viernes, 24 de noviembre de 2017

Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo A «¡Venid, benditos de mi Padre!»



Altar de besapié del Cristo de la Coronación de Espinas, que procesiona el Jueves Santo  en la Semana Santa de Sevilla. En la Solemnidad de Cristo Rey la Hermandad de Nuestra Señora del Valle celebra función principal del Triduo organizado.

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Lectura del profeta Ezequiel (34,11-12.15-17): A vosotros mis ovejas voy a juzgar entre oveja y oveja.

Así dice el Señor Dios: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.»

Salmo 22,1-2a.2b-3.5.6: El Señor es mi pastor, nada me falta. R/.

El Señor es mi pastor, nada me falta: // en verdes praderas me hace recostar. R/.

Me conduce hacia fuentes tranquilas // y repara mis fuerzas; // me guía por el sendero justo, // por el honor de su nombre. R/.

Preparas una mesa ante mí, // enfrente de mis enemigos; // me unges la cabeza con perfume, //  y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan // todos los días de mi vida, //  y habitaré en la casa del Señor // por años sin término. R/.

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (15,20-26.28): Devolverá a Dios Padre su reino y así Dios lo será todo para todos.

Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.
Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la re­surrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últi­mos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniqui­lado todo principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estra­do de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte.
Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se some­terá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (25,31-46): Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los án­geles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino prepara­do para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me ves­tisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mi, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis." Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o des­nudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

El año litúrgico se cierra siempre con la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Desde la reforma litúrgi­ca la Iglesia ha reservado este último Domingo del año para contemplar a Jesucristo en la plenitud de su gloria y poder. La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel, manifiesta el amor del Señor que se desvive por buscar a sus ovejas, sigue su rastro, las apacienta, venda sus heridas, cura las enfermas. El Señor, en persona, va juzgar entre oveja y oveja (Primera Lectura). Asimismo, el Salmo Responsorial 22 destaca el amor y la misericordia del Señor que como Buen Pastor conduce, guía y conforta a sus ovejas. San Pablo, en la carta a los Corintios, nos habla del poder de Cristo que aniquilará todos los poderes hostiles al Reino de Dios. El último enemigo en ser vencido será la muerte (Segunda Lectura).

Finalmente, el Evangelio nos presenta la venida definitiva del «Hijo del Hombre» que viene para separar a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras. El criterio que seguirá el Señor en este día será el criterio del amor y la caridad: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... Todos los que hayan practicado el amor a Cristo y a sus hermanos irán a la vida eterna; los otros, al castigo eterno (Evangelio), ya que, como nos dice San Juan de la Cruz, «en la tarde de la vida seremos examinados sobre el amor».

J «Yo soy el Buen Pastor»

El profeta Ezequiel nos ofrece uno de los textos más bellos del Antiguo Testamento. En él se repite hasta tres veces que «el Señor mismo» es quien se preocupa por cada una de sus ovejas; la busca si se han perdido, la cura si está herida, le ofrece pastos abundantes si padece hambre.

Los malos pastores, aquellos que no buscan el «bien común» de sus hermanos, han dejado que se pierdan las ovejas, se han aprovechado de ellas; por eso, el profeta anuncia que será Dios mismo quien ahora cuidará del rebaño. «Y suscitaré sobre ellos un solo pastor que las apacentará, mi siervo David, él las apacentará y será su pastor; y yo, el Señor seré su Dios, y mi siervo David, su príncipe en medio de ellos. Yo, el Señor, he hablado» (Ez 34, 23-24).Dios que es justo y ejerce esta justicia con amor juzgará a cada una de las ovejas y «vendrá a salvar a (sus) ovejas para que no estén expuestas a los peligros».

El bellísimo salmo 22 se referirá nuevamente al buen pastor para hablar del Señor. Cuánto conforta saber que «Dios mismo» es nuestro pastor, que «Dios mismo» nos conduce y repara nuestras fuerzas, nos guía por senderos de justicia. Este buen pastor será, al final de nuestra vida, quien nos juzgará. Es verdad, Cristo Jesús, que se encarnó y vino a la tierra como el Buen Pastor en busca de sus ovejas, desea que todas ellas estén en el redil, desea que todas ellas formen parte de su rebaño. No permite que le sea arrebatada ninguna.

El pastor, al final del texto de Ezequiel, separa oveja de oveja. Se trata pues de una llamada urgente para decidirse a favor o en contra del Señor. No hay lugar para términos medios. Quien no está con Él estará contra Él. Muchos, lamentablemente, no quieren oír los ruegos del Señor y no quieren «ser del rebaño de Jesús».  

J Cristo vence a todos los enemigos del hombre

Cristo, Rey del Universo, vence a todos los enemigos del hombre.  Así, en la carta a los Corintios, San Pablo habla de todos los principados y potestades[1] que se oponen al Reino de Dios. «Todos los enemigos deben quedar bajo el estrado de sus pies», porque al final de los tiempos se debe realizar toda justicia. Al final, el mal será definitivamente derrotado por el bien y por el amor; pero recordemos que el triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal. «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21).

