sábado, 28 de abril de 2018

Domingo de la Semana 5ª de Pascua. Ciclo B – 29 de abril de 2018. «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos»



Se acerca Pentecostés y los rocieros caminan hacia la Ermita del Rocio


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (9,26-31): Les contó cómo había visto al Señor en el camino.

En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de jun¬tarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los após-toles.
Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públi¬camente el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusa¬lén, predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propu¬sieron suprimirlo. Al ente-rarse los hermanos, lo bajaron a Cesa¬rea y lo enviaron a Tarso.
La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fi-delidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.

Salmo 21,26b-27.28.30.31-32: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea. R/.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles. // Los desvalidos comerán hasta saciarse, // alabarán al Señor los que lo buscan: // viva su corazón por siempre. R/.

Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; // en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. // Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, // ante él se inclinarán los que bajan al polvo. R/.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, // hablarán del Señor a la generación futura, // contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: // todo lo que hizo el Señor. R/.

Lectura de la primera carta de San Juan (3,18-24): Éste es su mandamiento: que creamos y que amemos.

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.
Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo re-cibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su manda-miento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que per-manece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (15,1-8): El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Todas las lecturas de este quinto Domingo de Pascua nos hablan de la necesidad de estar unidos a Je-sucristo, Muerto y Resucitado para producir los frutos buenos que el Padre espera de nosotros. La Primera Lectura nos muestra a San Pablo que narra su conversión a los apóstoles y sus predicaciones en Damasco. Su anhelo es el de predicar sin descanso a Cristo a pesar de las amenazas de muerte de los hebreos de lengua griega. En la Segunda Lectura, San Juan continúa su exposición sobre las verdaderas exigencias del amor. No se ama solamente con bellas palabras o discursos altisonantes, como pretendían la secta de los «gnósticos» , sino en obras concretas de amor. No se puede separar la fe de la vida cotidiana. La bella parábola de la vid y los sarmientos nos confirma que sólo podremos dar frutos de caridad, si perma-necemos unidos a la vid verdadera, Cristo el Señor.

 De Saulo a Pablo

Leemos en el inicio del capítulo 9 del libro de los Hechos de los Apóstoles: «Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén». Este mismo Saulo , después de haber sido tocado por el Señor, va intentar juntarse con los discípulos de Jesús. Es por ello comprensible el miedo y la desconfianza que inspiraba.

Tres años después de su conversión, Saulo va por primera vez a Jerusalén. Bernabé , generoso y noble chipriota que ha vendido su campo para poner el importe a los pies de los apóstoles (ver Hc 4, 36-37), fue el instrumento providencial para introducir a Saulo enla Iglesia de Jerusalén, así como en Antioquía y luego en el mundo de los gentiles. Bernabé narra como Saulo había predicado «valientemente en el nombre del Señor». Esta reveladora frase nos habla del fervor, la valentía y la convicción que va a caracterizar todo el ministerio apostólico de San Pablo. A los romanos, Pablo les dirá que no se avergüenza del Evangelio porque es «fuerza de Dios». Esta vehemencia le costará ser perseguido hasta poner su vida en peligro por el Señor. De perseguidor a perseguido...de Saulo a Pablo.

 «No amemos de palabra, ni de boca...»

La Primera Carta del apóstol San Juan pone de relieve, de modo contundente, que no se puede amar sólo de palabra, sino con obras y según la verdad. «Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su her-mano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?»(1Jn 3,17).Jesucristo ha vivido de manera plena el amor dando su vida por nosotros; así también nosotros de-bemos dar la vida por los hermanos (1Jn 3,16). ¿Cómo podemos dar la vida por los demás? Lógicamente no todos pueden dar la vida mediante el martirio ; sin embargo todos podemos dar la vida por nuestros hermanos de muchas formas concretas; ya sea mediante el servicio constante, la paciencia, el velar por el otro, etc. El hecho de actuar movidos por este criterio es signo evidente de que somos «de la verdad».

Un principio tranquilizador de nuestra conciencia lo encontraremos solamente en Dios. Él lo conoce todo y es infinitamente comprensivo con las dificultades que debemos superar para poder «guardar los mandamientos y hacer lo que le agrada». Él se halla muy por encima de nuestras pequeñeces y se alegra con nuestra conversión que, gracias a su Hijo, es fuente de verdadera paz (Rom 5,1).

