sábado, 12 de febrero de 2022

Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios»

Lectura del libro del profeta Jeremías (17, 5-8): Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor. Esto dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto». Salmo 1,1-2.3.4.6: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. R./ Dichoso el hombre // que no sigue el consejo de los impíos, // ni entra por la senda de los pecadores, // ni se sienta en la reunión de los cínicos; // sino que su gozo es la ley del Señor, // y medita su ley día y noche. R./ Será como un árbol // plantado al borde de la acequia: // da fruto en su sazón // y no se marchitan sus hojas; // y cuanto emprende tiene buen fin. R./ No así los impíos, no así; // serán paja que arrebata el viento. // Porque el Señor protege el camino de los justos, // pero el camino de los impíos acaba mal. R./ Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (15, 12.16-20) Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Hermanos: Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resuci-tado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de mo-do que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto. Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (6, 17.20-26): Bienaventurados los pobres. Ay de vo-sotros, los ricos. En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de dis-cípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vues-tro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profe-tas».  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas Las lecturas de este Domingo nos muestran el único y el auténtico camino para la verdadera felicidad que el hombre busca infatigablemente alo largo de toda su vida. La ruta, que no es la que el “mundo” ofre-ce, sigue este itinerario: las bienaventuranzas de Jesús (Evangelio). Ellas proclaman la dicha del Reino para aquellos que son pobres porque han puesto en Dios su única riqueza confiando plenamente en Él (Primera Lectura) y confirman así su esperanza en Jesucristo resucitado (Segunda Lectura).  Las bienaventuranzas Las bienaventuranzas son una de las enseñanzas más cono¬ci¬das del Evangelio de Jesucristo, y también una de las más impactantes. Nadie que se ponga sinceramente ante estas sentencias puede dejar de sen-tirse interpe¬lado¬, más aun si el que las lee es un cristiano y, por tanto, cree que el Evan¬gelio es la misma Pala¬bra de Dios. Hay sólo dos reacciones posibles: o se da crédito a estas palabras y se toman actitudes consecuentes que cambien nuestra vida; o se despachan con cinismo, como hicieron los oyen¬tes de San Pablo en el areópago de Ate¬nas: «Sobre esto ya te oiremos otra vez» (Hech 17,32). Las bienaventuranzas se encuentran en dos de los Evangelios: Mateo y Lucas. Pero ambas versiones di-fieren. En Mateo las bienaventuranzas son nueve, están dichas en tercera persona (salvo la última) y tienen la finalidad de exponer un progra¬ma de vida conforme con el Reino de los cielos (ver Mt 5,3.10). En Lucas, en cambio, son sólo cuatro, están dichas en segunda perso¬na («bienaventurados voso¬tros») y, sobre todo, Lucas transmi¬te además las correspondientes cuatro maldiciones. ¿A quiénes se dirige Jesús con el pronombre «voso¬tros»? En el episodio precedente Jesús ha elegido los doce apóstoles. Bajando con ellos, se detuvo en un paraje llano donde estaba una multitud de discípulos suyos y una gran muchedumbre del pueblo, que habían venido para oírlo y ser curados de sus enfermeda-des. Era cierto que la fama de Jesús y de sus milagros se había difundido como el fuego. Lo escuchaban, entonces, tres catego¬rías de personas: los doce, los demás discípulos y el pueblo. Entre estos últimos había todo tipo de personas, rico y pobre; hambriento y satisfecho; afligido y gozador. Todos nos podemos reco-nocer en este heterogéneo auditorio.  ¡Un mensaje paradojal! Si en el tiempo de Jesús esta enseñanza ya tenía toda su fuerza paradojal, ¡qué decir hoy día en que es-tamos sumidos y agobiados por el consumismo y en que la felici¬dad de una persona se mide por su poder adquisitivo! Hoy día todo parece decir: «Dichosos los que pueden comprar muchos bienes y gozar mucho de los placeres que ofrece este mundo». Toda la publici¬dad nos quiere convencer de que en eso consiste la felicidad. Y desde pequeños vamos poco a poco cediendo a estos “falsos criterios”.Jesús, en cambio, nos ad¬vierte: «¡Ay de ellos!, porque ya han recibido su consue¬lo». No se nos dice qué les espera después, pero su desti¬no será tal, que hay que compadecerse de ellos, a pesar de sus efímeras alegrías actuales: «¡Ay de ellos!». La principal de las bienaventuranzas es la primera, con su opuesta maldición. En ellas se establece un claro contraste entre los pobres y los ricos: «Bienaventurados vosotros, los pobres... ¡Ay de vosotros, los ricos!». No se puede negar que ésta es una afirmación insólita y muy opuesta, como ya hemos dicho a los criterios que hoy rigen. Si Jesús se hubiera detenido allí, su afirma¬ción habría sido inexplicable; pero Él si-gue adelante indicando por qué unos son dichosos y otros desgraciados. Igualmente descubrimos en la Primera Lectura del profeta Jeremías una contraposición de sabor sa-piencial que plantea la antítesis entre el hombre que confía totalmente en Dios y el que se fía solamente de los hombres, apartando su corazón de Dios. El primero es árbol fecundo, plantado junto al agua, y el se-gundo es cardo árido en la estepa del desierto. Estas ideas también las tenemos presentes en el bello salmo responsorial: «¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, más se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien» (Salmo 1, 1- 3).  ¿Cuándo cambiará la situación presente? Con sinceridad muchas veces, viendo el mal que va ganando espacio en el mundo, nos hemos pregun-tado: ¿Cuándo cambiará esta situación? ¿Es que Dios cierra su oído y su vista al mal en el mundo? La res-puesta la encontramos en la última bienaventuranza: «Grande será vuestra recompensa en el cielo». La situación futura tendrá lugar después de la muerte y será eterna. Esta enseñanza es formulada aquí por medio de propo¬si¬ciones univer¬sa¬les; pero Jesús tam¬bién la expuso de manera más viva y dramática por medio de una parábola: la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (ver Lc 16,19-31). Esto es exacta-mente lo que promete Dios a los hombres. Esta es la promesa que nosotros debemos de acoger. ¡Y no nos hagamos vanas ilusiones! Esto queda más claro en las dos siguien¬tes bienaventuranzas -sobre los que padecen hambre y los que lloran-, que son una formu¬lación más concreta de la primera, pues aquí resuena como un campa¬nazo el adver¬bio de tiempo «ahora»: los que padecen hambre y lloran ahora, por este breve tiempo presente, serán saciados y reirán por toda la eternidad; en cambio, los que están saciados y ríen ahora, por este breve tiem-po presente, pade¬ce¬rán hambre y llora¬rán por toda la eternidad ¡y sin reme¬dio! Por eso los primeros son dicho¬sos y los segundos desgraciados. San Pablo estaba bien asentado en esta enseñanza de las bienaventuranzas de Jesús como lo revela es-ta certeza que expresa en su segunda carta a los Corin¬tios: «No desfallece¬mos, aún cuando nuestro hom-bre exte¬rior se va desmoronan¬do... En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna» (2Cor 4,16-17). La tribulación presente es leve y dura un mo-mento; la gloria futura es un pesado caudal que supera toda medida y dura eternamente. Esta certeza se fundamenta, justamente, en la resurrección de Jesucristo ya que: «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana» (1Cor 15,17).  ¿La pobreza es querida por Dios? Hay que enfrentar un problema y deshacer una crítica que muchos en la historia superficial¬mente han hecho al cristia¬nis¬mo. Se le acusa de que con esta doctrina los cristianos se evaden de la realidad histórica actual y piensan solamente en el cielo. Alguno se preguntará: ¿En qué quedan todos los esfuerzos por su-pe¬rar la pobreza si Cristo enseña: «biena¬venturados los pobres»? En realidad, el cristianismo es la única religión que no se evade de la historia y por lo tanto no es «esca-pista»; justamente porque su Dios, siendo eterno e inmutable, entró en la historia y se hizo hombre, dando a la dignidad del hombre toda su gran¬deza. Y para responder a la segunda pregunta, debemos reconocer que no hay un camino más seguro para superar la pobreza que, precisamente, amar la pobreza. Éste es el úni-co camino efi¬caz. Si todos, escu¬chando la ense¬ñanza de Cristo, amáramos la pobreza siendo Dios nuestra única y verdadera