sábado, 11 de febrero de 2017

Lecturas del Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»



Lectura del libro del Eclesiástico (15, 16-21): No mandó pecar al hombre.

Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja.
Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.

Salmo 118,1-2.4-5.17-18.33-34: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor. R./

Dichoso el que, con vida intachable, // camina en la voluntad del Señor; // dichoso el que, guardando sus preceptos, // lo busca de todo corazón. R./
 Tú promulgas tus decretos // para que se observen exactamente. // Ojalá esté firme mi camino, // para cumplir tus consignas. R./
 Haz bien a tu siervo: viviré // y cumpliré tus palabras; // ábreme los ojos, y contemplaré // las maravillas de tu voluntad. R./
 Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, // y lo seguiré puntualmente; // enséñame a cumplir tu voluntad // y a guardarla de todo corazón. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (2, 6-10): Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.

Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mun­do, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predes­tinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hom­bre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.»
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5, 17-37): Se dijo a los antiguos, pero yo os digo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cum­plirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será pro­cesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que compa­recer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuer­das allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúl­tero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno.
Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»


&Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Podemos decir que todas las lecturas giran alrededor de la frase de Jesús: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». Los mandatos han sido dados por Dios a los hombres, sin embargo hace parte de la propia condición humana el decidir entre lo bueno y lo malo, entre la vida y la muerte (Primera Lectura). ¿Cómo elegir bien? Es colaborando con la «gracia de Dios» que podremos poner el buen cimiento de la edificación de Dios (Segunda Lectura).

JL«Ante ti están puestos fuego y agua»

Fuego y agua o vida y muerte se presentan como las dos alternativas necesarias para poder guardar los mandatos del Señor ya que «es prudente[1] cumplir su voluntad». Leemos en Jeremías: «Así dice el Señor: “Mira que te propongo el camino de la vida y el camino de la muerte”» (Jr 21,8).  De ahí la imperiosa necesidad de formar rectamente la voluntad y la conciencia para que sepan elegir libremente lo bueno y alejarse de lo malo. La conciencia moral, tabernáculo donde Dios habla al hombre, era motivo de una reflexión por parte del filósofo Séneca: «No hay nada, tan difícil y arduo que no pueda ser vencido por el espíritu humano y que no se haga familiar por una meditación sostenida».

El filósofo no conocía «la gracia de Dios» que hace crecer, fortalecer y fructificar las obras que el hombre realiza. Dice San Gregorio: «Dios nos da por medio de su gracia los buenos deseos; pero nosotros, con los esfuerzos de nuestro libre albedrío, nos valemos de los dones de la gracia para hacer reinar en nuestra alma las virtudes». Pero recordemos la verdad dicha por el mismo San Pablo: «Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está puesto, que es Jesucristo» (1Cor 3,11). 

JLas «buenas obras…»

¿Qué entendía un judío del tiempo de Jesús por «bue­nas obras»? Para un judío las buenas obras son aque­llas cosas que se hacen en cumplimiento de la «Ley de Dios». Se trata de las obras que la ley ordena; es lo mismo que San Pablo llama «obras de la Ley». Por eso cuando Jesús men­ciona las "buenas obras" se pone en discusión el tema de la Ley. Surge la pregunta: ¿Conforme a qué ley hay que realizar esas obras? Jesús responde di­ciendo:«No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo asegu­ro: el cielo y la tierra pasarán antes que pasen una i o una til­de de la ley sin que todo suceda».

Jesús declara haber venido a dar cumplimiento a la ley, es decir, a darle su forma última, perfecta y definitiva. Y esta ley así perfeccionada es la «ley de Cristo»; ésta es la que hay que observar en adelante. A esta ley se refie­re Jesús cuando dice: «El que traspase uno de estos manda­mientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más peque­ño en el Reino de los cie­los; en cambio, el que los obser­ve y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cie­los».

Los maestros de Israel contaban en la Ley[2] 613 preceptos distintos. Algunos de éstos eran clasificados como "importantes" y otros como "pequeños", según criterios propios de los escribas y fariseos, que no coincidían con los de Jesús. Estos 613 eran preceptos no llevados a cumplimiento por Cristo. Por eso Jesús los declara insuficientes: "Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entra­réis en el Reino de los cielos". Para tener una idea de qué es lo que Jesús considera importante podemos leer una de sus invectivas contra los escribas y fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!» (Mt 23,23-24).

A continuación, Jesús da ejemplos de qué es lo que significa llevar la ley a cumplimiento. Toma algunos de los mandamientos y sobre la base de ellos formula su propia ley: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás'; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal». El manda­miento: «No matarás» es uno del decálogo, que había sido escrito por el mismo dedo de Dios. Por eso Jesús al decir: «Yo os digo», se está poniendo a la altura de Dios; está hablando con toda su autoridad divina; está dando una nueva instancia de ley de Dios.

Según la ley antigua el que cometía homicidio era reo de muerte ante el tribunal humano; según la ley de Cristo, la ira contra el hermano que impele al homicidio es tan culpable como el homicidio mismo. El que concibe una ira criminal contra su prójimo, aunque se vea impedido de llevar a ejecución su propósito, es reo ante el tribu­nal; en este caso, se entiende el tribunal de Dios. De esta manera, la ley de Cristo se extiende incluso a los pecados de intención que sólo Dios conoce.

