María conservaba todas estas cosas en su corazón.
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Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
escuchad, acoged nuestra súplica.
Lectura del primer libro de Samuel (1,20-22.24-28)
«Ana concibió y dio a luz un hijo, al que
puso por nombre Samuel, pues dijo: ¡Al Señor se lo pedí! Cuando su marido
Elcaná subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y
cumplir sus promesas, Ana no quiso subir, sino que dijo a su marido: Cuando el
niño haya sido destetado, yo lo llevaré para presentárselo al Señor y que se
quede allí para siempre. Después subió con el niño al templo del Señor en Siló,
llevando un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino.
Cuando inmolaron el novillo y presentaron el
niño a Elí, Ana le dijo: Señor mío, te ruego que me escuches; yo soy la mujer
que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía, y
el Señor me ha concedido lo que le pedí. Ahora yo se lo cedo al Señor; por
todos los días de su vida queda cedido para el Señor. Y se postraron allí ante
el Señor».
Lectura de la primera carta de San Juan (3,1-2.21-24)
«Considerad el amor
tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de
Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a
él. Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos
tal cual es.
Queridos míos, si nuestra conciencia no nos
condena, podemos acercarnos a Dios con confianza, y lo que le pidamos lo
recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le
agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo
Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él
nos dio. El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por
eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado».
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (2,
41 -52)
«Sus padres iban todos los años a Jerusalén a
la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre
a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en
Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana,
hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero
al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo
de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por
su inteligencia y sus respuestas.
Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su
madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando". El les dijo: "Y ¿por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Pero
ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a
Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las
cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres.»
& Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
En el hogar de Nazaret se verifica plenamente
el ideal del amor fraterno que resume la hermosa y exigente exhortación del
apóstol San Juan: «que creamos en el
nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el
mandamiento que Él nos dio». (Segunda Lectura). En la Primera Lectura y en
el Evangelio se mencionan dos familias y dos mujeres; entre las que parece
darse un cierto paralelismo, con algunas semejanzas y con muchas diferencias.
Son la familia de Ana y de María. A ambas Dios les concedió un hijo de un modo
singular: el profeta Samuel a Ana, Jesús de Nazaret a María. Ambas saben del
llamado especial a su hijo y están dispuestas a responder al amoroso Plan de Dios.
J «Ahora yo se lo cedo al Señor por todos los días de su vida»
Siló era la ciudad donde se plantó la «tienda
de la adoración» (el tabernáculo), después de la conquista de Canaán. Siló se convirtió en el centro del culto de
Israel y la tienda de campaña será sustituida por una construcción más sólida.
Todos los años se celebraba una fiesta especial (ver Jue 21,19-21). Los padres
de Samuel (Ana y Elcaná) acudían a Siló pata adorar a Dios. En una de esas
visitas Ana, que oraba a Dios pidiéndole un hijo, le prometió que si Dios se lo
concedía, ella se lo devolvería para consagrarlo a su servicio. Nació entonces
Samuel y Ana cumplió su promesa. Entregó a su hijo al santuario y Samuel se crió
en el templo bajo los cuidados de Elí. Samuel, cuyo nombre significa «su nombre es Dios», es considerado el
último de grandes jueces de Israel y uno de los primeros profetas.
Una noche Samuel recibió un mensaje en el que
se decía que la familia de Elí sería castigada por la crueldad de sus hijos. Al
morir Elí, Samuel tuvo que enfrentar una situación muy difícil. Israel fue
derrotado por los filisteos y el pueblo creía que Dios ya no se preocupaba más
de ellos. Samuel mandó destruir los ídolos falsos y gobernó en paz durante toda
su vida. Cuando llegó a anciano nombró jueces a sus hijos pero el pueblo quería
un rey. Al principio Samuel se opuso. Pero Dios le dio instrucciones para que
ungiera a Saúl. Después que Saúl hubo desobedecido a Dios, Samuel ungió a David como siguiente rey. Todos en Israel
lloraron la muerte de Samuel.
J «Seremos semejantes a Él»
En estos días de la Octava de Navidad una de
las certezas que podemos tener es la del inmenso amor que Dios nos tiene. La
razón por la cual Dios se hace Hombre como nosotros no es otra sino la de
ofrecernos un bien que sólo Él nos puede otorgar: la vida eterna. Esta certeza
debe de llenar nuestro corazón de esperanza ya que Dios nos hace hijos suyos y
nos hace herederos de la felicidad eterna. El ser hijos de Dios es pura gracia;
consecuencia de haber nacido de Él (1Jn
2,29); sólo desde aquí es posible la existencia del cristiano y de la
comunidad reunida en torno a Jesús. La filiación divina es una realidad actual.
