DOMINGO DE GAUDETE
Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de
entrada, que dice:
Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte.
(Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres).
La antífona está tomada de la carta paulina a los filipenses ( Flp. 4,
4-5),
que sigue diciendo Dominus prope este (el Señor está cerca).
Y efectivamente, en este tercer domingo, que marca la mitad del Adviento,
la llegada del Señor
se ve cercana.
ORACIÓN DE LA ALEGRÍA
JESUCRISTO:
¡Qué alegría!
saber que estás de mi parte,
haga lo que haga,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
saber que estás de mi parte,
haga lo que haga,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué
alegría!
sentir que me aceptas como soy,
y que no necesitas que me justifique,
Jesucristo, por tu amor.
sentir que me aceptas como soy,
y que no necesitas que me justifique,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué
alegría!
comprobar tu fidelidad inagotable,
inamovible como la Roca,
Jesucristo, por tu amor.
comprobar tu fidelidad inagotable,
inamovible como la Roca,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué
alegría! poder decirte "Te quiero",
y tú creértelo a pesar de todo,
Jesucristo, por tu amor.
y tú creértelo a pesar de todo,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué
alegría!
hacer contigo de la vida una historia de amor,
hecha de holas y adioses,
por tu amor.
hacer contigo de la vida una historia de amor,
hecha de holas y adioses,
por tu amor.
Domingo
de la Semana 3ª del Tiempo de Adviento.
Ciclo C
«¿Qué debemos hacer?»
Lectura del profeta Sofonías (3,14-18): El Señor se alegra con júbilo en ti.
Regocíjate,
hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón,
Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El
Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día
dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu
Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti,
te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.»
Salmo: Cántico de Isaías 12, 2-3. 4bed. 5-6: Acción de gracias del pueblo salvado.
R./ Gritad
jubilosos: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»
Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses (4,
4-7): El Señor está cerca.
Estad
siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la
conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
Nada os
preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de
gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (3,10-18): ¿Qué hemos de hacer?
En aquel
tiempo, la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces, qué hacemos? Él contestó: El que
tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida, haga lo mismo.
Vinieron
también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos
nosotros?» Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido.»
Unos
militares le preguntaron: «¿Qué hacemos nosotros?» Él les contestó: «No hagáis
extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.»
El pueblo
estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él
tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que
puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias.
Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar
su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no
se apaga.»
Añadiendo otras muchas cosas,
exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.
& Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
Las lecturas en este
tercer Domingo de Adviento son un adelanto a la alegría que vamos a vivir el
día de Navidad. Alegría para los habitantes de Jerusalén que verán alejarse el
dominio asirio y la idolatría y podrán así rendir culto a Yahveh con libertad (Primera
Lectura). Alegría constante y desbordante de los cristianos de Filipo porque la
paz de Dios «custodiará sus corazones y
sus pensamientos en Cristo Jesús» (Segunda Lectura). Alegría y esperanza
que comunica Juan el Bautista al pueblo mediante la predicación de la Buena
Nueva del Mesías Salvador, que instaurará con su venida el reino de justicia y
amor prometido al pueblo elegido y a toda la humanidad (Evangelio).
J «Como el pueblo estaba a la espera...»
Cuando Juan el Bautista
comenzó su predicación se respiraba en el ambiente la convicción de que la
Salvación de Dios estaba a punto de revelarse. Lo dice el Evangelio de hoy: «El pueblo estaba a la espera...» (Lc 3,
15). Es más, se pensaba que el Cristo, el Ungido de Dios enviado para salvar a
su pueblo, ya estaba vivo en alguna parte y bastaba que comenzara a
manifestarse. Lucas anota con precisión un dato que ha determinado toda la
cronología: «Jesús, al comenzar, tenía
unos treinta años» (Lc 3,23).
Los mayores tenían que recordar aquel rumor que se había difundido treinta años
antes sobre ciertos pastores que aseguraban haber oído este anuncio: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
Salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2,11). El anciano Simeón debió ser un personaje conocido en los ambientes
del templo. Y bien, de él se recordaba que antes de morir había dicho que había
visto al Salvador (ver Lc 2,29-30). Había también una profetisa, Ana, que no se
apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día. Ella tuvo ocasión de ver al
niño Jesús, recién nacido, cuando fue presentado por sus padres en el Templo
(ver Lc 2,38). Los que la habían oído tenían que recordar a ese niño.
