domingo, 8 de mayo de 2016
PASTORES SEGÚN MI CORAZÓN. ( Antonio Pavia ) II Éstos son mis predilectos
La opinión que tenemos de santo Tomás de Aquino es probablemente la de un gran teólogo envuelto en una montaña de pergaminos, documentos, libros, etc., lo que popularmente llamamos un ratón de biblioteca. Sin embargo, tenemos datos y motivos para apreciar en él a un gran pastor, un discípulo del Señor Jesús que supo encontrar el manantial de vida eterna que mana de las Escrituras.
Célebre es, por poner sólo un ejemplo, la exhortación que dirigió a sus hermanos dominicos dedicados en cuerpo y alma a la predicación del Evangelio, y que sirve para todos los pastores enviados por el Señor Jesús al mundo entero. Les dijo: “Anunciad lo que habéis contemplado”. El Tomás profesor, el académico, el investigador minucioso de las Escrituras, da el salto que sella la identidad de todo predicador del Evangelio. He aquí el salto: La Palabra va mucho más allá de una comprensión intelectual; la Palabra se contempla y, desde lo que nuestros ojos del alma han podido presenciar, se anuncia. Tenemos motivos fundados para creer que Tomás no habría hecho esta exhortación, tan real como profunda, si él mismo no hubiese experimentado esta contemplación.
Damos las gracias, desde la comunión de los santos que nos une, a Tomás, y nos metemos de lleno en una nueva dimensión del rostro de los pastores según el corazón de Dios. Son pastores que han cogido entre sus manos posesivas y acariciadoras la vida que habita en la Palabra, “en ella estaba la Vida” (Jn 1,4a). Una vez que la Palabra ha posado sus alas en sus manos, estos pastores son llamados a hacer una experiencia tan trascendente que podemos llamarla extramundana.
En sus manos el Evangelio se hace ver, oír, es como si Dios se dejara palpar. Ser testigo de esto es ser testigo de lo que es Dios: Todo. A partir de entonces y movidos por un impulso irresistible, también irrenunciable, la Palabra es anunciada; es tal la pasión que mueve al pastor que no tiene dónde reclinar la cabeza, dónde asentarse (Lc 9,58). Arrastrado por esta pasión, anuncia el Evangelio “a tiempo y a destiempo” (2Tm 4,2) y, parafraseando con cierta libertad a Pablo, podemos decir de él que “ya no es él quien vive, sino el Anuncio y la Fuerza del Evangelio quien vive en él” (Gá 2,20). Esta clase de pastores son continuamente vivificados, y tanto más, cuanta más vida mana de su boca (Lc 4,22).
Nos acercamos ahora al apóstol y evangelista Juan quien, con una belleza deslumbrante, -adivinamos el Manantial que corre por sus entrañas- nos habla de la Palabra desde los más diversos prismas: Vida, Comunión, Encarnación, Manifestación de Dios, Ojos que ven y contemplan, Manos que palpan, Oídos que oyen… (1Jn 1,1-3).
En unos pocos versículos, Juan –también él habla desde su experiencia y la de la Comunidad apostólica- describe las líneas maestras del crecimiento de la fe y de la comunión entre los discípulos del Señor Jesús; por supuesto, también de la misión que Él les ha confiado al llamarles con su Palabra creadora, Palabra que moldea sus corazones a imagen y semejanza del suyo.
Espejos del Dios vivo
El hecho asombroso es que tanto el discipulado con su pastoreo como la fe y la comunión interpersonal comparten líneas maestras. Nuevamente nos servimos de una libertad interpretativa para poner en la boca de Juan estas palabras que encontramos en los primeros versículos de la carta anteriormente citada: “Os anunciamos lo que hemos visto, oído, contemplado y palpado acerca de la Palabra de la vida, os lo anunciamos para que nuestra comunión sea fruto de Ella, la Palabra de Vida. Comunión que es también fruto de vuestra libertad: de que creáis, veáis, oigáis, palpéis y contempléis la Palabra de Vida que os anunciamos.
Esta comunión es creación de Dios; no nuestra por muchos libros que devoremos, cursillos de personalización que hagamos, así como simposios, etc. Todo pasa menos la Palabra que por siempre permanece. “La hierba se seca, la flor se marchita, mas la Palabra de nuestro Dios permanece por siempre” (Is 40,8).
