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Celebración de la Eucaristia con motivo de los Cultos en honor de San Antolin ( Palencia ) foto Cameso
Lectura
del profeta Malaquías (1,14b.2,2b. 8-10): Os
apartasteis del camino y habéis hecho tropezar a muchos en la ley.
«Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es respetado en las
naciones -dice el Señor de los ejércitos-. Y ahora os toca a vosotros,
sacerdotes.
Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice
el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición.
Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en
la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví -dice el Señor de los ejércitos-.
Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis
caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos
todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja
a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?»
Salmo 130,1.2.3: Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.
R./
Señor,
mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; // no pretendo
grandezas que superan mi capacidad. R./
Sino
que acallo y modero mis deseos, // como un niño en brazos de su madre.
R./
Espere
Israel en el Señor // ahora y por siempre. R./
Lectura
de la Primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2,7b-9.13): Deseábamos
entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas.
Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus
hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio
de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro
amor.
Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas;
trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros
el Evangelio de Dios.
Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios,
porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como
palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece
operante en vosotros los creyentes.
Lectura
del Santo Evangelio según San Mateo (23,1-12): No
hacen lo que dicen.
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos
diciendo: -En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos:
haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque
ellos no hacen lo que dicen.
Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a
la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para
empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las
filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos
en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan
reverencias por la calle y que la gente los llame «maestro».
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno
solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre
vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor,
Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Pautas para la reflexión personal
El
vínculo entre las lecturas
«Pues todo el que se
ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado». En estas palabras
podemos resumir la idea principal del trigésimo primer Domingo del tiempo
ordinario. Jesús nos presenta en admirable síntesis el camino de servicio, de
sacrificio y coherencia que es propio de todo cristiano. El pasaje del
Evangelio de San Mateo nos ofrece una crítica dura de Jesús a los escribas y
fariseos, porque hacen todo sin una recta intención y «para ser vistos
por los hombres».
Vemos, sin embargo,
que ya en el siglo V a.C. el profeta Malaquías amonestaba a los sacerdotes que
no obedecían al Señor, ni daban gloria a su nombre. A estos sacerdotes se les
amenaza con cambiar su bendición en maldición. Se han apartado del camino y han
hecho tropezar a muchos (Primera Lectura). En una actitud opuesta tenemos en
San Pablo un testimonio de preocupación y dedicación por llevar el Evangelio de
Dios a todos. Se preocupa de los fieles de la comunidad de Tesalónica como una
madre se preocupa de sus hijos; desea no sólo entregar la Palabra de Dios, sino
su misma persona; trabaja, se fatiga, da ejemplo para no importunar a nadie.
Finalmente se alegra porque acogen la Palabra, no como palabra humana, sino
como lo que es en verdad: la Palabra de Dios. San Pablo es el apóstol que no
busca la vanagloria de los hombres sino ser servidor de todos y es por eso que
es enaltecido (Segunda Lectura).
«Haced y observad
todo lo que os digan»
El capítulo 23 de Mateo se
ubica a continuación de algunas preguntas puestas a Jesús de parte de los
fariseos y los saduceos para hacerlo caer y poder perderlo. Pero Jesús, no
obstante, su infinita humildad y mansedumbre, demuestra no ser un ingenuo. En
todos los casos capta inmediatamente dónde está la trampa y escapa de ella.
Jesús nos proporciona un ejemplo de la actitud que Él mismo recomienda a sus
discípulos: «Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las
palomas» (Mt 10,16). Ésta es la actitud que expresa bien San Pablo
cuando escribe a sus destinatarios: «Hermanos, no seáis niños en
juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio» (1Cor
14,20). En
particular, hemos visto un caso en que los fariseos se acercan a Él con
actitud deferente y hasta aduladora, diciéndole: «Maestro, sabemos
que eres veraz y que enseñas el camino de Dios según la verdad» (Mt
22,16). Pero ésa era una actitud hipócrita. Si esas palabras hubieran sido
sinceras, entonces hubieran debido hacerse discípulos de Jesús.
En cambio, «trataban
de detenerlo» y si no lo hicieron fue solamente porque «tuvieron
miedo a la gente que lo tenía por profeta» (Mt 21,46). Queda así en evidencia
que, en el caso de esos fariseos, su palabra dice una cosa; pero su corazón
piensa otra. Por eso tiene razón Jesús cuando advierte a sus discípulos: «Sobre
la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Haced pues y observad
lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen».
Acerca de esta frase nos dice Orígenes: «¿Qué cosa hay más
miserable que un doctor, cuyos discípulos se salvan no siguiendo su ejemplo, y
se condenan cuando le imitan?». En la norma que da a sus discípulos Jesús demuestra
estar lejos de ser un «subversivo» o un rebelde: «Haced y observad todo
lo que os digan». Jesús manda obedecer a la autoridad religiosa, aunque
por su conducta ella se haya hecho indigna de ser imitada.
