sábado, 18 de enero de 2020

Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 19 de enero de 2020 «Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios»


Lectura del libro del profeta Isaías (49,3.5-6): Te hago luz de las naciones para que seas mi salva-ción.

El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»
Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

Salmo 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. R./

Yo esperaba con ansia al Señor; // él se inclinó y escuchó mi grito; // me puso en la boca un cántico nuevo, // un himno a nuestro Dios. R./

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, // y, en cambio, me abriste el oído; // no pides sacrificio expiatorio, // entonces yo digo: «Aquí estoy.» R./

Como está escrito en mi libro: // «Para hacer tu voluntad.» // Dios mío, lo quiero, // y llevo tu ley en las entrañas. R./

He proclamado tu salvación // ante la gran asamblea; // no he cerrado los labios: // Señor, tú lo sabes. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (1,1-3): La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros.

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Je¬sucristo sean con vosotros.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (1,29-34): Este es el Cordero de Dios que quita el pe-cado del mundo.

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: –«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delan-te de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: –«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Las lecturas bíblicas nos hablan de distintas maneras sobre la misión de Jesús que vino al mundo para que «todoel que crea, tenga vida eterna» (Jn 3,15).En la Primera Lectura, el profeta Isaías nos dice que el «siervo de Yahveh» es consciente de haber sido elegido para hacer que el pueblo de Israel vuelva a Dios. El siervo experimenta la dureza y dificultad de su misión colocando su confianza en Yahveh. El salmo res-ponsorial 39 parece resaltar el contraste entre el sacrificio ritual de la ley de Moisés y la disposición de es-cucha obediente que finalmente es lo que agrada al Señor.Juan el Bautista habla de Jesús como el Cordero de Dios que, ofrecido en sacrificio, redime al hombre de su pecado. Él reconoce a Jesús cuando el Espíritu Santo desciende sobre Él. San Pablo, en el saludo inicial a los cristianos de Corinto , se dirige a los cristianos de esa comunidad y les recuerda el doble aspecto de la redención: hemos sido santificados en Jesucristo y estamos llamados a ser santos en su nombre.

J La primera semana pública de Jesús

Con la celebración del Bautismo del Señor concluyó el tiempo litúrgico de la Navidad y comenzó el tiempo ordinario. Hoy día celebra la Iglesia el segundo Domingo del tiempo ordinario ya que la semana pasada hemos vivido la primera semana del tiempo común que concluye con la trigésima cuarta semana y la Solemnidad de Cristo Rey. El tiempo ordinario se interrumpe con el tiempo de Cuaresma, que comienza con el miércoles de ceniza. La liturgia de la Palabra, dentro de la celebración dominical, está organizada en tres ciclos de lectu¬ras, A, B y C; caracterizados respectivamente por la lectura de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Este año estamos en el ciclo A y en los domingos del tiempo ordinario leemos el Evangelio de Mateo. Sin embargo, en el segundo Domingo del tiempo ordinario, en los tres ciclos litúrgicos, se lee el Evangelio de San Juan. En cada ciclo se toma un episodio de la «semana inaugural» (Jn 1, 19 - 2,12). Justamente cuando se va a empezar a desarrollar, Domingo a Domingo; la vida, obras y palabras de Jesús, es significa¬tivo comenzar con esa primera semana de su ministerio público, en la cual Jesús comienza a mani-festarse.

Si buscamos en nuestro libro de los Evangelios el episodio de hoy, veremos que comienza con estas palabras: «Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él...» (Jn 1, 29); y que el episodio siguiente comienza con esas mismas palabras: «Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos...» (Jn 1,35). Así se introducen el segundo, tercero y cuarto día de esa semana inaugural de la vida pública de Jesús. Este Domingo leeremos lo que ocurrió el segundo día de esa semana que finalizará con el primer milagro realizado por Jesús en las Bodas de Caná, «tres días después...», es decir en el cuarto día de la semana inaugural.

J «He ahí El Cordero de Dios»

Dos cosas dice Juan sobre Jesús en el Evangelio de hoy y en ambas se revela como el gran profeta que es, pues expresa la identidad profunda de Jesús y el camino por el cual debía realizar su misión reconciliadora. Las primeras palabras que dice cuando ve venir a Jesús son: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Nosotros estamos habituados a escuchar estas palabras referidas a Jesús, pero pensándolo bien son enigmáticas y para los oyentes de Juan debieron ser incomprensibles. ¿Por qué lo llama «cordero» ? ¿Qué está viendo Juan en Él para llamarlo así?

