sábado, 27 de julio de 2019

Domingo de la Semana 17ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 28 de julio de 2019 «Señor, enséñanos a orar»



Lectura del libro del Génesis (18, 20-32): Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando.

En aquellos días, el Señor dijo: -La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: -¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cin-cuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable- ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo ¿no hará justicia? El Señor contestó: -Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.
Abrahán respondió: -Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad? Respondió el Señor: -No la des-truiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.
Abrahán insistió: -Quizá no se encuentren más que cuarenta. -En atención a los cuarenta, no lo haré.
Abrahán siguió hablando: -Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta? -No lo haré, si encuentro allí treinta.
Insistió Abrahán: -Me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si se encuentran veinte? Respondió el Señor: -En atención a los veinte no la destruiré.
Abrahán continuó: -Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez? Contes-tó el Señor: En atención a los diez no la destruiré.

Salmo 137,1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste. R./

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; // delante de los ángeles tañeré para ti, // me postraré hacia tu santuario. R./

Daré gracias a tu nombre, // por tu misericordia y tu lealtad, // porque tu promesa supera a tu fama. // Cuando te invoqué, me escuchaste, // acreciste el valor en mi alma. R./

El Señor es sublime, se fija en el humilde, // y de lejos conoce al soberbio. // Cuando camino entre pe-ligros, // me conservas la vida. R./

Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo // y tu derecha me salva. // El Señor completará sus favores conmigo: // Señor, tu misericordia es eterna, // no abandones la obra de tus manos. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Colosenses (2, 12-14): Os vivificó con Cristo, perdonándoos todos los pecados.

Hermanos: Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, porque habéis creí-do en la fuerza de Dios que lo resucitó.
Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en Cris-to, perdonándoos todos los pecados.
Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (11, 1-13): Pedid y se os dará.

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. El les dijo: -Cuando oréis decid: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, por-que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.»
Y les dijo: -Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle: «Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.» Y, desde dentro, el otro le responde: «No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos.» Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
 Pautas para la reflexión personal

El vínculo entre las lecturas

Jesús enseñó a sus discípulos a orar, ante todo con su ejemplo, pero también con su palabra. El Evange-lio de hoy (San Lucas 11, 1-13) es un verdadero tratado sobre la oración y el Maestro es Jesús mismo. Este hecho debe despertar toda nuestra aten¬ción y cuidado. Si ya en el antiguo Israel los sabios atraían la aten-ción de sus discípulos diciendo: «Escucha, hijo, la instruc¬ción de tu padre» (Pv 1,8). ¡Cuánto más debemos prestar atención a la Sabiduría misma de Dios que nos instruye! Abraham en la Primera Lectura (Génesis 18, 20- 32) va a recurrir a la intercesión ante Yahveh por el pueblo de Sodoma. En la Segunda Lectura (Co-losenses 2,12-14) vemos a Dios que nos ha dado la vida eterna en Cristo, perdonándonos los pecados o deudas, como rezamos en el Padre nuestro.

 Negociándole a Dios...

En la Primera Lectura vemos al patriarca Abraham regateando con Dios, como el amigo importuno de la Lectura del Evangelio. Abraham intercede por Sodoma y se nuestra un excelente regateador que consigue rebajar la cifra inicial de cincuenta justos a diez, como condición para el perdón de la ciudad pecadora. Pero lamentablemente Dios no encuentra a esos diez justos: Sodoma y Gomorra serán destruidas sin remedio. El texto deja patente la eficacia de la súplica pertinaz y, sobre todo, la misericordia del Señor, dis-puesto siempre a perdonar.

El perdón también es el tema de la Segunda Lectura. San Pablo, en su carta a los colosenses, nos re-cuerda que Dios nos ha dado la vida nueva en Jesucristo y que nos ha borrado todos los pecados, es decir, se han cancelado todas las deudas adquiridas o heredadas. Todo ha sido restituido a su estado original. Si Dios atendió la mediación de Abraham, cuánto más nos escuchará a nosotros, que somos sus hijos, cuando le pedimos algo en nombre de Jesucristo su Hijo y nuestro Mediador ante el Padre.

