sábado, 11 de noviembre de 2017

Domingo de la Semana 32 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 19 de noviembre de 2017 «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora»



Lectura del libro de la Sabiduría (6, 12-16): Encuentran la sabiduría los que la buscan.

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta.
Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.

Salmo 62,2.3-4.5-6.7-8: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío. R./

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, //  mi alma está sedienta de ti; // mi carne tiene ansia de ti, // como tierra reseca, agostada, sin agua. R./

¡Cómo te contemplaba en el santuario // viendo tu fuerza y tu gloria! // Tu gracia vale más que la vida, // te alabarán mis labios. R./

Toda mi vida te bendeciré // y alzaré las manos invocándote. // Me saciaré como de enjundia y de manteca, // y mis labios te alabarán jubilosos. R./

En el lecho me acuerdo de ti // y velando medito en ti, // porque fuiste mi auxilio, // y a la sombra de tus alas canto con júbilo. R./

Lectura de la Primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (4,13 –17): A los que han muerto Dios por medio de Jesús, los llevará con él.

Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos pa­ra que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo mo­do, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Se­ñor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcán­gel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (25,1-13): ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas». Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis».
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos». Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco».
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Cinco mujeres sensatas y cinco imprudentes son las protagonistas de esta parábola en la cual Jesús  nos enseña lo qué realmente es importante para el encuentro definitivo con el Señor. La Primera Lectura hace un bello elogio de la sabiduría y subraya que «fácilmente  se deja ver a los que la aman».No está, por tanto, lejos de nosotros, basta poner de nuestra parte un pequeño esfuerzo y ella estará allí sentada en nuestra puerta esperándonos. La verdadera sabiduría proviene de Dios; Él es quien da al hombre «un corazón capaz de discernir el bien y el mal» (1Re 3,9).

El Evangelio también nos habla de la sabiduría de las vírgenes bien preparadas para la llegada del esposo. Se compara el Reino de los Cielos a un banquete nupcial, y se subraya la necesidad de estar preparados porque no sabemos cuándo llegará el esposo esperado. ¿Las vírgenes por qué son sabias y prudentes? Ellas han tenido juicio para prepararse adecuadamente, llevando consigo una buena cantidad de aceite para poder mantener encendidas sus lámparas. Las otras vírgenes son necias[1] porque se lanzaron impulsivamente y no advirtieron que el esposo podía tardar; no se dieron cuenta que el tiempo podía hacer mella sobre sus ilusiones y esperanzas, y así, advirtieron con espanto que cuando ya se oye la voz del esposo, no tienen suficiente aceite en su alcuza. Esperaron toda la noche en vano porque la puerta del banquete nupcial se les cerró.

San Pablo en su carta a los Tesalonicenses nos habla de la importancia de mantener encendida la fe, e interpela a aquellos que viven abatidos y desanimados por falta de horizonte en sus vidas. Todos aquellos que creen en Cristo y pertenecen a Cristo,estarán siempre con el Señor. Por esta razón, el cristiano debe saberse peregrino esperando con «la lámpara encendida» el encuentro definitivo con el Señor de la Vida.

J «Fácilmente se deja ver a los que la aman»

A mediados del siglo I a.C. probablemente  ya bajo el dominio romano, la numerosa colonia judía de Alejandría, ciudad egipcia de cultura griega, había llegado a ser muy importante. Fue fundada por el mismo Alejandro Magno al conceder a los israelitas los mismos derechos que los griegos. A los que voluntariamente se establecieron en la ciudad se añadieron los prisioneros judíos que Ptolomeo I (325 -305) trajo a Egipto después de conquistar Jerusalén. Lejos quedaban ahora los años de la confrontación entre los dos mundos: el helenismo y el judaísmo. Esta nueva situación planteaba el desafío de presentar la revelación a un público de distinta cultura, pero ávido por conocer la verdad. En este contexto se escribió, en griego, el libro de la Sabiduría abordando tres temas fundamentales: la inmortalidad, la verdadera sabiduría y la acción de Dios en la historia de Israel.

La sabiduría resplandece sin marchitarse y sin perder su virtud iluminadora, de modo que señala al hombre, en todo momento y en todas las circunstancias de su vida, el camino que tiene que seguir para asegurarse la incorrupción que conduce al reino inmortal (ver Sb 6, 18-20). El camino para hallarla es sencillamente el amor, el cual induce a la inteligencia a procurarse el conocimiento de sus dictámenes e impulsa a su voluntad a ponerlos en práctica. Quienes la buscan con diligencia, la hallan sin esfuerzo.

J «El Reino de los Cielos es semejante...» 

