domingo, 26 de abril de 2015

Domingo de la Semana 4ª del Tiempo Pascual. Ciclo B «El Buen Pastor da la vida por sus ovejas»


Tras un breve paréntesis, volvemos de nuevo
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¡CRISTO, EL SEÑOR, RESUCITÓ!
SU AMOR FUE MÁS FUERTE QUE LA MUERTE
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JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES




Domingo de la Semana 4ª del Tiempo Pascual.  Ciclo B
«El Buen Pastor da la vida por sus ovejas»

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4, 8 – 12): Ningún otro puede salvar.

En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo: - «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»

Salmo 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29
R./ La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Lectura de la primera carta de San Juan (3, 1-2): Veremos a Dios tal cual es.

Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.



Lectura del Santo Evangelio según San Juan (10, 11- 18): El buen pastor da la vida por las ovejas.

En aquel tiempo, dijo Jesús: - «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Este cuarto Domingo de Pascua se conoce como el «Domingo del Buen Pastor» porque cada año se medita una parte del capítulo 10 del Evangelio de San Juan conocido como el discurso del Buen Pastor. El año 1964, el Papa Pablo VI quiso acoger la recomendación hecha por el mismo Jesús: «La cosecha es mucha, pero los obreros son pocos; rogad, pues, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su cose­cha» (Mt 9,36-38); e insti­tuyó en este Domingo de Pascua la Jornada de Ora­ción por las Vocacio­nes. 

El Evangelio de Buen Pastor nos ofrece la oportunidad de poder profundizar en el amor que Jesucristo tiene por cada uno de nosotros. Él es el único y verdadero Buen Pastor que ha dado libremente su vida por sus ovejas (Evangelio). Él es también la piedra angular que ha sido despreciada y el único nombre por el cual podemos alcanzar la salvación (Primera Lectura). En Él podremos llegar a ser «hijos en el Hijo» (Segunda Lectura). Quien desee comprenderse y entenderse a sí mismo, no según los criterios superficiales del «mundo»; debe de dirigir su mirada a Aquel que le revela al hombre su «identidad y misión». Solamente en Jesucristo podremos entender lo que somos y lo que estamos llamados a ser. ¡He aquí nuestra sublime dignidad! 

K Pedro y Juan ante el Sanderín[1]
La semana pasada habíamos visto como Pedro había predicado al pueblo reunido en el pórtico de Salomón después de la curación del tullido de nacimiento. Luego de la predicación; los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos prenden a Pedro y a Juan poniéndolos bajo custodia hasta el día siguiente ya que, por ser tarde, no podía reunirse el Sanedrín[2]. El Sanedrín no pone en duda el hecho milagroso de la cura que es evidente por sí mismo, sino que le preguntan a Pedro y a Juan ¿con qué poder o en nombre de quién, que viene a ser lo mismo, han obrado el milagro?

La respuesta de Pedro, hablando también en nombre de Juan, va directamente a la pregunta: ha sido curado por el poder (en nombre) de Jesús. Vemos en todo el pasaje cómo la Crucifixión y la Resurrección son los dos hechos fundamentales en la historia de Jesús y de la fe cristiana. La crucifixión del «Nazareno»[3] por obra de las autoridades era la prueba más clara de la realidad histórica de la muerte de Jesús.

La Resurrección, que implica volver a la vida en estado de gloria, es la evidencia del poder de Jesús, del cual Pedro y Juan  son humildes instrumentos. Todo esto Pedro no lo dice en nombre propio ya que era reconocido como «un hombre sin instrucción y  cultura» (ver Hch 4,13). La admiración que manifiesta el Sanedrín nos muestra que habló por el Espíritu Santo, «el alma de nuestra alma» como la define Santo Tomás de Aquino, cumpliéndose así la promesa del Señor: «más cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablareis sino el Espíritu de vuestro Padre que hablará en vosotros» (Mt 10,19- 20).      

J «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios...»

San Juan, el apóstol amado, en su primera carta no puede contener la emoción de recordar a sus lectores el don maravilloso que Dios nos ha concedido: «la filiación divina». El amor de Dios es tan grande, que no se contenta con darnos solamente bienes: nos ha dado a su Hijo único (ver Jn 3,16) en esa primera y perfecta participación de nuestra humanidad en su divina naturaleza, que es la Encarnación del Verbo. Y aún ha ido más lejos. El amor de Dios es tan generoso, tan difusivo, que llega a engendrarnos por amor a la vida divina. Todo el texto está lleno de asombro y admiración.

Termina el apóstol dirigiendo una mirada hacia el futuro. Lleno de nostalgia por la visión beatífica, impaciente de contemplar el Verbo; traslada a sus oyentes al momento en que Jesucristo hará su última aparición lleno de gloria y entonces se manifestará también la plenitud de nuestra vida divina en la casa del Padre. «Seremos semejantes a Él»; se afirma la igualdad con Cristo; viviremos donde Él vive, como Él vive, con la misma finalidad de su vida. Somos hijos de Dios gracias al Hijo. Jesús posee «el nombre» y la igualdad con Dios (Jn 17,11-12) y ha hecho partícipes de esta realidad a sus discípulos (Jn 17,6.26). Desde esta realidad entendemos mejor cuando Juan afirma que «todo el que ha nacido de Dios no comete pecado» (1Jn 3,9). Es decir debe de vivir de acuerdo a lo que es y está llamado a ser.

