domingo, 8 de octubre de 2017

Domingo de la Semana 27 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 8 de octubre de 2017 «El Reino de Dios será entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»



Lectura del libro del  profeta Isaías (5,1-7): La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel.

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones? Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.

Salmo 79,9.12.13-14.15-16.19-20: La viña del Señor es la casa de Israel. R./

Sacaste una vid de Egipto, // expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste. // Extendió sus sarmientos hasta el mar, // y sus brotes hasta el Gran Río. R./

¿Por qué has derribado su cerca // para que la saqueen los viandantes, // la pisoteen los jabalíes // y se la coman las alimañas? R./

Dios de los ejércitos, vuélvete: // mira desde el cielo, fíjate, // ven a visitar tu viña, // la cepa que tu diestra plantó, // y que tú hiciste vigorosa. R./

No nos alejaremos de ti: // danos vida, para que invoquemos tu nombre. // Señor Dios de los ejércitos, restáuranos, // que brille tu rostro y nos salve. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses (4, 6-9): Poned esto por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros.

Hermanos: Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y sú­plica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, pu­ro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mi, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (21, 33 – 43): Arrendará la viña a otros labradores.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancia­nos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labra­dores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labra­dores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Ten­drán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.»
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aque­llos labradores?» Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la vi­ña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

El Evangelio de este Domingo nos presenta una parábo­la­ expuesta por Jesús para expresar las relaciones de Dios con su pue­blo. Las lecturas nos muestran la imagen de la viña que simboliza a Israel; una viña que es amada y cuidada por Dios, pero que, lamentablemente, no produce los frutos que se esperaban de ella. La Primera Lectura nos muestra el poema del amigo y de su viña. Este hombre ama su viña y espera de ella que dé buenas uvas, en cambio, recibe uvas silvestres, agrazones[1]. El hombre se lamenta con razón y se pregunta: ¿qué más podía haber hecho por mi viña que no hice? Nada; ciertamente ya lo hizo todo.

En el Evangelio se recoge el tema de la viña en una especie de alegoría: el dueño de la viña la arrienda a unos trabajadores que no solamente no producen los frutos esperados sino que matan a su hijo, el heredero. En ambos casos el tema de los frutos que Dios espera de Israel y de los hombres se subraya de modo especial: el hombre ha recibido mucho de Dios y debe ofrecer frutos de vida eterna, de conversión, de santidad y de caridad. Por su parte, San Pablo en la carta a los Filipenses, continuando su exposición, los exhorta a dar «el buen fruto» que es poner por obra todo lo que han recibido y aprendido de Dios (Segunda Lectura).

J La canción de la viña

«Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por la viña...» Este hermoso poema compuesto por Isaías al comienzo de su ministerio, probablemente se basó en alguna canción popular de vendimia. El tema de la viña de Israel, elegida y luego repudiada, fue esbozado ya por Oseas (10,1), lo repetirá Jeremías (2,21; 5,10; 6,9) y Ezequiel (15,1-18). Isaías compara a Israel con la viña, que Dios había plantado y cuidado cariñosamente con la esperanza de obtener una buena y rica cosecha. «Él esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios. Y ahora, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, sean ustedes los jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más se podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?». San Gregorio Magno comentando este pasaje nos dice: «¿No vemos en estas palabras la condenación de los que abusan de las gracias? ¿No somos todos “la viña del Señor”, escogidos de entre muchos otros y destinados para la vida eterna? Por eso, los que hemos recibido más gracias que muchos otros, seremos también juzgados con mayor severidad; porque a medida que aumenten las gracias, aumenta la responsabilidad en que incurrimos».  

J «Recurran a la oración y a la súplica»

San Pablo sale a nuestro encuentro y nos exhorta, en la carta a los Filipenses, a recurrir al Señor  por medio de la oración y de la súplica. La cristiandad de Filipos, ciudad principal de Macedonia, había enviado una pequeña subvención para aliviar la vida del apóstol en Roma. Conmovido por el gran cariño de sus hijos en Cristo les manda una carta de agradecimiento que es, a la vez, un modelo y un testimonio de ternura con que abraza a cada una de las comunidades por él fundadas. La epístola fue escrita en Roma hacia el año 63.

San Francisco de Sales nos dice acerca de la angustia y de la inquietud del corazón: «Proviene la inquietud de un inmoderado deseo de librarse del mal que se padece o de alcanzar el bien que se espera, y con todo, la inquietud y el desasosiego es lo que más empeora el mal y aleja el bien, sucediendo lo que a los pájaros, que al verse entre redes y lazos, se agitan y baten las alas para salir, con lo cual se enredan cada vez más y quedan presos. Por tanto, cuando quieras librarte de algún mal o alcanzar algún bien, ante todas las cosas, tranquiliza tu espíritu y sosiega el entendimiento y la voluntad». La vida del que espera y confía en el Señor excluye todo apego (ver Tt 2,11-13), entonces «el Dios de la paz estará con vosotros».