Sin embargo la situación de
Jerusalén y de Israel ya no podía ser peor. Israel estaba bajo dominio
extranjero y era obligado a pagar un pesado tributo. Roma entraba en todo y
controlaba todo, incluso las finanzas del templo y hasta el culto judío. La
fortaleza Antonia estaba edificada adyacente al templo y desde sus murallas se
mantenía estrecha vigilancia de todo lo que ocurría en los atrios del lugar
sagrado; en la fortaleza se conservaba bajo custodia del comandante romano la
costosa estola del Sumo Sacerdote y su uso era permitido sólo cuatro veces al
año en las grandes fiestas; dos veces al día se debía ofrecer en el templo un
sacrificio «por el César y por la nación
Romana». Dios había prometido a Israel un rey ungido como David
(Christós), que los salvaría de la situación a que estaban reducidos. Si
alguien esperaba el cumplimiento de esa promesa, era éste el momento. En el Evangelio de hoy distinguimos claramente tres
partes: la orientación de Juan a tres grupos muy bien diferenciados (10-14); la
presentación que Juan hace de sí mismo ante la expectativa del pueblo (15 -16a)
y el explícito anuncio del Mesias (16b-18).
K «¿Qué debemos hacer?»
La pregunta obvia de la gente
que rodeaba al Bautista es: «¿Qué debemos
hacer?». Juan da instrucciones para cada categoría de personas ya que los
intereses eran muy diferentes. La respuesta de Juan no es un altisonante
discurso, pero tampoco es una “recetita” de agua tibia para tranquilizar la
conciencia. En los tres casos la catequesis tiene un denominador común: el amor
solidario y la justicia. Todos estamos llamados a practicar la solidaridad: «El que tenga dos túnicas que las reparta
con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo». A los
publicanos o recaudadores de impuestos les dice: «no exijáis más de lo debido». Por lo tanto justicia y equidad. A
los soldados: «no hagáis extorsión a
nadie, ni os aprovechéis con denuncias falsas, sino contentaos con la paga».
Consejos que sin duda, tienen
una tremenda actualidad. Ambas profesiones tenían muy mala fama en Israel y
eran objeto del desprecio religioso por parte de los puritanos fariseos. Los
publicanos recaudaban los impuestos para los romanos, y tendían a exigir más de
lo debido en beneficio propio. Los soldados solían abusar de su poder buscando dinero por medios
ilícitos y extorsionando a la gente. Pues bien, sorprendentemente el Bautista
no les dice que, para convertirse, han de abandonar la profesión, sino que la
ejerciten honradamente. Para ellos la conversión efectiva será pasar de la
injusticia y del dominio al amor a los demás, expresado en el servicio y la
justicia.
K ¿Eres tú el Cristo...?
El pueblo estaba realmente
expectante y todos se preguntaban si Juan no sería el mesías. La figura
«heterodoxa» del profeta en el desierto, que no frecuentaba el templo de
Jerusalén ni la sinagoga en día sábado; suscitó un fuerte movimiento religioso.
Para unos el mesías esperado debía de implantar un nuevo ordenamiento religioso
y social; para otros, era el profeta Elías redivivo, quien según la tradición
judía volvería al comienzo de los tiempos mesiánicos (ver Mal 3,23; Eclo
48,10); y todavía para unos terceros era el profeta por antonomasia, es decir
Moisés reencarnado. Pero Juan les declara a todos: «Yo os bautizo con
agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la
correa de sus sandalias». Era
propio de los esclavos el quitar y poner el calzado a sus señores. Y así lo que
Juan nos dice es que él ni siquiera es digno de desatar la correa de los
zapatos al Señor, ni aún como esclavo.
Juan se puso entonces a
bautizar invitando a la conversión. Y lo hacía en términos un tanto alarmantes:
«Ya está el hacha puesta a la raíz de los
árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego». Esto
provocó en los oyentes la reacción que era de esperar y de ahí la pregunta
sobre que deberían hacer. Notemos que aunque esté en el umbral del Nuevo
Testamento, Juan todavía pertenece al Antiguo Testamento y, por tanto, la
norma de conducta que enseña no es aún la norma evangélica.
Y, sin embargo, debemos
reconocer que nosotros ni siquiera observamos esa norma, pues aún hay muchos
que no tienen con qué vestirse ni qué comer, mientras a otros les sobra. Si no
observamos la norma de Juan, ¿qué decir de la norma de Cristo: «Amaos los unos a los otros como yo os he
amado»? Ésta es la norma que tenemos nosotros para que la segunda venida de
Cristo nos encuentre velando y preparados. Para cumplirla debemos examinar
«cómo nos amó Jesús» y vivir de acuerdo a su ejemplo. Pero esto es imposible a
las fuerzas humanas abandonadas a sí mismas; es necesaria la acción del Espíritu
Santo, el mismo que Juan vio descender sobre Jesús y que le permitió
reconocerlo como el que ahora iba a bautizar con Espíritu Santo.
