sábado, 28 de septiembre de 2019
Domingo de la Semana 26ª del Tiempo Ordinario. Ciclo 29 de septiembre de 2019 «Tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite»
Lectura del libro del profeta Amós (6,1a. 4-7): Los disolutos encabezarán la cuerda de cautivos.
Esto dice el Señor todopoderoso: Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaría. Os acostáis en lechos de marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.
Salmo 145,7.8-9a.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor. R./
Él mantiene su fidelidad perpetuamente, // hace justicia a los oprimidos, // da pan a los hambrientos. // El Señor liberta a los cautivos. R./
El Señor abre los ojos al ciego, // el Señor endereza a los que ya se doblan, // el Señor ama a los justos, // el Señor guarda a los peregrinos. R./
Sustenta al huérfano y a la viuda // y trastorna el camino de los malvados. // El Señor reina eternamente, // tu Dios, Sión, de edad en edad. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a Timoteo (6,11-16): Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Hermano, siervo de Dios: Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza.
Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos. Y ahora, en presencia de Dios que da la vida al universo y de Cristo Jesús que dio testimonio ante Poncio Pilato: te insisto en que guardes el Mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.
A él honor e imperio eterno. Amén.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (16,19-31): Recibiste bienes y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: -Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: -Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. Pero Abrahán le contestó: -Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió: -Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento. Abrahán le dice: -Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen. El rico contestó: -No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán. Abrahán le dijo: -Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Tiempo y eternidad; recompensa y castigo: son como que dos antípodas que nos pueden servir para aproximarnos a los textos de este Domingo. Esto es evidente en el texto evangélico que sitúa a un rico en la bonanza temporal y a Lázaro sufriendo desgracias en este mundo. También vemos en la Primera Lectura a los ricos samaritanos que viven en orgías y lujo, seguros de sí mismos y olvidan así «el desastre de José». ¿Cómo ganar la vida eterna? San Pablo nos hablará de cómo la fe exige vivir el buen combate en Cristo Jesús para así ganar la vida eterna (Segunda Lectura).
Parábola del rico derrochador y del pobre Lázaro
En el Evangelio de este Domingo Jesús propone una parábola para enseñar de manera viva y radical algunas verdades que resultan incómodas al mundo moderno y que nues¬tra sociedad de consumo no quiere de ninguna manera oír. Pero, oigan o no oigan, la palabra de Jesús es la verdad: el cielo y la tierra pasa¬rán pero sus palabras no dejarán de cum¬plirse. Se trata de la parábola del pobre Lázaro y del rico derrochador. Su finalidad es precisamente enseñar qué es lo que ocurrirá a quien, gozando de manera egoísta sus rique¬zas, no quiera escuchar la palabra que es Verdad y Vida.
La parábola presenta tres cuadros sucesivos. Primero la situación del rico y del pobre Lázaro; luego vemos la escena de ambos después de la muerte; finalmente el diálogo del rico con Abrahán pidiendo clemencia por sus cinco hermanos. El rico, sin nombre en la parábola, es conocido comúnmente con el nombre funcional de «Epulón» que proviene de la raíz latina «epulae» que quiere decir comida, banquete, festín y aplicándola al personaje podemos entenderla como comilón o sibarita. El pobre de la parábola se llama «Lázaro». Nombre que proviene del hebreo «Eleazar» o «Eliezer» que significa «Dios ayuda». Es la única vez que aparece un nombre propio en una parábola de Jesús.
La escena sobre esta tierra presenta a los actores con rasgos incisivos: «había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas; y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su puerta, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico». En esta tierra el contraste entre uno y otro es total. Esta situación se da hoy: se da entre individuos, entre grupos, entre países. ¡No es una situación irreal! El rico se divierte, goza con los gustos que le proporcionan sus riquezas, es totalmente insensible a las necesidades de los pobres, para él es como si no existieran. Vive como que encerrado en una burbuja alienado a la realidad de la pobreza. Es una descripción de nuestra sociedad de consumo, donde la ley suprema es la comodidad, el placer y el afán de "pasarlo bien" sin preocuparse de nada más.
Pero sucede que «un día el pobre murió... y murió también el rico». Finalmente hay plena igualdad. La muerte es una ley pareja e imperturbable, afecta a todos por igual. El rico puede hacerlo todo con sus riquezas, pero no puede escapar a la muerte. Y entonces comienza la segunda escena de la parábola, que se introduce así: «el pobre fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; el rico fue sepultado». El seno de Abraham es el símbolo de la felicidad, allí podemos imaginar a Lázaro finalmente sonriendo. En cambio, el rico fue a dar al hades, lugar de tormentos. Aunque un abismo infranqueable los separa el rico puede ver al pobre. Ahora, el rico se contenta con muy poco: «Gritando, dijo: 'Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama». La situación de ambos se ha invertido. Es lo que hace notar Abraham: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado». Esta nueva situación en que cada uno se encuentra, es eterna.
La eternidad y la libertad
La palabra «eternidad» debería darnos vértigo. Nunca acabaremos de comprender su inmensidad. La eternidad del destino del hombre pone en evidencia la dimensión de esta otra palabra: libertad. La libertad del hombre significa que tiene en sus manos la responsabilidad de su destino eterno. En esta breve vida nos jugamos la vida eterna. El diálogo entre el rico y Abraham expresa la irreversibilidad de esa situación final: «Entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros». ¡No es posible ni siquiera recibir una gota de agua en los labios resecos! Hasta aquí la parábola ha enseñado la responsabilidad en el uso de los bienes de esta tierra. La tierra con todos sus bienes, fueron creados para todos los hombres y nadie puede banquetear y consumir cosas lujosas o superfluas mientras haya quien carece de lo necesario. La parábola enseña el destino que le espera después de la muerte al que hace aquello.
Pero la parábola agrega una tercera parte, y ésta es un aviso para nosotros que todavía estamos sobre esta tierra y que tal vez no pensamos en estas cosas. En un gesto imposible en un condenado, el rico suplica a Abraham: «Te ruego que envíes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio y no vengan también ellos a este lugar de tormento». Abraham contesta, con razón, que ya tienen quien les advierta: «Tienen a Moisés y los profetas, que los oigan».
«¡Ay de aquellos que se sienten seguros y confiados!»
