viernes, 19 de octubre de 2018
Domingo de la Semana 29ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 21 de octubre de 2018 «El Hijo del hombre ha venido a dar su vida como rescate por muchos»
Lectura del libro del profeta Isaías (53, 2a.3a.10-11): Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, El justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Salmo 32,4-5.18-19.20.9-2: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. R./
Que la palabra del Señor es sincera, // y todas sus acciones son leales; // él ama la justicia y el dere-cho, // y su misericordia llena la tierra. R./
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, // en los que esperan en su misericordia, // para librar sus vidas de la muerte // y reanimarlos en tiempo de hambre. R./
Nosotros aguardamos al Señor: // él es nuestro auxilio y escudo. // Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, // como lo esperamos de ti. R./
Lectura de la carta a los Hebreos (4, 14-16): Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia.
Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado.
Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gra-cia que nos auxilie oportunamente.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos (10, 35-45): El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?» Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautiza-ros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Lo somos.»
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reserva-do.» Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santia¬go y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tirani-zan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sir¬van, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
«El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos», nos dice claramente el Señor Jesús en el Evangelio. Jesús nos precede a todos en el servicio, realizando en sí la figura del Siervo de Yahveh, despreciado, marginado, hombre doliente y enfermo, que se da a sí mismo en expiación por su pueblo (Primera Lectura). Justamen-te asume así la figura del Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas porque ha sido tentado en todo como nosotros, excepto en el pecado (Segunda Lectura).
«Despreciable y desecho de hombres»
El impresionante texto del profeta Isaías es el cuarto poema sobre el «Siervo del Señor». A diferencia de los anteriores poemas, se limita a narrar los sufrimientos del Siervo y el sentido último de los mismos. Lo que describe de manera impactante es la pasión, muerte y exaltación inaudita del Siervo. Todo el proceso se desarrolla a base de contrastes y paradojas entre lo que sufre el Siervo en el lugar de las otras personas. Irreconocible descripción de su estado externo, sufrimientos totalmente desmesurados por crímenes ajenos, proceso injusto, muerte ignominiosa propia de malvados. «Con sus llagas nos curó» (Is 53,5) corrige con audacia principios profundamente enraizados en la cultura religiosa antigua, y también en la del Antiguo Testamento.
El Servidor no responde «herida por herida» como permitía e incluso ordenaba la ley del talión (ver Éx 21,25) ; mucho menos trata de vengarse desproporcionadamente de la herida recibida (ver Gn 4,23-24) . Por el contrario, sorprendentemente sus propias heridas llevan la curación a un cuerpo cubierto de ellas, el cuerpo de Israel, así como cada uno de sus miembros. Al final, se da la explicación de lo inaudito: todo res-pondía al designio divino que es aceptado libremente por el Siervo. Sus sufrimientos y muerte han tenido un sentido redentor de expiación y salvación (han curado, perdonado y salvado a los verdaderos culpables): el triunfo final ha demostrado su inocencia y el sentido de sus sufrimientos. En el Nuevo Testamento, este cuarto canto del Siervo nos ayuda a entender mejor el sentido Reconciliador de la Pasión, Muerte y Resu-rrección de nuestro Señor Jesucristo, el Siervo de los siervos.
Los hijos de Zebedeo
El Evangelio de hoy nos presenta uno de eso casos en que los apóstoles quedan «mal parados»; y, la-mentablemente, no se salva ninguno de ellos. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercan al Maestro Bueno y le hacen un pedido. Manifiestan una ambición humana, pues están pensando en un reino terreno que ellos esperaban cuando Jesús, como Mesías prometido, se sentara en el trono del David. No sólo mani-fiestan ambición, sino también completa incomprensión del misterio y de la misión de Jesucristo.
Cuando en la Sagrada Escritura el término «gloria» es aplicado a personas, expresa generalmente su ri-queza o su posición destacada. En el Antiguo Testamento la «gloria de Dios» se manifiesta fundamental-mente en dos acontecimientos: el éxodo y el destierro. En el Nuevo Testamento se afirma que Jesús era la «gloria de Dios» que se había hecho visible en la tierra. «Nosotros hemos visto su gloria» escribe el apóstol San Juan.
