sábado, 17 de diciembre de 2016

Lecturas de la Misa del Domingo de la Semana 4ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel»



Lectura del profeta Isaías (7, 10-14): Mirad: la virgen está encinta.

En aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo: «Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo». Respondió Ajaz: «No lo pido, no quiero tentar al Señor». Entonces dijo Isaías: Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».

Salmo 23, 1—2 3-4ab. 5-6; R/. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: // él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor? // ¿Quién puede estar en el recinto sacro? // El hombre de manos inocentes y puro corazón, // que no confía en los ídolos. R/.

Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. // Esta es la generación que busca al Señor, que busca tu rostro, Dios de Jacob. R/.

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (1, 1- 7): Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios.

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo, nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados de Jesucristo. A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (1, 18-24): Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Una frase que podría sintetizar las lecturas de este cuarto Domingo de Adviento podría ser: «Emmanuel- que traducido significa- Dios con nosotros». La Primera Lectura expone el oráculo del profeta Isaías. El rey Ajaz o Acaz[1] desea aliarse con el rey de Asiria para defenderse de las acechanzas de sus vecinos (rey de Damasco y rey de Samaria). Isaías se opone a cualquier alianza que no sea la alianza de Yahveh. El rey Ajaz debía confiar en el Señor y no aliarse con ningún otro rey. Sin embargo, el rey Ajaz ve las cosas desde un punto de vista terreno y desea aliarse con el más fuerte, el rey de Asiria. Isaías sale a su encuentro y le dice: «pide un signo y Dios te lo dará. Ten confianza en Él». El rey Ajaz teme abandonarse en las manos de Dios y se excusa diciendo: «no pido ningún signo». En su interior había decidido la alianza con los hombres despreciando el precepto de Dios. Isaías se molesta y le ofrece el signo: «la virgen[2] está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros». La tradición cristiana siempre ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una virgen llamada María.

Así lo interpreta el Evangelio de San Mateo cuando considera la concepción virginal y el nacimiento de Cristo: María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. Esta fe en Cristo se recoge admirablemente en el exordio de la Carta a los Romanos. San Pablo ofrece una admirable confesión de fe en Jesucristo, el  Señor. Nacido del linaje de la familia de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios. San Pablo subraya el origen divino del Mesías y, al mismo tiempo, su naturaleza humana: «nacido de la estirpe de David». Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

J La genealogía de Jesús

Cuando leemos las Sagradas Escrituras, vemos que la identidad de una persona queda esta­blecida cuando se sabe de quién es hijo. Por eso la histo­ria de los grandes personajes comienza con su genea­logía. Esto lo que ocurre también con Jesús. En efecto, el Evangelio según San Mateo comienza así: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1). Y sigue el detalle de las generaciones desde Abraham, pasan­do por David, hasta Cristo. Se repite el verbo «engendró» trein­ta y nueve veces, siempre con la misma fórmula (A engendró a B; B engendró a C; C engendró a D...), con la única excep­ción de la última, donde se produce una llama­tiva disonan­cia evitando cuidadosamente decir: «José engendró a Jesús», porque esto habría sido falso.

Veamos también que son cuatro las mujeres que se mencionan en la genealogía de Jesús, cinco con María. Pero siempre según esta fórmula: «Judá engendró, de Tamar, a Fares... Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró de Rut.... David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón». En el caso de María no es ésa la fórmula sino: «José, el esposo de María, de la cual nació Je­sús». Se debe concluir que «José no engendró a Jesús, pues éste nació virginalmente de María». Aun a riesgo de poner en cuestión la descendencia davídica de Jesús -lo único claro es que el hijo de David es José-, el Evangelio afirma la concep­ción virginal de Jesús porque esto es lo único coherente con su identidad. Justamente lo que el Evangelio de este Domingo quiere explicar es cómo llegó José a ser padre de Jesús, para que esa genealogía pueda realmente llamarse: «Libro de la generación de Jesús Cristo»

J Aproximándonos al texto...