Los escritos proféticos ya nos hablan sobre estas verdades. Bastaría repasar la Primera Lectura de este Domingo, tomada del profeta Amós: «Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión... acostados en camas de marfil... beben vino en anchas copas... irán al exilio a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los sibaritas» (Amós 6,1.4-6).La denuncia del profeta Amós se dirige contra el sibaritismo de los habitantes de Samaría que no les interesa más «el destino de José», es decir el fin eminente del Reino de Israel. Su denuncia es contundente: «se acabó la orgía de los disolutos». Iréis al destierro bajo los asirios, encabezando la caravana de cautivos.
Hecho que sucedió treinta años después de haberlo anunciado. Escuchar la Palabra de Dios y abandonar las falsas seguridades que ofrece los bienes materiales es una de las lecciones de la parábola de este Domingo. Notemos que pobreza y riqueza no son conceptos meramente cuantitativos; pesa sobretodo la actitud de apego o desapego de lo que uno tiene. El hombre que pone su confianza y seguridad en Dios es aquel que escucha y vive de acuerdo a plan espiritual que traza San Pablo en la Segunda Lectura. Es el anverso a la «orgía de los sibaritas».
La exhortación de San Pablo a su querido discípulo Timoteo es valedera para todo cristiano: «practica la justicia, la piedad, la fe. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado...Guarda el mandamiento sin mancha y sin reproche». El «mandamiento» se refiere a todo el depósito de la fe confiado a Timoteo para su anuncio y testimonio. Precisamente a continuación del texto que hemos leído viene una exhortación dirigida a los cristianos ricos que hubiera casado perfectamente como comentario de nuestras lecturas dominicales: «A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y con liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera» (1Tim 6,17-19).
Finalmente...ni aunque resucite un muerto
Volvamos a la lectura del Evangelio. Ante la respuesta dada por Abraham, el rico sabe que, lamentablemente, esto no va a impresionar a sus hermanos y por eso insiste: «No, padre Abraham, sino que, si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán». Sigue la sentencia conclusiva de Abraham: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, no se convertirán aunque resucite un muerto». Nosotros no sólo tenemos a Moisés y a los profetas, que ciertamente haríamos bien en escucharlos, sino que tenemos la enseñan¬za del Hijo de Dios mismo: «en estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1,2).
Por eso más eficaz que todos los proyectos -ciertamente necesarios- que se puedan desarrollar en nuestro país para «superar la pobreza» sería que cada uno, antes de hacer un gasto superfluo y lujoso, se sentara a leer antes esta parábola atentamente. Si esto no surte efecto, para inducir a una vida más fraterna, solidaria y reconciliada; no hay más que hacer ya lamentablemente «no se convencerán ni aunque resucite un muerto».
Una palabra del Santo Padre:
Se preguntó el Papa, «¿por qué es maldito el hombre que confía en el hombre, en sí mismo? Porque —fue su respuesta— esa confianza le hace mirar sólo a sí mismo; lo cierra en sí mismo, sin horizontes, sin puertas abiertas, sin ventanas».
El Pontífice hizo referencia luego al pasaje evangélico de Lucas (16, 19-31), que cuenta la historia de «un hombre rico que tenía todo, llevaba vestimenta de púrpura, comía todos los días grandes banquetes, y se daba a la buena vida». Y «estaba tan contento que no se daba cuenta de que, en la puerta de su casa, lleno de llagas, estaba un tal Lázaro: un pobrecito, un vagabundo, y como un buen vagabundo con los perros». Lázaro «estaba allí, hambriento, y comía sólo lo que caía de la mesa del rico: las migajas».
El pasaje del Evangelio, dijo el Santo Padre, propone una reflexión: «Nosotros sabemos el nombre del vagabundo: se llamaba Lázaro. Pero, ¿cómo se llamaba este hombre, el rico? ¡No tiene nombre!». Precisamente «esta es la maldición más fuerte» para la persona que «confía en sí mismo o en las fuerzas o en las posibilidades de los hombres y no en Dios: ¡perder el nombre!».
Y «mirando a estas dos personas» propuestas en el Evangelio —«el pobre que tiene nombre y confía en el Señor y el rico que ha perdido el nombre y confía en sí mismo»— «decimos: es verdad, debemos confiar en el Señor». En cambio, «todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o en las posibilidades humanas solamente. Y nos olvidamos del Señor». Es una actitud que nos lleva lejos del Señor, «por el camino de la infelicidad», como el rico del Evangelio que «al final es un infeliz porque se condenó por sí mismo».
Se trata de una meditación especialmente en consonancia con la Cuaresma, dijo el Papa. Así, «hoy nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza? ¿Está en el Señor o soy un pagano que confío en las cosas, en los ídolos que yo he hecho? ¿Tengo aún un nombre o he comenzado a perder el nombre y me llamo “yo”?», con todas las varias declinaciones: “mi, conmigo, para mí, sólo yo: siempre en el egoísmo, yo”». Esto, afirmó, es un modo de vivir que ciertamente «no nos da salvación».
Refiriéndose una vez más al Evangelio, el Papa Francisco indicó que, a pesar de todo, «hay una puerta de esperanza para todos los que se arraigaron en la confianza en el hombre o en sí mismos, que perdieron el nombre». Porque «al final, al final, al final siempre hay una posibilidad». Y lo testimonia precisamente el rico, que «cuando se da cuenta que ha perdido el nombre, ha perdido todo, eleva los ojos y dice una sola palabra: “¡Padre!”. La respuesta de Dios es una sola palabra: “¡Hijo!”». Y, así, es también para todos los que en la vida se inclinan por «poner la confianza en el hombre, en sí mismos, terminando por perder el nombre, por perder esta dignidad: existe aún la posibilidad de decir esta palabra que es más que mágica, es más, es fuerte: “¡Padre!”». Y sabemos que «Él siempre nos espera para abrir una puerta que nosotros no vemos. Y nos dirá: “¡Hijo!”».
Como conclusión, el Pontífice pidió «al Señor la gracia de que a todos nosotros nos dé la sabiduría de tener confianza sólo en Él y no en las cosas, en las fuerzas humanas: sólo en Él». Y a quien pierde esta confianza, que Dios conceda «al menos la luz» de reconocer y de pronunciar «esta palabra que salva, que abre una puerta y le hace escuchar la voz del Padre que lo llama: hijo».