Los capítulos 24 y 25 con­tienen el quinto discurso del Evangelio de San Mateo, que es llamado «Discurso Escatoló­gico». En él está reunido la enseñanza de Jesús acerca de su venida gloriosa, que será el acto final de la historia. En efecto, la palabra «escatología» significa: estudio del «éschaton» que quiere decir lo último. El fin busca responder a la pregunta que todo hombre se hace acerca del sentido último hacia dónde se dirige. El Señor Jesús salía del templo de Jerusalén y sus discípulos lo invitaron a contemplar la majestuosidad y la belleza del templo (Mt 24,1). El hermoso e imponente templo sin duda parecería indestructible. El Señor Jesús aprovecha el momento para hacer un sorpresivo y triste anuncio: «no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea destruida » (Mt 24,2).  Este anuncio sin duda inquietó a los discípulos, de modo que más tarde, estando el Señor sentado (recordemos que en el oriente es la postura del maestro cuando enseña) en el monte de los Olivos, «se acercaron a Él en privado sus discípulos, y le dijeron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo”» (Mt 24, 3). La pregunta da pie entonces a la enseñanza del Señor sobre los últimos tiempos.

El sólo hecho de saber que la parábola «de las diez vírgenes» hace parte del discurso escatológico nos concede la clave de interpretación: Jesús nos quiere enseñar cuál debe ser nuestra actitud ante la certeza del fin del mundo y de su venida gloriosa. A los apóstoles, que se habían quedado mirando al cielo cuando Cristo resuci­tado ascendió, los ángeles les asegu­raron: «Este mismo Jesús vendrá de nuevo, tal como lo habéis visto subir al cielo» (Hch 1,11). El mundo se divide entre los que esperan vigilantes la vuelta de Jesús y los que están despreocupados. Asimismo, entre diez vírgenes que esperan al esposo, cinco son prudentes y cinco son necias; cinco lo aman con amor celoso y fiel y están dispuestas a esperarlo aunque tarde, y cinco son negligentes e infieles y su aten­ción se distrae hacia otras cosas.

Para exponer esta enseñanza e invitar a la vigilancia Jesús adopta una situación familiar para sus oyentes. El matrimonio judío se realizaba en dos etapas. La primera consistía en el contrato propiamente o esponsales entre el esposo y la esposa en que se fijaban las obligaciones de cada uno y se intercam­bia­ban el consentimiento. Esto podía ocurrir bastan­te tiempo antes que los esposos convi­vieran. La segun­da etapa era más festiva; consistía en que el esposo, venía, acompañado de sus amigos, a buscar a la esposa para llevársela consigo. La esposa esperaba rodeada de sus amigas, y la llegada del esposo era ocasión de fiesta; aquí se celebraba el banquete de bodas. En este caso diez vírgenes, con sus lámparas en la mano, salieron al encuentro del esposo. A menudo Cristo se comparó con «el esposo» porque Él reclama de cada uno de nosotros -y de la Iglesia entera- un amor semejante al de la esposa: exclusivo, total, fiel, indisoluble y fecundo. En la parábo­la es significativo que no vemos en ningún momento a la esposa sino que solamente aparece el esposo: sólo a él espera cada una de las vírgenes. Cada una se sintió interpelada por igual cuando a media noche se oyó el grito: «¡Llega el esposo! ¡Salid a su encuentro!» Pero aquí queda en evidencia la diferencia entre unas y otras.

J ¿Qué mantendrá encendida mi lámpara?

¿Cuál es «el aceite» que mantendrá mi lámpara encendida para la venida de Cristo? Y la respuesta no puede ser otra sino el amor. El amor ardiente y generoso que mantiene el corazón vuelto hacia Dios y hacia sus hermanos. El amor que es donación de sí mismo. El amor que consiste en descubrir en cada hermano la imagen misma de Cristo. Es el amor que triunfa sobre el pecado, el egoísmo y la soberbia. Estar atentos y preparados para la venida del Señor significa «permanecer en el amor» (Jn 15,9), porque al «atardecer de la vida te juzgarán sobre el amor». En efecto «quien no ama, permanece en la muerte» y la única forma de pasar de la muerte a la vida es por el amor a los hermanos (ver 1Jn 3,14).

L «En verdad…no os conozco»

La parábola sigue su curso; cada detalle evoca lo que será la venida final de Jesús. Las vírgenes que estaban preparadas entraron con el esposo al banquete de bodas y se cerró la puerta. Las necias llegaron tarde diciendo: «¡Señor, Señor, ábrenos!» Pero recibieron esta respuesta: «En verdad os digo que no os conozco». Ésta es, en realidad, una terrible senten­cia. Para la mentalidad semita el conocimiento no es algo solamente intelectual o de mera experiencia sensi­ble; el conoci­mien­to es también algo afectivo.