El enemigo de Dios y del hombre, el diablo, sufrirá la última derrota de frente a Cristo resucitado, Señor de vivos y de muertos. ¡Cómo deberían incidir en nuestras vidas, verdades tan fundamentales y decisivas! Cristo tiene que reinar. Cristo reinará y vencerá el último enemigo, la muerte. En su bello libro «Memoria e Identidad»[2] el recordado San Juan Pablo II nos dice: «He aquí la respuesta a la pregunta esencial: el sentido más hondo de la historia rebasa la historia y encuentra la plena explicación en Cristo, Dios-Hombre. La esperanza cristiana supera los límites del tiempo. El reino de Dios se inserta y se desarrolla en la historia humana pero su meta es la vida futura».

K «¿Pero, ¿cuándo te vimos desnudo, hambriento, enfermo o en la cárcel?»

Siempre que escuchamos acerca del «Juicio Final» tenemos la tentación de pensar que ésta es una realidad bastante lejana de nuestra vida cotidiana. ¡Todavía falta tanto tiempo…! Justamente lo que el Señor Jesús hace es traernos lo más cerca posible esta realidad última.  El pasaje se inicia hablando sobre el «Hijo del hombre»[3]que vendrá en su gloria. Este es el nombre que Jesús adoptó para referirse a su propia perso­na y es un título enigmático que al mismo tiempo oculta y revela su miste­rio. En efecto, el Hijo eterno de Dios que estaba en los esplendores de la gloria del Padre, «se despojó de sí mismo tomando la condi­ción de siervo hacién­dose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humilló a sí mismo, obede­ciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,7-8). Cuando Jesús estaba ante los Sumos Sacerdo­tes y el Sanedrín, respondiendo sobre quién era, dice: «Sí, y yo os aseguro que veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64). El que estaba siendo juzgado y condenado por los hombres, es el mismo que al final de la historia vendrá como Juez de vivos y muertos y serán congregadas ante Él todas las naciones. Pondrán unos a su derecha y otros a su izquierda.

¿Cuál será el criterio para decidir quiénes irán a un lado u otro? Ante todo, sabemos que no es insignificante el estar a la derecha o a la izquierda ya que nuestra «eternidad» depende de ello. La diferencia entre una situación y la otra es total: unos son llamados «benditos de mi Padre» y los otros, «mal­ditos»; unos poseen el Reino y los otros van al fuego eter­no. Pero por otro sabemos que no es una sentencia arbitraria, porque el Juez explica los motivos de la glorificación o de la condenación eterna. A los de la derecha el Rey dirá: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme». La sorpresa ahora será mayúscula ya que, aparentemente, nunca se han encontrado con el Señor.

Sin embargo, la respuesta aclara la duda: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicis­teis». El Rey se identifica con los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los enfermos, los débiles, los encarcelados, los despreciados del mundo. Si queremos ser gratos al Rey, el único modo que tenemos aquí en la tierra es hacerlo en aquéllos a quie­nes él llama «mis hermanos más pequeños». Nunca jamás se ha elevado a una dignidad mayor a los pobres y necesitados. A los de la izquierda dirá lo contrario y éstos preguntarán: «¿Cuándo...cuándo?». Y la sentencia seguirá la misma lógica que la anterior: «Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo».

JL La última y definitiva sentencia

El juicio es final y la sentencia por lo tanto es definiti­va: «Irán unos al castigo eterno y los otros a la vida eter­na». Ambas situaciones son «eter­nas» y no habrá tribunal de apela­ción ya que no habrá más tiempo ni espacio. El criterio discriminante está claramente expuesto: el amor. San Agustín nos dice: «El amor es la consumación de todas nuestras obras. En el amor está el fin. Hacia él corremos». Sabemos claramente qué nos van a examinar.

Toca a cada uno preparar bien la respuesta que daremos. La única actitud que no podremos tener es la de preguntar: «¿Cuándo, Señor, te vimos en necesi­dad?». Nunca se expresó en modo más claro que el amor a Dios y amor al prójimo constituyen un solo amor: amando a los pequeños de este mundo es a Cristo mismo a quien amamos.

+ Una palabra del Santo Padre:

Finalmente, una palabra sobre el pasaje del juicio final, en el que se describe la segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y muertos (cf. Mt 25, 31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que separa las ovejas de las cabras. A la derecha se coloca a quienes actuaron según la voluntad de Dios, socorriendo al prójimo hambriento, sediento, extranjero, desnudo, enfermo, encarcelado —he dicho «extranjero»: pienso en muchos extranjeros que están aquí, en la diócesis de Roma: ¿qué hacemos por ellos?—; mientras que a la izquierda van los que no ayudaron al prójimo. Esto nos dice que seremos juzgados por Dios según la caridad, según como lo hayamos amado en nuestros hermanos, especialmente los más débiles y necesitados.

