sábado, 29 de febrero de 2020

1ª semana de Cuaresma. Domingo A: Mt 4, 1-11


Estamos en el primer domingo de Cuaresma. Esta palabra, Cuaresma, significa cuarenta días, que en la Sagrada Escritura aparece como un tiempo de conversión, de esfuerzo en el espíritu, para prepararse a algo grande. Nosotros nos preparamos para vivir mejor y más cristianamente la Pascua. En los tiempos antiguos los adultos que recibían el bautismo en la Vigilia Pascual, se preparaban con instrucciones y actos de piedad. Nosotros ahora también debemos prepararnos para que la renovación de las promesas bautismales en la Pascua sea de verdad una conversión, que es un cambio de corazón, para que vivamos en una consciente resurrección con Cristo.

También Jesús quiso prepararse para su predicación con cuarenta días de oración y retiro en el desierto. Y el diablo, que siente que Jesús está lleno del Espíritu Santo, se acerca con astucia y mentiras para ver si cambia sus planes proponiéndole un falso mesianismo. Es el mismo ser nefasto que al principio de la humanidad tentó a Adán y Eva haciéndoles caer en el mal, como nos lo dice la primera lectura del Génesis.

La Cuaresma es como un símbolo del camino de la vida. Y mientras estamos en esta vida mortal siempre encontraremos dificultades y tentaciones. Éstas no son malas en sí, ya que nos pueden dar una gran gloria si sabemos vencerlas con la gracia de Dios. Jesús también quiso tener tentaciones. Con ello nos enseñó el camino de la humildad y la manera de salir adelante. Así será sobre todo, si nos apoyamos en la Palabra de Dios. El relato de estas tentaciones no pretende ser un reportaje periodístico, sino más bien una composición simbólica, donde se nos da un mensaje teológico sobre las dificultades en nuestro caminar hacia Dios y un resumen de muchas tentaciones que Jesús tuvo durante su vida, al mismo tiempo que una enseñanza para los discípulos de lo que les esperaba en su apostolado.

1ª tentación: “Di que estas piedras se conviertan en panes”. El diablo se aprovecha de las necesidades y debilidades de la naturaleza humana. Le propone a Jesús servirse de su mesianismo para su propia comodidad personal. Hay una tentación actual en convertir el apostolado y todo en mera utilidad y provecho propio: se busca el placer por encima del deber. Y Jesús vence con la palabra de Dios. Parece decirnos que es preferible morirse de hambre antes que despreciar el alimento que nos viene de Dios, expresado en su Palabra. Es un homenaje a la Palabra de Dios.

2ª tentación: “Tírate de aquí abajo”. Es la tentación de la vanidad y el creer que se consigue más con lo espectacular que con el servicio y el sincero amor. Uno cree que con los milagros y actos espectaculares se atraerá a más personas; pero lo que salva es el amor y el sacrificio, aunque el camino sea más lento y costoso. Es la tentación que Jesús sufrió en la cruz, cuando le decían: “Baja de la cruz para que creamos”.

3ª tentación: “Todo te daré si me adoras”. Es la tentación del poder. Es el pensar que la gente seguirá más a un mesías, que se muestre como rey poderoso, que a uno entregado a la muerte. Es la tentación de un mesianismo triunfalista, humano y terreno. El diablo quiere que Jesús busque el poder humano y se olvide de las almas. Muchas veces se ha creído que el poder y el dinero son los mejores caminos apostólicos, pero Dios quiere el camino del amor. Jesús acepta el plan del Padre: el mesianismo doliente, con los medios humildes y propios del Reino de Dios. En el apostolado lo que vale es el trabajo oscuro, anónimo, abnegado, silencioso. Nunca les prometió a los apóstoles éxitos fáciles, sino persecuciones, aunque luego les llevarían a la gloria.

Jesús nos enseña a vencer las tentaciones con la palabra de Dios. La Cuaresma es tiempo más apto para que nos familiaricemos con la palabra de Dios, para hacerla vida de nuestra vida. Si Jesús permanece tanto tiempo en el desierto es porque ya estaría acostumbrado en los montes cercanos a Nazaret. La Pascua no la podremos vivir en el espíritu si no nos vamos preparando con mayor oración y con la palabra de Dios.


Texto, Anónimo

Domingo de la Semana 1ª de Cuaresma. Ciclo A – 1 de marzo de 2020 «No tentarás al Señor tu Dios»


Lectura del libro del Génesis (2,7-9;3,1-7): Creación y pecado de los primeros padres.

El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: -«¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?» La mujer respondió a la serpiente: -«Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte."»
La serpiente replicó a la mujer: -«No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abri¬rán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal. »
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, por¬que daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

Salmo 50,3-4.5-6a.12-13.14.17: Misericordia, Señor, hemos pecado. R/.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, // por tu inmensa compasión borra mi culpa; // lava del todo mi delito, // limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa, // tengo siempre presente mi pecado: // contra ti, contra ti sólo pequé, // cometí la maldad que aborreces. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, // renuévame por dentro con espíritu firme; // no me arrojes lejos de tu rostro, // no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación, // afiánzame con espíritu generoso. // Señor, me abrirás los labios, // y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (5,12-19): Si creció el pecado, más abundante fue la gracia.

Hermanos: Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por¬que todos pecaron. Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pe¬cado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir.
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.
Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria.
Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.
En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (4,1-11): Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado.

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

El tentador se le acercó y le dijo: -«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. » Pero él le contestó, diciendo: -«Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda pa¬labra que sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: -«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encar¬gará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, pa¬ra que tu pie no tropiece con las piedras. " » Jesús le dijo: -«También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: -«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.» Entonces le dijo Jesús: -«Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adora¬rás y a él solo darás culto."»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Una de las constantes en las lecturas de este primer Domingo de Cuaresma es la relación con el tentador y el mal. En este sentido el Evangelio nos ofrece un tema central para la vida cristiana: Jesucristo nos muestra cómo se puede venir y como vencer a la tentación. Por otro lado, vemos a Adán que cede ante el tentador. Sin embargo así como por un sólo hombre ha entrado el pecado, la muerte y las rupturas en la creación; por un solo hombre, Jesucristo el Verbo Encarnado, ha venido la gracia y Salvación. La Iglesia celebra hoy el primer Domingo de Cuaresma, que como su nombre lo indica, es un período de cua¬renta días que terminará con el Domingo de Resurrec¬ción donde cele¬bramos la Pascua del Señor. Comienza, por tanto, cua¬renta días antes de esa fecha - un día miércoles - con el signo austero y expre¬sivo de las cenizas, que pues¬tas sobre nues¬tra frente, nos recuer¬dan una verdad rotun¬da: «Polvo eres y en polvo te convertirás».

L La primera caída y el Nuevo Adán

«Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron» (Rm 5,12). Esta frase de la carta de San Pablo a los Romanos se refiere al pecado de Adán, el padre de toda la humanidad. Por ese pecado de Adán entró la muerte en el mundo, pues a él Dios le había dicho: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gn 2,17). Comprendemos que Adán muriera, porque él pecó habiendo sido advertido. Pero… ¿por qué «alcanzó la muerte a todos los hombres»?

