viernes, 21 de agosto de 2020
Domingo de la Semana 21 del Tiempo Ordinario. Ciclo A «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»
Lectura del libro del profeta Isaías (22, 19-23): Colgaré de su hombro la llave del palacio de David.
Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo.
Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá.
Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.»
Salmo 137,1-2a.2bc-3.6.8bc: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R./
Te doy gracias, Señor, de todo corazón; // delante de los ángeles tañeré para ti, // me postraré hacia tu santuario, // daré gracias a tu nombre. R./
Por tu misericordia y tu lealtad, // porque tu promesa supera a tu fama; // cuando te invoqué, me escuchaste, // acreciste el valor en mi alma. R./
El Señor es sublime, se fija en el humilde, // y de lejos conoce al soberbio. // Señor, tu misericordia es eterna, // no abandones la obra de tus manos. R./
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos (11, 33-35): El es origen, guía y meta del universo.
¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva?
Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los si¬glos. Amén.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (16, 13-20): Tú eres Pedro y te daré las llaves del reino de los cielos.
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: -«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
El les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: -«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha re¬velado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desa¬tado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
La impresionante confesión de Pedro en el Evangelio concentra nuestra atención en este Domingo. Pedro menciona dos verdades fundamentales acerca del Señor Jesús: su mesianidad y su divinidad. Es decir, Él es el Mesías esperado ungido con el Espíritu Santo para realizar la misión salvadora. Él es quien viene a instaurar definitivamente el Reino de Dios.El esperado por las naciones. Jesucristo, por otro lado, es reconocido como el Hijo de Dios vivo: en este caso, la palabra: Hijo de Dios no tiene un sentido impropio en el que se subraya una filiación adoptiva , sino un sentido real. Pedro reconoce el carácter trascendente de la filiación divina y por eso Jesús afirma solemnemente: «esto no te lo ha revelado la carne, ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo».
No se equivoca Pablo al exponer, después de una larga meditación sobre el misterio de la reconciliación, que los planes divinos son inefables: «qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento de Dios» (Segunda Lectura).
Así, después de su confesión, Pedro recibe el primado: será la piedra fundamental de la Iglesia y poseerá las llaves de los cielos ejerciendo así la función de «maestro del palacio» como leemos que fue otorgada al buen siervo Elyaquim (Primera Lectura).
«¿Quién dicen los hombres que soy yo?»
Si leemos con atención los Evan¬gelios observaremos que tanto en su enseñanza como en su estilo de vida Jesús aparecía como uno de los grandes profetas de Israel. La mujer samari¬tana le dice: «Veo que eres un profe¬ta» (Jn 4,19); cuando le pregun¬tan al ciego de nacimiento qué dice de Jesús, respon¬de: «Que es un profeta» (Jn 9,17);los discípulos de Emaús no podían creer que el desconocido que se les une en el camino no haya oído hablar de «Jesús de Nazaret, que fue un profeta podero¬so» (Lc 24,19); y, en fin, el mismo Jesús toma con decisión el camino de Jerusalén, según dice, «porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13,33).Por eso cuando Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?», ellos responden: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas». Es cierto. Jesús es visto como «un profeta pode¬roso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pue¬blo», como lo definen los discípulos de Emaús. Pero es mucho más que eso. Hoy día los que no tienen fe en Cristo dan una respuesta similar: «fue un gran hombre, un maestro espiritual, un hombre como ninguno, su doc¬trina es muy elevada, etc.» Pero los que se quedan sólo en esto, no saben lo que dicen, porque aún no lo conocen.
«Y ahora ustedes… ¿quién dicen que yo soy?»