Cierto: debemos tener siempre bien presente que nosotros estamos justificados, estamos salvados por gracia, por un acto de amor gratuito de Dios que siempre nos precede; solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don que hemos recibido. Pero para dar fruto, la gracia de Dios pide siempre nuestra apertura a Él, nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene a traernos la misericordia de Dios que salva. A nosotros se nos pide que nos confiemos a Él, que correspondamos al don de su amor con una vida buena, hecha de acciones animadas por la fe y por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, que contemplar el juicio final jamás nos dé temor, sino que más bien nos impulse a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerle en los pobres y en los pequeños; para que nos empleemos en el bien y estemos vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, nos reconozca como siervos buenos y fieles. Gracias».

Papa Francisco. Audiencia General Miércoles 24 de abril de 2013. 






' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «A mí me lo hicisteis». ¿Cómo vivo la caridad y la solidaridad con mis hermanos más necesitados? ¿Cuál es mi actitud ante mis hermanos? ¿Percibo en ellos el rostro de Cristo?

2. «El Señor es mi Pastor, nada me falta». Recemos y meditemos en familia el bello Salmo 23(22).

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 678- 679.









[1] Principados: una de las categorías de espíritus reconocidas por el judaísmo del siglo I. Potestad o Autoridad en plural puede referirse a poderes sobrenaturales (Ef 3,10; Col 1,15) que a veces se representan como seductores de los hombres. 
[2]Juan Pablo II. Memoria e Identidad. Conversaciones al filo de los dos milenios. Editorial Planeta. Bogotá, febrero 2005.
[3]El título de «Hijo del hombre» aparece 82 veces en los Evangelios y solamente en boca de Jesús. Este título hace referencia a la profecía de Daniel  (Dan 7,13) acerca de un ser espiritual, pues está al lado de Dios, que vendrá a instaurar un nuevo reino y expresa la gloria divina de Jesús y su carácter humano.

Texto faciliatado por J.R. PULIDO, presidente Consejo Diocesano de ANE, Toledo
fotografía cameso


sábado, 18 de noviembre de 2017

Domingo de la Semana 33 del Tiempo Ordinario. Ciclo A- 19 de noviembre de 2017 «¡Bien, siervo bueno y fiel!»


Lectura de libro de los Proverbios (31,10-13.19-20.30-31): Trabaja como la destreza de sus manos.

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.

Salmo 127,1-2.3.4-5: Dichoso el que teme al Señor. R./

¡Dichoso el que teme al Señor // y sigue sus caminos! // Comerás el fruto de tu trabajo, // serás dichoso, te irá bien. R./

Tu mujer, como parra fecunda, // en medio de tu casa; // tus hijos, como renuevos de olivo, // alrededor de tu mesa. R./

Esta es la bendición del hombre // que teme al Señor. // Que el Señor te bendiga desde Sión, // que veas la prosperidad de Jerusalén, // todos los días de tu vida. R./

Lectura de la Primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (5,1-6): Que el día del Señor no os sorprenda como un ladrón.

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas, Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (25,14-30): Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.
El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: -Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. Su señor le dijo: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor: como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Finalmente se acercó el que había recibido un talento y dijo: -Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: -Eres un empleado negligente y holgazán, ¿con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas: allí será el llanto y el rechinar de dientes.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

«El Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche», nos dice San Pablo, por eso, debemos de vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos (Segunda Lectura). En el Evangelio de este Domingo Jesús continua su catequesis sobre «las últimas realidades» y en «la parábola de los talentos» nos muestra como ya la vida misma es un don de Dios. Al crearnos, Dios ha querido compartir con nosotros algo de sí mismo y es por eso que desea que nosotros seamos generosos con lo que poseemos.

Ante los dones recibidos, lo propio es producir frutos abundantes; utilizando todas las capacidades de la inteligencia y de la voluntad que tenemos para producir aquellos frutos que Dios espera de nosotros. Y ciertamente a todos nos ha dado la posibilidad de acceder al más grande don que todos merecemos: la vida eterna. El libro de los Proverbios nos muestra el ejemplo de una mujer que hace rendir su vida y sus cualidades. Es una mujer hacendosa, activa, laboriosa en la caridad, diligente en el obrar. No es remisa, vanidosa o egoísta. Su especial sensibilidad no la vuelve hacia sí misma, sino que trabaja con sus manos y extiende sus brazos a los necesitados (Primera Lectura).

J «Una mujer fuerte ¿quién podrá hallarla?»

El libro de los Proverbios es una colección de sentencias y proverbios sapienciales que orientan a los jóvenes sobre la manera de llevar una vida justa y piadosa. La mayor parte son buenos consejos escritos de manera popular, como era corriente también en los pueblos vecinos a Israel. Comienza el libro diciendo lo que está bien y lo que está mal. Justamente la base de la sabiduría será el «temor de Dios», es decir la reverencia que tenemos que tener a Dios sobre todas las cosas ya que Él mismo es la fuente última de toda la sabiduría. Luego iluminará, está sabiduría, todas las esferas de la vida cotidiana: matrimonio, hogar, trabajo, justicia, decisiones, actitudes, etc.; ayudándonos a conocer cómo debemos conducirnos en las diversas situaciones desde la atenta mirada de Dios. Los proverbios subrayan la necesidad de cualidades como la humildad, la paciencia, la preocupación  por los pobres, la diligencia, el trabajo, la fidelidad a los amigos y el respeto en el seno familiar.