 «Yo soy la vid verdadera...»

Si cualquier persona dijera: «Separados de mí no podéis hacer nada», lo consideraríamos una pretensión intolerable. Pero lo dijo Jesús y en la historia ha habido multitud de hombres y mujeres que lejos de conside-rarla una pretensión, están convencidos de su veracidad. El Evangelio de hoy es una de las páginas cumbres del Evangelio. «Yo soy la vid verdadera». Es una frase por la cual Jesús define su identidad. En primer lugar, nos llama la atención el adjetivo: «verdadera». ¿Es que hay una «falsa» vid con la cual Jesús quiere establecer el contraste? No exactamente. El adjetivo «verdade¬ro» se usa en el Evangelio de Juan para cualificar una realidad que ha sido preanunciada en el Antiguo Testa¬mento por medio de una figura y que aquí tiene su realiza¬ción plena. Ese adjetivo establece una oposición entre anuncio y cumplimiento. Es, entonces, necesario buscar en el Antiguo Testamento un lugar en que aparezca la vid como imagen, pues a ella se refiere Jesús. La afirmación de Jesús quiere decir que aquí ha alcanzado la verdad lo que allá no era más que una sombra. Aquí ha sido revelado lo que allá era un anuncio.

El lugar que buscamos lo encon¬tramos en el capítu¬lo V de Isaías. Allí Isaías refiere la canción de amor de un propie¬ta¬rio por su viña; destaca la solicitud con que la cultiva y cuida; pero también su pesar al obtener de ella solamen¬te frutos amargos. Entonces concluye: «Viña del Señor, Dios de los ejércitos, es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos» (Is 5,7). La frustra¬ción de Dios por la conducta de su pueblo se ve completamen-te reparada por la fidelidad de Jesús. Todo lo que Dios esperaba de su viña, lo obtiene con plena satis-facción de Jesucristo. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando declara: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador». Si en la canción de la viña de Isaías, el dueño «esperaba que diese uvas» (Is 5,2), esta esperanza se ve satisfecha en Jesús. En Él Dios encuen¬tra frutos abundan¬tes y delicio¬sos; en Él Dios se complace.

 «Vosotros sois los sarmientos…»

Pero, en seguida, Jesús se extiende a nuestra relación con Él diciendo: «Yo soy la vid, vosotros los sar-mien¬tos». Enseña así que también nosotros podemos participar de su condición de vid verdadera; que podemos ser parte de la misma vid cuyo viñador es el Padre; y que también nosotros podemos dar frutos que satisfagan al Padre. Pero esto sólo a condición de permanecer unidos a Cristo. Lo dice Él de manera categórica: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada». La unión con Cristo nos permite realizar un tipo de obras que tienen significado ante Dios. Incluso podemos así dar gloria a Dios: «La gloria de mi Padre está en que deis fruto, y que seáis mis discípu¬los». Esos frutos que dan gloria a Dios no los podemos dar nosotros sin Cristo, pues separados de Él somos como los sarmientos separados de la vid.

¿A qué se refiere Jesús cuando habla de «frutos»? Eso queda claro más adelante cuando dice: «Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,17). Es lo mismo que decir: «Lo que os mando es que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca» (ver Jn 15,16). El único fruto que Dios espera de nosotros es el amor; pero a menudo obtiene sólo uvas amargas, que son nuestro egoísmo. De lo enseñado por Jesús se deduce que el hombre no puede poner un acto de amor verdadero, sin estar unido a Cristo, pues el amor es un acto sobrenatural que nos es dado.

San Pablo expone esta misma enseñanza de manera incisiva en el famoso himno al amor cristiano: «Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los miste¬rios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada soy» (1Cr 13,2). Si el hombre no tiene amor, no tiene entidad ante Dios. Esto es lo que dice Jesús: «Sin mí no podéis poner un acto de amor, sin mí no podéis hacer nada, sin mí no sois nada». Empeza¬mos a existir ante Dios cuando nos injertamos en Cristo y gozamos de su misma vida divina. Y esto sucede por primera vez en nuestro bautismo.

