El próximo pasado 17 de abril fallecía Doña FERNANDA AGUILAR GARCÍA, hermana de nuestro buen amigo D. Rafael Aguilar, Adorador de la Sección de Écija, anterior Presidente Diocesano de A.N.E. en nuestra Diócesis de Sevilla.
Fernanda habrá hallado el lugar que en la vida eterna tiene preparado el Señor Resucitado para cada uno de sus hijos; Él que también lloró ante la tumba de Lázaro conceda a Rafael y su familia la gracia del consuelo por tan sensible pérdida.
Todos los Adoradores hemos de corresponder generosamente a quién ha servido a la Adoración Nocturna con tanto amor y dedicación; correspondamos con nuestras oraciones e intenciones de nuestras Vigilias ante el Santísimo por el alma de su querida hermana que en paz descanse.
lunes, 19 de abril de 2010
lunes, 5 de abril de 2010
CARTA PASTORAL DE NUESTRO SR. ARZOBISPO, CON MOTIVO DE LA PASCUA
El Señor ha resucitado, Aleluya"
Queridos hermanos y hermanas: Termina la Semana Santa con la solemnidad de la Resurrección del Señor. La Iglesia, que ha estado velando junto al sepulcro de Cristo, proclama jubilosa en la Vigilia Pascual las maravillas que Dios ha obrado a favor de su pueblo desde la creación del mundo y a lo largo de toda la historia de la salvación.
Canta, sobre todo, el gran prodigio de la resurrección de Jesucristo, del que las otras maravillas eran sólo pálida figura. Jesucristo, la luz verdadera que alumbra a todo hombre, que pareció oscurecerse en el Calvario, alumbra hoy con nuevo fulgor, disipando las tinieblas del mundo y venciendo a la muerte y al pecado.
Jesucristo resucitado, brilla hoy en medio de su Iglesia e ilumina los caminos del mundo y nuestros propios caminos.La resurrección del Señor es el corazón del cristianismo. Nos lo dice abiertamente San Pablo: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe... somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15,14-20).
La resurrección del Señor es el pilar que sostiene y da sentido a toda la vida de Jesús y a nuestra vida. Ella es el hecho que acredita la encarnación del Hijo de Dios, su muerte redentora, su doctrina y los signos y milagros que la acompañan.
La resurrección del Señor es también es el más firme punto de apoyo de la vida y del compromiso de los cristianos, lo que justifica la existencia de la Iglesia, la oración, el culto, la piedad popular, nuestras tradiciones y nuestro esfuerzo por respetar la ley santa de Dios.
Para algunos, la resurrección de Jesús es una quimera, un hecho legendario o simbólico sin consistencia real. No sería otra cosa que la pervivencia del recuerdo y del mensaje del Maestro en la mente y en el corazón de sus discípulos.
Gracias a las mujeres, que ven vacío el sepulcro del Señor, y a los numerosos testigos que a lo largo de la Pascua contemplan al Señor resucitado, nosotros sabemos que esto no es verdad. La resurrección del Señor es el núcleo fundamental de la predicación de los Apóstoles. Ellos descubrieron la divinidad de Jesús y creyeron en Él, cuando le vieron resucitado. Hasta entonces se debatían entre brumas e inseguridades.
Ser cristiano consiste precisamente en creer que Jesús murió por nuestros pecados, que Dios lo resucitó para nuestra salvación y que, gracias a ello, también nosotros resucitaremos. Por ello, el Domingo de Pascua es la fiesta primordial de los cristianos, la fiesta de la salvación y el día por antonomasia de la felicidad y la alegría.
La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida, la gran noticia para toda la humanidad, porque todos estamos llamados a la vida espléndida de la resurrección. La fe en la resurrección no ocupa hoy el centro de la vida de muchos cristianos. Precisamente por ello, nuestro mundo es tan pobre en esperanza. Lo revelan cada día no pocas noticias dramáticas. La resurrección del Señor, sin embargo, alimenta nuestra esperanza.
Gracias a su misterio pascual, el Señor nos ha abierto las puertas del cielo y prepara nuestra glorificación. Los cristianos esperamos "unos cielos nuevos y una tierra nueva", en los que el Señor "enjugará las lágrimas de todos los ojos, donde no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos, ni fatiga, porque el mundo viejo habrá pasado" (Apoc 21,4).
