sábado, 3 de noviembre de 2018

31ª semana del tiempo ordinario. Domingo B: Mc 12, 28-38


Un letrado o escriba se acerca a Jesús para hacerle una pregunta. En varias ocasiones encontramos escribas que le preguntan algo a Jesús. La diferencia de este letrado de hoy es que parece que va con rectitud. Otros van con engaño, preguntando para ver si Jesús responde algo por lo cual le puedan acusar ante el pueblo. Cuando es así, Jesús no responde o lo hace de forma no directa; pero hoy a este letrado le va a responder llanamente, de modo que es una enseñanza directa de Jesús para nosotros.

Le pregunta: cuál es el principal de los mandamientos. Alguno se pregunta cómo un hombre docto y piadoso no sabe cuál es lo principal, cuando lo que le va a responder Jesús, todos lo saben, pues lo recitan todos los días y aun varias veces al día. Aun así no se decía que era lo principal y había diversas teorías entre los entendidos y hasta cientos de preceptos para poder escoger. Es bueno plantearnos también nosotros cuál es lo principal, pues a veces ponemos por encima del amor diversas costumbres.

Jesús le responde recitando el “Shemá” o escucha, que es el principio de la proclamación de que hay un solo Dios y a ese Dios hay que amarle con todo el corazón. El escriba sólo había preguntado a Jesús por el primer mandamiento; pero Jesús responde por el primero y el segundo, ya que forman una unidad. Esta es la gran novedad de la respuesta de Jesús. Ya en el Antiguo Testamento se hablaba del amor al prójimo; pero estaba un poco difuminado, sobre todo por el concepto de prójimo, que se refería especialmente a los de la misma religión. Jesús especifica en otros lugares que prójimo es todo aquel que está necesitado y amar al prójimo será hacer el bien a todos, hasta a los propios enemigos. Es un acto que proviene del amor a Dios.

A algunos no les gusta la palabra “mandamiento”, porque parece que alguien nos quiere imponer algo. Se podría decir “objetivo”. Entonces podríamos decir que el principal objetivo de nuestra vida debe ser el tener a Dios muy dentro de nosotros, de modo que sea lo único decisivo en nuestra vida y que todo lo hagamos en solidaridad con los demás. Pero la palabra mandamiento la debemos tomar como un signo de amor. Para orientarnos en la vida necesitamos mandamientos o preceptos, como son las leyes de un país o las normas de circulación. Entonces para orientarnos en lo esencial de nuestra vida, que es caminar con rectitud hacia la vida eterna, necesitamos normas precisas. Son signos del amor de Dios, que nos quiere guiar sin que perdamos la libertad. Todos los mandamientos proceden del amor de Dios, porque Dios es Amor. Por eso el principal debe ser responder al Amor con amor. Un amor que procede de lo más íntimo del alma y del corazón y un amor que se debe mostrar con los hechos. Estos hechos son precisamente las obras de misericordia con todos los prójimos, que en cristiano son nuestros hermanos, hijos del mismo Padre Dios.
De ahí que no se puede separar el amor a Dios y el amor al prójimo. Hay gente que acentúa el amor a Dios descuidando el amor al prójimo, y hay gente que pone el acento en el amor al prójimo (filantropía), olvidando a Dios. Eso es un cristianismo a medias o más bien vacío del verdadero sentido de la vida. Claro que para amar a Dios hay que tener una persuasión total de su existencia, de que somos hechura de su amor. Basta examinar la naturaleza, la grande y la pequeña, para que nos demos cuenta de que existe ese ser grandioso, a quien llamamos Dios, y que todo está hecho para nuestro bien. Por lo tanto toda la creación es un acto continuo de amor de Dios a nosotros.

Por todo ello nuestra mayor finalidad ahora y por siempre debe ser amar a Dios con todo el alma, que significa la vida, con todo el corazón, que son las facultades interiores y con todas las fuerzas, que significan las posesiones y bienes terrenos. Amar a Dios es hacer que todas las cosas, la familia, el trabajo, las ocupaciones festivas, me lleven hacia Dios; y no que me aparten como el egoísmo, la avaricia y otros vicios. Amarle es tenerle presente por la oración y luego en el amor práctico con todos los demás.

NOTA: La presente reflexion nos la remite nuestro hermano Adorador Francisco Sanza

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