L Los viñadores homicidas

La parábola de los viñadores homicidas es una de las únicas dos parábolas que aparecen en los tres Evangelios sinópticos[2]. La otra, es la parábola del sembrador. Y esta sola consta­tación indica ya su importancia. La parábola de los viñadores asesinos constituye un compendio de la historia de la salvación de Dios para el hombre, desde la Alianza del Sinaí hasta la fundación de la Iglesia por Jesucristo como Nuevo Pueblo de Dios; pasando por los profetas y la misma persona de Cristo que anunció el Reino de Dios y fue constituido piedra angular de todo el Plan Reconciliador del Padre mediante su sacrificio pascual. Jesús presenta la imagen de un propietario que plantó una viña y la cuidó con el máximo esmero posible. «Era un pro­pietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar[3] y edificó una torre». La fuerza expresiva de esta descripción está amplifica­da, por la evoca­ción del texto del profeta Isaías sobre la viña (Is 5, 1-7), que los oyentes no pueden dejar de recordar.

Jesús sigue exponiendo la parábola: «El propietario arrendó la viña a unos labradores y se ausentó», pero no se olvidó de su viña. Cuando llegó el tiempo de los fru­tos, envió a sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores los golpearon y los mataron; envió otros siervos más numerosos que los primeros y los trataron de la misma forma. Hasta aquí es sorprendente la paciencia que ha tenido el dueño; pero el auditorio co­mienza a irritarse con la actuación de los arrendatarios. Llega entonces el punto culmi­nan­te del relato donde el dueño manda a su propio hijo. Todo el auditorio está de acuerdo que lo respetarán ya que lo contrario sería excesivo, sería una provocación contra el dueño de la viña. Sin embargo el hijo es asesinado para quedarse con la viña.

K La explicación de la parábola 

Ha quedado claro que en la parábola, cuando Jesús habla de «el hijo», está expresando su conciencia filial respecto de Dios. Él es el hijo que en el momento culmi­nante fue arrojado fuera y matado; y los que fueron envia­dos antes que Él son los profetas. Es la misma idea que Él expresa cuando a la vista de Jerusalén suspi­ra: «¡Jerusa­lén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son envia­dos!» (Mt 23,37). Es la misma idea con que se introduce la carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últi­mos tiempos nos ha habla­do por medio del Hijo, a quien instituyó heredero de todo» (Hb 1,1-2).En esta misma epístola reaparece el detalle de que el hijo fue arrojado fuera de la viña y allí lo mataron: «Jesús pade­ció fuera de la puerta» (Hb 13,12).

Por medio de la parábola de los viñadores homicidas, Jesús se está refi­riendo a su propio fin. Ahora viene una reflexión y comentario, en la cual Jesús hace intervenir al auditorio para que exprese su reacción. Nadie puede quedar indiferente ante la pregunta sobre el destino de los viñadores. Le responden: «A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiem­po». Sin embargo para comprender el alcance de la respuesta de Jesús hay que recordar quiénes estaban oyendo esta parábola.

El Evangelio dice que «mientras Jesús enseñaba en el Tem­plo, se le acerca­ron los sumos sacerdo­tes y los ancianos del pueblo para pre­guntarle: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado tal autori­dad?» (Mt 21,23). A la luz de la fe en Cristo, la pre­gunta es absurda y deja en evidencia toda la cegue­ra de las autori­dades judías. Jesús era el Hijo, que venía a «su propia casa», Él es la Pala­bra de Dios que, en el lugar de su morada, enseñaba. Hay que ser ciego para no ver con qué autoridad lo hace. Jesús responde a la pregunta propo­nien­do, entre otras, también esta parábola llamada «de los viñadores homici­das».

K «El Reino de Dios será entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»

En la aplicación de la parábola, Jesús se pasa de «la viña» al «Reino de Dios». Jesús está hablando del Reino de Dios que se hizo presente como un don a su pueblo cuando Él vino a los suyos pero no lo recibieron. Entonces fue dado a otro pueblo. Este otro pueblo al cual fue dado Jesús y con él el Reino de Dios es la Iglesia. Para formar parte de este pueblo se nace por medio del bau­tis­mo, que consiste en acoger a Jesús como Señor. Así se verifica lo anunciado por San Juan: «A cuantos lo recibieron les dio poder ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1,11-12).