Esta esperanza debe iluminar todas las dimensiones y acontecimientos de nuestra vida. Para bien orientarla, tenemos que aceptar esta verdad fundamental: un día resucitaremos, lo que quiere decir que ya desde ahora debemos vivir la vida propia de los resucitados, es decir, una vida alejada del pecado, del egoísmo, de la impureza y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, fraterna, cimentada en la verdad, la justicia, la misericordia, el perdón, la generosidad y el amor a nuestros hermanos; una vida, por fin, sinceramente piadosa, alimentada en la oración y en la recepción de los sacramentos.
La resurrección del Señor debe reanimar nuestra esperanza debilitada y nuestra confianza vacilante. Esta verdad original del cristianismo debe ser para todos los cristianos manantial de alegría y de gozo, porque el Señor vive y nos da la vida. Gracias a su resurrección, sigue siendo el Enmanuel, el Dios con nosotros, que tutela y acompaña a su Iglesia "todos los día hasta la consumación del mundo".
Desde esta certeza, felicito a todas las comunidades de la Archidiócesis. Que el anuncio de la resurrección de Jesucristo os anime a vivir con hondura vuestra vocación cristiana. Así se lo pido a la Santísima Virgen, que hoy más que nunca es la Virgen de la Alegría. Que ella nos haga experimentar a lo largo de la Pascua y de toda nuestra vida la alegría y la esperanza por el destino feliz que nos aguarda gracias a la resurrección de su Hijo.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz Pascua de Resurrección.+ Juan José Asenjo PelegrinaArzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas: Termina la Semana Santa con la solemnidad de la Resurrección del Señor. La Iglesia, que ha estado velando junto al sepulcro de Cristo, proclama jubilosa en la Vigilia Pascual las maravillas que Dios ha obrado a favor de su pueblo desde la creación del mundo y a lo largo de toda la historia de la salvación.
Canta, sobre todo, el gran prodigio de la resurrección de Jesucristo, del que las otras maravillas eran sólo pálida figura. Jesucristo, la luz verdadera que alumbra a todo hombre, que pareció oscurecerse en el Calvario, alumbra hoy con nuevo fulgor, disipando las tinieblas del mundo y venciendo a la muerte y al pecado.
Jesucristo resucitado, brilla hoy en medio de su Iglesia e ilumina los caminos del mundo y nuestros propios caminos.La resurrección del Señor es el corazón del cristianismo. Nos lo dice abiertamente San Pablo: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe... somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15,14-20).
La resurrección del Señor es el pilar que sostiene y da sentido a toda la vida de Jesús y a nuestra vida. Ella es el hecho que acredita la encarnación del Hijo de Dios, su muerte redentora, su doctrina y los signos y milagros que la acompañan.
La resurrección del Señor es también es el más firme punto de apoyo de la vida y del compromiso de los cristianos, lo que justifica la existencia de la Iglesia, la oración, el culto, la piedad popular, nuestras tradiciones y nuestro esfuerzo por respetar la ley santa de Dios.
Para algunos, la resurrección de Jesús es una quimera, un hecho legendario o simbólico sin consistencia real. No sería otra cosa que la pervivencia del recuerdo y del mensaje del Maestro en la mente y en el corazón de sus discípulos.
Gracias a las mujeres, que ven vacío el sepulcro del Señor, y a los numerosos testigos que a lo largo de la Pascua contemplan al Señor resucitado, nosotros sabemos que esto no es verdad. La resurrección del Señor es el núcleo fundamental de la predicación de los Apóstoles. Ellos descubrieron la divinidad de Jesús y creyeron en Él, cuando le vieron resucitado. Hasta entonces se debatían entre brumas e inseguridades.
Ser cristiano consiste precisamente en creer que Jesús murió por nuestros pecados, que Dios lo resucitó para nuestra salvación y que, gracias a ello, también nosotros resucitaremos. Por ello, el Domingo de Pascua es la fiesta primordial de los cristianos, la fiesta de la salvación y el día por antonomasia de la felicidad y la alegría.
La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida, la gran noticia para toda la humanidad, porque todos estamos llamados a la vida espléndida de la resurrección. La fe en la resurrección no ocupa hoy el centro de la vida de muchos cristianos. Precisamente por ello, nuestro mundo es tan pobre en esperanza. Lo revelan cada día no pocas noticias dramáticas. La resurrección del Señor, sin embargo, alimenta nuestra esperanza.
Gracias a su misterio pascual, el Señor nos ha abierto las puertas del cielo y prepara nuestra glorificación. Los cristianos esperamos "unos cielos nuevos y una tierra nueva", en los que el Señor "enjugará las lágrimas de todos los ojos, donde no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos, ni fatiga, porque el mundo viejo habrá pasado" (Apoc 21,4).