En la parte final del libro tenemos un bello poema en acróstico[1] a la mujer ideal o «mujer fuerte»[2] que evoca el ideal de eficacia y de virtud de la perfecta ama de casa. Este pasaje es llamado de «el alfabeto áureo (dorado)» de la mujer y es leído con frecuencia en la Santa Misa cuando recordamos en el calendario litúrgico la memoria de alguna santa. Al parecer el «ser mujer» y «ser fuerte» es un contrasentido, pues la mujer es débil y siente la necesidad de ser protegida. Sin embargo, el texto alaba la fortaleza de la mujer ya que sabe que su alma es grande y generosa. «Hace siempre el bien» (31,12), con estas sencillas palabras describe el sabio toda una vida de abnegación, de renuncia y de amor; pues entregarse siempre es renunciar a sus propios gustos y dar con alegría indica que esa renuncia es fruto del amor. Pero estas palabras también nos hablan del silencio de la mujer. Ella calla y se entrega generosamente a los demás «levantándose cuando aún es de noche» (31, 15) y permanece en vigilia ya que «no se apaga por la noche su lámpara» (31,18).Ella, que teme al Señor, «es digna de alabanza» (31,30).

J «Vosotros sois hijos de la luz e hijos del día»

Los días que permaneció en la ciudad de Tesalónica, San Pablo predicó sin mucho éxito, pero con aquellos que se convirtieron fundó una comunidad cristiana. Se cree que ésta es la más antigua de las epístolas de San Pablo y debe remontarse al año 51. Después del saludo inicial, el Apóstol agradece a los cristianos de la ciudad por el buen ejemplo que dan a las otras comunidades. Habla de su deseo de verlos nuevamente y de la ternura maternal que siente por ellos, agradeciendo las buenas noticias que le han sido dadas por Timoteo.

En la segunda parte, donde se encuentra nuestra lectura dominical, afirma que el día del Señor llegará de modo imprevisto, cuando todos se sientan seguros. Así como el padre de familia vigila para que el ladrón no robe en la noche (ver Lc 12, 39), así el cristiano no debe abandonarse al sueño negligente en esta vida. A este hombre atento y vigilante se le pueden aplicar las palabras: «yo dormía, pero mi corazón vigilaba» (Ct 5,2). En realidad la gran tentación es considerar el tiempo presente como el único, definitivo y; en consecuencia, buscar en él el máximo disfrute y placer, pues el futuro es incierto.

J «Velad y orad…»                                  

El Evangelio de hoy nos propone la conocida «parábola de los talentos». Ella está a continuación de la parábola de las vírgenes necias que era la lectura del Domingo anterior[3], y aclara otro aspecto de la venida de Jesús. Él no nos quiere dejar en la ignoran­cia sobre lo que ocurrirá ese día, para que seamos «sabios y sensatos» en el tiempo presente. No podremos después que­jarnos: «¿Pero qué pasó; por qué nadie me avisó?» Él nos advirtió claramente con tiempo. Después de concluir la parábola de las vírgenes ne­cias nos dice: «Velad y orad porque no sabéis ni el día ni la hora». Jesús agrega una enseñanza sobre lo que debemos de hacer mientras esperarnos su regreso o mientras estemos peregrinando en esta existencia.

Y es así que comienza la parábola: «Porque así es, como un hombre, que al partirse lejos, llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes». Sabemos que partió lejos pero que pensaba volver y es por eso que deja sus bienes a sus siervos de mayor confianza. Luego de mucho tiempo, vuelve ¿Cuánto tiempo después? Eso es exactamente lo que no sabemos y eso es uno de los grandes misterios de nuestra fe. Pero era necesario aprove­char el tiempo haciendo fructificar los bienes que el Señor les confió de acuerdo a sus capacidades y posibilidades que Él conocía perfectamente.

J Los talentos de cada uno

El «talento» era una medida monetaria[4]. Se trataba de una cantidad considerable de dinero. Aquí expresa los bienes que el Señor dejó a sus siervos. A causa de esta parábola y de su interpreta­ción, la palabra «talento» pasó a signifi­car en nuestra lengua los dones naturales que hemos recibido gratuitamente. Se habla del talento musical, talento matemático, talento literario, etc. Los talentos que cada uno posee son un don gratuito como enseña San Pablo: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿de qué te glorías, como si fuera mérito tuyo?» (1Cor 4,7).Cada uno posee los talentos que ha recibido como pro­pios, pero es inherente a la noción de «talento» la obliga­ción de dar frutos y de ser puesto al servicio de los demás.

