viernes, 2 de agosto de 2013
San Pedro Julián Eymard: LA VIDA INTERIOR
Hoy, 2 de agosto se celebra la memoria de San Pedro Julián Eymard; un sacerdote de su Orden se ha venido ocupando de difundir su Obra; se relaciona a continuación una de las reflexiones recibidas
"Ya, pues, que habéis recibido a Jesucristo por Señor, andad en Él, unidos a Él como a vues¬tra raíz y edificados sobre Él como sobre vuestro fundamen¬to".
(Col., 2, 6-7).
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La vida interior es para la santidad lo que la savia para el árbol y para la savia la raíz.
Es una verdad fuera de toda duda que cuál es el grado de la vida interior tal es el de la virtud y de la perfección, y que cuanto más interior es un alma, tanto más esclarecida es de luces divinas, más fuerte en el deber y más dichosa en el servicio de Dios; todo sirve para recogerla, todo le aprovecha, todo la une más íntimamente con Dios.
Puede definirse la vida interior: vida familiar del alma con Dios y con los santos, y ser interior es amar lo bastante para conversar y vivir con Jesucristo.
Vosotros, que queréis vivir de la Eucaristía, tenéis más estricta obligación de daros de lleno a la vida interior con Jesús, pues éste es vuestro fin y ésta vuestra gracia. Debéis ser adoradores en espíritu y en verdad. Constituís la guardia de honor del Dios escondido que en la Eucaristía lleva vida del todo interior. Oculta su cuerpo con objeto de poneros en relación con su espíritu y corazón; su palabra es pura¬mente interior y hasta las mismas verdades están cubiertas con un velo para que penetréis hasta su principio, que es su divino e infinito amor.
¿Qué medio tomar para llegar a este estado de vida in¬terior, principio y perfección de la vida exterior? No hay más que un camino: el recogimiento.
Recogerse es concentrarse de fuera a dentro. Comprende tres grados: recogerse en el pensamiento del deber, en la gracia de la virtud y en el amor.
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En el primero adquirimos conciencia del deber, de la ley de Dios. ¬
¿Qué manda, qué prohíbe la ley? ¿Es conforme a la ley divina este mi pensamiento, deseo o acción? Una conciencia recogida se hace estas preguntas y se dirige según la con¬testación.
El hombre recogido en el deber pone de continuo los ojos en la conciencia para observar su simpatía o su repulsa, su afirmación o su negación, a la manera como el piloto pone los ojos en la brújula para dirigir la nave.
Recogerse en la ley es fácil, por cuanto la menor infrac¬ción va seguida de cierto malestar, turbación y protesta de la conciencia que nos grita: ¡Has obrado mal! Sólo el es¬clavo de sus pasiones y el voluntariamente culpable, que para huir de este reproche interior huye de sí mismo, corre y se atolondra, no oye esta voz. El demonio le empuja, le ata a una vida puramente natural, arrójale en la fiebre de los negocios, del tráfago, del cambio, de las noticias, y en seme¬jante caso no puede oír ni a Dios ni a su conciencia.
No hay remedio contra este mal, como no sea una gracia de enfermedad, de impotencia, que clave a uno en un lecho frente a sí mismo, o la humillación y las desgracias que nos abran los ojos y nos hagan tocar con el dedo, por así decido, la verdad de estas palabras de la Imitación: "Todo se resuelve en pura vanidad, excepto el amar a Dios y en Él solo servir" (L. I, c. 1, núm. 8).
Vivid, pues, cuando menos pensando en la ley; recogeos en vuestra conciencia, obedeciendo a su primera palabra; no os acostumbréis a desdeñar su voz ni la obliguéis a repetir sus reproches; estad atentos a su primera señal. Llevad la ley del Señor ceñida a vuestro brazo; que esté siempre ante vuestros ojos y en vuestro corazón.
¬San Pedro Julián Eymard
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