Artículo J.R.PULIDO; Presidente Diocesano de Toledo; fotografía: celebración de la Misa en el Pleno del Consejo Nacional 2012, en la Casa de Ejercicios Cristo Rey en Pozuelo de Alarcón
Si no vas a Misa estas Lecturas te acercaran a una sintonía más clarificadora,
solidaria y hermosa. Si vas, te servirán de recuerdo y preparación.
Y si no vas, pero quieres ir, te ayudaran a acercarte a la puerta.
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Digo amar a Dios….y me amo a mi mismo
Digo entregarme a Dios…y me busco a mi mismo
Digo soñar con Dios….y pienso en mi propio paraíso.
QUIERO AMARTE SEÑOR
Como Tú me amas a mí
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Con la misma alegría con que Tú lo haces
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Sin pedir nada a cambio
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Con la fuerza que Tú me das
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Con el perdón que siempre me ofreces
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Con la confianza que pones en mí
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Sin engaños y con verdad
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Sin palabrería ni falsedad
QUIERO AMARTE, SEÑOR
Amando a todos como Tú lo haces
QUIERO AMARTE, SEÑOR
(Javier Leoz)
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El amor a Dios empuja a darse con el hermano
y, en el hermano, es donde puedo también alcanzar
el amor divino que sale a mi encuentro.
El amor es paciente, afable, servicial; no tiene envidia; no presume ni se engríe;
no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá.
¿El saber?, se acabará. El amor no pasa nunca.
"Si no tengo amor, no soy nada." Carta de San Pablo a los Corintios (13:1)
¡Gracias, Señor!
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Domingo de la Semana 30 del Tiempo Ordinario. Ciclo A
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
Lectura del libro del Éxodo (22,20-26): Si explotáis a viudas y huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros.
Así dice el Señor:
«No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto.
No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mí ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos.
Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»
Salmo: Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab; Yo te amo, Señor; tú eres mí fortaleza.
Lectura de la Primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (1,5c-10): Abandonasteis los ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo.
Hermanos:
Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.
Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (22,34-40): Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
-«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo:
-«”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
El Evangelio de este Domingo nos presenta la enseñanza más importante que Jesús nos ha dejado: «el mandamiento del amor». Lo que va a realizar ante la clara malicia de la pregunta, es algo realmente revolucionario: unir el amor a Dios con el amor al prójimo diciendo que ambos son semejantes. En la lectura del Éxodo vemos las prescripciones que debían observar los judíos en relación con los extranjeros, con las viudas, los huérfanos y todos aquellos que se veían en la necesidad de pedir prestado o dejar objetos en prenda para poder obtener lo necesario para la vida. El Señor velará siempre por estas personas ya que Él es «compasivo» y cuida de sus creaturas más necesitadas
Por otra parte, en la carta a los Tesalonicenses, Pablo alaba la fe y el apostolado de aquella naciente comunidad y comprueba que el crecimiento espiritual se debe, en primer lugar, a la apertura al Espíritu Santo. Los tesalonicenses han recibido la Palabra y se han convertido a Dios; viviendo ahora la sana tensión por la venida definitiva del Reconciliador (Segunda Lectura).
«Sí él me invoca, yo lo escucharé porque soy compasivo»
La lectura del libro del Éxodo hace parte de una colección de leyes y de normas que buscan explicar y aplicar de manera práctica los principios religiosos y morales del Decálogo. Este pasaje nos enseña que no le basta a Dios que se le respete y obedezca; desea que nadie de los que han hecho la Alianza se quede al margen de su amor y por ello impone que la obediencia a sus preceptos pase por el respeto al prójimo y, de manera particular, a los menos favorecidos. Hacer con Dios una alianza implica el ser justo con aquellos por los cuales Él se desvive: los desamparados. Es impresionante el lenguaje de la Ley acerca de las viudas, huérfanos y pobres; pero lo es más todavía el de los profetas: «aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda» (Is 1,17; ver Jr 5,28; Ez 22,7.).