Conocer, en el lenguaje de la Biblia, significa al mismo tiempo conocer y amar, tener afecto, interés y preocupación por algo. La negación de Pedro: «No conozco a ese hombre» (Mt 26,72.74), no es solamen­te una mentira, es más grave que eso. Esa frase de Pedro significa: «Sí, conozco a ese hombre, pero yo no tengo nada que ver con él, no soy de los suyos, ni me afecta lo que pase con él». Así también la sentencia de Cristo, para los que no estén preparados esperando su venida, será ésta: «En verdad os digo, no los conozco y no tengo nada que ver con voso­tros».

La enseñanza de toda la parábola está resumida por Cristo mismo: «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora». Han pasado ya veinte siglos desde que Jesús ascendió y nos dejó esperando su venida. Tal como en la parábola, «el esposo tarda». El aceite de muchos ya se ha agotado y se han quedado dormidos. Pero precisa­mente por eso rige la adver­ten­cia: «¡Velad siempre, porque no sabéis ni el día ni la hora!». Puede faltar mucho o poco: no sabemos. Pero en un momento dado oiremos el grito: «¡Ya está aquí el esposo!». Lo que sí sabemos con total seguridad es que el fin de nuestra vida no tardará. Y eso es innegable.



+ Una palabra del Santo Padre:

«En el Credo profesamos que Jesús «de nuevo vendrá en la gloria para juzgar a vivos y muertos». La historia humana comienza con la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo se olvidan estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el retorno de Cristo y en el juicio final a veces no es tan clara y firme en el corazón de los cristianos. Jesús, durante la vida pública, se detuvo frecuentemente en la realidad de su última venida. Hoy desearía reflexionar sobre tres textos evangélicos que nos ayudan a entrar en este misterio: el de las diez vírgenes, el de los talentos y el del juicio final. Los tres forman parte del discurso de Jesús sobre el final de los tiempos, en el Evangelio de san Mateo.

Ante todo, recordemos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios llevó junto al Padre nuestra humanidad que Él asumió y quiere atraer a todos hacia sí, llamar a todo el mundo para que sea acogido entre los brazos abiertos de Dios, para que, al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre. Pero existe este «tiempo inmediato» entre la primera venida de Cristo y la última, que es precisamente el tiempo que estamos viviendo. En este contexto del «tiempo inmediato» se sitúa la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt 25, 1-13). Se trata de diez jóvenes que esperan la llegada del Esposo, pero él tarda y ellas se duermen. Ante el anuncio improviso de que el Esposo está llegando todas se preparan a recibirle, pero mientras cinco de ellas, prudentes, tienen aceite para alimentar sus lámparas; las otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas porque no tienen aceite; y mientras lo buscan, llega el Esposo y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que introduce en la fiesta nupcial. Llaman con insistencia, pero ya es demasiado tarde; el Esposo responde: no os conozco.

El Esposo es el Señor y el tiempo de espera de su llegada es el tiempo que Él nos da, a todos nosotros, con misericordia y paciencia, antes de su venida final; es un tiempo de vigilancia; tiempo en el que debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad; tiempo de tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; tiempo para vivir según Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora del retorno de Cristo. Lo que se nos pide es que estemos preparados al encuentro —preparados para un encuentro, un encuentro bello, el encuentro con Jesús—, que significa saber ver los signos de su presencia, tener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar vigilantes para no adormecernos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No nos durmamos!».

Papa Francisco. Audiencia General Miércoles 24  deabril de 2013.




' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. La parábola refleja dos actitudes ante la vida, ante uno mismo y ante Dios. Nos dice el Concilio Vaticano II: «Ante la muerte el enigma de la condición humana alcanza su máximo» (Gaudium et Spes, 10). Llevar la vida en serio es vivir de acuerdo a nuestro fin último: la felicidad eterna. ¿Con qué actitud me identifico?

2. El Papa nos ha pedido para este mes: “para los esposos, para que sigan el ejemplo de santidad conyugal vivida por tantas parejas que se santificaron en las condiciones ordinarias de la vida". Recemos en familia por esta hermosa intención del Santo Padre.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1805-1811.




[1]necio, cia. (Del lat. nescĭus). adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. Imprudente o falto de razón.  Terco y porfiado en lo que hace o dice. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.

documento facilitado por J.R. PULIDO, presidente del Consejo  diocesano de ANE  Toledo y Vicepresidente del Consejo nacional de Adoración Nocturna Española

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