Lo demuestra la acción del Espíritu, sin la cual no sería posible la existencia
cristiana en el mundo y frente a él (ver 1Jn 2,20.27).
La recta y sana conciencia es la de aquél que
vive de acuerdo a lo que cree. Es decir la coherencia nos lleva a «acercarnos a Dios con confianza». Muy
diferente al miedo provocado por la cercanía de Dios que tuvieron nuestros
primeros padres tras la primera nefasta caída (ver Gn 3,8). Al acercarnos con
la suficiente confianza a Dios podremos dirigirnos a Él por medio de la
oración, con la garantía de ser oídos, ya que el cumplimiento de su voluntad es
el mejor argumento para abrir sus oídos (ver St 5,16b; Jn 9,31). Dios atiende
la oración de aquél que cumple sus mandamientos. Estos se desdoblan en dos:
creer y amar. Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos
los unos a los otros. Ésta es la mejor síntesis de la insuperable unidad de los
mandamientos. El párrafo termina con la siguiente afirmación: el guardar sus
mandamientos tiene como consecuencia la comunión mutua y permanente entre Dios
y el creyente. El argumento decisivo de dicha comunión para el creyente es la
posesión del Espíritu Santo. La confesión auténtica de la fe cristiana y el
amor mutuo son argumento definitivo de la presencia del Espíritu.
K «Todos que lo oían estaban estupefactos»
Jesús de Nazaret es el mismo Verbo de Dios que “acampa” entre nosotros. Y Él, Creador
del cielo y de la tierra, pudo prescindir de todos los bienes de esta tierra y
de los honores de los hombres; pero no pudo prescindir de una familia. Por eso,
Él no sólo nace de María Virgen, sino de María unida en matrimonio con José, de
manera que al Hijo de Dios hecho hombre se le ofreciera el ambiente humano en
el que debe venir a este mundo todo hombre: la familia. Por eso la Iglesia ha
establecido que el Domingo que cae dentro de la Octava de Navidad, que es como
un gran día de Navidad que dura ocho días, se celebre la solemnidad de la
Sagrada Familia. Y el Evangelio de este Domingo nos presenta un episodio de
la infancia de Jesús en que actúan todos los miembros de esa familia. Se
trata de la pérdida de Jesús en el templo cuando él tenía doce años.
La ley de Israel pedía que los muchachos
judíos que hubieran llegado a la edad de la pubertad fueran a Jerusalén tres
veces al año (ver Ex 23,14-17). Jesús tiene ya doce años, y aunque los rabinos
no consideraban obligatoria esta ley hasta los trece, muchos padres llevaban a
sus hijos antes de esa edad. Por lo que leemos que «sus padres iban todos los
años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua», podemos afirmar que Jesús, antes de comenzar su
ministerio público, ya tenía familiaridad con Jerusalén y sobre todo con el
templo. La pascua era una de las fiestas más importantes y se celebraba el 14
de Nisán. En esa noche la familia sacrificaba un cordero. Recordaba el primero
de esos sacrificios que tuvo lugar exactamente antes que Dios librará a los
israelitas de Egipto.
Al principio,
la pascua se celebraba en los hogares, pero en los tiempos del Nuevo Testamento[1] era ya
la fiesta principal, con afluencia de «peregrinos», que se celebraba en
Jerusalén, como leemos en la lectura. Cuando Jesús tuvo doce años, subieron
ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño
Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Esto se explica porque las
familias subían a la fiesta en caravanas y es posible que un niño estuviera a
cargo de otros familiares. No lo encontraron y debieron volver a Jerusalén en
su búsqueda. Al tercer día «lo
encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y
preguntándoles; todos los que lo oían, estaban estupefactos por su inteligencia
y sus respuestas». Este es el único episodio que conocemos de la niñez de
Jesús. Y Él ya se presenta como un verdadero maestro cuya enseñanza concentra
la atención y la admiración de todos.
L «¿Por qué nos has hecho esto?...»
Este es, sin duda, uno de aquellos pasajes que nos
desconciertan un poco ya que no resulta «políticamente correcto» escuchar la
repuesta de Jesús a la pregunta de su Madre. Su Madre expresa su preocupación y
le dice: «Hijo, ¿por qué nos has hecho
esto? Mira, tu padre y yo, angustiados te andábamos buscando». Cuando
María dice «tu padre» es obvio que se refiere a San José. Sabemos que cuando
le llegó el anuncio del ángel Gabriel, ella estaba desposada con «un hombre de
la casa de David, llamado José». De manera que, cuando el ángel, refiriéndose
al niño que sería concebido en su seno, le dijo: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre», está afirmando
que José sería el padre adoptivo del niño y que con María formarían una
verdadera familia. Durante su ministerio público, Jesús es llamado «hijo de
David» por vía de José. Pero en la respuesta de Jesús aparece por primera vez
de manera clara la conciencia de su filiación divina: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de
mi Padre?». Este «mi Padre» debió sonar como un campanazo; se refiere a
Dios y lo llama así. Jesús es hijo de David y es Hijo de Dios; es verdadero
hombre y verdadero Dios.