Los
separados
Fariseo, en realidad,
no es sinónimo de hipócrita. Pero en el uso normal ha asumido ese significado,
por culpa de algunos de ellos, que, a causa de su actitud, merecieron esas
denuncias de parte de Jesús. La palabra hebrea «perushim», de
donde viene el término «fariseos», significa «separados», y
describía al grupo de los que se ubicaban aparte del resto del pueblo para poder
cumplir estrictamente todas las normas de la ley, en particular las que se
refieren a la pureza. En los tiempos de Jesús deben de haber sido alrededor de
seis mil miembros y al igual que los esenios se los relacionaba ordinariamente
con los hasidim (los piadosos) que en tiempo de los macabeos lucharon
encarnizadamente contra la influencia pagana (ver 1Mac 2,42). Contaban entre
sus miembros a la totalidad de los doctores de la ley, como también a cierto
número de sacerdotes.
Es preciso notar las
cualidades que dieron origen a sus excesos. Jesús reconoce su celo (Mt 23,15),
su solicitud por la perfección y por la pureza (Mt 5,20) inclusive a uno de ellos le dijo: «No
estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34). Pablo subraya su
voluntad de practicar minuciosamente la ley y hay que felicitarlos por su
adhesión a tradiciones orales vivas. Pero escudándose en su ciencia legal
aniquilan el precepto de Dios con sus tradiciones humanas (Mt 15,1-20);
desprecian a los ignorantes en nombre de su propia justicia (Lc 18,11); impiden
todo contacto con los pecadores y los publicanos limitando así su horizonte al
amor de Dios; consideran incluso que tienen derechos para con Dios en nombre de
su práctica (Mt 20,1-15; Lc 15,25-30).
La vanagloria de los fariseos se ejercitaba, entre
otras cosas, en las filacterias (tephillim, o, más raramente, totaphoth) que
consistían en unas capsulitas, donde iban enrolladlas tiras de pergamino en que
estaban escritos algunos pasajes de los libros sagrados (Ex 13,1-10,13 11‑16;
Dt 6,4‑9; 11,13-21). Durante la plegaria, el israelita se aplicaba (y se aplica
aún) las tiras sobre la frente y el brazo izquierdo, significando seguir así
literalmente la prescripción contenida en Dt 6, 8. Los vanidosos se procuraban
tiras más amplias y vistosas, para impresionar más, y otro tanto hacían con las
franjas del vestido, que tenían también un significado religioso y eran usadas
incluso por Jesús.
«Uno
sólo es vuestro Maestro... uno solo es vuestro Guía: el Cristo»
Jesús sigue explicando en qué
forma ellos «dicen y no hacen». Y lo dice en su forma propia casi gráfica de
hablar: «Atan cargas pesadas y las echan en las espaldas de la gente,
pero ellos ni con el dedo quieren moverlas». ¡Qué diferencia con Jesús!
Jesús enseña el precepto del amor al prójimo, pero Él fue el primero en
cumplirlo como lo hace notar el Evangelio: «Habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Y ese extremo
fue dar la vida por ellos. Por eso Jesús es un maestro que da gusto no sólo
escuchar sino también seguir, imitando el ejemplo de su vida. Así compara Él
su propia doctrina con la de los fariseos: «Tomad sobre vosotros mi
yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón... Porque mi yugo
es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30). Éste es el maestro que nos
conviene escuchar, éste es el guía que nos conviene seguir: «Uno sólo
es vuestro Maestro... uno sólo es vuestro Guía: el Cristo».
Los fariseos no sólo imponen a
la gente preceptos que ellos no cumplen, sino que les gusta ser alabados por la
gente: «Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres».
Jesús, en cambio, da a sus discípulos la norma opuesta: «Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»
(Mt 6,1); y ordena hacer el bien de manera tan oculta, que no sólo sea
ignorado por los hombres, sino que «ni siquiera sepa tu mano izquierda
lo que hace tu mano derecha» (Mt 6,3). Los fariseos «quieren
el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
que se los salude en las plazas y que la gente los llame 'Rabbí'». Jesús,
en cambio, da a sus discípulos esta norma: «Cuando seas invitado por
alguien a una boda, no te sientes en el primer puesto... al contrario, vete a
sentarte en el último puesto» (Lc 14,8.10). Jesús rehuyó todo honor y
toda ostentación. Para describir su tenor de vida dijo a uno que quería
seguirlo: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). Y
cuando alguien se dirigió a Él diciéndole: «Maestro bueno», Él
rechazó este título respondiendo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es
bueno sino sólo Dios» (Mc 10,17-18).
La conclusión de todo esto es
la siguiente: «El mayor entre vosotros que sea el servidor vuestro.
Pues el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado».
Ésta debió ser una enseñanza frecuente de Jesús, puesto que el Evangelio la
repite varias veces. Nada describe mejor el ejemplo de Jesús mismo que «siendo
de categoría divina, se despojó y tomó la condición de siervo». Jesús es el
único que merece el título de «Maestro» porque su vida es infinitamente
coherente con su enseñanza; Él es un maestro que «dice y hace». Por
eso no es difícil «hacer y observar todo lo que Él dice».
