El tema recomendado por nuestro Consejo nacional para que sirva de reflexión en las Vigilias de los Turnos en el presente mes de agosto, lo insertamos a continuación:
“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.
¿Quiénes son los mansos? Quizá esta bienaventuranza es una de las que con más frecuencia se interpreta con sentido reductivo y limitado; casi como si el tesoro de la mansedumbre se redujera a un sencillo no airarse ante el mal. Si el mismo Señor nos aconseja que aprendamos de Él, que es "manso y humilde de corazón", necesariamente nos está indicando el alcance y la hondura espiritual de la mansedumbre, que no puede, por tanto, limitarse a mantener calma y resignación en momentos difíciles.
“Mansos son los que no ceden ante la maldad, y no resisten al malvado, antes vencen el mal con el bien” (san Agustín). La mansedumbre es una virtud muy positiva: quiere vencer el mal, no simplemente soportarlo. Quiere convertir al malvado, no sencillamente sufrirlo.
La mansedumbre es la disposición con la que Jesucristo lleva a cabo la redención del mundo, cargando en su corazón con todo el pecado de los hombres; y vive así el vencimiento del pecado, el triunfo sobre la muerte en comunión con todos los redimidos. Cristo es manso en su nacimiento; es manso en su vida pública; vive la mansedumbre en el abandono de la cruz; y manifiesta el definitivo sentido sobrenatural de la mansedumbre en su paciencia y comprensión con los discípulos de Emaús, con Pedro, con la Magdalena.
Son mansos quienes soportan con serenidad el mal que les rodea y no cejan en hacer el bien; quienes desean vencer el mal con abundancia de bien (cf. Rom 12, 21); quienes ceden ante la maldad, ante la injusticia, sin por eso dejar de defender la Verdad y sus derechos, si fuera el caso. Los mansos nunca devuelven mal por mal; alejan de su corazón cualquier deseo de venganza; y rezan por la conversión de los pecadores, de los enemigos, de quienes les persiguen, de quienes les maltratan.
Viven la mansedumbre quienes sufren con paciencia las persecuciones injustas; los que en las adversidades mantienen el ánimo sereno, humilde y firme, y no se dejan llevar de la ira o del abatimiento. La fuerza invencible de los mansos es la paciencia, y es a ellos a quienes se refiere el evangelista cuando dice: “En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas” (Lc 21, 19).
Cristo se nos presenta como manso, entre otros pasajes del Evangelio, al aceptar ser tentado por el demonio (cf. Mt 4, 1-11); al recordar a Santiago y a Juan que la venganza y el castigo no son el camino para convencer a nadie (cf. Lc 9, 52-56) -y mucho menos para anunciar la Fe en el Hijo de Dios hecho hombre-; al curar la oreja que Pedro cortó con la espada, en el Huerto de los Olivos (cf. Jn 18, 10-11).
A los mansos se les promete “que poseerán la tierra”. Lógicamente no se promete el poder sobre las naciones ni grandes riquezas y bienestar. Se les promete tener paz en la tierra, especialmente consigo mismos, y así poder gozar del tesoro de la creación, de la convivencia pacífica con sus semejantes. Los mansos saben que con la violencia no se arregla nada; y saben también que la fuerza para dar testimonio de la Fe, del Amor de Cristo, están en la justicia, en la verdad, en la libertad, en la mansedumbre y en la paz. Sólo así se puede construir una verdadera ciudad de los hombres para el bien de todos.
Los mansos quedan muy bien reflejados en estas palabras de san Pablo a Timoteo: “Evita también las cuestiones necias y tontas, sabiendo que engendran altercados; y al siervo del Señor no le conviene altercar, sino mostrarse manso con todos, pronto para enseñar, sufrido, y con mansedumbre corregir a los adversarios, por si Dios les concede el arrepentimiento y reconocer la verdad y volver en razón, libres del lazo del diablo, del que están cautivos, bajo su voluntad” (2 Tm 2, 23-26).
En esta bienaventuranza comprobamos la fuerza de la virtud de la Caridad y de la Esperanza, que hacen posible que el hombre no desmaye en vivir el bien, convencido de que el mal, el pecado, no es nunca la última palabra. Caridad y Esperanza, que son el fundamento del martirio, acto por excelencia de la mansedumbre; y que manifiesta a la vez una Fe muy arraigada en Cristo Nuestro Señor.
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Cuestionario
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1.- ¿Pido perdón a Dos y me arrepiento, si alguna vez alimento deseos de venganza en mi corazón?
2.- ¿Dejo de hacer el bien a una persona, porque no piensa como yo en cuestiones políticas, sociales, culturales o porque no tiene mi misma Fe?
3.- ¿Pido al Señor que me dé paciencia en las adversidades, y aprenda así a sacar bien para mi alma, de todo lo que me ocurre?
sábado, 2 de agosto de 2014
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