El Catecismo de la Iglesia Católica nos responde: «Todo el género humano es en Adán «sicutunum corpus uniushominis» («Como el cuerpo único de un único hombre»). Por esta «unidad del género humano», todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto» .

El Evangelio nos relata la antípoda del pecado de Adán. El mismo que hizo caer a Adán e introdujo la muerte en el mundo va a intentar ahora hacer caer a Jesús. Pero el desenlace es infinitamente distinto. Dios había sentenciado a la serpiente antigua, refiriéndose a uno que sería «descendencia de la mujer»: «Él te pisoteará la cabeza, mientras acechas tú su talón» (Gn 3,15). Si Adán es cabeza de la humanidad, Cristo, el nuevo Adán; lo es con mucha más razón. Si por el pecado de Adán entró la muerte, por la fidelidad de Cristo se nos devuelve la vida. Esto es lo que Él mismo declara: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Considerando todo su misterio, el Evangelista afirma: «En él estaba la vida» (Jn 1,4). Este don es el que quería destruir el diablo y es el que destruye cada vez que nos tienta. Pero fue vencido por Cristo ya que «si por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte... cuánto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán todos» (Rm 5,17).

K «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu...»

El Evangelio de hoy comienza con el adverbio de tiempo «entonces». Pero este adverbio no tiene sentido sino en relación a lo que precede. Y lo que precede inmediatamente es la voz del Padre que, en el bautismo de Jesús en el Jordán, declara: «Este es mi Hijo amado en quien me com¬plazco» (Mt 3,17). ¿Qué relación hay entre esta declara¬ción del Padre y las tentaciones en el desierto? Por otro lado, el Espíritu que se vio bajar sobre Jesús en forma de paloma, es el que ahora lo lleva al desierto; y lo lleva con una finalidad: «ser tentado por el diablo». ¿Cómo es posible que el Espíritu lo ponga en la situación de ser tentado?

Para responder a estas preguntas, debemos recordar que en la Biblia hay otro período caracterizado por el número cuarenta, esta vez «cuarenta años». Se trata del tiempo que Israel peregrinó por el desierto de Sinaí des¬pués de su salida de Egipto antes de entrar en la tierra prometida. Ese tiempo también fue un período de prueba. Pero ¿qué relación tiene Israel con el «Hijo de Dios»? También a Israel, Dios lo llama «su hijo». Cuando manda a Moisés a pedir al Faraón la salida de Israel, le ordena decir estas palabras: «Así dice Yahveh: Israel es mi hijo, mi primogénito... Deja ir a mi hijo para que me dé cul¬to» (Ex 4,22-23). Y el mismo Moisés dice al pueblo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humi¬llarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos» (Dt 8,2).

Siglos más tarde, comen¬tando esos hechos, el profe¬ta Oseas transmitía esta queja de Dios: «Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí» (Os 11,1-2).Ese hijo, que Dios reconoce como «su hijo primogénito», fue infiel. Ahora, en cambio, respecto de Jesús, el Padre declara: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17).E inmediatamente después de estas palabras, sigue el viaje de Jesús al desierto y las tentaciones. Allí Jesús, igual que ese otro hijo que fue Israel, pasará un tiempo de prueba en el desierto; pero él se comportará como un Hijo fiel a su Padre, reparando así la infidelidad y el pecado de su pueblo.

L «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes»

La Encarnación consiste en que el Hijo de Dios, sin dejar de ser verdadero Dios, se hizo «verdadero hombre» y sufrió todo lo que tiene que sufrir un hombre: «Fue probado en todo igual que nosotros, excepto el pecado» (Hb 4,15). Jesús fue tentado, para enseñarnos que sufrir la tentación no es moralmente reprobable, sino que responde a la condición de nuestra humanidad. Después de ayunar cuarenta días, Jesús sintió hambre, como es natural, y tuvo un fuerte deseo de comer. El, que pudo nutrir a las multitudes, ¿no podía convertir las piedras en pan? Sí, podía. Pero eso habría significado hacer un milagro para saciar su hambre. Y esta era la tentación. Esta era la acción que el diablo le sugería: convertir las piedras en panes. ¿Por qué habría sido pecado ceder a ella, qué habría tenido de malo? Ceder a ella habría sido vaciar de todo su signifi¬cado la Encarnación; ya no habría sido «igual a nosotros en todo», si para saciar su hambre o para resolver cualquier otra necesidad le hubiera bastado hacer un milagro. Habría sido infiel a su misión y a la voluntad de su Padre. Tal vez esto recordaba Jesús cuando advierte a los discípulos: «Mi ali¬mento es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4,34). Esta tenta¬ción se parece mucho a la que sufrió en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Jesús podía bajar de la cruz. Pero eso habría sido frustrar toda la reconciliación; no habría cumplido su misión de «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

L «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito...»

La segunda tentación es semejante a la primera, pero es más sutil. Jesús había rechazado la primera tentación apo¬yándo¬se en la Palabra de Dios y ya que es así, para satisfacerlo, el tentador toma «una palabra que sale de la boca de Dios» y le sugiere, en esta segunda tentación, reali¬zar su condición de Mesías con ostentación de poder, con legiones de ángeles a sus órdenes; y la Escritura parecía apoyar esta visión. Pero Dios tenía previsto algo diferente. Es lo que Jesús explica a Pedro cuando éste quiere evitar que sea aprendido: «¿Piensas que no puedo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que (el Mesías tiene que padecer)?» (Mt 26,53-54). Jesús rechazó la tentación y fue fiel a su misión, tal como se la había encomendado su Padre, hasta las últimas consecuencias. El «no tenía apariencia ni presencia... despreciable y deshecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53,2-3).

L «Todo esto te daré si postrándote me adoras»

La tercera tentación es la más burda. El diablo está vencido, pero intenta seducir a Jesús con la riqueza. De Jesús, el Verbo eterno de Dios, está escrito: «Todo fue hecho por El y para El» (Col 1,16). Pero Él se Encarnó y como hombre nació en un pesebre y no tenía donde reclinar su cabeza. Si hubie¬ra cedido al deseo de tener riquezas -en esto consistió la tentación- no habría asumido hasta el último de los hombres, como era la misión que le encomendaba su Padre. Renunciar a cumplir nuestra vocación a la santidad, renunciar al bien y a la verdad por el afán de las riquezas, eso es abandonar a Dios y adorar al diablo. Jesús rechaza la tentación citando el prime¬ro de los mandamientos: «Sólo al Señor tu Dios adorarás».

+ Una palabra del Santo Padre:

«La Iglesia nos hace recordar ese misterio al inicio de la Cuaresma, porque nos da la perspectiva y el sentido de este tiempo, que es un tiempo de combate —en Cuaresma se debe combatir—, un tiempo de combate espiritual contra el espíritu del mal (cf. Oración colecta del Miércoles de Ceniza). Y mientras atravesamos el «desierto» cuaresmal, mantengamos la mirada dirigida a la Pascua, que es la victoria definitiva de Jesús contra el Maligno, contra el pecado y contra la muerte. He aquí entonces el significado de este primer domingo de Cuaresma: volver a situarnos decididamente en la senda de Jesús, la senda que conduce a la vida. Mirar a Jesús, lo que hizo Jesús, e ir con Él.