Papa Francisco. Misa en Domus Santae Marthae. Jueves 20 de marzo de 2014
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Nos dice San Juan Crisóstomo que Abrahán aparece junto a Lázaro porque había sido hospitalario con unos simples peregrinos y hasta los hizo entrar en su tienda. Por ello recibió la bendición de Dios (ver Gn 18,15). El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio hacia aquel que estaba en su puerta. ¿Enseño a los miembros de mi familia a que sean generosos y solidarios?¿Predico con mi ejemplo?
2. En la situación concreta en que vive nuestro país, ¿por qué no colaborar activamente en alguna campaña de solidaridad?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2419- 2425. 2443-2449.
Texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de Adoración nocturna española, Toledo
fotografia cameso. Altar Mayor de la Basilica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, Sevilla
sábado, 21 de septiembre de 2019
Domingo de la Semana 25ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 22 de septiembre de 2019 «No podéis servir a Dios y al dinero»
Lectura del libro del profeta Amós (8,4-7): Contra los que «compran por dinero al pobre».
Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: ¿cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?
Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo.
Jura el Señor por la Gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.
Salmo 112,1-2.4-6.7-8: Alabad al Señor, que alza al pobre. R./
Alabad, siervos del Señor, // alabad el nombre del Señor. // Bendito sea el nombre del Señor, // ahora y por siempre. R./
El Señor se eleva sobre todos los pueblos, // su gloria sobre el cielo; // ¿quién como el Señor Dios nues-tro // que se eleva en su trono // y se abaja para mirar // al cielo y a la tierra? R./
Levanta del polvo al desvalido, // alza de la basura al pobre, // para sentarlo con los príncipes, // los príncipes de su pueblo. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a Timoteo (2,1-8): Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven.
Te ruego, pues, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en el mando, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: éste es el testimonio en el tiempo apropiado: para él estoy puesto como anunciador y apóstol digo la verdad, no miento-, maestro de los paganos en fe y verdad.Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (16,1-13): No podéis servir a Dios y al dinero.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: -¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.
El administrador se puso a echar sus cálculos: - ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Este respondió: - Cien barriles de aceite. El le dijo: - Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe «cincuenta». Luego dijo a otro: - Y tú, ¿cuánto debes? El contestó: - Cien fanegas de trigo. Le dijo: - Aquí está tu recibo: Escribe «ochenta». Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
En el fondo vemos como en los textos litúrgicos se plantea la pregunta: ¿dónde está la verdadera riqueza? Ciertamente no puede coincidir con la ambición y la avaricia en perjuicio de los más pobres y necesitados, leemos en la Primera Lectura (Amós 8,4-7). Tampoco reside en la habilidad para hacerse «amigos» con las riquezas de otros. La verdadera riqueza es la riqueza de la fe, que poseen los hijos de la luz ya que no se puede servir a dos señores al mismo tiempo. En el fondo lo que está en juego es el ser recibidos o rechazados en las «moradas eternas» (San Lucas 16,1-13). Esta manera de entender las cosas sólo la podremos conseguir en la medida que seamos realmente «amigos de Jesús» y esto se logra en el ámbito de la oración (primera carta de San Pablo a Timoteo 2,1-8).
Una parábola desconcertante
El Domingo pasado hemos leído todo el capítulo 15 del Evangelio de San Lucas y hemos visto que su finalidad es mostrar que en la actitud de Jesús se revela la misericordia de Dios, que «no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva». Este Domingo comenzamos a leer el capítulo 16, que reúne sentencias de Jesús sobre el uso de los bienes materiales. Jesús ilustra su enseñanza por medio de dos parábolas: la del administrador astuto y la del rico y Lázaro. Este Domingo veremos la primera de estas parábolas y la conclusión de Jesús. Jesús expone el caso de «un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda».
El señor lo llama para pedirle cuenta de su administración y le anuncia que será despedido. En ese momento el administrador comienza a sentirse en dificultad, porque su situación actual termina y el tiempo urge. Se pregunta: «¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración?» Enton¬ces diseña un plan y convoca a los deudores de su señor, dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?'. Respon¬dió: 'Cien medi-das de aceite'. Él le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta'. Después dijo a otro: 'Tú, ¿cuánto debes?' Contestó: 'Cien cargas de trigo'. Le dice: 'Toma tu recibo y escribe ochenta'». Nadie se puede quedar sin reaccionar ante esta conducta del administrador despedido. También reacciona el señor. Pero lo hace de manera desconcertante: mientras se esperaría que lo hiciera con indignación, «el señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente ».
Una interpretación de la parábola
La mayor dificultad de la parábola está en la felicitación que el amo dirige a su administrador al conocer las rebajas a sus acreedores de sus propias deudas. Jesús parece sumarse a tal alabanza, pues lo pone como ejemplo para los hijos de la luz. Aclaremos el malentendido. El amo no aprueba la gestión anterior de su mayordomo , al que precisamente despide por fraude, sino que alaba su previsión del futuro, queriendo granjearse amigos para los tiempos malos que se le avecinan.
En tiempo de Jesús, los administradores podían disponer de los bienes del señor y prestarlos libremente, exigiendo de los acreedores la devolución de una cantidad mayor para hacerse, en esta forma, un salario. El administrador habría prestado 50 barriles de aceite y habría exigido la devolución de 100 (un interés del 100% es usurario, y en esto consistiría su injusticia); habría prestado 80 cargas de trigo y habría exigido la devolución de 100 (25% de interés). En este sentido, su decisión consiste en no exigir más que lo prestado, es decir, en renunciar a su parte, para suscitar la gratitud de los acreedores. La conclusión es entonces comprensible cuando: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente». El administrador era injusto y abusador porque en su gestión siempre había aplicado intereses usurarios; pero, en este momento, renunció a esa ganancia injusta esperando el beneficio mayor de ser acogido por los deudores favorecidos, cuando se viera privado de su cargo. Por otro lado, es difícil pensar que un propietario alabe a su propio administrador porque éste le roba y regala sus bienes para granjearse amigos.
Siguiendo esta interpretación se explica mejor la conclusión de Jesús: «Haceos amigos con el dinero injusto, para que cuando llegue a faltar, os reciban en las moradas eternas». Recordemos que el dinero es llamado de «injusto» porque suele impulsar a las personas hacia la falta de honradez. Jesús, por otro lado, quiere enseñar que nuestra vida también tendrá un fin y que, en comparación con la eternidad, ese fin es inminente. Nuestra situación ante Dios es como la del administrador: poseemos «dinero injusto». Por eso, en el breve tiempo que nos queda de vida, antes de que se nos pida cuenta de nuestra administración, debemos usar el dinero que poseemos para hacer el bien a los demás. El tiempo urge. Por tanto, la decisión debe ser ahora; mañana será demasiado tarde...