 «Señor, enséñanos a orar...»

Es significativo que la instrucción que Jesús nos ha dejado en la lectura del Evangelio de este Domingo, siga inmediata¬mente al episodio de Marta y María, que concluye con la sentencia de Jesús: «Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola». Esa única cosa necesaria es la ora¬ción. Jesús nos enseña personalmente que la oración debe ser perseveran¬te y confiada. Las palabras y las instrucciones de Jesús están motivadas por la petición de uno de sus discípulos. Pero esta petición no habría sido formulada si sus discípulos no hubieran visto antes a Jesús mismo orando. En efecto, el Evangelio dice: «Sucedió que, estando él orando en cierto lugar...».

Ver orar a un santo cualquiera o a un hombre de Dios es un espectáculo maravilloso; pero ver orar a Cristo mismo debió ser sobrecogedor. Viendo orar a Jesús, este discípulo ha comprendido algo muy importante: la oración es algo que se aprende y, para hacer progresos en ella, es necesario tener un maestro que tenga experiencia en el tema. Todos hemos oído que multitudes seguían a Santa Bernardita cuando ella, movida por un impulso interior irre¬sistible, corría a la gruta cercana a Lourdes a la cita con la celes¬tial Seño-ra. La gente no veía nada. Pero valía la pena levan¬tarse al alba con lluvia y frío tan solo para verla a ella orar.

Cuando Jesús oraba nadie se habría atrevido a interrumpir su diálogo con el Padre. Pero «cuando terminó», los discípulos le expresan su anhelo de compartir esa misma experiencia: «Enséñanos a orar». Y Je-sús satisface este deseo enseñándonos su oración: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino...». Muchos santos y místicos han compuesto hermosas oraciones. Para comprender la suprema belleza de ésta, bastaría detenerse en la primera palabra: «Padre». Aquí está contenida toda la experiencia de Cristo y toda su enseñan¬za.

 Padre Nuestro...

Jesús ora a Dios llamándolo «Padre», como en la oración sacerdotal: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti»" (Jn 17,1). Y nos enseña a nosotros a llamar a Dios de la misma manera: «Padre, santificado sea tu nombre...». El es Hijo de Dios por naturaleza, porque es de la misma sustancia divina que el Padre; pero nos enseña que también nosotros somos hijos de Dios, lo somos por adopción, por gracia. ¡Qué sorpresa para los discípu¬los! Ellos se esperaban cualquier cosa menos esta en-señanza. Nadie podía enseñar a dirigirse a Dios con ese dulce nombre, sino el Hijo único de Dios, el único que sabe por experiencia que Dios es Padre. Jesús nos enseña que su discípulo también es adoptado como hijo de Dios y que, cuando ora, llamando a Dios «Padre», es incorporado a Cristo, de manera que es Cristo mismo quien ora en él. Esta unión del cristiano con Cristo en la oración la expresa magníficamente San Agustín: «Cristo ora por nosotros como nuestro Sacerdote; ora en nosotros como nuestra cabeza, y nosotros le oramos a él como nuestro Dios. Reconozcamos en él nuestra voz, y sepamos reconocer su voz en nosotros.» (Ep. 85,1). Si esto es verdad en toda oración cristiana, lo es, sobre todo, en la oración que nos enseñó Jesús.

Además de reconocer nuestra filiación (ser hijos en el Hijo) debemos reconocer la santidad de Dios co-mo expresión de su infinita perfección: «Santificado sea tu Nombre». Debemos anhelar la presencia en el mundo de la acción salvífica de Dios: «Venga tu Reino». Debemos confiar en la Providencia divina: «Danos cada día nuestro pan cotidiano». Debemos reconocernos pecadores ante Dios, pero confiar en su miseri-cordia divina: «Perdónanos nuestros pecados». Debemos tener una actitud de misericordia con el prójimo: «Porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe». Finalmente, debemos confiar en que Dios no permitirá que suframos una tentación que, con la gracia divina, no podamos resistir: «No nos dejes caer en la tentación».