Este modo de hablar sobre Jesús no vuelve a aparecer en todo el Evangelio y queda oscuro para los lectores hasta el momento de la crucifixión y muerte de Jesús, donde adquiere toda su luz. Según el Evangelio de San Juan, Jesús murió en la cruz la víspera de la Pascua, a la misma hora en que eran sacrifica-dos en el templo los corderos pascuales. En el ritual del sacrificio del cordero pascual estaba escrito: «No se le quebrará ningún hueso» (Ex 12,46). Es lo que relata el evangelista cuando escribe que, después de quebrar las piernas de los dos crucificados con Jesús, al llegar a él, como le vieron ya muerto, «no le que-braron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado». Esta debió ser una alusión clarísima para un judío. Entonces se comprende que la muerte de Jesús fue un «sacrificio» como el del cordero pascual y que este sacrificio obtuvo la expiación de nuestros pecados. Todo esto lo captó Juan, cuando la primera vez que vio a Jesús dijo: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Está implícito: «Ofreciéndose a sí mismo en sacrificio». Si en el Evangelio de Juan no reaparece la designación de Jesús como «cordero», en el Apocalipsis, en cambio, este es un modo frecuente de designar a Jesús (unas treinta veces). Ante el trono del Cordero resuena este canto: «Eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos porque fuiste degollado y compras¬te para Dios con tu sangre hombres de toda raza, pueblo y nación y has hecho de ellos un Reino de sacerdotes para nues¬tro Dios" (Ap 5, 9-10).

 «Tú no quieres sacrificios, ni ofrendas…»

Existe un aparente contraste entre el sacrificio y la obediencia en el salmo responsorial 39: «Tú no quie-res sacrificios… entonces dije; aquí estoy Señor». El salmista parece decir que las ofrendas mosaicas or-denadas por Dios ya no son de su agrado. Por otro lado constantemente vemos en la predicación de Jesús como él insiste en las actitudes internas del corazón más que en los “rituales externos”. Pero si hay una ver-dadera conversión interior y un amor sincero a Dios y al prójimo; entonces las formas externas correspon-derán adecuadamente a las actitudes internas. Algo fundamental que leemos en el salmo es la actitud de escucha atenta a la voz de Dios: «pero me diste un oído atento». Esta apertura de escucha obediente re-quiere un espíritu humilde. Solamente de esta manera el salmista es capaz de escuchar y entender lo que Dios quiere de él y lo mantiene en una obediencia activa y real. Es la actitud que vemos en el «Cordero de Dios».

J «Éste es el Hijo de Dios»

La segunda afirmación profética de Juan el Bautista es ésta: «Doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios ». Es algo enteramen¬te nuevo. En el Antiguo Testamento no suele llamarse a Dios «Padre». Y las es-casas veces en que Dios llama «hijo» a alguien se refiere al pueblo de Israel en general y sirve para indicar el amor y la solicitud de Dios por su pueblo. Pero hay algunos textos que suenan así: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal 2,7), o bien: «Antes de la aurora como al rocío yo te he engendrado» (Sal 110,3). Era claro que estos textos se referían a una persona particular y se aplicaban al Mesías que había de venir. Por eso cuando apareció Jesús, Él no llama a Dios sino como «su Padre» y afirma: «El Padre y yo somos una sola cosa» (Jn 10,30). Al final de su vida, Jesús se dirige a Dios así: «Padre, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti» (Jn 17,1). Esta actitud era tan notoria que el Evangelio lo indica como el motivo de su muerte: «Por esto los judíos trataban de matarlo... porque llamaba a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios» (Jn 5,18).

J «He visto al Espíritu que bajaba... y se quedaba sobre él».