La parábola que hemos leído está en el Evangelio para interpelarnos a nosotros ahora. A nosotros se nos han dado ahora los sacramentos con todas sus infinitas gracias, sobre todo, el sacramento de la Eucaris­tía, que contiene a Cristo mismo. Dios no podía hacer nada más grande por nosotros. Por eso espera de nosotros frutos de caridad y de santidad.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Al respecto, el Papa citó una vez más las palabras de la primera lectura: «Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve». Y continuó: «“Yo te cambio el alma”: esto nos dice Jesús. ¿Y qué nos pide? Que nos acerquemos. Que nos acerquemos a Él. Dios es Padre; nos espera para perdonarnos. Y nos da un consejo: “No seáis como los hipócritas”». Para explicarlo, el Papa Francisco luego hizo referencia al pasaje del Evangelio de Mateo (23, 1-12) poco antes proclamado: «Lo hemos leído en el Evangelio: este tipo de acercamiento el Señor no lo quiere. Él quiere un acercamiento sincero, auténtico. En cambio, ¿qué hacen los hipócritas? Se maquillan. Se maquillan de buenos. Ponen cara de estampa, rezan mirando al cielo, haciéndose ver, se sienten más justos que los demás, despreciando a los demás». Y presumen de ser buenos católicos porque tienen conocidos entre bienhechores, obispos y cardenales.

«Esto es la hipocresía —destacó—. Y el Señor dice no», porque nadie debe sentirse justo por su juicio personal. «Todos necesitamos ser justificados —repitió el obispo de Roma— y el único que nos justifica es Jesucristo. Por ello debemos acercarnos: para no ser cristianos maquillados». Cuando la apariencia se desvanece «se ve la realidad y éstos no son cristianos. ¿Cuál es la piedra de toque? Lo dice el Señor mismo en la primera lectura: “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien”». Esta, repitió, es la invitación.

Pero, «¿cuál es la señal de que estamos en el buen camino? Lo dice la Escritura: socorrer al oprimido, cuidar al prójimo, al enfermo, al pobre, a quien tiene necesidad, al ignorante. Esta es la piedra de toque». Y aún más: «Los hipócritas no pueden hacer esto, porque están tan llenos de sí mismos que son ciegos para mirar a los demás». Pero «cuando uno camina un poco y se acerca al Señor, la luz del Padre hace ver estas cosas y va a ayudar a los hermanos. Este es el signo de la conversión».

Cierto, añadió, esta «no es toda la conversión; porque la conversión —explicó— es el encuentro con Jesucristo. Pero la señal de que estamos con Jesús es precisamente esta: atender a los hermanos, a los pobres, a los enfermos como el Señor nos enseña en el Evangelio».

Por lo tanto, la Cuaresma sirve para «cambiar nuestra vida, para ajustar la vida, para acercarnos al Señor». Mientras que la hipocresía es «el signo de que estamos lejos del Señor». El hipócrita «se salva por sí mismo, al menos así piensa», continuó el Santo Padre. Así, la conclusión: «Que el Señor nos dé a todos luz y valor: luz para conocer lo que sucede dentro de nosotros y valor para convertirnos, para acercarnos al Señor. Es hermoso estar cerca del Señor».

Papa Francisco. Homilía en la Casa Santa Marta.18 de marzo de 2014.







' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. Leamos en familia el hermoso Salmo 118 (117) que nos habla acerca de la confianza en Dios.

2. El Señor  Jesús es muy claro: «Se os quitará el Reino de Dios  para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos».  ¿Cuáles son los frutos que doy? ¿Qué voy a hacer?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 758-780.

texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente del Consejo Diocesano de ANE Toledo.

















[1] Agrazones: uvas que nunca maduran.
[2] Los Evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas.
[3]Lagar: sitio pequeño en que se pisa la uva para hacer vino y la aceituna para sacar el aceite.

sábado, 30 de septiembre de 2017

Domingo de la Semana 26 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 1 de octubre 2017 «¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»



Lectura del libro del  profeta Ezequiel (18, 25-28): Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.

Así dice el Señor: «Comentáis: "No es justo el proceder del Señor.
Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»

Salmo 24,4bc-5.6-7.8-9: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna. R./

Señor, enséñame tus caminos, // instrúyeme en tus sendas: // haz que camine con lealtad; // enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, // y todo el día te estoy esperando. R./

Recuerda, Señor, que tu ternura // y tu misericordia son eternas; // no te acuerdes de los pecados // ni de las maldades de mi juventud; // acuérdate de mí con misericordia, // por tu bondad, Señor. R./

El Señor es bueno y es recto, // y enseña el camino a los pecadores; // hace caminar a los humildes con rectitud, // enseña su camino a los humildes. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses (2, 1-11): Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.

Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme es­ta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la hu­mildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el  interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (21, 28-32): Recapacitó y fue.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." El le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor. " Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del rei-no de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Uno de los temas centrales de este Domingo es la conversión. El texto del profeta Ezequiel[1] quiere mostrarnos que cada uno tiene el deber y la hermosa responsabilidad de convertirse siendo responsable de sus actos y decisiones. Dios, que nos ama profundamente, respeta el don de la libertad que nos ha otorgado (Primera Lectura). Dice Santo Tomás de Aquino: «nada es más adecuado para mover al amor que la conciencia que se tiene de ser amado». En la carta a los Filipenses, Pablo nos exhorta a tomar conciencia del precio que Dios ha pagado por nuestra reconciliación con el sacrificio de su Hijo que: «se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz». Ése es el modelo del cristiano: la humildad y el fiel cumplimiento del Plan del Padre.

En el Evangelio esta enseñanza se profundiza ya que no basta obedecer sólo de palabra los mandamientos de Dios, es necesario que las buenas obras acompañen nuestras palabras. Por esta razón, como dice el Evangelista, los publicanos y las prostitutas precederán a los Maestros de la ley en el Reino de los Cielos. Mientras los primeros dijeron «no» a la voluntad de Dios, pero después se convirtieron de su mala conducta; los segundos, es decir, los Maestros de la ley, creyéndose justos, no sentían la necesidad de convertirse y de hacer penitencia por sus pecados. Con sus palabras decían «sí» a Dios, pero sus obras eran distintas. ¡Qué tragedia el creerse justo y no necesitado de arrepentimiento!

J «Él ha abierto los ojos y se ha convertido…vivirá y no morirá»

Para entender la lectura del profeta Ezequiel es preciso enmarcar históricamente el texto. El pueblo se encuentra en el exilio después de la caída de Jerusalén. La tradición teológica interpretaba lo sucedido como el resultado de los pecados y las infidelidades del pueblo a lo largo de su historia. En realidad, se trataba de una situación fatal e ineludible que la generación presente debía sobrellevar. Ellos soportaban las culpas y pecados de sus antepasados pero al mismo tiempo experimentaban que el castigo era superior a las culpas que habían cometido. Se sentían tratados injustamente. Entonces surgía la pregunta: ¿dónde ha quedado el amor de Dios? ¿Dónde está el Dios de Abraham, de Issac, de Jacob? ¿Qué ha sido de la promesa del Señor?

Daba la impresión de que Yahveh rompía su Alianza: el templo había sido destruido; Jerusalén, la ciudad santa, había sido saqueada y devastada, ardía en llamas; el pueblo,  deportado... Todo era, pues, desaliento, decaimiento y derrota. El profeta Ezequiel se levanta con fuerte y firme voz y encamina al pueblo por distinta ruta. Así, enuncia el principio general: «Cada uno sufrirá la muerte por su propio pecado». Es decir, la responsabilidad es personal y cada uno responderá de sus propios actos. Asimismo, la retribución también es personal. Efectivamente los actos pasados influyen y condicionan de algún modo el presente, pero no son una herencia fatal al estilo de una tragedia griega. Ciertamente será difícil liberarse de las condiciones del pasado, pero es posible porque «Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ez 18,23).

J «¡Cristo Jesús es el Señor! »

El himno de la carta a los Filipenses[2] es uno de los textos fundamentales en la elaboración de la cristología. En este himno el centro en torno al cual gira la reflexión es la frase final: «Jesucristo es Señor». En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (ver Ex 3, 14), YHWH[3], es traducido por «Kyrios» (Señor). «Señor» se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido el título «Señor» para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (ver 1 Co 2,8).

Así pues, el himno de Filipenses indica claramente la perfecta divinidad y la perfecta humanidad de Cristo. Pues bien, Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Aquí no se habla de los discursos del Señor, de sus enseñanzas, sino de sus obras: se despojó, tomó la condición de esclavo, se sometió incluso a la muerte.

Él nos enseña el camino que debe seguir el cristiano: el camino de la humildad, el camino del cumplimiento de la voluntad de Dios en las obras, no sólo en las palabras. Aquí vemos también el poder de Cristo que es el poder de la obediencia, del amor y de la verdad. Jesús es el Señor y en Él descansa confiadamente toda nuestra esperanza.

L «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado tal autoridad?»