María sabía perfectamente desde la anunciación,
ocurrida doce años atrás (todas esas cosas ella las había conservado
meditándolas en su corazón), que el hijo de sus entrañas, no era hijo de José
sino «Hijo del Altísimo», como le había dicho el ángel Gabriel: «Él será grande y será llamado Hijo del
Altísimo... el que ha de nacer santo (sin intervención de varón) será llamado
Hijo de Dios» (Lc 1,32.35). La pregunta de María se explica porque ésta es
la primera vez en que Jesús responde al llamado de su Padre, aunque deba por
eso ser causa de angustia para sus padres de esta tierra. Así demuestra que él
tiene perfecta conciencia de ser «el Hijo», y nos enseña que cuando se trata de
la obediencia filial a su Padre, toda otra obediencia debe ceder. La obediencia
de Jesús a sus padres terrenales es ejemplar; sólo la obediencia a Dios es
superior.
Por eso, aunque es verdad que Él tiene que estar en
la casa de su Padre, después de responder a ese reclamo, «bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos». Jesús
conocía y observaba fielmente el mandamiento que ordena «honrar padre y madre»,
y al hombre que le pregunta qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna,
entre otros mandamientos, le dice: «Honra
a tu padre y a tu madre» (Lc 18,20). Pero con su actitud nos enseña que el
primero de los mandamientos es: «Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con
todas tus fuerzas» (Mc 12,30).Cada
cristiano también tiene a Dios como Padre y el Plan de Dios sobre nosotros debe
prevalecer sobre toda otra consideración.
Debemos resolver aún un problema. El Evangelio dice
que ellos (María y José) no comprendieron la respuesta que les dio. ¿Qué es lo
que no comprendieron? Ya dijimos que la incomprensión no está en el hecho de
que llame a Dios: «mi Padre», ni tampoco en que obedezca al llamado del Padre
por encima de toda otra observancia. Eso ellos lo comprendían. La observación
de Lucas no tiene como objetivo destacar algo negativo en María y José; es una
advertencia dirigida a los lectores para indicar la dificultad de todos para
comprender el misterio de la cruz.
El tema de la incomprensión reaparece cada vez que
se anuncia la Pasión y la Muerte de Jesús. La pregunta que Jesús hace a sus
padres en el templo tiene el mismo sentido que la que hace a Pedro cuando con
la espada quiere impedir su prendimiento: «Vuelve
la espada a la vaina. El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo voy a beber?» (Jn
18,11). María es la única que, con el
tiempo, comprende perfectamente, porque ella «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón». Por
eso, cuando al final del Evangelio, ante la tumba vacía de Jesús, se hace a
las piadosas mujeres una pregunta similar: «¿Por
qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24,5), María no está
allí. Ella ya comprende; ella no busca a su Hijo entre los muertos, porque sabe
que está vivo.
+ Una
palabra del Santo Padre:
«El
mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En
la vida familiar de María y José, Dios está verdaderamente al centro, y lo está
en la persona de Jesús. Por esto la familia de Nazaret es santa. ¿Por qué?
Porque está centrada en Jesús. Cuando los padres y los hijos respiran juntos
este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también
difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo, en
el evento dramático de la huida en Egipto: una dura prueba.
El Niño
Jesús con su Madre María y con San José son un icono familiar sencillo pero
sobre todo luminoso. La luz que irradia es luz de misericordia y de salvación
para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y
para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer
calor humano en aquellas situaciones familiares en el cual, por diversos
motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón. Que nuestra concreta
solidaridad no disminuya especialmente en relación a las familias que están
viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo,
las discriminaciones, la necesidad de emigrar… Y aquí nos detenemos un instante
y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, sean dificultades
de enfermedad, de falta de trabajo, discriminaciones, necesidad de emigrar, sea
necesidad de entenderse (porque a veces no se entiende) y también de desunión
(porque a veces se está desunido). En silencio rezamos por todas estas
familias.».
' Vivamos
nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1.
Conozcamos la apasionante historia del profeta Samuel leyendo 1Sam 1-15. 25,
1.
2. ¿Qué
resoluciones concretas debo de realizar para que mi familia pueda ser un
verdadero cenáculo de amor?
3.
Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2201- 2233.
[1]
Esta reforma se llevó a cabo bajo el reinado del Rey Josías (alrededor del año 600 a .C.).
Agradecemos a Juan Ramón Pulido el envío de ésta comunicación.