viernes, 14 de enero de 2022
Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «Haced lo que él os diga»
Lectura del libro del profeta Isaías (62,1-5): El marido se alegrará con su esposa.
Por amor a Sion no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su jus-ticia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te lla-marán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposa-da», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Sal 95,1-2a.2b-3.7-8a.9-10a.c: Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor. R./
Cantad al Señor un cántico nuevo, // cantad al Señor, toda la tierra; // cantad al Señor, bendecid su nombre. R./
Proclamad día tras día su victoria, // contad a los pueblos su gloria, // sus maravillas a todas las nacio-nes. R./
Familias de los pueblos, aclamad al Señor, // aclamad la gloria y el poder del Señor, // aclamad la gloria del nombre del Señor. R./
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, // tiemble en su presencia la tierra toda. // Decid a los pue-blos: «El Señor es rey, // él gobierna a los pueblos rectamente». R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 4-11): El mismo y único espíritu reparte a cada uno, como a él le parece.
Hermanos: Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espí-ritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu.
Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A es-te se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (2,1-11): En Caná de Galilea Jesús comenzó sus sig-nos.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discí-pulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus dis-cípulos creyeron en él.
Pautas para la reflexión personal
El domingo II del tiempo ordinario, en este ciclo C que comenzamos, está ocupado por la lectura de un evangelio especial: el signo de las Bodas de Caná. Uno de los "misterios" que introdujo el papa Juan Pablo II en su propuesta de reforma del rosario. Efectivamente todo el relato apunta mucho más que a un milagro, que a una exteriorización del poder divino en Jesús; los mismos términos utilizados -agua, vino, boda, purifi-cación- nos habla de que hay algo que penetrar y descifrar. El propio Juan no habla (en ningún caso, tam-poco en éste) de "milagro" sino de "signo".
En la antigüedad se celebraba el 6 de enero la manifestación del Señor, la Epifanía, comprendiendo en ella tres aspectos: la manifestación ante los gentiles bien dispuestos -simbolizados en los Magos-, la mani-festación al Israel penitente -simbolizado en el bautismo en el Jordán-, y la manifestación a los suyos, preci-samente en las Bodas de Caná (puede leerse un poco más sobre este carácter de la Epifanía aquí). En Occidente la fiesta del 6 de enero fue concentrándose cada vez más en la evocación del hecho de la lle-gada de los "reyes magos" y por tanto convirtiéndose en la memoria de algo pasado, en vez de la celebra-ción de una epifanía siempre nueva para cada generación, e incluso para cada año. La liturgia conserva trazos de aquella celebración inicial al colocar el bautismo del Señor al domingo siguiente de Reyes, y en el caso del ciclo litúrgico C, al leer las Bodas de Caná en este domingo.
¿Qué es lo que hay que penetrar en este signo? ¡Parece tan transparente! y sin embargo evoca un gran misterio, al que nos ayuda a acercarnos la primera lectura. Sabemos por la "teoría litúrgica" que la primera lectura y el evangelio de los domingos (y sólo algunas veces también la segunda) están relacionados; el problema es que esa relación no siempre se ve a primera vista: en ocasiones será que tratan el mismo te-ma, en otras ocasiones, que están contrapuestas, o que la primera propone un misterio y el evangelio lo descifra, o la primera anuncia, y el evangelio "cumple". Esa relación la percibimos unas veces en temas, pero también en "climas", en "formas de contar", o en palabras, imágenes o metáforas que se repiten. ¡La liturgia es toda una escuela de lectura profunda de la Biblia!
Decía que la primera lectura nos ayuda a descifrar el misterio de las Bodas de Caná, porque ella habla también de una boda:
«Como un joven se casa con su novia,
así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo.»
No se trata de cualquier relación de Dios con su pueblo, sino de una relación nueva y distinta la que anuncia el profeta. Desde antiguo Dios era conocido como "Padrino de Israel" (Gn 31,42), "Protector" (Ex 18,4), "Salvador" (2Sm 22,3), incluso "Padre" (Sal 89,27), y muchos nombres más, que van bordando la trama de una relación enteramente personal con Dios. Sin embargo, los profetas llegan aun más lejos, e Isaías cantará a Dios como el Esposo de Jerusalén. Y por tanto la salvación ya no es sólo un rescate, no es librar a Israel (a cada uno de nosotros) de las consecuencias desdichadas, pero aun a nuestro nivel, de nuestra mala conducta; la salvación es entrar en una relación nueva con Dios, que sólo puede ser descripta con una imagen también nueva: una boda, donde el Esposo es el propio Dios, y la Esposa su pueblo redi-mido.
Jesús va a una boda, eso no tiene mucho de especial, bodas hay siempre en todos los pueblos; sin em-bargo en estas bodas ocurre algo que sólo ven algunos: aquellos a quienes se les manifestó por anticipado las Bodas donde el propio Cristo es el Novio, que comparte con los suyos el Vino Nuevo. A una palabra de su madre, el tiempo se detiene, e incluso se curva y transcurre al revés: lo que todavía no ocurrió ocurre por anticipado, antes de la Hora, y los discípulos tienen ante la vista el misterio del vino dispuesto para la Boda. Ese vino no podría ocurrir sin la muerte de Jesús, no puede ocurrir si no llega a ser su sangre. Sin embargo unos pocos pueden verlo anticipadamente, ¿quiénes?:
«El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua)»
«En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.»
Los discípulos y los esclavos son los únicos que tienen acceso de primera mano a este banquete euca-rístico que, en misterio, Jesús celebró, a instancias de su madre, en el medio de un pueblo que no llegó, presumiblemente, a enterarse de lo que pasaba esa noche.