Atados unos a otros indisolublemente por el Amor que fluye del Dios vivo, la comunidad entera comparte misión, la de su Señor; son pastores en el Pastor, y corazones para el mundo desde el Corazón. Por si fuera poco, Juan, al abrir nuestro espíritu hacia lo Infinito y Eterno, al mostrarnos la comunión interpersonal como don de Dios, pone lo que podríamos llamar el broche de oro al decirnos “…y nosotros estamos en comunión con Dios” (1Jn 1,3b).
El Emmanuel, Dios con –en comunión con- nosotros, nos ha puesto en comunión con el Padre. Por eso y sólo por eso nos atrevemos a ser pastores, sus pastores, según su Corazón, tal y como fue prometido y profetizado por Dios como don suyo para los tiempos mesiánicos. Él, el Mesías, su Hijo, es quien llevó y lleva a cabo la promesa del Padre.
El apóstol Pablo, en la misma línea de Juan, nos dirá que la Vida mana del Evangelio del Señor Jesús. Así se lo hace saber con su propio y peculiar estilo a Timoteo, su compañero de fatigas en el ministerio de evangelización que comparten: “Se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio…” (2Tm 1,10).
Al hilo de lo expuesto hasta ahora, podemos afirmar que pastores según el corazón de Dios son aquellos a quienes Él se manifiesta, se revela; son hombres que predican al Dios que ven, palpan, oyen y contemplan, que todo esto es lo que significa la palabra revelar en la espiritualidad bíblica. Al revelarse así, Dios forma el corazón de sus amigos, que lo son porque le buscan. El libro de la Sabiduría, recordemos que este término comparte significado con la Palabra, lo expresa así: “Entrando –la Sabiduría- en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas” (Sb 7,27).
Mis ovejas les escuchan
Damos un paso más. Nos acercamos al profeta Daniel y nos hacemos eco de su experiencia. Dios llama sus predilectos a aquellos a quienes se revela, teniendo en cuenta -como ya hemos dicho- la enorme riqueza que tiene el verbo revelar en la Escritura. Fundamento el título dado a Daniel basándome en que Dios mismo le hace saber que es el hombre de las predilecciones, y da la razón del porqué de este elogio. “Vino y me habló. Dijo: Daniel, he salido ahora para ilustrar tu inteligencia. Desde el comienzo de tu súplica, una palabra se emitió y yo he venido a revelártela, porque tú eres el hombre de las predilecciones…” (Dn 9,22-23).
Tremendamente pobres y desvalidos nos quedaríamos si fijásemos esa predilección de Dios solamente en Daniel, y no la abriéramos hacia su plenitud, es decir, hacia su propio Hijo. Dios mismo testificó su predilección primeramente en su bautismo a la orilla del río Jordán. Recordemos que se abrieron los cielos y que todos los presentes pudieron escuchar la Voz: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3,17).
De esta forma testificó Dios su predilección sobre su Hijo y volvió a hacerlo en el monte Tabor en su Transfiguración. Nuevamente resonó la Voz: “Él es mi predilecto”. Sólo que en esta ocasión el Padre muestra el camino cierto para todos los buscadores de la Verdad al añadir: “¡Escuchadle!” (Lc 9,35). Sí, escuchadle, Él es “mi y vuestra” Palabra. ¡Escuchadle! Podríamos añadir, como fue profetizado: y vivirá vuestra alma. “Aplicad el oído y acudid a mí, escuchad y vivirá vuestra alma…” (Is 55,3).
He aquí el testimonio grandioso de Dios sobre su Hijo. Escuchadle, sí, a Él que es mi Palabra. A la luz del testimonio de Dios sobre su Hijo, quiero decir algo acerca de los buscadores de Dios. De la misma forma que Él muestra nítidamente que su Hijo es el Amado, el Predilecto, el Revelador trasparente de su Misterio, del mismo modo, Él da un discernimiento, una sabiduría especial a todos los que le buscan con un corazón sincero.
Esta sabiduría y discernimiento, lleva a estos hambrientos de vida a distinguir entre pastores y pastores; entre los que hablan desde Dios revelándole por medio de la predicación, y los que hablan desde sí mismos, desde sus egos, aunque estén empapados de agua bendita, los que hablan desde la sabiduría humana, tan dejada de lado por los apóstoles como -por ejemplo- Pablo (1Co 2,4-5).
Los verdaderos buscadores de Dios distinguen entre la Voz encarnada en los pastores del Señor Jesús y las voces de los pastores hechos a la medida de la sabiduría humana. Los primeros son reconocidos por las ovejas de Jesús; los segundos son ignorados. “Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen –ignoran- la voz de los extraños” (Jn 10,4-5).
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