Y este camino de Jesús pasa a través del desierto. El desierto es el lugar donde se puede escuchar la voz de Dios y la voz del tentador. En el rumor, en la confusión esto no se puede hacer; se oyen sólo las voces superficiales. En cambio, en el desierto podemos bajar en profundidad, donde se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte. ¿Y cómo escuchamos la voz de Dios? La escuchamos en su Palabra. Por eso es importante conocer las Escrituras, porque de otro modo no sabremos responder a las asechanzas del maligno. Y aquí quisiera volver a mi consejo de leer cada día el Evangelio: cada día leer el Evangelio, meditarlo, un poco, diez minutos; y llevarlo incluso siempre con nosotros: en el bolsillo, en la cartera... Pero tener el Evangelio al alcance de la mano. El desierto cuaresmal nos ayuda a decir no a la mundanidad, a los «ídolos», nos ayuda a hacer elecciones valientes conformes al Evangelio y a reforzar la solidaridad con los hermanos.

Entonces entramos en el desierto sin miedo, porque no estamos solos: estamos con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Es más, como lo fue para Jesús, es precisamente el Espíritu Santo quien nos guía por el camino cuaresmal, el mismo Espíritu que descendió sobre Jesús y que recibimos en el Bautismo. La Cuaresma, por ello, es un tiempo propicio que debe conducirnos a tomar cada vez más conciencia de cuánto el Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, obró y puede obrar en nosotros. Y al final del itinerario cuaresmal, en la Vigilia pascual, podremos renovar con mayor consciencia la alianza bautismal y los compromisos que de ella derivan.

Que la Virgen santa, modelo de docilidad al Espíritu, nos ayude a dejarnos conducir por Él, que quiere hacer de cada uno de nosotros una “nueva creatura”».

Papa Francisco. Ángelus. Domingo 22 de febrero de 2015.




' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Qué voy hacer para poder vivir lo que la Iglesia me recomienda de manera especial para este tiempo de Cuaresma: la limosna, el ayuno y la oración?

2.¿Soy consciente de cómo el demonio me tienta? ¿De qué y con qué lo hace?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 397- 409; 538 - 5

texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA en Toledo

sábado, 22 de febrero de 2020

7ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 38-48


Hoy Jesús nos habla de la ley del amor que debe ser lo contrario de la venganza. Comienza explicando una frase, que parece sonar mal, pero que era algo positivo para los israelitas: “Ojo por ojo y diente por diente”. Así se decía como algo permitido por las leyes religiosas. Esto conviene explicarlo un poco.

Entre los antiguos estaba muy extendida la venganza. Era como una defensa del mal ajeno. Por el miedo a la venganza, muchos se abstenían de hacer el mal. Mucho más si la venganza era terrible, como la de Lamec, que proclamaba una venganza de setenta y siete por uno. Entre el pueblo lo que más arraigado estaba era el siete por uno: “Si te robaban una vaca, tu podías robar siete”, etc. Esto frenaba la maldad o avaricia de algunos que no tenían sentimientos más sanos. Pero era una injusticia.

Entonces, se les dice a esas personas vengativas que sólo pueden vengarse con el mismo mal que les han hecho a ellos. Esto era un progreso. Por eso se les dice “ojo por ojo y diente por diente”. Es como frenar el instinto de venganza.

Pero viene Jesús y no sólo limita toda venganza, sino que cambia todo el sentido de la vida. No sólo no debemos devolver mal por mal, sino que positivamente debemos devolver bien por mal. Es la ley del perdón y el amor.

Esto lo expone con el ejemplo de la bofetada en la mejilla. Esto era injurioso. Devolver el bien sería presentando la otra mejilla. Otro ejemplo es el de la túnica y el manto. Lo normal entre la gente es que tuvieran más de una túnica, pero sólo un manto. Este servía para arroparse en el día y en la noche. Pues de esto que es más apreciado debemos saber ser desprendidos, si nos sirve para amar al prójimo.

Jesús nos enseña a saber devolver bien por mal; pero con generosidad. Dar de lo nuestro para llegar a la mayor generosidad que es darnos a nosotros mismos. Jesús nos lo enseñará con su propia vida. Es el supremo acto de amor.

Ahora nos enseña un paso más en el amor: Debemos amar a los enemigos. El precepto de amar al prójimo ya estaba en el Ant. Testamento. Pero los comentaristas solían hacer muchas distinciones, porque para la mayoría el prójimo era el que estaba cerca. Por lo cual llamaban prójimo al de la misma nación, raza o religión. Todos los demás, extranjeros y más si eran dominadores, para los judíos eran enemigos. De ahí concluían que había que amar al prójimo, pero había que odiar a los enemigos.

Ahora Jesús nos da su parecer y su enseñanza, que debe ser norma para todos sus discípulos: “Pero yo os digo”: “Amad a vuestros enemigos”. Jesús nos lo enseña con las palabras; pero también con su ejemplo, perdonando en la cruz a los que le estaban crucificando. Y pone el ejemplo del mismo Dios, que da las cosas creadas a todos.

Nuestro deber es buscar el bien para todos, aun para los enemigos. Y digo buscar el bien, porque el amor no es algo abstracto, sino que hay que poner los medios, hacer el esfuerzo para solucionar el conflicto, buscar la mutua conversión del corazón. Hoy Jesús nos insta a pedir por los enemigos: les tenemos que tener presentes en nuestras oraciones, para que todo les vaya bien.

En el amor positivo al enemigo es como se distingue el verdadero discípulo de Jesús del que no lo es. Enemigo no es sólo quien me hace un mal grande, sino que suele ser el que me cae mal: o porque tiene otra mentalidad o es de otro partido político o no me hace caso ni estima lo que digo. A estos pequeños enemigos diarios debemos amar, hacer algo positivo de amistad en el saludo, en la sonrisa y en la oración.

Amar al enemigo no quiere decir que aceptemos todo lo que dice o hace. Y aun en algunos casos será necesaria la justicia severa. Pero el cristiano nunca deberá llegar al odio y la venganza. Siempre ha de buscar el bien de la persona. Llegar al punto medio entre la justicia y la caridad es muy difícil; pero ahí está la perfección. Hoy termina Jesús diciendo: “Sed perfectos como vuestro Padre Dios es perfecto”.


texto Anónimo

Domingo de la Semana 7ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 23 de febrero de 2020 «Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen»


Lectura del libro del Levítico (19,1-2.17-18): Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El Señor habló a Moisés: -«Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.
No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que ama¬rás a tu prójimo como a ti mismo.
Yo soy el Señor."»