J «Yo soy el Buen Pastor »

Las palabras de Jesús del Evangelio dominical hay que entenderlas en el contexto de un pueblo que desde sus orígenes se distinguía por ser nómade y convivir con sus rebaños. Es así que cuando José, vendido en Egipto por sus hermanos y, por intervención providencial de Dios, transformado en «vizir» de ese país; invita a sus hermanos a establecerse en Gosén, dice al Faraón: «Mi padre, mis hermanos, sus ovejas y vacadas y todo lo suyo han venido de Canaán y ya están en el país de Gosén». Y a la pregunta del Faraón: «¿Cuál es vuestro oficio?», los hermanos responden: «Pastores de ovejas son tus siervos, lo mismo que nuestros padres» (Gen 47,1.3). Pronto se desarrolló la metáfora de que el gobernante era el pastor del pueblo, porque a él correspondía la misión de guiarlo, protegerlo, procurar su bienestar y favorecer su vida.

Dos veces hablará Jesús sobre su identidad en el texto dominical: «Yo soy el buen pastor». Y en ambos casos indica los motivos que justifican esta afirmación. A esta expresión de su identidad hay que agregar ésta otra afirmación: «Habrá un solo rebaño, un solo pastor». De ésta manera Jesús no solamente es el «buen pastor» sino que es el «único y verdadero pastor». El primer motivo expresado para identificarse con el pastor es evidente: «el buen pastor da su vida por las ovejas». En esto difiere radicalmente del «asalariado» a quien no pertenecen sus ovejas.

En efecto, el asalariado ve venir el lobo y huye, porque vela más por su propia vida y seguridad que por la vida de las ovejas. Sabe de los daños que puede ocasionar el lobo y prefiere ponerse a salvo antes que impedirlo porque, en el fondo, no le interesan las ovejas. El buen pastor prefiere el bienestar de las ovejas al suyo propio. Jesús da la vida por sus ovejas solamente impulsado por el amor ya que es acto absolutamente libre. Su muerte no es algo que Él acepte contra su voluntad, aunque así haya parecido a los ojos de los hombres. Él mismo lo dijo: «Por eso me ama mi Padre, porque yo doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita: yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y recobrarla de nuevo» (Jn 10,17).

Era imposible que alguien pudiera quitar a Jesús la vida contra su voluntad, ¡a él, que es la fuente de la vida! Juan, cuando contempla el misterio del Verbo Encarnado, observa: «En él estaba la vida» (Jn 1,4). Y en dos de sus más famosas auto-afirmaciones:«Yo soy» del mismo Evangelio; Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida... Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 14,6; 11,25). Su muerte fue un «sacrificio» ofrecido al Padre por la reconciliación del mundo, sacrificio en el cual Jesús es la víctima y el sacerdote. Su único motivo es el amor: amor al Padre, a quien dio gloria con ese acto, y a los hombres, a quienes redimió de la esclavitud del pecado y de la muerte.

J «Ellas me conocen...»

Jesús afirma: «Yo soy el buen pastor», por un segundo motivo: «Conozco a mis ovejas y ellas me conocen». En realidad este segundo motivo coincide con el primero aunque agrega un nuevo matiz. En la Biblia el órgano del conocimiento es el corazón del hombre. «Conocer» en la Biblia no coincide con nuestra noción de conocer en la cual prevalece el aspecto intelectual. En la Biblia «conocer» es inseparablemente «conocer y amar». Él es el Buen Pastor no sólo porque conoce a las ovejas de ese modo, sino por la medida del amor. «Como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre» (Jn 10,15). Él es el Buen Pastor porque ama las ovejas; pero también porque las ovejas lo conocen y le aman.

No se podría dejar de lado un motivo más, ya que es el que más apasiona a Jesús: «Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también tengo que conducir y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10, 16).  Se refiere a todos los pueblos de la tierra. Él fue enviado a las «ovejas perdidas de la casa de Israel». Pero tiene que formar «un solo rebaño» de todos los pueblos. Y esa es la misión que confió a los apóstoles: «Haced discípulos míos de todos los pueblos» (Mt 28,19).   

+  Una palabra del Santo Padre:

«Venerados hermanos en el episcopado; queridos hermanos y hermanas: La celebración de la próxima Jornada mundial de oración por las vocaciones me brinda la ocasión para invitar a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema de "La vocación en el misterio de la Iglesia". El apóstol san Pablo escribe: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo (...). En Él nos ha elegido antes de la creación del mundo, (...) predestinándonos a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo" (Ef 1, 3-5). Antes de la creación del mundo, antes de nuestra venida a la existencia, el Padre celestial nos eligió personalmente, para llamarnos a entablar una relación filial con Él, por medio de Jesús, Verbo encarnado, bajo la guía del Espíritu Santo.

Muriendo por nosotros, Jesús nos introdujo en el misterio del amor del Padre, amor que lo envuelve totalmente y que nos ofrece a todos. De este modo, unidos a Jesús, que es la Cabeza, formamos un solo cuerpo, la Iglesia. El peso de dos milenios de historia hace difícil percibir la novedad del misterio fascinante de la adopción divina, que está en el centro de la enseñanza de san Pablo. El Padre, recuerda el Apóstol, "nos dio a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio (...) de hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef 1, 9-10). Y añade con entusiasmo: "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 28-29).