El Evangelio de este Domingo está en un contexto de plena controversia. Jesús ha realizado ya su entrada triunfal en Jerusalén. Lo hizo montado en una asna, que es una cabalgadura real, y a su paso la gente gritaba abiertamente: “¡Hosana el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mt 21,9). Entró en el templo y expulsó enérgicamente a los cambistas y vendedores, sanó a ciegos y cojos que allí había. Todo esto no agradó a las autoridades. «Los Sumos Sacerdotes y los escribas al ver los milagros…se indignaron» (Mt 21,15). Querían que Jesús callara los gritos de la gente. Pero Jesús lejos de encontrarlos excesivos, los encuentra adecuados a la realidad y dice: «¿No habéis leído que “de la boca de los niños y de los que aún maman te preparaste alabanza”?» (Mt 21,16). Al día siguiente, nuevamente en el Templo enseñando, se le acercan los Sumos Sacerdotes y los Ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Quién te ha dado tal autoridad?» (Mt 21,23).

La pregunta viene directamente de aquellos que detentan la máxima autoridad religiosa de Israel. Si la pregunta hubiera sido hecha con buena voluntad, Jesús hubiera respondido «Yo soy el Hijo de Dios…Yo y el Padre somos uno…Me ha sido dado el poder sobre el cielo y la tierra» (Jn 10,30.36; Mt 28,18). Pero si hubiera respondido así se habrían rasgado las vestiduras y lo habrían condenado a muerte acusándolo de blasfemia. Todavía no era su hora. Por eso, antes de responder Él hace una pregunta: «¿El bautismo de Juan, de dónde era, del cielo o de los hombres?»(Mt 21,25). Ellos opinan que el bautismo de Juan es de los hombres, pero no quieren arriesgarse a decirlo y responden: «No sabemos». ¡Es falso! La respuesta correcta era: «Sabemos, pero no te lo decimos» Jesús pone en evidencia la falsedad de ellos diciendo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto». Él tampoco lo dice; pero Él no miente.

LJ La parábola de los dos hijos

Hemos hecho esta larga introducción para presentar el contexto de la parábola de los dos hijos, que expone Jesús a continuación. La introduce con una pregunta para comprometer al auditorio: «¿Qué os parece?». Y presenta el caso de los dos hijos a quienes el padre manda a trabajar a su viña. El primero dijo: «No quiero», porque la respuesta es demasiado obvia. Responden: «El primero». Y ahora que han tomado partido, Jesús pone de manifiesto la analogía con la realidad salvífica: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegan antes de vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros en el camino de la justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él».

Las autoridades judías del tiempo de Jesús quedan en el lugar del segundo hijo. Ellos detentan la Palabra de Dios y enseñan la conformidad con la voluntad de Dios; ellos dicen a Dios que sí en todo y lo hacen con ostentación, pero no cumplen su voluntad. Por eso cuando vino Juan, enviado por el Señor, no creyeron en él. Y tampoco creen en Jesús. En cambio, los publicanos y las prostitutas, que evidentemente transgreden los mandamientos de Dios, cuando vino Juan, creyeron en él. Son como el primer hijo, que al principio dijo: «No voy», pero después se arrepintió y fue. En confesión de los mismos interlocutores de Jesús, fue éste quien cumplió la voluntad del padre y no el otro.

En todo el episodio está pesando la persona de Juan Bautista que en el Prólogo del cuarto Evangelio es presentado así: «Hubo un hombre, enviado por Dios. Su nombre era Juan. Éste vino para dar testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él» (Jn 1,6-7).Cerrarse a la persona y la predicación de Juan es cerrase a la luz, es cerrarse a Jesús, que es la luz verdadera. Y ésta es la negación definitiva de Dios.

¿Qué importa haber predicado tanto sobre el cumplimiento de los mandamientos, si, llegado el momento de actuar, se falta a su voluntad? A esta actitud se refiere Jesús cuando dice: «No todo el que diga “Señor, Señor “, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). La voluntad del Padre celestial es el amor, pues éste resume toda la ley y los profetas.  

+ Una palabra del Santo Padre:

«Ante todo, queréis ser cristianos.- Ser cristianos significa conocer profunda y orgánicamente las verdades de la fe; significa creerlas firmemente, porque están reveladas por Cristo y enseñadas por la Iglesia; significa, además, seguir los ejemplos de Cristo, dándole testimonio con las obras, sin las cuales la fe estaría como muerta. ¿Acaso entrarán en el reino de los cielos los que dicen "Señor, Señor", más luego no hacen la voluntad del Padre celestial?