Salmo 102,1-2.3-4.8.10.12-13: El Señor es compasivo y misericordioso. R./

Bendice, alma mía, al Señor, // y todo mi ser a su santo nombre. // Bendice, alma mía, al Señor, // y no olvides sus beneficios. R./

Él perdona todas tus culpas // y cura todas tus enfermedades; // él rescata tu vida de la fosa // y te colma de gracia y de ternura. R./

El Señor es compasivo y misericordioso, // lento a la ira y rico en clemencia; // no nos trata como merecen nuestros pecados // ni nos paga según nuestras culpas. R./

Como dista el oriente del ocaso, // así aleja de nosotros nuestros delitos. // Como un padre siente ternura por sus hijos, // siente el Señor ternura por sus fieles. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (3,16-23): Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

Hermanos: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «Él caza a los sabios en su astucia.» Y también: «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos.»
Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5,38-48): Amad a vuestros enemigos.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Amor y perfección: éste es el corolario de su sermón de la montaña. Él mismo nos dice que no ha venido a abolir la Ley sino a darle pleno «cumplimiento» (ver Mt 5,17). Cumplimiento que se realiza amando sin límites…hasta los enemigos. En la Primera Lectura (Levítico 19,1-2.17-18) vemos como Moisés se dirige a toda la Asamblea de los hijos de Israel para darles el precepto supremo recibido directamente de Dios: «Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo». San Pablo, en su carta a los Corintios (Primera carta a los Corintios 3,16-23), nos habla de la centralidad y la nueva dignidad de la persona humana siendo así «templos del Espíritu Santo», merecedores del amor reconciliador de Dios

 «Seréis santos, porque yo soy santo»

El enunciado por el que Moisés inicia su discurso acerca de los ritos de purificación es realmente asombroso: «sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo ». Pero ¿es posible ser santo como Dios es santo? San Jerónimo responde que sí podemos imitar a Dios en su humildad, mansedumbre y en su caridad. San Gregorio Nacianceno busca la solución respondiendo a la pregunta: ¿qué es la santidad? Nos dice el Santo: «Es contraer el hábito de vivir con Dios». Por otro lado, Santa Catalina de Siena nos dirá que la perfección consiste en la caridad, primero en el amor a Dios y luego en el amor al prójimo. Esto es perfectamente bíblico ya que recordemos la bella definición de Dios: «Dios es Amor» en la carta de San Juan (1Jn 4,8.16).

El desterrar del corazón el odio, la venganza y el rencor manifestarán este asemejarse cada vez más a Dios llegando así a «amar al prójimo como a (uno) mismo» (Lv 19,18). Poco saben realmente que este versículo está ya en el Antiguo Testamento. Sin embargo, este gran mandamiento no pudo imponerse a todo el pueblo de Israel porque los judíos entendían por prójimos, no a todos los hombres, y de ninguna manera a sus enemigos, sino solamente a los de su nación y a los extranjeros que vivían con ellos. Por lo cual los escribas explicaban «la Ley de Moisés» en el sentido que vemos en Mt 5,43: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo» y es por eso que Jesús tendrá que ahora manifestar la plenitud del mandamiento que llegará hasta el extremo de «amar a los enemigos».

 La Nueva Ley

En el Evangelio de hoy vemos como Jesús será la nueva instancia de la «Ley de Dios» dándoles así su sentido último. En esta parte del Sermón de la Montaña (Mt 5,21-48) Jesús cita diversos manda¬mientos y explica en qué consiste su cumpli¬miento por medio de la fórmula: «Se os ha dicho: 'No matarás', pues Yo os digo... Se os ha dicho: 'No cometerás adulterio', pues Yo os digo... Se os ha dicho: 'No perjurarás', pues Yo os digo... etc.» Eso que Jesucristo «dice» es nueva instancia de Palabra de Dios. Él es la Palabra eterna del Padre, que se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y si esto no bastara para dar autoridad divina a la enseñanza de Cristo y a su propia Ley, tenemos el testimonio del Padre mismo, que en el monte de la Transfiguración declara: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mt 17,5). Por eso cuando Jesús dice: «Yo os digo», debemos tender el oído y escuchar atentamente, pues va a seguir una palabra de vida eterna endosada por el Padre mismo.

Jesús concluye la serie de mandamientos citando un último precepto de la ley antigua: «Vosotros sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial». Jesús lo toma del libro del Levítico que decía: «Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2). Pero hace suyo este precepto con un sentido completamente nuevo de cómo había sido entendido en la Ley de Moisés. Allí se trataba de la santidad necesaria para participar en el culto, que se adquiría por medio de diversas abluciones y manteniéndose libre del contacto con cadáveres y con otras realidades externas que hacían impuro al hombre. Aquí, en cambio, se trata de algo diverso; Jesús se refiere a la santidad interior, a la pureza del corazón, que consiste¬ en el cumplimiento de la Ley evangélica que Él está enseñando.

 «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»

El precepto: «Vosotros sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial», no admite profundización, porque no existe un precepto ulterior ni más radical. En efecto, no hay nada más perfecto que el Padre celestial. Lo impresionante es que Jesús nos llama a nosotros a esa misma perfección. Si, conscientes de nuestro pecado, en nuestra impo¬tencia, pre¬guntamos: ¿Cómo se puede cumplir tal pre¬cepto? Queda así, de saque, excluida del cristianismo toda actitud de autosuficiencia ante Dios. El cristiano sabe que el hombre no se salva por el cumplimiento de ciertos preceptos de una ley externa, sino por pura gracia de Dios. La salvación del hombre es fruto de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo; es algo que obtuvo para nosotros y no algo que noso¬tros hayamos logrado por nuestro propio esfuerzo. A esto se refiere San Pablo cuando escribe: «No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces Cristo habría muerto en vano» (Gal 2,21).Permanece el hecho de que Cristo nos dio ese precepto y que lo hizo seriamente y no sólo para convencernos de nuestra impotencia sino para hacernos ver realmente que lo podríamos cumplir. Es que «somos templos del Espíritu Santo», donde es la fuerza de Dios la que actúa en nosotros, donde todo lo podemos en Aquel que nos consuela (ver Flp 4, 13).

¿Cómo entender los preceptos que Jesús nos ha dejado? Si Cristo nos dio esa Nueva Ley es porque Él sabía que con su sacrificio nos iba a obtener una participación en la naturaleza divina que nos permitiera cumplirlos. Solamente a través de nuestra generosa y humilde colaboración con su gracia podremos cumplirlos. De otra manera es imposible. Y justamente para eso tenemos el testimonio de los santos. «Debemos conocer la vida de los santos, para afinar en la corrección de nuestra propia vida…así el fuego de la juventud espiritual, que tiende a apagarse por el cansancio, revive con el testimonio de los que nos han precedido» (San Gregorio Magno).

 Una palabra del Santo Padre:

«En la Primera Lectura ha resonado el llamamiento del Señor a su pueblo: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (Lv 19,2). Y Jesús, en el Evangelio, replica: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Estas palabras nos interpelan a todos nosotros, discípulos del Señor; y hoy se dirigen especialmente a mí y a vosotros, queridos hermanos cardenales, sobre todo a los que ayer habéis entrado a formar parte del Colegio Cardenalicio. Imitar la santidad y la perfección de Dios puede parecer una meta inalcanzable. Sin embargo, la Primera Lectura y el Evangelio sugieren ejemplos concretos de cómo el comportamiento de Dios puede convertirse en la regla de nuestras acciones. Pero recordemos todos, recordemos que, sin el Espíritu Santo, nuestro esfuerzo sería vano. La santidad cristiana no es en primer término un logro nuestro, sino fruto de la docilidad ―querida y cultivada― al Espíritu del Dios tres veces Santo.

