jueves, 26 de marzo de 2020

5ª semana de Cuaresma. Domingo A: Jn 11, 1-45


Casi siempre en el evangelio de san Juan, y hoy muy claramente, se encuentra la relación del episodio histórico con frases, a veces de carácter simbólico, que son expresión de la catequesis que el evangelista quería ofrecer. A veces es un comentario del mismo evangelista y a veces, como hoy, son expresiones del mismo Jesús que nos habla de muerte y dormición, de resurrección y de vida actual y plena por medio de la fe. El evangelio de este día nos describe el último de los “signos” de Jesús. Es el más llamativo por tratarse de una resurrección espectacular y porque es como la gota que colma el vaso de iniquidad de sus enemigos que deciden matarle.

Una de las razones de san Juan al escribir todo el evangelio es enseñarnos cómo Jesús, además de hombre, es Dios. En primer lugar, como es verdadero hombre, nos debemos sentir atraídos por la grandeza de su amistad. Jesús ya estaba amenazado de muerte y por lo tanto parece que en sus planes no estaba el ir pronto a Judea. Si se decide por fin a ir es por su amigo Lázaro; porque para Jesús es más importante su amigo que la propia vida. Es la muestra del supremo amor. Sin embargo tardó dos días en ponerse en camino. No es que quiera esperar dos días para que el milagro sea más espectacular y manifestar mejor su poder. Sería sádico y no explicaría luego su sincero llanto. Algo le retendría. Hay quienes dicen que el mismo Jesús podría estar enfermo. También dicen que la expresión “dos días” es una expresión simbólica de espera, ya que el “tercer día” es una expresión para significar vida y felicidad. Por eso es la expresión de espera en la resurrección. La humanidad de Jesús queda resaltada por la emoción que siente al ver a Marta y María llorar y cómo Él llora por el amigo.

Pero el evangelio quiere que veamos también a Jesús como Dios, como dueño de la vida y de la muerte. El evangelio no niega la muerte, sino que afirma que la muerte no es el límite final de la realidad humana. Jesús va llevando a los presentes a la fe, de modo que sepan que quien tiene esta fe ya posee la vida, que se manifestará plenamente en la resurrección final. Marta representa lo máximo que un creyente judío podía llegar a creer: la fe en una resurrección al final de los tiempos. Pero Jesús hoy declara solemnemente en público que El es la resurrección y la vida, que los muertos revivirán en El por la fe, y que los vivos que creen en El no morirán para siempre. Marta recibe esa fe y se la comunica a su hermana.

Jesús no habla de futuro. El que cree tiene ya la vida eterna, aunque tenga que pasar aún por el morir temporal a esta vida, que no es la vida definitiva. El que cree en Jesús tiene ya una parte de estos dones preparados para el fin de los tiempos. Como una rúbrica a esta doctrina, haciendo un acto grandioso de amor por aquella familia, y buscando acrecentar la fe de los apóstoles en su persona, como enviado de Dios, realiza el milagro maravilloso. Primero se pone en oración con su Padre celestial. No pide, sino que da gracias porque siempre le escucha y porque tiene esta oportunidad de hacer crecer la fe de muchos que le rodean. El estar muerto de cuatro días es como decir que estaba bien muerto, pues para los judíos era necesario que pasasen tres días para decir que estaba completamente muerto.

No todos los que vieron el milagro creyeron en Jesús. Algunos se fueron a comunicarlo a sus enemigos, que desde este momento deciden matarle. Esto nos debe hacer pensar mucho, porque no basta con escuchar las cosas de Dios. La fe en Jesús está unida con el amor y con el dejar que el Espíritu Santo haga florecer en nuestro corazón la fe que es vida, si es unión con Dios.

Este milagro es el anuncio de la verdadera resurrección, que no consiste en una prolongación de esta vida terrena, sino en la transformación de nuestra persona. Necesitamos morir al pecado para resucitar a la vida de la gracia. Cuando en la Confesión se nos da la absolución, es como si Jesús dijera: “Lázaro, sal afuera”.


Anónimo.

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