La perspectiva es realmente fascinante: estamos llamados a vivir como hermanos y hermanas en Jesús, a sentirnos hijos e hijas del mismo Padre. Es un don que cambia radicalmente toda idea y todo proyecto exclusivamente humanos. La confesión de la verdadera fe abre de par en par las mentes y los corazones al misterio inagotable de Dios, que impregna la existencia humana. ¿Qué decir, entonces, de la tentación, tan fuerte en nuestros días, de sentirnos autosuficientes hasta tal punto de cerrarnos al misterioso plan de Dios sobre nosotros? El amor del Padre, que se revela en la persona de Cristo, nos interpela.

Para responder a la llamada de Dios y ponerse en camino no es necesario ser ya perfectos. Sabemos que la conciencia de su pecado permitió al hijo pródigo emprender el camino de regreso y experimentar así la alegría de la reconciliación con el Padre. Las fragilidades y los límites humanos no constituyen un obstáculo, con tal de que nos ayuden a tomar cada vez mayor conciencia de que necesitamos la gracia redentora de Cristo. Ésta es la experiencia de san Pablo, que afirmaba: "Con sumo gusto seguiré gloriándome en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2 Co 12, 9)».
Benedicto XVI. Mensaje por la XLII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. 5 de marzo de 2006

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. San Gregorio nos dice comentando este pasaje: «Lo primero que debemos hacer es repartir generosamente nuestros bienes entre sus ovejas, y lo último dar, si fuera necesario, hasta nuestra misma vida por estas ovejas. Pero el que no da sus bienes por las ovejas, ¿cómo ha de dar por ellas su propia vida?». 

2. ¿Quiénes son los malos pastores? Leamos el pasaje de Ezequiel 34, 1-16. Son todas aquellas personas que se desviven para ser servidas en lugar de servir; que buscan sobresalir a costa del hermano; que sólo se miran a sí mismos y no ven a Cristo en el rostro del hermano, especialmente, en los más necesitados.  

3. Leamos con atención en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 753-754. 756. 1026- 1029.






[1] Sanedrín: era el Gran Consejo de notables de Israel, establecido después del exilio para el gobierno de la comunidad judía. Lo integraban 71 miembros y era presidido por el Sumo Sacerdote.
[2] Aquí es interesante recordar cómo el juicio a Jesús fue en la noche. Esto estaba prohibido y por lo tanto el juicio y la condenación a Jesús fue ciertamente irregular.
[3] Nombre como era conocido Jesús. Este dato nos remite una vez más a la historicidad de todo el relato.  


articulo: facilitado por J.R.Pulido
fotografía: C. Medina

martes, 21 de abril de 2015

Bula del jubileo Extraordinario de la Misericordia

En este Blogg encontrarás todos los dias en el enlace de BUIGLE, noticias e información religiosa incluyéndose las lecturas evangélicas y el rezo de las horas. Os lo recomiendo por las Gracias que podamos alcanzar. En esta ocasión se refieren a una noticia extraída de la Agencia de noticias Zenit. 

"13/04/2015 
Bula del jubileo Extraordinario de la Misericordia - puntos principales 
El papa Francisco ha presentado en una ceremonia solemne realizada este sábado por la tarde en la Basílica de San Pedro, la bula que convoca el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que lleva el título de "Vultus Misericordiae" la cual se compone de 25 puntos."

El año Jubilar comenzará el 8 de diciembre de 2015 y finalizará el 20 de noviembre de 2016. 

Te recomiendo no omitas la lectura de los 25 puntos a que se refieren, son importantísimos como todo lo que sale de la palabra o la pluma de nuestro Papa



Nuestros temas de reflexión para las Vigilias de A.N.E.  se vienen ocupando precisamente de las Obras de Misericordia, un motivo más para que no se sustituyan por otros elegidos puntualmente.

