sábado, 28 de julio de 2018
Domingo de la Semana 17ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 29 de julio de 2018
Lectura del segundo libro de los Reyes (4, 42-44): Comerán y sobrará.
En aquellos días, uno de Baal-Salisá vino a traer al profeta Eliseo el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: «Dáselos a la gente, que coman.»
El criado replicó: «¿Qué hago yo con esto para cien personas?»
Eliseo insistió: «Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.»
Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.
Salmo 144,10-11.15-16.17-18: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias. R./
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, // que te bendigan tus fieles; // que proclamen la gloria de tu reinado, // que hablen de tus hazañas. R./
Los ojos de todos te están aguardando, // tú les das la comida a su tiempo; // abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. R./
El Señor es justo en todos sus caminos, // cerca está el Señor de los que lo invocan, // de los que lo invocan sinceramente. R./
Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (4, 1-6): Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo.
Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.
Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.
Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados.
Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (6, 1-15): Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron.
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.» Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.» Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Desde este domingo y en los subsiguientes profundizaremos en el mensaje del capítulo sexto del Evangelio de San Juan: el llamado discurso sobre el Pan de Vida: Jesús mismo ofrece su vida por la salvación y reconciliación de toda la humanidad. El capítulo se inicia con el relato de la multiplicación de los panes, que es uno de los «signos mesiánicos» que realiza Jesús por el cual lo quieren proclamar rey. En él se revela el misterio de la gloria de Jesús. A través del hecho exterior estamos invitados a captar un mensaje y una verdad más profunda. El «signo» se vuelve anuncio y catequesis del misterio de Cristo «Pan de Vida Eterna». Jesús llega a alimentar a unos cinco mil hombres (sin contar las mujeres y los niños), superando largamente al profeta Eliseo que alimentó a cien personas con veinte panes de cebada (Primera Lectura).
El texto de la Primera Lectura destaca la voluntad de Dios de alimentar a aquel grupo que está con el profeta, a pesar de la poca provisión de panes con que cuentan. Eliseo no es un mago, es un «hombre de Dios» que actúa siempre en obediencia al Señor. Es un creyente fiel y un profeta. Por eso, ante la duda de su criado, insiste: «Dáselo, porque el Señor dice: ‘comerán y sobrará’». Y así sucedió. En la Segunda Lectura vemos como la unidad de la comunidad cristiana es el fruto concreto del llamado a vivir de acuerdo a nuestra dignidad y vocación. El pan eucarístico será el centro y el alimento de esa comunidad llamada a vivir una sola fe y un solo bautismo con las exigencias concretas que eso conlleva: humildad, paciencia, mansedumbre, entre otras. Hermanos en Jesucristo, miembros de la única Iglesia que es guiada por el Espíritu Santo e hijos de un mismo Padre que vela «por todos y en todos».
¿Multiplicación de los panes en el Antiguo Testamento?
En el relato de la multiplicación de los panes por Jesús hay una evidente coincidencia con el relato de la Primera Lectura en que el profeta Eliseo hace lo mismo, aunque en menor escala. En los dos casos los panes que se multiplican son de cebada, detalle propio de la gente más pobre; tanto los pobres de Eliseo como los seguidores de Jesús sacian su hambre porque el pan de uno de ellos se convierte en el pan que todos comparten. En ambos casos, lo que se hace es compartir lo poco que hay. Y entonces Dios derrama su abundante bendición realizando así un portentoso milagro.
El pasaje de la 1ª Lectura corresponde al ciclo de los milagros de Eliseo, discípulo del profeta Elías, cuyo manto heredó como signo de la continuidad de su misión y de su espíritu, incluso de sus milagros.
Eliseo continuó demostrando el poder de Dios en una época crítica de la historia religiosa de Israel. Su ministerio duró cerca de cincuenta años (hacia 850-796 A.C.) y se extendió durante el reinado de cuatro reyes. La misión de Eliseo fue la de restablecer la alianza de Dios con Israel. En el contexto del segundo libro de los Reyes, los relatos de los milagros de Eliseo son una respuesta fuerte contra el sincretismo religioso que vivía Israel que recurría a Baal (divinidad cananea de la fertilidad) y no a Yahveh para obtener el pan, el agua, el aceite y los frutos de la tierra. El milagro del profeta pone de manifiesto el poder de Yahveh, el único que hace fértil la tierra y da la vida a su pueblo. A través de la fe del profeta se hace presente también el poder y la fidelidad de Dios en una situación límite, en donde los medios humanos son escasos y las capacidades del hombre resultan insuficientes. Eliseo multiplica en Guilgal (al norte de la ciudad de Betel en el Reino de Israel) veinte panes de cebada para alimentar a la gente hambrienta que le llevan las primicias del pan y del grano fresco en espiga; ya que, viviendo en el reino del norte, no pueden ofrecerlas en el Templo de Jerusalén; por lo tanto, se las entregan al profeta del Señor.