 Una palabra del Santo Padre:

«En la parábola de la vid, Jesús no dice: “Vosotros sois la vid”, sino: “Yo soy la vid, vosotros los sar-mientos” (Jn 15, 5). Y esto significa: “Así como los sarmientos están unidos a la vid, de igual modo voso-tros me pertenecéis. Pero, perteneciendo a mí, pertenecéis también unos a otros”. Y este pertenecerse uno a otro y a Él, no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino –casi me atrevería a decir– un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital. La Iglesia es esa co-munidad de vida con Jesucristo y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía. “Yo soy la verdadera vid”; pero esto significa en realidad: “Yo soy vosotros y vosotros sois yo”; una identificación inaudita del Señor con nosotros, con su Iglesia.

Cristo mismo en aquella ocasión preguntó a Saulo, el perseguidor de la Iglesia, cerca de Damasco: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9, 4). De ese modo, el Señor señala el destino común que se deriva de la íntima comunión de vida de su Iglesia con Él, el Resucitado. En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros, y nosotros estamos con Él. “¿Por qué me persigues?”. En definitiva, es a Jesús a quien los perseguidores de la Iglesia quieren atacar. Y, al mismo tiempo, esto significa que no es-tamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesucristo está en nosotros y con nosotros.

En la parábola, el Señor Jesús dice una vez más: “Yo soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador” (Jn 15, 1), y explica que el viñador toma la podadera, corta los sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que den más fruto. Usando la imagen del profeta Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, Dios quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, y darnos un corazón vivo, de carne (cf. Ez 36, 26). Quiere darnos vida nueva y llena de fuerza, un corazón de amor, de bondad y de paz. Cristo ha venido a llamar a los pecadores. Son ellos los que necesitan el médico, y no los sanos (cf. Lc 5, 31s). Y así, como dice el Concilio Vaticano II, la Iglesia es el “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium 48) que existe para los pecadores, para nosotros, para abrirnos el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la constante y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo.

Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior. De este modo, la Iglesia aparece úni-camente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la “Iglesia”. Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, trigo y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y bello de la Iglesia.

Por tanto, ya no brota alegría alguna por el hecho de pertenecer a esta vid que es la “Iglesia”. La insa-tisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la “Iglesia” y los “ideales sobre la Iglesia” que cada uno tiene. Entonces, cesa también el alegre canto: “Doy gracias al Señor, porque inmerecidamente me ha llamado a su Iglesia”, que generaciones de católicos han cantado con convicción.

Pero volvamos al Evangelio. El Señor prosigue: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sar-miento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… porque sin mí -separados de mí, podría traducirse también- no podéis hacer nada” (Jn 15, 4. 5b).Cada uno de nosotros ha de afrontar una decisión a este respecto. El Señor nos dice de nuevo en su parábola lo seria que ésta es: “Al que no permanece en mí lo tiran fuera como el sarmiento, y se seca; lue-go recogen los sarmientos desechados, los echan al fuego y allí se queman” (cf. Jn 15, 6). Sobre esto, comenta san Agustín: “El sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permaneced, pues, en la vid para libraros del fuego” (In Ioan. Ev. Tract., 81, 3 [PL 35, 1842]).

La opción que se plantea nos hace comprender de forma insistente el significado fundamental de nuestra decisión de vida. Al mismo tiempo, la imagen de la vid es un signo de esperanza y confianza. En-carnándose, Cristo mismo ha venido a este mundo para ser nuestro fundamento. En cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente en sarmientos buenos que dan vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que “permanezcamos” en la vid, en Cristo».

Benedicto XVI. Homilía en el estadio Olímpico de Berlín. Jueves 22 de septiembre de 2011.





 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Busquemos, con sincero arrepentimiento, al Médico Bueno para que cure nuestras heridas y acoja-mos el don de la reconciliación que se nos ofrece en cada confesión.

2. Decía la Beata Madre Teresa de Calcuta: «El servicio más grande que podéis hacer a alguien es conducirlo para que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga, porque sólo Jesús puede satis-facer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados» ¿Cómo puedo vivir esta realidad?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 736, 755, 787, 1988, 2074.

texto facilitado por J.R. PULIDO, presidente diocesano de ANE Toledo; vicepresidente del Consejo nacional de la Adoración nocturna española.

fotografia: cameso

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