viernes, 17 de abril de 2015

CATEQUESIS VOCACIONALES. "Pastores según mi Corazón " IV

Pastores según mi corazón – IV
El maná escondido
El Señor Jesús previene a los suyos: “Donde esté vuestro corazón, allí estará vuestro tesoro” (Lc 12,34). Con estas palabras establece la relación de un hombre de fe, un discípulo, con las riquezas, con sus bienes. Es una exhortación que les suena tan nueva como extraña y que, por supuesto, les deja asombradísimos. Ya les había dicho anteriormente que a los ojos de su Padre son más valiosos que las aves del cielo y los lirios del campo, a quienes provee y cuida (Mt 6,26…); ahora su Maestro les habla al corazón para inculcarles que su relación con sus bienes es el termómetro que marca la calidad de su fe y amor a Dios.
En realidad les ha trazado el punto de partida que conduce al pastoreo según su corazón. Decimos esto porque a continuación les imparte una catequesis que tiene el fin de delinear este aspecto que define la identidad de su ser pastores, y que consiste en compartir con Él sus entrañas de misericordia para con la multitud vejada y abatida: “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36).
Volvemos al texto de Lucas con el que comenzamos esta reflexión. Después de exhortarles e indicarles la relación entre corazón y tesoro, añade: “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas…” (Lc 12,35 ss). Estad preparados para caminar como vuestros padres en Egipto cuando salieronhacia el camino a la libertad: Yo soy vuestro camino y vuestra libertad; ceñíos, pues, los lomos para poder seguir mis pasos; “escuchad mi voz y seguidme” (Jn 10,27). Escuchadme y prestad atención a mis huellas, las que llevan al Padre. Para ello, “tened encendidas vuestras lámparas”;sólo con mi luz podréis sortear el valle de tinieblas que se interpone ante vosotros (Sl 23,4). No temáis, no os dejaré solos, como nunca solo me dejó mi Padre. “El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él” (Jn 8,29).
Ésta será, podría seguir diciendo, vuestra mayor experiencia de fe. Que la Luz de Dios –que soy yo mismo- estará siempre a vuestro alcance, como lo profetizó el salmista: “Tú eres, Dios mío, la lámpara que alumbra mis tinieblas” (SL 18,29). A esta altura, Jesús previene a los apóstoles de lo que podríamos llamar la desidia en su ministerio, en su pastoreo; prevención que culmina con un apremio a estar preparados porque “en el momento que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12,40).
Nos preguntamos cómo cogió a los apóstoles esta exhortación catequética del Hijo de Dios. Tenemos motivos para creer que un poco desprevenidos. Lo que escuchan tiene mucho de novedad, no están acostumbrados a un lenguaje así, tan directo. Quizá la experiencia que tienen de los pastores que les habían apacentado es de otra índole;algo más sistemático, funcional y, por supuesto, sin la fuerza de provocar grandes cambios en sus vidas. Pastores acostumbrados, que sólo imparten normas, y celebran ritos que dejan a sus ovejas vacías, insatisfechas, y, lo peor de todo, “acomodadas al sistema”.
Es evidente que lo que oyen de su Maestro y Señor les espolea, más aún, les sabe a pan candeal, tierno y humeante, como despidiendo aún el olor de las brasas; también a vino nuevo. Sus paladares, los del alma, parecen despertar después de un largo letargo. Podríamos decir que por primera vez los discípulos se percibieron que estaban provistos del “sentido del gusto en el alma”. No obstante, junto a la grandeza y sublimidad que se estaba apoderando de ellos, surge la normal pregunta o inquietud; es Pedro quien la pone sobre la mesa: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?” (Lc 12,41).
Jesús acoge y escucha atentamente la inquietud formulada. Su respuesta no deja lugar a dudas:la proclama con la autoridad que le da el ser el “único Maestro” (Mt 23,8); y además, esta respuesta es y llegará a ser la carta de ciudadanía que habrá de identificar a los pastores según su corazón. Sus pastores, aquellos según su corazón, serán administradores fieles y prudentes, pecadores y débiles, pero con tanto amor a su Evangelio que se harán fiables. Por eso recibirán de Él el alimento para poder nutrirse, primero, a sí mismos, y también a sus ovejas, a las que proporcionarán “a su tiempo su ración conveniente” (Lc 12,42).
Lo que era figura de los bienes futuros (Hb 9,11) se ha hecho realidad en Él y, por su medio, en sus pastores. La ración de maná que los cabezas de familia de Israel habían de recoger en el desierto para ellos y para los suyos (Ex 16,16), alcanza su plenitud en los pastores según el corazón del Hijo de Dios, los que Él llama.
Mi pueblo se saciará de mis bienes
Lucas continúa narrándonos el discurso bellísimo de Jesús acerca de los pastores; nos unimos a los apóstoles para participar con ellos de su asombro. Asombro, porque nunca en su existencia, a veces tan escasa de incentivos y novedades, se habían sentido tan valorados y tan amados. ¡Resulta que el Hijo de Dios les considera aptos para colaborar con Él, les hace partícipes de la misión a la que su Padre le envió al mundo! Sin inmutarse, como quien está diciendo la cosa más natural, Jesús acaba de proclamar que pondrá a los suyos-pastores según su corazón- al frente de todos los bienes que el mismo Dios tiene preparados para los hombres. Bienes de los que  tenían noticia por medio de los profetas.
 Fijémonos en la profecía de Jeremías teniendo en cuenta que los bienes de los que hace mención, pensando en la vuelta del destierro, no son sino una pálida figura de aquellos que Dios ha puesto en manos de su Hijo para nosotros (Ef 1,3 ss.) Nos detenemos, pues, en esta profecía: “… El que dispersó a Israel le reunirá y le guardará como un pastor su rebaño… Entonces se alegrará la doncella en la danza, los mozos y los viejos juntos, y cambiaré su duelo en regocijo, y les consolaré y alegraré de su tristeza; empaparé el alma de los sacerdotes de grasa, y mi pueblo se saciará de mis bienes” (Jr 31,10b-14).
No nos es difícil ver su cumplimiento en el gesto y acontecimiento del Buen Pastor, al llamar a sus discípulos con el fin de enviarlos al mundo con su Evangelio. “Mi pueblo se saciará de mis bienes” había dicho Dios por medio de Jeremías; y vemos a Jesús empapando el alma de sus pastores con sus palabras que “son espíritu y vida” (Jn 6,63). Él es quien les da el Pan de vida, lo da por que lo es. “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35). Bien entendió esto –por supuesto que  a la luz del Espíritu Santo- el salmista que nos dio a conocer el paralelismo entre el alimento que sacia el cuerpo y el que sacia el alma:“Como de grasa y  médula se empapará mi alma (de Ti)” (Sl 63,6). Paul Jeremie traduce catequéticamente este texto con la maestría a la que nos tiene acostumbrados: Así como el cuerpo se deleita con la grasa y la médula –las mejores raciones de la carne en aquel tiempo-, así el alma de los buscadores de Dios se empapan de Él.
En este contexto, bajo esta realidad, profecía y promesa se cumplen en los pastores llamados por Jesús. Son pastores en consonancia con su ímpetu buscador del rostro del Dios vivo en el Evangelio. Sólo así, empapados de Dios, pueden ser administradores y repartidores de sus bienes, aquellos que hacen crecer a sus ovejas “hasta ver al Señor Jesús formado en ellas” (Gá 4,19).
He ahí, pues, uno de los signos de identidad con los que Dios reconoce si un pastor es o no según su corazón. Lo es en la medida en que arden sus entrañas en búsqueda de su Sabiduría, de su Palabra. No lo hace para instruirse simplemente, sino porque ansía la vida. Jesús dejó muy claro la diferencia entre la búsqueda académica y la existencial. Dice a los fariseos: “Vosotros investigáis las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida” (Jn 5,39-40), en realidad, nos parece seguir oyéndole, no buscáis la vida eterna sino la vuestra; queréis ser sabios sólo para vuestra gloria, y dejáis a las ovejas “vejadas y abatidas…”, sin la Palabra donde está la Vida (Jn 1,4).
El pastor según el corazón de Dios le busca, pues sabe que vive oculto en la letra de la Escritura. Dios corona sus pesquisas, hechas con sencillez y con la clara percepción de sus límites ante el Misterio de la Palabra, revelándoseles, manifestándoseles en Ella. Al abrir su Misterio a sus corazones, les está dando, tal y como prometió, “el maná escondido” (Ap 2,17a).
Una vez que Dios pone en sus manos y en sus bocas el maná escondido, los pastores hacen partícipes de este alimento  a sus ovejas. Esta es la predicación que alimenta de verdad al hombre. Delicia que alegra y robustece el alma a través de una escucha paciente y amorosa. Lo profetizó Isaías: “¡Oíd todos los sedientos, id por agua, los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed, sin dinero, y sin pagar, vino y leche!… Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma” (Is 55,1-3).
Saciados y empapados los pastores por la Palabra que Dios mismo ha sacado a la luz para ellos, la reparten a sus ovejas, que no son otras que aquellas que tienen hambre y sed de vivir (Mt 4,4). Reparten el alimento de Dios con sencillez, sin prepotencia ni derechos sobre nadie.  Lo expresa muy bien el autor israelita al mostrarnos la experiencia de un buscador de Dios que, encontrándole, recibió su Sabiduría. “Con sencillez la aprendí y sin envidia la reparto; no me guardo ocultas sus riquezas porque son para los hombres un tesoro inagotable, y los que lo adquieren se granjean la amistad de Dios” (Sb 7,13-14).
Pastores según su corazón. Gratis han recibido los tesoros, los bienes de Dios, gratis y sin jactancia los comparten con sus ovejas (Mt 10,8), como hacen los padres con sus hijos. Al igual que Pablo, han comprendido que el Evangelio está todo él lleno de las riquezas de Dios, las que empapan el alma de Vida, de Él; por eso lo anuncian sin descanso (2Tm 4,2). Además, al igual que Pablo, saben que el que predica el Evangelio participa de sus bienes (1Co 9, 

