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La misa, el sacrificio y banquete de la Eucaristía, es acto central de la Iglesia católica y el acto supremo de culto a Dios.
El mismo Cristo que se ofreció a si mismo una vez en el altar de la cruz, está presente y se ofrece en la misa. No es otro sacrificio, no es una repetición. Es el mismo sacrificio de Jesús que se hace presente. Es una representación del Calvario, memorial, aplicación de los méritos de Cristo.
Cristo está presente en el cielo y también en el altar, y se entrega hoy al Padre como el Viernes Santo.
La Misa es un sacrificio de propiciación (aplaca la justicia divina) por nuestros pecados.
La Misa es un memorial: Se conmemora la muerte de Jesús, pero no como un recuerdo psicológico, sino como una realidad mística. Cristo se ofrece a si mismo tan realmente como lo hizo en el Calvario.
La Misa es un banquete sagrado: El mismo Cristo que se ofrece, lo recibimos la Eucaristía.
La Misa es el medio principal que Dios ha establecido para aplicar los méritos que Cristo ganó en la Cruz para toda la humanidad.
1. La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Es la fuente, el corazón y la cumbre de toda la vida cristiana.
2. En ella se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: Jesucristo, que asocia a su Iglesia, y a todos sus miembros, a su sacrificio pascual, ofrecido una vez por todas en la cruz al Padre; y, por medio de este sacrificio, derrama la gracia de la salvación sobre su Cuerpo que es la Iglesia.
3. La Santa Misa y el sacrificio de la Cruz son un único sacrificio, pues se ofrece una y la misma víctima: Jesucristo. Sólo es diferente la manera de ofrecerse: Cristo se ofreció a sí mismo una vez en la cruz de manera cruenta –con derramamiento de sangre–, mientras en la Eucaristía se ofrece por el ministerio de los sacerdotes de modo incruento –sin derramamiento de sangre–. Así, el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual. Y cuantas veces se celebra la Eucaristía, se realiza la obra de nuestra redención.
4. La Eucaristía es también el sacrificio de la Iglesia, porque ella es el Cuerpo de Cristo y participa del sacrificio de su Cabeza.
a. Cristo es el actor principal e invisible que preside cada misa como sumo sacerdote de la Nueva Alianza, intercede ante el Padre por todos los hombres.
b. La Iglesia se une a Cristo y se ofrece totalmente con El en la Misa
c. La misa la celebra el obispo o el sacerdote –actuando “en per¬sona de Cristo-cabeza”–, representando a Cristo, preside la asamblea, predica la homilía, recibe las ofrendas, dice la plegaria eucarís¬tica, consagra y reparte la comunión.
d. Sólo los sacerdotes válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar (invocar al Espíritu Santo para que el pan se haga el Cuerpo y el vino, la Sangre de Jesucristo). Por eso la presencia del sacerdote es indispensable y esencialmente diferente.
e. En la celebración de la Eucaristía participan todos los fieles miembros de su Cuerpo. Cada uno une en la Eucaristía su vida, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo a los de Cristo y a su total ofrenda.
f. También se unen en la Eucaristía la Virgen María y los santos que están ya en la gloria del cielo
g. En la misa oramos por las almas del purgatorio para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo.
5. Después de la consagración, Jesús está realmente presente en la Eucaristía:
a. En la consagración ocurre la “transubstanciación”, que significa “cambio de substancia” del pan y el vino a ser verdaderamente la sustancia del Cuerpo y Sangre del Señor. La Eucaristía aun tiene la apariencia de pan y vino pero nos es pan y vino.
Cristo está presente en la Eucaristía verdadera, real y substancialmente con todo su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad. Esta presencia se llama “real” porque es “substancial”, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente.
Cristo está todo entero en cada una de las especies y en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo, que está real y permanentemente presente en la eucaristía mientras duren sin corromperse las especies eucarísticas.
6. Para recibir bien la Sagrada Comunión son necesarias tres cosas:
a. saber a quién vamos a recibir,
b. Estar en gracia de Dios. Quien esta en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. Ver: Eucaristía y divorciados y vueltos a casar
c. Guardar el ayuno eucarístico, que consiste en no comer ni beber nada desde una hora antes de recibir la Comunión.
7. Hagamos todo lo posible para poder recibir la comunión. Jesús nos dice «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros».
8. La Sagrada Comunión produce frutos:
a. acrecienta nuestra unión íntima con Cristo;
b. conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo;
c. purifica de los pecados veniales,
d. fortalece la caridad y nos preserva de futuros pecados mortales al fortalecer nuestra amistad con Cristo;
e. renueva, fortalece y profundiza la unidad con toda la Iglesia;
f. nos compromete en favor de los más pobres, en los que reconocemos a Jesucristo; y se nos da la prenda de la gloria futura.
Para recibir todos los méritos disponibles es necesario participar con fe. Cuanto mas fe se viva la Santa Misa, mayor gloria se le ofrece a Dios y mayor la gracia que se recibe, no solo para los participantes sino para la humanidad.
9. En la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo con un comportamiento respetuoso, arrodillándonos durante la consagración en señal de adoración al Señor. También es importante la actitud corporal (gestos, vestido…).
10. La palabra "misa" viene del latín "missio" (enviar). Al final los fieles son enviados a poner en práctica la Palabra de Dios con la gracia recibida.
11. Al entrar y salir del templo, cuando pasamos frente al sagrario, manifestamos nuestra fe y saludamos a Jesucristo presente en el Sagrario con una genuflexión, hincando la rodilla derecha, en señal de respeto y adoración.
Fuera de la Santa Misa también se honra al Señor con visitas al sagrario, con la exposición del Santísimo y con procesiones Eucaristícas.
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San Justino, C. 155 AD:
El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.
Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces_ por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta y guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna.
Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente ósculo de paz.
Luego, al que preside a los hermanos se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen . Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén.
Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman “ministros” o diáconos, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes.
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lunes, 25 de julio de 2011
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