El Levítico dice: «No odiarás de corazón a tu hermano... No te vengarás, ni guardarás rencor... sino que amarás a tu prójimo...» (19,17-18). Estas actitudes nacen de la santidad de Dios. Nosotros, sin embargo, normalmente somos tan diferentes, tan egoístas y orgullosos...; pero la bondad y la belleza de Dios nos atraen, y el Espíritu Santo nos puede purificar, nos puede transformar, nos puede modelar día a día. Hacer este trabajo de conversión, conversión en el corazón, conversión que todos nosotros –especialmente vosotros cardenales y yo– debemos hacer. ¡Conversión!

También Jesús nos habla en el Evangelio de la santidad, y nos explica la nueva ley, la suya. Lo hace mediante algunas antítesis entre la justicia imperfecta de los escribas y los fariseos y la más alta justicia del Reino de Dios. La primera antítesis del pasaje de hoy se refiere a la venganza. «Habéis oído que se os dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: …si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra» (Mt 5,38-39). No sólo no se ha devolver al otro el mal que nos ha hecho, sino que debemos de esforzarnos por hacer el bien con largueza.

La segunda antítesis se refiere a los enemigos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (vv. 43-44). A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades y en el mundo. Queridos hermanos, Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad es la misericordia, que Él ha tenido y tiene cada día con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Esto es lo que el Señor nos pide».

Papa Francisco. Misa con los nuevos Cardenales. 23 de febrero de 2014.




 Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana.

1. Tenemos un camino muy concreto que debemos recorrer: el amor y el perdón. ¿De qué manera concreta podré vivir el amor en esta semana?

2. ¿Cómo vive nuestra Santa Madre María del amor y del perdón? Seamos humildes y recurramos al auxilio y guía de María.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 605. 1465. 2608. 2842- 2845.


texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente de ADORACION NOCTURNA, TOLEDO

sábado, 15 de febrero de 2020

6ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 17-37


El domingo pasado nos decía Jesús que los que son sus discípulos son luz para el mundo. Pero no una luz por cuenta propia, sino reflejo del mismo Jesús. Por lo tanto, nos interesa saber cuál es el pensamiento de Jesús.

Hoy nos va a hablar de su relación con los mandamientos de Dios, o sea lo que decía la Ley y los profetas. Casi todo el sermón de la montaña es una contraposición con lo que pensaban los fariseos, o más bien los maestros de la ley. Éstos basaban la perfección en el cumplimiento externo de la Ley, expuesta principalmente en los 5 primeros libros de la Biblia.

Jesús da un total giro hacia el interior de las personas. Proclama que lo más importante es el amor. Claro que el amor se demuestra con el cumplimiento de los mandamientos; pero hay muchas tonalidades en dicho cumplimiento.

Hoy la primera gran idea que nos dice es que él no ha venido para abolir la ley, sino para darla plenitud. Esto lo decía, sobre todo, porque, como insistía tanto en el amor y en el cumplimiento interior, a algunos les parecía que despreciaba las leyes externas, que para los judíos eran sagradas. Jesús nos dice que no se trata de despreciar las leyes antiguas, que sabemos cumplía, sino darlas vida, de modo que no nos contentemos con el cumplimiento externo, sino que pongamos el corazón en ello.

Es necesario por tanto mirar al espíritu de la ley. Por eso proclama Jesús que quien quiera ser discípulo suyo debe ser mejor que los escribas y fariseos para poder entrar en el Reino de los cielos.

Después va a reflexionar sobre algunos mandamientos, distinguiendo lo que se decía al menos popularmente y lo que él complementa: “Pero yo os digo”. Se necesita mucha autoridad para contradecir a los que se creían sabios y custodios de la Ley.

Comienza a explicar el mandamiento que dice:”no matarás”. Los que comentaban la palabra de Dios, de forma externa y según suena, se quedaban en lo externo. Por lo tanto, veían que estaba prohibido el homicidio. Pero Jesús explica que hay muchas formas de matar. Y especialmente matar con el corazón. Y lo que se produce en el corazón suele salir por la boca. Por lo tanto, hay insultos que son grandes pecados porque son expresión de una muerte que uno ha decretado en su corazón.

De ahí que es pecado todo enfado, cuando encierra un desprecio o una enemistad. De tal manera que es más importante ponerse en amistad con esa persona, que ofrecer o asistir a un acto de culto a Dios. Esto porque un verdadero acto de culto a Dios no es tal, si se realiza envuelto en un odio al hermano. Jesús diría en varias ocasiones, recordando a los profetas: “Prefiero la misericordia al sacrificio”.

Otro mandamiento que trata Jesús es sobre el adulterio. En aquella sociedad muy machista se habla especialmente del pecado de la mujer. Jesús nos dice que hay muchos adulterios internos, por un mal deseo realizado en el corazón. Es una opción personal, interior; pero que en el corazón está maltratando la unión de dos seres que han querido dar su grandeza y alegría al dirigirse juntos hacia la gracia de Dios.

Otra tercera ley está en el cumplimiento de la palabra dada. Era un poco complicado lo que los maestros de la ley habían organizado sobre los juramentos, es decir, el poner a alguien superior por testigo de la verdad proclamada. Nos dice Jesús que a un cristiano le basta decir sí o no. Es decir, que su palabra debe tener validez, como su vida. El invocar a Dios para que me crean, es signo de inmadurez.

Los mandamientos de Dios estaban redactados de forma negativa: se acentuaba lo que no se debía hacer. Pero Jesús nos viene a enseñar el aspecto positivo: Todo debe realizarse por medio del amor. Quienes se fijan en este aspecto positivo, poniendo mucho amor en cada ley de Dios, no sólo cumplen el mandamiento de una manera justa, sino que van ascendiendo en la unión con el Señor.


AUTOR. Anónimo

Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»


Lectura del libro del Eclesiástico (15, 16-21): No mandó pecar al hombre.

Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja.
Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.

Salmo 118,1-2.4-5.17-18.33-34: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor. R./

Dichoso el que, con vida intachable, // camina en la voluntad del Señor; // dichoso el que, guardando sus preceptos, // lo busca de todo corazón. R./

Tú promulgas tus decretos // para que se observen exactamente. // Ojalá esté firme mi camino, // para cumplir tus consignas. R./

Haz bien a tu siervo: viviré // y cumpliré tus palabras; // ábreme los ojos, y contemplaré // las maravillas de tu voluntad. R./

Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, // y lo seguiré puntualmente; // enséñame a cumplir tu voluntad // y a guardarla de todo corazón. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (2, 6-10): Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.

Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.»
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5, 17-37): Se dijo a los antiguos, pero yo os digo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno.
Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»

& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Podemos decir que todas las lecturas giran alrededor de la frase de Jesús: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». Los mandatos han sido dados por Dios a los hombres, sin embargo hace parte de la propia condición humana el decidir entre lo bueno y lo malo, entre la vida y la muerte (Primera Lectura). ¿Cómo elegir bien? Es colaborando con la «gracia de Dios» que podremos poner el buen cimiento de la edificación de Dios (Segunda Lectura).