No impor­ta que cada persona no haya recibido todos los talen­tos, porque el que ha recibido aunque sea «un talento», lo ha reci­bido para sí mismo y también para los demás. Wolfgang Amadeus Mozart, que recibió un talento musical descomunal, deleitó a sus contemporáneos y sigue deleitando a los hombres de todos los tiempos. ¿Qué hubiese pasado si ese talento nunca lo hubiese colocado al servicio de los demás? Nada…exactamente eso hubiese ocurrido...nada y no tendríamos las maravillas musicales que ha ofrecido a toda la humanidad.

Pero el conjunto de todos los talentos que Dios ha distribuido entre todos los hombres, puestos todos a servicio de los demás; es lo que realmente constituye la riqueza de una sociedad humana. Es decir son tantos los talentos cuantas personas existen y es responsabilidad descubrir y hacer fructificar su propio talento. Para eso los ha dado Dios y del uso que habremos hecho de ellos nos pedirá cuentas cuando vuelva. 

L El que tiene un talento...

Es importan­te observar la conducta de los siervos después de la partida de su Señor: «El que había recibido cinco talen­tos, inmediata­mente se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente, el que había recibido dos ganó otros dos». No hay diferencia en la conducta de estos dos siervos, no obstante ser muy diferente la canti­dad de dinero que manejan. Ambos obtienen el mismo rendi­miento al dinero de su Señor. Y la aprobación cuando vuelve, indiferente de la cantidad, es idéntica para ambos: «¡Bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho» También la recom­pensa es idéntica: «Entra en el gozo de tu señor».

El último, sin embargo, que tuvo miedo y no hizo fructificar su talento, recibirá esta senten­cia: «Siervo malo y perezoso». Y seguirá la orden del Señor: «Echad a este siervo inútil a las tinie­blas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dien­tes». Es una parábola. Pero no debemos perder de vista que la usa Jesús para expresar una gran verdad: nuestro destino eterno se juega aquí, se está jugando ahora. Es ahora cuando nos estamos ganando la biena­venturanza eterna o perdiéndola, también para siempre. Esta última alternativa, triste pero posible, es lo que Jesús describe como: «tinieblas, llanto y rechinar de dientes». Y ahora no digamos que no sabíamos nada…

+ Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25, 14-30)…El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón... en definitiva, muchas cosas, sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que Él nos confía. No sólo para custodiar, sino para fructificar. Mientras que en el uso común el término «talento» indica una destacada cualidad individual —por ejemplo, el talento en la música, en el deporte, etc.—, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El hoyo cavado en la tierra por el «siervo negligente y holgazán» (v. 26) indica el miedo a arriesgar que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo a los riesgos del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesús no nos pide esto, sino más bien quiere que la usemos en beneficio de los demás.
Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ello». Y nosotros, ¿qué hemos hecho con ello? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien plantearnos. Cualquier ambiente, incluso el más lejano e inaccesible, puede convertirse en lugar donde fructifiquen los talentos. No existen situaciones o sitios que sean obstáculo para la presencia y el testimonio cristiano. El testimonio que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.

Esta parábola nos alienta a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica y renueva. Así también el perdón que el Señor nos da especialmente en el sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos cerrado en nosotros mismos, sino dejemos que irradie su fuerza, que haga caer los muros que levantó nuestro egoísmo, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde ya no hay comunicación... Y así sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos dio, sean para los demás, crezcan, produzcan fruto, con nuestro testimonio».

Papa Francisco. Ángelus domingo 16 de noviembre de 2014




' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Muchas veces creemos que no tenemos «muchos» talentos. ¿No es ésta una falta de humildad y de desconfianza en el amor de Dios por cada uno de nosotros? ¿Cuáles son los talentos o dones que tengo para compartir? Haz una lista de tus talentos y recuerda que todo talento es fecundo en la medida que se pone al servicio de los demás.

2. Leamos y meditemos el Salmo Responsorial 127: «Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores…».

3. leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 668-672.



[1] Acróstico, ca. (Del gr. κροστχιον, fin de un verso). Dicho de una composición poética: Constituida por versos cuyas letras iniciales, medias o finales forman un vocablo o una frase.
[2]La expresión hebrea es traducida literalmente en griego y en la Vulgata por «mujer fuerte».
[3] Lectura del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, Ciclo A, sin embargo, el 2008 se ha celebrado la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán.
[4]La palabra «talento» traduce el término griego «tálanton», que era una medida de peso; como el kilo nuestro sólo que mucho mayor: el talento equivalía mas o menos a 30 Kg. (variaba según la época y la región). Mas tarde cuando comenzó la moneda, el talento designó la moneda de mayor valor. En el Evangelio se utiliza para designar una cantidad elevada de dinero.

documento facilitado por J.R. Pulido. Toledo

sábado, 11 de noviembre de 2017

ORACIÓN A SANTA TERESA DE JESÚS
Santa Madre Teresa: venimos a encontrarnos contigo       en tu convento de Alba de Tormes, donde singularmente experimentamos tu presencia viva. Tú encarnaste la vida que anhelamos, la de Dios, la del espíritu. A ti Dios te entró hasta el alma; nosotros lo vislumbramos por la fe. 
   Se pacifican nuestros corazones con tus palabras:  
<<Nada te turbe, nada te espante.  
Todo se pasa. Dios no se muda.
 La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene nada le falta. 
Solo Dios basta>>.