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Continuaremos cada semana con las magníficas reflexiones emanadas del libro reflejado en la entrada de éste texto y que nos ha recomendado el Misionero Comboniano D. Antonio Pavía que tan gran servicio proporcionó a la Adoración Nocturna Española en la reunión celebrada el pasado mes de Marzo.



viernes, 10 de abril de 2015

TEMA DE REFLEXIÓN para el mes de Abril a considerasr en nuestras Vigilias de A.N.E.

Las obras de misericordia III
«Corregir al que yerra». Con la mejor buena voluntad y con la mejor preparación para resolver algún asunto, ningún ser humano está libre de cometer errores, y errores que pueden causar mucho daño a él, a su familia, a los demás.

Para corregir necesitamos querer de verdad a los demás. No es fácil corregir con serenidad y con paz, y dando ánimos, sin humillar al que se ha equivocado. Hemos de tener paciencia con todos, no tomar a la ligera ni sus errores ni sus equivocaciones. Para corregir necesitamos la humildad de quien sabe que también él puede cometer los mismos fallos que quiere corregir en los demás.

Todos sabemos que no es fácil ayudar a alguien para que se corrija. «Yo también tengo mis pecados», podemos pensar. ¿Quién me manda a mí meterme en lo que hacen los demás? «Sus razones tendrá para actuar así», y muchas otros pensamientos semejantes nos pueden impedir de hacer el bien a alguien. Y, además, sabemos que no todas las personas están dispuestas a reconocer sus errores. No importa. Con cariño, siempre podemos decir a un amigo que no haga trampas, que trabaje pensando más en los demás, que estudie más, que dé limosna a esa anciana pobre que os encontráis de vez en cuando, que vaya a Misa contigo.

Si no olvidamos que todos los hombres somos hijos de Dios, que todos somos hermanos, que todos tenemos como Madre a la Virgen María, saldremos de nuestro egoísmo y de nuestro individualismo; y pensaremos, y rezaremos más por los que nos rodean. Y entonces tendremos no sólo la fortaleza para corregir, sino también la alegría de hacerlo, aunque nos cueste, aunque pensemos que puede recibir mal la corrección.