El Evangelio de este Domingo comienza con estas palabras: «La génesis[3] de Jesús Cristo fue así: concedida en matrimonio su madre María a José, antes que ellos comenzaran a estar juntos, se encontró encinta del Espíritu Santo». Ya está afirmado lo principal: el niño fue concebido por obra del Espíritu Santo; no es hijo de José, sino que es Hijo de Dios. Así lo confirma la cita­ción que aporta Mateo como explicación del retorno de la Sagrada Familia de Egipto, cuando se refugiaron allá huyendo de Herodes: «De Egipto llamé a mi Hijo» (Mt 2,15). Según la genealogía, como hemos visto, el que es «hijo de David» es José. Y así lo proclama el ángel cuando se le aparece en sueños: «José, hijo de David». Pero hasta aquí resulta claro que José no es el padre de Jesús. Para responder a esta cuestión debemos examinar detenidamente el texto: «José, su marido, siendo justo y no queriendo denunciarla, resol­vió repudiarla en secre­to».

Según la interpretación frecuente de este texto, José, al ver a María espe­rando un hijo, habría sospechado de su fidelidad y la habría juzgado culpable; pero, siendo justo y no queriendo dañarla, decidió dejar la cosa en secreto. Pero, en reali­dad, esta interpreta­ción es extraña al texto. Si José hubiera sospe­chado que su esposa era culpa­ble de infideli­dad, el hecho de ser justo, le exigía aplicar la ley, y ésta ordenaba al esposo entregar a la mujer una escritura de repu­dio (ver Dt 22,20s). En ningún caso la ley permite dejar la cosa en secre­to. Esto es lo que observaba San Jerónimo: «¿Cómo podría José ser calificado de justo, si esconde el crimen de su esposa?» Si, sospechando el adulterio, José hubiera queri­do evitar un daño a su esposa, su actitud habría sido caracterizada por la mansedumbre, no por la justicia.

K ¿Cómo supo José que María estaba encinta?

Esta pregunta es bastante importante y la respuesta obvia es: María se lo dijo tan pronto como lo supo ella[4]. Hay que tener en cuenta que José era su esposo y que, como explicaremos a continuación, estaba en la víspera de llevarla a vivir consigo. El Evangelio dice: «Antes de empezar a vivir juntos ellos, se encontró encinta». Nos preguntamos: ¿cuánto tiempo antes? Si todos pensaban que Jesús era hijo de José[5], eso quiere decir que José empezó a vivir junto con María en los mismos días de la concepción de Jesús, de manera que vivieran juntos los nueve meses del embarazo.

En cualquier otra hipótesis, se habría arrojado una sombra sobre la generación de Jesús: se habría pensado que sus padres habían tenido relaciones antes de convivir o, lo que es peor, que el Niño era hijo de otro. Ambas cosas repelen a la santidad de María y también de José. Por último, si María no hubiera dicho a José lo que ocurría en ella, habría faltado de honestidad, cosa imposible en ella. En efecto, su identidad había cambiado, y su esposo tenía derecho a saberlo. Más aun, tenemos que considerar que ambos ya habían decidido mantenerse vírgenes por la sencilla razón de que la decisión de María necesariamente ha tenido que ser compartida por José.

J La reacción de José

Analicemos ahora lo que José ha decido hacer ante la información dada por María: el texto nos dice que como era justo, decidió repudiarla; y, como no quería ponerla en evidencia, decidió hacerlo en secreto. Examinemos lo primero: José no podía pretender ser el esposo de esta Virgen que llevaba en su seno a un Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, y sobre todo, no podía pretender ser el padre de semejante Hijo. No cabe otra reacción sino considerarse indigno. Por eso decide repudiarla[6] (esta es una expresión idiomática que significa no seguir adelante con el desposorio). Pero no quiere poner en evidencia los motivos, porque esto pertenecía a la intimidad de María con Dios. Por eso decide proceder privadamente e interrumpir su desposorio con María en secreto. De hecho, después que José tomó a su esposa y nació el Niño, todos estos hechos siguieron siendo secretos. Son un misterio admirable y no pudo revelarlos nadie sino Jesús mismo.

