sábado, 6 de enero de 2018
Tiempo de Navidad. Bautismo del Señor. Ciclo B – 8 de enero de 2018 «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»
Lectura del libro profeta Isaías (42, 1- 4.6-7): Mirad a mi siervo, a quien prefiero.
Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceara por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»
Salmo 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10: El Señor bendice a su pueblo con la paz. R./
Hijos de Dios, aclamad al Señor, // aclamad la gloria del nombre del Señor, // postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R./
La voz del Señor sobre las aguas, // el Señor sobre las aguas torrenciales. // La voz del Señor es potente, // la voz del Señor es magnífica. R./
El Dios de la gloria ha tronado. // En su templo un grito unánime: «¡Gloria!» // El Señor se sienta por encima del aguacero, // el Señor se sienta como rey eterno. R./
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 34-38): Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: - «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (1, 7 – 11): Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.
En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Todos los textos litúrgicos, de una u otra manera, se refieren a la «novedosa» acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios que leemos en el profeta Isaías (Primera Lectura) cuando se refiere al «Siervo de Dios». Resulta también algo «novedoso» que Jesús sea bautizado por Juan en el Jordán, que el cielo se abra, que el Espíritu Santo descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo diciendo: «Éste es mi Hijo amado». Dentro de la mentalidad judía, es también absolutamente nuevo lo que proclama San Pedro:«Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato». En el Catecismo de la Iglesia Católica leemos: «En su bautismo, “se abrieron los cielos” (Mt 3,16) que el pecado de Adán había cerrado...como preludio de la nueva creación» .Es sin duda ésta, la nueva acción de Dios en la historia.
Una «carta de presentación»
Por boca del profeta Isaías , Dios había anunciado muchos siglos antes del nacimiento de Jesús, a aquél que sería el elegido: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre Él» (Is 42,1-2). A la elección del «siervo de Yahveh», acompaña una efusión del Espíritu; como se da en el caso de los jefes carismáticos de los tiempos antiguos, en los Jueces (ver Jc 3,10s) y en los primeros Reyes (ver 1Sam 9,17; 10,9-10; 16,12-13). Las palabras del profeta Isaías se volverán a escuchar en el momento en que el Señor Jesús, al acudir al Jordán para ser bautizado por Juan, inicia su misión (ver Mt 3,17).
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, el Apóstol Pedro, haciendo referencia al momento en que se inicia el ministerio público de Jesús en su discurso en la casa del Centurión Cornelio , relaciona Jesús, bautizado en el Jordán, con el «siervo de Yahveh». Pedro dice de Él que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con Él» (Hech 10,38). La misión fundamental del Verbo Encarnado es hacer el bien y llevar la «Buena Nueva» a todas las naciones; judíos y gentiles .
La visita de Pedro a la casa de Cornelio y el descenso del Espíritu Santo; es de inmensa importancia para la iglesia primitiva, por cuanto marcó la entrada de los gentiles en su seno . En lo sucesivo el Espíritu Santo será dado a todos aquellos que, fuera cual fuera su origen, oyeren con fe la «Nueva Noticia» del Señor Jesucristo. Cornelio, sus familiares y amigos, en el momento de su conversión fueron bautizados con el Espíritu Santo como los discípulos en Pentecostés (Hch. 11:15-17).
El inicio de la vida pública de Jesús
El bautismo de Jesús en el Jordán de manos de Juan Bau¬tista es el primer acto público de la vida de Jesús e inicia su ministerio público. Esta simple obser¬vación nos sugiere que ya está aquí contenido, en ger-men, lo que será el desarrollo completo de su vida. En cierto sentido está expresado aquí el misterio completo de Cristo, tal como es resumido por San Pablo en su carta a los Filipenses: «Cristo, siendo de condición divina... se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo... se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre...» (Fil 2,5-11).