      Gracias, Madre Teresa, nos consuela permanecer
junto a ti, pues enciendes en nuestras vidas nuevo fuego
para servir al Señor y a los hermanos. Tu compañía y tu
palabra iluminan las dificultades del camino y nos llenan
de esperanza.
     Intercede por nosotros ante Dios, nuestro Padre y su
hijo Jesucristo. Amén




PRIMER JUBILEO TERESIANO
ALBA DE TORMES–DIÓCESIS DE SALAMANCA
2017 - 15 de octubre - 2018

Domingo de la Semana 32 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 19 de noviembre de 2017 «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora»



Lectura del libro de la Sabiduría (6, 12-16): Encuentran la sabiduría los que la buscan.

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta.
Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.

Salmo 62,2.3-4.5-6.7-8: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío. R./

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, //  mi alma está sedienta de ti; // mi carne tiene ansia de ti, // como tierra reseca, agostada, sin agua. R./

¡Cómo te contemplaba en el santuario // viendo tu fuerza y tu gloria! // Tu gracia vale más que la vida, // te alabarán mis labios. R./

Toda mi vida te bendeciré // y alzaré las manos invocándote. // Me saciaré como de enjundia y de manteca, // y mis labios te alabarán jubilosos. R./

En el lecho me acuerdo de ti // y velando medito en ti, // porque fuiste mi auxilio, // y a la sombra de tus alas canto con júbilo. R./

Lectura de la Primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (4,13 –17): A los que han muerto Dios por medio de Jesús, los llevará con él.

Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos pa­ra que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo mo­do, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Se­ñor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcán­gel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (25,1-13): ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas». Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis».
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos». Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco».
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Cinco mujeres sensatas y cinco imprudentes son las protagonistas de esta parábola en la cual Jesús  nos enseña lo qué realmente es importante para el encuentro definitivo con el Señor. La Primera Lectura hace un bello elogio de la sabiduría y subraya que «fácilmente  se deja ver a los que la aman».No está, por tanto, lejos de nosotros, basta poner de nuestra parte un pequeño esfuerzo y ella estará allí sentada en nuestra puerta esperándonos. La verdadera sabiduría proviene de Dios; Él es quien da al hombre «un corazón capaz de discernir el bien y el mal» (1Re 3,9).

El Evangelio también nos habla de la sabiduría de las vírgenes bien preparadas para la llegada del esposo. Se compara el Reino de los Cielos a un banquete nupcial, y se subraya la necesidad de estar preparados porque no sabemos cuándo llegará el esposo esperado. ¿Las vírgenes por qué son sabias y prudentes? Ellas han tenido juicio para prepararse adecuadamente, llevando consigo una buena cantidad de aceite para poder mantener encendidas sus lámparas. Las otras vírgenes son necias[1] porque se lanzaron impulsivamente y no advirtieron que el esposo podía tardar; no se dieron cuenta que el tiempo podía hacer mella sobre sus ilusiones y esperanzas, y así, advirtieron con espanto que cuando ya se oye la voz del esposo, no tienen suficiente aceite en su alcuza. Esperaron toda la noche en vano porque la puerta del banquete nupcial se les cerró.

San Pablo en su carta a los Tesalonicenses nos habla de la importancia de mantener encendida la fe, e interpela a aquellos que viven abatidos y desanimados por falta de horizonte en sus vidas. Todos aquellos que creen en Cristo y pertenecen a Cristo,estarán siempre con el Señor. Por esta razón, el cristiano debe saberse peregrino esperando con «la lámpara encendida» el encuentro definitivo con el Señor de la Vida.

J «Fácilmente se deja ver a los que la aman»

A mediados del siglo I a.C. probablemente  ya bajo el dominio romano, la numerosa colonia judía de Alejandría, ciudad egipcia de cultura griega, había llegado a ser muy importante. Fue fundada por el mismo Alejandro Magno al conceder a los israelitas los mismos derechos que los griegos. A los que voluntariamente se establecieron en la ciudad se añadieron los prisioneros judíos que Ptolomeo I (325 -305) trajo a Egipto después de conquistar Jerusalén. Lejos quedaban ahora los años de la confrontación entre los dos mundos: el helenismo y el judaísmo. Esta nueva situación planteaba el desafío de presentar la revelación a un público de distinta cultura, pero ávido por conocer la verdad. En este contexto se escribió, en griego, el libro de la Sabiduría abordando tres temas fundamentales: la inmortalidad, la verdadera sabiduría y la acción de Dios en la historia de Israel.