«Mirad
que yo envío mi mensajero…»
Malaquías es el
último de los doce profetas menores del Antiguo Testamento, vivió alrededor al
año 500. A.C. Ya se había reedificado el Templo después del destierro
babilónico. Pero la gente no servía de todo corazón a Dios. «Convertíos»,
decía Malaquías, «¡Dejad de defraudar al Señor! ¡No sigáis poniendo
a prueba su paciencia!». Los sacerdotes han invalidado la Alianza de
Leví (la casta sacerdotal), porque convierten la ley en escándalo para el
pueblo y porque la aplican según intereses personales.
El nombre de
Malaquías significa «mi mensajero». Como mensajero de Dios el profeta habló
de la venida del Mesías y acerca del gran día de la justicia y del
juicio divino: «He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que
llegue el Día de Yahveh, grande y terrible» (Mal 3,23). El último de
los profetas concluye su profecía anunciando el retorno del primer profeta:
Elías. Ese Elías que retorna es Juan Bautista (ver Lc 1,17; Mt 17,1).
Una palabra del Santo
Padre:
Una reflexión que
llevó al Santo Padre a plantearse una pregunta decisiva: ¿cómo es nuestra relación
con Jesús? Una cuestión verdaderamente fundamental, «porque en nuestra relación
con Jesús se hace fuerte nuestra victoria». Una pregunta «fuerte», reconoció,
sobre todo para «nosotros que somos sacerdotes: ¿cómo es mi relación con
Jesucristo?».
«La fuerza de un
sacerdote recordó el Pontífice está en esta relación». En efecto, cuando su
«popularidad crecía, Jesús iba al Padre». Lucas, en el pasaje evangélico de la
liturgia (5, 12-16), relata: «Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y
se entregaba a la oración». Así «cuando se hablaba cada vez más» de Jesús «y
las multitudes, numerosas, venían a escucharle y a buscar la curación, Él después
iba al encuentro del Padre». Una actitud, puntualizó el Papa, que constituye
«el criterio para nosotros, sacerdotes: ¿vamos o no vamos a encontrar a Jesús».
De aquí brota una
serie de preguntas que el Pontífice sugirió para un examen de conciencia: «¿Qué
sitio ocupa Jesús en mi vida sacerdotal? ¿Es una relación viva, de discípulo a
maestro, de hermano a hermano, de pobre hombre a Dios? ¿O es una relación un
poco artificial que no nace del corazón?».
«Nosotros estamos
ungidos por el espíritu fue la reflexión propuesta por el Papa, y cuando un
sacerdote se aleja de Jesucristo en lugar de ser ungido, termina siendo
untuoso». Y, destacó, «¡cuánto mal hacen a la Iglesia los sacerdotes untuosos!
Quienes ponen la fuerza en las cosas artificiales, en las vanidades», los que
tienen «una actitud, un lenguaje remilgado». Y cuántas veces, añadió, «se oye:
pero éste es un sacerdote» que se parece a una «mariposa», precisamente «porque
siempre está en la vanidad» y «no tiene la relación con Jesucristo: ha perdido
la unción, es un untuoso».
Incluso con todos los
límites, «somos buenos sacerdotes continuó el Papa si vamos a Jesucristo, si
buscamos al Señor en la oración: la oración de intercesión, la oración de
adoración». Si, en cambio, «nos alejamos de Jesucristo, debemos compensar esto
con otras actitudes mundanas». Y así surgen «todas estas figuras» como «el
sacerdote especulador, el sacerdote empresario». Pero el sacerdote, afirmó con
fuerza, «adora a Jesucristo, el sacerdote habla con Jesucristo, el sacerdote
busca a Jesucristo y se deja buscar por Jesucristo. Éste es el centro de
nuestra vida. Si no existe esto perdemos todo. ¿Y qué daremos a la gente?».
Papa Francisco. Misa
matutina en el Domus Santae Marthae.Sábado 11 de enero de 2014.
Vivamos nuestro Domingo a lo
largo de la semana
1. Algunas veces solemos escuchar: «yo no voy a misa
porque los que van son unos hipócritas: van, se golpean el pecho, y luego
siguen viviendo en el pecado, abusando de la gente, etc».¿Qué decirles? ¿Es
razón (o excusa) que el otro sea un hipócrita para que tú no te exijas en vivir
coherentemente tu fe? ¿No es por eso mismo que tú y yo debemos esforzarnos por
ser coherentes con nuestra fe, por mostrar nuestra fe con obras?
2. Lo que hace al
santo es el esfuerzo por ser coherente. El esfuerzo profundo, constante, por
ser coherente. Esa es la clave. La coherencia. Si caigo o no caigo, bueno, son
problemas sobre los cuales nadie puede juzgar. Pero lo que, a nosotros como
personas, a cada uno, nos interesa es: ¿soy yo una persona que se esfuerza
realmente?
3. Leamos en el
Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 575- 582.
Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de A.N.E. Toledo. Vicepresidente del Consejo nacional.
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