La multiplicación en el Nuevo Testamento
La multiplicación de los panes es el único milagro del ministerio público de Jesús que es narrado por los cuatro evangelistas con notables coincidencias. En la multiplicación de los panes según el relato de San Juan, el evangelista comienza por hacer notar que «estaba cerca la Pascua», la fiesta de los judíos (Jn 6,4). Estamos en primavera y es por eso que hay abundante hierba en el lugar, es decir es antes de la Pascua judía pues más tarde, después de la fiesta, por la falta de lluvias, la hierba se marchita y se seca prontamente. Pero esa ambientación pascual es más que una indicación meramente cronológica; es alusión a la Pascua, en la que Jesús iba a ser sacrificado como el nuevo Cordero Pascual. Según el Evangelio mucha gente seguía a Jesús porque veían las «señales» que realizaba. Es que, para San Juan, los milagros son «señales, signos» de una realidad más profunda y más importante. Hasta diecisiete veces repite el cuarto evangelio la palabra «signo» y casi siempre para designar los milagros de Jesús como hechos extraordinarios de la fe, como «palabra visible» y el mensaje de lo alto, siendo el mismo Jesús el «gran signo de Dios». Por eso la multiplicación de los panes es uno de los grandes signos de revelación de Jesús que encontramos en el cuarto Evangelio. Partiendo del pan material, Cristo deja manifiesto en su posterior discurso sobre el Pan de la Vida que Él mismo es el pan vivo bajado del cielo y el pan eucarístico (su carne y su sangre) que da vida eterna al que lo recibe.
Es interesante poder ir más allá del relato y descubrir que los gestos de Jesús que preceden a la multiplicación son idénticos a los de la última Cena del Señor cuando instituye la Eucaristía y a los de la cena con los discípulos de Emaús: «toma el pan, da gracias y lo reparte». El carácter tradicional del convite ju-dío ha sido observado plenamente por Jesús, ya sea en el acomodarse, en la plegaria previa y en la fracción del pan, que correspondían al jefe de familia, y fue observado también al final con la recogida de las sobras, que se practicaba en toda comida judía. Dentro del relato merece mención especial el verbo «eujaristein», que traducimos por «dar gracias». Es el verbo utilizado en la última cena (ver Mc 14,23 y par.) y en la referencia que Pablo hace a ella (ver 1 Cor 11,24). A comienzos del siglo II ya se había convertido en término técnico para designar la celebración eucarística según leemos en la Didajé (ver 9,5; 10,1s) .
En la multiplicación de los panes, Jesús se revela como el Buen Pastor que se preocupa por las ovejas y las alimenta con su Palabra y con su Cuerpo. Este marco «litúrgico-sacramental» y el detalle final de recoger las sobras «para que nada se desperdicie», nos muestra la reverencia ante el milagro realizado.
Velado anuncio que se hace explícito en la catequesis posterior del mismo capítulo, cuando dice Jesús: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). La multiplicación de los panes es una «señal» que sirve de introducción al discurso del Pan de la Vida. Sin embargo, la gente no vio más que el milagro material: «Al ver la señal que había hecho…intentaban tomarlo por la fuerza y hacerlo rey». Jesús, viendo que no había verdadera fe, se sustrae a este entusiasmo superficial: «Huyó de nuevo al monte solo». Se nos enseña así que para estar con Jesús se exige la fe; el materialismo lo hace alejarse de nosotros. Se anticipa aquí la afirmación que hace el mismo Jesús ante Poncio Pilato: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36).