Es más, en el caso en que alguien tuviera cualquier riña con su hermano y en este estado participara en el culto, ese culto sería inaceptable para Dios: «Si, al presentar tu ofren­da ante el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo con­tra ti, deja tu ofrenda allí, delante del al­tar, y vete primero a reconciliarte con tu her­mano; luego vuelves a presentar tu ofrenda». El deber más sagrado para un judío era el culto a Dios. Pero, según la ley de Cristo, éste cede ante el deber de la reconci­liación entre herma­nos. Y debemos notar que no basta que yo esté libre de rencor o de queja contra mi hermano, sino que es necesario que nadie tenga rencor o queja contra mí. Según la ley de Cristo, no inte­resa quién haya sido culpa­ble de comenzar el con­flic­to; en cualquier caso, es necesa­rio reconciliarse antes de parti­cipar en el culto. Y no es cosa de dilatar la reconciliación, pues la cosa urge: «Ponte en seguida a buenas con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia y te metan en la cárcel». Jesús está usando una parábola tomada de los litigios humanos; pero, en realidad, se refiere al camino de esta vida, que en el momento menos pensado termina y se debe enfrentar el juicio de Dios. Por eso la conclusión adquie­re más peso: «Yo os aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cénti­mo».

¿Cuál es la guía común en las enseñanzas de Jesús? Sin duda vemos un claro acento en el ámbito de las intenciones, el mundo interior. No basta con cumplir exteriormente las normas legales. Tenemos que vivir una dimensión que es diferente y más exigente que esta primera: la dimensión del amor. Pero el camino es un camino exigente que exige hasta perder el ojo, la mano o uno de los miembros si es necesario antes que pecar. La enseñanza es evidente: el pecado nos pone en estado de condenación eterna y no hay desastre mayor que éste; es mucho más grave que perder un ojo o una mano, y hasta la misma vida corporal.

+Una palabra del Santo Padre:

«Después de las «bienaventuranzas», que son su programa de vida, Jesús proclama  la nueva Ley, su Torá, como la llaman nuestros hermanos judíos. En efecto, el Mesías, con su venida, debía traer también la revelación definitiva de la Ley, y es  precisamente lo que Jesús declara: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los  Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud». Y, dirigiéndose a sus  discípulos, añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos,  no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 17.20). Pero ¿en qué consiste esta  «plenitud» de la Ley de Cristo, y esta «mayor» justicia que él exige?  Jesús lo explica mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y  su modo proponerlos de nuevo. Cada vez comienza diciendo: «Habéis oído que se  dijo a los antiguos...», y luego afirma: «Pero yo os digo...». Por ejemplo: «Habéis  oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”; y el que mate será reo de juicio.  Pero yo os digo: “todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será  procesado”» (Mt 5, 21-22). Y así seis veces. Este modo de hablar suscitaba gran  impresión en la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a  reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley.
La novedad de  Jesús consiste, esencialmente, en el hecho que él mismo «llena» los mandamientos  con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en él. Y nosotros, a  través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos  hace capaces de vivir el amor divino. Por eso todo precepto se convierte en  verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. «La plenitud de  la Ley es el amor», escribe san Pablo (Rm 13, 10). Ante esta exigencia, por  ejemplo, el lamentable caso de los cuatro niños gitanos que murieron la semana  pasada en la periferia de esta ciudad, en su chabola quemada, impone que nos  preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor,  es decir, más cristiana, no habría podido evitar ese trágico hecho. Y esta pregunta  vale para muchos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que  acontecen diariamente en nuestras ciudades y en nuestros países. 
Queridos amigos, quizás no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús  se llame «Sermón de la montaña». Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley  de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que descendió del cielo  para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor.
(Papa Benedicto XVI. Ángelus Domingo 13 de febrero de 2011)





'Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

1. ¡Qué importante es formar rectamente la conciencia moral! Saber elegir el bien y rechazar el mal. ¿Cómo poder vivir esta área tan importante en la educación de los hijos? ¿Qué medios concretos puedes colocar?

2.  El Papa San Juan Pablo II  nos habla de la «nueva ley» que es la santidad y que se expresa en la ley suprema del amor. ¿Vivo esta realidad en mi vida cotidiana?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 826- 829. 1709.2012- 2016. .













[1] La prudencia es definida por Aristóteles como la virtud que dirige las acciones humanas de conformidad con la verdad, la prudencia en griego (phronesis)será considerada una de las cuatro virtudes cardinales. Santo Tomás mostrará cómo la virtud sobrenatural infusa de prudencia regula nuestras acciones con vistas al imperio de la caridad sobre toda nuestra vida. El don del consejo la perfecciona en su papel de crear en nosotros una docilidad especial a las mociones del Espíritu Santo en nuestras vidas.
[2] Los cinco primeros libros de la Biblia se conocen, en su conjunto, como «la Ley». Se les considera preferentemente como un solo libro, aunque consta de toda clase de historias, leyes, instrucciones de cultos y ceremonias religiosas, discursos y hasta genealogías. Sin embargo estos libros tienen un tema en común. Después de las historias sobre el origen del mundo, los libros de la ley nos remiten a la historia del pueblo de de Dios desde la vocación de Abrahán a la muerte de Moisés en el Monte Nebo, en un periodo que va desde 1900 a 1250 A.C. La idea de la comunidad que obedece el Plan de Dios es central en estos libros y les dio su nombre en hebreo, «la Torá». Estos libros son conocidos también a veces por su nombre en griego «Pentateuco» o “cinco rollos”. 

(documento facilitado por el Presidente diocesano de la A.N.E. en Toledo, Juan R. Pulido)  

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