Esta esperanza debe iluminar todas las dimensiones y acontecimientos de nuestra vida. Para bien orientarla, tenemos que aceptar esta verdad fundamental: un día resucitaremos, lo que quiere decir que ya desde ahora debemos vivir la vida propia de los resucitados, es decir, una vida alejada del pecado, del egoísmo, de la impureza y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, fraterna, cimentada en la verdad, la justicia, la misericordia, el perdón, la generosidad y el amor a nuestros hermanos; una vida, por fin, sinceramente piadosa, alimentada en la oración y en la recepción de los sacramentos.
La resurrección del Señor debe reanimar nuestra esperanza debilitada y nuestra confianza vacilante. Esta verdad original del cristianismo debe ser para todos los cristianos manantial de alegría y de gozo, porque el Señor vive y nos da la vida. Gracias a su resurrección, sigue siendo el Enmanuel, el Dios con nosotros, que tutela y acompaña a su Iglesia "todos los día hasta la consumación del mundo".
Desde esta certeza, felicito a todas las comunidades de la Archidiócesis. Que el anuncio de la resurrección de Jesucristo os anime a vivir con hondura vuestra vocación cristiana. Así se lo pido a la Santísima Virgen, que hoy más que nunca es la Virgen de la Alegría. Que ella nos haga experimentar a lo largo de la Pascua y de toda nuestra vida la alegría y la esperanza por el destino feliz que nos aguarda gracias a la resurrección de su Hijo.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz Pascua de Resurrección.+ Juan José Asenjo PelegrinaArzobispo de Sevilla
domingo, 4 de abril de 2010
TEMA DE REFLEXION PARA LA JUNTA DE TURNO DEL MES DE ABRIL
ENCUENTROS CON CRISTO EUCARISTÍA
Abril de 2010.
IV.- ”Señor mío, y Dios mío”.
Tus llagas tocó Tomás Haz que mi fe en Tí
Yo no las veo. Crezca siempre;
Dios y Señor mío, Que espere siempre en Ti,
Con él te confieso. Y que te ame.
Un ser vivo, no un fantasma. Al ver a Cristo resucitado por primera vez, los Apóstoles creyeron ver un fantasma. Se asustaron. El Señor les pidió de comer para dejar claro en su mente que Él no era un fantasma, que era un ser vivo, el mismo Cristo con un Cuerpo ya glorioso. Santo Tomás vió y metió sus dedos en las llagas del Cuerpo glorioso de Cristo, y confesó su fe:
-“Señor mío, y Dios mío”.
Nuestros ojos, nuestro espíritu, no ven, ni reciben, la luz de santo Tomás. Sabemos, sin embargo, que la realidad que “late” en la Eucaristía es verdaderamente el mismo Cristo que nos invita a la Fe, como invitó a Tomás a creer, en el cenáculo.
“¡Ayúdame, Señor, a creer!”
Es la exclamación del cristiano ante el Sagrario. Adorando la Eucaristía confesamos nuestra fe en Cristo Nuestro Señor ante Dios y ante los hombres.
“El justo vive de la Fe”.
Es la fe en la Eucaristía la luz más clara que brilla siempre, aun en la oscuridad que acompaña tantos días los pasos del hombre sobre la tierra. Y no solo fe en la presencia real sacramental de Cristo. No. Fe en que en la Eucaristía vive el mismo Cristo vivo que contempló el buen ladrón, que contempló santo Tomás.
La fe en la Eucaristía agranda los ojos del entendimiento, para que en el ocultamiento del Dios-Hombre, el hombre vea a Dios hecho hombre. Y así, con esa Fe, viviremos el mejor acto de fe que en el Calvario vivió el buen ladrón: solo osa pedir el reino quien ya ha visto a Cristo Resucitado.
¿Cómo es posible la fe del buen ladrón?
Por su arrepentimiento. La confesión de los pecados, la conciencia de ser pecador, mata en el alma la raíz del pecado, el mal del pecado. En la confesión, el pecador muere con Cristo en la Cruz, y deja libre su espíritu para resucitar. El pedir perdón por los propios pecados es el fruto de la Resurrección de Cristo en el alma del hombre pecador.
El Señor pidió de comer a sus apóstoles asustados. En la Eucaristía, es él mismo el que nos da de comer. Él se hace comida. “En verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 53).
Las palabras son explícitas. Comemos, si amamos. El amor, la caridad, llena nuestra alma de hambre del Señor. Descubrimos que Él es la Palabra de vida eterna, que Él es alimento de vida eterna.
