domingo, 21 de abril de 2019

Domingo de la Resurrección del Señor «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto»


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 34a. 37-43): Hemos comido y bebido con él después de la resurrección.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: -«Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos.
El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.»

Salmo 117,1-2.16ab-17.22-23: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. R./

Dad gracias al Señor porque es bueno, // porque es eterna su misericordia. // Diga la casa de Israel: // eterna es su misericordia. R./

La diestra del Señor es poderosa, // la diestra del Señor es excelsa. // No he de morir, viviré //
para contar las hazañas del Señor. R./

La piedra que desecharon los arquitectos // es ahora la piedra angular. // Es el Señor quien lo ha hecho, // ha sido un milagro patente. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Colosenses (3,1-4): Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,1-9): El había de resucitar de entre los muertos.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quita del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien tanto quería Jesús, y les dijo: -”Se han llevado del sepulcro al señor y no sabemos dónde lo han puesto.”
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

«¡Cristo resucitó! ¡Aleluia!» Este es el grito de alegría que ha resonado en todo el mundo católico. Esta es una afirmación de fe. Quiere decir que concita nuestra adhesión hasta el punto de fundar en ella toda nuestra vida; y, sin embargo, su certeza no se funda sobre una demostra¬ción empírica, como ocurre con las verdades del dominio de la ciencia. Su certeza es un don de Dios. Se cree en ella porque Dios lo concede.

Por eso, en las verdades de fe, aunque el objeto puede ser visto menos claramente que en las verdades científi¬cas, se ve con certeza infinitamente mayor. El objeto propio de la inteligencia del hombre es la verdad. Cuando la inteligencia capta la verdad, de cual¬quier dominio que sea, experimenta gozo. Aquí estamos en lo más propio del hombre como ser espiri¬tual. Podemos afirmar que el conocimiento de la verdad es propio y exclusivo de los seres espirituales. El proceso por el cual Dios gratuitamente infunde las verda¬des de fe en la inteligencia del hombre se llama «revelación». Y, sin embargo, también suele concederse la verdad con ocasión de algo que se ve.

Y esto es lo que nos enseña el Evangelio de hoy. El discípulo amado: «vio y creyó». El sepulcro vacío y los lienzos mortuorios son para los discípulos el inicio de una apertura al don de la gracia sobrenatural que los conduce a la fe plena en Cristo Resucitado. En el Salmo responsorial 117 recordamos: «Este es el día en el que actuó el Señor». Es el día en que el Señor manifestó su poder venciendo a la muerte y por eso también estamos alegres. En su discurso en la casa de Cornelio, Pedro proclama la misión encomendada: anunciar y predicar la Resurrección de Jesucristo. Los apóstoles son los testigos que han visto al Resucitado, han comido y bebido con Él (Primera Lectura). San Pablo en su carta a los Colosenses, subraya la vocación de todo cristiano: «aspirad las cosas de arriba». El cristiano es aquel que ha muerto con Cristo y ha resucitado con Él a una vida nueva (Segunda Lectura).

 «Se han llevado del sepulcro al Señor...»

El Evangelio de hoy nos presenta a María Magdalena, la misma que hasta el final había estado al pie de la cruz, yendo al sepulcro de Jesús muy de madrugada, el primer día de la semana. Ella había visto crucificar a Jesús, lo había visto morir, había visto retirar su cuerpo de la cruz, había ayudado a prestarle los cuidados que se daba a los difun¬tos «conforme a la costum¬bre judía de sepultar» (Jn 19,40). Todo esto ocurrió el viernes. El sábado, el séptimo día de la semana, era día de estricto reposo: tam¬bién en este día reposó Jesús en el sepulcro. Pero al alba del primer día de la semana, el Domingo, apenas se pudo, se dirige María Magdale¬na junto con «las mujeres que habían venido con Él desde Galilea» (Lc 23,55) al sepulcro.

Esta premura de la Magdalena es expre¬sión del amor intenso que nutría por su Señor. Pero a la distancia ve el sepulcro abier¬to. Lo primero que piensa es que alguien ha profanado la tumba del Señor. Pero ¡a esas horas de la mañana! No podía ser sino con mala intención. Este hecho puede tener sin dudas muchas interpretaciones; pero ella, sin verificar nada, corre donde Simón Pedro y el discípulo amado y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Esta noticia fue suficiente para que Pedro y el otro discípulo corrieran a verificar lo ocurrido. No era ésta una «buena noticia»como será la que les dará más tarde después que ella vio a Jesús vivo: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: ‘He visto al Señor’» (Jn 20,18).