Leemos en el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia: «Del Decálogo deriva un compromiso que implica no sólo lo que se refiere a la fidelidad al único Dios verdadero, sino también las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. Estas últimas están reguladas especialmente por lo que ha sido llamado “el derecho del pobre”…El don de la liberación y de la tierra prometida, la Alianza del Sinaí y el Decálogo, están, por tanto, íntimamente unidos por una praxis que debe regular el desarrollo de la sociedad israelita en la justicia y en la solidaridad» .
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley?»
El Evangelio de este Domingo nos presen¬ta el último de cuatro episodios en que se trata de sor¬prender a Jesús en error. En el primero de estos episodios, después que Jesús purificó el templo expul¬sando a los mercaderes, se le acercan los sumos sacerdotes y los ancia¬nos del pueblo para preguntar¬le sobre su autoridad (Mt 21,23). En el segundo (lo hemos visto el Domingo pasado), Jesús escapa de la trampa que le han tendido los fariseos y los herodianos con su pregunta acerca de la licitud de pagar el tributo al César (Mt 22,15-22). En el episodio siguien¬te son los sadu¬ceos los que le presentan un caso difícil, para ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos (Mt 22,23-33). La fe en la resurrección era uno de los puntos en que discrepaban fariseos y saduceos: «Los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu, mientras que los fariseos profesan todo eso» (Hch 23,8).
Pero en la introducción del episodio hay algo que a primera vista como que no corresponde: «Los fari¬seos, al enterarse de que Jesús había tapado la boca a los sadu¬ceos, se reunie¬ron en grupo y uno de ellos le preguntó para tentarlo...» Si Jesús había tapado la boca a los saduceos y lo había hecho profesando la fe en la resurrección, se podría pensar que los fariseos estarían conten¬tos y darían la razón a Jesús viendo que coincidía con ellos en un punto de doctrina. Pero no; cuando se trata de oponerse a Jesús, ellos olvi¬dan sus discrepan¬cias con los saduceos y están unidos buscando su ruina. Por eso, viendo que a los sadu¬ceos no les resul¬tó perder a Jesús, lejos de defenderlo por la doctrina que había sustentado, ellos hacen un nuevo inten¬to. Le ponen una pregunta capciosa para ver si cae y les da motivo para desprestigiar¬lo.
Aquí se ubica el episodio de este Domingo que es el cuarto de este tipo que con toda malicia y con ánimo de ponerle a prueba, le pregunta «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley?» . La intención es tentarlo, es decir, ponerle una pregunta que induzca a Jesús a dar una res¬puesta errónea que les permita acusarlo o desprestigiarlo. Cuando se trató del tributo al César, Jesús ya había desenmasca¬rado a los fariseos diciéndo¬les: «Hipócritas, ¿por qué me ten¬táis?» (Mt 22,18). Aquí nuevamente vuelven a tentarlo. Pero Jesús no reacciona de esa manera, porque la pregunta, a pesar de su intención torcida, le permite dar una enseñanza fundamen¬tal.
¿Qué respuesta esperaban?
Antes de examinar la respuesta de Jesús trataremos de descubrir en qué consiste lo capcioso de la pregunta. La pregunta parece más bien apta para que Jesús se luzca con su res¬puesta. En efecto, todo judío sabía de memoria el «Shemá Israel» y hasta el día de hoy se encuentra en el «Siddur» (el libro de oraciones) como parte de la oración nocturna diaria: «Escu¬cha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Dios. Bendi¬to sea el nombre glorio¬so de su Reino por los siglos. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza». Está tomado del libro del Deutero¬nomio donde se agrega: «Per¬manezcan en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repeti¬rás a tus hijos... las atarás en tu mano como una señal y serán como una insignia ante tus ojos...» (Dt 6,7-8). Es obvio que todo judío, interrogado sobre el mandamiento mayor de la ley, habría citado el «Shemá». Si la pregun¬ta fue hecha «para tentarlo» es porque los fariseos espera¬ban que Jesús respondiera otra cosa. Enton¬ces habrían tenido de qué acusarlo.