Recordemos que el pasaje de esta semana se sitúa inmediatamente después del tercer anuncio de la Pasión de Cristo (ver Mc 10, 32-34). Este tercer anuncio llama la atención por lo detalles tan precisos de los acontecimientos que iban a suceder. Se nombra a Jerusalén como escenario de la Pasión y se dan en per-fecto orden cronológico los hechos principales que la constituyen. Lejos de liberar a Israel del dominio ex-tranjero para restaurar el reino terreno, Jesús anuncia que será «entregado a los gentiles» , es decir a los romanos y será sometido a muerte. Algunos Domingos atrás notábamos cómo después del segundo anun-cio de su Pasión los apóstoles discutían sobre quién sería el mayor (ver Mc. 9,30-37). La repetición de la misma situación acentúa la incomprensión de los apóstoles.
«El cáliz que he de beber...»
Si bien Santiago y Juan le formulan un pedido al Maestro que denota una clara manifestación de ambi-ción humana, los otros diez tampoco estaban exentos de esta incomprensión ante el mensaje de Jesús. Como que vemos dos niveles en lo que va siendo narrado por San Marcos. Los otros diez «empezaron a indignarse contra Santiago y Juan». De esa manera demuestran que esos puestos de poder y privilegio también eran deseados por cada uno para sí. No estaban dispuestos a cederlos a otro; la ambición era más fuerte que la amistad que los unía. En ese momento cada uno pensaba en su propio interés. ¡Qué frágiles pero cercanos se nos hacen estos sentimientos de los apóstoles!
Jesús, con admirable paciencia y cariño, trata de explicarles que esa petición está fuera de lugar, porque lo que realmente debían de querer era más bien beber el cáliz y ser bautizados con el mismo bautismo con que Él iba a ser bautizado. Éstas son expresiones idiomáticas que se usan para indicar una muerte trágica asumida con paciencia y abnegación. Es decir, lo que debían ambicionar era asumir la cruz y estar a su lado en sus sufrimientos. Para luego gozar con Él de su victoria ante la muerte. Y luego Jesús agrega una enseñanza que es como la esencia del Evangelio.
En el Antiguo Testamento el cáliz es símbolo tanto de gozo (ver Sal 23,5; 106,13) como de sufrimiento (ver Sal 75,9; Is 51, 17-22).
Aquí la idea es la del sufrimiento redentor mesiánico. El cáliz es uno que bebe el mismo Jesús «yo be-bo», como leemos en el original griego. El uso del presente indica que ya hay una experiencia ya comenza-da durante toda su vida terrena. La figura del bautismo expresa la misma idea. El uso del simbolismo del agua para una calamidad es frecuente en el Antiguo Testamento (ver Is 43,2). Jesús va emplear la expre-sión para significar la muerte que debe de pasar: «Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angus-tiado estoy hasta que se cumpla!» (Lc 12,50).
La esencia del Evangelio
«El que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos». Jesús mismo se pone como mo-delo, describiendo su propia vida y misión. «Que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos». Esta frase es una de las más importantes en los Evange-lios y parece estar tomada de la profecía que leemos en Isaías 53 acerca del Siervo de Yahveh. La palabra más importante en la frase es «lytron»: rescate. En el griego clásico, la palabra es usada generalmente en plural para designar el precio de redención de un cautivo; en los papiros, para designar el dinero por la li-bertad de los esclavos. En el Antiguo Testamento, cuando las palabras de esta raíz se empleaban en senti-do religioso, significan la liberación realizada por Dios sin ninguna connotación de precio. Designa una cosa positiva por la que el hombre pasa a ser posesión de Dios (ver Est 13,9; Ex 6,6-8).