 «Ante ti están puestos fuego y agua»

Fuego y agua o vida y muerte se presentan como las dos alternativas necesarias para poder guardar los mandatos del Señor ya que «es prudente cumplir su voluntad». Leemos en Jeremías: «Así dice el Señor: “Mira que te propongo el camino de la vida y el camino de la muerte”» (Jr 21,8). De ahí la imperiosa necesidad de formar rectamente la voluntad y la conciencia para que sepan elegir libremente lo bueno y alejarse de lo malo. La conciencia moral, tabernáculo donde Dios habla al hombre, era motivo de una reflexión por parte del filósofo Séneca: «No hay nada, tan difícil y arduo que no pueda ser vencido por el espíritu humano y que no se haga familiar por una meditación sostenida».

El filósofo no conocía «la gracia de Dios» que hace crecer, fortalecer y fructificar las obras que el hombre realiza. Dice San Gregorio: «Dios nos da por medio de su gracia los buenos deseos; pero nosotros, con los esfuerzos de nuestro libre albedrío, nos valemos de los dones de la gracia para hacer reinar en nuestra alma las virtudes». Pero recordemos la verdad dicha por el mismo San Pablo: «Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está puesto, que es Jesucristo» (1Cor 3,11).

J Las «buenas obras…»

¿Qué entendía un judío del tiempo de Jesús por «buenas obras»? Para un judío las buenas obras son aquellas cosas que se hacen en cumplimiento de la «Ley de Dios». Se trata de las obras que la ley ordena; es lo mismo que San Pablo llama «obras de la Ley». Por eso cuando Jesús menciona las "buenas obras" se pone en discusión el tema de la Ley. Surge la pregunta: ¿Conforme a qué ley hay que realizar esas obras? Jesús responde di¬ciendo:«No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pasen una i o una tilde de la ley sin que todo suceda».

Jesús declara haber venido a dar cumplimiento a la ley, es decir, a darle su forma última, perfecta y definitiva. Y esta ley así perfeccionada es la «ley de Cristo»; ésta es la que hay que observar en adelante. A esta ley se refiere Jesús cuando dice: «El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos».

Los maestros de Israel contaban en la Ley 613 preceptos distintos. Algunos de éstos eran clasificados como "importantes" y otros como "pequeños", según criterios propios de los escribas y fariseos, que no coincidían con los de Jesús. Estos 613 eran preceptos no llevados a cumplimiento por Cristo. Por eso Jesús los declara insuficientes: "Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos". Para tener una idea de qué es lo que Jesús considera importante podemos leer una de sus invectivas contra los escribas y fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!» (Mt 23,23-24).

A continuación, Jesús da ejemplos de qué es lo que significa llevar la ley a cumplimiento. Toma algunos de los mandamientos y sobre la base de ellos formula su propia ley: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás'; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal». El mandamiento: «No matarás» es uno del decálogo, que había sido escrito por el mismo dedo de Dios. Por eso Jesús al decir: «Yo os digo», se está poniendo a la altura de Dios; está hablando con toda su autoridad divina; está dando una nueva instancia de ley de Dios.

Según la ley antigua el que cometía homicidio era reo de muerte ante el tribunal humano; según la ley de Cristo, la ira contra el hermano que impele al homicidio es tan culpable como el homicidio mismo. El que concibe una ira criminal contra su prójimo, aunque se vea impedido de llevar a ejecución su propósito, es reo ante el tribunal; en este caso, se entiende el tribunal de Dios. De esta manera, la ley de Cristo se extiende incluso a los pecados de intención que sólo Dios conoce.

Es más, en el caso en que alguien tuviera cualquier riña con su hermano y en este estado participara en el culto, ese culto sería inaceptable para Dios: «Si, al presentar tu ofrenda ante el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves a presentar tu ofrenda». El deber más sagrado para un judío era el culto a Dios. Pero, según la ley de Cristo, éste cede ante el deber de la reconciliación entre hermanos. Y debemos notar que no basta que yo esté libre de rencor o de queja contra mi hermano, sino que es necesario que nadie tenga rencor o queja contra mí. Según la ley de Cristo, no interesa quién haya sido culpable de comenzar el conflicto; en cualquier caso, es necesario reconciliarse antes de participar en el culto. Y no es cosa de dilatar la reconciliación, pues la cosa urge: «Ponte en seguida a buenas con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia y te metan en la cárcel». Jesús está usando una parábola tomada de los litigios humanos; pero, en realidad, se refiere al camino de esta vida, que en el momento menos pensado termina y se debe enfrentar el juicio de Dios. Por eso la conclusión adquiere más peso: «Yo os aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».

¿Cuál es la guía común en las enseñanzas de Jesús? Sin duda vemos un claro acento en el ámbito de las intenciones, el mundo interior. No basta con cumplir exteriormente las normas legales. Tenemos que vivir una dimensión que es diferente y más exigente que esta primera: la dimensión del amor. Pero el camino es un camino exigente que exige hasta perder el ojo, la mano o uno de los miembros si es necesario antes que pecar. La enseñanza es evidente: el pecado nos pone en estado de condenación eterna y no hay desastre mayor que éste; es mucho más grave que perder un ojo o una mano, y hasta la misma vida corporal.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Después de las «bienaventuranzas», que son su programa de vida, Jesús proclama la nueva Ley, su Torá, como la llaman nuestros hermanos judíos. En efecto, el Mesías, con su venida, debía traer también la revelación definitiva de la Ley, y es precisamente lo que Jesús declara: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud». Y, dirigiéndose a sus discípulos, añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 17.20). Pero ¿en qué consiste esta «plenitud» de la Ley de Cristo, y esta «mayor» justicia que él exige? Jesús lo explica mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y su modo proponerlos de nuevo. Cada vez comienza diciendo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos...», y luego afirma: «Pero yo os digo...». Por ejemplo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”; y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: “todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado”» (Mt 5, 21-22). Y así seis veces. Este modo de hablar suscitaba gran impresión en la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley.
La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho que él mismo «llena» los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en él. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino. Por eso todo precepto se convierte en verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. «La plenitud de la Ley es el amor», escribe san Pablo (Rm 13, 10). Ante esta exigencia, por ejemplo, el lamentable caso de los cuatro niños gitanos que murieron la semana pasada en la periferia de esta ciudad, en su chabola quemada, impone que nos preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor, es decir, más cristiana, no habría podido evitar ese trágico hecho. Y esta pregunta vale para muchos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que acontecen diariamente en nuestras ciudades y en nuestros países.
Queridos amigos, quizás no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús se llame «Sermón de la montaña». Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que descendió del cielo para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor.
(Papa Benedicto XVI. Ángelus Domingo 13 de febrero de 2011)



' Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana.

1. ¡Qué importante es formar rectamente la conciencia moral! Saber elegir el bien y rechazar el mal. ¿Cómo poder vivir esta área tan importante en la educación de los hijos? ¿Qué medios concretos puedes colocar?

2. El Papa San Juan Pablo II nos habla de la «nueva ley» que es la santidad y que se expresa en la ley suprema del amor. ¿Vivo esta realidad en mi vida cotidiana?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 826- 829. 1709.2012- 2016.



texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA, Toledo

sábado, 8 de febrero de 2020

Domingo de la Semana 5ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 9 de febrero de 2020 «Vosotros sois la sal de la tierra»


Lectura del libro del profeta Isaías (58,7-10): Romperá tu luz como la aurora.

«Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy» Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.»

Salmo 111,4-5.6-7.8a.9: El justo brilla en las tinieblas como una luz. R./

En las tinieblas brilla como una luz // el que es justo, clemente y compasivo. // Dichoso el que se apiada y presta, // y administra rectamente sus asuntos. R./

El justo jamás vacilará, // su recuerdo será perpetuo. // No temerá las malas noticias, // su corazón está firme en el Señor. R./

Su corazón está seguro, sin temor. // Reparte limosna a los pobres; // su caridad es constante, sin falta, // y alzará la frente con dignidad. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (2,1-5): Os anuncié el misterio de Cristo crucificado.

Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5,13-16): Vosotros sois la luz del mundo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero sí la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Este Domingo vamos a continuar con el «discurso evangélico» de Jesús que se inicia con la proclamación de las «Bienaventuranzas». Hoy el Señor Jesús les confía a sus discípulos la misión de ser «luz del mundo y sal de la tierra». Luz que debe iluminarlo todo con las «buenas obras» que nacen del cumplimiento del mandamiento del amor y de la caridad. En estas palabras nos parece encontrar un tema que unifica las tres lecturas. El profeta Isaías (Isaías 58,7-10) nos diceen la primera lectura, que nuestra oscuridad se volverá luz cuando practiquemos las obras de misericordia y no cerremos nuestra alma a los sufrimientos de los hermanos. San Pablo en la primera carta a los Corintios (Primera carta de San Pablo a los Corintios 2, 1-5)habla de una caridad aún más profunda: predicar la Palabra de Dios sin buscar la vanagloria y la aceptación humana.

El Evangelio (San Mateo 5, 13-16), por otro lado, nos muestra que el cristiano debe sentirse comprometido con el mundo que perece por la falta de verdad (luz de Dios, santidad) y de criterios evangélicos (sal). El tema de fondo está en ese amor cristiano que no se reserva, ni se recluye en el propio egoísmo, o en el miedo al sufrimiento o al qué dirán. El cristiano se sabe, de algún modo, responsable del mundo y nada de lo humano --especialmente el sufrimiento y el dolor- le puede ser indiferente.

 «Ser sal de la tierra»

En el Evangelio de hoy Jesús enseña cuál es la misión de sus discípulos en medio de los hombres y lo hace por medio de dos bellas imágenes: «Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo». Ambas expresan dos aspectos complementarios esenciales de la tarea que deben realizar los cristianos en su am-biente. La sal es la primera de las imágenes a que apela Jesús para definir la identidad de su discípulo. La sal es un elemento familiar de cualquier cultura, pues desde siempre se ha utilizado para dar sabor a la comida (ver Jb 6,6). Incluso, luego de la aparición del frío industrial, era prácticamente el único medio de preservar de la corrupción a los alimentos, especialmente la carne . Pero además en la cultura bíblica y judía, la sal significaba también «sabiduría» (ver Col 4,6; Mc 9,50). Y no en vano en las lenguas latinas los vocablos sabor, saber y sabiduría pertenecen a la misma raíz semántica y familia lingüística.

La primera tarea de la sal es la de difundirse e incidir sobre la realidad para mejorarla. La sal se pone en los alimentos en pequeña cantidad, pero lo penetra y sazona todo. La sal se realiza plenamente cuando ha comunicado su sabor a todo el alimento. Esa es su razón de ser. Asimismo, el cristiano no ha recibido el Evangelio y el conocimiento de Cristo sólo para sí mismo, sino para comunicarlo a los demás. Con esta metáfora Jesús indica la tarea de trabajar para que en el ambiente donde estemos se ilumine desde los valores evangélicos.

Ante esta metáfora de la sal hay una cosa que es necesa¬rio evitar: perder el sabor. Es decir, perder la incidencia sobre la realidad, porque se han perdido los criterios de Cristo y se han adoptado los de la mayoría: se piensa y se actúa como todos, se sustentan las mismas ideas, se vierten las mismas opiniones, se adoptan los mismos criterios: es como la sal que se ha vuelto insípida. Cuando alguien ha caído en este estado, es difícil que se convierta y vuelva a ser fiel a su misión de cristiano. Esto es lo que quiere decir Jesús con su pregunta: «¿Con qué se la salará?». La respuesta obvia es: «con nada», pues nadie echa sal a la sal. En este caso rige una palabra terrible de Jesús por lo realista que es: «Para nada sirve ya sino para ser arrojada fuera y ser pisoteada por los hombres». También contra este peligro nos exhorta San Pablo: «No os acomodéis a la mentalidad del mundo, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente de forma que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo agrada¬ble, lo perfecto» (Rm 12,2).

 «Ser luz del mundo»

La metáfora de la luz acentúa la incidencia que deben tener los discípulos de Cristo sobre la sociedad por el tenor de vida intachable que están llamados a conducir. En el Antiguo Testamento es frecuente atribuir a Dios el ámbito de la luz. En los salmos se decía: «¡Yahveh, Dios mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, rodeado de luz como de un manto» (Sal 104,1-2). Los fieles expresaban su confianza en Dios diciendo: «Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» (Sal 27,1). El profeta Isaías da un paso más y da a Dios ese título: «La Luz de Israel será un fuego y su Santo una llama, que arderá y devorará» (Is 10,17). Este mismo profeta se dirige a Jerusalén, la ciudad santa, diciéndole: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido!... El sol no será para ti nunca más luz de día, ni el resplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna» (Is 60,1.19-20).

Este desarrollo alcanza su cumbre en el Nuevo Testamento en la expresión clara y explícita de la primera carta de San Juan: «Este es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos: Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna» (1Jn 1,5).La luz no es sino participar de la vida de Dios, que es lo mismo que la santi¬dad. Así adquiere toda su profundidad la afirmación de Jesús: «Yo soy la luz del mundo». Según la enseñanza de Jesús, también sus discípulos son «luz del mundo», porque ellos viven la vida de Dios y están llamados a «ser santos como Dios es santo» (Mt 5,48). Su situación está expresada así: «En otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor» (Ef 5,8). La luz, por su propia naturaleza, ilumina. Podemos decir que su testimonio es irresistible. Imposible no sentirse atraído poderosamente por el testimonio de un San Francisco de Asís, de Santa Rosa de Lima, de San Agustín y de tantos otros santos. Ellos proyectaban una luz potente que mo vía a los hombres a alabar a Dios y cambiar de vida.A este propósito Jesús advierte: «No se enciende una luz para ocultarla». Es lo que habría ocurrido si los Apóstoles hubieran formado entre ellos un pequeño grupo cerrado para vivir del recuerdo del Señor. Ellos en cambio poseyeron la luz de Cristo al punto de decir: «Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi» (Ga 2,20), y la difundieron por todo el mundo. Cumplieron así la exhortación de Jesús: «Brille vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

Otro peligro que acecha a la luz es que se opaque, que su lucha contra las tinieblas no sea nítida, que se deje vencer por las tinieblas. Es el mal que hoy día llamamos la «incohe¬encia», que afecta a quien se llama a sí mismo luz, pero no ilumina. Una «luz oscura» es algo incoherente en sí mismo. Este mal afecta mucho a América Latina como lo afirmaron los Obispos reunidos en Santo Domingo: «El mundo del trabajo, de la política, de la economía, de la ciencia, del arte, de la literatura y de los medios de comunicación social no son guiados por criterios evangéli¬cos. Así se explica la incohe¬rencia que se da entre la fe que (los católicos) dicen profesar y el compromiso real en la vida» .