Entonces, ¿qué respuesta esperaban? Jesús había estado enseñan¬do con mucha energía el mandamiento del amor al prójimo. En el sermón de la montaña había radicalizado los manda¬mien¬tos que se refieren al prójimo: «Se os ha dicho: 'No matarás'... Pues yo os digo: 'Todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo'... Se os ha dicho: 'No comete¬rás adulte¬rio'. Pues yo os digo: 'Todo el que mire una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón'... etc.»(Mt 5,21ss). Más adelante, al joven rico que le pregunta qué mandamientos tiene que cum¬plir para alcanzar la vida eterna, Jesús le responde: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,18-19). Y más explícita¬mente había enseña¬do: «Os doy un mandamien¬to nuevo: que os améis los unos a los otros... Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros» (Jn 13,34; 15,12).
Es probable que los fariseos esperaran que Jesús les diera esa respuesta o alguna parecida. Pero no habían entendido su enseñan¬za. Jesús da la respuesta correcta: «Ama¬rás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento».
Pero en seguida agre¬ga: «El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» . Ambos mandamientos no se pueden sepa¬rar, no se puede cumplir uno solo de ellos. El mandamien¬to del amor es uno solo, es indivisi¬ble, el mismo se dirige a Dios y al prójimo; no se trata de dos amores, sino de uno solo; cuando perece uno, perece también el otro. Esto es lo que Jesús quiere enseñar con su respuesta. Por eso concluye: «De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profe¬tas», no de uno sino de los dos.
El mandamiento del amor
El fundamento del amor al prójimo es el amor a Dios; pero la prueba del amor a Dios es el amor al prójimo. San Juan es tajante en este criterio: «Si alguno dice: 'Amo a Dios' y no ama a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamien¬to: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn4,20-21). Por tanto, el mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu cora¬zón...» se cumple solamente «amando al prójimo como a ti mismo». Jesús los unió más estrechamente aún, si es posible, cuando dijo, a propósito del juicio final: «Todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25,40).
No tenemos otro modo de expresar nuestro amor a Él que amándolo en sus hermanos más peque¬ños: los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnu¬dos, los enfermos, los encarcelados. San Juan de la Cruz comenta este episodio diciendo: «En la tarde de tu vida serás examinado sobre el amor», sin especificar, pues se trata de una sola virtud. Donde falta el amor a Dios lo único que nos queda entre manos es el egoísmo.
Una palabra del Santo Padre:
«En el pasaje evangélico que acabamos de proclamar, un doctor de la ley interroga a Jesús, con ánimo de ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». La respuesta del Señor es directa y precisa: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón... Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas» (Mt 22,36-37.39-40). Amarás. En el sentido señalado por el Evangelio, esta palabra implica una innovación profunda; más aún, es la más revolucionaria que haya resonado jamás en el mundo, porque al hombre que la escucha lo transforma radicalmente y lo impulsa a salir de su egoísmo instintivo y a entablar relaciones verdaderas y firmes con Dios y con sus hermanos.
Amarás la vida humana, la vida de toda la comunidad, la vida de la humanidad. Jesús indica un amor total y abierto a Dios y al prójimo, introduciendo así en el mundo la luz de la verdad, o sea, el reconocimiento de la absoluta superioridad del Creador y Padre, y de la dignidad inviolable de su criatura, el hombre, hijo de Dios. Amarás. Este imperativo divino constituye un llamamiento constante para cuantos quieren seguir el camino del Evangelio y contribuir a su difusión en el mundo. Ese llamamiento resuena sin cesar en la Iglesia encaminada ya hacia la histórica meta del año dos mil, que inaugurará el tercer milenio de la era cristiana.»
Juan Pablo II. Homilía en la Misa de la parroquia de San Octavio, 24 de octubre de 1993.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. «Lo que hicisteis con uno de mis pequeñuelos, lo hicisteis conmigo» (Mt 25,40). Haz un examen de conciencia a partir de pasaje del Evangelio de San Mateo. ¿Cómo vivo de manera concreta el amor al prójimo?
2. Recemos en familia el Salmo responsorial 17(16): «El clamor del inocente».
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2086.2093- 2094.2196.
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