Jesús quiere ahora saber qué dicen de Él sus discípu¬los, aquellos que lo habían dejado todo y lo habían seguido. Y mientras los otros pensaban la respuesta, se adelanta Pedro y exclama: «Tú eres el Cristo , el Hijo de Dios vivo». Si todo el Evangelio no es más que la revelación de la identidad de Cristo, el Verbo de Dios Encarnado, entonces esta frase de Pedro puede ser considerada el centro del Evangelio. Es interesante recordar que los apóstoles ya lo habían reconocido como «Hijo de Dios vivo» después de haber caminado sobre las aguas (ver Mt 14, 33); sin embargo es Pedro quien declara explícitamente su mesianidad y su divinidad siendo el portavoz de los Doce. Jesús aprue¬ba la declaración de Pedro y lo llama «bienaventurado» porque no pudo concluir eso por deducción humana, sino por inspiración divina: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre (es decir, el hombre), sino mi Padre que está en los cielos». De paso, Jesús enseña que el conocimiento verdadero sobre Él no se logra por un esfuer¬zo de la inteligencia humana, sino que es un puro don gratuito de Dios. Al hombre toca solamente no poner obstáculos y colaborar activamente con el don recibido. Por eso no tiene sentido que una persona sin fe reproche a otra que cree por sus opciones de vida. Sería como si un ciego reprochara a un pintor por los colores que usa.
«Tú eres Piedra»
Jesús responde a Pedro con frase de idéntica estructura: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Es necesario observar que antes de esta frase de Cristo, el nombre «Pedro», que hoy es tan popular, no existía, ni tampoco su equivalente arameo «Kefa». El príncipe de los apóstoles no se llamaba así; su nombre era Simón, hijo de Jonás. Si el Evangelio lo llama «Pedro» y si así lo llamamos nosotros hoy es exclusivamente porque éste fue el nombre que le dio Jesús en la frase que hemos citado. Jesús intentó hacer un juego de palabras con el nuevo nombre dado a Simón y la tarea que le era reservada. En el ambiente semítico el nombre representa lo que la persona es. El cambio de nombre, sobre todo, cuando el que lo hace es Dios mismo, indica una misión específica. Jesús cambia el nombre de Simón y lo llama «Pedro» para confiarle la misión de piedra basal (base de una columna) sobre la que iba a edificar «su Igle-sia». Una comunidad cristiana que no reconozca a Pedro como su fundamento no puede llamarse la «Iglesia de Cristo».
Jesús continúa: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». A nadie dijo Jesús palabras semejan¬tes. Si lo que haga Pedro en la tierra queda hecho en el cielo, eso quiere decir que Pedro no puede errar cuando define una verdad relativa al Reino de los cielos, pues en el cielo no puede quedar sancionado un error. Por tanto, esta sentencia de Cristo promete a Pedro el don de la «infalibilidad» en materia de fe y moral.
«La llave de la casa de David»
El profeta Isaías es enviado por Dios para comunicarle a Sebná, un alto funcionario del rey Ezequías, que era partidario de la alianza con Egipto contrariando la política propuesta por Isaías de confiar ciegamente en Yahveh, su trágico destino (ver Is 22, 15-18).
En sustitución será elegido Elyaquim, a quien Dios llama «mi siervo» en razón de su fidelidad. Dios le revestirá con las insignias propias de su cargo y por su conducta merecerá el título de «padre» para con los habitantes de Jerusalén y de Judá. Dios le dará la «llave de la casa de David», símbolo de su poder como mayordomo de palacio, primer ministro o visir. Su poder será extremamente amplio y nadie se lo quitará. Parece ser que el encargado de tal oficio debía llevar ritualmente una gran llave de madera sobre su hombro (v 22). Yahveh lo fijará como un clavo o estaca de tienda y será el sostén de su familia. Todos sus parientes, aún los más lejanos querrán apoyarse en él para obtener favores reales: «De él colgará toda la gloria de la casa de su padre, los hijos y los nietos, todos los vasos pequeños, desde la copa hasta toda clase de jarros» (Is 22,24).Sin embargo, paradójicamente, leemos en el versículo 25, el anuncio de la caída del buen Elyaquim y de su familia a causa de su excesivo nepotismo. No hay nada nuevo bajo el sol…
Hasta el fin de los tiempos…
Volviendo a la lectura del Evangelio vemos como Jesús quiso fundar una Iglesia que perdurara hasta el fin de los tiempos. Por eso afirma aquí que los poderes del infierno no prevalecerán contra ella. Y cuando asciende al cielo, promete: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Debe perdurar también la piedra de la Iglesia; debe perdurar también Pedro. Esta misma misión, con la misma garantía divina de la infa¬libilidad, perdura en los Sucesores de Pedro, es decir, en el Romano Pontífice. Si no tuviéramos fe, de todas maneras, un estudio histórico de esta institución que, a pesar de todos los emba-tes, ha durado ya veinte siglos, debería hacernos pensar. Más que nunca resplandece esta verdad hoy en la perso¬na y en la misión del Papa Francisco.