No seréis, pues, dignos miembros del Cuerpo místico de Cristo, si tuviereis ciertamente la fe, pero no hiciereis de ella el alma de vuestra vida privada y pública. Para que en vosotros sea conocido y glorificado Jesús, os exhortamos, amados hijos, a la "coherencia" cristiana. Os contemplan amigos y adversarios: los unos, con espera preocupada; los otros, tal vez, con la esperanza de que vuestras empresas tengan éxito infeliz. Sabréis corresponder a la expectación de los amigos; sabréis, sobre todo, sorprender a los enemigos; cuidaréis de que todos vean en vosotros reflejada, como en fidelísimo espejo, la dulce imagen del Redentor divino, con sus virtudes y sus atractivos: con su fortaleza y su mansedumbre; con su justicia y su amor; con sus exigencias y su comprensión; con sus castigos y sus perdones; con sus amenazas y sus promesas; pero, sobre todo, con su vida sin mancha. Sed perfectos -en cuanto posible sea- como Él es perfecto; aproximaos al ideal por Él dejado, de suerte que también vosotros, en pacífica pero firme actitud, podáis preguntar: "Qui arguet me de peccato" "¿Quién, de vosotros, me puede acusar de pecado?"»

Pío XII. A los alcaldes y a los presidentes de las corporaciones provinciales, 22 de julio de 1956.



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. San Ambrosio nos dice acerca del segundo hijo de esta parábola: «El remordimiento es una gracia para el pecador. Sentir el remordimiento y escucharlo prueba que la conciencia no está enteramente apagada. El que siente su herida, desea la curación y toma remedios. Donde no se siente el mal no hay esperanza de vida». ¿Cómo aplico estas palabras a mi propia vida?

2. María, primera discípula, nos enseña lo mismo que su Hijo: pronunciar un “sí” firme, fuerte, y luego mantenerlo con coherencia por toda la vida. Recemos en familia un rosario pidiendo a nuestra Madre el don de la fidelidad.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 546. 1451-1454.


Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de A.N.E. Toledo







[1]Ezequiel (Dios fortalece) es uno de los profetas mayores. Por ser hijo de un sacerdote, Buzi, fue criado en los alrededores del Templo, con miras a continuar el oficio de su padre. Sin embargo debido a la toma militar de Israel en el año 597 a.C. fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Joaquín y otros nobles (ver 2Re 24, 14-17). Cuando tenía 30 años  tuvo visiones por las cuales recibió su vocación profética. 
[2] San Pablo fundó la iglesia de Filipos, la primera de Europa, hacia el año 50. Escribió la carta desde la cárcel, posiblemente en Roma hacia el año 61 – 63. San Pablo explica su situación a los cristianos de Filipos y les agradece por los presentes enviados tan generosamente. Les alienta en la fe a olvidar el orgullo y seguir el ejemplo de Jesucristo. Su carta reboza de alegría, aliento y esperanza.   
[3]En hebreo en lugar de Yahveh – el tetragrama sagrado que al leerlo no se pronunciaba- se empleó;  Adonai que quiere decir «mi Señor» (ver Gn 15, 2.8). Adonai manifiesta la idea de una confianza plena en la soberanía de su Señor. 

sábado, 23 de septiembre de 2017

Domingo de la Semana 25 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 24 de setiembre 2017 «Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»



Lectura del libro del  profeta Isaías (55, 6-9): Mis planes no son vuestros planes.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-.
Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes.

Salmo 144,2-3.8-9.17-18: Cerca está el Señor de los que lo invocan. R./

Día tras día, te bendeciré // y alabaré tu nombre por siempre jamás. // Grande es el Señor, merece toda alabanza, // es incalculable su grandeza. R./

El Señor es clemente y misericordioso, // lento a la cólera y rico en piedad; // el Señor es bueno con todos, // es cariñoso con todas sus criaturas. R./

El Señor es justo en todos sus caminos, // es bondadoso en todas sus acciones; // cerca está el Señor de los que lo invocan, // de los que lo invocan sinceramente. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses (1,20c-24.27a): Para mí, la vida es Cristo.

Hermanos: Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger.
Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros.
Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (20, 1-16): ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amane­cer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?' Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña."
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los úl­timos y acabando por los primeros."
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asun­tos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Leemos en el Evangelio la parábola llamada «de los obreros de la viña»; sin embargo sería mejor llamarla la del dueño bondadoso o el señor generoso. El profeta Isaías parece sintetizar la idea principal de este Domingo cuando dice:«los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos». La mente humana es pequeña, frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente que Dios tiene un hermoso Plan para cada uno y que al ser humano le corresponde conocerlo para ser fiel a él (Primera Lectura).

Esta misma verdad aparece claramente en el Evangelio, que nos habla del Reino de los Cielos y nos lo presenta como el dueño de una viña que sale a contratar a los jornaleros. Un sentido de justicia muy humano, nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquellos que apenas han trabajado una hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada, ha recibido aquello que le había sido prometido. Entonces, el tema en cuestión pasa a ser la misericordia de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. Puede uno pasar el día entero trabajando pero obtendrá poco, si ama poco. Por esta razón: «los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos» (Evangelio). Esto supone todo un cambio de criterios y de mentalidad (metanoia). Una vida nueva que lleva a San Pablo a exclamar en su carta a los Filipenses: «para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia».