A la luz de lo dicho, la palabra «lytron» debe de significar el medio como se realiza la redención (reconci-liación, liberación). Y se aplica, de hecho, a la muerte de Jesucristo que fue el precio que se pagó para po-der reconciliarnos con el Padre en el Espíritu Santo. Los apóstoles finalmente comprendieron bien la ense-ñanza de Jesús y bebieron de su mismo cáliz. Por eso, no obstante, todo, son las columnas de la Iglesia. En efecto San Pablo afirma que su ideal no es poseer poder en esta tierra, sino «tener comunión con los pade-cimientos de Cristo hasta hacerse semejante a Él en su muerte» (Fil 3,10). Y San Juan nos enseña: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1Jn 3,16).
«Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia»
Termina este largo comentario del Salmo 95 en la Carta a los Hebreos con un canto a la palabra de Dios, que es eficaz en el anuncio de la salvación, y al mismo tiempo es penetrante a la hora de discernir la actitud radical del corazón del hombre. Con este canto se cierra el elogio de Jesús en cuanto tiene una dignidad mayor que la de Moisés, y nos presenta a Jesús como el Sumo Sacerdote misericordioso e inocente, que nos comprende y nos ayuda.
En Hb 4,15-16 se inicia el tema que se relaciona con lo que leemos en Hb 2,17-18. La afirmación prime-ra tiene una connotación afectiva no exenta de ternura: «tenemos un Sumo Sacerdote»; existe, es nuestro, está ahí para nosotros, a nuestro alcance. No es un Sumo Sacerdote que no tenga capacidad para com-prender nuestras debilidades, pues Él mismo ha pasado por todas ellas a semejanza nuestra, aunque no le llevaron a pecar ni a apartarse de Dios, como nos ocurre a todos los demás. La semejanza no le exigió asumir el pecado. Esta realidad ha de movernos a acercarnos con libertad, sin miedo, a ese trono lleno de gracia, de donde brota el favor y la disposición para ayudarnos.
Una palabra del Santo Padre:
« El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por mu-chos". Estas palabras constituyen la autopresentación del Maestro divino. Jesús afirma de sí mismo que vino para servir y que precisamente en el servicio y en la entrega total de sí hasta la cruz revela el amor del Padre. Su rostro de "siervo" no disminuye su grandeza divina; más bien, la ilumina con su nueva luz...Él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos. Siguiendo las huellas de Cristo, la entrega de sí a todos los hombres constituye un imperativo fundamental para la Iglesia y a la vez una indicación de método para su misión...
Las palabras de Jesús sobre el servicio son también profecía de un nuevo estilo de relaciones que es preciso promover no sólo en la comunidad cristiana, sino también en la sociedad. No debemos perder nun-ca la esperanza de construir un mundo más fraterno. La competencia sin reglas, el afán de dominio sobre los demás a cualquier precio, la discriminación realizada por algunos que se creen superiores a los demás y la búsqueda desenfrenada de la riqueza, están en la raíz de las injusticias, la violencia y las guerras. Las palabras de Jesús se convierten, entonces, en una invitación a pedir por la paz. La misión es anuncio de Dios, que es Padre; de Jesús, que es nuestro hermano mayor; y del Espíritu, que es amor.
La misión es colaboración, humilde pero apasionada, en el designio de Dios, que quiere una humanidad salvada y reconciliada. En la cumbre de la historia del hombre según Dios se halla un proyecto de comu-nión. Hacia ese proyecto debe llevar la misión».
Juan Pablo II. Jornada Mundial de las Misiones. Homilía del Domingo 22 de octubre de 2000
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Leamos y meditemos todo el pasaje de Isaías 53, a la luz de lo leído de la lectura del Evangelio.
2. «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el pri-mero entre vosotros, será esclavo de todos». ¿Cómo vivo esta realidad de manera concreta? ¿La vivo de verdad?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 440. 786. 1897-1904.
Texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de A.N.E. Toledo y vicepresidente nacional de la Adoracion Nocturna Española
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