PROCESIÓN DE LOS RAMOS
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (21, 1-11): Bendito el que viene en nombre del Señor.
Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al
monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: «Id a la aldea de
enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos
y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y
los devolverá pronto.»
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid
a la hija de Sión: "Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un
asno, en un pollino, hijo de acémila".»
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús:
trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó.
La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de
árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna
al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el
cielo!»
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: «¿Quién
es éste?» La gente que venía con él decía: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de
Galilea.»
EN EL TEMPLO
Lectura del Profeta Isaías (50, 4-7): No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al
abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los
iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí
la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no
me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso
endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Sal
21,8-9.17-18a.19-20.23-24: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? R/.
Al verme, se burlan de mí, // hacen visajes, menean la cabeza: // «Acudió
al Señor, que lo ponga a salvo; // que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.
Me acorrala una jauría de mastines, // me cerca una banda de
malhechores; // me taladran las manos y los pies, // puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa, // echan a suertes mi túnica. // Pero tú,
Señor, no te quedes lejos; // fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos, // en medio de la asamblea te
alabaré. // Fieles del Señor, alabadlo; // linaje de Jacob, glorificadlo; // temedlo,
linaje de Israel. R/.
Lectura de la carta
de San Pablo a los Filipenses (2, 6-11): Se
rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó
hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el
«Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se
doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo
es Señor, para gloria de Dios Padre.
O bien,
más breve:
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (26,14-27,66): Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (26,14-27,66): Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
¿Eres tú el
rey de los judíos?
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ -«Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -«¿No oyes cuántos cargos presentan contra fi?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. -«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? »
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. -«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. -«A Barrabás. »
C . Pilato les preguntó:
S. -«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. -«Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. -«Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -«¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. -«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. -«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucificaron con él a dos bandidos
C. Al salir, encontraron a un hombre de Ciréne, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. -«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. -«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Elí, Elí, lamá sabaktaní
C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ -«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -«A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
S. -«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. -«Realmente éste era Hijo de Dios.»
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ -«Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -«¿No oyes cuántos cargos presentan contra fi?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. -«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? »
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. -«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. -«A Barrabás. »
C . Pilato les preguntó:
S. -«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. -«Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. -«Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -«¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. -«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. -«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucificaron con él a dos bandidos
C. Al salir, encontraron a un hombre de Ciréne, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. -«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. -«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Elí, Elí, lamá sabaktaní
C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ -«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -«A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
S. -«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. -«Realmente éste era Hijo de Dios.»
& Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
La Iglesia celebra
hoy la entrada de Jesús en Jerusalén donde vino para sufrir su Pasión y
Muerte. Jesús entró en la ciudad montado en un asno, mientras la multitud lo
aclamaba con ramos de olivos en sus manos. A causa de este gesto, que repiten
los fieles ahora acompañando al sacerdote en su entrada al templo, recibe este
día el nombre tradicional de «Domingo de
Ramos». El Evangelio que relata la entrada de Jesús en Jerusalén se lee hoy
para dar comienzo a la procesión que va desde un lugar cercano al templo
hasta el pie del altar donde se celebrará la Eucaristía. De esta manera la
representación de la entrada de Jesús en Jerusalén se prolonga con el
ofrecimiento del mismo sacrificio de Cristo, el sacrificio que Él hizo de sí
mismo inmolándose en la Cruz.
La lectura del
profeta Isaías nos presenta la figura del «siervo sufriente» que es capaz de
darse por entero para salvar a los otros. Por otro lado, el himno cristológico
de la carta a los Filipenses resalta la humildad y la obediencia filial, hasta
la muerte en Cruz, de nuestro Señor Jesucristo. El relato de la Pasión según
San Mateo muestra a un Jesús que no es reconocido como «el Cristo» por el pueblo
y por sus autoridades y es conducido a la muerte. Sin embargo, a
pesar de ser rechazado, Él es «verdaderamente
el Hijo de Dios» (Mt 27,55) que nos ha reconciliado con el Padre Eterno por
su sacrificio en la
Cruz. Fue fiel y
obediente hasta la muerte y muerte de cruz nos dicen cada una de las lecturas
dominicales.
J «He aquí que tu Rey viene montado en una asna»
El pasaje de la
entrada mesiánica de Jesús en la «ciudad santa» se inicia con el extraño pedido
de Jesús que hace a dos de sus discípulos. Jesús considera importante entrar en
la ciudad, no a pie, como era lo normal, sino montado en un asno[2]. Jesús había previsto
incluso cualquier dificultad que hubieran podido encontrar sus enviados: «Si alguien os dice algo, diréis: ‘El Señor
los necesita, pero enseguida los devolverá’». ¿Por qué interesaba a Jesús
entrar a Jerusalén montado en esa cabalgadura? Porque quiere realizar un gesto
mesiánico claro; quiere que se sepa que Él es el Cristo - el Mesías - el Hijo
de David, sobre el cual Dios había prometido: «Yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él
padre y él será para mí hijo» (2S 7,13-14). Este gesto, tan elocuente para
los judíos, se refiere a ese personaje que había de venir, que el profeta
Zacarías había ya anunciado 500 años antes: «Decid
a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asno y en
un pollino, hijo de animal de yugo» (Za 9,9).