J ¡Alégrate y exulta de
todo corazón, hija de Jerusalén!
En la Primera Lectura
leemos una invitación al gozo y la alegría mesiánica. Sofonías es un profeta
durante el reinado del rey Josías que después de los tristes años de decadencia
religiosa, bajo el reinado de Manasés (693-639 A.C.), es reconocido como el continuador
de las reformas religiosas de su bisabuelo Ezequías. Sin embargo el rey en su
intento de detener las tropas del Faraón, que corría en auxilio de Asiría, fue
muerto en el combate. El pueblo, escandalizado por aquel aparente abandono de
Dios, vuelve a las prácticas paganas. Sofonías siente acercarse el día de la
«gran cólera» pero concluye con una profecía de esperanza y anuncia una edad de
oro para Israel. El Señor se hace presente en medio de su pueblo porque lo ama,
por eso invita al pueblo que grite de alegría y de júbilo. El texto que hemos
leído es aplicado a nuestra Madre María, la «hija de Sión» por excelencia; cuyo
eco repite el saludo del ángel Gabriel en la Anunciación: «!
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!» (Lc 1,28).
J Un mandamiento de alegría
En el pasaje de la
carta a los filipenses vemos como se une la mesura a la serenidad y a la paz; y
como todas ellas se fundamentan en el cercano encuentro con el Señor Jesús. Es
probable que en el momento de escribir y recibir la carta, tanto San Pablo como
los filipenses pensasen en una proximidad cronológica, es decir, en que la
venida gloriosa de Jesucristo para clausurar la historia, la llamada “parusía”
del Señor, estaba realmente cercana. A nosotros, por otro lado, nos bastaría
pensar en la real presencia del Señor ya que Él «está con nosotros todos los días hasta el final del
mundo» (Mt 28,20); para que de este modo nuestra existencia esté
llena de esperanza y de alegría. La tristeza no nos podrá dominar si sabemos
dar razón de nuestra esperanza y vivir de acuerdo a ella. «La alegría es el gigantesco secreto del cristiano» nos decía G.K.
Chesterton.
+ Una
palabra del Santo Padre:
«"Alegraos.
(...) El Señor está cerca" (Flp
4, 4. 5). Este tercer Domingo de Adviento se caracteriza por la alegría: la alegría de quien espera
al Señor que "está cerca", el Dios con nosotros, anunciado por los
profetas. Es la «gran alegría» de la Navidad, que hoy gustamos anticipadamente;
una alegría que «será de todo el pueblo», porque el Salvador ha venido y vendrá
de nuevo a visitarnos desde las alturas como el sol que surge (ver Lc 1,78).
Es la alegría de los cristianos, peregrinos en
el mundo, que aguardan con esperanza la vuelta gloriosa de Cristo,
quien, para venir a ayudarnos, se despojó de su gloria divina. Es la alegría de este Año santo, que
conmemora los dos mil años transcurridos desde que el Hijo de Dios, Luz de Luz,
iluminó con el resplandor de su presencia la historia de la humanidad...
"¿Qué debemos hacer?". La primera respuesta que os da la palabra de Dios es una invitación a recuperar la alegría...Sin
embargo, esta alegría que brota de la gracia divina no es superficial y efímera. Es una alegría profunda, enraizada
en el corazón y capaz de impregnar toda la existencia del creyente. Se trata de
una alegría que puede convivir con las dificultades, con las pruebas e incluso,
aunque pueda parecer paradójico, con el dolor y la muerte.
Es la alegría de la Navidad y de la Pascua, don del Hijo
de Dios encarnado, muerto y resucitado; una alegría que nadie puede quitar a
cuantos están unidos a Él en la fe y en
las obras (ver Jn 16,22-23)».
Juan
Pablo II. Homilía del 17 de diciembre de 2000. Jubileo del mundo del
Espectáculo
' Vivamos
nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Nos
dice Santo Tomás de Aquino: «El amor produce en el hombre la perfecta alegría.
En efecto, sólo disfruta de veras el que vive la caridad». ¿Cómo vivo esta
realidad? ¿Soy una persona alegre?
2. El
mensaje de Juan el Bautista es muy claro. ¿Soy una persona justa? ¿Soy
solidario con mis hermanos o encuentro en mi corazón resquicios de
discriminación hacia mis hermanos?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica
los numerales: 30. 673-674. 840. 1084-1085. 2853.
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