«Quien bien te quiere, te hará llorar», nos recuerda la sabiduría popular. Y es verdad. Porque quien ama se preocupa del bien de la persona amada, de su bien espiritual, de su bien personal, de su bien social. Así nos han corregido nuestros padres en los primeros pasos de la infancia, de la adolescencia, de la juventud, y toda la vida se lo hemos agradecido. Ellos sabían que una buena corrección en el momento oportuno era el mejor servicio que su amor nos podía hacer.

«El amor fraterno comporta también un sentido de responsabilidad recíproca, por lo que, si mi hermano comete una culpa contra mí, yo debo ser caritativo con él y, ante todo, hablarle personalmente, haciéndole presente que lo que ha dicho o hecho no es bueno. Este modo de actuar se llama corrección fraterna: no es una reacción a la ofensa sufrida, sino que surge del amor al hermano». (Benedicto XVI, 4-IX-2011).

Y para vivir bien este mandato del Señor, podemos seguir el consejo que nos da san Jose-maría: «Cuando hayas de corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar., y con ánimo de aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas» (Forja, 455).

«Perdonar las injurias». Esta obra de misericordia va muy unida a la anterior. Hemos considerado la necesidad de corregir a quien nos ofende por el mal que se hace a sí mismo. Ahora, la obra de misericordia que nos pide nuestra Fe y Caridad, es perdonar la ofensa recibida y pedir perdón si es necesario, para ayudarle a que se dé cuenta del mal que se ha hecho a sí mismo, y para que también él pida perdón. «Si pecare tu hermano contra ti, ve y repréndele a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18. 15).

Ante alguna injuria recibida podemos hacer la misma pregunta que san Pedro hizo al Señor:

«Entonces se le acercó Pedro y le preguntó: Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 21).

Perdonar no es sólo pasar por alto alguna injuria que hayamos recibido, o no devolver mal por mal. Perdonar lleva hasta rezar por quienes nos injurian, por quienes quieren hacernos mal.

Muchas personas pueden tratarnos mal en muchos momentos de nuestra vida, y hacerlo de mil variadas maneras. Porque no nos dan lo que nos corresponde; porque hablan mal de nosotros; porque nos calumnian; porque no tienen en consideración lo que hacemos por ellos; porque no valoran ni nuestro esfuerzo, ni nuestro trabajo, ni siquiera nuestro buen espíritu de servicio, etc.

Quizá nuestra primera reacción ante una injuria sea la de devolver mal por mal, para que se nos tenga en cuenta, y señalar nuestra valía y dejar claros nuestros talentos. No es ese el modo de actuar que el Señor espera de un cristiano, de una persona que tiene Fe en Él, de una persona que se sabe hijo de Dios.

Si antes la obra de misericordia estaba en corregir al hermano que nos había ofendido, para que no siguiera haciendo el mal, ahora la obra de misericordia es arrancar de nuestra alma cualquier rencor contra el hermano, y rechazar cualquier deseo de devolver mal por mal.

Cristo, clavado en la Cruz para redimirnos de nuestros pecados, nos da una lección muy viva de perdonar. Él perdona todas las injurias que recibe, y nosotros hemos de aprender de Él a perdonar también. Perdonar es una acción muy cristiana, que te llenará de alegría cada vez que la hagas; y al que te ha hecho mal, le darás la alegría de saberse perdonado. Y si te cuesta mucho perdonar, acuérdate de Jesucristo que, en la Cruz, pidió a Dios Padre que perdonara a todos los que le estaban crucificando. Nunca guardes rencor a nadie.
Cuestionario
  • ¿Corrijo con amabilidad y humildad cuando es necesario, consciente de que yo puedo caer en los mismos pecados, en los mismos errores?
  • ¿Perdono de todo corazón, o doy muchas vueltas en la cabeza a los agravios que me hacen?
  • ¿Rezo al Señor por las personas a las que corrijo, y por las que me corrigen a mí?


Lectura del Domingo. SU AMOR FUE MÁS FUERTE QUE LA MUERTE



¡CRISTO, EL SEÑOR, RESUCITÓ!
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
SU AMOR FUE MÁS FUERTE QUE LA MUERTE




Domingo de la Semana de Pascua. Ciclo B
«Señor mío y Dios mío»

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4,32-35): Todos pensaban y sentían lo mismo.

En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

Salmo 117, 2-4. 16ab-18. 22-24
R./ Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Lectura de la primera carta de San Juan (5, 1-6): Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.

Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él.
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el
Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20, 19 -31): A los ocho días, llegó Jesús.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: - «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: - «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: - «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: - «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: - «Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: - «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: - «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: - «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

«La multitud de los creyentes no tenían sino un solo corazón y una sola alma». Sin duda el ideal del amor a Dios y al prójimo era vivido de manera plena por la primera comunidad cristiana como leemos en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles. Una comunidad donde la comunión de pensamientos y sentimientos se traducía en el compartir fraterno «según la necesidad de cada uno»; dando así testimonio de la Resurrección de Jesucristo (Primera Lectura).