Juan predicaba la conversión y bauti¬zaba en el desierto al otro lado del Jordán. Él bautizaba en la cer-teza de que por medio de ese rito sería manifes¬tado el Elegido de Dios. Después de bautizar a Jesús, Juan recibe la visión que le permite reconocer al Elegido de Dios: «He visto al Espíritu que bajaba como una pa-loma del cielo y se quedaba sobre Él». Y sobre la base de esa visión puede concluir: «Yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios... éste es el que bautiza con Espíritu Santo». El signo más eviden-te del Mesías es la posesión del Espíritu de Dios. Así estaba anunciado con insistencia en los profetas. Del descendiente de David que se esperaba como Salvador estaba escrito: «Reposará sobre él el Espíritu del Señor» (Is 11,2), y acerca de Él dice el Señor: «He aquí mi Elegido en quien se complace mi alma: he pues-to mi Espíri¬tu sobre Él» (Is 42,1). Juan vio el Espíritu en la forma visible de una paloma descender sobre Jesús y permanecer sobre él, y reconoció el cumplimiento de ese signo.

 «A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos»

San Pablo nos enseña el dinamismo de la reconciliación traída por Jesucristo. Él personalmente, siguió por mucho tiempo un falso mesianismo, hasta su encuentro definitivo con Jesús resucitado, camino a Da-masco. Entonces entiende que Él es el Mesías auténtico; y cómo, en consecuencia, el apostolado auténtico es el anuncio del mensaje salvador de Jesucristo vencedor de la muerte. Era uso de la época iniciar las cartas presentándose con los títulos y méritos. San Pablo, que en otro tiempo tanto se ufanó de títulos y méritos humanos (ver Ga 1, 14; Flp 3, 4), ahora sólo se gloría de este título totalmente espiritual y gratuito: «Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Jesucristo». Pablo, el que repudiaba a los seguidores de Jesús, ahora por vocación ha de ser el Apóstol del Crucificado (Ga 6, 14).

Luego recordará a los nuevos cristianos de Corinto lo que son y lo que están llamados a ser: «santificados en Cristo Jesús» y llamados a ser «santos». La santidad en el Antiguo Testamento era ritual o externa ya que significaba la «separación» o elección que Dios había hecho de Israel constituyéndolo en Pueblo Santo (ver Ex 19, 6; Dt 7, 6; Dn 7, 18, 22). En virtud de nuestro Bautismo en el Espíritu Santo, la «santidad» y «consagración» alcanzan su valor pleno: «El Hijo de Dios Encarnado, a sus hermanos convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente su Cuerpo, comunicándole su Espíritu. Por el Bautismo nos configuramos con Cristo» . Por nuestro bautismo somos ungidos, consagrados y llamados a vivir de la vida de Cristo, es decir «ser santos como Él es santo».

+Una palabra del Santo Padre:

«El Bautista, por lo tanto, ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado desde lo alto, reconoce en Él al enviado de Dios, por ello lo indica con estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).

El verbo que se traduce con «quita» significa literalmente «aliviar», «tomar sobre sí». Jesús vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene los rasgos del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 4), hasta morir en la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el río de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que hace la fila con los pecadores para hacerse bautizar, incluso sin tener necesidad. Un hombre que Dios mandó al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento el término «cordero» se le encuentra en más de una ocasión, y siempre en relación a Jesús. Esta imagen del cordero podría asombrar. En efecto, un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez si carga en sus propios hombros un peso tan inaguantable. La masa enorme del mal es quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y amor indefenso, que llega hasta el sacrifi-cio de sí mismo. El cordero no es un dominador, sino que es dócil; no es agresivo, sino pacífico; no mues-tra las garras o los dientes ante cualquier ataque, sino que soporta y es dócil. Y así es Jesús. Así es Je-sús, como un cordero».

Papa Francisco. Ángelus 19 de enero de 2014.



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. El apóstol Pablo, al comienzo de la carta a los Corintios, nos recuerda que, santificados en Cristo Jesús, «estamos llamados a ser santos» (1 Co 1, 2).¿Cómo puedo vivir mi llamado a la santidad en la vida cotidiana?

2. Para reconocer a Jesús como el Cordero de Dios, debo de haberme encontrado con Él. ¿Cómo puedo encontrarme con el Señor de la Vida?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 144- 152. 571-573, 599 -623.


Texto recibido de JUAN RAMON PULIDO, PRESIDENTE DIOCESANO DE ADORACIÓN NOCTURA, TOLEDO

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