«Un solo Señor, una sola fe...y un solo Dios y Padre de todos»
En el texto de la Segunda Lectura tenemos una llamada a la unidad eclesial de todos los que creemos en Jesucristo. La motivación fundamental es la común vocación cristiana y el medio para mantener esa unidad son las virtudes que ayuden a fomentar la paz; la humildad, la mansedumbre, la paciencia y la comprensión mutua. La unidad es un don de Dios, pero requiere de nuestra parte una activa colaboración y un sincero esfuerzo. En la raíz del amor concreto y de la unidad de la fe se encuentra el misterio de la Trinidad, como fuente de vida, de comunión y de verdad en la Iglesia. San Pablo considera tres posibles peligros que amenazan la unidad de la Iglesia: la discordia entre los mismos cristianos, la necesaria diversidad en los ministerios y la propia unidad en Cristo Jesús
Una palabra del Santo Padre:
«El Evangelio nos propone el relato del milagro de los panes (Lc 9, 11-17); quisiera detenerme en un aspecto que siempre me conmueve y me hace reflexionar. Estamos a orillas del lago de Galilea, y se acerca la noche; Jesús se preocupa por la gente que está con Él desde hace horas: son miles, y tienen hambre. ¿Qué hacer? También los discípulos se plantean el problema, y dicen a Jesús: «Despide a la gente» para que vayan a los poblados cercanos a buscar de comer. Jesús, en cambio, dice: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Los discípulos quedan desconcertados, y responden: «No tenemos más que cinco panes y dos peces», como si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.
Jesús sabe bien qué hacer, pero quiere involucrar a sus discípulos, quiere educarles. La actitud de los discípulos es la actitud humana, que busca la solución más realista sin crear demasiados problemas: Despide a la gente —dicen—, que cada uno se las arregle como pueda; por lo demás, ya has hecho demasiado por ellos: has predicado, has curado a los enfermos... ¡Despide a la gente!
La actitud de Jesús es totalmente distinta, y es consecuencia de su unión con el Padre y de la compasión por la gente, esa piedad de Jesús hacia todos nosotros: Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades. Ante esos cinco panes, Jesús piensa: ¡he aquí la providencia! De este poco, Dios puede sacar lo necesario para todos. Jesús se fía totalmente del Padre celestial, sabe que para Él todo es posible. Por ello dice a los discípulos que hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta —esto no es casual, porque significa que ya no son una multitud, sino que se convierten en comunidad, nutrida por el pan de Dios. Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo, pronuncia la bendición —es clara la referencia a la Eucaristía—, los parte y comienza a darlos a los discípulos, y los discípulos los distribuyen... los panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración. Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan de Dios para la humanidad.
Los discípulos vieron, pero no captaron bien el mensaje. Se dejaron llevar, como la gente, por el entusiasmo del éxito. Una vez más siguieron la lógica humana y no la de Dios, que es la del servicio, del amor, de la fe. La fiesta de Corpus Christi nos pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber compartir lo poco que somos y tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos. Pidamos a nuestra Madre María que nos ayude en esta conversión para seguir verdaderamente más a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía. Que así sea».
Papa Francisco. Ángelus domingo 2 de junio de 2013.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. San León Magno dice que cuando uno come algo, un trozo de pan, un trozo de carne, lo que sea, lo que uno come se convierte en uno, uno lo asimila. Pero con el Pan de la Eucaristía no sucede eso. No somos nosotros los que convertimos a Cristo en nosotros, es Él quien nos convierte a nosotros en Él. Es por eso que San Pablo podía decir: «Yo vivo, sí, yo vivo, pero ya no soy yo quien vive, porque es Cristo quien vive en mí» (Ver Gl 2,20). ¿Realmente me dejo transformar por el Señor cada vez que comulgo? ¿Soy consciente que es Jesús mismo quien se me brinda como alimento?
2. La Nueva Alianza exige la realidad de un hombre nuevo, renacido con el Señor Jesús en el bautismo, que sea consecuente con esa nueva identidad basada en el amor, en el servicio, en la obediencia al Divino Plan.
La meta es la edificación de todo en el amor; el mundo humano transformado por amor. ¿Qué puedo hacer para realmente vivir el amor en mi vida cotidiana? Hagamos una lista de cosas muy concretas.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1333 -1344.
texto facilitado por Juan R. Pulido, presidente diocesano de la Adoración nocturna de Toledo; vicepresidente del Consejo nacional de la Adoración nocturna española
fotografía de la procesión del Corpus (Custodia de Sevilla). cameso
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