La primera carta del apóstol San Juan escrita cuando ya la comunidad cristiana había experimentado diversas y dolorosas pruebas[1], hace presente que «quien ha nacido de Dios», es decir, el que tiene fe en el amor de Dios y vive de acuerdo a sus mandamientos, ha vencido al mundo. Para vencer al mundo hay que creer en el Hijo de Dios (Segunda  Lectura). El Evangelio nos presenta la primera semana del Resucitado donde se nos otorga el don del Espíritu Santo, el perdón de los pecados; así como el mandato misionero. También vemos como la incredulidad de Tomás termina, ante la evidencia del Señor Resucitado, proclamando la divinidad de Jesús. Sin duda será la fe en «Jesús Resucitado» lo que unificará nuestras lecturas dominicales en este segundo Domingo Pascual.  

J «Domenica en albis»

La solemnidad de la Resurrección del Señor nos hace participar en el hecho central de nuestra fe cristiana. Así lo afirma el Catecismo: «La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documen­tos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz»[2]. Dos fiestas del Año Litúrgico son celebradas durante un «día largo» que dura ocho días del calendario: La Natividad y la Resurrección del Señor. La celebra­ción de la Resu­rrección del Señor dura estos ocho días y éste segundo Domingo de Pascua es el último día de la «octa­va de Pascua».

Tradicionalmente la noche de Pascua era el momento en que los catecúmenos (conversos que habían sido instruidos en la fe cristiana) recibían los sacramentos de la ini­ciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Euca­ristía. Ellos realizaban sacramental­mente los mismos pasos que Cristo: muerte al pecado y resurrección a una vida nueva. En esa ocasión los recién bautiza­dos reci­bían una túnica blanca con estas palabras: «Recibe esta vestidura blanca, signo de la digni­dad de cristiano. Consér­vala sin mancha hasta la vida eter­na». Y la debían llevar durante toda la octava de Pas­cua. Este segundo Domingo de Pascua se llama la «domenica in albis», porque los recién bautizados debían partici­par en la liturgia dominical reves­tidos de esta túnica alba que habían recibido el Domingo anterior.

J «Recibid el Espíritu Santo»

Tomás se hallaba ausente duran­te la primera aparición de Jesús que es cuando vemos el cumplimiento de la promesa del «Espíritu Santo». Efectivamente Jesús realiza un gesto expresivo: «Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíri­tu Santo». Así como Dios, al crear al primer hombre del barro, sopló en sus narices y el hombre fue un ser viviente, de la misma manera, el soplo de Jesús, con el cual comunica el Espíritu Santo, da comienzo a una nueva creación. Con el don del Espíritu Santo comenzaron también los apóstoles su misión de prolongar en el mundo la misma obra de Jesús. Por eso, junto con darles el Espíritu, Jesús explica el senti­do de este don: «Como el Padre me envió, también yo os envío».

En esto los apóstoles se asemejan a su Señor: en que poseen el mismo Espíritu. Y no sólo en esto, sino también en que poseen el poder de comunicarlo a los demás; de lo con­trario, muerto el último apóstol, habría acabado la obra de Cristo. La comunicación de este don tiene lugar en todos los sacramentos de la Iglesia, pero es el efecto específico de uno de ellos: la Confir­mación. Las palabras con que el Obispo acompaña el gesto de la unción son éstas: «Recibe, por esta señal, el don del Espíritu Santo».

J «Dichosos los que no han visto y han creído»

Después de la aparición del Maestro, los apóstoles le dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor». Él ciertamente debió haber creído que habían tenido la aparición de algún ser trascendente, pero que éste fuera el mismo Jesús, eso era más de lo que podía aceptar. Curiosamente los apóstoles tuvieron esa misma impresión como leemos en el texto de San Lucas: «Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: “...Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies» (Lc 24,37- 40). Después de esta experiencia en que habían palpado al Señor Resucitado, habían verificado que había carne y huesos, los apóstoles podían asegurar a Tomás: «¡Hemos visto al Señor!».

Pero Tomás también necesitaba verificar por sí mismo que el aparecido era Jesús. Una vez que él mismo lo verificó hizo tal vez el más explícito acto de fe de todo el Evangelio al reconocer a Jesús como: «¡Señor mío y Dios mío!». Tomás vio a Jesús Resucitado y lo reconoció como a su Dios. Su acto de fe va más allá de lo que vio. El encuentro con Jesús Resucitado y su apertura al Espíritu Santo lleva a Tomás a la plenitud de la fe. La fe es un don gratuito de Dios, que Él concede libremente y, en este caso, Dios quiere concederla, con ocasión de algo que se ve, de un «signo visible». Es cierto que nosotros no hemos visto al Señor Resucitado; pero nuestra fe se basa en el testimonio vivo de los mismos apóstoles y de la Iglesia. Es por eso que en los discursos de Pedro es constante la frase: «A este Jesús Dios, lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos» (ver Hch 2,32. 3,14-15. 5,30.32). Sobre este testimonio se funda nuestra fe. Por eso nos hacemos merecedores de la bienaventuranza que Jesús le dice a Tomás: «Dichosos los que no han visto y han creído».