En un ambiente
fuertemente cargado de la esperanza mesiánica, el gesto de Jesús fue captado
inmediatamente. El evangelista lo hace notar con estos signos de entusiasmo: «La gente, muy numerosa, extendió sus mantos
por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el
camino». Pero, sobre todo, sabemos lo que
piensan por sus aclamaciones: «La
gente que iba delante y detrás de él gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!». Y
cuando Jesús entra en Jerusalén, toda la ciudad está ya conmovida.
Esta es la segunda vez que
toda Jerusalén se conmueve por causa de Jesús. La primera vez tuvo lugar muchos
años antes, cuando llegaron a ella unos magos de oriente preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha
nacido?» (Mt 2,2). Ahora se conmueve porque Jesús entra en la cabalgadura
real y es aclamado por la multitud que lo acompaña como «Hijo de David», que equivale a decir «Rey de los judíos». Al ver ese cortejo triunfal preguntaban: «¿Quién es éste?». Pero la respuesta que
da la gente es insuficiente: «Este es el
profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».
J «¡Hosanna al hijo de David!»
No era la primera vez
que la gente reconocía en Cristo al rey esperado. Ya había sucedido después de
la multiplicación milagrosa del pan, cuando la multitud quería aclamarlo
triunfalmente. Pero Jesús sabía que su reino no era de este mundo; por eso se
había alejado de ese entusiasmo. También Pedro lo reconoció como el Cristo y el Hijo de Dios,
pero Jesús «mandó a sus discípulos que no
dijesen a nadie que él era el Cristo» (Mt 16,20).
Entonces Jesús estaba todavía
en Galilea y tenía que comenzar a instruir a sus discípulos sobre su destino de
muerte y resurrección que iba a verificarse en Jerusalén. Tenían que hacer
comprender a sus discípulos que su muerte no obedecería a causas ordinarias,
sino a un designio redentor; que su muerte sería un sacrificio que Él
libremente ofrecería a Dios por la salvación del mundo. Les decía: «El Hijo del hombre ha venido a servir y a
dar su vida en rescate por la multitud» (Mt 20,28).
Ahora, que está entrando a
Jerusalén y se encamina a su muerte, quiere que todos sepan que Él es el
Cristo. Durante el juicio ante el Sanedrín que lo iba a sentenciar a muerte,
Jesús escuchó en silencio todas las acusaciones; pero cuando el Sumo Sacerdote lo
interpeló directamente: «Yo te conjuro
por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios», Jesús
rompió su silencio y respondió: «Sí, tú
lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre
sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt
26,63-64). Esta declaración provocó la sentencia del tribunal judío: «Es reo de muerte» (Mt 26,66).
J El valor de las profecías
En Jesús se cumplen y
llegan a su plenitud todas las profecías del Antiguo Testamento. Esta plenitud
permaneció velada tanto a «la muchedumbre
de los discípulos» que a lo largo del camino hacia Jerusalén cantaban «Hosanna», alabando «a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto» (Lc
19,37), como a los Doce más cercanos a Él. A estos últimos, el amor por Cristo
no les permitía admitir un final doloroso; recordemos cómo en una ocasión dijo
Pedro acalorado: «Esto no te sucederá
jamás» (Mt 16,22).Y ya sabemos la respuesta fuerte y directa de Jesús ante
estas palabras (ver Mt 16,23).
Para Jesús, en
cambio, las palabras de los Profetas son claras hasta el fin, y se le revelan
con toda la plenitud de su verdad; y Él mismo se abre ante esta verdad con toda
la profundidad de su espíritu. Las acepta totalmente. No reduce nada. En las
palabras de los Profetas encuentra el significado justo de la vocación del
Mesías: de su propia vocación. Encuentra en ellas la voluntad del Padre. «El Señor Dios me ha abierto los oídos, y yo
no me resisto, no me echo atrás» (Is 50,5).De este modo leemos como la
lectura del profeta Isaías contiene ya en sí la dimensión plena de la Pasión:
la dimensión de la Pascua. «He dado mis
espaldas a los que me herían, mis mejillas a los que me arrancaban la barba. Y no escondí mi
rostro ante las injurias y los salivazos» (Is 50,6). También leemos en el salmo responsorial la impresionante
descripción que luego será realidad: «Al
verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza... me taladran las
manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte
mi túnica» (Sal 22[21], 8.17‑19).
J «Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz»
El himno de la carta
a los Filipenses, escrito desde la prisión de Roma entre los años 61 a 63, posee un inestimable
valor teológico ya que presenta una suerte de síntesis completa de la Semana Santa , desde
el Domingo de Ramos, pasando por el Viernes Santo, hasta el Domingo de
Resurrección. Las palabras de la carta a los Filipenses nos acompañarán
durante todo el Triduo Santo. Ya desde la entrada mesiánica y triunfal a
Jerusalén, Jesucristo es «obediente hasta
la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8). Entre la voluntad del Padre, que lo
ha enviado, y la voluntad del Hijo hay una profunda unión plena de amor.