 «Brille así vuestra luz delante de los hombres...»

Una excelente aplicación de las palabras de Jesús la tenemos en la magnífica respuesta que dio San Francisco de Asís a fray Maseo cuando éste le preguntó: «¿Por qué todo el mundo se va detrás de ti y toda persona parece que desea verte, oírte y obedecerte? ¿Tú no eres un hombre bello, ni de grande ciencia ni noble? ¿De dónde entonces que todo el mundo se vaya detrás de ti?». San Francisco, después de estar un largo rato con el rostro vuelto hacia el cielo, respondió: «¿Quieres saber por qué todo el mundo se viene detrás de mí? Porque los ojos de aquel santísimo Dios no han visto entre los pecadores ninguno más vil, ni más incapaz ni más gran pecador que yo; y para hacer aquella obra maravillosa que Él desea hacer, no ha encontrado otra criatura más vil sobre la tierra; y por eso me ha elegido a mí, para confundir la nobleza, la grandeza, el poder, la belleza y la sabiduría del mundo, de manera que se sepa que toda, toda virtud y todo bien viene de Él y no de la criatura, y ninguna criatura pueda gloriarse ante Él, sino que quien se gloría se gloríe en el Señor, a quien es todo honor y gloria por la eterni¬dad» (Florecillas).

 Una palabra del Santo Padre:

«En el Evangelio de este domingo, que está inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Esto nos maravilla un poco si pensamos en quienes tenía Jesús delante cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran esos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero Jesús les mira con los ojos de Dios, y su afirmación se comprende precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si sois misericordiosos... seréis la sal de la tierra y la luz del mundo.

Para comprender mejor estas imágenes, tengamos presente que la Ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, nuevo Israel, reciben, por lo tanto, una misión con respecto a todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a ser en el mundo un Evangelio viviente: con una vida santa daremos «sabor» a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina. Pero si nosotros, los cristianos, perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia.

¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es una misión que tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es también muy bello conservar la luz que recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no lleva la luz, una vida sin sentido. Pero yo os quisiera preguntar ahora: ¿cómo queréis vivir? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? [la gente responde: ¡Encendida!] ¡Lámpara encendida! Es precisamente Dios quien nos da esta luz y nosotros la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana».

Papa Francisco. Ángelus 9 de febrero de 2014.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. En la carta apostólica Nuovo Millenio Ineunte, el Papa San Juan Pablo II escribía: «Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su "reflejo"». Ésta tarea nos puede hacer temblar si solamente miramos nuestras debilidades y sombras. Sin embargo, es una tarea posible si nos abrimos a la Gracia de Dios que nos hace «hombres nuevos» y colaboramos activamente con ella.

2. ¿Soy yo luz para mis hermanos, para las personas que conviven conmigo? ¿Mi vida es realmente un ejemplo para los demás?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 828; 1848; 2001-2002


TEXTO, facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA

5ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 13-16


El domingo pasado comenzaba el “sermón de las bienaventuranzas” con la proclamación de la manera de ser de aquel que quiera ser discípulo de Jesús: Debe ser pobre de espíritu, misericordioso, pacifista, limpio de corazón, etc. Hoy continúa Jesús diciendo que éstos no deben tener esta manera de vivir sólo para ellos, para vivir encerrados en su interior, sino que deben ser “sal y luz” para el mundo. La fe no es sólo para salvarse a sí mismo, sino que tiene una misión hacia los demás. La Iglesia no es sólo para dar culto a Dios de una manera interna, sino que es misionera.

La sal puede tener diferentes funciones; pero la principal y más conocida es la de dar sabor a los alimentos. El cristiano debe impregnarse de la sal del Evangelio, para poder dar gusto y sabor a la vida. En este sentido se parece y se complementa con la expresión de ser “luz del mundo”. La luz es símbolo de vida, de alegría, de seguridad. Jesús dijo de sí que es la “luz del mundo”. Él ilumina las vidas que están en la oscuridad. Hay muchos que no ven el sentido de su vida, el porqué de su existencia y de muchos acontecimientos. Por eso necesitan la luz, que les pueden transmitir los cristianos, que reciben a su vez la luz de Cristo. Estos cristianos podrán ser luz y sal, si son pobres de espíritu, misericordiosos, limpios de corazón, etc.

En la primera lectura de la misa de hoy nos recuerda además que ser sal y luz ante Dios no es sólo dedicarse al esplendor del templo, que puede ser una cosa muy buena, sino el hacer obras de misericordia. La oración y el ayuno deben estar en unión con la acción a favor de los necesitados, no por propia ostentación sino para gloria de Dios. Quien manifiesta la luz de Cristo no debe sentirse propietario, sino administrador. Es sólo transmisor de la luz que viene del Señor.

Decía antes que la sal puede tener varios significados o varias funciones. En el Ant. Testamento, además de usar la sal para condimentar y conservar los alimentos, era símbolo de alianza y amistad. La “sal de la tierra”, en tiempos de Jesús, tenía una realidad en los rebaños de ovejas. Estas, después de haber estado durante el día en el pasto, volvían al corral comiendo la sal de la tierra, sobre todo a orillas del lago de Tiberiades o del mar Muerto. Por eso, cuando les dice Jesús a los apóstoles: “vosotros sois la sal de la tierra”, les quiere expresar que tienen la función de reunir al pueblo disperso, de unir a la humanidad en el Reino de Dios.

También la sal la usaban para activar el fuego y, cuando perdía los componentes propios para activar el fuego, ya no servía más que para tirarla. Así la comunidad de los bienaventurados, los cristianos, deben tener el poder de dar el calor del Espíritu en el mundo y de sostener el valor de la vida. Por eso tienen que tener ese calor del Espíritu que son las bienaventuranzas, mostrado por las buenas obras. O podemos decir que las buenas obras se muestran en las bienaventuranzas. La sal sirve para purificar, sanar heridas. Así la fe debe purificar los diferentes “valores” de la humanidad, debe purificar las esperanzas y el amor.

Hay gentes que se encandilan con cualquier luz de colores, que a la larga se debilitan y se apagan. Hay personas que pretenden ser sal y luz para los demás. Se llaman a sí mismos salvadores, conocedores de los misterios del ser humano; pero es para su propia conveniencia y no están unidos a la luz de Jesucristo. Al final serán una “luz fatua”: No alumbran, sino que deslumbran. Son aquellos que pretenden manipular la opinión pública, la moda. No serán luz verdadera, aunque la mayoría les siga.

Seremos sal verdadera, si desterramos “la opresión y la maledicencia”, si no despreciamos o queremos imponernos sobre otros. Somos sal y luz cuando tenemos a Dios por Padre, como verdaderos “pobres de espíritu”; pero sobre todo cuando tratamos a los demás como verdaderos y auténticos hermanos.

titular, ANONIMO