Te diligere. Pedimos que nos enseñe a amarle, y que ponga siempre en nuestro corazón el desear de amarle más, pidiendo ese perdón por los pecados, para que nuestro espíritu se abra a amar más.
En la Eucaristía aprendemos y nos alimentamos de las mismas fuentes del amor de Dios. Y aprendemos a amar en el mismo acto de amor más profundo que Dios tiene con los hombres: entregarnos en plenitud a su Hijo Bien Amado.
* * * * *
Cuestionario.-
-¿Tengo todavía vergüenza, o el falso pudor, de decirle sencillamente que le amo?
-El buen ladrón manifestó claramente su fe en Cristo, ¿siento alguna vez respetos humanos para decir que soy creyente en Jesucristo, Dios y hombre verdadero?
-¿Leo los Santos Evangelios para conocer mejor la vida de Cristo, y poder decirle, en toda confianza, “Quédate con nosotros, Señor”?
Abril de 2010.
IV.- ”Señor mío, y Dios mío”.
Tus llagas tocó Tomás Haz que mi fe en Tí
Yo no las veo. Crezca siempre;
Dios y Señor mío, Que espere siempre en Ti,
Con él te confieso. Y que te ame.
Un ser vivo, no un fantasma. Al ver a Cristo resucitado por primera vez, los Apóstoles creyeron ver un fantasma. Se asustaron. El Señor les pidió de comer para dejar claro en su mente que Él no era un fantasma, que era un ser vivo, el mismo Cristo con un Cuerpo ya glorioso. Santo Tomás vió y metió sus dedos en las llagas del Cuerpo glorioso de Cristo, y confesó su fe:
-“Señor mío, y Dios mío”.
Nuestros ojos, nuestro espíritu, no ven, ni reciben, la luz de santo Tomás. Sabemos, sin embargo, que la realidad que “late” en la Eucaristía es verdaderamente el mismo Cristo que nos invita a la Fe, como invitó a Tomás a creer, en el cenáculo.
“¡Ayúdame, Señor, a creer!”
Es la exclamación del cristiano ante el Sagrario. Adorando la Eucaristía confesamos nuestra fe en Cristo Nuestro Señor ante Dios y ante los hombres.
“El justo vive de la Fe”.
Es la fe en la Eucaristía la luz más clara que brilla siempre, aun en la oscuridad que acompaña tantos días los pasos del hombre sobre la tierra. Y no solo fe en la presencia real sacramental de Cristo. No. Fe en que en la Eucaristía vive el mismo Cristo vivo que contempló el buen ladrón, que contempló santo Tomás.
La fe en la Eucaristía agranda los ojos del entendimiento, para que en el ocultamiento del Dios-Hombre, el hombre vea a Dios hecho hombre. Y así, con esa Fe, viviremos el mejor acto de fe que en el Calvario vivió el buen ladrón: solo osa pedir el reino quien ya ha visto a Cristo Resucitado.
¿Cómo es posible la fe del buen ladrón?
Por su arrepentimiento. La confesión de los pecados, la conciencia de ser pecador, mata en el alma la raíz del pecado, el mal del pecado. En la confesión, el pecador muere con Cristo en la Cruz, y deja libre su espíritu para resucitar. El pedir perdón por los propios pecados es el fruto de la Resurrección de Cristo en el alma del hombre pecador.
El Señor pidió de comer a sus apóstoles asustados. En la Eucaristía, es él mismo el que nos da de comer. Él se hace comida. “En verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 53).
Las palabras son explícitas. Comemos, si amamos. El amor, la caridad, llena nuestra alma de hambre del Señor. Descubrimos que Él es la Palabra de vida eterna, que Él es alimento de vida eterna.
Te diligere. Pedimos que nos enseñe a amarle, y que ponga siempre en nuestro corazón el desear de amarle más, pidiendo ese perdón por los pecados, para que nuestro espíritu se abra a amar más.
En la Eucaristía aprendemos y nos alimentamos de las mismas fuentes del amor de Dios. Y aprendemos a amar en el mismo acto de amor más profundo que Dios tiene con los hombres: entregarnos en plenitud a su Hijo Bien Amado.
* * * * *
Cuestionario.-
-¿Tengo todavía vergüenza, o el falso pudor, de decirle sencillamente que le amo?
-El buen ladrón manifestó claramente su fe en Cristo, ¿siento alguna vez respetos humanos para decir que soy creyente en Jesucristo, Dios y hombre verdadero?
-¿Leo los Santos Evangelios para conocer mejor la vida de Cristo, y poder decirle, en toda confianza, “Quédate con nosotros, Señor”?
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