Hay que tener en cuenta que hasta ahora nadie había pedido a José que él fuera el padre de ese Niño. Entonces el Ángel de Dios se le aparece en sueños y le dice: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque, aunque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo y dará a luz un hijo, tú le pondrás por nombre Jesús...». Esta traducción es perfecta­mente correcta[7]. El ángel está confirmándole algo que José ya sabe y cree - lo sabe porque María se lo dijo y lo cree -, pero ahora le comunica su vocación: tú le pondrás por nombre Jesús[8]. Esto quiere decir: tú estás llamado a ser el padre del Niño. Y José reaccionó según su justicia: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer». Si María, al recibir el anuncio de su vocación de Virgen Madre de Dios, respondió: «He aquí la esclava del Señor», José, su casto esposo, respondió igual.

Al asumir la paternidad de Jesús, José no está sustituyendo a nadie (como ocurre en las adopciones nuestras), porque Jesús no tiene padre biológico. Su Padre es Dios, pero es precisamente Dios quien encomienda a José la misión de ser su padre en la tierra. A él Dios le encomienda la paternidad de esa manera; a todos los demás padres Dios se la encomienda por vía de la generación biológica. ¡Ojalá todos los padres fueran tan fieles como José! Por esto Jesús es verdaderamente «hijo de José e hijo de David»: él es el «Dios con nosotros» de quien celebraremos el nacimiento.

+  Una palabra del Santo Padre:

«Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia quiere prepararnos para la Navidad que ya está a la puerta invitándonos a meditar el relato del anuncio del Ángel a María. El arcángel Gabriel revela a la Virgen la voluntad del Señor de que ella se convierta en la madre de su Hijo unigénito: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Lc1, 31-32). Fijemos la mirada en esta sencilla joven de Nazaret, en el momento en que acoge con docilidad el mensaje divino con su «sì»; captemos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para nosotros modelo de cómo prepararnos para la Navidad.

Ante todo sufre, su actitud de fe, que consiste en escuchar la Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad de mente y de corazón. Al responder al Ángel, María dijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (v. 38). En su «heme aquí» lleno de fe, María no sabe por cuales caminos tendrá que arriesgarse, qué dolores tendrá que sufrir, qué riesgos afrontar. Pero es consciente de que es el Señor quien se lo pide y ella se fía totalmente de Él, se abandona a su amor. Esta es la fe de María.

Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer el tiempo de Dios. María es aquella que hizo posible la encarnación del Hijo de Dios, «la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos» (Rm16, 25). Hizo posible la encarnación del Verbo gracias precisamente a su «sí» humilde y valiente. María nos enseña a captar el momento favorable en el que Jesús pasa por nuestra vida y pide una respuesta disponible y generosa. Y Jesús pasa. En efecto, el misterio del nacimiento de Jesús en Belén, que tuvo lugar históricamente hace más de dos mil años, se realiza, como acontecimiento espiritual, en el «hoy» de la Liturgia. El Verbo, que encontró una morada en el seno virginal de María, en la celebración de la Navidad viene a llamar nuevamente al corazón de cada cristiano: pasa y llama. Cada uno de nosotros está llamado a responder, como María, con un «sí» personal y sincero, poniéndose plenamente a disposición de Dios y de su misericordia, de su amor. Cuántas veces pasa Jesús por nuestra vida y cuántas veces nos envía un ángel, y cuántas veces no nos damos cuenta, porque estamos muy ocupados, inmersos en nuestros pensamientos, en nuestros asuntos y, concretamente, en estos días, en nuestros preparativos de la Navidad, que no nos damos cuenta que Él pasa y llama a la puerta de nuestro corazón, pidiendo acogida, pidiendo un «sí», como el de María.

Un santo decía: «Temo que el Señor pase». ¿Sabéis por qué temía? Temor de no darse cuenta y dejarlo pasar. Cuando nosotros sentimos en nuestro corazón: «Quisiera ser más bueno, más buena... Estoy arrepentido de esto que hice...». Es precisamente el Señor quien llama. Te hace sentir esto: las ganas de ser mejor, las ganas de estar más cerca de los demás, de Dios. Si tú sientes esto, detente. ¡El Señor está allí! Y vas a rezar, y tal vez a la confesión, a hacer un poco de limpieza...: esto hace bien. Pero recuérdalo bien: si sientes esas ganas de mejorar, es Él quien llama: ¡no lo dejes marchar!

