iglesia, y piden por su conversión.

Y ésa es la paz que Cristo quiere que construyamos en la tierra. Una paz “que no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguarda de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (san Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cfr. Is 32, 17) y efecto de la caridad (cfr. GS 78, 1-2)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2304).

En esta bienaventuranza queda resaltada la armonía de la acción de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, conjuntamente, porque la paz es fruto de la fe en la resurrección y de la esperanza en la vida eterna que anuncia la resurrección. Y de la caridad que vence todo pecado y reconcilia el cielo y la tierra en el corazón de Cristo con Dios Padre. Los pacíficos perdonan a todos, no guardan rencor, no provocan querellas, nunca devuelven mal por mal, ven siempre el lado positivo de los acontecimientos.

Cristo se dirigió así a los Apóstoles antes de su muerte: "La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy yo" (Jn 14, 27). Él da la paz perdonando, sirviendo. Al presentarse a los Apóstoles después de la Resurrección no les echa en cara que le hayan abandonado y dejado solo en la Cruz. Les ofreció de nuevo Su paz: "La paz con vosotros" (Lc 24, 36).

Y cuando quiso establecer la paz entre los Apóstoles después de la cuestión de quién de ellos sería el mayor, les dijo: “Ya sabéis cómo los que en las naciones son considerados como príncipes las dominan con imperio, y sus grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos” (Mc 10, 42-44).
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Cuestionario
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1.- ¿Siembro paz entre las personas que trato, y procuro arreglar las contiendas que puedan surgir entre ellos?
2.- ¿Busco la paz pidiendo perdón a Dios y a los demás por las faltas que, contra ellos, he cometido?
3.- ¿Busco la paz también con los enemigos de la Iglesia, para que rectifiquen, pidan perdón, y se conviertan?