miércoles, 1 de mayo de 2013

EL RECOGIMIENTO, ALMA DE LA VIDA DE ADORACIÓN





III

Porque, ¿cuál es el lugar en que se verifica la unión de Jesús con nosotros? En nosotros mismos es donde se rea¬liza esta mística alianza. La unión se hace y se ejercita en Jesús presente en mí. Nada más cierto: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y en él haremos nuestra morada" (Jn. 14, 23). Y el espíritu de Jesús habita en nosotros como en un templo y nos ha sido dado para permanecer siempre con nosotros. Por lo cual dice la Imitación: “Ea, alma fiel, prepara tu corazón para que este esposo se digne venir y establecer en ti su morada" (L. II, c. q, núm. 2).

¿Por qué habrá Nuestro Señor escogido el interior del hombre como centro de su unión con él?

Porque así forzado se verá el santo a entrar dentro de sí. Huía de sí mismo como se huye de un criminal, como se teme una cárcel. Tiene vergüenza y horror de sí mismo y ésta es la razón porque se apega tanto a lo exterior. Pero este huir lejos del corazón hace que Dios se vea abandonado de la criatura, hecha para ser templo y trono de su amor.

Como en estas condiciones no puede trabajar en el hombre ni con el hombre, para obligarle a que vuelva dentro de su alma, viene a él; se nos viene sacramentalmente para espiritualmente vi¬vir en nosotros; el sacramento es la envoltura que le encierra; se rompe ésta y nos da la santísima Trinidad así como el éter encerrado en un glóbulo se difunde en el estómago, una vez deshecha la envoltura bajo la acción del calor na¬tural.

Quiere, pues, Jesucristo hacer del interior del hombre un templo, con objeto de que este no tenga que hacer largo viaje para ir a su Señor, sino que le encuentre fácilmente ya su disposición como a su dueño, modelo y gracia; para que con sólo recogerse así dentro de sí mismo en Jesús, pueda en cualquier instante ofrecerle el homenaje de sus ac¬tos, el sentimiento de amor de su corazón, y mirarle con esa mirada que todo lo dice y da. Las siguientes palabras de la Imitación expresan perfectamente esta vida de recogimiento interior: “Jesús visita a menudo al hombre interior; le habla frecuentemente; amorosamente le consuela y departe con él con una familiaridad inconcebible.” (L. II, c. 1, núm. 1) ¿Es posible que así ande Dios en pos de un alma y así se ponga a su disposición, que more en cuerpo tan vil y en alma tan terrenal, miserable e ingrata? ¡Y, sin embargo, es sumamente cierto!


IV

Mas ¿cómo alimentar y perfeccionar el santo recogimien¬to? ¿Cómo vivir de amor? Pues de la misma manera que se conserva el fuego, la vida del cuerpo o la luz: dando siem¬pre nuevo alimento.

Hemos de fortalecer al hombre interior, que es Jesucristo, en nosotros, concebirlo, hacer nacer y crecer por todas las acciones, lecturas, trabajos, oraciones y demás actos de la vida; mas para ello es preciso renunciar del todo a la personalidad de Adán, a sus miras y deseos, y vivir bajo la de¬pendencia de Jesús presente en nuestro interior. Es preciso que el ojo de nuestro amor esté siempre abierto para ver a Dios en nosotros; que ofrezcamos a Jesús el homenaje de cada placer y de cada sufrimiento, que experimentemos en nuestro corazón el dulce sentimiento de su presencia como la de un amigo que no se ve, pero se siente como cercano. Contentaos de ordinario con estos medios; son los más sen¬cillos; os dejan libertad de acción y de atención a vuestros deberes y os formarán como una suave atmósfera en que viviréis y trabajaréis con Dios; que la frecuencia de actos de amor, de oraciones jaculatorias, de gritos de vuestro corazón hacia Dios presente en él, acabe de haceros como del todo natural el pensamiento y el sentimiento de su presencia.

V

Pero ¿de dónde proviene que el recogimiento sea tan difícil de adquirirse y tan costoso de conservarse?

Un acto de unión es muy fácil, pero muy difícil una vida continua de unión. ¡Ay! Nuestro espíritu tiene muchas veces fiebre y desvaría; nuestra imaginación se nos escapa, nos divierte y nos extravía; uno no está consigo mismo; los trabajos de la mente y del cuerpo nos reducen a un estado de esclavitud; la vida exterior nos arrastra; ¡nos dejamos impresionar tan fácilmente en la menor ocasión! ¡Y quedamos derrotados! Esa es la razón de que nos cueste tanto concentramos en torno de Dios.

Para asegurar, pues, la paz de vuestro recogimiento, ha¬béis de alimentar vuestro espíritu con una verdad que le guste, que desee conocer, ocupándole como se ocupa a un escolar; dad a vuestra imaginación un alimento santo, que guarde relación con aquello que os ocupa, y la fijaréis; pero si el simple sentimiento de corazón basta para que el es¬píritu y la imaginación se queden en paz, dejadlos tranqui¬los y no los despertéis.

A menudo, Dios nos da también una gracia tan llena de unión, un recogimiento tan suave, que se desborda y derrama hasta en los sentidos; es como un encantamiento divino. Cui¬dado entonces con salir de esta contemplación, de esta dulce paz. Quedaos en vuestro corazón, pues sólo allí reside Dios y hace oír su voz. Cuando sintáis que esta gracia sensible se va y desaparece poco a poco, retenedla con actos positivos de recogimiento, llamad a vuestro espíritu en vuestro socorro, alimentad vuestro pensamiento con alguna divina verdad, con objeto de comprar con la virtud de recogimiento lo que Dios comenzó por la dulzura de su gracia.

Nunca olvidéis que la medida de vuestro recogimiento será la de vuestra virtud, así como la medida de la vida de Dios en vosotros.

San Pedro Julián Eymard




P. Agustín Gil Fernández, S.S.E. me remite éste artículo cuyo contenido será muy valioso para todos los que Adoramos a Jesús Sacramentado.

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