riqueza, entonces habría, tal vez, una mejor y más justa distribución de los bienes mate-riales entre los hombres. La Iglesia desde su Enseñanza Social nos enseña, nos guía y nos ilumina de manera clara y concreta sobre la postura que debemos tener ante los problemas sociales que ciertamente existen y ante los cuales hay que tener una clara postura: ser solidarios, buscar el bien común, buscar y respetar a la persona huma-na (desde la concepción hasta su muerte natural) y vivir la subsidiariedad. El cristiano no es el que cree en «fuerzas cósmicas», en «piedras filosofales», en «otras vidas»; no. El cristiano es el que vive el amor y ca-ridad aquí y ahora. El que entendió esto más profun¬damente fue San Francisco de Asís, que en su testa-men¬to breve escribía: «Que los hermanos se amen siempre entre sí como yo los he amado y los amo; que siempre amen y obser¬ven a nuestra Señora de la Santa Pobreza y que sean siempre fieles súbditos de los prelados de la santa Madre Iglesia».  Una palabra del Santo Padre: «Queridos amigos: El programa evangélico de las bienaventuranzas es trascendental para la vida del cristiano y para la trayectoria de todos los hombres. Para los jóvenes y para las jóvenes es sencillamente un programa fascinante. Bien se puede decir que quien ha comprendido y se propone practicar las ocho bienaventuranzas propuestas por Jesús, ha comprendido y puede hacer realidad todo el Evangelio. En efecto, para sintonizar plena y certeramente con las bienaventuranzas, hay que captar en profundidad y en todas sus dimensiones las esencias del mensaje de Cristo, hay que aceptar sin reserva alguna el Evange-lio entero. Ciertamente el ideal que el Señor propone en las bienaventuranzas es elevado y exigente. Pero por eso mismo resulta un programa de vida hecho a la medida de los jóvenes, ya que la característica fundamental de la juventud es la generosidad, la abertura a lo sublime y a lo arduo, el compromiso concreto y decidido en cosas que valgan la pena, humana y sobrenaturalmente. La juventud está siempre en actitud de búsqueda, en marcha hacía las cumbres, hacia los ideales no-bles, tratando de encontrar respuestas a los interrogantes que continuamente plantea la existencia humana y la vida espiritual. Pues bien, ¿hay acaso ideal más alto que el que nos propone Jesucristo? Por eso yo, Peregrino de la Evangelización, siento el deber de proclamar esta tarde ante vosotros, jóve-nes del Perú, que sólo en Cristo está la respuesta a las ansias más profundas de vuestro corazón, a la plenitud de todas vuestras aspiraciones; sólo en el Evangelio de las bienaventuranzas encontraréis el sen-tido de la vida y la luz plena sobre la dignidad y el misterio del hombre (Cfr. Gaudium et Spes, 22). Jesús de Nazaret comenzó su misión mesiánica predicando la conversión en el nombre del reino de Dios. Las bienaventuranzas son precisamente el programa concreto de esa conversión. Con la venida de Cristo, Hijo de Dios, el reino se hace presente en medio de nosotros: «Está dentro de nosotros», y al mis-mo tiempo ese reino constituye la escatología, es decir, la meta definitiva de la existencia humana. Pues bien, cada una de las ocho bienaventuranzas señala esa meta ultratemporal. Pero al mismo tiempo cada una de las bienaventuranzas afecta directa y plenamente al hombre en su existencia terrena y temporal. Todas las situaciones que forman el conjunto del destino humano y del com-portamiento del hombre están comprendidas de forma concreta, con su propio nombre, en las bienaventu-ranzas. Estas señalan y orientan en particular el comportamiento de los discípulos de Cristo, de sus testi-gos. Por eso las ocho bienaventuranzas constituyen el código más conciso de la moral evangélica, del esti-lo de vida del cristiano». San Juan Pablo II. Hipódromo de Monterrico en Lima. Sábado 2 de Febrero de 1985.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. ¿Cómo vivo el mensaje de las bienaventuranzas en mi vida cotidiana? 2. ¿Vivo realmente la pobreza de espíritu? ¿Cuáles son mis riquezas, ya que «dónde está mi tesoro ahí estará mi corazón» (ver Mt 6,21)? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1716- 1724. Publicación JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA, Sección TOLEDO

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