Jesucristo, que es de
naturaleza divina y humana, se despoja a Sí mismo y toma la condición de
siervo, humillándose a Sí mismo (ver Flp 2,6‑8). Y permanece en este
abajamiento, de su divinidad y de su humanidad, a lo largo de estos terribles
días. El Hijo del hombre va hacia los acontecimientos que se cumplirán, cuando
su abajamiento, expoliación, aniquilamiento revistan precisas formas externas:
recibirá salivazos, será flagelado, insultado, escarnecido, rechazado por el
propio pueblo, condenado a muerte, crucificado; hasta que pronuncie el último «todo está cumplido», entregando su
espíritu en las manos de su Padre
Amoroso.
+ Una palabra del Santo Padre:
«Esta semana comienza con una procesión festiva con ramos
de olivo: todo el pueblo acoge a Jesús. Los niños y los jóvenes cantan, alaban
a Jesús.Pero esta semana se encamina hacia el misterio de la muerte de Jesús y
de su resurrección. Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien hacernos
una sola pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo
ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi
alegría, de alabarlo? ¿O guardo las distancias? ¿Quién soy yo ante Jesús que
sufre?
Hemos oído muchos nombres, tantos nombres. El grupo de
dirigentes religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros
de la ley, que habían decidido matarlo. Estaban esperando la oportunidad de
apresarlo. ¿Soy yo como uno de ellos?
También hemos oído otro nombre: Judas. Treinta monedas.
¿Yo soy como Judas? Hemos escuchado otros nombres: los discípulos que no
entendían nada, que se durmieron mientras el Señor sufría. Mi vida, ¿está
adormecida? ¿O soy como los discípulos, que no entendían lo que significaba
traicionar a Jesús? ¿O como aquel otro discípulo que quería resolverlo todo con
la espada? ¿Soy yo como ellos? ¿Soy yo como Judas, que finge amar y besa al
Maestro para entregarlo, para traicionarlo? ¿Soy yo, un traidor? ¿Soy como
aquellos dirigentes que organizan a toda prisa un tribunal y buscan falsos
testigos? ¿Soy como ellos? Y cuando hago esto, si lo hago, ¿creo que de este
modo salvo al pueblo?
¿Soy yo como Pilato? Cuando veo que la situación se pone difícil, ¿me lavo
las manos y no sé asumir mi responsabilidad, dejando que condenen – o
condenando yo mismo – a las personas?¿Soy yo como aquel gentío que no sabía
bien si se trataba de una reunión religiosa, de un juicio o de un circo, y que
elige a Barrabás? Para ellos da igual: era más divertido, para humillar a
Jesús.
¿Soy como los soldados que golpean al Señor, le escupen,
lo insultan, se divierten humillando al Señor?
¿Soy como el Cireneo, que volvía del trabajo, cansado,
pero que tuvo la buena voluntad de ayudar al Señor a llevar la cruz?
¿Soy como aquellos que pasaban ante la cruz y se burlaban
de Jesús : «¡Él era tan valiente!... Que baje de la cruz y creeremos en él»? Mofarse de Jesús...
¿Soy yo como aquellas mujeres valientes, y como la Madre
de Jesús, que estaban allí y sufrían en silencio?¿Soy como José, el discípulo
escondido, que lleva el cuerpo de Jesús con amor para enterrarlo?¿Soy como las
dos Marías que permanecen ante el sepulcro llorando y rezando?
¿Soy como aquellos jefes que al día siguiente fueron a
Pilato para decirle: «Mira que éste ha dicho que resucitaría. Que no haya otro
engaño», y bloquean la vida, bloquean el sepulcro para defender la doctrina,
para que no salte fuera la vida?
¿Dónde está mi corazón? ¿A cuál de estas personas me
parezco? Que esta pregunta nos acompañe durante toda la semana».
Papa
Francisco. Homilía en el Domingo de Ramos Domingo 13 de abril de 2014.
'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la
semana.
1. ¿De
qué manera concreta voy a vivir mi Semana Santa? ¿Será simplemente un fin de
semana largo? Sé que es exigente, pero ¿qué medios voy a colocar para que mi
familia y yo nos acerquemos más al Señor Jesús en estos días?
2. Hagamos
un verdadero esfuerzo para vivir estos días cerca del corazón de la Madre. No seamos
indiferentes al dolor de María que nos enseña a vivir el
verdadero horizonte de esperanza en medio del sufrimiento.
3.
Leamos en el Catecismo de la
Iglesia Católica los numerales: 557- 623.
[1] El Domingo de Ramos se lee
como texto evangélico el texto íntegro de la Pasión y Muerte de Jesucristo.
Este texto varía de acuerdo al ciclo litúrgico. En este caso leemos el
Evangelio de San Mateo.
[2] El
asno blanco se consideraba como animal digno de personas importantes (ver Jc
5,10). Un escrito del siglo XIII a.C. indica que no era propio de gente real
andar a caballo en vez de asno. El caballo se introdujo más tarde,
principalmente como animal de guerra.
documentación facilitada por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano del Consejo Diocesano de A.N.E. Toledo.
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