J La nueva vida: tenían todo en común

«La nueva vida que se concede a los creyentes en virtud de la resurrección de Cristo, consiste en la victoria sobre la muerte del pecado y en la nueva participación en la gracia»[3], nos dice el recordado Juan Pablo II. Esta vida nueva se ve claramente graficada en esta segunda descripción de la comunidad primitiva (Hech 2,42 - 44). El espíritu de unión y caridad fraterna actúa tan poderosamente, que los que poseen bienes no los consideran suyos sino que someten todo a la necesidad del prójimo regulada por la autoridad de los apóstoles. La unión fraterna, en el Señor, es tan grande que tenían «un solo corazón y una sola alma». El par de términos «corazón-alma» recuerda el vocabulario que en el libro del Deuteronomio designa la existencia entera de la persona abierta a Dios (ver Dt 6,5; 10,12; 11,13; 13,4). La fuerza de su testimonio y predicación nacía de la coherencia en la vivencia del amor que nace del amor de Dios manifestado en la Resurrección de Jesucristo: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos» (1Jn.5, 2).

J «Todo el que nace de Dios, vence al mundo…»

En esta afirmación de la carta de San Juan encontramos una invitación profunda a volver a la raíz de nuestra fe. Nacer de Dios es recibir la fe, es recibir el bautismo y con él la gracia y la filiación divina. El mundo se presenta aquí como esa serie de actitudes, comportamientos, modos de pensar y de vivir que no provienen de Dios, que se oponen a Dios. Cristo mismo había dicho a sus apóstoles: «vosotros estáis en el mundo, pero no sois del mundo». Así pues, vencer al mundo significa «ganarlo para Dios», significa «restaurar todas las cosas en Cristo», piedra angular; significa valorar apropiadamente el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

Por Encarnación entendemos el hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra reconciliación. En Cristo, Verbo de Dios hecho carne, nosotros los cristianos vencemos al mundo. Él ha establecido un «admirable intercambio»: Él tomo de nosotros nuestra carne mortal, nosotros hemos recibido de Él la participación en la naturaleza divina. Por otra parte, San Juan invita a sus lectores a no separar su fe de su vida y sus obras, peligro que vivía la comunidad de entonces, y peligro que vive el cristiano hoy. Se trata, pues, de amar a Dios y cumplir sus mandatos en nuestra vida cotidiana que no son una imposición externa, sino la verdad más profunda de nuestras vidas. Aquello que nos conducirá a una plena vida cristiana, aquello que finalmente triunfará sobre el mundo.

+  Una palabra del Santo Padre:

«¡Jesucristo ha resucitado!

El amor ha derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la oscuridad.
Jesucristo, por amor a nosotros, se despojó de su gloria divina; se vació de sí mismo, asumió la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por esto Dios lo ha exaltado y le ha hecho Señor del universo. Jesús es el Señor.

Con su muerte y resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y la felicidad: y esta vía es la humildad, que comporta la humillación. Este es el camino que conduce a la gloria. Sólo quien se humilla pueden ir hacia los «bienes de allá arriba», a Dios (cf. Col 3,1-4). El orgulloso mira «desde arriba hacia abajo», el humilde, «desde abajo hacia arriba».
La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se «inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que «inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.

El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer... Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.

Esto no es debilidad, sino autentica fuerza. Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.».

Francisco. Mensaje Pascual 2015.




' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1. Tomás no pudo quedar igual después del encuentro con Jesús Resucitado. Salió como un apóstol convencido, salió del cenáculo para anunciar a Cristo a sus hermanos. Cada uno de nosotros está llamado a experimentar el mismo amor de Cristo con tanta intensidad que no pueda seguir siendo el mismo. Cuando San Maximiliano Kolbe se encontraba de pie ante los oficiales nazistas viendo cómo condenaban a un hombre con familia a morir en el «bunker» del hambre, su corazón no quedó inactivo. Experimentó que él debía dar la vida, como Cristo la había dado por él. ¿Cuál es y hasta dónde llega mi coherencia cristiana? ¿Qué estoy haciendo por «vencer al mundo», por «ganarlo para Cristo», por ayudar a todos a alcanzar la reconciliación?

2. Este segundo Domingo de Pascua ha sido declarado por Juan Pablo II como el «Domingo de la Divina Misericordia». Título y tesoro que se ha difundido en las últimas décadas por impulso de Santa María Faustina Kowalska (1905-1938). La misericordia divina es, desde siempre, la más bella y consoladora revelación del misterio cristiano: «La tierra está llena de miseria humana, pero rebosante de la misericordia de Dios» (San Agustín). Ésta es siempre la «buena noticia» que debemos de comunicar a todos.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 448-449.641-644.




[1]San Juan era pescador, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. Probablemente fue seguidor de San Juan Bautista antes que Jesús lo llamará a ser su discípulo. San Juan hace parte del núcleo más íntimo de amigos de Jesús, junto con Pedro y Santiago.  Después de la Ascensión de Jesús, permaneció unos 14 años en Jerusalén. Luego vivió largo tiempo en Éfeso y finalmente fue desterrado a la isla de Patmos. Es autor de un Evangelio así como de tres cartas. En la primera carta,  San Juan previene contra quienes pretendían eximirse de los requisitos impuestos por la ética cristiana, en virtud de su conocimiento de Dios y su íntima relación con él (ver 1.6, 8; 2.4, 6; cf. 4.20). Además, estos negaban la verdadera encarnación de Cristo  basándose evidentemente en oráculos procedentes de una falsa "unción" divina. Los herejes en cuestión habían sido miembros de la iglesia, pero la habían dejado para buscar en el mundo una aceptación que el verdadero evangelio no les ofrecía.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 638.
[3] S.S. Juan Pablo II, 15 de marzo de 1989.


Texto facilitado por J.R. Pulido   A.N.E. C.D. Toledo