La sabiduría resplandece sin marchitarse y sin perder su virtud iluminadora, de modo que señala al hombre, en todo momento y en todas las circunstancias de su vida, el camino que tiene que seguir para asegurarse la incorrupción que conduce al reino inmortal (ver Sb 6, 18-20). El camino para hallarla es sencillamente el amor, el cual induce a la inteligencia a procurarse el conocimiento de sus dictámenes e impulsa a su voluntad a ponerlos en práctica. Quienes la buscan con diligencia, la hallan sin esfuerzo.

J «El Reino de los Cielos es semejante...» 

Los capítulos 24 y 25 con­tienen el quinto discurso del Evangelio de San Mateo, que es llamado «Discurso Escatoló­gico». En él está reunido la enseñanza de Jesús acerca de su venida gloriosa, que será el acto final de la historia. En efecto, la palabra «escatología» significa: estudio del «éschaton» que quiere decir lo último. El fin busca responder a la pregunta que todo hombre se hace acerca del sentido último hacia dónde se dirige. El Señor Jesús salía del templo de Jerusalén y sus discípulos lo invitaron a contemplar la majestuosidad y la belleza del templo (Mt 24,1). El hermoso e imponente templo sin duda parecería indestructible. El Señor Jesús aprovecha el momento para hacer un sorpresivo y triste anuncio: «no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea destruida » (Mt 24,2).  Este anuncio sin duda inquietó a los discípulos, de modo que más tarde, estando el Señor sentado (recordemos que en el oriente es la postura del maestro cuando enseña) en el monte de los Olivos, «se acercaron a Él en privado sus discípulos, y le dijeron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo”» (Mt 24, 3). La pregunta da pie entonces a la enseñanza del Señor sobre los últimos tiempos.

El sólo hecho de saber que la parábola «de las diez vírgenes» hace parte del discurso escatológico nos concede la clave de interpretación: Jesús nos quiere enseñar cuál debe ser nuestra actitud ante la certeza del fin del mundo y de su venida gloriosa. A los apóstoles, que se habían quedado mirando al cielo cuando Cristo resuci­tado ascendió, los ángeles les asegu­raron: «Este mismo Jesús vendrá de nuevo, tal como lo habéis visto subir al cielo» (Hch 1,11). El mundo se divide entre los que esperan vigilantes la vuelta de Jesús y los que están despreocupados. Asimismo, entre diez vírgenes que esperan al esposo, cinco son prudentes y cinco son necias; cinco lo aman con amor celoso y fiel y están dispuestas a esperarlo aunque tarde, y cinco son negligentes e infieles y su aten­ción se distrae hacia otras cosas.

Para exponer esta enseñanza e invitar a la vigilancia Jesús adopta una situación familiar para sus oyentes. El matrimonio judío se realizaba en dos etapas. La primera consistía en el contrato propiamente o esponsales entre el esposo y la esposa en que se fijaban las obligaciones de cada uno y se intercam­bia­ban el consentimiento. Esto podía ocurrir bastan­te tiempo antes que los esposos convi­vieran. La segun­da etapa era más festiva; consistía en que el esposo, venía, acompañado de sus amigos, a buscar a la esposa para llevársela consigo. La esposa esperaba rodeada de sus amigas, y la llegada del esposo era ocasión de fiesta; aquí se celebraba el banquete de bodas. En este caso diez vírgenes, con sus lámparas en la mano, salieron al encuentro del esposo. A menudo Cristo se comparó con «el esposo» porque Él reclama de cada uno de nosotros -y de la Iglesia entera- un amor semejante al de la esposa: exclusivo, total, fiel, indisoluble y fecundo. En la parábo­la es significativo que no vemos en ningún momento a la esposa sino que solamente aparece el esposo: sólo a él espera cada una de las vírgenes. Cada una se sintió interpelada por igual cuando a media noche se oyó el grito: «¡Llega el esposo! ¡Salid a su encuentro!» Pero aquí queda en evidencia la diferencia entre unas y otras.

J ¿Qué mantendrá encendida mi lámpara?

¿Cuál es «el aceite» que mantendrá mi lámpara encendida para la venida de Cristo? Y la respuesta no puede ser otra sino el amor. El amor ardiente y generoso que mantiene el corazón vuelto hacia Dios y hacia sus hermanos. El amor que es donación de sí mismo. El amor que consiste en descubrir en cada hermano la imagen misma de Cristo. Es el amor que triunfa sobre el pecado, el egoísmo y la soberbia. Estar atentos y preparados para la venida del Señor significa «permanecer en el amor» (Jn 15,9), porque al «atardecer de la vida te juzgarán sobre el amor». En efecto «quien no ama, permanece en la muerte» y la única forma de pasar de la muerte a la vida es por el amor a los hermanos (ver 1Jn 3,14).