Tal vez nadie mejor que el gran artista Miguel Ángel ha inter¬pretado esa promesa de Cristo. Lo hizo como genio de la arquitectura construyendo la magnífica cúpula de la basílica de San Pedro. En su ruedo interior tiene escritas las palabras que Jesús dijo a Pedro. Y en su imponente presencia exte¬rior desafía los ataques de «las puertas del infierno». Es como la casa edifi¬cada sobre roca que resiste todos los embates de las fuerzas hostiles. Hace algunos años en un sello postal de la Ciudad del Vaticano fue captada esta idea de manera magistral; aparecía la cúpula majestuosa, que en los peores embates, imperturbable, parecía decir: «Aliosvidiventos, aliasque tor¬men¬tas» (He visto otros vendavales y otras tor¬mentas).
Una palabra del Santo Padre:
El Evangelio de este domingo (Mt 16, 13-20) es el célebre pasaje, centrado en el relato de Mateo, en el cual Simón, en nombre de los Doce, profesa su fe en Jesús como «el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; y Jesús llamó «bienaventurado» a Simón por su fe, reconociendo en ella un don especial del Padre, y le dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».Detengámonos un momento precisamente en este punto, en el hecho de que Jesús asigna a Simón este nuevo nombre: «Pedro», que en la lengua de Jesús suena «Kefa», una palabra que significa «roca». En la Biblia este término, «roca», se refiere a Dios. Jesús lo asigna a Simón no por sus cualidades o sus méritos humanos, sino por su fe genuina y firme, que le es dada de lo alto.
Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque reconoce en Simón la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que Dios Padre dio a Simón una fe «fiable», sobre la cual Él, Jesús, podrá construir su Iglesia, es decir, su comunidad, con todos nosotros. Jesús tiene el propósito de dar vida a «su» Iglesia, un pueblo fundado ya no en la descendencia, sino en la fe, lo que quiere decir en la relación con Él mismo, una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús construye la Iglesia. Y, por lo tanto, para iniciar su Iglesia Jesús necesita encontrar en los discípulos una fe sólida, una fe «fiable». Es esto lo que Él debe verificar en este punto del camino.El Señor tiene en la mente la imagen de construir, la imagen de la comunidad como un edificio. He aquí por qué, cuando escucha la profesión de fe franca de Simón, lo llama «roca», y manifiesta la intención de construir su Iglesia sobre esta fe.
Hermanos y hermanas, esto que sucedió de modo único en san Pedro, sucede también en cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Evangelio de hoy interpela también a cada uno de nosotros. ¿Cómo va tu fe? Que cada uno responda en su corazón. ¿Cómo va tu fe? ¿Cómo encuentra el Señor nuestro corazón? ¿Un corazón firme como la piedra o un corazón arenoso, es decir, dudoso, desconfiado, incrédulo? Nos hará bien hoy pensar en esto. Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros las piedras vivas con la cuales construir su comunidad. De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y única. Por su parte, Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia; pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús la propia fe, pobre pero sincera, para que Él pueda seguir construyendo su Iglesia, hoy, en todas las partes del mundo.».
Papa Francisco. Ángelus 24 de agosto de 2014.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. La liturgia de hoy nos invita a incrementar nuestro amor y adhesión al Papa, como sucesor de Pedro y vicario de Cristo. Veamos en él al Buen Pastor, veamos en él a la roca sobre la que se edifica la Iglesia, veamos en él a quien posee las llaves del Reino de los cielos. Acompañémoslecon nuestra sincera oración.
2. «Porque de él, por Él y para Él son todas las cosas», nos dice San Pablo en su carta a los Romanos. ¿Qué lugar ocupa el Señor Jesús en mi vida y en la de mi familia? ¿Dios es importante en mi familia?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 436- 445.
texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano en Toledo de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA
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