El Hijo de Dios se hizo hombre verdadero, «igual a noso¬tros en todo menos en el pecado» (Heb 4,15). En el pecado no, pero sí en la condición del hombre pecador, es decir, víctima de la fatiga, del dolor, del hambre y la sed, y sobre todo de la consecuencia más extrema del pecado: la muerte. Pero ese abajamiento fue un «sacrificio» grato a Dios y obtuvo para todo el género humano la reconciliación. Así había sido anun¬ciado muchos siglos antes por el profeta Isaías: «Por su amor justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos Él soportará... indefenso se entregó a la muerte y fue conta¬do entre los impíos, mientras Él llevaba el pecado de muchos e intercedía por los pecadores» (Is 53,11-12).
El bautismo de Juan
El bautismo de Juan era un baño de agua (inmersión) en el Jordán que se hacía confesando los pecados. El mismo Juan predica: «Yo os bautizo con agua para conversión». Había que reconocer la propia condición de hombre pecador y someterse a este rito de penitencia con la intención de morir a la vida de pecado. Pero la liberación verdadera del pecado no era posible mientras no viniera el que había de expiar nuestros pecados con su muerte en la cruz. Juan lo reconoce cuando, indicando a Jesús, dice: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La muerte de Jesús en la cruz ha dado eficacia al Bautismo cris¬tiano, del cual el bautismo de Juan no era más que un símbolo: «Yo bautizo con agua... Él os bautizará con el Espíri¬tu San¬to». Por eso, cuando Jesús se presenta a Juan para ser bauti-za¬do, éste «trataba de impedírselo diciendo: Soy yo el que necesita ser bautizado por ti».
La misión de Jesús
La insistencia de Jesús para bautizarse, como dijimos, indica lo central de su misión: «Déjame ahora pues conviene que así cumplamos toda justicia». Entrando en el bautismo de Juan, Jesús fue contado entre los pecadores. De esta manera este hecho es un símbolo del sacrificio en la cruz. En la cruz Cristo también fue contado entre los pecadores; en efecto, «junto con Él crucificaron a dos malhechores, uno a la dere¬cha y otro a la izquierda». Pero sobre todo, porque Él, aunque no conoció pecado, asumió sobre sí el salario del pecado que es la muerte. El mismo Jesús lo había advertido a sus apóstoles: «Es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: He sido contado entre los malhechores» (Lc 22,37). Es una frase similar a la que dijo en su bautismo: «Es necesario que se cumpla toda justicia».
El bautismo de Jesús en el Jordán es entonces un símbolo y el primer anuncio de su muerte en la cruz. Hemos dicho que el bautismo era un rito penitencial, es decir, en cierto sentido, expiatorio por el pecado, como eran los sacrificios, en los cuales mediaba la muerte de la víctima. Era, por tanto, de esperar que «el bautismo para penitencia» se aso¬ciara a la muerte expiatoria por el pecado y se usara como una metáfora de ella. Así lo comprende el mismo Jesús, como se deduce de la pregunta que pone a los hermanos Santiago y Juan: «¿Podéis ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc 10,38). Y en otro lugar expresa su deseo de llevar a término su misión con estas palabras: «Tengo que ser bautizado con un bautismo y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!» (Lc 12,50). También aquí, en el bautismo de Juan, después de su humillación y obediencia, Jesús es exaltado por la voz del Padre que dice: «Éste es mi Hijo amado en quien me complazco».
El don del Espíritu Santo
Los Evangelios son constantes en afirmar que con ocasión del bautismo de Jesús Él fue confirmado como el Ungido por el Espíritu Santo. Los Evangelios precisan que esto no fue un «efecto» del bautismo de Juan, pues no ocurrió mientras Jesús estaba en el agua, sino una vez que «Jesús salió del agua». El don del Espíritu será un efecto del bautismo instituido por Jesús, pues Él es quien «bautiza en Espíritu Santo».
El relato continúa: «Una voz que salía de los cielos decía: ‘Este es mi Hijo amado en quien me com-plazco'». Esta voz se dirige a todos para manifestar a Jesús como el Hijo de Dios. Es pues una epifanía. Es claro que la voz del cielo repite el oráculo de Isaías sobre el Siervo de Yahveh, pero se da el tremendo paso de sustituir «siervo» por «Hijo». En lugar de decir «mi siervo», Dios Padre se refiere a Jesús llamándolo «mi Hijo amado».