L «En verdad…no os conozco»

La parábola sigue su curso; cada detalle evoca lo que será la venida final de Jesús. Las vírgenes que estaban preparadas entraron con el esposo al banquete de bodas y se cerró la puerta. Las necias llegaron tarde diciendo: «¡Señor, Señor, ábrenos!» Pero recibieron esta respuesta: «En verdad os digo que no os conozco». Ésta es, en realidad, una terrible senten­cia. Para la mentalidad semita el conocimiento no es algo solamente intelectual o de mera experiencia sensi­ble; el conoci­mien­to es también algo afectivo.

Conocer, en el lenguaje de la Biblia, significa al mismo tiempo conocer y amar, tener afecto, interés y preocupación por algo. La negación de Pedro: «No conozco a ese hombre» (Mt 26,72.74), no es solamen­te una mentira, es más grave que eso. Esa frase de Pedro significa: «Sí, conozco a ese hombre, pero yo no tengo nada que ver con él, no soy de los suyos, ni me afecta lo que pase con él». Así también la sentencia de Cristo, para los que no estén preparados esperando su venida, será ésta: «En verdad os digo, no los conozco y no tengo nada que ver con voso­tros».

La enseñanza de toda la parábola está resumida por Cristo mismo: «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora». Han pasado ya veinte siglos desde que Jesús ascendió y nos dejó esperando su venida. Tal como en la parábola, «el esposo tarda». El aceite de muchos ya se ha agotado y se han quedado dormidos. Pero precisa­mente por eso rige la adver­ten­cia: «¡Velad siempre, porque no sabéis ni el día ni la hora!». Puede faltar mucho o poco: no sabemos. Pero en un momento dado oiremos el grito: «¡Ya está aquí el esposo!». Lo que sí sabemos con total seguridad es que el fin de nuestra vida no tardará. Y eso es innegable.



+ Una palabra del Santo Padre:

«En el Credo profesamos que Jesús «de nuevo vendrá en la gloria para juzgar a vivos y muertos». La historia humana comienza con la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo se olvidan estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el retorno de Cristo y en el juicio final a veces no es tan clara y firme en el corazón de los cristianos. Jesús, durante la vida pública, se detuvo frecuentemente en la realidad de su última venida. Hoy desearía reflexionar sobre tres textos evangélicos que nos ayudan a entrar en este misterio: el de las diez vírgenes, el de los talentos y el del juicio final. Los tres forman parte del discurso de Jesús sobre el final de los tiempos, en el Evangelio de san Mateo.

Ante todo, recordemos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios llevó junto al Padre nuestra humanidad que Él asumió y quiere atraer a todos hacia sí, llamar a todo el mundo para que sea acogido entre los brazos abiertos de Dios, para que, al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre. Pero existe este «tiempo inmediato» entre la primera venida de Cristo y la última, que es precisamente el tiempo que estamos viviendo. En este contexto del «tiempo inmediato» se sitúa la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt 25, 1-13). Se trata de diez jóvenes que esperan la llegada del Esposo, pero él tarda y ellas se duermen. Ante el anuncio improviso de que el Esposo está llegando todas se preparan a recibirle, pero mientras cinco de ellas, prudentes, tienen aceite para alimentar sus lámparas; las otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas porque no tienen aceite; y mientras lo buscan, llega el Esposo y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que introduce en la fiesta nupcial. Llaman con insistencia, pero ya es demasiado tarde; el Esposo responde: no os conozco.

El Esposo es el Señor y el tiempo de espera de su llegada es el tiempo que Él nos da, a todos nosotros, con misericordia y paciencia, antes de su venida final; es un tiempo de vigilancia; tiempo en el que debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad; tiempo de tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; tiempo para vivir según Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora del retorno de Cristo. Lo que se nos pide es que estemos preparados al encuentro —preparados para un encuentro, un encuentro bello, el encuentro con Jesús—, que significa saber ver los signos de su presencia, tener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar vigilantes para no adormecernos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No nos durmamos!».

Papa Francisco. Audiencia General Miércoles 24  deabril de 2013.




' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. La parábola refleja dos actitudes ante la vida, ante uno mismo y ante Dios. Nos dice el Concilio Vaticano II: «Ante la muerte el enigma de la condición humana alcanza su máximo» (Gaudium et Spes, 10). Llevar la vida en serio es vivir de acuerdo a nuestro fin último: la felicidad eterna. ¿Con qué actitud me identifico?

2. El Papa nos ha pedido para este mes: “para los esposos, para que sigan el ejemplo de santidad conyugal vivida por tantas parejas que se santificaron en las condiciones ordinarias de la vida". Recemos en familia por esta hermosa intención del Santo Padre.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1805-1811.




[1]necio, cia. (Del lat. nescĭus). adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. Imprudente o falto de razón.  Terco y porfiado en lo que hace o dice. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.

documento facilitado por J.R. PULIDO, presidente del Consejo  diocesano de ANE  Toledo y Vicepresidente del Consejo nacional de Adoración Nocturna Española