Jesús va a una boda en el pueblo, y en ella celebra anticipadamente su propia Boda; podemos ver ese acontecimiento que ocurre en las narices de todos pero no a la vista de todos, o seguir celebrando la boda del pueblo; podemos incluso gozar de algunos de sus frutos, y beber un vino nuevo de calidad extraordina-ria, sin apenas percatarnos, ni preguntarnos, por su origen. Sin embargo, quienes estaban allí como escla-vos fueron avisados, y quienes estaban próximos, pudieron descifrar el signo, y entrar a partir de allí en un tiempo nuevo.
El tiempo de la Iglesia, este tiempo de espera y preparación que es nuestra vida, tiene mucho que ver con esta curvatura en el tiempo de la historia: vivimos en el mundo, pero habiendo visto el signo y creído en él. No podemos reprochar a los que no ven el signo -¡no se les muestra a todos!-, no podemos lamentarnos porque todos gozan ya de algunos frutos de la redención sin que lleguen a creer; pero podemos, sí, estar atentos a esta plenitud, a esta verdadera salvación ya realizada, que está ocurriendo todo el tiempo a la vis-ta de los humildes y de los discípulos, en las narices de todos, pero cuyo desciframiento sólo tienen unos pocos. Agradezcamos ser contados entre ellos.
Una palabra del Santo Padre:
«En la introducción encontramos la expresión «Jesús con sus discípulos» (v. 2). Aquellos a los que Jesús llamó a seguirlo los vinculó a Él en una comunidad y ahora, como una única familia, están todos invi-tados a la boda. Dando inicio a su ministerio público en las bodas de Caná, Jesús se manifiesta como el esposo del pueblo de Dios, anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos une a Él: es una nueva Alianza de amor. ¿Qué hay en el fundamento de nuestra fe? Un acto de misericor-dia con el cual Jesús nos unió a Él. Y la vida cristiana es la respuesta a este amor, es como la historia de dos enamorados. Dios y el hombre se encuentran, se buscan, están juntos, se celebran y se aman: preci-samente como el amado y la amada en el Cantar de los cantares. Todo lo demás surge como consecuen-cia de esta relación. La Iglesia es la familia de Jesús en la cual se derrama su amor; es este amor que la Iglesia cuida y quiere donar a todos.
En el contexto de la Alianza se comprende también la observación de la Virgen: «No tienen vino» (v. 3). ¿Cómo es posible celebrar las bodas y festejar si falta lo que los profetas indicaban como un elemento típi-co del banquete mesiánico (cf. Am 9, 13-14; Jl 2, 24; Is 25, 6)? El agua es necesaria para vivir, pero el vino expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta. Es una fiesta de bodas en la cual falta el vino; los recién casados pasan vergüenza por esto. Imaginad acabar una fiesta de bodas bebiendo té; sería una vergüenza. El vino es necesario para la fiesta. Convirtiendo en vino el agua de las tinajas utilizadas «para las purificaciones de los judíos» (v. 6), Jesús realiza un signo elocuente: convierte la Ley de Moisés en Evangelio, portador de alegría. Como dice en otro pasaje Juan mismo: «La Ley fue dada por medio de Moi-sés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (1, 17).
Las palabras que María dirige a los sirvientes coronan el marco nupcial de Caná: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Es curioso, son sus últimas palabras que nos transmiten los Evangelios: es su herencia que entrega a todos nosotros. También hoy la Virgen nos dice a todos: «Lo que Él os diga —lo que Jesús os diga—, hacedlo». Es la herencia que nos ha dejado: ¡es hermoso! Se trata de una expresión que evoca la fórmula de fe utilizada por el pueblo de Israel en el Sinaí como respuesta a las promesas de la Alianza: «Ha-remos todo cuanto ha dicho el Señor» (Ex 19, 8). Y, en efecto, en Caná los sirvientes obedecen. «Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora, le dice, y llevadlo al maes-tresala”. Ellos lo llevaron» (vv. 7-8). En esta boda, se estipula de verdad una Nueva Alianza y a los servido-res del Señor, es decir a toda la Iglesia, se le confía la nueva misión: «Haced lo que Él os diga». Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su Palabra. Es la recomendación sencilla pero esencial de la Madre de Jesús y es el programa de vida del cristiano. Para cada uno de nosotros, extraer del contenido de la tinaja equivale a confiar en la Palabra de Dios para experimentar su eficacia en la vida. Entonces, jun-to al jefe del banquete que probó el agua que se convirtió en vino, también nosotros podemos exclamar: «Tú has guardado el vino bueno hasta ahora» (v. 10). Sí, el Señor sigue reservando ese vino bueno para nuestra salvación, así como sigue brotando del costado traspasado del Señor.
La conclusión del relato suena como una sentencia: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos» (v. 11). Las bodas de Caná son mucho más que el simple relato del primer milagro de Jesús. Como en un cofre, Él custodia el secreto de su per-sona y la finalidad de su venida: el esperado Esposo da inicio a la boda que se realiza en el Misterio pas-cual. En esta boda Jesús vincula a sí a sus discípulos con una Alianza nueva y definitiva. En Caná los dis-cípulos de Jesús se convierten en su familia y en Caná nace la fe de la Iglesia. A esa boda todos nosotros estamos invitados, porque el vino nuevo ya no faltará».
(Papa Francisco. Audiencia General del 8 de junio de 2016.)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Acudamos diariamente a María para que ella nos ayude y enseñe a decir en los momentos difíciles de nuestra vida: «Haced lo que Él os diga».
2. ¿Cuáles son los dones que Dios me ha dado y que debo de poner al servicio de la comunidad? ¿Los conozco?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494- 495. 502- 511.
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