Una palabra del Santo Padre:
«Decía: es la fe de la Iglesia. Esto es muy importante. El Bautismo nos introduce en el cuerpo de la Iglesia, en el pueblo santo de Dios. Y en este cuerpo, en este pueblo en camino, la fe se transmite de generación en generación: es la fe de la Iglesia. Es la fe de María, nuestra Madre, la fe de san José, de san Pedro, de san Andrés, de san Juan, la fe de los Apóstoles y de los mártires, que llegó hasta nosotros, a través del Bautismo: una cadena de trasmisión de fe. ¡Es muy bonito esto! Es un pasar de mano en mano la luz de la fe: lo expresaremos dentro de un momento con el gesto de encender las velas en el gran cirio pascual. El gran cirio representa a Cristo resucitado, vivo en medio de nosotros. Vosotras, familias, tomad de Él la luz de la fe para transmitirla a vuestros hijos. Esta luz la tomáis en la Iglesia, en el cuerpo de Cristo, en el pueblo de Dios que camina en cada época y en cada lugar. Enseñad a vuestros hijos que no se puede ser cristiano fuera de la Iglesia, no se puede seguir a Jesucristo sin la Iglesia, porque la Iglesia es madre, y nos hace crecer en el amor a Jesucristo.
Un último aspecto surge con fuerza de las lecturas bíblicas de hoy: en el Bautismo somos consagrados por el Espíritu Santo. La palabra «cristiano» significa esto, significa consagrado como Jesús, en el mismo Espíritu en el que fue inmerso Jesús en toda su existencia terrena. Él es el «Cristo», el ungido, el consagrado, los bautizados somos «cristianos», es decir consagrados, ungidos. Y entonces, queridos padres, queridos padrinos y madrinas, si queréis que vuestros niños lleguen a ser auténticos cristianos, ayudadles a crecer «inmersos» en el Espíritu Santo, es decir, en el calor del amor de Dios, en la luz de su Palabra. Por eso, no olvidéis invocar con frecuencia al Espíritu Santo, todos los días. «¿Usted reza, señora?» —«Sí» —«¿A quién reza?» —«Yo rezo a Dios» —Pero «Dios», así, no existe: Dios es persona y en cuanto persona existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. «¿Tú a quién rezas?» —«Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo». Normalmente rezamos a Jesús. Cuando rezamos el «Padrenuestro», rezamos al Padre. Pero al Espíritu Santo no lo invocamos tanto. Es muy importante rezar al Espíritu Santo, porque nos enseña a llevar adelante la familia, los niños, para que estos niños crezcan en el clima de la Trinidad santa. Es precisamente el Espíritu quien los lleva adelante. Por ello no olvidéis invocar a menudo al Espíritu Santo, todos los días. Podéis hacerlo, por ejemplo, con esta sencilla oración: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Podéis hacer esta oración por vuestros niños, además de hacerlo, naturalmente, por vosotros mismos».
Papa Francisco. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. Domingo 11 de enero de 2015.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Con la celebración del Bautismo de Jesús se termina el Tiempo Litúrgico de la Navidad y se inicia el Tiempo Ordinario. Contemplemos una vez más el misterio del nacimiento de nuestro Reconciliador en Belén. Renovemos una vez más nuestras resoluciones (regalos) para este año que se inicia ante el Niño Dios.
2. En el bautismo de Jesús, recordamos nuestro propio bautismo: fundamento de nuestra vida de fe. ¿Cómo vivo mi fe recibida en el bautismo? ¿Soy consciente de las promesas de mi bautismo?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 536, 720, 1224-1225. 1267 - 1270.
texto facilitado por J.R. PULIDO, presidente diocesano y vicepresidente del Consejo nacional de ANE
foto: cameso
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