La parábola está dicha para fundamentar esta observación de Jesús: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz». No es algo que Jesús apruebe; es algo que Jesús lamenta. Lo dice como un reproche para interpelarnos y hacernos reaccionar. A menudo quedamos sorprendidos por la habilidad y la decisión con que actúan los obradores del mal para alcanzar sus objetivos perversos. Los hijos de la luz deberían ser más astutos, más decididos y más generosos en la promoción del bien, porque el bien es más apetecible. Esto es lo que desea Jesús; por eso, manda a sus discípulos con estas instrucciones: «Sed astutos como las serpientes y sencillos como las palomas» (Mt 10,16).
El uso adecuado de las riquezas
Sigue una serie de sentencias acerca del buen uso de las riquezas. Llama la atención la triple repetición de la palabra Dinero (con mayúscula, como un nombre propio). Es que traduce la palabra «mamoná» que en el texto griego original del Evangelio se conserva sin traducir. Ésta fue ciertamente la palabra usada por el mismo Jesús en arameo. Es una palabra de origen incierto. Algunos especialistas sostienen que proviene de la raíz «amén» y, por tanto, significa: «aquello en lo cual se confía». En la lengua original de Jesús hay entonces un juego de palabras, porque la misma raíz tienen los adjetivos «fiel» y «verdadero» y también el verbo “confiar”: «Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero?». El «mamoná» es injusto, porque siempre engaña. Su mismo nombre es un engaño: se ofrece como algo en lo cual se puede confiar; pero defrauda. Así lo muestra Jesús en la parábola del hombre cuyo campo produjo mucho fruto. Pensó que podía confiar en sus riquezas y que ellas le darían seguridad por muchos años: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años...”. Pero, esos bienes no le pudieron asegurar ni siquiera un día: “Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma’» (Lc 12,19-20).
La mejor inversión…
El dinero tiene que usarse con una sola finalidad: hacerse amigos en las «moradas eternas», es decir, entre los ángeles y santos del cielo. Y ¿cómo se logra esto? ¿Cómo se puede lograr que el dinero de esta tierra rinda en el cielo? Esto se logra de una sola manera: liberándonos de él. Es lo que Jesús enseña: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos» (Lc 12,33). Y una aplicación concreta de esta enseñanza está en la invitación que hace Jesús al joven rico: «Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos» (Lc 18,22). Pero él prefirió sus bienes de esta tierra, dejando así en evidencia lo que Jesús concluye: «No podéis servir a Dios y al Dinero”. Jesús exige que toda la confianza se ponga en Él solo. Si se confía en “ma-moná”, no se puede ser discípulo suyo: “El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mio» (Lc 14,33).
El dinero es una espada de dos filos, según se use para el bien o el mal, es decir para Dios y los demás o solamente para sí excluyendo a los otros. Para vivir como hijos de la luz tenemos que vivir el mandamiento del amor y servicio a los hermanos; algo imposible para aquel que vive al servicio del dinero. Si no convertimos nuestro corazón a los criterios de Jesús, no podemos ser de los suyos. De nada serviría llevar una vida piadosa y observante, como los mercaderes a quienes fustiga el profeta Amós en la Primera Lectura, que esperaban impacientes el cese del descanso sabático para seguir aprovechándose del pobre.
En cambio,San Pablo, en su carta a Timoteo, habla de hacer oración «alzando santas manos, limpias de ira y divisiones», como prueba de fiel servicio a Dios y comunión con todos los hombres por quienes rezamos en la oración de los fieles. Timoteo era un cristiano de Listra y fue amigo y colaborador de Pablo. Su madre era judeocristiana; su padre, griego. Pablo le elige como colaborador durante su segundo viaje misionero. Después que Pablo hubo partido de Tesalónica, Timoteo regresó a aquella ciudad para animar a los cristianos de allí. Más tarde, Pablo lo envió de Éfeso a Corinto para que instruyera a los cristianos de esa ciudad. Finalmente, Timoteo llegó a ser dirigente de la ciudad de Éfeso. A veces tenía poca confianza en sí mismo, y necesitaba de los alientos de su padre espiritual, Pablo, de quien fue siempre leal y fiel colaborador. Las dos cartas de San Pablo a éste joven están llenas de sabios consejos sobre cómo dirigir una co-munidad cristiana.
Una palabra del Santo Padre:
«Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra —esta palabra solidaridad— a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda. Casi da la impresión de una palabra rara… solidaridad. Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es, no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable; no es ésta, sino la cultura de la solidaridad; la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos.
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte, porque somos hermanos. No hay que descartar a nadie. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en la multiplica-ción de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.
También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano».
Papa Francisco. Visita a la Comunidad de Varginha. Río de Janeiro. Jueves 25 de julio de 2013.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. ¿Cuál es mi actitud ante los bienes materiales? ¿Pongo en ellos mi corazón?
2. ¿Soy generoso y solidario con mis hermanos? ¿De qué manera concreta?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2401-2418. 2443 -2449
texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de Adoración nocturna española en Toledo
fotografia, cameso Basilica de meritxell, patrona de Andorra
sábado, 14 de septiembre de 2019
Domingo de la Semana 24ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 15 de septiembre de 2019 «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta»
Lectura del libro del Éxodo (32,7-11.13-14): El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado.
En aquellos días dijo el Señor a Moisés: -Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un toro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: «Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.»
Y el Señor añadió a Moisés: -Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.
Entonces Moisés suplicó al Señor su Dios: -¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac y Jacob a quienes juraste por ti mismo diciendo: «Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.»
Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Salmo 50,3-4.12-13.17.19: Me pondré en camino adonde está mi padre. R./
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, // por tu inmensa compasión borra mi culpa. // Lava del todo mi delito, // limpia mi pecado. R./
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, // renuévame por dentro con espíritu firme; // no me arrojes lejos de tu rostro, // no me quites tu santo espíritu. R./
Señor, me abrirás los labios, // y mi boca proclamará tu alabanza. // Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, // un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a Timoteo (1,12-17): Cristo vino para salvar a los pecadores.
Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento.
Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía.
Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano.
Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: Que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna.
Al rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (15,1-32): Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: -Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: -Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: -¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.
También les dijo: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: -Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo: -Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.»
Se puso en camino a donde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: -Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: -Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: -Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.
El padre le dijo: -Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
El corazón misericordioso del Dios resuena en el conjunto de las lecturas dominicales. En la Primera Lectura escuchamos la música de la misericordia de Dios para con su pueblo, gracias a la intervención intercesora de Moisés. En la primera carta de Pablo a Timoteo sentimos una cierta conmoción al oír la confesión que Pablo hace de la misericordia de Jesucristo hacia él(Segunda Lectura). Pero descubrimos de manera elevada el amor de Dios por nosotros en las tres parábolas que recoge el Evangelio de San Lucas que se sintetizan en la parábola del Padre bondadoso.
El corazón compasivo de Dios
La misericordia de Dios es una de las constantes bíblicas y resumen de toda la historia de la salvación. Tal es el corazón de Dios que vemos en la Primera Lectura. Moisés, solidario con su pueblo, intercede ante el Señor por el pueblo que, infiel a la Alianza recién estrenada, ya había incurrido en la idolatría del becerro de oro. Moisés anticipa la figura de Jesucristo, nuestro Reconciliador ante el Padre.
El apóstol San Pablo es testigo excepcional de esta compasión, misericordia y perdón de Dios. En Pablo, que primero fue blasfemo y perseguidor de la Iglesia, se realizó plenamente lo que él afirma: Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, siendo él el primero de todos. El amor que Dios ha derramado en el corazón de Pabloa hecho de él una «nueva criatura».
«Acoge a los pecadores y come con ellos...»
Para comprender el sentido de las parábolas descritas por San Lucas, es necesario observar la situación en que fueron dichas: «Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él (a Jesús) para oírlo, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: 'Éste acoge a los pecadores y come con ellos'. Entonces Jesús les dijo esta parábola». Y siguen las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, la de la dracma perdida y la de los dos hermanos. La murmuración es una crítica malévola e insidiosa. Es lo que hacen los escribas y fariseos en este caso. Jesús simplemente hablaba y exponía el camino de Dios, como solía hacerlo, y mientras Él hablaba, se acercaban a oírlo «todos» los publicanos y los pecadores. De comer no se dice nada. Pero la murmuración objeta que Él «acoge a los pecadores y que come con ellos».
Jesús no se detiene a discutir sobre un asunto que es cierto. Al contrario, reconoce la crítica como verdadera, y propone las parábolas para explicar su conducta. Es cierto que Jesús no desdeñaba comer con publicanos. En efecto, el mismo Evangelio de Lucas ha relatado antes la vocación de Leví, que era un publicano (ver Lc 5,27). Tal vez nunca cumple Jesús su misión con más fidelidad que asumiendo justamente esa conducta.
Al ver a Jesús acoger a los publicanos y pecadores y comer con ellos, tenemos que concluir, entonces: así es Dios. Esto se ve corroborado con las palabras del mismo Cristo: «Yo no hago nada por mi cuenta, sino que, lo que el Padre me ha enseñado; eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,28-29).Por lo tanto, que Jesús coma con publicanos y pecadores para procurar su conver¬sión, eso agrada al Padre; aunque no agrade a los fariseos y escribas. La conducta de Jesús es la conducta de Dios, que «no se complace en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta y viva» (Ez 33,11). A los fariseos y escribas, en cambio, no les interesa la conversión del pecador, ellos se complacen en la muerte del pecador y por eso murmuran.
Entre Jesús y los fariseos hay un cambio total de mentalidad. Ambos se aproximan a los pecadores y publicanos de manera distinta. Para unos se trata de unos infractores de la ley, para Jesús sin embargo son hermanos que necesitan que alguien les dé esperanza de una vida nueva. La conversión al cristianismo consiste en pasar de la mentalidad farisaica a la mentalidad de Cristo. Según los fariseos, para alcanzar a Dios, que es santo y trascendente, había que separarse del mundo profa¬no, ignorar las relaciones humanas, sobre todo, evitar todo contacto con los pecadores.
La palabra «fariseo» significa precisamente eso: «separado». Cristo, en cambio, instituye una santificación que se alcanza haciendo el camino opuesto: el camino de la Encarna¬ción y de la comu¬nión con los hombres. Este dinamismo de comunión es el que llevaba a Jesús a hacerse solidario con los pequeños, los necesita¬dos, los pecadores; es el que lo llevó a abajarse y a humillarse hasta la muerte, y muerte de cruz. Un «Cristo- Mesías -Ungido crucificado» era el escándalo máximo para los fari¬seos (ver 1Cor 1,23).
Las parábolas de la misericordia
El extenso Evangelio de hoy nos propone tres parábo¬las conocidas como «las tres parábolas de la misericor¬dia». Ellas no sólo afirman que Dios perdona al pecador arrepenti¬do, sino que tratan de enseñarnos que, en reali¬dad, la conversión del pecador es ante todo obra de Dios mismo, que se afana -si puede decirse esto- y hace todo lo posible para que el peca¬dor se convierta y vuelva a Él y una vez que lo ha conseguido se alegra Él y todos los ánge¬les con Él. La misericordia de Dios será siempre un miste¬rio superior a nuestra limitada capacidad de compren¬sión. Sólo se puede contemplar y adorar. La primera parábola nos muestra la escena familiar de un pastor que, cuando pierde una de sus cien ovejas, deja las otras noventa y nueve y va en busca de la perdida. Hasta aquí llega la parábola. Ahora viene la enseñanza de Jesús: «Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión».
La segunda parábola es semejante a ésta. Tiene la fina¬lidad de reafirmar la misma enseñanza, proponiéndola con algún matiz diverso. Nos muestra otra escena familiar: una mujer que habiendo perdido una de sus diez dracmas (la dracma es una moneda griega equivalente a un denario, el salario diario de un obrero), enciende la luz, barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuen¬tra. Jesús explica: «Del mismo modo, os digo, se produce ale¬gría ente los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
En estas dos parábolas ni la oveja perdida ni la dracma perdida hacen nada. Es el pastor y la mujer los que hacen el esfuerzo de buscarlos hasta encontrarlos. Cuando se trata del hombre, su situación de perdición, la desgracia en que se encuentran los perdidos, suscita la preocupación y la tristeza del pastor que no descansa hasta recuperarlos. Lo hace porque son suyos y porque los ama. Y los ama hasta el extremo de dejar solos a los que están bien. Es lo que hizo Dios: «Tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único... para que el mundo se salve por Él» (ver Jn 3,16-17). Todo el esfuerzo de la recuperación del hombre perdido lo hizo Cristo, pagando la deuda del pecado con su propia sangre.