 El amigo inoportuno

Jesús propone dos parábolas cuya clave de com¬pren¬sión es precisamente que Dios es Padre. En la pa-rábola del amigo importuno, la conclusión está insinuada: si el dueño de casa accede a la súplica del que acude a él a medianoche, no por ser su amigo, sino por su importunidad, ¡cuánto más responderá Dios, que es Padre! Y si un padre de esta tierra, que siendo hombre es siempre malo, sabe dar cosas buenas a su hijo, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo, que es la suma de todo lo bueno, al que se lo pida! Jesús mediante la parábola del amigo importuno nos enseña que la oración dirigida a Dios con la actitud interior antes descrita debe ser perseverante. La parábola tiene esta conclusión: «Os aseguro que, si no se levanta a dárselos (los tres panes) por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite».

Siguiendo esta enseñanza, San Pablo exhorta: «Orad constantemente» (1Tes 5,17). Si aquel hombre se levanta y da a su importuno amigo «los tres panes» pedidos, Dios «le dará todo cuanto necesite». Así lo asegura el mismo Jesús: «Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis» (Mt 21,22). La condición «con fe» resume aquella actitud interior expresada en la oración enseñada por Jesús.

La segunda parábola está introducida por estas breves sentencias: «Pedid y se os dará, buscad y halla-réis, golpead y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que golpea se le abri-rá». Ya está aflorando en nuestros labios esta objeción: ¿Por qué, entonces, yo he pedido a Dios algunas cosas y Él no me las ha concedido? Es porque hemos pedido a Dios cosas que Él sabe que no nos convienen. «Si un hijo le pide a su padre un pez ¿le dará acaso una culebra?» ¡Obviamente no! Pero, ¿y si le pide una culebra? Si le pide una culebra, orque el padre lo ama, no le da lo que le pide, sino que le da un pez, que es lo que le conviene. Jesús concluye: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vues-tros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»". En esta petición no hay engaño, esta peti¬ción es irresis¬tible para Dios, porque esta petición es siempre buena para sus hijos.

En la última parte de la lectura Jesús asegura que la oración hecha con actitud de amor filial obtiene siempre de Dios el don óptimo: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíri¬tu Santo a los que se lo pidan»". El Espíritu Santo es el bien máximo al que se puede aspirar. En efecto, «fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,22-23).

 Una palabra del Santo Padre:

«Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se sumerge en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles tam-bién a ellos a rezar. (Cfr. Lc 11,1).Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la ora-ción cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).

Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión ‘nos atrevemos a decir’.

De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido.Seremos llevados a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cam-bio, invocarlo como Padre, nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él.

Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia.Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, ‘salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí’. (Mc 16,8).

Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: ‘No tengan miedo’. Pensemos en la pará-bola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa.

Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola.Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrío del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo amar. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.

¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos! Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de tra-ducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: ‘Abbà’.

En dos ocasiones san Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos ve-ces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, ‘abbà’, un término todavía más íntimo respecto a ‘padre’, y que alguno traduce ‘papá’, ‘papito’.

Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos tam-bién profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin noso-tros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”. ¡Es Él quien no puede estar sin nosotros y este es un gran misterio!»

Papa Francisco. Audiencia 7 de junio de 2017.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Cómo vivo mi relación con Dios Padre? ¿Es algo cotidiano el rezarle a Dios?

2. Familia que reza unida...permanece unida ¿Cómo vivo la oración en mi familia?¿Promuevo el rezar en familia?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2777- 2801


texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de Adoración Nocturna en Toledo.

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