K «Porque los pensamientos de ustedes no son los míos»

Isaías es sin duda uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento. Vivió en el siglo VII a.C. y profetizó durante la crisis causada por la expansión del Imperio Asirio. Según algunos apócrifos, murió aserrado por orden del terrible rey Manases[1]. Este libro contiene el mayor número de profecías utilizadas en el Nuevo Testamento. La parte que estamos meditando hace parte del libro de la consolación de Israel.
El capítulo 55 es una exhortación final a participar de los bienes de una nueva alianza y a convertirse, mientras haya tiempo ya que el «Señor es generoso en perdonar» pero, recuerda el profeta, Él está cerca. «Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos».

He aquí la clave para poder entender muchas de las vicisitudes de nuestra vida y de la historia de la humanidad. Creemos que Dios debe de pensar como nosotros pensamos y debe de tener los mismos conceptos de amor, justicia y perdón que nosotros tenemos. Estamos tan convencidos de estar en lo cierto, que quedamos consternados, desconcertados delante de muchos acontecimientos, pues nos parecen incompatibles con el amor o la justicia, según nuestros limitados criterios. Y comenzamos a dudar, no de nuestro modo de pensar, sino de Dios. Dudamos porque en el fondo, no queremos comprender que «Dios es Amor». Que Dios es el totalmente Otro y que es capaz de «amar hasta el extremo» dando su vida para que tengamos la vida eterna. 

Justamente el mensaje del Evangelio es la gratuidad de Dios ante el legalismo que patrocinaban los fariseos. Estos eran incapaces de entender conceptos como amor y perdón.  Esta es la recompensa que esperaba San Pablo, uno de los llamados a trabajar en la viña del Señor en la segunda hora. Escribiendo a los cristianos de Filipo, ciudad romana en Macedonia, afirma «Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia». Pero está igualmente dispuesto a seguir viviendo mientras sea útil a los hermanos. Pero habla así porque escribe desde la cárcel en Roma (alrededor del año 63) esperando una sentencia que podía ser capital. 

J «El Reino de los cielos es semejante a…»

El Señor quiere que entendamos un poco más acerca del Reino futuro y su dinámica ya presente en el «ahora» de nuestra vida. Lo primero que tenemos que considerar es que Dios llama a quien quiere y cuando quiere. De esa manera nos llamó ya una vez a la existencia de la nada. De esa manera nos llama ahora para colmarnos de sus dones y hacernos partícipes de su eterna felici­dad. Los apóstoles y los santos que han vivido la experien­cia de la gracia no se cansan de contemplar la bondad de Dios. San Pablo escribe: «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados» (Col 1,13-14).Esto es lo que tenemos que tener en mente para entender la parábola que nos presenta el Evangelio de este Domingo. Allí entramos en contacto con una justicia que es superior a la nuestra: es la justicia de Dios.
«El Reino de los cielos…» es semejante a un señor que sale a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña conviniendo con ellos el pago de un denario al día. Volvió a salir a las 9 y a las 12 y a las 15 horas y viendo cada vez gente en la plaza, sin trabajo, les dijo: «Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo». Por último salió a las 17 horas y encontró otros que habían estado todo el día parados y también a éstos manda a su viña. Todos éstos pasan de la amargura que signifi­ca la cesantía a la alegría de haber encontrado un buen traba­jo, del abatimiento al entusiasmo. Hasta aquí todos compren­demos la bondad de este Señor que ofrece una «fuente de trabajo» y la fortuna de los que, estando cesantes, han sido llamados a gozar de ella. Es conveniente destacar esta frase: «Os pagaré lo que sea justo» ya que ellos confían en la bondad del señor para el momento de la retribución.
Pero al final del día llega el momento de recibir el pago. Aquí el Señor realiza un nuevo gesto asombroso: comienza a llamar a los obreros, partiendo por los últimos, los que han trabajado sólo una hora, y les da un denario a cada uno; ¡es un regalo! Calculemos la alegría de estos hombres. Y lo mismo hace con todos. Entonces ocurre lo increíble: la protesta. Los que llegaron a traba­jar a la primera hora «murmuraban contra el Señor». Reclamaban al compararse con los últimos.
El Señor, siempre bondadoso, contesta al que encabe­za la protesta, llamándolo «amigo». Le recuerda que lo conveni­do con ellos fue un denario al día; ellos habían recibido «lo suyo». Agrega: «Quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». El «ojo malo» es una expresión hebrea para indicar un estado de espíritu maligno, porque el ojo es como el espejo del alma. Aquí quiere indicar la envidia, es decir, el senti­miento de tristeza y de infelicidad propia ante el bien y la felicidad ajenos. Esto está condenado, porque «la caridad se alegra con el bien»  dondequiera que exista, sea propio o ajeno. La envidia, en cambio, se amarga ante el bien ajeno y así se opone a la caridad (ver 1Cor 13,4).
Pero la enseñanza principal de la parábola es ésta: el que negocia con Dios y exige de Él retribución ante los méri­tos propios, recibe exactamente «lo suyo»; pero se excluye del reino de la gratuidad y de la misericordia. Son los obreros que no vivieron la expe­riencia de la cesantía, pues trabajaban desde la primera hora. Ellos se sienten en situación y derecho de negociar. Se puede decir que no fueron salva­dos, porque no quedaron contentos y se fueron con lo suyo «murmuran­do» contra el señor. Los otros obreros recono­cen que ellos estaban cesan­tes y que han sido salvados. Ellos no convi­nieron nada, sino que confiaron en la justicia y bondad del Señor. Éstos recibie­ron un don gratuito, mucho mayor que lo que podían imaginar. Ellos se fueron felices, ala­bando la generosidad de su señor y dándole gracias por su inmenso don, que reconocían no haber merecido.
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+Una palabra del Santo Padre:

«Hay una segunda palabra que me hace reflexionar. Cuando Jesús habla del propietario de una viña que, teniendo necesidad de obreros, salió de casa en distintas horas del día a buscar trabajadores para su viña (cf. Mt 20, 1-16). No salió una sola vez. En la parábola, Jesús dice que salió al menos cinco veces: al amanecer, a las nueve, al mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde —¡todavía tenemos tiempo para que venga a nosotros!—. Había mucha necesidad en la viña, y este señor pasó casi todo el tiempo yendo por caminos y plazas de la aldea a buscar obreros. Pensad en aquellos de la última hora: nadie los había llamado; quién sabe cómo se sentirían, porque al final de la jornada no habría llevado nada a casa para dar de comer a sus hijos. Pues bien, los responsables de la pastoral pueden encontrar un hermoso ejemplo en esta parábola. Salir en diversas horas del día para encontrar a cuantos están en busca del Señor. Llegar a los más débiles y a los más necesitados, para darles el apoyo de sentirse útiles en la viña del Señor, aunque sólo sea por una hora…

Sé que todos vosotros trabajáis mucho, y por eso quiero deciros una última palabra importante: paciencia. Paciencia y perseverancia. El Verbo de Dios entró en «paciencia» en el momento de la Encarnación, y así, hasta la muerte en la Cruz. Paciencia y perseverancia. No tenemos la «varita mágica» para todo, pero tenemos confianza en el Señor, que nos acompaña y no nos abandona nunca. En las dificultades como en las desilusiones que están presentes a menudo en nuestro trabajo pastoral, no debemos perder jamás la confianza en el Señor y en la oración, que la sostiene. En cualquier caso, no olvidemos que la ayuda nos la dan, en primer lugar, precisamente aquellos a quienes nos acercamos y sostenemos. Hagamos el bien, pero sin esperar recompensa. Sembremos y demos testimonio. El testimonio es el inicio de una evangelización que toca el corazón y lo transforma. Las palabras sin testimonio no valen, no sirven. El testimonio lleva y da validez a la palabra.».

(Papa Francisco. Discurso en encuentro para la Promoción de la Nueva Evangelización. Viernes 19 de septiembre de 2014)



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1.   Mucha gente se plantea esta misma cuestión: ¡qué tal raza! ¡yo tengo que aguantar todo el peso de la jornada, y al “holgazán” que “goza de los placeres de la vida” le prometen lo mismo que a mí!¿Les daría envidia a los futbolistas el hecho de que un jugador ingrese a cinco minutos del fin de un partido, en el que ellos han trabajado duramente desde el principio para ganarlo, y al final participe por igual del triunfo y del premio reservado para todos ellos por igual?¿Acaso no se alegran todos por igual del triunfo? ¿Qué pensaríamos de aquél que a la hora de la celebración se está fijando en lo poco que ha trabajado ese último en entrar? ¿No es absurdo?

2.   Meditemos la fase de San Agustín acerca de este pasaje: «Da a todos un denario, recompensa de todos, porque a todos será igualmente dada la misma vida eterna». 

3.   Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2538- 2540. 2554.




[1] Manases: Rey que gobernó en Judá durante 55 años (696 -642 a.C.). Manasés hizo que su pueblo se descarriase, introduciendo toda clase de cultos idolátricos llegando a ofrecer la vida de su hijo en sacrificio a los dioses paganos. Fue hecho prisionero por los asirios y llevado a Babilonia. Al regresar a Jerusalén, se convirtió a Dios y cambió de conducta. 

Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de la Adoración Nocturna de Toledo