La tercera parábola es la conocida parábola del hijo pródigo o el padre misericordioso. Observare¬mos sólo la actitud del hermano mayor. Mientras todos se alegran y hacen fiesta -más que todos se alegra el Padre-, el hijo mayor se niega a participar en la fiesta y dice al Padre: «Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya... y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!» El hijo mayor se consi¬dera justo; a él no hay nada que perdonarle, porque nunca ha dejado de cumplir una orden del Padre. Por eso se irrita de que el Padre pueda perdonar y acoger a su herma¬no, y él no lo perdona. La recon¬ciliación entre hermanos exige que todos se reconozcan peca¬dores ante el único que nos ofrece gratuitamente su gracia reconciliadora: el mismo Dios.
Por eso no hay ninguno que no se encuentre, de una u otra forma, en la situación de la oveja perdida. No hay ninguno que no deba su salvación eterna a la muerte de Jesucristo en la cruz; no hay ninguno que no haya debido ser encontrado por Cristo y no haya sido llevado sobre sus hombros con alegría. «Todos nosotros como ovejas perdidas errábamos», dice el profeta Isaías (Is 53,6). Por eso no hay ningún justo -tanto menos noventa y nueve- que no tenga necesidad de conversión. El que se tiene a sí mismo por justo y considera que no tiene nada de qué pedir perdón a Dios, ése se excluye de la salvación de Dios obrada en Cristo y ése rehúsa el perdón al herma¬no. Pero ése es un soberbio que dice a Dios: «No tengo necesidad de tí para salvarme y estar bien».No existe nadie que no necesite conversión; por eso, todos estamos siempre en situación de producir alegría en el cielo. Un cristiano que conduce una vida buena, regular, pero plana y sin progreso, es un cristiano mediocre. Éste no produce ninguna alegría en el cielo. La vida cristiana debe ir en permanente progreso, de conversión en conversión, tendiendo siempre a la santidad (perfección del amor), es decir, a ese límite inalcanzable fijado por Jesús: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).
Una palabra del Santo Padre:
«Queremos reflexionar hoy sobre la parábola del padre misericordioso. Esta habla de un padre y de sus dos hijos, y nos hace conocer la misericordia infinita de Dios.
Empezamos por el final, es decir por la alegría del corazón del Padre, que dice: “Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado” (vv. 23-24). Con estas palabras el padre ha interrumpido al hijo menor en el momento en el que estaba confesando su culpa “ya no merezco ser llamado hijo tuyo…” (v. 19).
Pero esta expresión es insoportable para el corazón del padre, que sin embargo se apresura para restituir al hijo los signos de su dignidad: el vestido, el anillo, la sandalias. Jesús no describe un padre ofendido o resentido, un padre que por ejemplo dice “me la pagarás”, no, el padre lo abraza, lo espera con amor; al contrario, la única cosa que el padre tiene en el corazón es que este hijo está delante de él sano y salvo. Y esto le hace feliz y hace fiesta.
La recepción del hijo que vuelve está descrita de forma conmovedora: “Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó” (v. 20). Cuánta ternura, lo vio desde lejos, ¿qué significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para mirar el camino y ver si el hijo volvía. Lo esperaba, ese hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. Es algo bonito la ternura del padre. La misericordia del padre es desbordante y se manifiesta incluso antes de que el hijo hable.
Cierto, el hijo sabe que se ha equivocado y lo reconoce: “trátame como a uno de tus jornaleros” (v. 19). Pero estas palabras se disuelven delante del perdón del padre. El abrazo y el beso de su padre le han hecho entender que ha sido siempre considerado hijo, a pesar de todo, pero es siempre su hijo. Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de los hijos de Dios es fruto del amor del corazón del padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por tanto nadie puede quitárnosla. Nadie puede quitarnos esta dignidad, ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad».
Papa Francisco. Audiencia miércoles 11 de mayo de 2016
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. A la luz de la Segunda lectura, ¿soy consciente que debo de convertirme todos los días de mi vida?
2. Leamos detenidamente y hagamos un momento de oración sobre la parábola del padre misericordioso.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2838-2341
texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de Adoración nocturna española en Toledo
fotografia cameso : Impresionante el fervor religioso que tuvimos ocasión de participar en Lourdes; la cueva donde Santa Maria Inmaculada
se apareció a Bernardette el 11 de febrero de 1858. Nuestra presencia fue un dia cualquiera, rezos del Santo Rosario, masificación en la explanada y procesión nocturna. Presencia de enfermos y de fieles en los caños del manantial de aguas milagrosas a las que envío la Virgen a Bernardette.
domingo, 8 de septiembre de 2019
Domingo de la Semana 23ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «El que no renuncie no puede ser discípulo mío»
Lectura del libro de la Sabiduría (9, 13-18): ¿Quién se imaginará lo que el Señor quiere?
¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere?
Los pensamientos de los mortales son frágiles, e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa.
Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está en el cielo?, ¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto?
Así se enderezaron las sendas de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron por la sabiduría.
Salmo: Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tú reduces el hombre a polvo, // diciendo: «Retornad, hijos de Adán». // Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; // una vela nocturna. R/.
Si tú los retiras, // son como un sueño. // como hierba que se renueva: // que florece y se renueva por la mañana, // y por la tarde la siegan y se seca. R/.
Enséñanos a calcular nuestros años, // para que adquiramos un corazón sensato. // Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? // Ten compasión de tus siervos. R/.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, // y toda nuestra vida será alegría y júbilo. // Baje a nosotros la bondad del Señor // y haga prósperas las obras de nuestras manos. // Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Lectura de la carta de San Pablo a Filemón (1, 9b-10.12-17): Recóbralo, no como esclavo, sino como un hermano querido.
Querido hermano: Yo, Pablo, anciano y ahora prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión. Te lo envío como a hijo. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor.
Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (14, 25-33): El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, sí echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
¿Cómo ser discípulo del Señor? A lo largo de las lecturas veremos, cada vez con más claridad, cómo los pensamientos de Dios no son los pensamientos del hombre: «la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres» (1Cor 1,25). Los pensamientos del hombre se muestran, muchas veces, tímidos e inseguros ya que provienen de «un cuerpo corruptible» abrumado por las preocupaciones y marcado, no determinado, por el pecado (Primera Lectura).
Es la sabiduría de Dios la que lleva a Jesús a manifestar claramente las condiciones para seguirlo y así ser un «verdadero discípulo» (Evangelio). Finalmente vemos en la Segunda Lectura una bella expresión del discipulado, que nace de la fe y del amor, que lleva a Pablo a interceder por Onésimo ante Filemón.
La Sabiduría de Dios
El libro de la Sabiduría, considerado el último del Antiguo Testamento (escrito alrededor del año 50 A.C.), es de corte humanista al estilo griego, cuyo influjo se hace notar, por ejemplo, en la distinción que establece entre el cuerpo y el alma (ver Sb 9,15). No obstante, la sabiduría que vemos aquí no es la gnosis de la filosofía griega, sino es el conocimiento que se adquiere como don del Espíritu Santo que nos ayuda a entender los designios de Dios. La Primera Lectura hace parte de una oración para alcanzar la Sabiduría y viene a propósito del hecho contado en 1 Re 3,4-16; el sueño en que Salomón le pide a Dios sabiduría: «Concede a tu siervo un corazón atento para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal» (1Re 3,9). La condición indispensable para adquirir la sabiduría es tener un corazón humilde y sencillo. A los que aceptan cooperar con Él, Dios les concede la rectitud, la prudencia e incluso la autoridad para dirigir al Pueblo de Dios. Abraham, Moisés y sin duda la Virgen María; fueron llamados a realizar grandes obras (ver Lc 1, 49) porque pusieron toda su confianza en las promesas de Dios.
Pablo intercede por Onésimo
Filemón era un cristiano de una buena posición social, quizá convertido por el mismo San Pablo. Su esclavo Onésimo se había escapado, por alguna culpa, y había ido a parar a Roma, donde Pablo le ofreció refugio y lo convirtió. La fuga de Onésimo era delito por el que incurría en graves penas, y Pablo podría resultar cómplice. Pablo no intenta resolver el problema por la vía legal, aunque sugiere estar dispuesto a compensar a Filemón, más bien traslada el problema y su resolución al gran principio cristiano del amor y la fraternidad, más fuertes que la relación jurídica de amo y esclavo. Si Filemón ha perdido un esclavo, puede ganar un hermano; y Pablo será agente de reconciliación en este delicado caso (ver 2Cor 5,17-21). La carta debió ser escrita desde la prisión de Roma alrededor del 61-63.
«Caminaba con Él mucha gente...»
El Evangelio de hoy se abre con un cambio de escena. Estábamos, en la lectura del Domingo pasado, en una comida ofrecida en sábado por uno de los jefes de los fariseos, a la cual había sido invitado también Jesús. Allí, aprovechando esa situación, Jesús había dado diversas enseñanzas que tienen relación con un banquete. El Evangelio de hoy lo presenta en el camino seguido por una multitud: «Caminaba con Él mucha gente». Es difícil hacerse una idea de cuántos eran los que caminaban con Jesús. En otra ocasión el mismo evangelista dice que se reunieron para escuchar a Jesús «miríadas de personas hasta pisarse unos a otros» (Lc 12,1).
La palabra «miríada» es una trascripción de la palabra griega «myri¬ás» que significa diez mil. Pero también se usa para designar un número indefinido muy grande, como usamos nosotros la palabra «millones». En todo caso, la imagen que se trans¬mite es la de un gran número de personas que iban con Jesús por el camino. Es de notar que el evange¬lista evita cuidadosamente decir que esas numerosas perso-nas «lo seguían», porque este término se reserva a sus discípulos. Y aquí se trata precisamente de discernir quiénes de entre esa multitud pueden llamarse «discípulos» de Jesús. Justamente en el Evangelio de hoy contiene la definición de lo que Jesús entiende por un discípulo suyo. Y esa definición no es puramente teórica, sino que tiene el valor particular de surgir de un hecho concreto de vida. Tres veces repite Jesús la misma fórmula, que parece desalentar a quien piense que seguirlo es algo bien visto, cómodo y placentero: el que no cumpla con tal cosa, «no puede ser discípulo mío».
¿Y cuál es el hecho concreto de vida del cual surgen esas tres expresiones? El Evangelio dice: «Si alguno viene donde mí y no pospone a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío... El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío... El que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío». A Jesús no le interesa tanto el número de los que lo acompañan; sino la radicalidad del seguimiento. Y por eso pone esas condiciones que son de una inmensa exigencia. Para ser discípulo de Jesús se exige una adhesión total. El que lee esas condiciones puestas por Jesús debe exami¬narse a sí mismo seriamente para ver si merece el nombre de cristiano.
En todo caso este nombre hay que usarlo con mucha mayor cautela. Los métodos de Jesús parecen ser diametralmente opuestos a los modernos sistemas de «marketing», donde se adopta todo tipo de técnicas y argucias para conseguir un adepto o un compra¬dor. Jesús aparece también atentando contra la popularidad de la que necesitan los políticos para hacer prevalecer sus posturas. Sin embargo, la garantía de la verdad del mensaje de Jesucristo; es que Él mismo con su Muerte y Resurrección, la ratificó. «Y si Cristo no resucitó, vacía es nuestra predicación, vacía también nuestra fe» (1Cor 15,14). Y afortunada¬mente tampoco la Iglesia de Cristo tiene la preocu¬pación de la populari¬dad, pues no se empeña en complacer a los hombres, sino sólo a Dios. Por eso la Iglesia, aunque parezca incómoda e impopular, lo que nos enseña es la verdad. Precisamente la garantía de que su doctrina es la verdad es que no busca complacer los oídos de los hombres y mujeres.
¿Posponer a su padre o su madre, hermanos y hermanas...?