 «Salieron corriendo Pedro y el otro discípulo…»

Lo que sigue es el relato de un testigo presencial. Los que recibieron la noticia alarmante, como ya hemos mencionado, son Simón Pedro y «el otro discípulo a quien Jesús quería». «El otro discípulo (Juan) corrió por delan¬te, más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro». ¿Qué vieron Pedro y el discípulo amado en el sepulcro? Vieron los signos evidentes de que el cuerpo de Jesús, dondequiera que se encontrara, no estaba más entre los lienzos mortuorios. En efecto, «ve los lienzos que yacen puestos, y el sudario que cubrió su cabeza, no puesto con los lienzos, sino como permaneciendo enrollado en el mismo lugar». En primer lugar, Juan, desde afuera, «ve que yacen puestos los lienzos». Pedro, una vez que «entra» en el sepulcro, ya no ve sólo que yacen puestos los lienzos y «contempla» todo el conjunto y ve los lienzos (la sábana que envolvió el cuerpo, las vendas que lo sujetaban y el sudario que cubrió la cabeza) que «yacen puestos» en idéntico lugar y posición en que habían sido dejados el viernes por la tarde. Inmediatamente Juan hace lo mismo.

Pero llama inmediatamente la atención que no dice nada acerca de lo más impor¬tante. ¿Qué pasó con el cuerpo del amado Jesús? Ciertamente no está entre lo visto. ¿Por qué no concluyen de esta ausencia, lo mismo que María Magdalena: «se han lleva¬do del sepulcro al Señor»? El discí¬pulo amado comuni¬ca entonces su propia experiencia con dos importantes palabras: «Vio y creyó». De esta expresión podría parecer que la verdad que captó su inteli¬gencia es proporcional a lo que vio empíri¬camente, como ocurre con las verdades naturales y cientí¬ficas. No es así, porque en ese caso habría dicho: «Vio y verificó», o bien: «Vio y comprobó». Dice: «Vio y cre¬yó», porque la verdad que le fue dado captar es infinitamente superior a los lienzos colocados en la misma posición que los dejo el viernes de la Pasión. Lo explica él mismo cuando dice que: «Hasta entonces no habían comprendido que Jesús había de resuci¬tar de entre los muertos».

Hasta ese momento reconoce que no había comprendido; pero desde ese instante eso es lo que él comprendió y creyó. Por primera vez se pronuncia la frase «resucitar de entre los muertos» aplicada a Jesús. Esta es la certeza que se abrió camino en la mente del discípulo amado. Creyó que, si Jesús no estaba en el sepulcro, era porque había resucitado; creyó sin haberlo visto, viendo solamente los lienzos. Vio un hecho de experiencia sensible, pero creyó en un hecho sobre¬natural. Por eso a este discípulo se aplica la bienaventuranza que Jesús dice a Tomás: «Bienaventurados los que no han visto y han creído» (Jn 20,29). Es como si felicitara al discípulo amado, que es el único entre los apóstoles que está en ese caso. La certeza: «¡Cristo resucitó!», que entonces nació en él, es un don de Dios. Esta certeza fue tan firme que trans¬formó su vida y no vaciló en morir por ella.




 La Resurrección de Jesús

Ninguna experiencia visible puede ser suficiente para explicar la resurrección de Cristo. Esta, no obstante ser un hecho histórico, permanece un misterio de la fe. La fe es un don sobrenatural que consiste en apoyar toda la existencia en una verdad que ha sido revelada (manifestada) por Dios. De este tipo es la verdad que proclama y celebra hoy el mundo cristiano, a saber, la resurrección de Cristo de entre los muertos. Los apóstoles vieron a Cristo resucitado y afirman: «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse... a noso¬tros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los muertos» (Hechos 10,40-41).Por tanto, la resurrec¬ción de Jesucristo es un hecho histórico comprobado por testigos oculares, pero permanece un hecho trascendente que sobrepasa la historia. La resurrección de Cristo consistió en recobrar una vida superior a esta vida nuestra terrena, una vida que glorificó su cuerpo de manera que ya no sufre el dolor ni la muerte ni la corrupción y no está sujeto a ninguna de las limitaciones de espacio y tiempo que nos afectan a nosotros. Así existe Cristo hoy como verdadero Dios y verdadero Hombre, sentado a la derecha del Padre con su cuerpo glorioso, y así se nos da como alimento de vida eterna en la Eucaristía. Esta es una verdad de fe que va más allá de la visión de su cuerpo resu-citado

 «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo»

El discurso kerigmático que Pedro realiza en la casa del capitán (centurión) romano Cornelio que luego bautizará después de una clara intervención del Espíritu Santo, constituye un momento crucial en el cumplimiento del mandato universal de la Iglesia. «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo...» dice Pedro en su discurso dejando por sentado la plena historicidad de la muerte y resurrección de Jesucristo. Es lo mismo que nos dice San Lucas cuando fundamenta sus fuentes: «tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra» (Lc 1,2).La conversión de este «temeroso de Dios » se destaca repetidas veces en los Hechos de los Apóstoles (Hch 11,1-8; 15,7.14). Las visiones simultaneas tanto de Cornelio como de Pedro y los fenómenos pentecostales que la acompañaran; hicieron de manifiesto que Dios había quitado la pared divisoria entre gentiles y judíos (ver Ef 2,14 -16). La conversión de Cornelio asentó el precedente para resolver la complicada cuestión de la relación entre judíos y gentiles, que quedará aclarada en el Concilio de Jerusalén (ver Hech 15,7-11).