En el misterio de la Navidad, junto a María está la silenciosa presencia de san José, como se representa en cada belén —también en el que podéis admirar aquí en la plaza de San Pedro. El ejemplo de María y de José es para todos nosotros una invitación a acoger con total apertura de espíritu a Jesús, que por amor se hizo nuestro hermano. Él viene a traer al mundo el don de la paz: «En la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc2, 14), como lo anunció el coro de los ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra auténtica paz. Y Cristo llama a nuestro corazón para darnos la paz, la paz del alma. Abramos las puertas a Cristo».

Papa Francisco. Ángelus en el IV Domingo de Adviento, 21 de diciembre de 2014.





' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Vivamos estos últimos días de espera cerca de la Virgen Santa y de San José. Preparemos nuestro hogar para que en él nazca el «Emmanuel». ¿Qué vamos hacer en estos últimos días del Adviento?

2.  A todos nos gusta recibir regalos y eso está muy bien. Pero al verdadero dueño del “cumpleaños”, ¿qué regalo le voy a dar?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 437- 439. 496- 507. 1846.



[1] Ajaz o Acaz, rey de Judá aproximadamente del 732 al 716 a.C., introdujo el culto pagano en el Templo de Jerusalén e incluso llegó a sacrificar a sus propios hijos quemándolos. Ajaz fue finalmente derrotado cuando Siria e Israel llevaron adelante juntos un ataque contra Judá. Rechazando el consejo de Isaías, pidió ayuda a Tiglat-Piléser, rey de Asiria, pero ello lo convirtió en vasallo suyo (2R 15, 38 ss.; 2Cro 27, 9; Is 7). Fue tan aborrecido por sus súbditos que le negaron sepultura entre los reyes de Judá.    
[2] Es cierto que en el texto hebreo de Isaías no se hablaba explícitamente de una «virgen», sino de una «doncella» (betulah), pero cuando los mismos sabios hebreos tradujeron la Biblia al griego mucho antes de Cristo (la llamada traducción de los LXX), haciendo una inter­preta­ción auténtica, usaron aquí el térmi­no «parthenos», que signi­fica claramente «virgen», y es precisamente este el punto que llama la atención de Mateo y que él quiere destacar como leemos en el texto evangélico de este Domingo.
[3] Es significativo que el Evangelio de Mateo, que es el primer libro del Nuevo Testa­mento, comience con estas pala­bras: "Libro de la génesis de Jesús Cristo" (Mt 1,1). El evan­gelista ha elegido deliberadamente la pala­bra "génesis" y no "generación". Su intención es recordar el primer libro de la Biblia, que recibe el nombre "Génesis", porque en su traducción griega el relato de la creación concluye con esta frase: "Este es el libro de la génesis del cielo y de la tierra" (Gn 2,4). Tenemos entonces el "libro de la génesis del cielo y de la tierra" y el "libro de la génesis de Jesús Cristo". De esta manera Mateo quiere destacar que con Jesu­cristo se tiene un nuevo inicio en la historia.
[4] Un presupuesto importante que tenemos que tener en cuenta es que la vocación de María, que leemos en el relato del Evangelio de San Lucas 1,26-38, tiene directa relación con la vocación de su esposo y padre de Jesús: San José. Ambos relatos tratan de explicar cómo fue el nacimiento en este mundo del Hijo de Dios hecho hombre. Lucas expone el punto de vista de María; Mateo, por su parte, nos va a entregar el punto de vista de San José. 
[5] Ver Lc 3,23; Jn 1,45; 6,42.
[6] En la traducción de la Biblia Americana de San Jerónimo leemos: «...quiso abandonarla secretamente».
[7] Esta traducción es válida y ha sido propuesta por biblistas tan destacados como Xavier León-Dufour, A. Pelletier, René Laurentin, entre otros. 
[8] Se sigue así la costumbre judía de impo­ner el nombre según la misión o según alguna circunstan­cia que acompaña al nacimiento. En este caso el nombre que debía darse al niño suena en hebreo así: «Yeho­shua» y quiere decir: «Yahveh salva»


Artículo facilitado por J.R. PULIDO, presidente dioesano de A.N.E. Toledo

No hay comentarios:

Publicar un comentario