«Si alguno viene donde mí y no pospone a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío...». Ésta es la primera condición: « posponer» a los de la propia casa y hasta la propia vida. ¿Cómo se entiende esto? En realidad, Jesús nos manda «honrar padre y madre», como se lo dijo claramente al joven rico cuando le expuso los mandamientos que eran necesarios cum¬plir para alcanzar la vida eterna (ver Lc 18,20). Es decir debe entenderse en sentido relativo; quiere decir: «en la escala de valores no tenerlos en el primer lugar», o más precisa¬mente, en una situación de conflicto entre el amor a Cristo y el amor a esas otras personas, hay que preferir a Cristo.
«Quien no carga su cruz y me sigue no puede ser discípulo mío»
Aquí Jesús pone una condición ulterior. No se trata de amar a Cristo solamente, sino amarlo en su situación de total abajamiento, es decir, en la cruz, en ese estado en que todos lo abandonaron. La fidelidad a Jesús hasta este extremo es la prueba del verda¬dero discípulo. Tal vez nadie ha expresado mejor que San Pablo esta centralidad de la cruz. Por eso escribe a los Corintios: «Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles» (1Cor 1,22-23). La cruz es para ellos (judíos y griegos) un obs¬táculo insuperable (escándalo), o bien, una demostración de insensatez. El discípulo de Cristo, en cambio, ve en Cristo crucificado la «fuerza de Dios y la sabiduría de Dios» (1Cor 1,24), y por eso, abraza su cruz con alegría y desea compartir con Cristo la ignomi¬nia de la cruz.
¿Renunciar a todos los bienes?
La fuerza de la tercera condi¬ción está en la expresión «renunciar a todos sus bienes», no sólo se trata de unos pocos bienes. Y para ilustrar esta condición, Jesús propo¬ne dos pequeñas parábolas: nadie se pone a construir una torre si no tiene con qué terminarla; nadie sale a combatir si sus tropas son insuficientes para hacer frente al enemigo. Asimismo, que nadie pretenda seguir a Cristo y ser discípulo suyo si no está dispuesto a renunciar a todos sus bienes. Tarde o temprano esos bienes le significarán un estorbo, como ocurrió con el joven rico: «se alejó de Jesús triste, porque tenía muchos bienes» (Mt 19,22). El Evangelio de hoy nos invita a examinar la radicalidad y la coherencia de nuestra adhe¬sión a Jesús. El mártir San Ignacio de Antioquía en el siglo II conocía bien esta definición de discípulo de Cristo. Por eso cuando era llevado bajo custodia a Roma donde había de sufrir el martirio como pasto de las fieras, escribe a los cristianos de Roma para suplicarles que no hagan ninguna gestión que pueda evitarle el martirio, pues teme que para eso haya que transigir en algo de su adhesión a Cristo. Y agrega: «Más bien convenced a las fieras que ellas sean mi tumba y que no dejen nada de mi cuerpo... Cuando el mundo ya no vea ni siquiera mi cuerpo, entonces seré verdaderamente discípulo de Jesucristo».
Una palabra del Santo Padre:
Al inicio de la Cuaresma, la Iglesia «nos hace leer, nos hace escuchar este mensaje», dijo el Pontífice. Un mensaje que –afirmó– «podríamos titularlo el estilo cristiano: “Si alguien quiere seguirme, es decir, ser cristiano, ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Porque Él, Jesús, fue el primero en recorrer este camino». El obispo de Roma volvió a proponer las palabras del evangelio de Lucas: «El Hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Nosotros «no podemos pensar en la vida cristiana —especificó— fuera de este camino, de este camino que Él recorrió primero». Es «el camino de la humildad, incluso de la humillación, de la negación de sí mismo», porque «el estilo cristiano sin cruz no es de ninguna manera cristiano», y «si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana».
Asumir un estilo de vida cristiano significa, pues, «tomar la cruz con Jesús e ir adelante». Cristo mismo nos mostró este estilo negándose a sí mismo. Él, aun siendo igual a Dios —observó el Pontífice—, no se glorió de ello, no lo consideró «un bien irrenunciable, sino que se humilló a sí mismo» y se hizo «siervo por todos nosotros».
Este es el estilo de vida que «nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino que lleva a negarse a sí mismo está hecho para dar vida; es lo contrario del camino del egoísmo», es decir, «el que lleva a sentir apego a todos los bienes solo para sí». En cambio, este es un camino «abierto a los demás, porque es el mismo que recorrió Jesús». Por lo tanto, es un camino «de negación de sí para dar vida. El estilo cristiano está precisamente en este estilo de humildad, de docilidad, de mansedumbre. Quien quiera salvar su vida, la perderá. En el Evangelio, Jesús repite esta idea. Recordad cuando habla del grano de trigo: si esta semilla no muere, no puede dar fruto» (cf. Jn 12, 24).
Se trata de un camino que hay que recorrer «con alegría, porque —explicó el Papa— Él mismo nos da la alegría. Seguir a Jesús es alegría». Pero es necesario seguirlo con su estilo –insistió–, «y no con el estilo del mundo», haciendo lo que cada uno puede: lo que importa es hacerlo «para dar vida a los demás, no para dar vida a uno mismo. Es el espíritu de generosidad». Entonces, el camino a seguir es éste: «Humildad, servicio, ningún egoísmo, sin sentirse importante o adelantarse a los demás como una persona importante. ¡Soy cristiano…!». Con este propósito, el Papa Francisco citó la imitación de Cristo, subrayando que «nos da un consejo bellísimo: ama nesciri et pro nihilo reputari, “ama pasar desapercibido y ser considerado una nulidad”». Es la humildad cristiana. Es lo que Jesús hizo antes».
«Pensemos en Jesús que está delante de nosotros —prosiguió—, que nos guía por ese camino. Ésta es nuestra alegría y ésta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no son fecundas, piensan solamente, como dice el Señor, en ganar el mundo entero, pero al final se pierde y se arruina a sí mismo».
Papa Francisco. Homilía 6 de marzo de 2014. En la Casa Santa Marta.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Seguir a Jesús, es decir llamarse de verdad «cristiano», tiene un precio. ¿Amo a Jesús realmente en primer lugar? ¿Soy capaz de «renunciar a todo» para seguirlo? ¿Qué me impide amarlo más? ¿A qué debo de renunciar?
2. Vivir el amor fraterno exige ver en el otro a mi hermano. ¿Discutamos en familia, cómo puedo hacer concreto mi amor solidario por mis hermanos, especialmente a los más necesitados?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 520. 562. 618.1506.1816.1823.1929-1948.
texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de A.N.E. Toledo
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