 «Aspirad las cosas de arriba...»

En este breve texto San Pablo coloca como punto de partida y base sólida de la vida cristiana la unión con Cristo resucitado, en la que nos introduce el bautismo. Éste nos hace morir al pecado y renacer a una vida nueva, que tendrá su manifestación gloriosa cuando traspasemos los umbrales de esta vida mortal (1 Jn 3,1-2). Destinados a vivir resucitados con Cristo en la gloria, nuestra vida tiene que tender hacia Él. Ello implica despojarnos del hombre viejo por una conversión cada día más radical y conformarnos cada día más con Jesucristo por la fe y el amor. Tenemos que vivir con los pies bien en la tierra, pero con la mente y el corazón en el cielo donde están los bienes definitivos y eternos.

 Una palabra del Santo Padre:

«Hoy la Iglesia repite, canta, grita: “¡Jesús ha resucitado!”. ¿Pero cómo? Pedro, Juan, las mujeres fueron al Sepulcro y estaba vacío, Él no estaba. Fueron con el corazón cerrado por la tristeza, la tristeza de una derrota: el Maestro, su Maestro, el que amaban tanto fue ejecutado, murió. Y de la muerte no se regresa. Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro. Pero el ángel les dice: “No está aquí, ha resucitado”. Es el primer anuncio: “Ha resucitado”. Y después la confusión, el corazón cerrado, las apariciones. Pero los discípulos permanecieron encerrados todo el día en el Cenáculo, porque tenían miedo de que les ocurriera lo mismo que le sucedió a Jesús. Y la Iglesia no cesa de decir a nuestras derrotas, a nuestros corazones cerrados y temerosos: “Parad, el Señor ha resucitado”. Pero si el Señor ha resucitado, ¿cómo están sucediendo estas cosas? ¿Cómo suceden tantas desgracias, enfermedades, tráfico de personas, trata de personas, guerras, destrucciones, mutilaciones, venganzas, odio? ¿Pero dónde está el Señor? Ayer llamé a un chico con una enfermedad grave, un chico culto, un ingeniero y hablando, para dar un signo de fe, le dije: “No hay explicaciones para lo que te sucede. Mira a Jesús en la Cruz, Dios ha hecho eso con su Hijo, y no hay otra explicación”. Y él me respondió: “Sí, pero ha preguntado al Hijo y el Hijo ha dicho sí. A mí no se me ha preguntado si quería esto”.

Esto nos conmueve, a nadie se nos pregunta: “¿Pero estás contento con lo que sucede en el mundo? ¿Estás dispuesto a llevar adelante esta cruz?”. Y la cruz va adelante, y la fe en Jesús cae. Hoy la Iglesia sigue diciendo: “Párate, Jesús ha resucitado”. Y esta no es una fantasía, la Resurrección de Cristo no es una fiesta con muchas flores. Esto es bonito, pero no es esto, es más; es el misterio de la piedra descartada que termina siendo el fundamento de nuestra existencia. Cristo ha resucitado, esto significa. En esta cultura del descarte donde eso que no sirve toma el camino del usar y tirar, donde lo que no sirve es descartado, esa piedra —Jesús— es descartada y es fuente de vida. Y también nosotros, guijarros por el suelo, en esta tierra de dolor, de tragedias, con la fe en el Cristo Resucitado tenemos un sentido, en medio de tantas calamidades. El sentido de mirar más allá, el sentido de decir: “Mira no hay un muro; hay un horizonte, está la vida, la alegría, está la cruz con esta ambivalencia. Mira adelante, no te cierres. Tú guijarro, tienes un sentido en la vida porque eres un guijarro en esa piedra, esa piedra que la maldad del pecado ha descartado”. ¿Qué nos dice la Iglesia hoy ante tantas tragedias? Esto, sencillamente. La piedra descartada no resulta realmente descartada. Los guijarros que creen y se unen a esa piedra no son descartados, tienen un sentido y con este sentimiento la Iglesia repite desde lo profundo del corazón: “Cristo ha resucitado”. Pensemos un poco, que cada uno de nosotros piense, en los problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido o que alguno de nuestros familiares tiene; pensemos en las guerras, en las tragedias humanas y, simplemente, con voz humilde, sin flores, solos, ante de Dios, ante de nosotros decimos: “No sé cómo va esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado y yo he apostado por esto”. Hermanos y hermanas, esto es lo que he querido deciros. Volved a casa hoy, repitiendo en vuestro corazón: “Cristo ha resucitado”».

Papa Francisco. Homilía Domingo de Resurrección 16 de abril de 2017.




Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1.- Estamos llamados a ser criaturas nuevas en el Señor Resucitado y a «buscar las cosas de arriba»: lo antiguo ya ha pasado. Hagamos nuestras resoluciones concretas para vivir una «vida nueva» en Jesús Resucitado.

2.- Vivamos con María la verdadera alegría que nace de un corazón reconciliado. Recemos en familia el Santo Rosario.

3.- Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 647 - 655. 1166-1167.



texto faxilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de A.N.E. en Toledo

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