ENCUENTROS CON CRISTO EUCARISTÍA
Enero de 2010.
I.- Con devoción Te adoro, Dios escondido.
¿“Con devoción Te adoro, A Ti, mi corazón
Dios escondido, por entero se rinde.
verdaderamente oculto y al contemplarte,
en la apariencia del pan. de gozo en Ti descansa.
La Eucaristía es para el hombre, para el cristiano, el fundamento y la expresión más acabada de su Fe. El objeto más directo de su Fe; y, a la vez, el fundamento más firme de esa Fe.
¿Por qué?
¿En qué creemos cuando adoramos con Fe la Eucaristía?
“Te adoro con devoción” son las primeras palabras que pronunciamos ante Cristo Eucaristía. Al adorar, nuestro espíritu se abre a la Verdad de Dios, a la Luz de Dios. Se abre, y anuncia con fe al Hijo de Dios, su creador, su redentor, escondido en el Sagrario.
La Fe en la Presencia real sacramental de Cristo en la Hostia Santa lleva consigo la Fe en la divinidad de Cristo. No adoramos a ningún hombre. Adoramos, y nos arrodillamos ante Dios hecho hombre realmente presente con su “Cuerpo, con su Alma, con su Sangre y su Divinidad”.
Al afirmar –mientras adoramos- esa Presencia Real Sacramental, es Cristo Resucitado Quien está en la Eucaristía, sin dejar de ser el mismo Cristo que padeció y murió en la Cruz, reafirmamos nuestra Fe en estos tres grandes misterios:
la Encarnación del Hijo de Dios;
su Resurrección de los muertos;
la Vida Eterna.
La Encarnación. El cristiano cree firmemente que Quien “late”, Quien “se esconde” en la Eucaristía es “el verdadero Hijo Unigénito de Dios hecho hombre”. No cree, sencillamente, en una “cierta presencia”, en una “cierta significación”, en un “cierto simbolismo”, “en una cierta figura”. No. Cree que “allí”, en el Sagrario, está el Cristo cansado que caminó por los recovecos del mundo; el Cristo real, personal, que sufrió muerte en la Cruz; el mismo que quedó dormido sobre el cabezal de la barca, mientras los apóstoles, angustiados, clamaban por su salvación.
Y es tal la alegría de la fe, que el inquieto espíritu del hombre descansa en el Señor y se llena de gozo.
Fe en la Eucaristía. Quizá nos puede suceder lo que ya ha ocurrido a tantos buenos hijos de la Iglesia, de Cristo, de Dios, a lo largo de los siglos. A veces, nuestra inteligencia y nuestro corazón se encuentran con oscuridades, con nubarrones, que hacen muy difícil hacer un Acto de Fe en la Presencia Real de Cristo; y como consecuencia, llega el desánimo, la desorientación.
San Agustín recibió un día a un grupo de monjes que se quejaban de que no “veían a Cristo, como lo habían visto los Apóstoles”, y por eso, notaban que se amedrentaban ante las dificultades. El santo, después de escucharles con calma, les hizo solamente una recomendación: que adorasen la Eucaristía, que rogaran con Fe; y descubrirían en el Sagrario la Presencia del mismo Cristo que vivió con los Apóstoles.
Fe en Cristo vivo en el Sagrario. “Una iglesia en la que arde sin cesar la lámpara junto al sagrario, está siempre viva, es siempre algo más que un simple edificio de piedra: en ella está siempre el Señor que me espera, que me llama, que quiere hacer “eucaristía” mi propia persona. De esta forma me prepara para la eucaristía, me pone en camino hacia su segunda venida” (Card. Ratzinger).
Y nuestra alma está viva cuando mantiene esa lámpara de la Fe. La Vida eterna. La Eucaristía es “prenda de vida eterna”. No sólo anuncio; no sólo adelanto; no sólo señal. Prenda. Y “prenda”, no sólo en el sentido de darnos como un “derecho” a la vida eterna. No. La Eucaristía es ya Vida Eterna.
* * * * * *
Cuestionario.-
-¿Hago una visita diaria al Santísimo Sacramento, y le manifiesto mi fe en su Presencia?
-Con mi fe, ¿renuevo mi amor a Dios al arrodillarme ante el Hijo de Dios hecho Eucaristía?
-¿Confío en el Señor Sacramentado, que quiere acompañarme, como un buen amigo, a lo largo de mis quehaceres diarios?.
viernes, 25 de diciembre de 2009
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